Capítulo 54 | Borrador SP
Charles golpeó la mesa con el puño con tanta fuerza que la taza de té cayó sobre la superficie y su contenido se esparció con rapidez sobre la madera.
―¿Dime cuánto más tengo que esperar para que me des una respuesta, Gray?
El aludido respiró para controlarse. Si no comprendiera la situación por la que estaba pasando, le habría asestado un puñetazo sin pensárselo.
―Ya te lo he dicho miles de veces.
―¡Pues dímelo unas mil veces más! ¡Lo harás hasta que al fin me tengas una maldita respuesta!
―¡Ah, con un demonio! ¿Crees que gritándome la encontraré más rápido?
Charles tiró de su cabello con ambas manos mientras daba vueltas de un lado a otro por la habitación, asegurándose de mantener en su boca aquellas palabras que pensaba decirle. Él no era el enemigo, y no merecía que descargara toda su rabia en él.
¿Pero qué más podía hacer? Dios mío, ¿qué más estaba a su alcance? Toda esa situación lo sobrepasaba. Todo ese dinero, todo ese poder que provenía de su título, ¿a dónde diablos se había ido? ¿Ahora de qué le servían los lujos, el dinero, sus propiedades millonarias y su título si no podían devolverle aquello que tenía mayor valía en su vida?
Volvió a tirarse del cabello con toda la fuerza de la que fue capaz, como si esperase con aquello encontrar una solución. La familia de Anna, Peete y Zowie estaban reunidos también en el comedor. En sus rostros, vio reflejados sus propios sentimientos: la ira, la impotencia y la preocupación, pero ninguna ira parecía tan intensa como la suya.
―¿Dónde demonios estaban los guardias? ―masculló él, y a Gray le costó creer que esa fuera su voz, porque sus palabras sonaban como disparos: frías, duras, dispuestas a matar.
―Encontramos a dos guardias muertos en la entrada.
―Sé que había dos guardias muertos en la entrada ―le recordó de mala gana―. ¿Pero dónde estaba el resto? Me voy a la cama creyendo que esta maldita propiedad es segura y despierto con la noticia de que se llevaron a Anna en mis narices.
―Los guardias en la entrada de la avenida aún estaban en sus puestos. Christopher está investigando a donde fueron los otros guardias que rodeaban la propiedad.
―Ten por seguro que si los llego a tener en frente, me encargaré de enviarlos directamente al infierno. Por lo pronto, dile a Christopher que quiero verlo en este instante y lo mejor para él es que me tenga información.
―Él está en camino. Llegará en unos minutos, te lo garantizo.
―¿Realmente puedes? Entonces, de igual manera yo puedo garantizarte muchas cosas, Gray, entre ellas que haré lo que sea para encontrar a Anna. Quien no esté trabajando en ello, quien haya ayudado a quien sea ese miserable que se la llevó o quien sea que esté conspirando a mis espaldas, vivirá en carne propia las consecuencias de haber invadido mi hogar y llevarse a mi mujer.
Le dio un manotazo a una de las sillas, y observó como esta se precipitó contra suelo. El golpe fue tan fuerte que le puso los pelos de punta.
―Encuéntrala antes de que empiece a llenar los viejos calabozos con traidores ―masculló él antes de abandonar la habitación.
Gray sintió un gran alivio al saberlo lejos. Jamás lo había visto tan enfadado y en ese estado no sabía cómo hablarle ni cómo actuar frente a él. Todo parecía sacarlo de sus casillas. Se frotó las sienes y avanzó unos pocos pasos hasta la mujer castaña.
―Me disculpo, pero quiero hacerte unas preguntas más.
Zowie parpadeó, y Gray notó una inagotable capa húmeda en sus ojos que amenazaba con desbordarse otra vez.
―Está bien.
Gray observó a la familia, ofreciéndole una disculpa con un simple asentimiento.
―A solas si es posible.
―Bien.
Zowie lo acompañó hasta el estudio de Charles. Gray se aseguró de que no hubiese nadie cerca de la puerta antes de cerrarla. Se acomodó en el asiento giratorio y la miró unos segundos.
