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Capítulo 23 | Borrador SP

―Anna, te lo juro, si no te quedas quieta, voy a hacerte un moretón en cada ojo ―masculló Zowie, obsequiándole una mirada gélida.

Anna le sonrió a modo de disculpa.

―He maquillado a chicas inquietas, pero estás cruzando mi límite ―le mostró el lápiz labial―. Ahora, abre los malditos labios y no te muevas, con un demonio.

Ella hizo lo que su amiga le indicó. La miró a los ojos mientras trabajaba, intentando mantenerse quieta. Pasados los segundos, se apartó bruscamente. Su rostro se descompuso en una mueca de desesperación.

―Lo siento, Zowie. No puedo quedarme quieta.

Ella la perforó con los ojos castaños.

―Si vuelves a hacerlo, te arrojaré escaleras abajo. Quiero que no muevas un músculo. No pestañees, no respires, no nada.

Alzó el lápiz labial como quien sostiene un arma nuclear.

―Solo dame un minuto, ¿quieres? ―le imploró.

Cerró el lápiz labial y se apartó de ella.

―Eres imposible, Mawson. Queda una hora para la cena. No he terminado de maquillarte ni de peinarte y sigues usando ese ridículo pijama.

―Fuiste tú quien dijo que debía maquillarme antes de vestirme.

―No pensé que lo complicarías tanto.

Anna suspiró mientras la observaba aplicarse un poco más del labial marrón claro.

―Estoy un poco preocupada ―admitió después de un rato―. De todas las cosas que me provocan esta inquietud, no sé cuál es peor.

―Te escucho ―deslizó el dedo por los labios para eliminar el residuo.

―Mi preocupación principal es muy sencilla. Incluso tú podrías saberla ―comenzó a jugar con sus dedos―. No sé bailar. Al menos no de una manera bonita y elegante y estoy muy segura de que este baile será muy bonito y sobre todo muy, muy elegante ¿Qué tal si tambaleo y me caigo? ¿O si lo piso y él me deja caer? Aunque es poco probable que lo haga. Debe ser un gran bailarín.

―Exacto ―se dio la vuelta para mirarla―. Los miembros de la Casa Candor son una Dinastía de bailarines de ensueño. Él hará que parezcas experta.

―A menos que lo pise con el tacón y terminemos en el suelo. Adiós Dinastía de Ensueño.

―Pídele unas clases en privado. O a Alice.

―Tal vez lo haga.

Anna subió las piernas a la cama.

―Muchas cosas van a cambiar esta noche, ¿verdad? Él me presentará ante todos como su novia de manera oficial. Mi nombre va a sonar por todos lados.

―Anna, ya que estamos hablando del tema, solo quiero decirte esto para que te vayas preparando. La gente va a mencionar todo de ti, incluso el accidente que te envió a la cárcel. Algunos serán buenos, otros serán duros. Temo que no estás involucrada con cualquier hombre. Es el Príncipe. A partir de esta noche, Gran Bretaña los estará observando. No quiero asustarte, pero tienes que tomar todo esto en cuenta. Si llegas del brazo de Charles, ya no serás simplemente Anna Mawson, una humilde chica fuera del ojo público. Por el contrario, tendrás millones de ojos puestos en ti ―Zowie se acercó un poco―. Ahora pregúntate esto y piénsalo muy bien ¿Estás dispuesta a aceptar este cambio en tu vida por él?

Cuando Zowie terminó de hablar, el corazón le latía tan fuerte que temió que se le saliese del pecho. No en vano era su mejor amiga. En ocasiones, Zowie sabía exactamente que andaba mal con ella, incluso cuando ni ella misma lo sabía.

―Conozco a ese hombre poco más de tres meses ―se frotó las manos―. Han pasado tantas cosas, y hay veces que no sé cómo explicármelas a mí misma. En mis libros, veía ese romance veloz donde ambos se enamoraban a las pocas semanas. Quizá lo encontraba romántico, pero tú me conoces. Hay ocasiones en las que soy irracionalmente racional. Aunque fuera una bella historia, no puedo dejar de pensar que es poco tiempo para conocer a alguien.

Se levantó de la cama con brusquedad. Caminó hacia la ventana de cristal y observó las borduras coloridas al límite de la propiedad.

