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Capítulo 28 | Borrador SP

―¿Qué hora es? ―le preguntó ella, golpeteándole el pecho desnudo con los dedos.

Charles estiró el brazo hasta alcanzar el teléfono que descansaba sobre la mesa de noche.

―Poco más de las siete ―se estiró en la cama sin movimientos bruscos―. No he visto día más largo que este.

Anna descansó la cabeza en el pecho de él, con una sonrisa boba estampada en el rostro. Le envolvió las piernas entre las suyas.

―No sé cuántos días han pasado.

―Lo sabrías si no anduvieras comportándote como demente.

―Asumo que aún no estoy perdonada.

―Pasará un largo tiempo antes de que lo estés.

―Mientras aún quieras dormir en la misma cama conmigo, está bien.

Él presionó los labios sobre su pelo.

―No importa cuán enojado esté, yo siempre voy a querer dormir en la misma cama contigo.

Anna cerró los ojos para disfrutar del cadencioso ritmo de sus latidos.

―Han pasado tres días ―le escuchó la voz rugir en el pecho―. Así que hoy es 21 de septiembre ¿Recuerdas lo que sucederá en cuatro días?

Ella soltó una risita.

―Lo olvidé. El 25 es mi cumpleaños.

―El 25 cumples los veinticinco. Es una cosa muy curiosa.

―Apuesto que no soy la única que cumple los veinticinco un día 25.

―No, pero tú no eres cualquiera.

Anna levantó la cabeza para plantarle un beso en el pecho.

―¿Ya me compraste un regalo?

―No, pero tengo varias buenas opciones en mente.

―No quiero que me compres uno.

Charles inclinó un poco la cabeza.

―¿Por qué no?

Ella suspiró, alzándose un poco para iniciar la discusión con el comprador compulsivo.

―¿Qué puedes darme que necesite? Tengo un techo seguro, tengo alimento y también salud, al menos salud estable. Mi familia está aquí, tú igual.

―No tiene que ser algo que necesites, sino algo que te guste.

―La verdad no quiero regalos. Me conformaría con una fiesta sencilla y privada. Pastel, comida, música. Mi familia, la tuya y nosotros dos. Quiero limitar las emociones fuertes. Los regalos que suelen darme mis hermanos ponen a sudar a cualquiera. El pastel podríamos prepararlo aquí. A Peete no le molestaría ayudarme con la comida. Apuesto que en algún rincón de este laberinto debe haber una radio. Además, dijiste que hay un salón, ¿no? Podemos ambientarlo para una pequeña fiesta.

La miró fijo y en silencio por un rato.

―Está bien ―accedió―. Si es lo que quieres, es lo que haremos.

Sonrió victoriosa.

―Definitivamente es lo que quiero.

Le movió la mano por la espalda desnuda.

―Vamos, es hora de salir de la cama. Tienes que comer algo. Con suerte, tu familia pensará que has estado dormida.

―Te aseguro que mi familia sabe lo que hemos estado haciendo.

―Desearía que no.

Él fue el primero en dejar la cama. Anna sintió el abandono, por lo que permaneció envuelta en las sábanas mientras lo veía moverse por la habitación. La misma estaba bastante oscura ya que la única luz en ella era provista por el resplandor de la luna.

―Si alguno me pregunta que estuve haciendo, yo les voy a responder que estuve por horas metida en las sábanas con mi prometido ―le expuso la dentadura―. Me enseñaron a no mentir, Su Alteza.

―En tu conciencia quedará mi muerte, porque tu padre me arrancará la cabeza.

―Soy mayor de edad y nunca puse resistencia.

Charles se volteó para mirarla. La blanquecina refulgencia de la luna le rosaba el cuerpo desnudo. A pesar de la oscuridad, pudo encontrar sus grandes y brillantes ojos verdes.

Era tan absurdamente pequeña para su edad. La imaginó con el cabello atado en una coleta, con su sonrisa única, con su espíritu joven y los ojos briosos por la aventura. Después, la imaginó con aquel vestido blanco que mandó a pedir especialmente para aquel primer día de trabajo como su chofer ¿Qué había querido él? Vengarse, humillarla, solo por ser ella misma. Por decir lo que pensaba y defender su postura. Él solo quería ver a esa mujer desaparecer.

Ahora le aterraba perderla.

―Pudiste encontrar otro hombre ―murmuró él.

Anna se incorporó un poco en la cama para intentar hallar sus ojos.

―Eres guapa, Anna. Preciosa. Inteligente, dulce, valiente. Podrías encontrar un mejor hombre donde sea.

Una carcajada brotó de la garganta de ella. Sacó las piernas de la cama y se puso en pie. Charles contuvo el aliento cuando ambos cuerpos se tocaron. Frotó los pechos contra el pecho de él y Charles, borracho de emociones, le enredó los brazos alrededor de la pequeña cintura.

