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Capítulo 47 | Borrador SP

Hacía tanto frío en aquella habitación que los ojos comenzaron a arderle, o tal vez se debía a que estaba cansada. Agotada, más bien. Quizá no física, pero sí mentalmente. No podía evitar pensar en lo que habría sucedido si Cameron llegase a cumplir su objetivo de matarlo, porque nadie podía quitarle aquel pensamiento.

¿Cómo podía ser capaz de semejante cosa? Charles era parte de su familia. No alcanzaba a concebir tal muestra de locura, ni entender su retorcida mente ¿De tanto era capaz por alcanzar la corona? ¿Por hacerle daño?

Un estremecimiento esparció el frío por el resto de su cuerpo. Aferró ambas manos alrededor de la suya, teniendo mucho cuidado de no lastimárselas. Sus manos estaban vendadas. Así que, después de todo, Charles se había levantado de la cama para golpearlo ¿Qué le habrá dicho para enfurecerlo tanto?

Se reprendió por no estar aquí. Por él, por su amor, era capaz de destruir el mundo con sus propias manos. Era todo lo que necesitaba para ser feliz. Ni siquiera el amor que sentía por los autos durante toda su vida la había llenado tanto como el amor que sentía por él. Casi que ni podía explicarlo con palabras. Todo lo que podía era sentirlo, sentirlo y disfrutarlo.

Depositó un silencioso beso sobre su mano y la acarició con la mejilla.

Llevaba casi cuatro horas dormido. Fue necesario aplicarle una anestesia para que sobrellevara el dolor. Se preguntó cuánto sufriría por ello al despertar, y el corazón se le arrugó de solo imaginarlo.

Suspiró profundo para no echarse a llorar. En su lugar, se dedicó a contemplarlo mientras dormía. Se veía muy sereno, muy tranquilo. No había rastro de dolor o cansancio en su bello rostro.

Era muy parecido a su madre. Recordaba a la bella mujer de la fotografía. Charles había heredado el color de su cabello, el tono de su piel, la bonita curva de sus labios, aunque más varonil y más coqueta, casi pervertida. La bella sonrisa de la que vivía enamorada. Su corazón se aceleraba y nada podía calmarla salvo por uno de sus besos dulces, o los cargados de pasión, o aquellos que suplicaban porque envolviera su alma y fueran felices para siempre.

Oh, era lo que más deseaba. Ser feliz con él, sin tantas complicaciones ni peligros.

Acomodó su mano sobre la cama y se apartó. Arrastró el pesado sofá, que se encontraba en una esquina de la habitación desde la noche anterior, y lo acercó a la cama. Se desplomó sobre él, cruzó las piernas y dejó descansar las manos sobre sus muslos.

Le nació un dolor de cabeza pequeño por el agotamiento mental. Se preguntó cuanto más duraría aquello. Extrañaba las tardes amenas y sin sobresaltos, la paz que le ofrecía estar en casa. No tardó en darse cuenta donde estaba su tormenta, porque la traía por dentro. Podía sentirla correr por cada parte de sí misma y la agobiaba casi tanto como la agotaba. Perder siempre el control era muy cansado, no solo para ella misma, sino para todo aquel a su alrededor. Haberse hecho la valiente los últimos meses comenzaba a pasarle factura.

Puso su vida en el acelerador mientras esperaba no estrellarse, pero lo hacía, cada día un poco más. No se había sentido tan desenfrenada antes y le irritó darse cuenta del montón de cosas sin resolver que había acumulado durante años. Se centró en salir adelante, en conseguirse una vida estable y dejar el pasado atrás, pero no trabajó consigo misma. Dejó lecciones a medias a pruebas que se le presentaban ahora. Confiar, quererse a sí misma y a otros. No podía poner el amor que me tenía a Charles por encima del suyo propio. Quería modificar tantas cosas de sí misma para ser feliz, disfrutar de una auténtica vida amena. Perder el control, enloquecer y explotar como lo hacía no solo iba a perjudicarla a ella misma sino también a él. Con su posición, su título, lo que necesitaba era una compañera, no una bomba de tiempo. Suspiró y se acomodó mejor en el asiento.

