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Capítulo 3 | VP

―Buenos días, Ruby ―musitó Anna al verla.

La pelirroja hizo una seña rápida para que esperara, deteniendo su avance hacia la cafetería de los empleados. Estaba hablando a través del intercomunicador.

―Esperan tu taxi en la central. No te tardes, Eli ―dijo―. El jefe no está contento con el estado de tu vehículo. Te dije que lo tenías hecho un cuchitril.

Ruby finalizó la llamada y giró la silla hacia Anna. Entrelazó sus manos sobre el escritorio y le sonrió.

―El jefe quiere verte ―le dijo.

Anna soltó un gruñido.

―¿Ahora por qué? ¡Que no se atreva a decir que es por la cuota! Ayer trabajé hasta tarde para cumplir con ella.

―No, chama, es por otro asunto. Hay un multimillonario que quiere contratar el servicio de uno de nuestros taxistas.

―Ah, ¿y qué? ¿Yo que tengo que ver?

―Yo que sé. El jefe no me dijo. Pero, por Dios, tengo que decirlo. Yo respondí la llamada. La voz de ese hombre, oh, Dios, era tan sexy.

Anna puso los ojos en blanco.

―Tú encuentras a todos los hombres de la misma manera.

―Es el efecto inglés. Son, oh, una delicia.

A Anna le costó entender el sentido de aquello hasta que recordó su procedencia. Venezuela.

―Sí, sí. Avísale al jefe que ya estoy aquí.

―Te está esperando.

Entrecerró un poco los ojos.

―¿El multimillonario está adentro?

―Desgraciadamente, no.

―Bueno, para mí es perfecto. No quiero toparme con otro multimillonario.

―¿Con quién te topaste esta vez? Si dices que Brad Pitt me muero.

―Aunque te lo dijera no me creías.

―Pruébame.

―Tal vez más tarde. Debo reportarme con el jefe.

―No se me olvidará.

Ella le sonrió burlona. No, no iba a olvidarlo. Ruby adoraba los chismes.

Se alejó de ella y caminó por el pequeño pasillo hacia la oficina. Las paredes estaban adornadas con fotografías de autos viejos: un Seat 127, el Renaut 12 y el Peugeot 504 a la derecha y el Renault Gordini, el Volkswagen Beattle y una Mini Cooper a la izquierda. Podría quedarse el día entero observando las fotografías. Desde muy niña, descubrió el amor incondicional que le tenía a los autos. En su familia, a excepción de su abuelo, era la única que había desarrollado tal pasión. Valerie y John, sus padres, así como Alice y Abraham, sus hermanos mayores, se inclinaban más por las artes. Su padre impartía clases de artes en una universidad de Liverpool y su madre daba clases de actuación. Alice era bailarina y Abraham pintor. Ninguno de ellos alcanzaba a comprender plenamente su pasión por los autos o la frustración que sentía por no poder volver a una pista jamás. En su lugar, estaba estancada en un empleo promedio para el que tuvo que prepararse por tres años, conduciendo todo el día con un pasajero diferente cada tanto.

Todo por culpa del infeliz de Carter Stevenfield y por culpa suya, por haberse enamorado de un hombre como él. Las advertencias siempre estuvieron ahí, pero ella estaba tan ciega, tan entontada, que las ignoró. Su pago fue un año en prisión y el veto de las carreras.

Suspiró pesadamente y tocó tres veces a la puerta de madera gris. Esta se abrió con brusquedad, por lo que tuvo que moverse para evitar el golpe. Un hombre alto la atravesó, pasando junto a ella dando manotazos y soltando maldiciones. Anna no tuvo tiempo de verle la cara, pues el empujón que le propinó la arrojó contra la pared.

―¡Una disculpa estaría bien! ―gruñó ella, fastidiada.

Clayton salió de la oficina y le dio un empujón a tiempo para evitar que se le acercara. Anna quedó escondida detrás de la alta figura de su jefe.

―Vete antes de que se me olvide que eres mi hijo ―masculló.

Le pudo notar en la voz el enfado, porque muy raras veces lo encontraba de tal humor. Solía dirigiese a sus empleados con una sonrisa vivaracha y una actitud jocosa.

Escuchó pasos seguidos de la sentencia, y tras verlo ofrecerle permiso de entrada supuso que el hombre con el que discutía se había ido.