―¿Crees que podría existir alguien más? ―lo escrutó severamente, pero sonriéndole―. ¿Un hombre mejor que tú?

Charles suspiró.

―Hice cosas imperdonables al principio.

―Lo hiciste.

―No siento que pueda haber algo que compense mi estupidez. Por eso pienso que mereces algo mejor, un hombre que no cometa las estupideces que he hecho yo.

―Eso no existe, Charles ―estiró el cuello para alcanzarle los labios―. Para mí, no existe mejor hombre que tú, y eres completamente mío.

Enterró los dientes en su labio, mordiendo aquella piel suave que ya se conocía bien.

―Mío ―sonrió traviesa.

Charles la envolvió con un poco más de fuerza, y el beso obtuvo un nuevo fuego. No duró cuanto a ella le hubiese deseado. Él se obligó a separarse y aferrarse con ambas manos a su raciocinio.

―Tienes que comer algo, Anna ―masculló con pena―. Ya habrá tiempo para mimos y cariños.

―Dios, que hambre ―masculló Anna, devorándose el último trozo en su plato de carne asada―. Nunca antes me había sentido tan famélica.

Charles continuó tomando en silencio el resto del té, observando con prudencia al resto de la familia Mawson con los ojos fijos en Anna. Una batalla se preparaba en aquellos pares, batalla en la que tenía prohibido participar.

Valerie extendió una de sus cálidas manos hasta la de él.

―Charles, cariño, ¿podrías dejarnos a solas con Anna un momento?

Anna dejó de comer al instante. Miró a Charles con los ojos cargados de súplicas, pero él asintió. Se puso en pie y marchó fuera del comedor. En silencio, Anna dejó escapar una maldición, molesta por haberla dejado expuesta ante el montón de fieras que eran su familia.

Ni siquiera se atrevió a mirarlos a los ojos. Solo esperó allí, sentada, a que el primero se animara a soltar sus gritos y maldiciones. Pero los minutos pasaban y lo único que escuchaba era el absoluto y aterrador silencio. Se removió incómoda en su asiento mientras miraba fijamente al agua dentro de la copa de cristal que descansaba junto a su mano derecha.

Ella sabía que aquel terrible silencio era peor que sus gritos.

―De acuerdo, lo entiendo ―dijo―. Hice una tontería y ahora están molestos.

Un sonido gutural se escapó de la garganta de Valerie.

―¿A eso llamas tontería? Dejar la puerta abierta en invierno, dejando pasar el frío, ¡eso es una tontería! ―se levantó de la silla dando golpes contra la mesa―. ¡Irte de la forma en la que tú lo hiciste, jovencita, es una irresponsabilidad muy estúpida de tu parte!

John la señaló con el índice.

―Estás en serios problemas con la familia, muchachita.

―Solo piensa un poco, Anna. Si no hubieses dejado la computadora encendida, habríamos tardado más tiempo en encontrarte ¿Y si ese hijo de perra llegaba antes a ti?

Valerie apretó la mandíbula para intentar calmarse.

―Charles nos pidió que nos quedáramos aquí mientras él iba por ti. Creí que era buena idea. Oh, Dios mío, él estaba tan enojado que pensé, realmente pensé, que te haría entrar en razón, aunque fuera a la fuerza. Pero es hombre, maldita sea. Dos besos y se le olvidó el enojo. A mí no, niñita ¡Yo soy tu madre y tu madre se cabrea muy, muy en serio!

―Lo sé, mamá, pero...

―¡Nada! ¿Cómo pudiste ser tan irresponsable? ¿Es que no has entendido que tienes a un maldito loco intentando hacerte daño?

Anna despegó los labios y lo dejó salir.

―¡Claro que lo sé! ―su voz explotó, devolviendo a su madre al asiento, temblorosa―. Mamá, tengo pesadillas todas las noches. Veo a ese maldito auto moverse a voluntad propia, siguiéndome. Me está cazando. Un auto, mamá ¿A caso no suena estúpido? Los autos eran mi vida y ahora simbolizan mi más grande temor.

Se llevó las manos temblorosas hasta la boca para controlar las nauseas. Respiró profundo por la nariz y dejó caer la espalda hacia atrás ¿Cuánto tiempo más iba a tener que sentirse enferma? Solo pensar en autos la volvía loca, y no como solía hacerlo antes. La volvía realmente loca. Siquiera recordar el sonido del motor al encenderse le ponía los pelos de punta.

―Tienen todo el derecho de estar molestos, pero, por favor, compréndanme. Yo los escuché, mamá. Estaban hablando en esta misma mesa y querían esconderme cosas. Me sentí tan...tan confundida, tan llena de preguntas, y creí que no me dirían nada. Sonaban tan seguros de que todo había sido planeado para llevar a cabo un secuestro y yo estoy plenamente convencida de que no fue así. Que esté enferma no les da derecho a esconderme información.

