Capítulo 45 | Borrador SP
Él estaba de pie, cerca, tan cerca que podía sentir elgolpe de su respiración contra su rostro. Su bellísimo par de ojos azules parecían un mar embravecido, y en ese momento se sintió como un pequeño bote que estaba a punto de hundirse.
―¿Por qué me lo ocultaste? ―demandó él.
Cameron apareció entre las sombras sin darle tiempo a entregarle una respuesta. Se detuvo a pocos centímetros de Charles y, mientras exponía una sonrisa de loco, descansó la mano izquierda sobre el hombro de su primo.
―Sí, Anna ¿Por qué no le dijiste? ―Cameron se acercó, y ella retrocedió la misma cantidad de pasos.
Anna enfocó su atención en Charles.
―No quería preocuparte.
―¿Y por qué no le has contado sobre mí? ―era Carter que, en un parpadeo, estaba de pie junto a Charles.
Anna sintió la tensión acumularse en su cuello.
―Aún no estabas bien y no quería que te alteraras.
―¿Y qué hay de mí?
Los ojos de Anna se abrieron como platos al ver al loco que le había disparado a Charles abandonar las sombras para detenerse junto a Carter. Todo su rostro cubierto por golpes y arañazos.
―¿No quiere la bellísima Mawson que su príncipe sepa que su princesa es una asesina?
―¡No lo soy! ―gritó, cubriéndose los oídos con las manos.
―Si no lo eres, ¿por qué ocultarlo? ―la expresión helada en el rostro de Charles la estremeció.
¿Pensaba él...? ¿Creía él..?
―Me has estado mintiendo todo este tiempo. Mientras estaba en cuidados intensivos, tú te veías con él, ¿no es así?
―¡No!
Aún con aquella expresión gélida, Charles comenzó a retroceder a grandes pasos, alejándose de ella.
―Arriesgué mi vida por ti, ¡y tú me lo agradeces con mentiras!
―No es así ―estiró los brazos hacia él, como si con aquello pudiese detenerlo―. ¡Charles, no me dejes, por favor!
―Es lo mínimo que te mereces.
Un estremecimiento la recorrió al verlo desaparecer en las sombras. La sensación del pánico constante se incrementó a medida que los tres hombres se le acercaban, con la maldad reflejada en sus ojos y la locura en sus bocas.
Charles la había dejado con ellos para que la lastimaran, quizá de la misma forma en que sus mentiras lo habían lastimado a él.
Una capa de sudor cubría su piel cuando se despertó de golpe, agitándose y jadeando sobre la cama del hotel. Tenía los brazos temblorosos estirados hacia adelante, como si intentase evitar que alguna persona se le acercara. Una vez que comprendió que estaba sola, los dejó caer sobre sus piernas y, abriendo la boca, respiró profundo para calmarse.
Llevó ambas manos hasta sus mejillas y las descubrió calientes, un efecto secundario de la pesadilla, producto del estrés acumulado de los últimos días. Después de todo, habían pasado seis días desde la operación de Charles y aún no reunía el valor para contarle todo el incidente con el loco que le disparó, el golpe que le propinó Cameron y el nuevo disparate en la vida de Carter.
Se quedaba con él todas las noches, aunque le protestara y le gruñera porque pasaba la mayor parte de la noche despierta. Temía que, al cerrar los ojos, algún loco intentara lastimarla o lastimarlo a él. Ni siquiera el montón de guardias frente a la puerta podían calmarla.
Tessie la abordó la noche anterior y le exigió, con su dulzura y candidez, que se tomara la noche libre para descansar en el hotel. Ella se quedaría. Por supuesto, objetó hasta el cansancio aquella decisión, pero al final tuvo que darse por vencida.
Zowie finalmente la llamó. La puso al tanto de su pequeña aventura en la casi hora y media que estuvieron al teléfono. Ella y Peete salieron muy temprano el día que Charles y Anna se macharon rumbo a sus pequeñas vacaciones para que pudiera realizarse una prueba. Sospechaba que estaba embarazada y, cerca de las diez de la mañana al siguiente día, tuvo los resultados en las manos. La prueba era positiva. Así que decidieron visitar a los padres de Zowie para darles la noticia y pedirles, al fin, su mano en matrimonio. Regresaron a Westminster dos días después del disparo de Charles. Una vez llamaron para informar que ambos irían hacia el pueblo, Anna les pidió que no lo hicieran. Que si ayudar eran sus intenciones, que permanecieran en London Dry cuidando de los cachorritos.