Dos horas más tarde, cayó víctima del sueño.

No lo escuchó despertarse.

Cuando abrió los ojos, el frío se convirtió en delgadas agujas que traspasaron sus pupilas. Maldijo en voz baja. Se quejó tanto por el frío como por el dolor, dolor en todas partes, incluso aún peor que la primera vez que despertó después del disparo.

Colocó la mano derecha sobre su estómago. Temblaba un poco por la agonía, pero intentó ignorarla. Quizá así pasaría mucho más pronto.

Separó los labios y emitió una pequeña queja. Se movió, queriéndose despertar de una ensoñación que parecía tomar posesión de su cuerpo ¿Pero por qué? ¿Por qué se sentía tan adormecido?

El nombre de Cameron acudió a su mente de inmediato con una ferocidad que le pareció tan desagradable como su visita. Se preguntó dónde estaría. Con suerte, ya habrá regresado a Westminster. Realmente lo esperaba, porque era capaz de abandonar el hospital y sacarlo del pueblo él mismo.

Esta vez cruzó un límite. No solo con lo que dijo sobre su madre, sino por la forma en que se había referido a Anna. Cameron sabía cuánto significado tenían ambas en su vida y cuanto daño podía causarle al ensuciar sus nombres de la manera en que lo había hecho.

Se maldijo por haber caído en sus provocaciones, porque era evidente, por el dolor en el brazo, que se había lastimado la herida. No podría marcharse aún del hospital, tampoco realizar el traslado a Saint Mary. Al final, sus acciones impulsivas también habían afectado a su padre.

Se movió un poco hacia la derecha. Gruñó por la punzada de dolor, pero una vez que la vio, contuvo la respiración.

Anna estaba dormida sobre el sillón, con la cabeza recostada del brazo izquierdo y las piernas colgando del derecho. Aunque dormida, esa mujer no perdía una pizca de lo bella que era. No podía dejar de mirarla, y eso ya era una muy buena medicina. Mirarla, tenerla cerca, siempre le sentaba tan bien.

Decidió evitar cualquier ruido para no despertarla. Desde luego, no tomó en cuenta con quien estaba tratando. Esa mujer nunca hacia lo que él esperaba, así que comenzó a moverse en el sillón hasta despertar. Estiró los brazos, bostezó y luego frotó los ojos. Permaneció unos segundos mirando al techo. Después, sacó las piernas del sillón y giró en el asiento hasta sentarse.

Abrió los ojos al verlo despierto. Se levantó de golpe y se le acercó hasta el borde de la cama.

―¿Charles?

Él levantó su ceja derecha y sonrió.

―Creo que sí. Al menos no recuerdo haberme cambiado el nombre recientemente.

Ella también sonrió.

―¿Estás bien? ¿Te duele?

Bastante, pensó.

―No ―respondió―. La verdad no.

Ella entrecerró los ojos un poco.

―Estás mintiendo.

―No, mujer.

―Lo haces. Yo te conozco.

―Anna, de verdad. Solo me duele un poco.

―¿Así que de nada pasamos a un poco? Mira, te conviene decirme. De todos modos, no saldrás pronto del hospital. Si dices exactamente cómo te sientes, podrán brindarte el tratamiento adecuado.

La sonrisa de él se amplió un poco.

―Está comenzando a gustarme eso de que me domines y me des órdenes.

―Ni estoy dominándote ni estoy dándote órdenes, pero sé cómo eres. Omitirás detalles para no preocuparme.

―¿Y da resultado?

―¡No! ―gruñó― Lo que consigues es que me den ganas de estrangularte.

―¿Tanto así?

―¿Y qué esperabas?

―Pues, no lo sé. Que me dijeras «cariño, estaba tan preocupada por ti».

―Sí lo estoy, pero no esperes una actitud dulce y sumisa cuando estoy tan enojada.

―¿Pero es conmigo?

―Sí.

―¿Estás enojada conmigo?

―Que sí, te dije.

―¿Qué es lo que he hecho?

