Capítulo 36 | Borrador SP
Los primeros en irse fueron su padre, Tessie y las gemelas. La fiesta culminó dos horas más tarde, y Charles alcanzó a ver en su teléfono que eran las tres de la madrugada antes de quedarse dormido sobre una de las sillas. Al otro lado del salón, Anna se detuvo frente a la mesa de comida para servirse otro poco de la deliciosa carne asada con patatas horneadas.
La voz de Alice le impidió dar el primer mordisco.
―Carnívora, creo que es hora de que lleves a tu prometido a la cama.
No comprendió a que se refería hasta que siguió la mirada de su hermana.
―Oh ―musitó, frunciendo el ceño―. No me percaté del momento en que se quedó dormido.
―Lo habrías hecho si no estuvieras tan concentrada en comer ―Alice la miró fijamente, consciente de que su hermana tenía la vista fija en él―. Quiero hablar contigo.
―¿Y no es lo que hacemos? ―se burló ella, volteando hacia su hermana mayor.
―Pero quiero hablarte de algo serio.
―Bien, te escucho.
Alice meditó las palabras que utilizaría mediante unos segundos de silencio.
―Estoy preocupada ―dijo finalmente―. Yo me conozco tu apetito y todo lo demás, pero aun así se me hace un poco...exagerado ¿No crees?
Anna puso los ojos en blanco.
―Por favor, Alice. Dime que no estás pensando que estoy embarazada.
―¡Razona conmigo! ―chilló y al instante hizo silencio para no llamar la atención―. Tu apetito... Mira, Anna. No es solo el apetito. Dios, escucha. Yo he visto cosas en ti... Yo...
Alice se mantuvo callada durante un instante, permaneciendo de pie frente a ella, mirándola fijo.
―Quiero exponerte mi punto de vista, pero no sé cómo. Siento que las palabras no saldrán nunca de mi boca ―suspiró―. Nana, no estoy preocupada porque puedas estar embarazada, es lo que eso puede significar. Recuerda que hace poco estuviste bajo un tratamiento médico. Eso podría...
―Alice ―ella le obsequió una sonrisa tranquilizadora―. Me hicieron diferentes estudios cuando tuve el accidente. Sucedió lo mismo el día de la gala ¿A caso el médico les dijo que estaba embarazada?
Anna respondió su propia pregunta con un no antes de que ella pudiese hablar.
―Todo tiene una explicación ―continuó―. Mira, no trabajo ni tengo obligaciones de ningún tipo, así que ocupo mi tiempo comiendo. Es todo.
Ella meditó sus propias palabras.
―Qué horror, soy una mantenida ―agitó la cabeza―. Le pediré un empleo a Charles. Dios, qué horrible. Dejé que me convirtiera en una perra mantenida.
Alice la sacudió por el brazo.
―Anna, concéntrate. Esto es importante.
Ella dejó escapar una carcajada.
―Estás preocupándote por nada.
―¿Preocupándome por nada? ¿Qué no te pone los pelos de punta la posibilidad de un embarazo?
―No, porque no lo estoy.
―¿Y cómo estás tan segura?
―Me han hecho tantas pruebas desde el accidente que si lo estuviera ya lo sabríamos. Solo estás paranoica por mi forma de comer.
―No es solo eso. Actúas diferente, y también está lo de las náuseas... Además de los desmayos.
―Las náuseas y los desmayos son síntomas del vértigo, ¿lo olvidas? Todo desde el incidente en la gala.
Anna movió ambas manos para evitar que Alice continuara con sus argumentos sin sentido.
―Ya basta, Alice. Te lo digo en serio. Harás que me vuelva loca si continúas diciéndome lo mismo una y otra vez. Yo no estoy embarazada y fin del tema.
―Deberías tomar lo que te digo un poco más en serio ¿Y si ellos se equivocaron? Pienso que deberías realizarte una prueba de embarazo para estar segura.
―Está bien. Me haré la estúpida prueba para que dejes el tema por el bien de mis nervios.
―Podríamos ir mañana a mediodía.
―No puedo. Charles me llevará a algún lugar. Dijo que sería al finalizar la fiesta, pero está tan cansado que probablemente nos iremos en la mañana.
Alice abrió los ojos tanto como le fue posible.
―¿Pero es que se ha vuelto loco? ―gritó, y su voz recorrió todo el salón.
Anna vio a Charles despertarse y del susto cayó sentado tras tropezar con sus propios pies al intentar ponerse en pie.
―¡Oh, Dios mío! ―chilló Anna. Miró fijamente a su hermana―. ¿Ves lo que hiciste?
Ella se le acercó para ayudarlo a levantarse del suelo. El pobre se veía muy aturdido.
―¿Ha sucedido algo? ―inquirió él.
―No, cariño. Solo es Alice siendo Alice.
―¡Solo Alice siendo Alice! ―vociferó ella mientras se les aceraba―. Te diré por qué Alice está siendo Alice ¿Cómo es que se te ocurre llevar a mi hermana a Dios sabe dónde con todas las cosas que están sucediendo? ¡Esos pequeños descuidos siempre ponen a las personas en peligro!
―Alice ―masculló Anna, advirtiéndole con la mirada que era mejor detenerse en ese instante.