―¿Pero estás segura? ―gruñó Zowie al teléfono―. No, tú no lo estás ¡Y por supuesto que iremos! ¡Dios mío! Nos vamos unos pocos días y ocurre algo así ¿Cómo es esto posible? Peete, ¡tráeme un poco de agua! ¡Pero ya!
Anna puso los ojos en blanco.
―Zowie, ya no puedes andar alterándote, ¿lo olvidas?
―¡No es fácil estar calmada cuando hablo contigo! Al menos dime que no estás herida. Carajo, Anna ¡Dime!
―¡No me grites! ―suspiró―. No, no estoy herida. Estoy bien.
―¿Y el príncipe? Aparte de herido, por supuesto.
―Está mejor de lo que pensé, la verdad.
Zowie aguardó unos segundos en silencio.
―Anna, eres mi mejor amiga. Mi hermana, en realidad. Sabes que no tengo hermanos, y tú...eres como una...
A Anna le pareció oírla gimotear.
―No hemos hablado últimamente como lo hacíamos antes. No me malinterpretes, no es una queja ―respiró profundo―. Tal vez una pequeña, pero no te había dicho nada porque estoy muy feliz por ti. Mereces un hombre bueno que te haga feliz, y él, a pesar de todas las complicaciones, no solo por lo que ha estado ocurriendo sino también por todo lo que representa ser novia de un príncipe, lo hace y para mi mejor amiga deseo lo mejor. Es solo que, bueno... ahora tendré un bebé, y voy a necesitarte. Juro que si me tengo que debatir a duelo de espadas con el príncipe, lo haré.
Anna dejó escapar una risita.
―Lo siento, Zo. Tienes razón. No hemos compartido tanto como solíamos hacerlo. Sueno como la típica perra que no les habla a sus amigas por culpa de un hombre.
―En tu defensa, es un hombre muy sexy.
―Exacto. Demasiada tentación para alguien que llevaba cinco años de abstinencia.
―Sobre todo si es una amargada gruñona.
―¡No lo soy!
―Eres menos gruñona y amargada desde que se acabó tu sequía.
Ambas comenzaron a reír.
―¿Segura que no quieres que vaya? Podemos dejar a los cachorros en algún lugar seguro...
―No quiero dejar a mis hijos con extraños. Ya es bastante malo que me olvidara de ellos desde que ocurrió todo eso del disparo.
―Bueno, está bien. Pero tienes que llamarme, ¿me oíste? Llámame, carajo.
―Oh, Zowie ―musitó, sorprendida por sus palabras―. ¿Dónde quedó la damita de Disney?
―Bueno, es que, según mis padres, el cómo procedí con Peete me aleja mucho de la conducta propia de una mujer decente. Así que al diablo. Tantos años evitando las groserías para nada.
―Pero no lo entiendo. Todo este tiempo vivías conmigo, hasta hace muy poco que vivías con él y después en London Dry. Además, Peete ha sido como el novio perfecto.
―Es el novio perfecto ―la corrigió su amiga.
―No, es parecido, porque el novio perfecto es el mío.
―Te conseguiste al novio hace tres meses. El mío me ha durado años. Peete es el novio perfecto.
―Que no. Charles lo es.
Anna escuchó la voz de Peete susurrar al otro lado de la línea.
―La cena ya está lista, pequeña.
―Ya voy, novio perfecto.
Anna sonrió, porque sabía que había dicho aquello para que ella la escuchara.
Minutos más tarde, la llamada finalizó. Tomó una ducha caliente y se echó sobre la cama para dormir. No había abierto los ojos hasta que las pesadillas nublaron su mente.
―Es el estrés ―musitó, mientras pegaba las piernas a su cuerpo y las abrazaba.
Para ella, la recuperación de Charles era lo más importante, aun cuando ocultarle todas aquellas verdades la hacía sentirse la peor novia del mundo. Odiaba esa sensación que arropaba a su cuerpo cada vez que lo miraba fijamente a los ojos, ajeno a todas aquellas mentiras.
Temía contarle, debía admitir, porque ya lo había visto enfurecido y no era agradable. Parecía capaz de cualquier cosa, de olvidar la herida de bala y arrasar con el mundo a golpes. Lo único que deseaba era su total recuperación, y saber que Cameron la había golpeado lo enloquecería.