―No sabía que tenías un hijo ―comentó ella.

Le dio una mirada de hielo a medida que se acomodaba en el asiento detrás de su escritorio. Suspiró profundo y le montó una sonrisa en la boca.

―Hoy te ves muy bien, mejor que otros días. Luces como la candidata idónea para la empleada del mes.

―Tú no escoges empleados del mes.

―¿No? Bueno, ¿qué dices? ¿Te gustaría ser la primera?

―Ruby dijo que querías verme ―le recordó.

―Te tengo un trabajo especial. Pero siéntate, mujer. Ya no vas a crecer ni un centímetro.

La aludida fingió una carcajada.

―Estoy bien así. Ya dime cuál es el trabajo.

Notando que no se sentaría, Clayton se tronó los dedos y chasqueó la lengua.

―Hay un hombre acaudalado que necesita un chofer. Dijo que lo llevaste hace unos días y que eras excelente. Anna, ¿de qué le hablaste? Dijo que eras una magnífica conversadora. Bueno, no importa. Le agradaste. Quiere que seas su chofer por dos semanas ¿Qué dices?

―¿Y qué va a pasar con mi trabajo en el taxi?

―Anna, por favor, escúchame. El hombre va a pagar una buena cantidad dinero para cubrir la cuota que sueles hacer al día y la cifra casi alcanza el doble, ¡y eres de las que más recoge! Desde luego, te tendrá un sueldo. Bueno, me lo supongo yo. En fin, ¿qué dices?

―¿Y quién es el multimillonario?

―¡Excelente! ―se puso en pie―. Debe estar frente al sitio de taxis. Dijo que estaría aquí cerca de esta hora.

―Alto ―gruñó al verlo acercarse a ella―. No he dicho que sí.

―Anna, por favor. Es un buen trabajo. Es como tener dos semanas libres. No tendrás que preocuparte por alcanzar la cuota. Pero sólo serán dos semanas, ¿bien? Te necesito aquí.

―Pero no me has dicho quién es.

―Bah, ya te enterarás. Vamos afuera, así conoces a tu nuevo jefe temporal. Temporal, Anna. No me gustaría perder a una de mis mejores taxistas.

Anna puso los ojos en blanco mientras lo seguía fuera de la oficia. El malhumor de la discusión se le esfumó con la conversación, y ella comprobó una vez más lo difícil que era seguirle el hilo.

―Clayton, ¿estás seguro de que hablaba de mí? Pudo haberse confundido con Hannah. Mierda, nos parecemos hasta en el nombre. Es extraño.

Él soltó una carcajada.

―Estoy muy seguro de que hablaba de ti.

―¿Pero por qué? Puede contratar a quien sea.

―¿De verdad crees que voy a preguntárselo? Va a dejarnos dinero. Si le recomiendo a otra persona, lo perderé todo. Sólo tienes que llevarlo a donde desee por dos semanas ¿Hay problema en eso?

―No, creo que no, pero quiero saber quién...

Las palabras se le quedaron en la boca al llegar hasta la entrada del centro de taxis. Una antigua limosina Bentley color cereza aguardaba estacionada.

―Vaya ―musitó―. Yo conozco esta limusina. Es una modificación de la versión R del Bentley Arnage ―se acercó un poco―. Su velocidad máxima es de 130 millas por hora. No es la más veloz, pero está construida para marchas lentas, lo que la vuelve perfecta. Fue hecha específicamente para la familia...

Sus palabras volvieron a perderse cuando la puerta trasera de la limosina se abrió. Un hombre alto y elegante abandonó el interior con sus ojos azules fijos en los suyos. Llevaba un traje gris oscuro, del mismo color que la corbata, y la camisa un par de tonos más clara. Resaltaba de su imagen su pelo negro azabache, las cejas pronunciadas y la sonrisa de tirano arrogante.

―Oh, mierda ―musitó ella.

El príncipe Charles le obsequió una sonrisa mientras se abotonaba el chaleco gris.

―Señorita Mawson, buenos días. Me alegra mucho volver a verla.

Él le sonreía como si fueran amigos de toda una vida reuniéndose después de un largo tiempo. Hasta parecía afable, lo que la hizo sentirse nerviosa. Pareciera que la discusión entre ellos el día anterior nunca hubiese existido. Una idea comenzó a centellearle en la cabeza.