―Estuve en esa relación de años con Carter y juré ciegamente que conocía todo de él ―se cruzó de brazos―. Una relación en la que estuve estancada. Ni siquiera puedo recordar cuanto llegué a amarlo. Ahora es como un recuerdo de hace muchos, muchos años. Es como si pudiera recordar los momentos felices sin sentir esa felicidad. Por las noches, hay momentos que, antes de cerrar los ojos, pienso en él ¿Sabes qué?

Anna mantuvo los ojos verdes sobre las borduras.

―No siento nada ―susurró―. Durante muchos años, pensar siquiera en su nombre me dolía. Estaba tan segura de que jamás podría perdonarlo ―soltó una risita seca―. ¿Cómo podría? Abusó de mi confianza, destruyó mis sueños. Carter me acechó por cinco años como una maldición.

Enroscó la nuca con ambas manos.

―Pero cuando estoy a solas y pienso en él, no me siento de la misma manera. Su nombre ya no me causa esa punzada en el pecho. Si ese accidente nunca hubiese ocurrido, habría terminado casada con él. Le habría dado hijos. Qué triste habría sido después de años darme cuenta de que le entregué mi vida al hombre incorrecto. Cuanta infelicidad me habría deparado. Estaría en casa cuidando de los niños mientras él trabaja. No nos sentiríamos atraídos el uno por el otro. Solo estaríamos casados por nuestros hijos.

Anna se volteó hacia ella.

―Lo he pensado mucho, por mucho más tiempo del que crees. Lo pienso cada noche cuando me voy a la cama con Charles ―volvió a sentarse en la cama―. Cuando era niña, mi abuelo me dijo algo que, a partir de ese momento, quería que me pasara. Me dijo que sabré cual es mi verdadero amor si llego a amarlo más que a las carreras.

Una pequeña sonrisita se le dibujó en los labios a medio pintar.

―Charles es mi adrenalina. Es lo que me sacude en las mañanas, la razón por la que no siento absolutamente nada cuando pienso en Carter. Él es el copiloto de ese auto magullado que es mi vida. Así que sí, estoy dispuesta a aceptar todo este cambio por el hombre del que estoy profundamente enamorada.

Zowie sonrió, tomándole las manos.

―Entones hagamos que a tu copiloto se le suba la adrenalina.

Charles perdió la cuenta de las veces que se había arreglado los botones de la manga. Se paseaba de aquí para allá, agitando los brazos, dando saltitos y haciendo algunos ejercicios de respiración. Cada pocos segundos revisaba que tuviera la pequeña caja en el bolsillo y que la misma no se notara.

Le temblaban las manos, los labios, el cuerpo entero. Nunca se había sentido tan nervioso en su vida. Levantó la mirada hacia las escaleras, esperando verla bajar. Miró el reloj de su muñeca izquierda. Siete y ocho. Contuvo el aliento unos segundos y lo expulsó después.

Escuchó a sus espaldas como la puerta de entrada se abría. Se giró para descubrir a su padre vestido con un traje negro, con pañoleta y corbata azul marino.

―¿Aun no ha bajado la señorita Mawson? ―le preguntó.

Charles se fijó en la pequeña sonrisa divertida de su padre.

―¿Qué? ―se encogió de hombros―. Bajará en cualquier momento.

Edward asintió una vez. Dio unos pocos pasos hasta su hijo y le obsequió un fuerte apretón en el hombro.

―Quisiera hablar contigo antes de que la gala de a lugar.

―Por supuesto ¿Quieres pasar al estudio?

―¿Por qué no vamos a dar un paseo por el jardín? Quiero ver un poco más de lo que compraste.

Charles detectó un deje de regaño en su voz.

―Voy a reponer el dinero gastado, padre. Te lo prometo.

Condujo a Edward hacia el jardín, iluminado en su mayoría por las luces exteriores. Al fondo, su padre vislumbró las borduras de coloridas flores y la cancha de tenis bordeada por alambreras. Junto a la cancha, vio el gazebo de ladrillos, que tenía en frente a la piscina exterior.

―Esto es solo una parte ―comentó―. Imagino que el resto de la propiedad es mucho más amplia.

―Lo es.

Edward mantuvo la vista fija en el reflejo de la luna sobre el agua.

―Tengo tantas preguntas para ti, Charles, que me cuesta saber por cual iniciar.

―Sé que encontrarás las maneras de hacerlas todas, así que en realidad no importa por cual lo hagas.

Su padre lo miró fijamente.