―¡Caer en sus provocaciones! ―refunfuñó―. Es un idiota, eso lo sabemos todos, pero creí que tú más que nadie lo hacía ¿Qué no podías llamar a esos adornos que tienes por guardias o al médico para que lo sacara de la habitación? ¡No! Te levantas y lo golpeas ¿Y ahora qué? Mira tu brazo. Tienes la herida inflamada de nuevo. Tuvieron que sedarte para que no agonizaras por el dolor.

―Pero es que Cameron...

―¡Me importa un demonio Cameron! ―inspiró profundo para calmarse―. Quiero que olvides que existe, al menos mientras te recuperas.

Charles se limitó a asentir, porque sabía que en aquel estado era imposible razonar con ella. Anna también asintió. Le acomodó la sábana, teniendo mucho cuidado de no tocarle la herida. No lo miró mientras se aseguraba de que estuviera bien abrigado, así que él aprovechó para analizar sus gestos.

Anna siempre le había parecido un libro abierto porque, para ella, era muy difícil disimular lo que sentía. Se reflejaba en toda ella: sus gestos, sus ojos, su voz, sus movimientos corporales. Por ello, había llegado a conocerla, quizá, mejor que a sí misma. Casi podía percibir con exactitud qué era lo que pensaba.

―No estoy segura ―musitó ella aún sin mirarlo―. Quizá lo entendí mal, y no quisiera preguntar algo que pueda causar más problemas.

―Así que eres capaz de descargarme todo tu enojo, ¿pero no tienes el valor de hacerme una pregunta?

Mordiéndose un poco el labio, Anna levantó la cabeza y la miró.

―Habló de mí. Habló de mí y de tu madre, ¿no es así?

Los labios de él se volvieron una delgada línea al instante.

―¿Cómo lo sabes? ―inquirió él.

―Lo escuché hablar en el estacionamiento.

―¿Y ahora qué diablos estaba diciendo? ―masculló, levantándose un poco de la cama.

Anna colocó ambas manos con suavidad sobre su pecho y lo devolvió al colchón.

―Sabía que no debía preguntar.

―Anna...

―Oh, no. Tú y yo ya hablamos de esto.

―¿Te ha dicho algo?

―No.

―¿Volvió a intentar golpearte?

Anna se tensó un poco.

―¿Por qué me lo ocultaste? ―demandó él.

Los ojos de Anna se llenaron de lágrimas al recordar la pesadilla.

―Yo iba a decirte ―masculló a prisa―. Solo quería que estuvieras bien primero. Eras lo único que me importaba y...

―Anna ―musitó él con la voz calmada―. No tienes que llorar. No estoy juzgándote. Solo que me habría gustado saberlo por ti antes que por él. La forma en que lo dijo es...como si hubiese disfrutado haberlo hecho.

Anna no pudo controlar el llanto, no solo porque había temido su reacción al contarle, también porque, muy a su pesar, aún le faltaba hablarle de Carter, y quizá entonces sí se molestaría.

¿Cómo iba a decirle? ¿Debía seguir esperando una mejor oportunidad? ¿Qué acaso no sería peor? Contarle ahora y que enfurezca. Contarle después y que no le perdone el haberle mentido. Sus manos comenzaron a temblar, sin poder decidir qué hacer. Respiró profundo para intentar calmarse.

―Anna, ¿qué sucede? ―preguntó él, su voz sonando ahora preocupada.

―No quiero que te enojes conmigo ―masculló a prisa―. Hice algo, pero... Él no es nadie ahora, en mi vida, lo sabes...

Charles frunció el ceño, confundido. Con un poco de dificultad, sacó las piernas de la cama y le tomó las temblorosas manos con su mano izquierda.

―¿Qué pasa? ―la animó.

Anna respiró profundo.

―Mientras estabas en cuidados intensivos, me enteré de cosas... y también pasaron muchas cosas. Estaba sobrecargada. No... no...

Charles le apretó las manos con suavidad.

―¿Quieres decirme algo importante, pero tienes miedo de hacerlo? ¿Qué clase de novio crees que soy? ¿Del tipo que se pondrá a gritarte y a insultarte?

Anna soltó un gemido.

―Es de Carter.

Él frunció el ceño al escuchar su nombre.