―Fuiste la única que lo vio ―comenzó él a decir―. Cuando pregunté la primera vez, no supiste darme descripciones claras y específicas. Esperaba que ahora, estando más tranquila, pudieras decirme.
Ella se remojó los labios y con la punta de los dedos secó los primeros desbordamientos de sus ojos.
―Era alto, de media edad tal vez, de cabello oscuro.
―¿Algo más específico?
Zowie frunció el ceño mientras pensaba.
―Traía puesta una chaqueta negra.
―¿Viste algún logo o insignia? ¿Tal vez un nombre?
―No. No creo que tuviese algo así, pero no pude ver bien. Me apuntó con el arma y mi mente quedó en blanco.
Se cubrió la boca con la mano para controlar su llanto.
―Él olía a cigarrillo ―añadió con la voz temblorosa.
Gray asintió.
―¿Recuerdas algo más? ¿Algo que escucharas o algo que vieras?
―No, no creo ―limpió el resto de sus lágrimas con la punta de los dedos―. ¿Crees que ayude? ¿A encontrarla?
―Cualquier información nos ayudará ―asintió una sola vez a modo de agradecimiento―. Por ahora, es todo.
Ella asintió con lentitud. Se puso en pie y abandonó el estudio.
Gray echó la espalda hacia atrás y se frotó las sienes. Si sus sospechas eran ciertas, si todas las piezas que había recolectado con el tiempo encajaban, habían tenido al enemigo en la familia todo el tiempo y ninguno se dio cuenta de ello hasta que fue muy tarde. Tan tarde que Anna no estaba, tan tarde que su vida corría un increíble peligro.
―Charles enloquecerá cuando lo sepa ―masculló para sí.
Dio un salto en el asiento cuando escuchó el golpe contra la puerta.
―Adelante ―esperó, pero la puerta no se abrió. Oyó otro golpe contra la madera―. Que pase, maldita sea. Que abra la puerta y entre ¿Qué tan difícil es entender «adelante»? ¿Es que me tengo que levantar y poner una alfombra roja?
La puerta se abrió lentamente, y por un momento le pareció una escena de terror.
Gray soltó una maldición cuando vio a Christopher asomarse.
―London Dry sigue siendo segura ―le dijo Christopher.
―Una disculpa por casi hacer que me orine encima del susto habría estado bien ―masculló Gray de mala gana.
―Escúchame. London Dry sigue siendo estadísticamente uno de los lugares más seguros de toda Inglaterra.
―¿Entonces por qué secuestraron a Anna en uno de los lugares más seguros de toda Inglaterra?
―Porque los guardias fueron movilizados por una supuesta orden decretada por el rey. Solo dos guardias quedaron para custodiar la propiedad.
―Y ahora están muertos.
―Porque dos hombres no son nada ante cuatro, si lo pensamos estratégicamente, mucho menos si no tienen porque sospechar de un secuestro, no si entraron a la propiedad con un vehículo oficial de la guardia del rey.
Gray frunció el ceño.
―Yo no te estoy entendiendo.
Christopher puso los ojos en blanco, y Gray nunca lo había visto tan agitado.
―Los guardias recibieron una llamada casi a las cuatro de la madrugada donde se les ordenaba cambiar su posición. Se les dijo que solo necesitaban dos guardias en la propiedad mientras enviaban refuerzos.
―Y esos dos guardias son los cadáveres que encontramos en la entrada.
―Así es. El auto en el que se llevaron a la prometida del príncipe es uno de la guardia real, por eso ellos le permitieron la entrada.
―¿Y cómo sabes eso?
―Porque encontramos a varios de los guardias movilizados.
―¿Dónde?
―En la villa del Príncipe Cameron ―anunció Carter mientras entraba al estudio.
Gray cerró los ojos un momento mientas suspiraba. Después, los abrió y vio a Charles de pie detrás de Carter.
―¿Qué es lo que has dicho? ―bramó él, y su voz tenía la intensidad de un rayo.
La habitación se quedó en silencio, y ninguno se atrevió a hablar. Christopher se movió a un lado en la habitación y Carter, dejando caer su cabeza, se apartó de la puerta. Los pasos de Charles mientras ingresaba a la habitación parecían los de un soldado que entraba al campo de batalla con ansias de sangre y guerra. Gray pudo escuchar su agitada respiración, que parecía volverse aún más trabajosa con el pasar de los segundos.
