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Capítulo 26 | Borrador SP

El tren llegó a la estación de Brighton una hora más tarde. Un taxi la llevó hasta la calle Zeal Pavilion, cerca de The Blazing Zone, una avenida dedicada exclusivamente a autos profesionales. La nostalgia le acarició el pecho. La primera vez que visitó aquella calle estuvo acompañada por su abuelo. Diferente a esa ocasión, donde su único propósito era disfrutar, había venido esta vez con un propósito. De allí no se iría hasta alcanzarlo.

Aferró la maleta y caminó calle abajo.

A medida que avanzaba, se sintió como haber vuelto años atrás, cuando visitaba aquel lugar para prepararse para una carrera. Diferentes locales y negocios estaban ubicados a ambos lados por toda la larga carretera, desde centros de pieza hasta centros de neumáticos y talleres. Una gran variedad de negocios para atender y conseguir lo necesario para cualquier auto.

Arrugó la nariz cuando el olor de los neumáticos se le instaló en la misma. Le recordó a Carter en el instante. Agitó la cabeza para apartarlo de sus pensamientos.

Instaló los ojos en los hombres y mujeres que trabajaban en las decenas de autos en los distintos talleres. Se preguntó si Yosef se encontraría en el mismo lugar.

Avanzó calle abajo hasta toparse con un letrero colgante en forma de auto. En letras negras, sobre la madera rojiza, se leía:

Fábrica de Autos Harantova.

Abajo, en letras más pequeñas:

El auto que quieres con las piezas que deseas.

Permaneció unos segundos sin moverse, solo mirándolo. El taller había cambiado muy poco. Los tres compartimientos del garaje estaban abiertos. En su interior, observó tres autos y una considerable cantidad de empleados trabajando en ellos. Afuera se veían cinco autos más. El olor del café le despertó el apetito. Partió de casa sin desayunar.

Se adentró en el taller, aclarándose la garganta para llamar la atención de los empleados. Una chica entre los dieciocho o veinte años se giró hacia ella. Tenía el cabello negro atado en una larga trenza. Sus ojos marrones brillaron mientras le sonreía. Leyó «Camille» bordado en el lado izquierdo de la blusa.

―¿Te puedo ayudar? ―le preguntó.

Anna colocó la maleta en el suelo.

―Busco a Yosef Harantova.

Camille se limpió las manos con un pañuelo que llevaba colgado de la cintura.

―¿Quién lo busca?

―Anna. Anna Mawson. Somos amigos.

Ella escuchó al resto silbar.

―Qué curioso ―dijo la chica―. Mi tío lleva días hablando de ti.

Antes de poder responderle, Camille desapareció por una puerta corrediza marrón. Unió sus manos sobre el vientre mientras esperaba. Se sintió un poco incómoda al descubrir aquellas miradas fijas sobre ella. Habían dejado de trabajar únicamente para observarla.

Uno de los chicos murmuró algo por lo bajo que no alcanzó a entender, pero decidió ignorarlo.

El mismo chico se le acercó. Parecía nervioso.

―Dijiste...esto...dijo que era Anna Mawson, ¿cierto? ―se remojó los delgados labios―. ¿La Anna Quick-Fire Mawson?

Ella se ruborizó. Hace tanto tiempo que nadie la llamaba así...

―Sí ―respondió.

Los murmullos se expandieron por el taller.

―Mi tío, Yosef, nos ha hablado tanto de ti ―el chico le sonrió―. Soy Seth, hola.

―Hola ―musitó.

Le observó la mano extendida, pero apenas él se percató de que la misma estaba manchada de grasa, la apartó.

―Lo lamento. No quiero ensuciarle las manos.

Ella le obsequió una sonrisa tranquilizadora.

―No te preocupes. He tenido las manos tan sucias como tú.

La puerta corrediza se abrió y el resto de sus espectadores se dispersaron de vuelta al trabajo. Anna observó al altísimo hombre, incluso más que Charles, cruzarla y acercársele con aquel aspecto peligroso, como si deseara arrancarle la cabeza. Si no lo conociera, habría comenzado a retroceder hasta escapar de su amenazante presencia.

Yosef Harantova era exactamente igual a como lo recordaba sin lugar a dudas.

Llevaba el cabello oscuro desordenado, llegándole un poco más arriba de las orejas. Le descubrió el comienzo de una barba enmarcándole la cara, donde un par de ojos marrones refulgían hoscos. Usaba zapatos cerrados, jeans desgastados y camiseta negra de mangas largas dobladas hasta los codos.

Entrecerró los ojos marrones antes de sonreírle. Ella le devolvió el gesto y automáticamente se sintió bienvenida. Se preguntó cuántas personas en su lugar se espantarían ante aquella sonrisa que gritaba una posible sentencia de muerte.

