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Capítulo 25 | Borrador SP

Anna se sentía casi tan impotente cómo se sintió cuando fue ingresada en prisión.

Paseó los ojos verdes por cada rincón en el salón, intentando localizar a Christopher. No pudo ver nada. Algunas parejas se levantaron de sus mesas y comenzaron a acercarse hasta la pista para bailar.

Volteó los ojos hacia Charles. De pie, cubriendo un poco a Carter, continuaba intercambiando algunas palabras. Ahogó un grito cuando vio a Carter moverse. Alzó un poco la cabeza por encima del hombro de Charles. Sintió ganas de vomitar cuando le descubrió el nacimiento de su sonrisa de diablo escasos segundos antes de ver a los meseros llenar las copas vacías.

En los ojos de Anna hirvió la furia. Inspiró violentamente por la nariz y se hizo paso por entre medio de la gente.

Carter le realizó una reverencia a Charles, cruzó unas pocas palabras y comenzó a alejarse, perdiéndose detrás de las puertas dobles al final del escenario. Anna se detuvo de golpe al verlo desaparecer detrás de la banda. Su mente comenzó a generar tantas ideas que la cabeza comenzó a dolerle ¿Qué hacía allí? Cuando lo vio hablando con Charles, lo primero en lo que pensó es que él le haría daño. Sin embargo, parecía entero, en una pieza ¿Entonces qué hacía allí, un hombre que debería estar en prisión? ¿Cómo era posible que escapara y no estuviese enterada?

Anna disfrazó su furia con una sonrisa cuando Charles se volteó de regreso a la mesa. Tensó un poco los ojos mientras la miraba. Se le acercó lentamente mientras evitaba a las parejas en la pista.

―¿Qué sucede? ―le preguntó.

Quería preguntarle tantas cosas. Quería preguntarle si conocía realmente al hombre con el que acababa de cruzar palabra. Preguntarle de qué había hablado con él.

¿Debía decirle que no era un pianista? ¿Cómo iba a decirle «él es Carter, mi ex, el hombre que me envió a prisión»? ¿Y si iba tras él? ¿Y si era lo que él quería, que lo persiguiera para herirlo donde nadie pudiera verlo?

La sola idea le provocó un fuerte vértigo.

―¿Anna? ―la llamó en voz baja, mirándola con preocupación.

Tenía el ceño fruncido y los labios convertidos en una fina línea.

―Estoy bien, Charles ―logró decir ella―. Necesito ir al baño.

―Está bien. Espera aquí. Pediré que alguien te acompañe.

Él se marchó sin darle tiempo a responder.

¿Debía esperar por un acompañante? De encontrarse con Carter, un acompañante, armado hasta los dientes, sería de gran ayuda. Pero esperar por dicha persona le daría ventaja ¿Que tan cerca se encontraba de abandonar el edificio? Necesitaba saber qué demonios estaba haciendo allí.

Miró hacia atrás por encima del hombro. Su familia estaba muy ocupada en medio de un brindis para reparar en su presencia. Respiró hondo y desapareció por la misma dirección que había tomado Carter. Daba a un largo pasillo a la izquierda en dirección a las escaleras del segundo piso del edificio. Miró la puerta de metal a la derecha.

¿Qué dirección habrá tomado? Dudosamente se hubiese arriesgado a subir al segundo piso, pero ya se había arriesgado a tocar frente a cientos de personas. Además, ella alcanzó a verlo. Él lo sabía.

Por Dios, todo era tan obvio. La estaba atrayendo hacia un lugar menos concurrido. Lo que quería, el asunto que lo llevase hasta allí, tenía todo que ver con ella. Sabía que, al acercarse a Charles, lo encararía.

Se debatió entre volver a la mesa o enfrentarlo.

Agitó la cabeza frenéticamente mientras se frotaba la frente con los dedos ¿Por qué debía de enfrentarlo? Acceder a sus exigencias casi se sentía como si le debiese algo. No le debía nada, sino al contrario.