―¡No! ―lo apuntó con el dedo índice―. ¿Qué te piensas? ¿Qué me gusta ver a mi hermana en hospitales? ¿Qué me hace feliz que resulte herida?
―Por favor, Alice. Para.
―¿Cuál es la necesidad de salir? Este lugar tiene de todo y aquí está a salvo.
Anna detuvo a Charles cuando lo descubrió en su mejor disposición de responderle.
―Yo me hago cargo de ella ―musitó Anna cándidamente para tranquilizarlo―. Deberías sentarte. Tienes mal semblante.
―¿Qué puedo decirte? Sé que me duele en algún lugar, pero entre el susto y el golpe, no sé si duele donde me golpeé.
Anna enarcó una ceja.
―Charles, necesitas dormir un poco, porque es obvio que donde recibiste el golpe es donde te duele.
Él levantó un poco la cabeza, fingiéndose ofendido.
―Me iré a la habitación ―anunció.
Se despidió de los Mawson, de Zowie y de Peete antes de abandonar el salón. Anna giró hacia Alice, cruzando los brazos contra su pecho.
―No te lo puedo creer. De verdad, Alice ¿Tenías que hablarle así?
―Pues alguien tenía que hacerle ver que estaba mal.
Abraham avanzó a grandes pasos.
―Tampoco es la manera ―gruñó―. Mira, tú eres mi hermana y te adoro, pero yo en su lugar te habría gritado hasta conseguir que te reventaran los tímpanos.
Alice se cruzó de brazos.
―Oh, ya veo. Te parece bien que él arriesgue la vida de Anna.
La aludida puso los ojos en blanco.
―Él jamás pondría mi vida en riesgo ―masculló, furiosa―. Además, no soy una niña. Soy una mujer adulta que está enojada con tu forma de hablarle a mi prometido.
―Sí, buenísimo que tengas un hombre en tu vida, pero primero que cualquier cosa eres mi hermana menor.
―Una cosa no tiene que ver con la otra. No eres la única a la que le preocupa mi bienestar. Creo que has sido injusta con él.
―¿Yo, injusta? ¿A caso nadie está pensando en lo tonto que es irse bajo estas circunstancias?
―¡ALICE!
La aludida hizo silencio de inmediato como respuesta al grito de furia que emitió su padre.
―Es increíble ¡Eres una mujer adulta y te comportas como una niña! ―él abrió un poco los ojos al ella intentar hablar―. ¡No me respondas! Esta discusión se acabó. La retomaremos en la mañana cuando los ánimos estén menos caldeados.
Las hermanas se miraron fijamente, pero ninguna pronunció palabra alguna.
―Siento que estoy criando a dos niñas de cinco años otra vez ―John suspiró―. Ya es tarde. Me iré a dormir ―señaló a Alice con el dedo índice―. Ve practicando una disculpa, señorita, porque no solo insultaste al prometido de tu hermana, sino también al príncipe de Gales.
John y Valerie abandonaron el salón después de despedirse.
Abraham se interpuso entremedio de sus hermanas para evitar una pelea. Zowie y Peete observaron la escena unos minutos más antes de despedirse también.
Anna no apartó la vista de su hermana ni un segundo, y Alice hizo exactamente lo mismo.
―Bueno ―habló Abraham―. Podemos ir a dormir o puedo dejar que una le arranque los ojos a la otra.
―Me preocupo por ti y resulto ser la villana ―masculló Alice.
―¿La villana? ―Anna puso los ojos en blanco―. No eres la villana, solo eres grosera. No puedo creer que le dijeras todas esas cosas después de lo que ha hecho. Compró esta casa solo para que estuviera segura.
―¿Y te sacará de ella por la misma razón?
―No voy a permanecer encerrada para siempre.
―¡Si eso te mantiene segura pues es lo que deberías hacer!
―¿Y qué te crees que soy, una damisela en apuros?
―Eres el blanco de alguien por Dios sabe que razón. Quizá se trate de alguna persona a quien él hizo enojar.
―Lo estás empeorando ―murmuró Abraham.
Anna se limitó a respirar profundo antes de responderle.
―Estás dejando que tus nervios lo juzguen mal. Yo en tu lugar pensaría muy bien en las palabras que usaste. Es todo lo que voy a decir.
Le depositó un beso en la mejilla a su hermano y después abandonó el salón.
Abraham miró fijo a su hermana.
―Poético, completamente inspirador. Vaya forma tan encantadora que tienes de culminar una fiesta.
Masculló algo que él no pudo comprender antes de marcharse hacia su habitación.
Anna abrió la puerta de su habitación, procurando hacer el menor ruido posible para no despertar a Charles. Ya adentro, la cerró con el mismo cuidado. Lo encontró despierto, sentado en el borde de la cama. Llevaba puesto uno de sus largos pantalones de pijama, y nada más. Levantó el rostro y la miró.
―¿Todo bien con Alice? ―le preguntó.
A Anna se le escapó una sonrisita boba.
―Pensé que estabas durmiendo ―respondió ella.
―Creo que los gritos de Alice asustaron un poco mi sueño ―presionó los codos sobre sus rodillas―. ¿Ya está más tranquila?