―Me hiciste esperar cinco años por una visita tuya, dívka ―habló, la voz ronca arrastrando cada palabra. Su acento siempre le recordó al ruso. Se le acercó para abrazarla―. No te he visto en años.

Anna le devolvió el abrazo antes de romperlo.

―No has cambiado nada, Yosef ― le sonrió.

Él inclinó la cabeza en respuesta.

―Pero tú sí has cambiado ―colocó sus grandes manos en los hombros de ella, obligándola a mirarlo―. La flor más bella del jardín. Siempre me has recordado a mi hermanita.

Yosef apartó las manos.

―Te invito una taza de café. Así me cuentas que te trae por aquí.

La condujo hasta el interior del lugar, siguiendo por un pasillo que llegaba a una pequeña sala. En el centro, se encontraba una mesa. Le señaló uno de los asientos mientras le servía el café. Ella dejó la maleta junto al mueble.

―Ahora sí, dívka ―sopló sobre el líquido caliente―. ¿A qué debo este gran honor?

Anna se enfocó en el líquido oscuro mientras pensaba.

―Sabes de autos modernos más que cualquiera ―acercó la taza hasta sus labios, pero decidió apartarla y dejarla sobre la mesa―. Necesito de tu ayuda, Yosef. Es tan importante para mí que no sé por dónde empezar.

―Somos amigos, ¿no es cierto? Por donde inicies está bien.

Anna descubrió que sus manos temblaban.

―Tuve un accidente hace poco más de dos semanas ―apartó los ojos unos segundos―. Fue más que un accidente en realidad.

Levantó los ojos verdes hasta él.

―Intentaron asesinarme ―musitó lentamente.

El rostro de Yosef se descompuso apenas escuchó aquellas dos palabras. La ira se instaló en sus ojos marrones. Le preocupó con lo que estaría luchando en su mente.

Diez años atrás, una de sus hermanas menores fue asesinada. Murió desangrada quince minutos antes de llegar al hospital. Recibió dos impactos de bala. La policía concluyó que el auto confundió el auto y que había sido una víctima inocente.

―¿Atraparon a ese hijo de puta? ―soltó de golpe.

―No ―se frotó la cabeza―. Es muy complicado.

Yosef devolvió la taza a la mesa, incapaz de darle un trago más.

―Cuéntame ―le pidió.

―Comencé a salir con alguien hace poco. Lo conocí en junio. Al principio, se creyó que el atentado iba dirigido a él, pero en estos momentos tengo mis dudas. No estoy del todo clara en la fecha que estamos, pero el jueves, el 18 de septiembre, asistimos a una gala y...

El solo pensar en su nombre le provocó un fuerte vértigo. Se cubrió la boca con ambas manos y cerró los ojos con fuerza.

―¿Estás enferma? ―lo escuchó preguntar, su voz vestida de preocupación.

Anna movió la cabeza repetidamente. Continuó hablando cuando se sintió un poco repuesta.

―Vi a Carter en la Gala.

Yosef frunció un poco el ceño.

―¿Tu ex pareja? ¿No estaba en prisión?

―Al parecer escapó el día anterior a la gala. Todo sigue sin ser muy claro. La verdad es que me están escondiendo información. Solo sé que Carter me llevó a una habitación. Allí había un auto y estoy segurísima de que es el mismo auto en el que iba el loco que trató de asesinarme.

―Entonces lo hizo él.

Ella movió la cabeza.

―Escapó el día antes de la gala. El accidente fue hace dos semanas.

Yosef aguardó en silencio.

―¿Cómo estás tan segura de que ese hombre con el que sales no tiene nada que ver?

―No es que esté segura, es solo que tengo mis dudas. Si quisieran atacarlo a él, ¿qué papel juega Carter en todo esto?

―¿Podría ser posible que se conocieran?

―Para nada.

A Anna le vino a la mente la escena de ambos hablando a escasos centímetros el uno del otro.

―A todas estas, ¿quién es ese hombre?

A ella se le calentaron las mejillas.

―Es una muy, muy larga historia, ¿sabes? Casi sacada de un cuento de hadas.

―¿Lo conozco?

―Es posible.

―Quiero su nombre.

Anna torció la boca.

―Si me lo das, puedo encontrar a alguien que me brinde toda la información que podamos recolectar sobre él.

―Eso no va a ser necesario. Además, si lo hicieras, podrían llevarte a la cárcel. Así de feas están las cosas. Son capaces de arrestar a todo aquel que ponga su nombre en Google.

Yosef descansó los brazos sobre las piernas, impulsándose un poco hacia adelante.

―Puede venir el mismísimo rey o su hijo tocando a mi puerta con toda su guardia y si lo considero necesario para ayudarte lo haré, así que quiero su nombre.

Ella dejó escapar una maldición.

―Es el príncipe ―musitó.

A él se le volvieron pequeños los ojos.