―¿Qué hay con él?

Anna le soltó toda la información que pudo. Charles tuvo que detenerla y pedirle que volviera a explicarle, porque entre sus llantos y el tartamudeo le resultaba muy difícil entenderla.

Una vez que terminó de hablar, se concentró en el escandaloso sonido de los jadeos de ella, porque eran, en aquel momento, lo único que parecía tener sentido. Sintió su pequeña mano aferrándose a la de él, como si temiera que la soltara.

Tuvo demasiado que procesar, y ni siquiera podía estar seguro de haber entendido todo. Mientras más lo intentaba, más confundido se sentía.

―Así que ahora viene a contar una historia donde intentó ser un héroe ―musitó lentamente, como si intentara explicarle a sí mismo la situación―. ¿De ex presidiario a policía?

Anna asintió una sola vez.

―¿Y tú le creíste?

―No lo sé.

―Después de todo lo que ha hecho, ¿le dijiste que podrías perdonarlo?

Ella no fue capaz de responder. Cerró los ojos con fuerza y esperó a que estallara.

―¿No me responderás? ―tiró de su mano para acercarla un poco más―. ¿Lo perdonarías?

Finalmente, Anna abrió los ojos y miró los suyos; ojos azules muy despiertos y muy atento a su respuesta.

―Sí ―contestó―. Sé lo que ha hecho, y sé que fui la más perjudicada por los errores que cometió, pero...

Esperó unos segundos para calmar el nerviosismo en su voz.

―Quiero que el pasado se quede en el pasado, que no me impida avanzar. Pero él está aquí, en mi presente. Dependerá de mí si lo sigo arrastrando hacia el futuro o si lo detengo ahora. La única manera de hacerlo es perdonar. Yo quiero perdonar. Más que quererlo, es algo que necesito. Además, yo...

Anna apretó las manos de él como si fuese aquello que le impidiera derrumbarse.

―Sabes, cuando...cuando recibiste el disparo... ―su voz se quebró un momento―. Estuviste consciente hasta que la ambulancia llegó. Después, te desmayaste en mis brazos. Creo que, desde ese momento, he perdido un poco el control de mí misma. No me fio de nadie, no duermo muy bien, enloquezco fácilmente. Es que pensé que podría perderte, ¿entiendes? Pensé como sería mi vida si te marchabas, qué haría con ese vacío. Sí, Carter me hizo mucho daño, pero creer que podrían arrancarte de mi vida es el dolor más espantoso que he sentido alguna vez. Cuando lo recuerdo, me cuesta respirar y siento que me caeré. Lo único que deseo es que esto termine, que volvamos a sentir esa tranquilidad y felicidad que teníamos en London Dry. Sabes que Carter no significa nada en mi vida, ya no. En mi cabeza, y en mi corazón, solo estás tú, todo el tiempo, y haría lo que sea para protegerlo, para protegerte, de la misma forma en que lo has hecho tú ¿Qué aún no lo has entendido? Te am...

Él la calló, atrayéndola hacia sí un poco más y presionándole los labios sobre los suyos. Un beso que le supo a primavera, y un campo de alivio floreció en su pecho. Una vez que ella entendió lo que él quería, se lo entregó, y el beso simplemente lo hizo explotar. Porque, cuando se trataba de ella, él era muy débil.

―Mujer ―gruñó sin apartarse de su boca―. Tú sí que te pones cursi.

―A veces ―jadeó, y decidió continuar con su faena.

Apartó sus manos de la suya y las acomodó sobre sus mejillas. Él, sin apartarse, sonrió. Deseó que le funcionara de maravilla el brazo para poder envolverla con ambos, acercarla, más, más cerca, como a él le gustaba tenerla.

―Anna ―musitó―. No es que me gustaría, ya sabes, dañar el momento...

Ella se detuvo y lo miró, de sus ojos brotando chispas de curiosidad.

―¿Qué?

―¿Has hablado con mi padre?

No era la pregunta que esperaba. De hecho, no tenía si quiera una sospecha de lo que iba a hablarle. Oírlo preguntar por su padre la hizo sonreír.