Hizo una profunda respiración para calmarse. Le echó un último vistazo a las escaleras metálicas. Tenía claro lo que debía hacer. Iría a contarle a Christopher sobre Carter y él se encargaría. No tenía por qué sacrificar la noche de su compromiso por ese hombre. La determinación la hizo sonreír.

No oyó a su atacante.

Lo primero que vio fue el borrón frente a sus ojos segundos antes de que una pesada mano se instalara en su boca para callarla. Después, su atacante le envolvió el otro brazo por la cintura. La obligó a moverse hasta introducirla por la puerta de metal. Le llegó un olor a neumáticos nuevos y a aceite caliente. No vio una sola luz.

Desesperada, comenzó a moverse tan violentamente como le fue posible, pero el agarre era muy fuerte, aun cuando ella tenía los brazos libres. El sabor de la angustia se instaló en su boca en el momento que el frío metal se acomodó sobre la sien. Percibió el olor de la pólvora a pesar de los neumáticos y el aceite.

Dejó de moverse.

―Siempre me has gustado más cuando estás quieta ―le susurró una voz.

La sensación de pánico y náuseas le sacudieron el cuerpo entero.

Carter, musitó en su mente. Las náuseas aumentaron un poco.

Saltó cuando la luz se encendió.

El lugar era bastante pequeño, como el interior del tráiler donde solía guardar su auto de carreras años atrás, pero él se las ingenió para tener allí un auto de lujo con varias de sus piezas contra la pared y aun así poderse mover cómodamente.

Giró un poco los ojos hasta que alcanzó a ver el cañón del arma apuntándole a la cabeza.

―Siempre creí que nos veríamos en circunstancias distintas, Anna, de verdad ―sintió que la presión del arma contra su cabeza disminuía un poco―. Quiero hablar con mi mecánica favorita.

Sus labios se convirtieron en una muy delgada línea. Observó el auto. Parte del mismo estaba solo en piezas. No tenía el capó, por lo que pudo ver la falta del motor, algunos cilindros y válvulas. Tampoco tenía los neumáticos. El auto estaba sostenido por pesados bloques.

Carter retiró su mano para permitirle hablar.

―Yo no arreglo autos ―le gruñó de mala gana―. Además, si lo hiciera, repararía autos de personas, no de animales.

―No quiero que repares nada.

―¿Quieres que te diga las partes faltantes? Al auto le falta un motor, cilindros y batería. A ti te faltan huevos, imbécil.

―De alguna manera siempre encontrabas la forma de insultar a alguien. Veo que no has perdido el toque.

―Hay muchas cosas que no he perdido, Carter. Mi gancho derecho, por ejemplo.

Tragó en seco cuando presionó un poco el arma.

―Ya basta de responder insultos. Si estás aquí es porque quiero ayudarte, pero si me dificultas el trabajo, despídete de este baile, Anna.

Ella sintió cada palabra como una amenaza de muerte y aquella revelación no hizo más que estallarle la furia por cada pequeña parte de su cuerpo ¿Cómo se atrevía a presentarse así ante ella y decirle que su intromisión era para ayudarla? Cerró ambas manos en puños y respiró tan profundo como le fue posible.

―Acércate al auto ―le ordenó.

Ella no realizó movimiento alguno, por lo que él la obligó a avanzar. La detuvo justo en frente del auto en piezas ¿Qué quería él que ella viera? ¿Había venido para mostrárselo? ¿Le apuntaba con un arma por un maldito auto con la mitad de sus piezas fuera?

―¿Cuándo escapaste de la cárcel? ―casi le gritó―. ¿Cómo lo conseguiste? ¿Cómo entraste aquí? Maldita sea, Carter ¿Por qué no te quedas fuera de mi vida?

―¡Que mires el auto! ―vociferó.

Volteó los ojos hacia arriba, encolerizada.

―Dispárame porque no voy a hacer nada de lo que me digas.

―¿No reconoces las cosas aunque las tengas en frente de tus narices?

―Eres tan cobarde que ni si quiera puedes disparar ¡Dispárame!

―¡No me grites, maldita sea! ―cambió el cañón hasta su espalda―. Solo échale un vistazo.