Valerie abrió y cerró la boca varias veces, pero no fue capaz de emitir palabras. Miró a cada miembro de su familia antes de devolverle la mirada a Anna.

―Actúan igual que Charles ―continuó―. Piensan que no podré con esto. Dios mío, ¿acaso no me conocen? Fui a prisión por un año, pagando un crimen que yo no cometí. Fui discriminada cuando comencé a buscar trabajo al salir. Hace poco falleció mi mentor, mi querido abuelo ¿Ahora? Ahora estoy siendo perseguida por un demente, mi ex novio regresó y parece estar más loco que nunca. Tienen que tenerme un poco más de fe y definitivamente tenerme un poco más de confianza. Si debo llorar, lloraré. Si debo gritar, carajo, lo haré, pero no me voy a quedar en una esquina, con las rodillas pegadas a mi garganta, temiéndole a mi propia sombra. No mientras pueda hacer algo.

Anna echó la silla hacia atrás.

―Lo digo en serio: tienen derecho a estar tan molestos como lo deseen, pero me están ocultando información a propósito. Diría que yo también podría estar enojada. Me parece que siendo la afectada de primer mano debería ser quien mejor informada esté. Ahora, si me disculpan ―se levantó de la silla e hizo una reverencia con la cabeza―. Necesito hablar con el jefe de seguridad de mi futuro marido.

Gray parecía tan absorto en los papeles que Charles llegó a considerar apropiado carraspear para hacerle notar su presencia.

―¿Crees que puedas recordar cómo es que una persona mueve la boca para hablar? ―bromeó.

―Eres un imbécil ―murmuró, con los ojos fijos en los papales.

―Tú sí que te tomas el trabajo personal.

―Bueno, no pensé que estuvieras en tantos líos ¿O debería decir que la de los líos es tu chica?

―Técnicamente ambos.

―Cierto.

Después de lo que le pareció una eternidad, Gray dejó caer la espalda hacia atrás y se frotó los ojos cansados con demasiada fuerza. Hizo una mueca cuando se le humedecieron.

―¿Cuando crees que podamos hablar con ella? ―le preguntó.

―No lo sé. En estos momentos se encuentra hablando con su familia.

Gray le sonrió.

―Los Terribles Mawson. Vaya familia.

―Es una familia única.

―Bueno, en fin. Es bueno que estemos a solas unos momentos. Quiero hablar contigo sobre algo. Verás, estuve revisando toda la documentación que Christopher tenía archivada sobre este peculiar caso. La verdad es que el hombre ha cometido muchos errores. No lo culpo ¿Sabías lo de su esposa?

Charles frunció un poco el ceño.

―No.

―Tiene un embarazo muy peligroso y necesita estar en reposo absoluto. Cualquier cambio puede provocarle un aborto. El hombre no está concentrado ¿Cuándo fue la última vez que le diste vacaciones?

―Debes preguntarle a mi padre.

―Maldito desgraciado. Vas a ser el rey. Empápate de todo.

Charles puso los ojos en blanco. Gray continuó.

―Mi punto es el siguiente: mándalo de vacaciones. Que tenga tiempo para cuidar de su esposa. Nos organizaremos en un par de días y nos haremos cargo nosotros.

―Se lo diré a mi padre.

―O puedes hacerlo tú ―agitó las manos frente a su rostro―. Eres el regente, ¿recuerdas?

―Bien, bien. Lo haré.

―Excelente, porque quiero que hablemos de las cosas que noté. Deberíamos empezar por el día del accidente.

―Te escucho.

―Tu chica dijo en su testimonio muchas cosas, pero aquello de la hojalatería con un compuesto de carbono y la teoría de un corredor es lo que más llamó mi atención, sobre todo si consideramos a donde fue a parar la damita el día de hoy. En medio del pánico fue bastante observadora. O es eso o conoce de autos.

―Apuesto por ambos.

―Muy bien entonces. Hablemos sobre el incidente en el hospital. Este mismo hombre que la persiguió con el auto burló la seguridad, se introdujo a su habitación e hizo una niñería de novato.

Charles lo miró fijamente, como si fuese a encontrar algún rastro de burla en su rostro. Nada.

―¿A qué te refieres?

―El grandísimo bastardo entra a la habitación. Entre el accidente y el incidente del hospital transcurrieron cerca de cinco a seis horas, así que tuvo tiempo para preparar un nuevo plan. La cámara muestra una jeringuilla en su mano, la cual saca de uno de los bolsillos de su blusa médica. Asumamos que es algún tipo de veneno ¿Entonces qué? ¿Terminarás lo que empezaste en la carretera? Bien, tiene sentido. La quieres muerta. Ese es el momento donde la enfermera aparece. Cruza unas pocas palabras con ella, saca su arma y le dispara. Casi parece gritar «Muere, perra. Muere». Pero, espera ¿No querías matar a la chica rubia en la cama? Le dices descansa en paz, pero asesinas a otra persona. Se marcha de la habitación ¿Y qué demonios hiciste? No le disparas, no le inyectas lo que trajiste ¿Entonces qué querías?