―Eso creo. Bueno, no lo sé en realidad. Aún decía estupideces cuando me fui, pero eso es normal en los Mawson. Quizá en la mañana esté mejor.
Anna lo descubrió removiéndose un poco en la cama.
―No tenía planeado esta situación. Supongo que me entusiasmé demasiado y no calculé los daños colaterales.
Anna lo observó en silencio, sin emitir palabra alguna. Caminó por la habitación en busca de su pijama y la crema desmaquilladora. Colocó ambas cosas sobre la cama y prosiguió a deshacerse de la extravagante ropa que llevaba.
―No tomes muy en serio lo que ella dijo. Es Alice, siempre hace esas cosas. Es del tipo de hermanas sobre protectoras.
Suspiró aliviada al quedarse con la ropa interior. Tomó la crema desmaquilladora y se deshizo del maquillaje tan pronto como le fue posible.
―A veces dice cosas por el calor de la discusión, y la mayoría de las veces ni siquiera dice lo que siente en realidad.
―Yo la vi muy segura de lo que decía. Me parece que si expuso lo que en realidad estaba sintiendo.
Anna se detuvo frente a él, y Charles cedió a la tentación de inmediato. Recorrió su cuerpo con la mirada, deteniéndose en varias ocasiones en los abultados pechos, cortesía del ajustado sujetador de encaje blanco.
―Dios bendiga el encaje ―susurró él mientras sonreía.
Ella dejó escapar una risita.
―Es uno de los modelitos translúcidos que mandaste a comprar para mí.
―Yo solo pedí lencería cómoda para ti.
Anna levantó ambas cejas.
―De acuerdo. Pude haber pedido un par para mi beneficio ―admitió él―. Nunca usas lencería, solo un sujetador y braguitas muy pequeñas que no combinan.
―No soy del tipo de combinar, tampoco de vestidos o lencería. Alice me regaló un conjunto hace meses y nunca lo usé.
―¿Qué tienes en contra de ellas?
―Nada. No son apropiadas en las carreras, así que siempre iba en pantalones y camisas, algo muy casual. Uso lo que me parezca más cómodo.
―Oh, significa entonces que este que llevas puesto lo es.
Él no pudo contener su sonrisa de satisfacción.
―No llevaré lencería todo el tiempo ―aseguró ella.
―Mm. Es ese «todo el tiempo» lo que me llena de esperanza.
―Deberías dormir un poco.
La atrajo hasta él, presionándole las nalgas con las manos y tirando de ella.
―Siempre poniéndome las manos encima ―torció la boca en una sonrisa divertida―. En serio, hombre. Es tu hábito más frecuente.
―Mi hábito más frecuente es desnudarte y hacerte el amor hasta que apenas puedas respirar.
Ella despegó los labios y dejó escapar un jadeo.
―Así no se puede hablar contigo ―masculló ella con dificultad.
Charles se mantuvo mirándola fijamente mientras continuaba tirando de ella hasta tenerla sobre él.
―Tú no hablas durante el sexo a pesar de ser bastante ruidosa a veces. La única palabra que pronuncias una y otra vez es mi nombre.
―No soy responsable de las cosas que digo en ese momento.
―¿A caso lo soy yo? Es tu boca la que se mueve al hablar.
―Pero eres tú el que está tocándome y besándome. Yo solo reacciono. Tú eres la causa y yo soy el efecto.
―Mmm ―fue todo lo que dijo antes de comenzar un caminito de besos húmedos desde la quijada hasta el hueco de la base de su garganta.
Anna cerró los ojos para saborear aquello. Oh...ese tipo de besos eran su debilidad, y él conocía ese dato a la perfección.
―Quisiera hacerte el amor ―reconoció él con la voz ronca―, pero estoy tan cansado. No he dormido nada desde que llegamos del pub. Siento que si no descanso al menos un par de horas más voy a desfallecer del agotamiento.
Anna llevó sus pequeñas manos hasta el cabello de él.
―El sexo puede esperar ―le dijo ella después de depositarle un sonoro beso en la frente―. Mi bello hombre necesita dormir. Además, me ha dado la mejor fiesta de cumpleaños y dos lindos perritos que serán nuestros hijos. En serio, ¿qué más puede pedir una chica?
―Yo puedo darte todo lo que me pidas.
―Lo sé, pero no necesito muchas cosas.
Charles la sostuvo con un poco de fuerza de la cintura mientras se dejaba caer de espalda sobre la cama.
―No puedo creer que esté pensando en dormir ―masculló él, luchando por contener el bostezo dentro de su boca―. Tengo a mi prometida encima y solo está vestida con un conjunto de lencería semi translucida ¿Qué va mal conmigo?
Anna dejó escapar una risita.
―Solo estás cansado. No hay nada de malo en eso.
Lo vio cerrar los ojos. Pasó casi un minuto cuando lo escuchó hablar.
―Tienes un boleto de cortesía ―a ella le costó comprenderlo, pero decidió permitirle continuar―. Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para compensar la falta de actividad sexual en tu cumpleaños.
Anna se mordió el labio para evitar reír.
―No es necesario.
Él despegó los labios para bostezar.