Era una venganza. Lo que estuviese tramando se debía a una venganza por lo sucedido en su taxi.

―Príncipe Charles ―dijo, pero su voz casi sonaba como si le estuviesen cortando la garganta.

Clayton se aclaró la garganta.

―Su Alteza, esta es Anna, tal como lo pidió.

Ella le montó mala cara.

―¿Por qué siento que me estás vendiendo como prostituta? ―gruñó.

―Anna ―la reprendió entre dientes.

La aludida soltó un bufido mientras veía al tirano sonreírle ampliamente.

―Gracias por el favor, señor Cabwise.

―Ha sido un placer ―le lanzó una mirada huraña a Anna―. ¿Verdad, Mawson?

―Sí, claro, por supuesto ―en voz más baja, añadió―: como una patada en el culo.

―Iré por unos papeles, Su Alteza. Solo deme unos minutos.

―Por supuesto.

Anna le gritó en su mente que no se fuera, que no lo dejara a solas con él, pero su jefe se internó en el interior del edificio con una velocidad tal que le impidió continuar con su súplica silenciosa. La tensión entre ambos era casa vez más palpable, tanto que ni siquiera se atrevía a mirarlo.

―¿No tiene nada qué decir? ―la instó él.

Anna suspiró.

―Sí, por supuesto ―le sonrió―. ¿A dónde quiere que lo lleve?

Él inclinó la cabeza.

―Me gustaría ir a un hotel.

―¿Al de su amigo?

―Tal vez.

―¿En el mismo donde hizo el ridículo?

―¿Te refieres a ese donde me viste desnudo?

―Bueno, no se ve mucho en las fotos.

Charles se rascó la barbilla.

―Te lo puedo mostrar.

―Oiga, muérdase la lengua. Si quisiera verlo desnudo, cosa que definitivamente no quiero hacer, ya lo hubiese conseguido.

Él se guarda las manos en los bolsillos y se acercó, un poco más cada vez.

―¿Y cómo?

Anna levantó una ceja castaña.

―¿A caso perdió el toque, Su Alteza? Ya no sabe cómo conquistar a un mujer y viene a molestarme a mi trabajo. Parece que necesita con urgencia la compañía femenina.

Él sonrió levemente.

―Puedo pagarle muy bien si se ofrece.

―No. Gracias por el ofrecimiento, pero no me apetece.

―Eso está por verse.

―No, Su Alteza. No está por verse ―lo miró de mala gana―. No me importa el juego que esté preparando. Yo no voy a participar ¿Quiere un chofer? Deje de malgastar dinero en fiestas y en las mujeres que se tira y pague por uno.

Anna se dio la vuelta para toparse con otro problema.

Eli Abernathy, su compañero de trabajo.

―¿Ya conseguiste departamento, Mawson? ―le gritó desde el otro lado del estacionamiento―. Mi oferta sigue en pie. Podemos compartir el mío.

―Ya te dije que no.

―Bueno. Avísame cuando lo consigas. Podríamos estrenarlo juntos.

―¿Qué parte de la palabra no es la que no entiendes?

Eli recostó los brazos cruzados sobre la puerta del taxi.

―Te lo explico esta noche durante la cena, ojos bonitos.

El príncipe dio un paso hacia adelante.

―Me disculpo, pero ojos bonitos estará ocupada ―lo escuchó decir―. Está interrumpiendo una importante negociación ¿Le molestaría retirarse?

Vio a Eli tragar en seco e internarse en el interior del sitio de taxis apenas cerró la puerta del vehículo.

―No puedo creer que diga esto, pero le agradezco que me lo quitara de encima ―volteó hacia él―. Sobre la oferta de empleo....

A él se le curveó la boca.

―¿Cree que vine hasta aquí para ofrecerle trabajo? No, Anna. Esas no son mis intenciones.

―¿Quiere vengarse de mí, verdad? Lo supuse. Está enojado porque yo no fui de esas mujeres hace lo que les ordena porque están encandiladas. Cree que todo el mundo debe estar arrodillado besándole los pies. Señor, eso debería hacerlo usted, porque si tiene dinero es porque nosotros trabajamos.

―Pero yo no tengo problemas con nadie más, solo con usted, y es por eso que le conviene aceptar este empleo.