Charles analizó sus palabras.

―Crees que buscaba algo más.

―Yo creo que la quería muy muerta, pero en sus términos. Matarla en el hospital no parece resultarle agradable. Aunque su rostro no es muy visible, tiene todas las señales de estar muy disgustado por la intromisión de la enfermera. Mira, lo que quiero decir es que no tiene sentido tener un arma si vas a inyectarle algún veneno. Bien, lo comprendo. Quizá el arma es por seguridad, ¿pero no es más sencillo dispararle en la cabeza? Está en el hospital y podrían salvarla de un envenenamiento. Un disparo a la cabeza asegura su muerte.

A Charles se le secó la boca y una corriente helada le recorrió la columna.

―Pienso mucho en esa maldita jeringuilla. Pensemos que quería asesinarla allí. Esa porquería no hace ruido. Le inyectas el líquido, la ves morir para asegurarte y te vas. Pero, maldita sea, ¿por qué dispararle a la enfermera? ¿Y por qué no solo diste dos malditos pasos para inyectarle el veneno en el pecho, directo al corazón? ¿O en el brazo? ¿Cuál es el afán de llevártelo sin utilizarlo?

Charles se removió un poco inquieto en el asiento. No entendía como tenía el estómago para hablar así. Supuso que por la experiencia policíaca.

―He trabajado lo suficiente en la policía para saber que este bastardo inútil fue contratado por alguien. Hizo un mal trabajo, sí, pero lo intentó. Afortunadamente falló.

Gracias a Dios, murmuró Charles en su mente.

―Es muy probable que no sea solo un hombre. Debe tener un jefe. La pregunta sería quién y por qué.

Gray rebuscó entre los papeles hasta dar con su objetivo.

―Los informes especifican que este caso se investigó como un posible atentado en contra tuya. Creo que es la opción más lógica si no profundizas en los hechos, pero yo descartaría esa teoría. Lo haría, pero no puedo hacerlo, ya que eres el príncipe. Una teoría así no puede desecharse.

―Entonces piensas que es algo contra Anna.

―No es una teoría que suene desconocida para ti, ¿no es así? ―levantó la vista del papel―. Christopher la planteó. Lo tiene escrito aquí. Dice que la desechaste.

―No es que la rechazara, solo me parecía carente de lógica. Mencionó a un posible sospechoso, un hombre italiano.

―Garrett Astori.

―Ese hombre. Me parece poco probable que quiera vengarse después de tantos años.

―Yo no lo descartaría. De hecho, he preparado una lista de posibles sospechosos basada en el pasado de tu chica. Debo decir que es más larga que la lista de mujeres con las que te has acostado.

Charles escuchó un jadeo a su espalda. Giró un poco la cabeza y descubrió a Anna con sus pequeñas manos aferradas a la puerta. Maldijo en silencio.

―Lo siento, debí tocar ―musitó―. Estaba buscándote, Charles.

Charles devolvió la vista a Gray para reprenderlo en silencio.

―Ven, cariño. Siéntate ―la llamó.

Anna obedeció al instante, acomodándose en el asiento continuo al suyo.

―¿Interrumpí algo? Aparte de su charla masculina de la que no quiero ser partícipe.

Charles miró hacia Gray con un mal semblante.

―Estábamos revisando los hechos posteriores al accidente.

―¿Ya hablaste con Yosef y su hermano?

―Te dije que sí.

Él soltó un gruñido cuando Anna le dio un codazo en las costillas.

―¿Y bien?

―Aún no hemos analizado esa información.

―Entonces hagámoslo ahora.

Gray le sostuvo la mirada durante un buen rato y ella, como era de esperarse, también.

―De acuerdo, señorita. A pedido suyo, analizaremos la información.

Charles anotó en su mente que necesitaría usar alguna de las habitaciones vacías como sala de reuniones fija. El comedor estaba siendo ocupado por la familia de Anna y su estudio era muy pequeño para esparcir los papeles sobre el escritorio de forma más organizada, de modo que los tres terminaron acomodando una amplia mesa y tres sillas en el gran salón. Anna fue a la cocina a preparar té mientras Charles y Gray sacaban todos los papeles de la oficina.

―Aquí tienen, caballeros ―anunció ella, depositando la bandeja en un pequeño espacio libre del papeleo. Llenó las tazas con el té y se las entregó en las manos.

Charles sopló el líquido caliente antes de darle el primer sorbo. El calor de la bebida se instaló en cada parte de su cuerpo, protegiéndolo del frío.