―Sí, sí lo es. Puedes pedirme cualquier cosa, lo que sea. Piénsalo bien.
―Lo haré.
No debió haber pasado mucho tiempo antes de quedarse dormido. Sin hacer movimientos bruscos, Anna se pasó a su lado de la cama. Lo cubrió con el edredón, se acurrucó contra él y cerró los ojos. Se quedó dormida minutos más tarde.
El constante golpeteo contra la puerta los despertó cerca de las diez de la mañana.
―Su Alteza. Reunión familiar en diez minutos.
En medio de la ensoñación, Anna pudo reconocer la voz de Alice.
―La mataré ―refunfuñó, quitándose el edredón de encima―. En serio que la mataré.
Charles abandonó la cama soltando maldiciones.
―Es tu hermana y todo lo que quieras, pero tendrá que escucharme ―lo vio caminar hacia el baño―. ¿Quién se cree que es? No tengo mucha paciencia cuando alguien me despierta así. La estrangularía ahora mismo si pudiera.
―¿Por qué tenemos que hacerle caso? Solo ignórala y vuelve a dormir.
Él se asomó a la habitación, sosteniendo el cepillo de dientes en la mano. Tenía la boca llena de espuma.
―Lo dices como si no la conocieras, ¡y es tu hermana!
Anna sacó los pies de la cama e improvisó un moño apretado con el brazalete de plástico sobre su mesa de noche.
―Así no te ves sexy ―musitó ella.
Charles comprendió a qué se refería cuando la vio señalarse la boca a sí misma.
―Tienes espuma en la boca ―le dijo ella.
―No tengo el humor para soportar a dos Mawson a la misma vez ―volvió al interior del baño―. Ni el humor ni la paciencia.
―Parece que alguien se levantó un poco gruñón.
―No. Alice me obligó a levantarme así. Pero me va a escuchar.
―Ni siquiera sabes que quiere. Quizá solo vaya a disculparse.
―No sé ni por qué intentas defenderla. O quizá si lo sé ―entró a la habitación vestido con unos pantalones de mezclilla y una camisa azul con las mangas largas dobladas hasta los codos ¿En qué momento logró vestirse? Hace apenas un momento estaba cepillándose los dientes.
―No estoy defendiéndola.
―Las dos son iguales. Tienen la lengua lista para atacar ―la señaló con el dedo índice―. Ni por lo mucho que te quiero olvidaré todo lo que me dijiste en el taxi.
―Tengo otro punto de vista diferente ahora.
―Oh, claro, por supuesto.
―Te estás desquitando con la persona incorrecta.
Él emitió un gruñido. Anna puso los ojos en blanco como respuesta, se levantó de la cama y caminó hacia el baño. Mientras se cepillaba los dientes, lo escuchó quejarse con un gruñido por cualquier cosa. Escupió en el lavabo y se echó un poco de agua tibia en el rostro. Dejó escapar un gritito cuando sintió que algo le tocaba la pierna. Al mirar hacia abajo, descubrió a los cachorros correteando, pero casi al instante se devolvieron a la habitación. Soltó una carcajada y llevó los ojos hasta su reflejo en el espejo.
―El señor gruñón, oh, el señor gruñón ―canturreó mientras se soltaba el cabello―. Me casaré algún día con el señor gruñón.
El reflejo de Charles apareció en el espejo con los brazos cruzados y una expresión de pocos amigos.
―Mierda ―masculló ella.
―El señor gruñón necesita orinar.
―Oh, adiós a los modales reales.
―Los príncipes también usamos el baño.
―¿Entonces tengo que dejar mi propio baño?
―O puedes mirar.
Anna puso los ojos en blanco en cuanto él comenzó a bajarse la cremallera. Le dio la espalda y bajó hasta el armario por algo de ropa.
Quince minutos más tarde, estaban todos reunidos en la mesa del comedor. Las insistentes e irascibles miradas entre Charles y Alice fueron evidentes.
John fue el primero en hablar.
―Me gusta ser un hombre directo, así que evitaré los rodeos. Quiero disculparme en nombre de Alice por lo ocurrido hace unas horas. Nunca hemos querido faltarle el respeto.
Charles adoptó una posición defensiva sin percatarse de ello.
―No hay necesidad de tutearnos, tampoco de disculparnos por situaciones que se dan hasta en las mejores familias.
Él se percató de la desviación visual de John en dirección a su esposa.
―Solo queremos mantener las cosas claras, por el bien de ambas familias ―volvió a mirar a Charles―. Lo que me lleva a preguntar si es seguro el lugar al que quiere llevar a Anna.
Charles mantuvo dentro de su boca la risa socarrona.
―Lo es, y también es un lugar muy tranquilo. Estoy seguro que le sentará bien pasar unos días allí.
John desvió la mirada hacia Alice.
―Está bien entonces. Solo manténganos al tanto.
Charles se limitó a asentir.
El poco avance que se había obtenido para apaciguar las cosas, fue destruido por Alice.
―Supongo que sabes a donde irás, ¿no, Anna? Porque sería tonto no hacerlo.
La aludida observó como las manos de Charles se cerraban en puños. Él no se había levantado del mejor humor, y Alice parecía dispuesta a sacarlo de quicio. En el fondo estaba logrando lo mismo en ella.