¿Y qué podría pensar de Carter? Sabía que Charles confiaba en ella, pero aun así no dejaba de preocuparle cual sería su reacción. Después de todo, Carter fue su primer novio en la vida, y la mayoría de los hombres tendían a recelar aquello.
Gray aún no había obtenido información del loco que le disparó a Charles, tampoco del otro hombre. De lo único que parecía estar seguro es que, desde un principio, todo se había tratado de lastimarla a ella y no a Charles, teoría que sirvió como base los últimos días para establecer planes de seguridad. Ahora pasaba la mayor parte del día en el hospital y ella, sin importar a donde fuera, iba acompañada por dos hermanos policías con un acento muy particular.
Estiró un poco el cuerpo y, casi de inmediato, un golpe de cansancio la devolvió a la cama. Abrió la boca y bostezó. Comenzó a parpadear, y cada vez se le hacía más difícil mantener los ojos abiertos.
Se levantó de la cama mientras soltaba gruñidos como un animal furioso. Decidida a apartarse de la dulce tentación de la cama, se levantó de la misma y rebuscó en la maleta algo de ropa antes de dirigirse al baño.
Necesitaba una buena ducha o jamás despertaría.
―¿Pero está bien, no es cierto? ―Charles observó a Tessie mientras movía el carrito de comida hacia una esquina―. Lo vi muy cansado anoche ¿Está durmiendo bien?
―Está cansado, ciertamente ―asintió ella, deteniéndose junto a la cama―. Ha estado de aquí para allá los últimos días. Sabes cómo es tu padre.
―Lo sé, pero antes estaba más tranquilo. Que esté así como lo describes es responsabilidad mía.
―No, cariño. Este tipo de situaciones no pueden prevenirse.
―Tessie, ¿se está tomando los medicamentos?
―Por supuesto. Siempre estoy muy atenta a ello.
―Tiene que ir al médico la próxima semana. Pídele que se regrese a Westminster. No debería andar en tantos bretes. Necesita estar tranquilo y descansado.
―Pareciera que no conoces a tu padre. Él no se irá sin ti.
―Tienes razón ¿Puedes llamar al médico? No tiene sentido permanecer más tiempo en el hospital.
Tessie lo miró fijo.
―¿De verdad?
Charles detectó una chispa de reproche en su voz.
―¿Qué? ―inquirió él.
―Niño, tu herida sigue abierta.
―No es problema. El médico dijo de todos modos que revisará si ya es posible realizar una sutura. No me hace feliz lidiar con agujas, pero...
―Saldrás de aquí cuando el médico me confirme que no existe algún riesgo y para ello requeriré de todo tu expediente médico.
―Tessie, una cosa así puede tardar días. Mi padre no regresará a Westminster a menos que yo lo haga también. De ninguna manera faltará a su cita.
Ella descansó la mano izquierda sobre su mano derecha, exponiéndole una cálida sonrisa.
―Mira, cariño, te entiendo. Estás preocupado por tu padre, pero no olvides que él está acostumbrado a lidiar con situaciones estresantes.
―Pero el tumor...
―Lo sé. Me estoy encargando de todo. No dejo que se le pase una cita ni que olvide un medicamento. No le permitiría lidiar con lo que pudiese afectarlo. Pedirle que permanezca en el hotel y que no se preocupe por ti es imposible. Quizá aún no lo entiendas, pero cuando seas padre comprenderás por qué Edward no suelta nunca las riendas del caballo cuando se trata de ti.
―De todos modos, si no me han dado el alta a tiempo para su cita, arrástralo fuera del pueblo y llévalo de vuelta a Westminster.
―Edward quería trasladarte a Saint Marie.
―¿Y por qué no lo hizo?
―Porque es un viaje de dos horas y pensó que sería agotador para ti.
―No, no... Me parece una excelente idea ¿Podrías ir por el médico?
Tessie lo miró con un gesto burlón.
―Los dos son tan parecidos ¿Cómo es que ninguno se da cuenta de ello? Te pareces mucho a tu madre, es cierto, pero tienes tantas cosas de Edward.
Él respondió al cumplido con una sonrisilla tímida. Nunca le había demostrado a esa mujer el gran cariño que le tenía. Nadie jamás podría reemplazar el lugar de su madre, pero Tessie era cálida, dulce y firme como una. Desde que se casó con su padre, lo cuidó como si de su propio hijo se tratase.
―Tessie... ―musitó su nombre con la voz pequeña, tímida.
―Ya voy, niño. Ya lo busco.