―No. Gray lo ha hecho, y Tessie, desde luego. Creo que aún no ha venido al hospital.

―Me preocupa su salud. Tiene una cita médica muy pronto. Quería hablar con el médico para trasladarme a Saint Mary.

―No sé si lo permita después de lo ocurrido.

―Es lo que me temo. Quisiera pedirle a mi padre que regrese a Westminster.

―Mm. Bueno, no creo que te haga caso. Mis padres tampoco quieren regresar, y a mí no me hicieron nada. Imagina a tu padre. Ha estado al pendiente de tu salud y no creo que quiera marcharse sin ti.

Charles torció la boca, un gesto que reflejaba su descontento.

―¿Y si hablas con mi padre? ―le pidió él.

―¿Yo? ¿Pero qué puedo decirle?

―Si le dices que yo estoy bien y que puede regresar a Westminster sin preocuparse... Bueno, de seguro te creerá.

―Hombre, yo no puedo hacer eso. Mucho menos si habla antes con el médico.

―¿Qué? ¿A caso anda repartiendo malas noticias?

―Tienes la herida un poco más inflamada y no podrán suturarte. Sin sutura, no puedes abandonar el hospital o podría infectarse.

Él echó la cabeza un poco hacia atrás.

―Eso es, simplemente, perfecto.

―Es lo que te ganas por ponerte a pelear.

―¿Seguiremos discutiendo sobre eso?

―Ya me conoces. Armar líos es mi segunda naturaleza.

Charles sonrió un poco.

―Eso es cierto.

―Y no es que quiera discutir. En realidad, lo que quiero es que obedezcas un poco las órdenes que se te dan.

―No soy de seguir órdenes.

Anna pinchó los dedos en su barbilla y tiró de ella, obligándolo a mirarla.

―A estas alturas ya deberías saber que tu título de príncipe no me intimida, ni siquiera un poco. Mis órdenes son claras. Cumplirás con las indicaciones del médico al pie de la letra o yo te obligaré a hacerlo.

La sonrisa de él se amplió.

―Juro que eres la mujer más sexy que he conocido.

―¿Alguna vez te cansarás de decirlo?

―Si alguna vez dejas de ser sexy, tal vez, pero como sé que nunca va a pasar, entonces...

Ambos voltearon al escuchar el golpeteo contra la puerta. Esta estaba entreabierta, y la sonrisa tímida del rey hizo que Anna se sonrojara.

―Disculpen, no quería interrumpir.

―No, no... ―musitó ella, nerviosa―. Solo hablábamos ―lo golpeó en el interior del muslo izquierdo―. ¿Verdad?

―Sí, por supuesto. Nada me gusta más que hablar con la mujer que me golpea.

―Yo no te golpeo.

―Claro, claro.

El rey cerró la puerta después de entrar a la habitación. Anna se apartó un poco de Charles para darles espacio.

―¿Llevas mucho tiempo despierto?

―Minutos, ¿por qué?

―¿Ya te ha visto el médico?

―No, aún no.

El rey asintió. Miró a Anna y le sonrió.

―Cariño, ¿crees que puedas dejarnos a solas? Solo serán unos minutos.

―Claro ―volvió a golpear a Charles en el interior del muslo―. Compórtate.

―Eh, ya basta. Mira cómo vamos a empezar un matrimonio, mujer maltratante.

Anna le sacó la lengua antes de abandonar la habitación. El rey acercó el sillón y se sentó.

―¿Te sientes bien?

―Algo así. Me duele un poco, quizá más que un poco. Aun así estoy bien.

―Al menos estás siendo sincero. Es un avance.

―Supongo.

Charles vio un brillo extraño en los ojos de su padre.

―¿Tú estás bien? ―quiso saber.

El rey asintió.

―Supe lo de Cameron ―Charles despegó los labios para responder, pero el rey habló antes de permitírselo―. No quiero discutir al respecto. Hablaré con mi hermano y veremos cómo resolver esto.

―Lo lamento.

―No, creo que yo lo lamento. Dejé pasar el tiempo sin resolver este problema familiar. Egmont es un buen hombre, de eso no tengo la menor duda, pero como padre ha dado mucho que desear ―inclinó la cabeza un poco hacia la derecha―. Claro, no es que yo sea un padre modelo...