―Por supuesto que lo sé ―respondió ella―. Él comprende la situación actual en la que estamos y no quiere que me angustie más de la cuenta, aunque le hubiese gustado tomarme por sorpresa.
Él le obsequió una mirada cargada de confusión, pero nadie más fue capaz de hablar porque uno de los guardias solicitó permiso para acercarse.
―Disculpe, Su Alteza. Hay una camioneta esperando en la entrada. El chofer dijo que ha mandado por él.
―Saldremos en un momento. En mi habitación hay dos maletas. Ve por ellas, por favor.
El guardia asintió una vez antes de marcharse.
―Iré por mi teléfono ―avisó Charles―. Lo dejé en el estudio. Te veré en la entrada.
Él se retiró sin despedirse, y ella supo que estaba enojado. Se llevó la mano derecha a la nuca y comenzó a darse un suave masaje. Se miró las piernas desnudas y concluyó que era mejor ir por un abrigo.
Después de diez minutos, su familia le permitió llegar hasta la puerta de entrada para encontrarse con Charles.
―Intenta abrigarte, cariño. Está haciendo frío. No olvides llamar. Lo digo muy en serio.
Anna le sonrió a su madre antes de darle un sonoro beso en la mejilla. Luego prosiguió a hacer lo mismo con su padre y sus hermanas.
―Pondremos los regalos en tu habitación ―sonrió Alice―. Por supuesto, cuidaremos de los cachorros.
Anna frunció el ceño al recordar que tanto Zowie como Peete habían estado ausentes durante la reunión familiar.
―¿Y Zowie?
―Salió muy temprano junto a Peete ―respondió Alice―. Tenían la pinta de que algo raro les pasaba.
Anna comenzó a jugar con las puntas de su cabello mientras pensaba en el motivo que ambos tendrían para marcharse de ese modo. Aquello no le duró mucho, porque la puerta de entrada se abrió. Charles se despidió de los Mawson con un asentimiento de cabeza.
―La camioneta está lista ¿Necesitas más tiempo?
―No, estoy lista ―se volteó un instante hacia su hermana―. Dile a Zowie que la llamaré más tarde, ¿sí?
―Está bien.
Le dio el último abrazo a su familia antes de salir.
Afuera, lo que vio le pareció sacado de una revista, y aquello era algo que definitivamente no esperaba.
Una enorme casa rodante estaba conectada a un Toyota Tacoma azul metálico, ambos estacionados fuera de la propiedad. Por un instante, ella pensó en aquello como un error, o quizá algún vecino estacionándose frente a la casa mientras pensaba que diablos hacer con el vehículo. Sin embargo, ese pensamiento se desvaneció cuando lo vio bajar de la camioneta. Llevaba una gorra azul marino y un abrigo con un estampado de cuadros rojos y negros. Parecía un hombre joven común y corriente que estaba a punto de salir a acampar con su novia.
Ella no pudo evitar sonreír tras verlo alejado de su faceta de príncipe.
Él cruzó unas rápidas palabras con los guardias de la entrada antes de acercársele. A ella le palpitaba el corazón tan deprisa que creyó desfallecería en cualquier momento. Sus traviesos ojos azules apenas podían ser vistos por la gorra, pero su seductora sonrisa estaba allí, reluciente.
Oh, esa sonrisa. Maldita sea, esa sonrisa que la volvía loca.
―¿Qué le ha parecido la carroza que he conseguido para vuestra merced?
¿Qué le había parecido? Curioso, porque todo en lo que podía fijarse era en él, así que tuvo que obligarse a ella misma a despegarle la mirada.
La casa era pequeña comparada a la propiedad que tenía a su espalda, desde luego, pero debía medir como mínimo ocho metros de largo. El exterior tenía un revestimiento de vinilo color caoba y las cuatro ventanas en el frente, así como la puerta, eran de cristal y estaban cubiertas por cortinas amarillas.
―Me recuerda a la casa donde vivía cuando era niña ―dijo finalmente.
―También tiene chimenea. Puede verse pequeña, pero tiene muchas cosas en su interior. La encontrarás agradable.
Anna notó el cambio brusco en el rostro de él en cuanto escuchó hablar a Alice.
―No pensé que pasarían unos días en una casa rodante ¿De verdad es segura?
Decidido a no darle pelea, solo la fulminó con la mirada y se acomodó en el asiento del conductor. Anna dio un saltito ante el fuerte portazo, y después miró a su hermana con descontento.
―Estás logrando que me enfade en serio, Alice. Creo que ya es suficiente.
―¿Es que acaso ya no puedo hacer ningún comentario?
―¡No de ese tipo! ¡Casi parece que estás provocándolo!
―¡No estoy provocando a nadie!
Anna se mordió el labio para evitar responderle de alguna manera que lamentaría más tarde.
―Tú y yo nos sentaremos a hablar cuando regrese y espero que para ese entonces hayas mejorado tu actitud.
Dicho esto, se despidió agitando la mano mientras subía a la camioneta. Anna lo miró se reojo. Todo en él gritaba enojo y temió que hablarle podría desencadenar una discusión entre ambos.