―¿Y si no lo acepto? ¿Qué hará?

Los ojos del príncipe se oscurecieron, volviéndose lentamente peligrosos y crueles. Va a mandarme a la cárcel, pensó. El pánico comenzó a crecer dentro de ella. No podría soportar volver a estar tras las rejas. Era un infierno que no tendría el valor de revivir.

Para su sorpresa, Charles aflojó la tensión de su rostro y se apartó al tiempo que señalaba con la barbilla hacia el interior de la limosina.

―Entre.

―¿Para qué? ―retrocedió al instante―. ¿Esto es un secuestro?

―Me parece que ve demasiada televisión. No, no es un secuestro ―golpeó dos veces la puerta abierta―. Adentro. Ahora.

―¿Por qué no podemos hablar al aire libre? Las reuniones a puerta cerrada tienden a ser muy tensas.

Impaciente, Charles la sostuvo del brazo y la obligó a entrar. Gruñendo del coraje, se obligó a gatear por el asiento hasta sentarse. Lo descubrió sentado frente a ella. A pesar de su indescriptible deseo por estrangularlo, Anna perdió el interés durante unos segundos observando el precioso interior. Asientos de cuero, un minibar en la parte izquierda y pequeñas bocinas integradas. También contaba con un teléfono y un reproductor de DVD junto a un pequeño televisor

―Jamás creí ver el interior de esta limosina ―colocó la mano sobre el cristal―. Mire el grosor. Es un cristal blindado, sin duda. Digo, tiene sentido, este hojalatas lleva a la familia real.

Charles levantó una ceja.

―¿Hojalatas? ¿Es en serio?

―Es un apodo cariñoso, no se altere. Sé que está hecha de aluminio.

Le dio una mirada curiosa que disfrazó al instante. Le extendió unos papeles y ella, dudosa, se los aceptó.

―¿Qué son?

―Es usted ―le sonrió―. Usted, su familia y amigos más cercanos ―alzó las manos, agitando unos papeles―. Puede quedarse con ellos. Son solo unas copias.

Anna sintió un escalofrío a medida que leía el contenido de los documentos. Ciertamente no mentía. En los papeles encontró información general suya, de sus padres, hermanos y amigos.

―¿Para qué necesita esto? ―preguntó, temblorosa.

―Me preguntó qué haría si no aceptaba mi ofrecimiento ―colocó los papeles sobre los muslos y comenzó a leer―. Me intrigó lo suyo. Estuvo un año en prisión por atropellar a una adolescente durante una carrera de autos ilegal.

―¡Yo no lo hice!

―Sí, aquí lo dice. Fue un hombre llamado Carter Stevenfield, su ex pareja. Seguro que fue un noviazgo que su madre no aprobó, pero que continuó igual. Tiene la apariencia de una de esas mujeres. Hablando de ella: Valerie, su madre, es una de las mejores profesoras de actuación en la Academia Renacer. John, su padre, ha ganado varios premios como profesor del año en la universidad donde imparte clases.

Anna tragó en seco mientras en su barriga la rabia danzaba con la vergüenza.

―Ah, sus hermanos ―él continuó―. ¿Alice es bailarina? Vi uno de sus bailes. Realmente es buena. Abraham es un muy buen pintor. Usted tiene una mejor amiga, ¿no es así? Está por lanzarse como diseñadora junto a su jefa ¿Y qué hay de su pareja, Peter? Peete. Claro, Peete. Es uno de los mejores chefs en Londres, un rango admirable. Su trabajo como taxista parece fuera de lugar comparado con el de su círculo más cercano ―despegó la mirada de los papeles y la enfocó en ella―. ¿Sabe qué sería desafortunado? Que a su padre lo recibieran con una carta de despido y a su madre le exigieran la renuncia.

Anna abrió la boca para protestar, pero él la interrumpió.

―También sería una lástima que a su hermana la reemplazara una novata y que la exposición de su hermano tuviera que cancelarse porque los cuadros simplemente desaparecieron ¿No sería eso algo desafortunado?

―No puede hacerlo ―gruñó.

―Por supuesto que puedo, preciosa. Poder es lo que me sobra. Poder sobre ti y sobre todos los que viven en este país. Bueno, para ser justos, puedo ofrecerle otro trato, uno más acorde a sus capacidades. Podemos olvidarnos de este capricho mío de que usted sea mi chofer, ¿le parece?