―Cuando me pediste el anillo de tu madre, es probable que en ese momento me hallara tan confundido que no cuestioné tus motivos. Pero, si podemos ser sinceros, ese anillo solo sirve para una cosa ―el rey se rascó la barbilla―. ¿Piensas pedirle matrimonio a la señorita Mawson?

―No es algo que estoy pensando, padre ―sacó la pequeña caja del bolsillo―, sino algo que voy a hacer.

―¿Esta noche? ―soltó de golpe, sorprendido.

―Es algo que he pensado cuidadosamente. Los dos sabemos en qué consideración solía tener el matrimonio.

―Me dijiste que jamás te casarías.

―Lo dije el mismo día que conocí a Anna. Como ya te he dicho, es una decisión que pensé con mucho detalle. No le estoy pidiendo que nos casemos en dos días. La fecha será escogida por ella.

―¿Entonces por qué hacerle la propuesta de matrimonio esta noche?

Charles hizo una mueca con la boca y se llevó las manos a los bolsillos.

―¿Por qué no?

―Bueno, hijo. Llevan poco tiempo como pareja. No sabes ni la mitad de lo que es mantener una relación.

―Es posible. Sin embargo, creo que hay cosas más importantes que el tiempo. Anna tuvo un accidente hace poco. Gracias a Dios es una mujer fuerte y no fue nada grave. Quisiera poder decir que yo también lo soy, pero cuando la vi en la cama, apenas moviéndose, tan frágil... ―se remoja los labios secos―. Creo que la imagen me dolió más de lo que pudiese haberle dolido a ella los golpes. Porque la veía y no podía dejar de pensar que estaba así porque alguien quiere lastimarme. Ella lo sabía. Anna sabía que su accidente pudo haber sido provocado con ese fin, ¿y por qué me sonríe todas las mañanas como si acabara de darle el mejor regalo?

Se encogió de hombros, volteando la vista hacia las bordaduras.

―¿Sabes que esta villa llevaba ocho años sin ser vendida? ―sacó las manos del bolsillo para cogérselas a la espalda―. ¿Tienes una idea de por qué la compré? No es solo porque sea una propiedad muy segura. De alguna manera, esta villa es como yo. Lujosa, elegante, refinada. Pero en su interior no había nadie. Era solo una fachada. A la gente le resultaba atractivo lo que veía en el exterior, pero, por alguna razón, les intimidaba el interior.

Señaló con la mano derecha las borduras de flores.

―Esas borduras son como Anna ―sonrió un poco, torciendo los labios―. Parecen simples, bonitas, pero no es una visión avasalladora. Entonces te acercas y lo que parecía simple, en realidad hermoso. Esas borduras marcan el límite de la propiedad. Anna es como mi límite. Cuando intenté cruzarlo, ella llegó a mi vida de una forma tan...cálida. Me impidió continuar avanzando en una marcha que parecía no tener fin.

Calló un momento para aspirar el aire puro de la noche. Su padre permaneció de pie junto a él, observándolo.

―¿Sabes a quien le fascinaba contarme sus cosas con ese mismo espíritu poeta? ―Charles observó una pequeña sonrisa en el rostro de su padre―. A tu madre. Tenía ese encanto por la literatura, un amor que jamás alcanzó a describir con palabras comunes.

Charles sonrió con orgullo. El rey se interpuso entre su hijo y su campo de visión.

―Charles, hijo, ¿estás seguro de que esto es lo que quieres? ¿Pedirle matrimonio a esta mujer?

―Jamás he estado más seguro de algo en mi vida, padre. Sé que es una gran decisión, pero estoy convencido de que es lo que deseo. No me he forjado el mejor nombre, y ella tampoco, aunque por situaciones diferentes. Quiero mostrar una prueba de que esta es mi decisión más firme, y creo que es algo que su familia también necesita como garantía de que la quiero bien.

―Comprendo ―le sostuvo la mirada unos segundos. Después, introdujo la mano en uno de los bolsillos internos del saco, del que sacó un viejo sobre―. Eras muy pequeño para entender la gravedad del asma de tu madre, y también para recordar el montón de veces que me hizo pasar sustos, las largas noches en vela porque no podía respirar bien. Fueron muchas las veces que su vida estuvo en riesgo antes de que se nos fuera. Creo que ella presentía que iba a partir ―levantó el sobre al aire―. Tu madre quería asegurarse de estar en los momentos importantes de tu vida. Era una mujer que estaba plenamente enamorada del amor y lo más que deseaba es que encontraras un amor ideal para ti.