―¿Qué es lo que encontraron en la villa de Cameron? ―demandó saber.
Gray miró a Christopher, indicándole que era su oportunidad de hablar.
―Los guardias recibieron una llamada para cambiar su ubicación, señor. Todos ellos, a excepción de los dos que fueron asesinados frente la propiedad, fueron enviados a la villa del Príncipe Cameron.
―Ese desgraciado no tiene un título bajo mi techo ―gruñó―. Dime, ¿es él quien se la llevó?
―No lo sabemos, señor, pero...
Charles lo tomó por el cuello de su camisa y lo sacudió con fuerza, como si desease estrangularlo.
―¿No lo sabes? ¿Y qué diablos están esperando para averiguarlo?
Gray rodeó la mesa y tiró de él por el brazo, apartándolo de Christopher.
―¿Puedes dejar que el hombre hable? ―gruñó Gray―. Dios mío, Charles. Céntrate. Así no llegaremos a ningún sitio. Tienes el mismo temperamento impulsivo de Anna.
―¿Quieres verme tranquilo? ¡Encuentra a Anna!
―Bueno, ¡entonces cállate y deja que hable! Así podré volver al trabajo.
Charles apartó a Gray de un empujón, y fue cuando se dignó a mirar al desgraciado junto a la puerta. No lucía muy diferente a la primera vez que lo vio en la gala benéfica, la primera y única vez que lo tuvo cerca. Carter tenía una pinta de loco que le calaba los huesos y le hacía mierda la paciencia, porque él estaba ahí, de pie frente a él, bajo el techo de su casa. El ex novio de Anna estaba bajo su techo, pero a ella no la tenía ¿Qué clase de broma tan cruel era aquella?
―¿Qué hace este hombre en mi casa? ―bramó.
Carter, quien no había levantado la cabeza hasta que escuchó aquella pregunta, la alzó y lo miró.
―Supe lo de Anna. No quiero molestar, solo quiero ayudar. Gray y yo hemos estado trabajando...
―Lo sé ―lo interrumpió él―. ¿Pero qué clase de derechos crees tener para pisar mi casa?
―Ninguno. Como ya he dicho, no quiero molestar. Solo he venido porque creemos saber quien secuestró a Anna.
Una punzada de urgencia nació en el pecho de Charles.
―¿Quién? ―exigió saber―. ¿Quién es?
―Su Alteza ―escuchó hablar a Christopher―. Llevamos varios días trabajando casi sin descanso y hemos descubierto una serie de...
―No quiero rodeos, Christopher. Quiero que vayan al grano.
Gray decidió relevarlo.
―Me pediste que investigara al hombre del hospital, el que tiró el café sobre Anna.
Charles asintió.
―Es el mismo hombre que visitó a Carter cuando estaba en prisión.
Charles le echó una rápida mirada a Carter antes de preguntar:
―¿Estás seguro?
―La descripción coincide. Además, Zowie describió al hombre que secuestró a Anna. Si nos quedase alguna duda, ese hombre siempre se muestra usando una chaqueta y en ella hay un símbolo, un logo.
―¿Y el hombre que secuestró a Anna la tenía?
―Zowie no recuerda haber visto un logo, pero estamos seguros de que es él.
―¿Cómo puedes estarlo? ¿Cómo puede alguno estar seguro de cualquier cosa sin pruebas contundentes?
―Tenemos pruebas contundentes ―interrumpió Carter―. Es por eso que estamos los dos en la misma habitación, tú y yo. Le hice una promesa a Anna y estoy dispuesto a cumplir con ella. Le prometí que encontraría a la persona que ha estado intentando hacerles daño.
―¿Quieres decir a otra persona a parte de ti? Porque eres un experto en hacer daño. A ti realmente te dio igual. Seguiste con tu vida y yo tuve que hacerme cargo de un corazón que no rompí. Me tocó lidiar con la coraza que le obligaste a construir. Como si no supiera que haces esto para limpiar tu conciencia.
Gray puso los ojos en blanco.
―Te juro que oírte hablar es como tener a tu novia psicópata en frente.