―No, no es eso. Es solo que... Tú siempre has sido buena conmigo. No sé cómo es que nunca te lo he dicho, pero eres como una madre para mí... Bueno, perdí a la mía, pero después tú te uniste a nuestra familia y cuidaste de mí. Jamás te he dado las gracias. No tenías que hacerlo. Después de todo, no soy tu hijo...
Aquellas palabras la tomaron por sorpresa. Lo supo cuando notó que su cuerpo permaneció inmóvil y vio que en sus ojos brillaba la primera capa de lágrimas.
―Niño, por Dios ―la voz se le quebró, así que tuvo que aclararse la garganta para volver a hablar―. ¿Yo cuando he pedido tus agradecimientos? Eras un niño tan lindo. Me robaste el corazón desde el momento que te vi.
―¿Así que ahora soy horrible? ―bromeó él.
―Claro que no. Es solo que, en cuestión de un parpadeo, el niño se me fue y tengo delante a un muy apuesto hombre.
―Aun así te quiero, y te agradezco el haber estado siempre para mí.
Tessie sonrió, y él pudo notar una vez más por qué su padre decidió rehacer su vida con ella. Era muy guapa, con su piel trigueña y los ojos oscuros. Además, tenía una sonrisa cariñosa y un tacto amable.
―Sabes que también te quiero, cariño, pero si no voy por el médico ahora mismo me pondré a llorar.
―Bien.
―Solo quiero advertirte que, si el médico se niega a firmar el alta, no dejarás este hospital.
―Tessie, soy mayor de edad, y si quiero firmaré el relevo de...
―Me pregunto qué pensará Anna al respecto.
La expresión en el rostro de él cambió de inmediato.
―Podríamos hablar antes con el médico y después contarle. Es probable que siga dormida.
―No quieres decirle porque sabes que no te dejará salir del hospital antes de tiempo.
―Es capaz de atarme a la cama, y con gruesas cadenas.
―Tal vez no sea tan mala la idea después de todo. Analizaremos nuestras opciones después de hablar con el médico ¿Necesitas algo antes de que me vaya?
―No, Tessie. Gracias.
―Está bien. Ya regreso.
Charles se acomodó en la cama con dificultad mientras la veía abandonar la habitación. Dejó escapar un gruñido al levantar el brazo derecho. La anestesia ya había desaparecido de su cuerpo, y la mayoría del tiempo su brazo y parte de su pecho dolía cada vez que intentaba moverse. En lugar de disminuir, el dolor le parecía que aumentaba.
Apenas pudo tolerarlo la noche anterior. Lo único que podía calmarle el dolor era un líquido transparente que le inyectaban a través del suero, pero lo mantenía soñoliento todo el día, así que lo rechazaba, accediendo solamente cuando el dolor era insoportable.
Aún tenía la herida abierta, lo que tampoco le ayudaba. Seguía un poco inflamada, y esa era la causa del dolor. Mientras no fuese suturada, la herida en sí jamás comenzaría a sanar. El médico ordenó que le recetaran una pequeña bolsa con un antibiótico muy fuerte. Con suerte, la inflamación disminuiría y por fin le realizarían la sutura. La necesitaba ahora más que nunca. No podía permitir que su padre permaneciera en el pueblo y dejara pasar una de sus citas médicas.
Constantes punzadas en la herida lo hacían tensarse. Cerró los ojos y convirtió la boca en una línea para evitar que un quejido de dolor se le escapase. Con movimientos lentos, llevó la mano izquierda hasta posarla sobre su brazo derecho, como si con aquello pudiese reducir el malestar.
Escuchó la puerta abrirse, por lo que sus ojos también lo hicieron. Esperó encontrarse con Tessie acompañada del médico, pero en su lugar se topó con la desagradable sonrisa burlona de su primo.
―Estaba comenzando a creer que habías muerto ―se adentró a la habitación con los brazos cruzados. Tras de él, la pesada puerta de la habitación comenzó a cerrarse lentamente―. Como nadie me permitía verte...
―Es para evitar que tu estupidez me provoque una bacteria ―con un poco de dificultad logró impulsarse hacia adelante. Una vez sentado, sacó las piernas de la cama. Se tragó un gruñido de dolor―. ¿Qué quieres?
―Estoy preocupado por la salud de mi regente.
―Tu regente un demonio ―su voz retumbó en la habitación como el eco de un rayo que golpea el suelo―. Sé que has venido por algo. Termina con el estúpido balbuceo protocolario.