A Charles se le congeló el corazón cuando su padre extendió el sobre hacia él.

―La escribió para ti. Me pidió que te la entregara el día que fueras a comprometerte en matrimonio con alguien. Si esto es lo que quieres, creo que ese día es hoy.

Él tomó el sobre con las manos temblorosas. Miró la dedicatoria, el texto escrito con aquella letra elegante de su madre: Para mi pequeño niño. Con amor, mamá.

―Te dejaré para que la leas.

Edward le obsequió un apretón en el hombro antes de devolverse al interior de la propiedad.

Charles comenzó a hiperventilar. Sintió como los ojos se le llenaban de lágrimas. Observó el viejo sobre por casi dos minutos, asustado de abrirla, asustado de romper el papel. Asustado de dañar la carta que su madre le había escrito hace tantos años antes de morir.

Con mucho cuidado, comenzó a abrir el sobre. Con los dedos temblorosos, sacó de su interior el papel. Se remojó los labios y se secó las lágrimas con la manga del saco. Desdobló la hoja y leyó.

Mi querido Charles:

Sé que mi partida será muy difícil para ti. Eres muy pequeño, tanto que todavía te pierdes en mis brazos. No sé qué edad tengas cuando leas esto, pero, mi querido niño, siempre serás un chiquillo pequeñito al que amaré más que a cualquier cosa. Aún recuerdo el día que llegaste al mundo. Fuiste el milagro de nuestro hogar. Que fueras mi hijo ha sido el mejor regalo que pudiese haber tenido. Cada mes que cumplías, para mí era un orgullo decir que era la madre de ese bello ángel que crecía y crecía. Me sentía tan orgullosa, tan feliz, cuando me llamabas mamá. Es, probablemente, lo más que extrañe cuando me vaya. A ti, mi bello ángel. Mi corazón llora al saber que no estaré ahí para verte crecer o para decirte estas palabras en persona. Pero yo sé, mi niño, que Edward cuidará de ti muy bien. Él es un rey en todo el sentido de la palabra. Es un hombre ejemplar, el único al que he amado en mi vida, a él y a ti.

Si hoy estás leyendo esto, es porque has encontrado lo que tu padre y yo encontramos el uno en el otro: amor. Eso me hace tan feliz. Aunque no esté allí físicamente, siempre, mi niño, siempre estoy contigo, y lo estaré cuando tomes la mano de esa mujer y unas tu vida a ella. El amor es un tipo de magia que endulza cualquier vida, la única cosa que en abundancia no hace daño. Quiero para ti toda alegría que se te pueda dar, al lado de una mujer con la que formarás tu propia familia. Crecerás y serás padre. Te alzarás y serás rey. Eres una imagen que me quita el aliento. Mi pequeño príncipe, pero que orgullo siento de imaginarte convertido en ese buen líder que sé que serás.

Deseo para ti tantas cosas y que todas te hagan feliz. Es lo que también deseo para tu padre. Añoro con todas mis fuerzas que encuentre otra mujer, que rehaga su vida y vuelva a ser feliz. Lo único que quiero es que mis dos hombres lo sean.

Mi pequeño niño. Lamento tanto haberme ido. Pero no tienes nada que temer, mi ángel. Tu mamá siempre estará cuidando de ti y desde un lugar lejano te estaré viendo crecer, convertirte en el maravilloso buen hombre que estoy segura te convertirás. Un buen hombre y un excelente rey. Siempre lo he sabido. Está en ti, mi pequeño rey. Lo he visto en tus ojos. Harás cosas maravillosas. Un día, no muy lejano, también serás padre. Eso, mi niño, me hará tan feliz. Oh, mi ángel. Serás tan buen padre. No puede ser de ninguna otra forma. Tienes a Edward como ejemplo.

Solo hay una cosa que quiero pedirte, mi ángel. Me honrarías si el anillo que uses para unirte a esa mujer fuera el mismo que me unió a tu padre, un anillo que, bendecido, fue el enlace que te trajo a nosotros. Eso sería un regalo para mí, una forma de darles mi bendición.

Quiero que seas valiente, honesto y bueno, mi niño. Sé mejor cada día. Aunque la vida a veces puede ser dura, de ti depende si se vuelve más gris o si al final sale el sol.

Sé feliz, cariño. Yo estaré esperándote aquí. Nos volveremos a ver, te lo prometo.