Su determinada negación flaqueó en un segundo cuando miró hacia el auto de lujo casi desmantelado por completo. Había algo familiar en él. Aunque le faltaban algunas piezas, era muy obvio que era un auto bastante lujoso. Negro, de dos puertas, cuatro asientos. En la parte delantera parecía tener una pequeña magulladura. Notó el tridente plateado en la parrilla.

―Es un Maserati ―masculló―. Un GranTurismo.

Pero ¿por qué le resultaba familiar? Como si lo hubiese visto antes ¿Pero dónde?

Sintió una pequeña punzada en la cabeza unos escasos segundos antes de que los recuerdos aparecieron.

Allí estaba ella, dentro del auto de Charles. Zowie estaba a su lado. El golpe contra el volante le provocó una herida sangrante en la cabeza. El auto negro estaba a pocos metros de distancia. El conductor bajaba de él con el rifle en las manos. El auto tras él parecía un perro rabioso, esperando a que su amo le trajera la comida.

Anna soltó un chillido y retrocedió. Por Dios. Aquel auto... Tenía frente a ella el auto que la persiguió. Tenía en frente al perro rabioso que había transportado al hombre decidido a asesinarla.

Pero ¿Cómo es que él lo tenía? Su única explicación podría ser que...

Abrió los ojos como platos. Carter ¿Él conducía ese auto? ¿Era él quién había intentado asesinarla en aquella calle?

Sintió el vértigo de las náuseas.

Entonces la había atraído hasta allí para acabar lo que empezó.

Aferró los brazos temblorosos a su cuerpo y cerró los ojos para esperar el disparo.

Pero todo lo que sintió fue el arma alejándose de su cabeza.

―En unos pocos días cumples veinticinco ―lo escuchó decir―. Considera esto un regalo.

Furiosa, se giró hacia él.

―¿Cómo es que tienes este auto?

Por lo que parecía una vida, Anna le sostuvo la mirada por primera vez en cinco años. Se sintió mareada mientras intentaba encontrar algún rastro del hombre del que se había enamorado una vez, pero ahora parecía un espejismo. Aquel a quien había amado parecía haber desaparecido. En su lugar, encontró un hombre tan frío que la hacía temblar. Apenas le costaba creer que realmente lo tenía en frente. Los rasgos amables en su rostro desaparecieron por completo. Incluso el brillo que habían tenido sus ojos años atrás cuando le mentía diciéndole que la amaba. Le resultaba difícil creer que lo había amado. Parecía algo de hace tantos, tantos años...

Carter jugueteó un poco con el arma.

―Una Beretta de nueve milímetros ―le sonrió―. Quince cartuchos en la recamara y uno en el cañón. No tiene problemas de recarga y tengo varias municiones en los bolsillos, así que basta de preguntas.

Ella entornó los grandes ojos verdes.

―Si me conocieras bien sabrías que me importa un demonio si tienes un arma con diez mil cartuchos de bala o un montón de C-4 en cada maldita pieza ―se le acercó dos pasos―. ¿Eras tú el hijo de perra que conducía este auto, Carter? Porque si fue así, más te vale que vacíes esos quince cartuchos en mi pecho o haré que te arrepientas del día en que nos cruzamos por primera vez.

Él ni siquiera se inmutó.

―Échale un vistazo al auto, Anna, porque puede ser muy tarde.

―¿Qué quieres decir?

Carter se movió tan rápidamente que ella no pudo defenderse. La hizo girarse sobre sus propios pies y atrapó sus manos en la espalda, torciéndole un poco la muñeca. La mantuvo de pie frente al auto por unos pocos segundos antes de arrastrarla hasta la puerta, sacándola de la pequeña habitación. Forcejeó para liberarse, pero el agarre era demasiado fuerte.

Sin soltarla, abrió las puertas dobles que daban acceso al baile.

―Carter, ¿qué vas a hacer? ―gruñó furiosa.