Gray dejó el té a un lado mientras revisaba los papeles.

―¿Dónde demonios la dejé? ―gruñó, dándole un golpe a la mesa con el puño.

Charles puso los ojos en blanco. Anna se acomodó junto a él, tomando con delicadeza la taza de té entre sus delgados dedos.

―Tal vez debí traer galletas para acompañar el té ―musitó antes de dar el primer sorbo.

―Ah, aquí está ―masculló Gray, colocando el papel frente a Anna.

Era una fotografía de Carter.

―¿Qué? ―masculló ella a la defensiva.

―Solo confírmame que sea él.

―Lo es.

―Bien.

Anna esperaba que él retirara la fotografía después de habérselo confirmado. Sin embargo, la mantuvo allí.

―Bueno, de acuerdo. Es él ¿Eso qué?

―¿Notas algo en esa fotografía?

Exasperada, mantuvo la vista fija en la misma. Carter estaba sonriendo hacia la cámara. Tenía el cabello despeinado y los ojos húmedos, algo que solía sucederle después de reír. Casi parecía que había llorado. Era una de las rarezas en él que tiempo atrás ella adoraba. En el fondo había un pequeño taller.

―Son los pits ―dijo ella―. Es mi lugar, donde dejaba mi auto. Pero no lo comprendo ¿qué tiene que ver? A él le encantaba tomarse fotografías en cualquier parte del autódromo. Creí que le gustaba todo eso tanto como a mí.

―¿Sabes que esa fotografía fue tomada con tu teléfono?

―Vaya, alguna vez en tu vida si tuviste un teléfono funcional ―se burló Charles.

Anna le lanzó una mirada divertida.

―Carter lo usaba más que yo. Básicamente se lo regalé. Solo lo tenía por el trabajo. La mayor parte del tiempo, él lo utilizaba como cámara ―frunció un poco el ceño―. De verdad no sé a dónde quieres ir.

―A este chico parecía obsesionarle en serio los pits. Se encontraron muchas fotos así ¿No te parece eso sospechoso?

―Carter era muy extraño. No te fijas tanto en esas cosas cuando estás enamorada.

Anna observó a Charles moviéndose en el asiento, incomodado por su comentario. Después de todo, a ningún hombre le gusta escuchar a su pareja hablando de tal forma acerca de su ex.

Gray continuó para aliviar la pequeña tensión en el ambiente.

―Seré tan sincero como pueda. No tengo una puta idea del papel que juega ese hombre en toda esta historia.

―Gray ―gruñó charles―. Mejora tu vocabulario frente a la señorita.

―Discúlpame ―miró a Anna―. No tengo conocimiento de los motivos que pudieran incitar a este caballero a proceder de la forma en que lo ha estado haciendo dado que no tiene una justificación lógica ―sonrió en dirección a Charles―. ¿Mejor?

Anna escupió el té en la taza cuando intentó soltar carcajada. Se limpió el líquido que goteaba por sus labios con el dorso de la mano.

―Lo siento ―musitó.

Charles puso los ojos en blanco.

―Continúa ―le pidió.

―Como quiera, jefe ―dejó caer la espalda hacia atrás―. Me interesa mucho el testimonio de la dama aquí presente. Normalmente, no accedo a hacerlo sin alguien que pueda tomar por escrito la declaración, pero este no es un caso normal. Tiene muchos puntos negros y necesitamos algo de luz. Así que comenzaré con una pregunta sencilla: señorita, ¿en qué estaba pensando usted cuando se enfrentó a solas con un fugitivo?

Charles parecía interesado en su respuesta. Era la primera vez que hablaba sobre lo ocurrido en la gala con alguien que no fuera él y ella sabía que debía contarle todo al casi desconocido que tenía en frente.

―Me asusté ―admitió en un susurro.

―Una persona asustada huye de aquello que le provoca ese sentimiento, no lo persigue.

―También estaba enojada. Mucho. Me enfurecía que se atreviera a hablar con Charles. Por un instante, creí que lo lastimaría y solo quise saber por qué.

―¿Por qué no dejarlo en manos de la policía?

―De verdad no lo sé. Sólo lo hice.

Charles puso los ojos en blanco.

―Decir no lo sé es como su deporte favorito.

Anna lo fulminó con la mirada.

―Carter tenía esta cosa en su mirada ―habló ella―. Nunca antes la había visto. Quiero decir. He visto a Carter enfurecerse hasta darme terror, pero en sus ojos estaba esa sombra...la sombra de... ―soltó una maldición―. Es que realmente no sé cómo explicarlo. En ese momento sentí que nunca conocí a ese hombre de verdad. Era casi como estar frente a otra persona.

―Bien ―cortó Gray―. ¿Qué pasó después?

