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Capítulo 40 | Borrador SP

Las luces del pasillo parpadeaban ¿O era sólo su imaginación? Era muy posible, porque desde hacía casi veinte minutos escuchaba murmullos, y era la única persona en el pasillo.

¿Cómo había llegado hasta allí? Estaba muy lejos de la sala de espera, lejos de cirugía, donde el amor de su vida llevaba cuatro horas en una sala de operaciones luchando por su vida.

Se llevó ambas manos al pecho al sentir una fuerte punzada. Su mente se desconcentró de la tarea que se le había ordenado y sin darle tiempo a prepararse, la envió de vuelta a la carretera donde su peor pesadilla había comenzado.

A pesar de su miedo y su desesperación, Anna se las arregló para colocarle la cabeza en las piernas y mantenerlo despierto sin importar cuantas veces estuvo a punto de quedarse dormido.

―Juro por Dios que, si te duermes, me conocerás realmente enojada. Tú, amigo, no has visto nada aún.

Los labios de Charles se curvearon lentamente.

―L-Lo...

―No hables, ¿quieres? Obedece las reglas. Callado, pero despierto ―se mordió los labios para no echarse a llorar. Bajó un poco la cabeza y le depositó un beso en el pelo―. No me dejes. Aguanta un poco.

La ambulancia llegó diez minutos más tarde, y a pesar de sus intentos, cuando bajó la cabeza para darle la noticia, él ya había cerrado los ojos.

Un espantoso escalofrío la hizo temblar. Se frotó los brazos desnudos mientras continuaba su lucha silenciosa para evitar el llanto. No tenía tiempo para lloriqueos. Debía mantenerse centrada y con la cabeza fría, aun cuando el deseo por gritar y golpear todo a su paso se hacía cada vez más fuerte. Concentrarse en su dolor no iba a ayudarla, ni a ella ni a Charles.

La rabia. Se apoyaría en su rabia, en su instinto, en su más profundo y anhelado deseo.

Acabar con el hijo de perra que inició esa pesadilla.

Por él.

Por ella.

Por un futuro juntos.

Y lo haría sin importar el costo.

Se levantó del incómodo asiento y respiró profundamente. Avanzó por el vacío pasillo, trayendo consigo su dolor vestido de rabia, dejando atrás a la Anna gentil que todos conocían.

Ellos despertaron a un demonio. Más les valía estar preparados para el infierno.

El sonido de sus tacones resonó con firmeza. Aún llevaba puesto aquel largo vestido rojo, ahora manchado por tierra y sangre. Cerró las manos en puños y se concentró en su agitada respiración. Tenía claro lo que haría y tenía la fuerza y la voluntad para hacerlo. Lo que restaba era confiar en que su rabia la mantendría en pie.

Se detuvo al encontrar la puerta custodiada por dos oficiales de la policía. Tras ella se encontraba ese hombre, ese monstruo...esa bestia. El golpeteo de la rabia despertó su anhelo por gritar, pero también despertó una horrible sensación en ella que no había sentido jamás. Tan fuerte y tan horrible que se incrustó en sus huesos y en su alma como ponzoña.

Quería matarlo.

Podría matarlo.

Y aunque le esperaría una eternidad en el infierno, su alma lo disfrutaría.

―¿Terminó Gray con el interrogatorio? ―inquirió casi gruñendo una amenaza.

No aceptaría un no como respuesta.

―Dijo que volvería a intentarlo más tarde ―respondió el hombre de la derecha.

Más tarde... Así que no había podido sacarle ninguna información.

―Quiero hablar con él ―demandó.

―No es posible. Gray dijo que...

―He dicho que quiero hablar con él.

Ambos intercambiaron una rápida mirada. Después, simplemente se apartaron.

Anna respiró profundo, preparándose para la batalla.

Tomó el picaporte y lo empujó hacia abajo. Cuando la puerta se abrió, los ojos de loco se posaron en ella. Estaba sentado en la cama, usando una bata de hospital. La mano derecha se hallaba esposada al barandal. Un grueso vendaje le envolvía la herida de bala en el muslo izquierdo y otro más delgado la herida que le había dejado ella con el tacón en la pierna derecha.

Él le sonrió, y aquello aumentó el incendio en su interior.

―No te ves muy bien, bellísima Quick-Fire.

Encendida en furia, cerró la puerta con fuerza y la réplica del azote resonó por la habitación.

―¿Ya eres la hermosa viuda del príncipe?

―Dime exactamente que pretendías con el secuestro ―demandó mientras avanzaba hacia él.

La sonrisa de loco se intensificó.

―No le está yendo muy bien a tu novio, ¿no es así?