Ana entrecerró los ojos un poco.

―¿A cambio de qué?

Los ojos de Charles eran perversos, haciendo que su nerviosismo aumentara.

―Sólo tienes que pasar tres días conmigo.

―¿Con usted? ¿Dónde?

―En mi cama.

Ella parpadeó.

―¿Está de broma?

―No. Mi cama es el lugar ideal para enseñarle la forma correcta de tratar a un hombre.

Anna soltó una maldición.

―¿En qué remoto espacio de su cerebro se le pudo ocurrir que yo aceptaría algo así?

―O es eso o el trabajo de dos semanas. Deber escoger una de las dos. De no hacerlo, temo que tendré que mover algunas de mis mejores fichas. La decisión es suya.

Apenas podía creer lo que escapaba de la boca de ese hombre ¿De verdad la estaba poniendo en esa situación? ¿Entre la espada y la pared? No. Era mucho peor que estar entre la espada y la pared. Estaba obligándola a escoger entre dos opciones que no la favorecían. Si seleccionaba la primera, tendría que someterse a todas sus órdenes y caprichos por dos semanas. De escoger la segunda, debía pasar tres días en la cama de ese hombre. Ambas amenazaban su dignidad, y supuso que esos eran sus planes. Él era peor de lo que creía.

―Si acepto, ¿no jugará con los empleos de mi familia?

―Ni los de sus amigos ―asintió.

―Pues qué remedio. Acepto.

―Aún no me ha dicho a cuál de las dos opciones ha accedido.

―Bueno, la segunda me llevará únicamente tres días, así que la segunda.

Charles levantó ambas cejas, consternado y sorprendido. Al parecer no esperaba esa respuesta ¿Por qué? ¿No había planteado aquella proposición con la intención de que ella aceptara?

―¿Habla en serio?

Anna se cruzó de brazos.

―Por supuesto que no ―soltó un bufido―. Si cree que puedo aceptar tener sexo con usted así porque sí es porque no tiene cerebro. Doctor, cuando me tenga cerca, mantenga al paciente su cuarto, ¿le parece?

Él sonrió, pero en sus ojos hay un pesado brillo de... ¿Decepción? No, definitivamente debía ser diversión.

―Bien, entonces inicia el lunes. Clayton le entregará una copia de mis horarios.

―¿Tiene una agenda para sus conquistas? Estoy impresionada.

―Aún tengo un espacio de tres días. La invitación sigue en pie.

―Siempre puede usar sus manos, ¿no? Para esos días en soledad.

―Preferiría usar las suyas.

―Tal vez con otras mujeres le funcione el comentario, pero no conmigo.

Él soltó una carcajada.

―Mis empleados se comunicarán pronto con usted y le harán saber donde debe recogerme el lunes por la mañana.

―Bien.

Anna abrió la puerta de la limosina, y antes de abandonar su interior lo escuchó hablar:

―De no haber soltado la lengua, estaría conduciendo su taxi sin problemas.

Ella decidió mantener la vista lejos de él.

―De haberla contenido no estaría siendo yo, Su Alteza. Con su comportamiento, sin embargo, está demostrando que yo tenía razón.

―Ya veremos si es así. Adiós, Anita.

Anita. Era todo lo que le faltaba, que la llamara por un apodo que detestaba, pero, Dios santo, cuando él lo decía, incluso se escuchaba bien.

―Lo veré el lunes, Su Alteza.

Bajó de la limosina con cuidado, cerrando la puerta de la misma forma. Segundos más tarde, la limosina comenzó a alejarse del sitio de taxis con la lentitud usual. Mientras la veía marcharse, y con ella al príncipe Charles, sintió como las punzadas de la preocupación iniciaban un retumbe en su cabeza.

―Mierda, Anna, qué torpe. Mira en el lío que te has metido.

Frustrada, se dio la vuelta y camina de vuelta a la seguridad del interior del sitio de taxis, donde la esperaban los papeles que la condenarían a pasar dos semanas junto al príncipe de Gales.