Continuó haciéndose espacio hasta llegar junto a la banda. Los ojos peligrosos hacia la mesa de la esquina, la misma donde su familia estaba sentada. Vio a Charles de pie junto a la mesa. Parecía estar hablando. Christopher y dos hombres más estaban allí. Alice se levantó del asiento con los ojos borboteando pavor y comenzó a gritar mientras señalaba hacia ellos. Carter levantó el brazo que sostenía el arma hacia los elegantes colgantes del techo.

Los disparos resonaron en el oído de Anna, haciéndola gritar de dolor. Apenas la soltó, cayó de rodillas mientras se cubría el oído derecho con la mano.

Comenzó a escuchar un zumbido estrepitoso acompañado del griterío. Ella levantó la cabeza, aturdida por la conmoción, y casi sin aliento. Observó a la gente correr hacia la salida más próxima. Cristales rotos estaban esparcidos por el suelo. Intentó concentrarse en encontrar a su familia, pero no podía pensar en otra cosa que no fuera aquel dolor. El zumbido se hizo más fuerte. Un grito de agonía se le congeló en los labios. Cerró los ojos y se presionó el oído con más fuerza.

Lo escuchó gritar su nombre desde lejos.

Cuando abrió los ojos, vio el reflejo del colgante de cristal agitarse en el suelo. Alzó la cabeza y lo vio comenzando a caer. Asustada, comenzó a arrastrarse hasta las puertas dobles.

Un par de brazos la recibieron detrás de las mismas, levantándola escasos segundos antes de que el colgante aterrizara estrepitosamente sobre el suelo.

Anna se sintió mareada por el dolor, que parecía haber empeorado por el ruido del cristal al romperse.

Los brazos que la habían ayudado abandonaron su cuerpo para permitirle moverse. Ella enfocó los ojos entrecerrados por el dolor en el hombre.

―Christopher ―lloriqueó al reconocerlo―. Como me alegra verte.

Él la sostuvo del brazo.

―Debo llevarla a un lugar seguro, señora.

Anna se sentía tan cansada y adolorida que no protestó. Le permitió que la llevara escaleras arriba hasta lo que reconoció como la antesala real.

Una sacudida la obligó a aferrarse a él.

La alta figura de Christopher comenzó a tornarse borrosa, pero no pudo asegurar si se debía a las lágrimas o al vértigo que llevaba minutos amenazándola.

―¿Señora? ―la escuchó llamarla.

Despegó los labios para responderle, pero jamás pudo escuchar sus propias palabras.

Todo lo que sucedió frente a ella le resultó muy confuso.

Se vio a ella misma caminar hasta sentarse. Después...nada, como si hubiese abandonado la habitación. La sensación de una lágrima cálida se le instaló en el rostro, pero fue todo. La mente se le quedó en blanco. Aunque era capaz de percibir todo lo que sucedía a su alrededor, su mente decidió ignorarlo. Quería estar en silencio un momento. Le sentó muy bien callar las voces de la angustia que lastimaban sus ya magullados pensamientos.

Las otras voces, las cálidas y reales, se peleaban entre sí, y comenzaba a hacérsele difícil ignorarlas.

―Está en estado de shock.

¿Quién era él?

―La ambulancia llegará pronto.

―¿Qué tan pronto?

La inconfundible voz de Charles gritaba. Escucharlo casi la hizo sonreír.

―¿Cuánto tiempo estará así, Gray?

―No debería durar más de quince o veinte minutos. Pero vamos, Charles. La pondrás peor si no te calmas.

―No me voy a calmar. Hay que llevarla a un hospital.

―Dale unos minutos ¿No te gustaría tomarte unos calmantes?

―No me hables como tu padre. Por cierto, ¿dónde está?

―En el trabajo, por supuesto.

Durante un largo periodo de tiempo, las respiraciones agitadas fue lo único que escuchó. Después, el vértigo reapareció, haciéndola temblar. Sintió el calor de las lágrimas en las mejillas. Parpadeó y la brillantez de la luz dejó al descubierto el rostro de Charles, ahora adornado por la preocupación y la ira.

―¿Anna? ―la llamó. Su voz parecía un coro de alegría y desesperación.