―Lo seguí. Entré por las puertas dobles detrás del escenario. No lo encontré allí. En ese momento tuve, por fin, un momento de claridad. Quise volver y decirle a Christopher que se hiciera cargo. Fue entonces que me cubrió la boca y me envolvió con su brazo. Me llevó por la puerta metálica en la derecha. Estaba todo muy oscuro. Solo podía sentir su agarre y el cañón del arma contra mi cabeza.

Charles se precipitó hacia adelante con violencia. Después, volvió a dejar caer la espalda hacia atrás y respiró profundo. Anna extendió una de sus pequeñas manos hasta la suya para calmarlo.

―El lugar era bastante pequeño ―continuó―. Me recordaba mucho al interior del tráiler donde transportábamos el auto.

Se estremeció ante el recuerdo.

―Carter me mostró un auto en piezas. Era el mismo que nos siguió a Zowie y a mí el día del accidente.

Charles volteó hacia ella con los ojos enfurecidos. El rostro de Gray, por el contrario, no mostró emoción alguna.

―Pensé que quería hacerme algún daño ―observó de reojo a Charles―. Dañarme de cualquier manera, directa o indirectamente, pero tenía esta obsesión porque mirara el auto. Me gritaba una y otra vez que lo hiciera. Yo me enfurecí por el simple hecho de que él quisiera que lo obedeciera que negarme lo sacaba de quicio. Todo lo que quería era que lo mirara.

Ella hizo una mueca.

―Dijo que era como mi regalo de cumpleaños.

Charles masculló algo que ella no pudo comprender.

Gray colocó frente a ella una fotografía. Era la puerta metálica por la que Carter la había llevado.

―¿Es esa la puerta?

Anna asintió.

Gray se pasó ambas manos por el pelo oscuro.

―Es así como un caso se complica ―masculló.

Anna parpadeó, confundida.

―¿Qué sucede?

―Verás. Esta puerta, la que dices te llevó hasta una habitación pequeña, en realidad es la entrada de los músicos y el personal. Es un pequeño callejón que conecta al edifico con el estacionamiento de los empleados.

Ella movió la cabeza repetidas veces.

―Estoy segura que detrás de esa puerta había una habitación.

―Apuesto un millón de libras a que dicha habitación no se encuentra tras esa puerta en este instante.

Gray colocó una otra fotografía frente a ella. Era un tráiler y un hombre, exactamente vestido igual a Carter esa noche, subiendo a él.

―Creo que esta es tu habitación ―le explicó él―. Es posible que conectara el vagón a la puerta, y si ese auto es, en efecto, el que utilizaron para el atentado, significa que Carter Stevenson lo tiene en su poder.

Anna sintió que la cabeza le explotaría en cualquier momento.

―Pero él no pudo haber sido.

Escuchó a Charles soltar un resoplido.

―Quiero decir que escapó de la cárcel un día antes de la gala. Seguía en prisión el día del accidente ―miró a Gray en busca de ayuda―. ¿Cierto?

―Es cierto.

Charles apretó un poco sus manos unidas.

―¿Entonces cómo explicas que lo tenga? ―inquirió.

―Has una pregunta más importante: ¿qué tendría él que ver en todo esto? ¿Por qué su ex novio se une a este atentado? Compliquémoslo un poco. Supongamos que el hombre que fue a verlo a la cárcel tiene relación con el deseo de ver a la señorita aquí presente muerta. Lo ayuda a escapar, ¿para qué? Carter se infiltra a una actividad para mostrarle a su ex novia, a quien envió a prisión para él no tener que hacerlo, el auto con el que intentaron asesinarla. Eso solo nos lleva a otro punto ¿Cómo puede este hombre entrar así sin más en un lugar que debería estar completamente rodeado por guardias? ¡Vamos! Toda la familia real estaba allí y un simple fugitivo entra y no deja rastros salvo por las grabaciones que pudimos obtener ¿De verdad me harás creer que este hombre común y corriente simplemente tuvo suerte?

Anna miró a Charles antes de devolver la vista a Gray.

―Si tienes sospechas de algo quiero oírlas.

―Tener sospechas es mi trabajo, pero te diré lo que creo. Si me fuera posible descartaría la teoría de que esto ha sido un atentado en contra de Charles. Estoy cada vez más seguro de que esto ha sido en contra tuya desde un principio y creo que podemos dar otro voto a favor cuando tu ex novio se unió a la contienda. Lo que me lleva a esto.

Gray le entregó una serie de papeles grapados.

―Mi lista de sospechosos.

Anna deslizó los ojos por la lista de nombres organizados en orden alfabético. Todos estaban relacionados con su antigua vida en las carreras.

―No me puedes decir que todas estas personas son sospechosas ―le obsequió una gélida mirada―. Incluiste parte de mi equipo.