Los días largos comenzaban a hacerse costumbre. Eso lo descubrió cuando llegó a la casa cerca de las siete de la noche. En vista de que no vio a Zowie por ninguna parte, solo pudo llegar a una conclusión: pasaría la noche en el departamento de Peete. Mejor, pensó. Siempre le preguntaba qué tal el día y no tenía idea de cómo explicar lo sucedido con el Príncipe Charles.

Charles.

Si antes odiaba al hombre, ahora lo detestaba con muchísimas más ganas, y esta vez era justificado ¿Amenazarla con su familia? ¡Eso era algo muy bajo! Inclusive demasiado para él, el rey de las bajezas. Y como si fuera poco, también la amenazó con sus amigos. Si antes había actuado como un patán, hoy había excedido su cuota.

En lugar de lanzarse sobre el sillón de la sala, como era su costumbre, decidió irse directo hacia su habitación. Para su sorpresa, Zowie se encontrada acostada en la cama, usando su ya usual juego de pantalón largo y sudadera. Sobre la mesa de noche descansaba una linterna encendida.

―Creo que voy a llamar a Peete ―dijo apenas la vio entrar―. Solo hay luz en la sala y en el comedor, y hoy está haciendo mucho frío.

Anna comenzó a deshacerse de los botones de la camisa.

―¿Qué pasó?

―Volvieron a robar la conexión de la luz, estoy segura. Ya quiero mudarme de este lugar. Es una pesadilla.

―Te vas a mudar con Peete en un par de días. Sé paciente.

―No puedo irme hasta que te mudes tú también.

―Daré el pago esta semana, apenas logre cobrar algo ―se quitó los zapatos de un tirón―. Peete debe estar saltando como niño ahora que decidiste mudarte con él. Llevan muchísimos años juntos.

―Llevamos dos.

―Bueno, parece que llevaran mil años. Se conocen bastante bien.

―¿Te quieres deshacer de mí? ¿Es eso?

Anna se deshizo de la última prenda, quedando desnuda en medio de la habitación.

―¡Mierda, Anna! ―chilló Zowie a son de broma―. Estás muy buena, bombón.

Ella soltó una carcajada mientras rebuscaba los cojines para conseguirse ropa limpia. Tomó la toalla y se envolvió con ella a medias.

―Puedes llamar a Peete y dormir con él. Yo creí que estaban juntos.

―Si lo llamo tendrás que venir conmigo. No te voy a dejar sola y sin luz.

―No necesito calefacción para dormir.

―Pero yo sí. Comienzo a tiritar y mi pobre nariz se enrojece.

―Ya te dije. Llama a Peete. Yo me quedo.

―¡Ni de coña! ―se cubrió la boca con ambas manos―. Mejor le pido un espacio a Peete. Prefiero dormir allá, y tú vienes conmigo.

Anna soltó una carcajada.

―Haz lo que quieras. Yo iré a tomar una ducha.

Antes de desaparecer en el interior del baño, vio a Zowie tomar el teléfono entre sus manos, marcando como posesa el número de Peete, quien no tardó en responder.

―Hola, pequeña ―musitó―. Iba a llamarte en media hora. Lamento no hacerlo antes. El restaurante está lleno.

―Descuida. Peete, tenemos un pequeño problema.

Zowie lo escuchó respirar de golpe al otro lado de la línea.

―Jesús, Zowie, ¿todo está bien?

Ella puso los ojos en blanco, divertida. Su absurdamente adorable y sobre protector novio Peete Morgan era un caso. Habiéndose criado con seis hermanas, siendo el único varón, desarrolló un sexto sentido de protección que solía emplear con ella.

―No hemos incendiado el departamento ni asesinado a nadie.

―¿Entonces?

―No tenemos luz.

―No puede ser ¿De nuevo? Saldré de aquí en media hora, una tal vez. Voy a ir por ustedes.

Ella sonrió al instante.

―Iba a pedírtelo.

―Lo sé. Eres predecible. Además, no te sienta bien el frío.

Soltó una carcajada.

―Pequeña, ¿por qué no se cambian conmigo? Tengo mucho espacio. De todas formas, Anna está a punto de adquirir un departamento. Al menos podría esperar la mudanza en un lugar seguro.

―Ya se lo ofrecí. Dijo que no.

―Hablaré con ella.

―Te deseo suerte.

Zowie escuchó el golpeteo de la puerta de entrada, un sonido tan fuerte e insistente que comenzó a desesperarla.