Tembló cuando escuchó su nombre. Se presionó la boca con la mano y todo su cuerpo se arqueó hacia su derecha. Despegó los labios y comenzó a vomitar. Lejos de sentirse aliviada, las náuseas se hicieron más fuertes, asimismo el dolor en el oído y en la cabeza.

Por lo que le pareció una eternidad, las náuseas, el vértigo y el vómito se detuvieron.

Un par de manos heladas la levantaron del asiento y la acomodaron sobre una camilla. Descubrió entre vistazos que era ingresada a la ambulancia. La llevarían a un hospital. Pero estaba tan cansada y débil que, sin percatarse, cerró los ojos y se quedó dormida.

Cuando abrió los ojos, la habitación estaba repleta de flores en cada rincón, en su mayoría rojas, blancas y amarillas. Estiró el cuerpo cansado para descubrir que estaba en su cama. Frunció el ceño, confundida. Observó el jardín a través de las ventanas de cristal en su habitación. Estaba haciendo un día esplendido. Un poco frío, quizá, pero soleado. Magníficamente soleado. Tanteó el pijama con las manos. Era uno de esos pijamas que Charles había mandado a comprar para ella: una bata de seda que se ajustaba con descaro a su cuerpo, con un coqueto escote en los pechos.

¿Qué estaba haciendo allí? Esperaba despertar en el hospital ¿Cuándo la habían traído de regreso a casa?

Anna escuchó la ducha apagarse. Usó los brazos para incorporarse y esperó con los ojos fijos en el baño a que apareciera, pero el peso de su cuerpo la devolvió de espaldas contra el colchón.

Minutos más tarde lo vio salir. Llevaba un pantalón de deportes largos, nada más, mientras se secaba el pelo con la toalla.

Cuando la descubrió despierta, sus brillantes ojos azules fueron acompañados por una amplia sonrisa.

―Buenos días, Anna ―recitó como una plegaria.

Ella parpadeó.

―¿Qué estoy haciendo aquí? ―inquirió.

Él parecía divertido.

―Vives aquí.

―Pero me he hecho daño ―anunció, pero inmediatamente entendió que aquello había sonado a una tontería.

Él movió la cabeza, como si intentase restarle importancia a ese hecho.

―He decidido activar el protocolo de emergencia ―musitó en respuesta.

―¿Qué protocolo?

―El de emergencia.

Anna lo reprendió con la mirada.

―Ya sé que es el protocolo de emergencia, ¿pero en qué consiste?

―En que tú descansas y yo me hago cargo.

Ella le puso mala cara, pero lo único que obtuvo de él fue una alegre sonrisa. Se le acercó para besarle la cabeza.

―Prometo que de ahora en adelante estarás segura ―bajó los labios para besarle la frente―. Pediré que te suban el desayuno. Debes tomarte el medicamento.

Anna inspiró el maravilloso aroma de su gel de baño mientras lo veía alejarse de la cama.

―¿Qué medicamento?

Él señaló su oído derecho antes marcharse. Así que la habían llevado al hospital, la revisaron y él simplemente la regresó a casa antes de que despertara. No podía estarle más agradecida, porque los hospitales no eran de su agrado. Sin embargo, no pudo evitar notar que no le hizo ninguna pregunta, como si haber sido amenazada con un arma por su ex novio no fuera un tema importante del que debiera hablarse. De hecho, él parecía de bastante buen humor ¿Será posible que Carter haya sido atrapado? ¿Tal vez estaba feliz por eso? ¿Porque, al menos esta vez, el responsable no consiguió escapar?

No podía quedarse en la cama con todas esas dudas. Se quitó de encima las sábanas de un tirón y sacó los pies. Esperó alguna señal del vértigo, pero no ocurrió nada. Abandonó la cama y se internó en el armario. Tomó el albornoz del pijama y se ató el cinto alrededor de la cintura. Comenzó a escuchar nuevamente el zumbido en el oído, pero decidió ignorarlo.

Tardó diez minutos en encontrarlos.