―Los incluí por motivos que voy a reservarme. De todos modos, luego de haber realizado esa lista, la reduje. Número nueve, doce y diecisiete.

Garret Astori, corredor italiano.

Harold Goddard, su antiguo jefe de mecánica.

Jeff Prescott.

―El nueve es un idiota, el doce es un buen hombre y el diecisiete no lo recuerdo ―le devolvió la lista.

―El nueve es un traficante, el doce es un asesino y el diecisiete es un muchacho que tu Sello de Calidad Mawson rechazó hace seis años.

―Del nueve no me sorprende, el doce asesinó al hombre que violó a su hija y el diecisiete sigue sin serme familiar.

―¡Ya basta, ustedes dos! ―gruñó Charles―. Usen los malditos nombres.

Anna puso los ojos en blanco.

―Se lo haré sencillo a tu chica ―comenzó a organizar el papeleo―. Ve a tu habitación, descansa y no te preocupes por nada. Te dejaré lista la tarea que debes realizar mañana.

―¿Qué tar...?

―Voy a dejarte los expedientes de las tres personas que acabamos de mencionar ―la interrumpió―. Quiero que en una hoja aparte anotes todos los encuentros, discusiones, malos entendidos o cualquier contacto físico o verbal que hayas tenido con ellos. Todos. Adjuntaré fotografías en caso de que no los recuerdes. Dejaré también los expedientes de los otros sospechosos por si tienes algo interesante que contarnos.

Anna lo observó organizar todo con increíble rapidez.

―Mientras tanto, tengo pensado revisar la información que tus amigos, Yosef y Danila, nos ofrecieron.

―Creí que es lo que discutiríamos ―protestó Anna.

Gray acomodó los brazos sobre la mesa y se impulsó un poco hacia adelante.

―Cariño, no voy a corroborar la información con palabras, ¿entiendes? Danila nos ha proporcionado una dirección. Como policía, tengo el derecho a reservarme información hasta confirmarla.

―Entonces en su testimonio había información importante ―Charles casi le pudo ver el orgullo brillar en sus ojos―. Haberme escapado rindió frutos.

Él la reprendió con la mirada.

―No querrás que comencemos esta discusión de nuevo, ¿cierto?

Anna se ruborizó. Su última discusión había terminado...oh.

―Tal vez ―musitó con timidez.

Charles se limitó a poner los ojos en blanco.

―Bueno, muchachos ―los interrumpió Gray―. Por más que ame mi trabajo, debo volver a casa con mi esposa. Les informaré con lo que me encuentre mañana.

Gray se despidió tan rápido de ambos que en un parpadeo se encontraron solos. A Anna le cayó encima el agotamiento tanto mental como físico, pero se negó a volver al asiento. Dio unos pocos pasos hasta él y se escondió en su regazo, envolviéndole los pequeños brazos alrededor de su cintura. Charles la acunó con cariño, depositándole un beso en el pelo.

―No sé qué haría si no estuvieras a mi lado ―gruñó ella, inhalando el aroma de su perfume natural―. Cuando creo que tropezaré y caeré, tú estás ahí para sostenerme. Siempre estás ahí.

―Tú nunca caes, Anna. Solo te tambaleas, pero eres tan fuerte que jamás te caes.

Charles escuchó un pequeño quejido seguido del lloriqueo.

―Dios, Charles. Te amo tanto. Por favor, no me dejes nunca.

―Oh, cariño ―la abrazó con más fuerza―. Yo nunca te dejaré.

Él le permitió que llorara, que dejara salir todo aquello que la estaba agobiando. Le besó el pelo un par de veces mientras le acariciaba la espalda para calmarla.

Después de varios minutos, Anna se apartó de él para secarse las lágrimas con los dedos. Le obsequió una pequeña sonrisa antes de depositarle un sonoro beso en el pecho por encima de la camisa.

Charles presionó los labios contra su frente.

―Te llevaré a la cama. Necesitas descansar.

Anna se aferró a él con fuerza.

―¿Te quedas conmigo?

La humilló un poco el escucharse a sí misma desesperada por mantenerlo todo el tiempo con ella, como si fuera una niña pequeña a la que le asustaba la oscuridad.

―¿Cuándo has tenido que pedirlo? ―le sonrió.

Charles deslizó los brazos por las piernas de ella para levantarla del suelo. Anna envolvió los suyos alrededor del cuello de su hombre mientras se deleitaba con la vista de su gesto alegre.

En pocos minutos estaba en su habitación. Charles la acomodó suavemente en la cama como si fuera una gatita herida. Colocó los brazos a ambos lados de sus costados, deleitándose él con lo bella que era ella. Los grandes ojos verdes le brillaban y tenía los rosados labios entreabiertos. Él lo tomó como una invitación, así que movió una de sus manos hasta ellos, recorriendo con sus dedos el fino contorno de sus suaves labios. Ella se tensó, abriéndolos un poco más, reiterando la invitación.