Te quiere, mamá

Una lágrima mojó la hoja. Dobló el papel, lo devolvió al sobre y lo guardó en uno de los bolsillos del saco. Presionó las manos temblorosas sobre las rodillas y, con la respiración entrecortada, comenzó a llorar.

―Madre.

El solo esfuerzo para decir esa palabra le provocó una presión en el pecho. Aquella carta actuó como agujas, atravesándole el corazón, pero también como caricias. Las palabras allí escritas habían abandonado el papel para acariciarle la mejilla, como ella lo haría si estuviese allí con él.

―Como te extraño, madre ―musitó con la voz quejumbrosa.

Respiró hondo para recuperarse, lo que le tomó algunos minutos. Se llevó la mano hasta el bolsillo donde se encontraba la carta y la palmeó tres veces. Se secó las lágrimas, se acomodó el saco y volvió al interior de la propiedad. Al pie de las escaleras estaba su padre, que asintió una sola vez para asegurarse de que se encontraba bien, la familia de Anna y Peete.

―¿No ha bajado Anna? ―preguntó.

―¡Ya voy! ―gritó ella desde arriba.

Charles se volteó a tiempo para mirarla bajar las escaleras en compañía de Zowie. Ella se veía muy guapa con el vestido verde y el cabello recogido, pero Anna...

―Santo Dios ―masculló.

Anna usaba un vestido azul marino. El mismo llevaba un escote cruzado que se prolongaba a la cintura, marcándola con un cinturón plateado. La falda, al igual que el escote, era de seda. Tenía poco maquillaje. Tal vez rubor, lápiz labial, un poco de sombra. Aun así se veía muy natural, muy a su bello estilo. Su cabello estaba semirrecogido de lado con la ayuda de una peineta plateada. Y quizá fue una de las cosas que lo enloqueció, porque el cabello rubio simplemente había desaparecido. Se lo había teñido de castaño, uno muy parecido al de las fotografías que su madre le había enseñado.

Charles quedó encandilado con aquella bella aparición.

Escuchó a Abraham soltar un silbido.

―Por Dios Santo, Anna ―aplaudió―. Maldita sea, el cabello ¡Eso!

A Charles le costaba mucho pensar en moverse. Se quedó allí, mirándola, hasta que llegó al último escalón.

Anna deslizó los ojos por todo él. Se veía muy guapo con aquel traje gris oscuro. No llevaba corbata, solo la camiseta blanca y la pañoleta azul.

―Te ves muy guapo ―le sonrió.

Él se remojó los labios.

―Tú te ves...Dios, Anna. Te ves espectacular.

Charles le descubrió un pequeño rubor.

―Todo se lo debo a mi maquillista estrella.

Zowie estaba demasiado ocupada acomodándole la corbata a Peete para prestarle atención.

―Yo creo que el crédito se lo lleva quien lo porta ―musitó él.

Zowie soltó un silbido.

―Tu pequeña novia me dificultó el trabajo, así que exijo el crédito.

Edward fingió un acceso de tos.

―Tessie y las gemelas esperan afuera, en la limosina ¿Nos vamos?

Todos comenzaron a abandonar la propiedad como si de una orden se tratase. Charles le ofreció el brazo a Anna para caminar con ella.

―¿Por qué decidiste teñirte el cabello? ―le preguntó.

Anna abrió los ojos como platos.

―¿No te gusta?

―No me malinterpretes, me encanta. Solo es curiosidad. Creí que el cabello castaño había desaparecido para borrar el pasado.

Anna se enroscó más alrededor de su brazo.

―Una vez me dijiste que no debía cambiar por alguien que me hizo daño, así que lo hice por alguien que me hace feliz.

A Charles se le dibujó una sonrisa.

―Jamás te pediría que cambies, Anna. Me gustas así.

―Lo sé, Charlie.

Él agitó la cabeza, divertido, mientras abandonaba la propiedad con ella del brazo.

A Anna se le olvidó como respirar cuando la limosina comenzó a reducir la velocidad para estacionarse frente al Victoria Hall. Observó el conglomerado de periodistas en la entrada y una sensación de angustia se le instaló en el pecho. El primero en abandonar el auto fue el rey junto a su esposa. Afuera, el estallido de luces la obligó a apartar la mirada. Al otro lado de la larga limosina, Zowie y su hermana eran el vivo ejemplo de la emoción.