―¡Ya basta con tus bromas! ―gruñó―. Estoy cansado de escuchar palabras que no me muestran una dirección a seguir.
―Le puedo asegurar, señor ―interrumpió Christopher― que tenemos pruebas de peso con respecto a lo que le decimos. Hemos trabajado casi sin parar, obteniendo resultados magníficos. Por desgracia, descubrimos todo muy tarde.
―¡Maldita sea! ―bramó―. ¿Qué dije de los rodeos?
Gray le lanzó una mirada a Christopher, indicándole que él se encargaría.
―Escúchame, Charles. Comenzamos sospechando de Carter, pero resultó que era solo un torpe policía ―le dedicó una rápida mirada al aludido―. Sin ofender.
Vio a Carter poner los ojos en blanco antes de devolver su atención a Charles.
―Hemos estado investigando a Astori, el narcotraficante italiano, como presunto cabecilla del atentado. Sabemos que fue Jeff quien lo llevó a cabo, lo que no sabemos es bajo las órdenes de quien. Después, gracias al contacto de Carter, supimos del intento de secuestro. Fue cuando comprendimos que Astori trabaja para alguien, que cumplía las órdenes de alguien con quien se reunía en secreto en distintos lugares y ha utilizado diferentes autos para no ser reconocido.
Él hizo una pausa para pensar en las palabras que utilizaría.
―No hay forma en que diga esto sin que te vuelvas loco, pero una vez que confirmamos que el hombre del café y el de la prisión era el mismo, nos dimos a la tarea de descubrir su identidad. Su nombre es Henry Hamilton.
Charles frunció el ceño al escucharlo.
―¿Por qué ese nombre me parece familiar? ¿A caso lo conozco?
―Es el jefe de seguridad de tu tío.
Aquello lo sintió como un puño contra su pecho, tan fuerte que le cortó el aliento.
―¿Egmont? ―inquirió con la voz entrecortada―. ¿Mi tío? No estoy comprendiendo ¿Por qué el jefe de seguridad de mi tío tiene a Anna?
Gray torció la boca antes de hablar.
―Charles, tu tío es quien ordenó el atentado de Anna. Es el hombre que contrató a Jeff y al que Astori obedece.
Él agitó la cabeza desenfrenadamente.
―Es que no puede ser ―se llevó ambas manos a la cabeza―. Tienes que estar mal. Gray, él es mi tío. Pasé el verano con él y mi padre en Escocia después de que mi madre muriera. Fue a verme al hospital. Siempre nos hemos llevado bien. Es imposible...
―La propiedad que está junto a esta, la villa que colinda con la tuya, la compró Henry Hamilton, el jefe de seguridad de tu tío. Es el mismo hombre que visitó a Carter y le prometió una nueva identidad si asesinaba a Anna. El mismo que provocó que se tirara el café hirviendo encima.
―¡Pero Henry no es Egmont! ―gruñó, incapaz de comprender sus palabras―. No se trata del mismo hombre.
―De hecho, señor ―interrumpió Christopher―. Los guardias de la propiedad fueron movilizados hacia la villa del Príncipe Cameron por órdenes del Príncipe Egmont.
Charles contuvo la respiración, incapaz de comprender aquello. No, no podía comprenderlo. Claro que no ¿Pero de qué estaba hecha su familia? ¿Qué es lo que había en su sangre?
―Probablemente lo hizo para dejar la propiedad desprotegida ―teorizó Gray―. Así podían entrar y llevarse a Anna.
Charles se rascó la cabeza con furia e impotencia. Así que el enemigo lo tuvo siempre en la familia. Por eso los guardias nunca estaban cuando se les necesitaba. Por eso era tan difícil dar con el responsable. Después de todo, el trabajo del jefe de seguridad era cuidar a su señor, y Henry parecía muy bueno en cubrir los rastros del infeliz de su tío.
―Cameron ―gruñó al recordarlo―. Él ha entrado a esta casa. Ha estado en la antesala, el mismo lugar del que se llevaron a Anna. Tiene que estar involucrado en esto.
―Es posible ―admitió.