―¿No has olvidado algo? ―le preguntó él.
―No ―respondió de inmediato. Solo quería que encendiera la camioneta y comenzaran el camino. Quizá era lo que necesitaba para calmarse.
Él asintió, y minutos más tarde estaban en la carretera.
Hacía un día espléndido pese a no haber ni un rayito de sol colándose a través de las nubes. La lluvia sobre la carretera evocaba un paisaje tranquilo, y a ella le hubiese gustado acurrucarse junto a Charles frente a la fogata.
Dejó escapar un suspiro antes de voltear hacia él.
Oh. Nunca lo había visto tan furioso. Ni siquiera cuando ella plantó bota frente a él y le gritó en la calle. Quizá solo podía compararlo con el hombre furioso que fue por ella cuando escapó de casa.
Él respiró profundo y aferró ambas manos al volante.
―Te juro que entiendo a tu hermana, pero ¡Dios mío! Sus comentarios con un disfraz inocente solo consiguen sacarme de mis casillas ¿Cómo se atreve siquiera insinuar que no me preocupa tu bienestar? ¡Como si a mí me gustase verte en hospitales con heridas y moretones! Y luego la mirada de tu padre, las palabras de tu padre. Por favor, no me digas que no lo notaste. El desuso del tuteo, la mirada asustada. Quizá creyó que no me daría cuenta, pero sí lo hice. Se disculpó conmigo en nombre de Alice porque temía que pudiese tener alguna represalia en contra de tu familia.
―Mi padre jamás lo pensaría.
―Lo pensó, Anna. Puedes creerme ―inhaló profundamente―. En otro momento probablemente no me habría molestado tanto. Pero esto ha sido por Alice. Me saca de mis casillas que pueda insinuar que me importa una mierda tu seguridad.
―Es que solo habías conocido a la Alice simpática, pero ella puede llegar a ser una perra descorazonada a veces. Solo tienes que ignorarla.
Ella recibió un gruñido como respuesta. Frustrada, recostó la cabeza del asiento y respiró profundo ¿Qué más podía decirle para que se deshiciera de su enojo? Nada parecía funcionar.
Se echó un poco hacia adelante y encendió la radio. La voz del hombre llenó el silencio que había entre ellos.
―...porque nada va mejor con un buen día que una buena canción. Por tal razón, les dejamos Can't help, mis amigos.
La música comenzó a sonar de inmediato, y no fue hasta que el hombre comenzó a cantar que la reconoció.
―Oh, ¡me encanta esa canción! ―le subió un poco más el volumen―. ¡Dime que te la sabes, por favor! Everywhere I go, yeah, no one else I know shines as bright as you in my telescope.
―No la reconozco ―gritó él para hacerse oír por encima de la música.
―I can't help myself from falling in love.
―¿Puedes bajar un poco el volumen?
Ella gritó un no como respuesta, así que él no tuvo más opción que esperar a que la canción terminara.
Anna cantó las siguientes dos a todo pulmón también, y en especial la última, con el ritmo alocado y divertido, lo hizo reír cuando la vio a ella haciendo extrañas muecas mientras aplaudía y tronaba los dedos.
―Tonight, tonight you are, you are a whispering campaign. I bet to them your name is Cheap, I bet to them you look like sh...
Anna se cubrió la boca con ambas manos al mismo tiempo que soltaba una carcajada.
―Vamos, Charles ¡Te debes saber alguna! ―tronó los dedos. Bajó el volumen para poder hablarle sin gritar―. Podemos conectar el teléfono a la radio.
―Deja mi teléfono en paz. Te he dado uno ¿Dónde lo tienes?
―Creo que en uno de los cajones de la mesa de noche.
―¿Por qué nunca lo usas?
―Porque no lo necesito.
―Juro que voy a dejar de comprarte cosas ¡Nunca les das uso!
―No te pedí que me compraras un teléfono.
―Ingrata.
Anna le notó la sonrisa, y sonrió también.
―Y entonces, Su Alteza ¿A dónde me llevará?
―Lo verás cuando lleguemos.
―¿Y falta mucho?
―Anna, por favor, no seas de esas parejas molestas que preguntan cada cinco minutos cuanto falta.
―Me conoces. No soy de esas.
Él lo esperó en silencio.
Entonces ella habló.
―¿Pero falta mucho?
―Anna, Anna, Anna.
―Es una pregunta de sí o no.
―Lo verás cuando lleguemos. Prometo que te gustará.
―¿Y por qué una casa rodante? Confieso que cuando dijiste que nos iríamos por unos días, pensé que te referías a la casa de campo de tu familia.
A él se le curvaron los labios.
―¿Algo especial que recuerdes de esa casa?
―Tiene un magnífico piano.
Charles dejó escapar una carcajada.
―El lugar al que vamos te gustará. Me cercioré de ello.
―Pero no me has dicho si falta mucho.
Él la miró de reojo.
―Nos quedan cerca de dos horas de viaje.
―¿Estamos yendo al este, no? Así que mis sospechas se dirigen a Madden o Suttham.
―A ninguna.
Anna lo meditó un instante.
―¿A Richway?
―Tampoco.
―Seguro es a Great Oddman.