―Has sido un excelente padre ―lo interrumpió él―. Era yo quien estaba equivocado. Me escudé en la pérdida de mi madre e hice un montón de estupideces.

―Tienes razón, hiciste muchas estupideces, pero pude evitarlas. Así como Egmont cometió errores con Cameron, yo lo hice contigo.

Charles sintió la punzada de la culpa en su pecho. Desearía poder decirle algo, que comprendiera lo buen padre que ha sido, pero las palabras correctas no acudían a su mente.

―Anna es una mujer grandiosa ―el rey sonrió un poco―. La aprecio más de lo que podría expresar con palabras. Es auténtica, amable, educada a su manera, supongo.

Charles dejó escapar una carcajada.

―Es una mujer humilde, y creo que su mayor cualidad es que es muy fuerte y valiente. Debe serlo para involucrarse contigo.

―Gracias. Veo en qué categoría me tienes.

―El placer es mío, joven.

Ambos comenzaron a reír.

―Charles ―el rey acomodó la pierna derecha sobre el muslo―. ¿Qué piensas hacer?

Él frunció el ceño en respuesta.

―¿Sobre qué, padre?

―¿Aún piensas casarte?

Charles enarcó la ceja derecha.

―Por supuesto. Mis planes no van a cambiar. Desde luego, no será una boda inmediata, pero espero escoger una fecha muy pronto ¿Por qué? ¿A caso no lo apruebas?

De solo pensarlo se le formó un nudo en el estómago.

―No quiero que me malinterpretes, porque sé cómo suena. Estoy consciente de que Anna proviene de un nivel socioeconómico muy distinto al nuestro y que está acostumbrada a otro tipo de vida. Aun así, se ha vuelto parte de la familia. Entró con tanta naturalidad, como si hubiese pertenecido a ella desde siempre. La apruebo completamente, pero...

―Es sobre el protocolo, ¿cierto?

―No necesito una dama educada y elegante como nuera, pero como rey debo hacer valer el protocolo. Fue necesario antes de casarme con tu madre, así como con Tessie. Siempre me ha parecido como una exigencia, ¿pero qué puedo hacer?

―Quieres que Anna tome las mismas lecciones que Tessie.

El rey suspiró.

―He tratado con asuntos que, a medida que los voy estudiando, se complican, pero explicarle esto a mi hijo es un poco...difícil.

Charles sonrió burlonamente.

―Está bien. Ya hablé de esto con Anna. Ya estaba enterada.

―La verdad no me sorprende. Es una mujer muy inteligente.

―Lo es.

―Nosotros también habíamos hablado sobre esto, en su cumpleaños.

―Lo recuerdo.

―Solo quería saber si, después de todo lo sucedido, los planes de boda seguían en pie.

―Ella no me ha devuelto el anillo, y como yo no pienso pedírselo, sí, los planes continúan siendo los mismos.

―En tal caso, Anna debería comenzar con sus lecciones muy pronto. La verdad es que hay muchas cosas que me gustaría hablar contigo.

―Te escucho.

El rey sonrió.

―Puede esperar. Por ahora, me preocupa más tu salud que tu estado civil.

―Puede decirse que ambos muestran un futuro prometedor.

El rey agitó la cabeza, divertido.

―Deberías descansar, Charles. De otra forma tu herida nunca mejorará.

―Lo haré, te prometo que lo haré. Quisiera que tú también te cuidaras. Ve a Westminster. Asiste a tu cita.

―La cancelé. Iré la próxima semana.

―Pero, padre, por favor...

―Está bien, Charles. Hice una consulta telefónica con Gibert. Tomo mis medicamentos tal como lo ordenó, llevo una dieta balanceada, duermo bien. La cita médica puede esperar unos días más.

―Padre, no la canceles por mí. Mi salud está bien. Solo debo descansar. Te prometo que lo haré.

―Lo sé.

―¿Entonces? ¿Irás?

―La próxima semana. No es tan urgente, es mero seguimiento. En tal caso, podría pedirle que venga y ya.