El aroma del té la guio hasta el comedor. Se asomó por una esquina, teniendo cuidado en no realizar algún movimiento que pudiera delatarla. Descubrió a toda su familia junto a Charles, sentado a la cabeza, Christopher y un hombre bastante alto al que estaba segura no haber visto jamás. Valerie estaba sirviendo las últimas dos tazas antes de tomar asiento. En la mesa también estaba Zowie junto a Peete.

―Podemos hablar de eso más tarde ―masculló Charles. Le dio un trago al té antes de volver a hablar―. Anna necesita descansar primero.

―Se dará cuenta de que estamos ocultándole cosas ―interrumpió Valerie.

Lo escuchó suspirar, al tiempo que se frotaba el rostro con las manos. Se veía cansado.

―Claro que sí, es lista. No estoy diciendo que jamás debe enterarse, solo que, por ahora, es lo mejor. Todo ha sido muy reciente y quiero que descanse un poco. Su salud lo amerita.

―Su testimonio es importante ―Christopher se acomodó el saco―. Dos mujeres la vieron salir por las puertas dobles, al igual que este hombre. Por desgracia, las cámaras en ese corredor no nos muestran la puerta por la que ambos salieron. Con la poca información que poseemos, nos es posible formular la teoría de un intento de secuestro.

Anna frunció los labios. Aquello no se trataba de un secuestro. No había forma de que tal cosa sucediera. Carter la llevó a una muy pequeña habitación con una única puerta. De haberse tratado de un secuestro, ¿por dónde se la llevaría? Además, le permitió irse. O algo así.

Se obligó a mantenerse quieta. Charles no quería contarle algo, aún no, y ella estaba interesada en descubrir de qué se trataba.

El hombre trajeado y altísimo junto a Christopher le toma la palabra.

―En el estacionamiento no se encontró nada fuera de lo normal.

¿Estacionamiento? ¿Qué estacionamiento?

―Los únicos vehículos estacionados allí les pertenecían a los empleados. En los registros de entrada aparece un tráiler. Se especificó que llevaba un vagón enganchado a él.

―No se registró su salida ―agregó Christopher.

Anna sintió como la cabeza le daba vueltas ¿Qué tenía que ver un tráiler con Carter?

Observó el semblante pálido y malhumorado de su padre.

―¿Carter planeaba secuestrar a mi hija y llevársela en un vagón?

―Solo se nos ocurre que, de comprobarse la teoría del secuestro, planeaba recorrer una larga distancia y necesitaba un vehículo que no levantara sospechas ―el hombre trajeado depositó algo sobre la mesa, pero ella no alcanzó a verlo―. Esto fue todo lo que registró la cámara. Es solo el tráiler. Del conductor solo podemos ver una sombra. Bajó del vehículo unos veinte minutos antes del evento y volvió a subir a él pocos minutos después de los disparos.

Charles analizó la fotografía unos segundos antes de preguntar:

―¿Cuándo escapó de la cárcel?

―Anoche, entre las nueve y diez ―respondió Christopher―. Recibió una visita a las dos de la tarde.

―He mandado a realizar un reconocimiento facial ―habló el hombre trajeado―. Tardarán un poco porque no tenemos un buen ángulo. En el libro de visitas firmó como Fred Jones, pero me temo que tenemos un extenso registro con ese nombre. Es por eso que debemos esperar al reconocimiento facial.

―Pero tenemos la sospecha de que es un nombre falso ―aclaró Christopher.

―Por eso debo repetir que debemos esperar por el reconocimiento facial. Además, solicitamos a una serie de posibles testigos en la prisión, entiéndase los guardias y los del registro de firmas, que rindieran declaración. Es posible que nos provean alguna información adicional. Por ahora, es como andar a ciegas.

Anna recostó la espalda contra la pared para prevenir el vértigo. La cabeza le daba vueltas tan rápidamente que comenzó a dolerle. Si Carter había escapado apenas ayer en la noche, era imposible que fuera él quien intentara asesinarla dos semanas atrás, por lo que todo parecía carecer aún más de sentido. Si no fue él, ¿cómo había conseguido el auto? ¿Para qué se lo habría mostrado?