Mientras se encontraba en el tren, Anna había descubierto que aún llevaba el anillo que Charles le había dado cuando le propuso matrimonio, así que extendió la mano para que Yosef pudiera verlo.

―Me propuso matrimonio en la gala. Cuando lo presentaron, anunciaron que yo era su prometida. Te aseguro que saldrá en los periódicos.

Yosef retrocedió hasta toparse con el espaldar del asiento.

―¿Estás con el príncipe? ―se agitó el cabello con ambas manos―. Dívka, pero ¿qué demonios? ¿Cómo llegaste a...? ¿Y cómo es que lo conociste? Pero, espera... ¿qué?

―Lo conocí hace tres meses. Ya te dije: es una larga historia.

―¿Tres meses y se comprometen? ¿Eso no te parece una locura?

―Sí.

―Es precipitado.

―Lo sé.

―Incluso inmaduro.

―Eso sí que no.

―Tengo treinta y dos años y llevo casado diez ¿Crees que duraría lo mismo si me hubiese casado a los pocos segundos de haberla conocido?

―No es como si nos fuéramos a casar en dos minutos. Es simbólico. Como si apartaras un vestido para una actividad a la que asistirás en cuatro meses.

Anna vio el regaño en sus ojos marrones.

―No me importa que sea un príncipe. Tráelo aquí, quiero hablarle. Si me quiere deportar que lo haga. La verdad es que extraño a mi República Checa.

Ella puso los ojos en blanco.

―Oye, necesito que me ayudes, no que me regañes.

Él hizo un gran esfuerzo por contener sus protestas.

―Bien. Como quieras. A todas estas, ¿cómo planeas que te ayude?

―El auto que me mostró Carter estaba en piezas. Puede que te parezca extraño, pero tengo la sensación que le quitó algunas en específico, el tipo de piezas que le cambias a un auto para hacerle una modificación.

―Hay una gran cantidad de piezas que le puedes modificar.

―¿Has modificado recientemente a un Maserati?

Él lo pensó durante unos segundos.

―Cinco en los últimos siete meses.

―¿Un GT de la serie MC? ¿Un Stradale?

Yosef se rascó la cabeza.

―En estos momentos solo recuerdo el GranCabrio. No sé si un GranTurismo.

Anna arrugó el entrecejo.

―¿No tienes un registro?

―Sí, por supuesto. Vuelvo enseguida.

Ir y venir le tomó un par de minutos. Colocó el libro de registro frente a ella para que lo viera.

Ninguno era el que buscaba.

―No hemos tocado un Stradale, pero recuerdo que hace varias semanas vino un hombre haciendo preguntas. Dijo que tenía un auto al que quería hacerle mejoras. Yo estaba muy lleno, así que lo envié con mi hermano, Danila.

―¿Cómo cuantos familiares tienes aquí? ―le preguntó, recordando que Seth y Camille lo había llamado «tío».

―Todos mis empleados son familia. Comencé a traerlos poco a poco desde hace tres años.

―Bien por ti. Ahora, tu hermano que, sin ofender, tiene nombre de mujer, ¿dónde lo encuentro?

―Está cruzando la calle. Te llevaré. Si no, no dejará el trabajo para atenderte ―la miró fijo―. No vuelvas a decir lo que dijiste sobre su nombre por más que sea cierto.

Yosef la llevó hasta la propiedad de enfrente, que era una copia casi exacta a su taller. Los empleados trabajaban con dos autos. Le preguntó a uno de ellos donde se encontraba su hermano. Señalaron hacia una pequeña puerta gris.

―Vamos ―le dijo él―. Está en su oficina.

La misma era un poco más pequeña que la sala a donde la había llevado Yosef, pero de todos modos era bastante cómoda y los resguardaba del frío. Detrás del escritorio gris estaba una copia mayor de cabello castaño del hombre que se encontraba junto a ella.

―Hermano, quiero que conozcas a Anna.

Danila asintió una vez.

―Bienvenida ―fue todo lo que dijo.

Yosef la invitó a sentarse junto a él en el mueble gris.

―Danila, hermano, ¿recuerdas al hombre que te envié hace unas semanas? ¿El de las muchas preguntas?

Otra vez, solo asintió en una ocasión.

―¿Te mencionó de que auto se trataba?

―Un Maserati.

Anna se remojó los labios, nerviosa.

―¿Un Stradale? ¿De la serie MC?

Danila frunció un poco el ceño.

―Sí, ¿por qué?

Se llevó ambas manos a la boca y cerró los ojos con fuerza mientras se percataba de la voz de Yosef explicándole a su hermano la situación.

―¿Solo respondiste a sus preguntas o tomaste el auto?

―Ambas. Mira, hermano, la verdad es que le modifiqué el auto fuera de Blazing Zone. Me dijo que el Maserati no quería encender y que traerlo le saldría mucho más caro. Revisé que todo fuera legal.