―¡No quiero saber de posibilidades! ―bramó―. Si él y el infeliz de su padre tienen a Anna, quiero que vayan ahora mismo y los encuentren. Encuéntrenla y traigan ante mí a ese par que se hace llamar familia.
Anna estaba harta de la oscuridad y el asfixiante olor del cigarrillo que le hacían estornudar y toser. Poco quedaba de aire limpio, por lo que se concentró en mirar fijamente al hombre que custodiaba la puerta abierta, como si esperara resolver su problema con una mirada amenazadora.
―Al menos podrías dejar de fumar aquí ―masculló. Su paciencia se había agotado―. ¿O todo esto del secuestro es para asesinarme con el humo de esa porquería?
El hombre, que tenía el cigarrillo en la boca, le sonrió. Lo pinchó entre sus dedos y lo removió de sus labios.
―Esta porquería, como la llamas tú, me mantiene cuerdo y evita que un indeseado impulso me ordene matarte.
―Eso implicaría que tú decides por ti mismo, lo que es una completa mentira. Estás aquí porque así te lo ha ordenado otra persona.
―Tienes toda la razón, princesa. Estoy cumpliendo órdenes, y entre ellas está rebanarte la garganta si no te comportas.
Anna tragó en seco, asustada, pero recobró su calma casi al instante. No estaba dispuesta a demostrarle flaqueza alguna.
―¿Tirarme el café fue una orden dada? ¿O solo eras tú siendo un animal?
El hombre entró a la habitación dando grandes y pesados pasos. Levantó la mano por encima de su cabeza, y Anna cerró los ojos para esperar el golpe.
―Henry, ya es suficiente.
En silencio, Anna dejó escapar una maldición al reconocer la voz.
―¿Qué te he dicho de esta mujer? ―Egmont acomodó su mano izquierda sobre el hombro del hombre y lo apartó de ella―. No tiene ajustada la lengua y suele soltársele.
―Al menos yo tengo suelta la lengua ―gruñó ella―. Tu montaña de hombre, si es que puede llamársele hombre, tiene suelta la mano.
―Solo es un hombre con pobre control de impulso. Sería mucho más fácil para él si intentaras controlarte.
―¡No! Escucha muy bien lo que diré: no importa con cuantas cuerdas me ates, nunca, nunca, conseguirás controlarme. Te metiste con la mujer equivocada, idiota.
Egmont torció un poco la boca en lo que a ella le pareció un pobre intento de sonrisa. Le hizo una seña con la cabeza y Henry abandonó la habitación.
―Tengo que diferir contigo, princesa. Por desgracia, eres la mujer que mi sobrino ha escogido para ser su esposa.
―¿Y me secuestraste para impedirlo?
―Lo hice para limpiar a la familia. Por supuesto, es algo que tú no entiendes. Mi padre, aún casado con mi madre, tuvo sus amantes a escondidas. Mi hermano, ese hombre al que todo el mundo mira con respeto, también tuvo sus amantes ¿Sabes cuántos periodistas se han acercado a mí para cuestionar si yo también tengo alguna amante por ahí?
―Tal vez sí. Tal vez por eso la madre de Cameron te abandonó.
―Esa mujer... ―Egmont torció la boca en un gesto de rabia―. Esa desgraciada mujer fue un error que cometí, pero que remedié a tiempo. La arranqué de mi familia antes de que ayudara a pudrirla.
Anna torció el ceño un poco, confundida por sus palabras.
―¿Ahora resulta que tú la abandonaste?
Lo vio poner los ojos en blanco, como si ella hubiese hecho una pregunta estúpida.
―La encontré en la cama con mi antiguo jefe de seguridad ¿Qué puedo decir? No es que estuviese enamorado, pero era mi mujer. Por supuesto, él murió. No dejaría a un traidor por ahí.
A Anna se le erizó la piel al escucharlo. Lo asesinó, o envió a alguien que lo hiciera. Como haya sido, envió a un hombre a la tumba sin remordimiento.
―¿La asesinaste a ella también? ―teorizó Anna―. ¿Asesinaste a la madre de tu hijo?
―Mujeres van y vienen. Dejé que Cameron creyera que ella nos abandonó para que entendiera que eso del amor es solo una ilusión, una vana explicación para justificar la debilidad. A él no le hizo falta una madre. Yo me aseguré de que así fuera.