Y allí estaba ell, ferrándose a la mano de Charles como si estuviese asfixiándose con su propio oxígeno.

Él tiró de su mano pequeña hasta la boca.

―¿Estás bien? ―le preguntó.

A Anna se le calentó el vientre al escuchar su dulce voz.

―No sé si pueda bajarme mientras toda esa gente esté ahí.

―Seguramente habrá algún cantante o actor famoso. No te preocupes.

Pese a sus nervios, Anna le sonrió.

―Supongo que el hecho de que la familia real asistiera es mera tontería. El rey y su hijo no tienen valor alguno frente a George Clooney.

―Anna, tu facilidad para insultar a un miembro de la familia real es lo que te puso en esta situación en primer lugar. Imagínate como sería el resultado si te escucharan hablar de toda la familia.

Sus grandes ojos verdes lo miraron fijamente.

―¿Habrán repercusiones por esto?

―Las hubo en el caso anterior.

―¿Quieres que hablemos de esas repercusiones?

Él sonrió con burla al recordarlo. La había chantajeado con su familia y cada miembro de la misma se encontraba ahora en la misma limosina.

―Bueno, baja de una vez ―le ordenó.

Anna hizo una mueca.

―Ve primero.

―Tú estás más cerca de la puerta.

―Pero eres el príncipe.

―Solo da un paso fuera.

―El caballero debe ofrecer la mano desde afuera. Te toca.

Charles puso los ojos en blanco. Se levantó del asiento y teniendo especial cuidado en no pisarle el vestido, se las ingenió para abandonar el interior de la limosina sin caer al suelo.

Los primeros destellos de las cámaras lo cegaron por unos segundos. Se acomodó el saco mientras sonreía y agitaba ocasionalmente la mano para saludar. Se giró hacia la limosina y extendió la mano hacia ella, pero nunca sintió su contacto.

Anna plantó los grandes ojos verdes en la mano extendida. Sentía que había vuelto a olvidar como respirar. Afuera, las luces de las cámaras centelleaban como estrellas. Se sintió ajena, lejana, perdida en un gran mar. No podía escuchar las voces del exterior, ni el viento helado que le golpeaba la piel mientras gruñía. Solo podía escuchar su propio corazón. Le gritaba palabras que no podía comprender ¿Qué quería decirle? ¿Qué se proponía? Los latidos eran demasiado fuertes, demasiado rápidos. Parecía que estaba a punto de escapársele por la boca, como si deseara huir ¿Huir a dónde? ¿Había un lugar donde esconderse? ¿Por qué quería esconderse?

Quería porque se había escondido por mucho tiempo. Había pasado tanto en el encierro y calmado, sumiso y callado, que ahora que era libre se asustaba con facilidad. Ahora se encontraba expuesto, vivo, cubierto y protegido por la incandescencia y el amor del que extendía pacientemente su mano hacia ella.

Alzó sus ojos hacia él y el amor reflejado en ellos le sacudió el alma, el corazón que volvió a la vida gracias a él, que sanó gracias a él.

―Todo va a salir bien ―musitó sonriente. Con la paciencia de un caballero, continuó alargando la mano hacia ella, con el deseo en cada parte de su cuerpo, esperando a que la tomase―. Te lo prometo, cariño. Confía en mí.

Anna contuvo el aliento. Después, cuando lo expulsó, le dedicó la sonrisa más encantadora que haya visto alguna vez.

A ese hombre le confiaría la vida.

La sonrisa de Charles se intensificó cuando ella le aceptó la mano. Se unieron sus pequeños y delicados dedos entre los suyos mientras la ayudaba a bajarse. El resplandor de las luces comenzó a estallar sobre ambos, aunque parte de las fotografías, pensó ella, solo mostraría a un Charles de espalda y una mujer pequeña oculta por su cuerpo.

Le miró los ojos azules que brillaban una promesa íntima de cariño y seguridad.

―No soltaré tu mano ―le susurró él cerca del oído.

Por un segundo, Anna olvidó donde se encontraba. Cerró los ojos y se aferró al recuerdo de su voz y su cálido aliento golpeándole la piel.

―Vamos ―recitó él, contemplándola como si ella fuese un bello poema.

Anna abrió los ojos y dejó que la llevara a donde él quisiera.