―¿Fuiste tú, no es cierto? El que intentó matarme.

―Nena, si el policía no pudo hacerme hablar, ¿qué te hace pensar que lo harás tú?

―Porque él tiene una ética y unas leyes que obedecer y respetar ¿Yo?

Dio un paso más hasta que lo tuvo lo suficientemente cerca para asestarle un golpe en la herida. Un placer malvado la invadió al escucharlo gritar.

―Yo solo soy la novia cabreada del hombre al que le disparaste.

Lo vio presionarse la herida con la mano libre.

―¡Hija de perra! ―gritó, con el rostro descomprimido por el dolor.

Anna retrocedió para mantener una distancia segura. Se cruzó de brazos y lo miró a los ojos.

―Responde ¿Por qué el secuestro? ¿Y por qué intentaste matarme?

―¡Debí rebanarte la garganta cuando te encontré inconsciente en el hospital, perra!

―¡Debiste haberme disparado a mí, no a él! ―gritó en respuesta―. Debiste haberme matado, porque te haré pagar por lo que hiciste. Heriste al hombre que amo. No sabes lo que una mujer furiosa es capaz de hacer. Juro que no te alcanzarán los días para arrepentirte.

Él tiró de su mano esposada en vano. A pesar del dolor, el loco se las ingenió para sonreír.

―No, bellísima Quick-Fire. Nunca me arrepentiré, esa es la verdad, y en todo caso, al menos tendré mucho más tiempo que tu novio.

Aquellas palabras la desquiciaron por completo. No podía soportar la satisfacción en sus ojos por todo el daño causado. Su respiración comenzó a agitarse por la rabia.

¿Por qué aquel destino tan injusto? Él, un monstruo, delante de ella con nada más que unas pocas heridas sin importancia, mientras el hombre que amaba luchaba en un quirófano por sobrevivir.

¿Por qué debía ser él y no ella?

Ese monstruo, esa bestia.

No merecía vivir.

No podía vivir.

Lo que hizo después parecía el borrón en blanco y negro de una película antigua, algo que no pudo reconocer. Alguien que no pudo reconocer.

Le asestó un golpe en la boca con tanta fuerza que pudo escuchar sus huesos crujir. Una vocecilla le ordenó que no se detuviera, que lo lastimara, que lo hiciera sufrir, que le rompiera los huesos.

Que lo matara.

Sin embargo, descubrió que su cuerpo se alejaba de él, y que un par de brazos desconocidos la aprisionaron de tal forma que le costó moverse sin importar cuánto forcejeara.

Gray pasó por su lado hasta llegar a la bestia. Parecía asegurarse de que estuviese bien.

Aquello desató aún más su furia.

―¿Cómo puedes procurar que esté bien? ―le gritó mientras mantenía el forcejeo con su opresor―. ¡Él le disparó! ¡Le disparó a tu amigo! ¡Charles podría morir por su culpa!

―¿Y matarlo te parece buena idea? ―Gray soltó una maldición―. ¡Perfecto! Porque me muero de ganas por decirle a Charles «Lo siento, pero tu novia psicópata está en prisión» apenas despierte. Supongo que es la mejor noticia que le puedes dar a alguien que acaba de salir de una cirugía.

Anna detuvo el forcejeo.

―¿Ya salió de cirugía?

―Sí, novia psicópata. Te busqué por todas partes. Uno de los policías que vigilan la puerta llamó para decirme que estabas aquí. Pésimos policías si no pudieron notar este desastre. Ya no cuentas con buenos cuerpos policiacos estos días al parecer.

―¡Gray, no me importan los policías! ¿Dónde está Charles? ¿Cómo está?

―Supongo que en cuidados intensivos.

Oh... ¿Aquello qué significa? ¿Estaba bien? ¿O aún estaba en peligro?

―El rey está hablando con el médico ―le informó―. Quiere trasladarlo al Saint Mary. Oh, y tu familia está aquí.

―¿Cuándo llegaron?

―Hace media hora, más o menos.

La sacudió aquella dolorosa oleada de emociones. De repente, un extraño agotamiento le cayó encima. El hombre que la sostenía la soltó. Al voltearse, se topó con un alto hombre de piel bronceada y ojos tan oscuros que parecía que la noche los arropaba.

No tenía la pinta de un inglés.

―Él es Eddie ―habló Gray―. Es un compañero recién integrado.

Eddie le obsequió una cálida sonrisa.

―No sé cómo referirme hacia una princesa.

Anna frunció el ceño.

―No soy una princesa.

―Pero pronto lo será, al menos una consorte. Debería acostumbrarse al título.

Ella lo reprendió con la mirada.

―No tengo tiempo para discutir.