Se frotó la cabeza con ambas manos y respiró profundo. No podía sacarse de la mente aquel auto ni todas aquellas dudas que había tenido desde el día del accidente, como si ese pesado trozo de lata ocultara secretos que clamaran por ser descubiertos. Por alguna extraña razón, el hecho de haberlo visto en piezas, la hizo pensar en una gama de teorías. El motor, los cilindros, las válvulas, los neumáticos ¿Qué otras piezas faltaban? Tal vez la transmisión. Los tipos de partes que suelen cambiar al realizar una modificación.

Sintió su cabeza elevarse ¿Y si el Maserati había sido modificado? Eso podría explicar muchas cosas. Su rapidez, la resistencia de la hojalatería.

Maldita sea. Los autos de lujo no eran su especialidad.

―Harantova―musitó para sí.

Tal vez ella no conocía lo suficiente de autos de lujo, pero Yosef Harantova sí. Giró sobre sus pies y se devolvió en silencio a la habitación. Le agradeció a Charles por haber dejado su portátil en la habitación. Esperó impaciente a que esta encendiera. Luego ingresó a la página en línea del London Victoria. Se frotó la frente con la muñeca. En media hora partía un tren hacia Brighton ¿Debería comprar un solo boleto? ¿O dos? ¿Con quién iría? Charles no la dejaría salir, con o sin él ¿Se uniría su familia a esa postura? Imaginó a los Mawson, a Zowie y a Peete levantar la mano a favor de Charles.

Presionó comprar. Iría sola. Era arriesgado, también estúpido, pero fe riesgos y estupideces había formado su vida.

Saltó hasta el teléfono y pidió un taxi. Al colgar, llamó al control de seguridad del London Dry para que le permitieran el acceso. Se miró la ropa. Debía cambiarse. Tal vez era buena idea incluir un pequeño equipaje por precaución. Ignorando la punzada en el oído, se perdió en el interior del armario. Guardó en una maleta dos mudas de ropa y zapatos cómodos. Tomó unos jeans, camiseta y zapatos deportivos. Agarró del colgadero el abrigo morado, se colgó la maleta al hombro y abandonó la habitación.

Se aseguró de mirar a cada rincón antes de salir de la propiedad. Ni siquiera pudo contar cuantos guardias había. Quiso darse golpetazos contra la frente. Era más que obvio que tal aumento de seguridad iba a suceder.

Se devolvió al interior antes de que la notasen. Se frotó la sien mientras pensaba ¿Cómo iba a salir sin que la interceptaran? Charles debió ordenar que nadie entrara o saliera sin su autorización.

―Mierda ―masculló.

Una idea estúpida se le cruzó por la mente. Estúpida, y que de seguro haría que Charles la estrangulara al descubrir que había sido una mentira.

Comenzó a dar saltos hasta que sintió la respiración agitada. Abrió la puerta y comenzó a gritar a los guardias:

―¡ESTÁ AQUÍ, EN EL ESTACIONAMIENTO! ¡ES CARTER!

Los guardias se dispersaron en dirección al estacionamiento, dejando la entrada libre. Solo dos hombres se habían mantenido en su posición. Vio el taxi en la entrada y comenzó a correr hasta él.

Antes de cerrar la puerta, se dirigió a los guardias:

―Díganle que no me he vuelto loca, por favor.

Cerró la puerta y le pidió al taxista que acelerara.

Los dos hombres intercambiaron miradas.

―Sabes que nos van a despedir, ¿verdad?

El otro guardia le obsequia una mirada recriminatoria.

―Preocúpate por el calabozo en Buckingham.

Ambos guardias se precipitaron al interior de la propiedad para dar aviso al príncipe. Charles se levantó de inmediato, golpeando la mesa con los puños cerrados.

―¡Esa mujer ha perdido la cabeza! ―bramó―. ¡Está demente y hará que la maten!

Subió las escaleras escupiendo improperios y maldiciones.

En cuanto la encontrase, más le valía a Anna Mary Mawson estar preparada para la tormenta que ha creado.

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