La sonrisa burlona de Cameron se ensanchó considerablemente, como si alterarlo fuera su plan original.
En definitiva, estaba dando resultado.
―Hay un pequeño detalle que me parece interesante.
Charles puso los ojos en blanco, preparándose para escuchar más de sus tonterías.
―¿Dónde está la flamante dama de compañía de la que tanto presumes?
―Cameron, haciendo uso de toda mi maldita paciencia, que tratándose de ti no es mucha, te pediré que cuides las palabras que utilizas para referirte a mi futura esposa.
―Cierto, tu futura esposa. Casi olvido que estás próximo a darle un título.
―Ya te he dado una advertencia. No lo haré una segunda vez.
―Vamos, tranquilo. No hay necesidad de ser descortés. Solo he venido porque estaba preocupado por tu salud.
―No, has venido porque esperabas encontrarme en un estado mucho peor, ¿no es así? Quizá incluso muerto. Después de todo, cualquiera de esas opciones te acercaría un poco más a la corona.
―Siempre he estado cerca de la corona, incluso a pesar de tu pequeña aventura como regente. Te explicaré el porqué, así quizá entiendas dónde estás fallando.
Cameron se acercó un poco a él, manteniendo los brazos cruzados y la sonrisa burlona, gesto que le recordaba las muchas veces que de niño solía competir en su contra por obtener lo que le pertenecía. Actitud que, muchos años más tarde, su primo mantenía.
―Al igual que a ti, me gusta salir en las noches a divertirme y encontrar una conquista pasajera, pero yo sí cuido mis pasos. Jamás he estado involucrado en ningún escándalo o me han visto entrar o salir de un hotel en compañía.
―Probablemente porque no la tienes.
―La tengo, te lo aseguro ―asintió―Me ando con cuidado que es distinto. Baso mi vida en el riguroso protocolo que tanto aman los británicos. Nadie quiere a un mujeriego irresponsable como rey.
―¿En serio? ¿Es lo mejor que tienes para insultarme? ―alzó la vista y puso los ojos en blanco―. Ni siquiera sé por qué te escucho, y dado que tu visita me está provocando una irritación espiritual a niveles descomunales, te pediré que te retires.
―¿Pero qué hay de tus modales? ¿No me agradeces la molestia por venir a visitarte? ¿O agradecerme que me preocupase por ti?
―Cameron, si has venido a decirme algo, solo hazlo, así podemos terminar con esta estupidez de una vez.
―¿Qué? ¿A caso quieres que me retire antes de que tu prometida, la ex presidiaria a la que has convertido en tu concubina, llegue hasta aquí?
Charles respiró profundo para calmarse.
―Concubina con la que quieres acostarte ―gruñó―. No soy estúpido, y tú no eres precisamente un hombre discreto. Lo has dejado saber con la manera en que la miras. No sé por qué, pero siempre has querido lo que yo tengo, y eso, al parecer, también incluye a Anna.
Cameron torció la boca, como si aquello lo hubiese molestado. Entonces, la mueca se convirtió en una sonrisa cruel que le ayudó a Charles a confirmar qué estaba haciendo su primo allí.
Quería sacarlo de sus casillas.
―Al menos tengo algo que tú no, querido primo. Siempre tendré algo que tú no.
Charles suspiró.
―¿Estupidez?
―Una madre.
Las palabras se transformaron en un cuchillo que le atravesó el pecho. Lo dejó sin aire, y mientras meditaba si en realidad había dicho aquello, cerró los puños con fuerza. La presión ejercida con su mano izquierda saltó directo a la herida, haciéndola doler.
―Mi madre murió porque estaba enferma ―masculló con rabia―. La perdí porque ninguno tuvo otra opción, pero la tuya sí la tuvo y decidió abandonarte. Cuando lo hizo, intenté que esta estúpida enemistad terminara porque sabía lo duro que era perder una madre. Fuiste tú quien nunca quiso que hiciéramos las paces ¿Y ahora intentas lastimarme con ese truco barato? Al menos mi madre me amaba.
La sonrisa de triunfo jamás se esfumó del rostro de Cameron, sino que contrariamente, parecía que había logrado lo que tanto deseaba. Después de todo, a él ya no le importaba su madre. Haberlo dejado mató el amor que sentía por ella.
―Es cierto, la mujer me abandonó, pero al menos la tengo. Si lo deseara, podría buscarla e iniciar de nuevo. Temo que no puedes hacer lo mismo, así como tampoco puedes limpiar todos los desastres que marcan tu mala reputación.