Dejó escapar de ellos su nombre y para él fue como un hechizo.

Charles la observó detenidamente un poco más. El largo cabello castaño esparcido por la almohada, los labios abiertos, los ojos briosos. El amor en cada pequeña parte de su rostro, en sus gestos, en su mirada.

Se sintió bendecido.

Anna lo cogió de la camisa y lo atrajo hacia sí misma. Unió su boca a la suya, mordisqueando sus labios, abriéndola más para darle la bienvenida. Sus dedos temblorosos encontraron el borde de la camisa y, con movimientos lentos, comenzó a deslizarla hasta arriba. La lanzó lejos. Dejó que sus dedos le tocaran el pecho, que ellos saborearan el calor de su piel. Charles separó su boca de la de ella para recobrar el aliento. Anna acercó la suya para besarle el hueco de la base de su garganta.

Charles giró con ella en la cama. Enredó los dedos en el desorden que era su cabello y la obligó a mirarlo. Ella se liberó de su presión y volvió a asaltarle la garganta.

―Sabes tan bien ―gruñó ella.

A Charles se le erizó la piel. Echó la cabeza hacia atrás y se deleitó de la magia de su boca.

La boca de ella estaba sobre la de él antes de que se percatara. Ese beso fue desesperado, urgente: el beso de dos amantes que ardían en fuego.

Charles deslizó sus manos por la ropa de ella, apartándola de su piel con desesperación. Ella se le separó para respirar. Lo miró fijamente antes de girar sobre la cama. El peso de él la neutralizó por un momento. Él se incorporó y Anna lo vio desnudarse con dolorosa lentitud. La escases de luz donó una atmosfera romántica.

En silencio, Charles contempló el pequeño cuerpo desnudo de ella, con su preciosa piel bañada por el lívido resplandor de la luna. Dios santo. Era la misma mujer a la que había querido hacer daño ¿Cómo en tres meses se había vuelto su mundo entero? Su pasión, su anhelo, su pequeño pedazo de cielo.

Su bello milagro.

Gruñó su nombre con adoración antes de volver a sus brazos. Los dos gimieron ante el contacto. Embriagado por su calidez, Charles instaló la boca en el cuello, dejándole un rastro de besos húmedos desde la garganta hasta los pechos. Anna soltó un gritito cuando en su boca acunó un pezón.

Enterró la cabeza aún más en la almohada y abrió la boca para gemir su nombre. Borracha de placer, arqueó las caderas hacia él, suplicándole, invitándolo. La excitación atacó dentro de ella en inmensas oleadas. Le imploró en silencio que no se detuviera, pero ella sabía mejor que nadie que detenerse no era ni por error una posibilidad.

Finalizada su labor, Charles devolvió su boca hasta el hueco en la base de la garganta, creando un nuevo camino de besos húmedos, deleitándose con su sabor y su aroma. El aroma de su mujer.

Anna sentía que ese montón de besos sobre su piel la quemaban, la torturaban. Dios, solo él sabía dónde y cómo tocarla. Conocía su cuerpo como si le perteneciera. Pero, sin duda, lo hacía y él se encargó de afirmarlo cuando le separó los muslos con las piernas y, gimiendo su nombre, sintió su ingreso.

El placer pasó como una tormenta de rayos por toda ella. El placer fue atroz, deliciosamente maravilloso. Anna envolvió los brazos alrededor de él, y él la buscó con los ojos por encima del placer.

―Mírame ―le pidió en un jadeo.

Ella abrió los ojos, buscando los suyos. El placer se disparó con mayor fuerza. Despegó los labios y gimió su nombre.

Charles presionó la boca contra la de ella, mordiendo y chupando sus cálidos labios, mientras sus cuerpos continuaban moviéndose al ritmo del deseo. La habitación se vistió de oscuridad, volviéndose cómplice de dos amantes impacientes.

Anna enterró los pequeños dedos en el cabello oscuro de Charles, mientras se maravillaba en la deliciosa sensación de ser poseída por él. Se separó de su boca para besarle el hueco de la base de su garganta. Charles despegó los labios para gemir de nuevo su nombre. Su cuerpo se sacudió cuando ella deslizó las manos hasta su espalda para enterrarle las uñas.

Embriagado por las sensaciones y emociones que se instalaron en su pecho, Anna le presionó la boca sobre la suya. Mordisqueó sus blandos labios cuanto se le antojó, encantado con la oportunidad de tomar nuevamente lo que ya era de ella.

A pesar del placer, Charles mantuvo los ojos abiertos, observando los cambios en su rostro, y mientras le hacía el amor se hizo la promesa de que jamás iba a permitir que nadie, absolutamente nadie, volviese a lastimar a su bello milagro.

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