Charles suspiró, dándose por vencido.

―Eres un hombre muy terco ―masculló.

―En tal caso, ya sabes de donde lo heredaste.

―No me queda la menor duda.

El rey soltó una carcajada.

―Charles, me gustaría que fueras tú quien le hablara a Anna sobre el protocolo. No me gustaría que tuviese la impresión de que estoy en contra de su matrimonio. Además, pienso que se sentirá más cómoda contigo.

―No creo que lo piense, pero está bien.

Ambos voltearon hacia la puerta al escuchar los golpeteos.

―Pase ―pidió Charles.

La puerta se abrió, y Anna junto al médico entraron a la habitación.

―Me lo encontré en el otro pasillo y quiere revisarte ―le explicó ella.

Charles asintió.

El médico tardó unos minutos en revisarlo, y para cuando finalizó, su primera orden fue que se recostara. El rey estuvo allí hasta la noche, cuando el horario de visita terminó.

Anna se aseguró de que él estuviese bien cubierto antes de lanzarse sobre el pequeño sofá. Charles acomodó la cabeza de lado para poder mirarla.

―No te quedarás a dormir ahí, ¿cierto?

Anna subió las piernas al sillón.

―¿Qué tiene? He dormido en sitios peores.

―Tienes una habitación de hotel a tu nombre.

―No me gustan los hoteles.

―¿Ha cuantos has ido?

―Pues a uno. En el que me he quedado hace unos días.

―Entonces no te gusta ese hotel.

―No me gusta dormir sola.

―Pero dormías sola antes de conocernos.

―Bueno, no me gusta dormir sin ti. Me acostumbré a dormir contigo, y, pues...

―Entonces duerme conmigo.

―¿Tú por qué crees que me quedé contigo?

―No. Duerme aquí, en la cama.

Ella sonrió un poco.

―No puedo, es tu cama. Quiero que estés cómodo.

―Siempre he sentido la cama más cómoda cuando duermes conmigo.

―Charles, no. Además, te puedo lastimar.

Él tanteó el espacio vacío de la cama con su mano izquierda.

―Ven, la cama es bastante amplia para ambos. Si duermes de este lado, no me puedes lastimar.

Anna lo pensó un poco, pero al final agitó la cabeza.

―Mejor no.

―Si no duermes en la cama conmigo, entonces me quedaré despierto.

Despegó los labios un poco, pero nunca habló. Lo miró, y sintió ese cosquilleo en el pecho que la incitaba a aceptar.

―Bueno... ―musitó, no muy segura.

Se quitó los tacones y los dejó junto a la cama. La rodeó y, con cuidado, se subió a ella. Movió su mano temblorosa hasta descansarla sobre su pecho.

―Tu médico me va a regañar ―musitó ella.

Anna sintió como la mano de él se acomodaba en torno a su cintura. La trajo hacia él con un poco de dificultad.

―Hombre, te vas a lastimar ―puso los ojos en blanco―. Te dije que es mala idea.

―Acomódate.

―Charles, no me molesta dormir en el sillón. Si supieras lo incómodo que era la cama de una prisión, y aun así sobreviví un año.

―Bueno, mi amor, mientras pueda, dormirás cómodamente.

Ella torció un poco la boca.

―Anna, si te acuestas de una vez, me podré dormir ¿No querías que descansara?

Lo miró, y después de resistirse unos segundos más, acomodó la cabeza sobre su pecho. Anna cerró los ojos y se concentró en los latidos de su corazón. Sonrió mientras disfrutaba de su melodía favorita.

―¿Recuerdas mi fiesta de cumpleaños? ―le dijo ella―. Dijiste que tenía un boleto de cortesía y que podía pedirte lo que fuera.

Lo escuchó reírse.

―¿Lo cobrarás ahora que estoy convaleciente?

―Sí. Lo único que quiero es que te recuperes. No me interesa nada más ―le dejó un beso en el pecho―. Ahora tienes una obligación de hacerlo o te demandaré por anuncios engañosos.

Charles acomodó su brazo sobre su cintura, y una vez que se dio cuenta de que ella se había quedado dormida, cerró los ojos y durmió también.

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