Eddie no se movió ni un centímetro. Gruñendo, ella cerró ambas manos en puños.

―¿Podrías apartarte de la puerta o necesitas que te muestre como hacerlo?

Eddie levantó ambas manos por encima de su cabeza al mismo tiempo que se movía hacia un lado. Al cruzar la puerta, Anna sintió un horrible estremecimiento que le hizo perder el balance por un momento. Alcanzó a apoyarse contra la pared para prevenir una caída.

Fue cuando se percató del estado de sus nudillos. Su respiración se agitó un poco. La sangre de ese hombre estaba sobre su piel ¿Pero qué es lo que había hecho? Perdió tanto el control que deseó matarlo a golpes.

No. Él la elevó a tal nivel que su cuerpo y su mente dejaron de funcionar como uno solo. Entonces, perdió el control de sí misma y, cegada por la ira, deseó que sufriera, tanto o más que el hombre al que no le importó arriesgar su vida para salvar la suya, aunque tuviese que llevarse la de él como venganza.

El dolor que había intentado suprimir se expandió por todo su cuerpo de una manera atroz. Le costaba respirar, tanto así que sus piernas no pudieron sostenerla más. Cayó sentada sobre el helado suelo de mármol. Las manos le temblaban. Las cerró en puños para intentar calmarse.

Todo había pasado por su culpa. Ese maldito demente había venido por ella, para llevársela lejos, y Charles no era más que un daño colateral.

Oh, pero dolía más que la idea de saberse lejos de él, porque al menos de esta forma su vida no estuviese corriendo peligro.

Abrió los labios para dejar escapar un gemido de dolor. Ya no era tan fuerte para mantener a raya el dolor, la desesperación o la angustia. Con toda su energía agotada, permaneció en el suelo, dejando que el llanto mojara su rostro, porque tanto dolor y tanta rabia estaban matándola.

Aferró las manos temblorosas a la falda del vestido y tiró de él mientras gritaba. Gritó hasta sentir seca su garganta, hasta que su cabeza comenzó a latirle, hasta sentir la tensión de sus músculos agarrotados. No tenía control de sí misma. Sólo podía llorar y gritar, y entonces tal vez parte de su pena desaparecería.

Gray corrió fuera de la habitación al escuchar los gritos. Los siguió hasta encontrar a Anna en el suelo, tirando de su vestido como si desease destrozarlo. Se arrodilló junto a ella, presionó las manos sobre sus hombros y la sacudió un poco.

―¿Anna? ―la llamó―. ¿Qué sucede? ¡Anna!

Su voz fue opacada por sus gritos. Él no era muy bueno lidiando con este tipo de crisis. Su trabajo le enseñó a ser centrado, sin involucrar sus emociones.

Ella continuó con el llanto y el griterío. Algunas enfermeras y pacientes se asomaron para observar lo que sucedía.

Gray la sacudió con más fuerza y exclamó su nombre.

Anna dejó de gritar.

―Es suficiente ―gruñó él―. Tienes que controlarte. En ese estado no resolverás nada.

―Es...es mi culpa... ―musitó en compañía del llanto.

―No es tu culpa. Tú no lo provocaste.

―Lo lastimaron por mi culpa ―dejó escapar un gruñido de dolor―. Yo le provoqué esto.

―El responsable está retorciéndose de dolor por los golpes que le diste.

―No puedo... ―temblando, llevó ambas manos a su pecho―. Estoy tan enamorada de él. Charles es mi todo y he sido una horrible persona. Jamás le demostré cuánto lo amo, no tanto como lo ha hecho él.

―Entonces deja de llorar, levántate de este piso y empieza justo ahora.

Anna respiró profundo varias veces para calmarse. Gray la ayudó a ponerse de pie. Ordenó a los policías que vigilaran la puerta de la habitación y a Eddie, el hombre que la había sostenido, que se mantuviera junto al sospechoso en todo momento.

Anna quería gritarle que no era un sospechoso sino el culpable, pero ya no le quedaban energías para hablar.

Gray la guio hasta la sala de espera, donde encontró a los Mawson y a la familia de Charles.

Alice fue la primera en percatarse de la presencia de su hermana.

―¡Anna! ―gritó, advirtiendo al resto de la familia.

Los cuatro corrieron en su dirección. Gray se apartó de inmediato como si huyera de una manada de leones.

Anna se abrazó a su madre y esta la acobijó entre sus brazos. Sus hermanos y su padre se unieron al abrazo. El calor de su familia la hizo sentirse mejor.

―¿Estás bien, cariño? ―Valerie la apartó un poco―. ¿Estás herida?

Anna se remojó los labios con la lengua.