―¿Pero qué clase de hombre crees que eres? ―bramó ella―. ¿Cómo le quitas la madre a un niño y no sientes culpa por eso?
―A las mujerzuelas no se les llora. Charles perdió su madre cuando era pequeño y aún está con vida ―inclinó la cabeza un poco―. Por desgracia.
―¿Es lo que quieres? ¿Matarlo?
―Creo que ni el mismísimo diablo está listo para recibir a semejante demonio en sus infiernos. No, no planeo asesinarlo. Quiero decir que si él le entrega su derecho al trono a Cameron, puede continuar con su vida. Incluso podría devolverle a esa a quien llama con orgullo «mi prometida».
―Charles jamás le entregaría Reino Unido a un hombre como tu hijo. Ni siquiera por mí.
―Ah, pareciera que no lo conoces. Nunca se interesó en la corona tanto como se interesó por ti. Me entregaría la cabeza de mi hermano si se lo pidiese.
―Y si se la pidieses, serías aún más desgraciado. Amenazas a tu propia familia, a tu sangre.
―La sangre no es lo único que une a la gente. Mira a Charles. Ninguno en su familia pudo donarle la sangre que necesitaba para no morir ¿A caso su donador ahora forma parte de su familia solo por compartir el mismo tipo de sangre? No es más que un líquido que nos corre por el cuerpo. Ahí no hay lazos.
En silencio, Ana agitó la cabeza sin poderse creer lo que escuchaba ¿Qué clase de hombre tenía en frente? ¿En qué clase de infierno la había metido? A él no le importaba la familia, solo el poder. Cómo lo obtuviera le daba igual. A quién tenía que usar le daba igual. A quien tenía que asesinar le daba igual.
―¿Realmente quieres el trono para tu hijo? ―le cuestionó ella―. ¿O quieres usar a tu hijo para llegar al poder?
―No todo se trata del poder, querida. Se trata de la familia.
―Si así fuera, no estuviésemos teniendo esta conversación.
Él dejó entrever sus dientes con una sonrisa.
―Se trata de mi familia. Edward hace mucho dejó de ser un hermano para mí desde que decidió casarse con esa mujer, Tessie. Hizo su esposa a una mujer que tenía dos hijas de otro hombre ¿Es que no la has visto? Y luego está su piel ¿Cómo pudo mi hermano casarse con una mujer negra?
Anna dejó escapar una carcajada cargada de amargura.
―Dios, estás peor de lo que pareces ¿También denigras a una persona por su color de piel?
―No es por tu piel que te denigro. Tu piel es pálida y muy limpia. Cierto es que eres una mujer bella, pero tienes una reputación...
―¿Qué reputación? ¿La de una mujer que estuvo en la cárcel por un error o la de una mujer que se levantó todos los días para trabajar y salir adelante? Mientras tanto, tú y tu hijo despertaban para ordenar y humillar, para disfrutar de una vida cómoda y sin obligaciones ¿Pero aún piensas que podría gobernar? ¿Qué saben tú o tu hijo sobre eso?
Egmont agitó la cabeza un par de veces.
―Desde que vi tu nombre junto al de Charles en el periódico, supe que serías un problema ―se llevó ambas manos tras la espalda y avanzó dos únicos pasos―. Fuiste un problema para el negocio de Astori, ¿por qué no lo serías en el mío?
Aquello debió de haberla sorprendido, lo sabía, pero no fue así. A estas alturas podría creer lo que fuera.
―Astori tenía ambiciones para su narcotráfico. Yo solo lo ayudé a ampliarse con mi compañía. Él corría con mis autos modificados, los usaba para transportar la droga de pueblo en pueblo y yo recibía una buena tajada. Ser el hermano del rey tampoco deja mucho dinero, ¿sabes? MGT Speed Master ayudó a tener el capital para realizar todas esas actividades.
―Querrás decir «barbaridades».
Egmont se encogió de hombros.
―Supongo que queda a discreción del oyente.
Anna puso los ojos en blanco.