―No.
―Deja de hacerte el interesante y dime.
―Lo sabrás en cuanto lleguemos.
Ella refunfuñó un poco, pero el pequeño berrinche se le pasó de inmediato cuando él la tomó de la mano.
Las dos horas de viaje finalmente culminaron. Aun así, él se aseguró de que ella no pudiese ver nada, pidiéndole, diez minutos antes de que la camioneta se detuviera, que cubriera los ojos con el pañuelo negro que había sacado del bolsillo de su pantalón.
―¿Ya puedo mirar? ―le preguntó ella.
Charles suspiró a modo de respuesta. Había perdido la cuenta de cuantas veces realizó aquella pregunta en los últimos minutos.
―Ten un poco más de paciencia, mujer.
Pero ella ya utilizó parte de su paciencia durante los cinco minutos que llevaba de pie.
―Eres nuevo en esto de tener experiencia con una sola mujer, Charles, así que te daré un consejo: no le pidas paciencia a una mujer. Eso puede inquietarla más.
―¿Experiencia con una sola mujer? ¿A qué te refieres?
―Que no estás acostumbrado a compartir todo con la misma mujer. Especialmente la cama.
―Es muy sencillo. Lo hago contigo porque eres mi única mujer.
―No...sí...bueno. No soy tu única mujer. Quiero decir...Has dormido con otras.
―No, no he «dormido» con otras. Solo he tenido sexo con ellas. Son acompañantes efímeras. Tú eres mi única mujer.
A Anna se le derritió el corazón, y no pudo reprimir la sonrisita boba.
―¿Soy tu única mujer?
Se hizo un silencio de algunos segundos. Después, sintió los cálidos labios de él estamparse en su mejilla.
―Por supuesto ―lo oyó decir―. No sé por qué aún lo dudas.
El aliento de él la golpeó en el cuello. Olía a café, ese delicioso café que le ofreció en el camino.
―¿Ya puedo quitarme el pañuelo?―preguntó ella―. No sé si lo recuerdes, pero anoche dijiste que tenía un boleto para pedir lo que yo quisiera.
―No lo utilices ahora. Podrías darle un mejor uso más tarde.
―¿En la cama, por ejemplo? ¿En ese probablemente nuevo colchón sin estrenar dentro de la casa rodante?
―Anna, tengo guardias por aquí y nos están escuchando. Además, si un colchón es nuevo desde luego que está sin estrenar.
―Ah, ¿entonces ahora eres el hombre cohibido que le avergüenza hablar de sexo y yo soy la pervertida que lo adora?
―No.
―Bien. Así que supongo que no te molestará seguir con esta conversación.
―Anna...
―¿Qué? ―dejó escapar una risita―. No deberías molestarte. Después de todo eres la máquina de preparen, apun...
―Muy bien, suficiente ―gruñó―. Todos ustedes, dispérsense en este instante. No los necesito tan cerca.
Anna escuchó el sonido de los pasos hacerse cada vez más bajo a medida que se alejaban.
―Muy hábil, Mawson. Eres experta en sacarme de mis casillas.
―¿Yo? Pero si no he hecho nada.
―Resolveremos este pequeño desacuerdo donde mejor sabemos hacerlo.
No le permitió la oportunidad de responder a su comentario, porque casi en el mismo instante que paró de hablar lo sintió desatándole el apretado nudo del pañuelo.
―Tienes que mantener los ojos cerrados de todas formas y no podrás abrirlos hasta que te lo indique.
―Comienzas a ser increíblemente molesto, querido.
―Sopórtame un poco más.
―He ahí el problema. Me toca soportarte por el resto de mi vida.
―A mí también me toca hacerlo contigo y no me estoy quejando.
―Atrevido.
Él dejó escapar una carcajada. La sujetó del antebrazo y la hizo moverse un poco hacia izquierda.
―Muy bien, ya puedes abrirlos.
Ella acató la orden de inmediato.
Oh...la vista le cortó el aliento, y se aferró a su mano para no desfallecer.
Frente a ella, estaba el inicio del atardecer que se veía aún más encantador desde el acantilado, cubierto por el césped húmedo y los altos árboles, donde ambos se hallaban. También pudo observar el lago más allá, brillando por el reflejo del atardecer sobre sus aguas.
―Esto es maravilloso ―murmuró ella con una enorme sonrisa estampada en su rostro.
―Es un lugar muy apartado y tranquilo. La gente solo pasa por aquí en los veranos cuando hace un poco más de calor.
Él apuntó el dedo hacia el lago.
―Ese es el lago Hechton, uno de los más pequeños del país.
―Espero que no lo menciones con la intención de ir a nadar un poco, porque tenemos dos problemas: hace mucho frío y yo no sé nadar.
Él la abrazó desde atrás, envolviéndola casi por completo.
―Por supuesto que no. Para eso tenemos una piscina en casa.
―Piscina o no piscina, yo no sé nadar. Punto final.
―Por suerte estás comprometida con un hombre multitalentoso que te enseñará.
―Pues yo no he visto al hombre miltitalentoso nadar ¿Qué tal y es un pésimo nadador?
―Cariño, si algo no hago bien es no pensar en ti, desnuda. Lo demás se me da magníficamente.