―¿Cómo está Charles?

―Sólo sabemos que salió de cirugía y que está estable.

Esa respuesta no fue suficiente. Se apartó de su familia y avanzó hacia el rey, quien hablaba con el médico. Sentía muchísima vergüenza. No sería capaz de mirarlo a los ojos. Debía culparla por lo que le había ocurrido a su hijo.

Despegó los labios, pero nunca pudo pronunciar palabra. Estiró su mano temblorosa y le tocó el hombro. El rey se volteó.

―Anna ―le pidió al médico que les permitiera unos minutos―. ¿Cómo te encuentras?

―Lo lamento tanto ―respondió de inmediato―. Sé que es mi culpa y que es una total falta de respeto que esté frente a usted después de todo lo que ha pasado, pero solo le pido, por favor, que me diga cómo está Charles.

Aunque se le veía agotado, el rey le sonrió.

―Pero, cariño, ¿Cómo esto va a ser culpa tuya?

―Porque era a mí a quien querían lastimar.

―Anna, sólo aceptaré que te adjudiques la culpa si has sido tú quien haló del gatillo.

―No, pero...

―No está bien iniciar una discusión con el rey, cariño ―le acarició la mejilla―. Aunque admitiré que esta noche he dejado la corona en casa. Por lo que, como tu futuro suegro, me corresponde decirte que la operación ha salido muy bien.

Una sonrisa de alivio se dibujó en los labios de Anna. El rey continuó hablando:

―Recibió el disparo en el pecho, pero afortunadamente fue bastante apartado del corazón. Perdió mucha sangre, por lo que le realizaron una transfusión.

―¿Y podemos verlo?

―Temo que por ahora no. Está en cuidados intensivos y está sedado. El médico ha dicho que lo mejor que podemos hacer es permitirle descansar.

―¿Pero el médico está seguro de que todo está bien?

―Tenemos que esperar, Anna. Para mí también es una tortura, pero es Charles de quien estamos hablando. Se pondrá muy bien.

Anna, que no había parado de llorar, se abrazó al rey para buscar consuelo. Él le correspondió el gesto.

―Yo me quedaré para coordinar algunas cosas con el médico, pero tú deberías irte a un hotel y descansar. Ha sido una noche dura.

―No quiero abandonarlo aquí.

―Anna, cariño. Charles estará dormido por muchas horas. No te exijas más de lo que puedes dar. Ve a un hotel, toma una ducha y descansa. Podrás venir en la tarde.

Aunque intentó convencerlo para quedarse ella también, dio por perdida la batalla pocos minutos después. Una limosina respaldada por más de una docena de hombres la llevó a ella y a su familia al hotel más próximo. Las habitaciones ya habían sido reservadas.

A ella le aterraba la idea de dormir sola, así que le pidió a su madre que se quedara.

Después de una larga ducha con agua caliente, dejó el baño vestida con un albornoz. La maleta que había llevado para el viaje estaba en una esquina de la habitación. Vio también la maleta de Charles.

Presionó su pecho con ambas manos ante la punzada de dolor. Valerie se acercó hasta su maleta para buscarle algo de ropa.

―No, mamá... ―llamó―. ¿Podrías, en la otra maleta...? Es la de Charles. Quisiera dormir con una de sus camisas.

Ella hizo lo que le pidió.

Anna se deshizo del albornoz y se enfundó con su camiseta gris. Se arrastró hacia la cama y se acostó en el lado derecho, su lado habitual. Al mirar el lado continuo, sintió un vacío abrumador. Aferró ambas manos a la camiseta e inhaló su olor. Un par de lágrimas se le escaparon.

Valerie se acomodó junto a ella y comenzó a acariciarle el cabello.

―No te angusties, Anna. Él se recuperará mucho más pronto de lo que piensas.

Anna respiró con un poco de dificultad.

―Me acostumbré a dormir con él, mamá. Nunca pensé que podría sentir este vacío ―respiró profundo y después dejó escapar el aire de golpe―. Lo echo mucho de menos y me duele. Hace tan solo unas horas estábamos tan felices con nuestras bromas y discusiones infantiles ¿Cómo es que todo puede cambiar tan de repente?

Anna chilló contra la almohada, aferrándose a la camisa y a su olor.

―No quiero sonar como una niñita, mamá ―se acurrucó en la cama―. ¿Pero podrías abrazarme? ¿Por favor?

―Oh, cariño. Pero si eres mi niñita.

Valerie se acomodó en la cama y la envolvió cariñosamente en sus brazos.

Pensó que le tomaría una eternidad dormirse, pero cuando alzó un poco su rostro, lo que encontró fue una Anna muy dormida.

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