―Yo no estaba dispuesto a dejar que pasara lo mismo que en tus tiempos de corredora, querida. Una mujer en la pista atrajo tanto la atención que las cámaras estuvieron en lugares que pusieron en riesgo el negocio ―agitó la mano abierta en el aire, como si estuviese cortando algo―. Quería acabar con el problema lo antes posible. Eso lo supe cuando te mudaste con mi sobrino. Lo único que podía pensar era: «no de nuevo esta mujer ¿Qué tiene que hacer uno para quitársela de encima?»
Anna lo vio sonreír, y aquello le provocó un horrible escalofrío.
―La respuesta llegó cantada por ángeles: Anna Mawson tenía que morir.
Se obligó a sí misma a mirarlo. Se obligó a demostrarle que no le temía, aunque por dentro estaba chillando como una niñita aterrada.
―Enviar a Jeff fue mi primer error, querida, lo admito. Quería que él te diera una muerte rápida y sin dolor, una muerte que no levantara sospechas. Le di un líquido que me fue muy difícil encontrar: un veneno que actúa prácticamente al instante y no deja rastros.
―Muy bien pensado. Inyectarme algo después de que me persiguieras por las calles con un auto y una ametralladora. Por supuesto que nadie sospecharía de algo así.
―Esa nunca fue mi idea. Tenía que colocarla en alguna bebida, en la comida, ¿yo que sé? Pero se le ocurrió la brillante idea de iniciar una persecución. Según él, porque nunca encontró la ocasión de colocar el veneno en tu comida. Cuando creí que no haría algo más estúpido que aquello, fue al hospital y mató a la enfermera. Volvió a mí con el veneno intacto y con un desastre que limpiar.
Anna sintió un inexplicable deseo por levantarse y golpearlo hasta que su insípida sonrisa de loco desapareciera de su boca.
―Yo solo pedía una solución sencilla ―continuó él―. A Astori se le ocurrió la brillante idea de reclutar a tu novio. Envié a Henry. Él no confiaba mucho en Carter, y me lo hizo saber en repetidas ocasiones, pero la responsabilidad recaería en Astori al final de cuentas. Carter terminó por ser igual de torpe que Jeff, quizá más. Al final resultó que Carter estaba allí para ayudarte. Así que precisaba de otra solución simple.
Él la miró con el ceño fruncido.
―Charles estaba loco por ti. Nunca lo vi perder el juicio por un par de piernas de la manera en que lo hizo contigo. Él cree que es amor, así que decidí cambiar mi juego y ajustarlo a la situación actual: me servías más viva.
―Y es por eso que estoy aquí ―teorizó ella.
―Es por eso que estás aquí ―asintió―. Puede que Charles esté interesado en la corona, ¿pero lo está más que en ti? Me pregunto qué estará haciendo ahora ¿Estará ordenando a diestra y siniestra que te encuentren? ¿O ya se dio a la tarea de encontrarte reemplazo?
Anna le montó mala cara.
―¿Para qué me quieres aquí? ―le cuestionó ella―. Ahórrate el monólogo de villano.
―¿Aún no es obvio? Si tu futura familia quiere recuperarte viva, tendrá que cederle a Cameron todos los derechos al trono. Tanto mi hermano como mi sobrino firmarán un documento legal donde quede estipulado que seré el futuro rey de Reino Unido y mi hijo el príncipe de Gales. De no acceder...
Egmont torció la boca en un falso gesto de pena.
―De no hacerlo, recibirán tu cadáver en la entrada del Palacio de Buckingham.
Llamó a Henry una sola vez. Él acudió de inmediato, posicionándose al lado de Egmont con las manos cogidas tras la espalda.
―Tengo que avisarle a mi sobrino sobre nuestras negociaciones. Quisiera que me ayudaras a prepararla para que se vea bien en cámara. Tal vez mi sobrino enloquecerá un poco más al verla con algo más de rubor en las mejillas y con los labios rojos. Al menos lo suficiente para que desee acelerar el proceso legal ¿Podrías encargarte?
Henry asintió. Egmont le sonrió a Anna antes de abandonar la habitación, y ella supo que lo peor estaba por venir.
El hombre se alzó frente a ella, y una vez que vio como llevaba su mano por encima de su cabeza, cerró los ojos con fuerza para esperar el golpe.
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