―Peete, tengo que colgar. Están tocando en la entrada.

―Revisa quien es antes de abrir. Ten a la mano el gas pimienta.

―No va a ser necesario. Además, puedo frenar a quien sea con el AK-47 de Anna.

―¿El qué de Anna?

―El AK-47 de Anna es una patada muy fuerte en la entrepierna.

―Sí, muy bien, perfecto. Eso le dolerá. Ten cuidado, pequeña. Te amo.

―Yo también te amo, cariño.

Tras terminar la llamada, dejó el teléfono sobre la cama y tomó la linterna con ambas manos

―Anna, están tocando enfrente. Voy a abrir ―le dijo frente a la puerta del baño―. Cuidado al salir.

―I can show you what you want to see and take you where you want to be.

Zowie puso los ojos en blanco. Estaba cantando. Cuando lo hacía nunca la escuchaba. Dejando el intento como inútil, caminó con mucho cuidado hasta la puerta de entrada, preguntándose quién podría ser a esa hora. No es que fuera muy tarde, pero después de las siete no solían tener visitas.

―Ya voy ―gritó.

Abrió la puerta de golpe. Frente a ella, había una mujer elegante, vestida entera de blanco, de treinta y muchos o cuarenta y pocos años, acompañada de un hombre cerca a los cincuenta, que también vestía de blanco.

―Busco a Anna Mary Mawson.

Anna Mary. Nadie la llamaba así, y a Zowie le gustaba. A Anna, sin embargo, no, por lo que había dejado de llamarla así desde los nueve años.

―Está dándose una ducha ―entrecerró los ojos en dirección a la mujer―. ¿Quieres son y para qué la buscan? Si es la policía, ella no está.

Tanto el hombre como la mujer sonrieron.

―Ha dicho que está tomando una ducha. Mi nombre es Caroline Monroe ―señaló al hombre tras ella―. Él es Landon Doyle. Trabajamos para Su Majestad el rey Edward y su familia.

Zowie abrió los ojos tanto como le es posible.

―¿Usted es...?

―Me encargo del personal que atiende a la familia. El señor Doyle es el chofer que más tiempo lleva en la nómina. Venimos a entregarle a la señorita Mawson el uniforme para el lunes.

―¿Uniforme?

―¿No se lo ha notificado? Trabajará para el príncipe por...

―¡Zowie, me dejaste sin luz! No me obligues a pasearme desnuda por la casa ¡Zowie!

La aludida puso los ojos en blanco.

―Estoy en la entrada atendiendo visitas ―se giró hacia el interior de la casa, apartándose un par de pasos de la entrada―. ¿Por qué no me dijiste lo del príncipe Charles?

―¿Me quieres terminar de fastidiar la noche hablando de ese inútil?

A Zowie se le subieron los colores.

―Anna, en la puerta están sus empleados.

Anna se detuvo de golpe en medio del pasillo, desnuda, deseando que la luz no fuese suficiente para iluminarla.

―Mierda ―masculló, regresando a la habitación a toda velocidad, cubriéndose la desnudez con la primera bata de baño que encontró. Supuso que era de Zowie. Solo ella se atrevía a vestir de amarillo. Se la ajustó antes de dirigirse a la entrada―. Buenas noches.

―Debo suponer que usted es Anna Mary Mawson.

―Anna ―la corrigió―. Solo Anna ¿Y usted es...?

―Soy Caroline Monroe. Estoy a cargo del personal de la familia real.

―Bien, ¿y qué se le ofrece?

―Su Alteza me ha pedido que le traiga su uniforme ―señaló al hombre parado tras ella―. Él es Landon Doyle, uno de los choferes de la familia. Usted estará ocupando su puesto por dos semanas, pero le puede ayudar aclarando cualquier duda. Rutas específicas, vías más cortas, etcétera. Aunque supongo que no tendrá problemas. Aprobó el knowledge para ejercer como taxista.

―Lo hice, sí.

Anna reparó en la bolsa negra que el hombre llevaba al hombro.

―Tengo para usted sus horarios ―le entregó el montón de papeles que llevaba en brazos―. Su Alteza pidió que lo recogiera en una propiedad privada el lunes por la mañana.

―Mm, claro, gracias. Es a las ocho, ¿no es así?