―Tú sí que tienes tus capacidades en la cama en una calificación muy alta.
―Y es algo que tú puedes dar por hecho.
―Yo y otras diez mil mujeres.
―Bueno, si de algo sirve ―él acercó su rostro hasta que los labios le tocaron la oreja izquierda― hay un par de cosas que le he hecho a tu cuerpo que no le había hecho al de nadie más.
Anna cerró los ojos y dejó que su cuerpo se sobrecargara con la excitación que le provocaban sus palabras.
―¿No te gustaría conocer el interior de nuestra pequeña casa?
A ella se le curvearon un poco los labios.
―Me gusta la forma en la que dices «nuestra». No es que lo digas en un tono especial, es solo que se siente bien. En realidad, no sé cómo explicarlo. Debería ser fácil explicar lo que uno siente.
Sin pronunciar palabra, le estampó un beso en la mejilla y la tomó de la mano para llevarla hasta la casa rodante que se situaba a pocos pasos detrás de ellos. Revisó que las ruedas estuvieran aseguradas antes de abrirle la puerta corrediza y permitirle entrar.
Se veía mucho más acogedora y amplia que en el catálogo. El diseño interior era rústico, donde los colores cafés, beige y azul predominaban en la decoración y los muebles estaban hechos de madera. El baño se ubicaba al final, en la izquierda, después de pasar la cocina. La misma tenía tres compartimientos para almacenar la comida y uno más pequeño para los platos, vasos y cubiertos. También poseía un lavaplatos, una estufa y un refrigerador. Junto a la cocina, vio una pequeña mesa con dos sillas. A pocos pasos de la misma, se encontraba el sofá café decorado con dos cojines azules y uno beige en medio. Frente a él, Charles vio el televisor colgado en la pared.
Tres pequeños escalones al fondo de la derecha llevaban hasta el abierto dormitorio donde no había más que la cama y un armario café para la ropa y los zapatos. Arriba, donde debería haber una cabecera, vio una ventana rectangular, como el resto.
Observó a Anna dar saltitos mientras se cubría la boca con ambas manos.
―¡Es perfecta, me encanta! ―se le lanzó a los brazos, envolviéndole las piernas alrededor de la cintura y los brazos alrededor del cuello―. ¡Eres el mejor novio del mundo! Toda chica debería tener uno como tú.
Ella le forró el rostro de besos, y él, en silencio, agradeció que no los tuviera pintados con labial.
―No entiendo como tuviste tiempo de organizar mi cumpleaños y este viaje ¿A caso eres un mago?
―No, pero soy un príncipe, uno al que le gusta mimar a su chica.
De alguna manera, Charles se las ingenió para no soltarla y cerrar la puerta corrediza al mismo tiempo. Se tambaleó un poco hasta llegar al sofá donde se desplomó. Anna se acomodó, colocando las piernas a ambos lados de su cintura, pero nunca le quitó los brazos del cuello.
―Ya que mencionas lo de mirar y eso ―Anna torció un poco la boca―. Es lindo y todo, pero necesito un empleo.
Charles levantó una ceja.
―¿Tú para qué lo necesitas?
―¿Para qué uno necesita un empleo, genio?
―Para pasar malos ratos y envejecer antes de tiempo porque desprecias tanto a tu jefe que llegas a casa con dolor de estómago.
―Dramatismo no, por favor.
―Está bien. Pasemos al siguiente tema.
―No. Hablemos del empleo. Necesito uno.
―Es en serio, ¿para qué lo querrías?
―He trabajado desde muy joven y eso de ser «la mantenida de un hombre» no va conmigo. Me siento inútil. Los empleados hacen todo por mí con tan solo pedírselos. Necesito sentirme proactiva, hacer algo de provecho o me voy a volver loca.
―Tener que soportarme todo el tiempo ya es un trabajo bastante difícil. Todo lo que te doy es tu paga.
―Pues no está bien. Quizá no tenga un diploma universitario ni mucha experiencia en algo más que coches, pero seguro puedo trabajar en algo. Darcey es tu asistente ahora, pero yo podría ocupar algún puesto útil.
―Apoyo la moción solo por verte en un apretado vestido.
―Bueno, es algo con lo que puedo lidiar, siempre que me des el empleo. Soy puntual, responsable y...
Él le pinchó la barbilla con los dedos y le acercó el rostro para estamparle un sonoro beso en la boca.
―Bien, aunque no lo necesites, tienes el empleo, sea cual sea este. Me vendría bien alguien que me represente en la fundación, una compañera de trabajo en quien depositar la misma cantidad de responsabilidades. Pero ―sonrió contra su boca―, tendrás que utilizar un uniforme especial que pediré para ti.
Ella entrecerró los ojos.
―¿Debo preocuparme? ¿Tendrá grandes escotes? ¿Será muy ajustado?
―Tendrás que esperar.
―No puedo. Tienes que decírmelo en este momento.
―No, y en tu lugar disfrutaría de este momento y de este lugar, porque al volver me convertiré en tu compañero de trabajo.
Ella refunfuñó palabras que no pudo comprender. Se levantó torpemente y caminó hasta la cocina.
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