Fuera de Blazing Zone, repitió ella. Por lo que debía tener alguna dirección.

―Dime por favor que aún guardas la dirección ―le imploró ella.

―Incluso tengo los planos. Le hicimos muchos cambios. El motor, las válvulas de los cuatro cilindros, la transmisión y los neumáticos. Incluso le instalamos un nuevo tanque de gasolina. El Stradale llegaba de cero a cien kilómetros en cuatro punto nueve segundos. Con esos cambios lo hace en tres punto nueve. La velocidad máxima pasó de 290 a 352 kilómetros por hora. También le reducimos el consumo de gasolina. El tanque que le instalamos es una maravilla.

A Anna le enfermó escucharlo hablar de aquella manera. Tenía en frente al hombre que preparó ese auto para cazarla.

―¿Conoces el nombre de ese hombre? ―preguntó Yosef.

―Fred Jones. En todos sus papeles decía Fred Jones.

Anna recordó un retazo de la conversación que Charles había tenido en la sala con su familia, Christopher y el hombre trajeado.

―He mandado a realizar un reconocimiento facial ―habló el hombre trajeado―. Tardarán un poco porque no tenemos un buen ángulo. En el libro de visitas firmó como Fred Jones, pero me temo que tenemos un extenso registro con ese nombre. Es por eso que debemos esperar al reconocimiento facial.

―Pero tenemos la sospecha de que es un nombre falso ―aclaró Christopher.

Ella se quitó las manos de la boca.

―¿Seguro que esos papeles eran legales? ―le preguntó.

―Lo parecían.

Volteó los ojos cansados hacia Yosef.

―Los oí hablar en casa. Un hombre con ese nombre visitó a Carter el mismo día que escapó.

El vértigo le volvió, por lo que agradeció encontrarse sentada.

―Ellos creen que es un nombre falso ―agregó.

Danila golpeó la mesa con los puños cerrados.

―¡Con un demonio! Entiendes en lo que estamos metidos, ¿no es así? Le modificamos el auto al demente que intentó asesinar a la prometida del príncipe.

―Anna no es solo la prometida del príncipe, hermano. Es una amiga. Ya es de la familia ―suspiró profundo―. Necesito esos planos, la dirección, la copia de los documentos. Todo lo que aún conserves.

Danila tardó menos de diez minutos en volver con todo. Le echó un vistazo a las fotos que él había tomado y el estómago le dio un vuelvo cuando reconoció que se trataba del mismo auto.

―¿Es el mismo? ―le preguntó Danila.

Ella asintió dos veces.

Frustrado y molesto, Danila escupió una maldición.

―No me lo creo ¿Cómo es que no nos dimos cuenta antes?

Anna respiró profundo para apartar las náuseas que comenzaban a aparecer.

―Danila, eres la única persona que lo ha visto ―se acercó hasta el borde del asiento―. Te lo ruego, por favor. Ven conmigo. Necesito que les digas todo lo que sabes.

Él la observó por un minuto entero.

―Quiero que sepas algo, niña ―se cruzó de brazos―. Puede que su nombre sea falso, pero hay algo que quizá tú misma pudiste descubrir. Ese hombre es un corredor. Tiene los permisos. Lo tiene todo a la vista de cualquiera en su propiedad.

Calló por unos segundos.

―Aquí en Blazing Zone nadie está ligado a las cosas legales. Iré para arreglar esto. Los Harantova no somos delincuentes.

Sus palabras la tranquilizaron.

―Te lo agradezco, de verdad. No tengo como pagarte esto, pero ya encontraré una manera.

―Solo quiero el apellido de mi familia limpio.

―Así será.

Yosef fue el primero en levantarse. Anna le siguió y Danila, de último, guardó los planos y todos los documentos en una maleta deportiva.

Los tres abandonaron la oficina.

―¿En dónde vives? Podemos irnos en mi camioneta ―habló Yosef.

―Vine en tren. Vivo en el condado de Westminster, en las villas de London Dry.

―Entonces es mejor que volvamos en tren y luego pidamos un taxi. Sino tardaríamos más.

―Si me tardo un poco más, Charles me asesinará.

Cuando abandonó el interior del taller, todo su cuerpo se tensó y, como otras veces, lo sintió elevarse y explotar al descubrirlo de pie a pocos metros de ella, con una incontable cantidad de guardias a su espalda. No llevaba nada fuera de lo normal: zapatos cerrados, camiseta y abrigo gris hasta las rodillas, guantes negros y una bufanda envolviéndole el cuello. Y los enormes, furiosos y agresivos ojos azules fijos en ella.

―Tú y yo tenemos mucho de qué hablar ―sentenció, y aquello le prometió una larga, muy larga, y muy tensa conversación.

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