―Siete y treinta, si es posible. A Su Alteza no le gusta esperar.

Landon extendió la bolsa negra hacia Anna. Viéndose ocupada, le cedió los documentos a Zowie y la tomó.

―¿Eso es todo? ―preguntó Anna.

―Su Alteza solicitó que no nos marcháramos hasta que abriera el saco.

Anna levantó una ceja, haciéndose a un lado para dejarlos pasar.

―Nos disculparán por la falta de luz ―dijo―. Creo que han vuelto a robar los cables de la corriente. Lo hacen casi todas las semanas.

Caroline se limitó a asentir. Zowie se acercó a Anna, murmurándole lo suficientemente bajo para que solo ella pudiese escucharla.

―¿Trabajo? ―musitó―. No me dijiste nada.

―Fue al servicio de taxis ―respondió con la voz pequeña, como si temiera que la escucharan―. Dijo que olvidaría lo sucedido si trabajaba para él dos semanas.

―¿Solo eso? Entonces no es tan malo.

Anna colocó la bolsa sobre el sofá y deslizó la cremallera. Zowie apuntó la linterna hacia su interior, de modo que quedara en evidencia, clara y brillante, el contenido de la misma. La rabia se mezcló con las frustraciones del día, y deseó tener en frente al príncipe de Gales para estrangularlo ella misma.

―¡Es un pervertido hijo de puta! ―gritó.

Uno más y es todo, pensó Charles mientras saboreaba el penúltimo trago de su coñac. Entre mareado y embrutecido, continuó dando vueltas en la silla giratoria, regocijándose previo a su inminente victoria.

Habría dado lo que tenía por verle la cara a esa mujer, que con lo altiva y prepotente que era le debió brotar la rabia. Le supo bien la satisfacción. El primer paso ya había sido dado y era cuestión de tiempo para que se arrepintiera de haberle montado un espectáculo como aquel en público. Le pareció una pena. Con el carácter del demonio que demostró quedó evidenciado que su espíritu era de fuego ¿Quién era él para apagarlo? Nadie. Era su orgullo el que quería venganza.

Tomó de su bebida para acallar la conciencia e instantes más tarde la habitación se llenó con el sonido de los golpes contra la puerta.

―Adelante.

Sin voltearse, esperó a que el escándalo de los tacones cesara.

―Su Alteza ―la oyó decir.

―Caroline, ¿qué tal mi pedido?

―Ya está hecho, señor. La señorita Mawson tiene el uniforme que le ha asignado.

Él sonrió.

―¿Y cuál fue su expresión?

―La de una mujer realmente ofendida. Temo que lo ha llamado... ―se aclaró la garganta―. Retoño de mujer de la calle. En palabras menos apropiadas, por supuesto.

―Entonces, ¿la has dejado fuera de sus casillas?

―De hecho ha sido usted, señor, pero sí. No cabe duda de que estaba fuera de sus casillas.

Esta noche no hará otra cosa más que pensar en mí, se dijo a sí mismo en silencio.

―Muy bien, Caroline, es todo. Gracias.

―Un placer, señor.

Caroline hizo ademán de marcharse, pero se detuvo.

―Señor, hoy me enteré de un hecho lamentable.

Giró la silla hacia ella.

―Dime.

―El lugar donde ella vive junto a una amiga ha estado siendo atacado por ladrones. Al parecer ya es un hecho de costumbre. Creí que tal vez usted podría...intentar...ayudar un poco.

Charles la miró fijo, con los ojos entrecerrados.

―A su madre le hubiese gustado ayudar en algo así ―dijo ella antes de permitirle hablar.

El rostro de Charles se relajó al instante.

―Hablaré con mi padre al respecto. Intentaremos reducir los robos y establecer mejor vigilancia ¿Está bien para ti?

―Sí, señor, excelente. Ahora, con su permiso, me retiro.

―Adelante, Caroline. Buenas noches.

Charles permaneció en silencio mientras la vio irse. Observó durante un instante lo que restaba de su trago y se lo echó a la boca en un parpadeo.

―Tal vez uno más antes de dormir ―dijo para sí―. Soy mi único compañero de cama, así que puedo tardarme tanto como se me antoje.

Con ese pensamiento, vertió otro poco del coñac en el vaso de cristal y dejó que su cabeza se perdiera en el alcohol.

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