―Ya lo entendí, maldita sea. Quieres la corona. Siempre has querido la corona.
―La quiero y la tendré, porque eres el peor heredero al trono que ha tenido Reino Unido. La gran decepción después de un gran rey.
―¿Ahora catalogas a mi padre como un buen rey? Porque no recuerdo que dijeras lo mismo cuando éramos niños.
―Cualquier desastre es un buen rey comparado contigo, primo.
Cansado de escucharlo, golpeó la cama con el puño y se levantó de golpe, ignorando el dolor que el movimiento brusco le provocó en la herida.
―Vienes aquí a insultarme y a insultar a mi familia ¿Piensas que me quedaré mirándote sin decir nada al respecto? Al hombre que llamas desastre es mi padre, un hombre que siempre te ha querido y ha intentado por todos los medios que resolviéramos nuestros problemas porque eso es lo que hace la familia. Te guste o no, aprenderás a respetarlo, porque muy a tu pesar es un excelente rey. No importa lo que hagas, Cameron, no le llegas ni le llegarás a los talones.
El aludido se cruzó de brazos.
―Así que ahora defiendes al padre con el que siempre discutes.
―Cameron, ya es suficiente. Lárgate.
―Veo que no te gusta oír la verdad, porque todos lo saben. Todos saben que eres un irresponsable que discute diariamente con su padre y que, para adornar el pastel con una cereza podrida, está liado con una delincuente.
―Anna no es una delincuente.
―No es lo que su historial delictivo nos dice.
Charles se limitó a mirarlo, conteniendo con mucha dificultad la furia que sus palabras le provocaban. No podía darse el lujo de cometer una estupidez y lastimar aún más la herida. Necesitaba irse del hospital lo más pronto posible para que su padre pudiera regresar a Westminster.
―Has venido a hablar tonterías ―masculló entre dientes―. Lárgate en este mismo instante o llamaré a los guardias.
―¿Por qué no esperamos a que llegue tu concubina?
―¡MALDITA SEA, CAMERON! ―respiró pesadamente, con la furia cada vez más difícil de contener―. ¡DEJA DE LLAMARLA ASÍ!
Cameron entrecerró los ojos antes de sonreír.
―Oh, ya veo. Estás molesto por lo del golpe.
Charles frunció el ceño, confundido, mientras meditaba el significado de sus palabras.
―No has podido lanzarme un golpe en años. No te he dado la oportunidad de devolvérmelo.
Había un placer oculto en la sonrisa de su primo que le hizo comprender casi de inmediato que se trataba de otra cosa.
Entonces, la respuesta al interrogante que aún no se había formulado acudió a su mente con la fuerza de un huracán.
―Fuiste tú quien la golpeó ―masculló entre dientes.
La furia en su interior se elevó como una llama después de avivar el fuego.
―Vamos, que no es tan grave. Si no me hubiese provocado...
Ignorando las punzadas de dolor en su brazo, avanzó con pasos agigantados hasta él. Una capa oscura nubló su razón, quizá porque todas sus palabras habían calado muy profundo hasta hacer una grieta irreparable en su paciencia, o porque su propósito de hacerlo enfadar hasta enloquecer había sido cumplido. Sin importar el motivo, se encontró a sí mismo asestándole un golpe en el rostro con la mano izquierda. La sensación tuvo un particular sabor acre que, aunque desagradable, también le resultó muy placentero.
El primer golpe lo hizo tambalear, pero el segundo consiguió enviarlo directamente al suelo. El tercero no lastimó a nadie, salvo a sí mismo, pero ignoró el dolor hasta que su mano izquierda sintió el agotamiento de los golpes.
Cuando la capa oscura se desintegró, Cameron estaba tirado en el suelo con la boca y parte de la garganta cubierta de sangre. Miró su mano izquierda manchada con su sangre.
Nunca había perdido tanto el control, y sobre todo nunca antes había golpeado a una persona hasta que sus músculos cansados pidieran detenerse.
Marchó hacia atrás hasta golpear la cama con la corva. Respiró profundamente, y todo el dolor que había estado ignorando despertó. El olor metálico de la sangre lo mareó un poco.
No solo tenía sangre en la mano. Su herida también sangraba.
Un vórtice de luces se formó delante de él. Le temblaron las piernas, y aunque intentó sostenerse de la cama, tambaleó y cayó, perdiendo la conciencia en el instante que su cabeza golpeó el suelo.
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