Aunque los disparos de luces continuaron, Charles se las arregló para pasar entre ellos sin soltarla, guiándola hasta la entrada del edificio. Respondió a algunos saludos y preguntas, teniendo mucho cuidado con aquellas que rayaban en lo personal. Se disculpó un par de veces y agradeció la presencia de los medios, asegurando que se encontraba allí para apoyar la causa, no para hacer alarde de su pareja.

―Ella no es un nuevo traje que acabo de comprar ―dijo él, mirando a un par de cámaras al fondo―. Lo que respecta a mi vida privada vuelve a ser privada.

―¿Es una forma de confirmar el romance? ―escuchó preguntar a una mujer, pero las luces no le permitieron mirar su rostro.

―La vida entera es un romance ―sonrió.

Dentro de la antesala, los periodistas fueron detenidos por los guardias de seguridad. Anna respiró profundo, aliviada, sosteniéndose con fuerza de la mano de Charles, como si temiera desmayarse. Él la miró cauteloso.

―¿Estás bien? ―preguntó.

Ella sonrió.

―Tienes experiencia con los periodistas.

Anna notó un poco de vergüenza en sus ojos.

―He tenido que aprender a manejarlo.

Ambos remontaron la marcha hacia el salón.

―¿Lo tenías ensayado? ―bromeó ella.

―¿Qué cosa?

―Lo del romance. No dijiste «sí, es mi novia», pero lo insinuaste.

―No quiero demostrarlo con palabras, sino con hechos.

Ella lo detuvo, tirando de su brazo.

―¿Qué vas a hacer? ―inquirió, cautelosa.

Charles torció la boca.

―Verás, Anna. Adentro habrá periodistas que pagaron para tener una exclusiva del evento. Como debes saber, el rey suele dar un discurso en los eventos en los que asiste. Ya que estoy como regente...

―Te toca hablar a ti ―completó, soltando un gemido―. Me asusta lo que vayas a decir.

―Descuida. Voy a comportarme. Siempre lo hago.

―No es cierto.

Él le obsequió un apretón cariñoso de manos, tirando de ella para reanudar la marcha. Balanceó sus manos tomadas. Cerca del salón, Charles la condujo por un corredor amplio, que daba a una habitación cerrada por dos grandes puertas revestidas con oro y terciopelo rojo.

―Bienvenido, Su Majestad ―exclamaron los guardias, abriendo las puertas para que pudieran pasar.

―Buenas noches ―dijo él.

Anna observó los guardias por encima de su hombro.

―¿No asistiremos? ―susurró la pregunta.

Él torció la boca.

―Entraremos por otro lugar.

―¿Por qué?

―Anna, odio tener que recordarte que soy un regente.

―¿Por qué odias recordármelo?

―Porque no es un tema agradable de conversación.

―¿Por qué no es un tema agradable de conversación?

―Porque...

La comprensión lo sacudió como un vértigo. Giró los ojos hacia su rostro, donde descubrió una sonrisa burlona y un par de ojos verdes traviesos.

―Estás burlándote de mí ―masculló él.

―¿Por qué estoy burlándome de ti?

―¡Anna!

La aludida separó los labios para expulsar una carcajada. Volvió a mirar por encima del hombro, asegurándose que en el tramo del pasillo dejado atrás no hubiese nadie salvo ellos para enroscarle el brazo con los suyos.

―Charles, estoy muy consciente de con quién estoy saliendo. Sé, con todas sus letras, que eres un príncipe, que en este momento eres un regente y también sé que me siento muy orgullosa de andar contigo del brazo.

El rostro de Charles se iluminó.

―¿De verdad?

A Anna le pareció que su voz de chiquillo feliz escondía una necesidad de respuesta.

―Claro que sí. Tu padre siempre tuvo razón. Tenías potencial, madera de rey. Solo necesitabas un empujón. Con un camión. Varias veces.

Él le hizo una mueca.

―Eres una en un millón.

―Este uno en un millón te agarrará del brazo y no te soltará hasta el último día de su vida, mi apuesto príncipe regente.

Inclinó la cabeza un poco para mirarla.

―Cuando te cases conmigo, serás una princesa consorte.

A Anna se le esfumó la sonrisa, deseando en el fondo que él no la notara. Plantó los ojos en las puertas dobles que yacían cerradas frente a ambos, exactamente iguales a las que habían dejado atrás.

―El rey se encuentra adentro, mi señor ―anunció uno de los guardias.

Anna se le descolgó del brazo y juntó las manos sobre su vientre. Charles fingió no notar aquello mientras le indicaba que caminase con él apenas vio las puertas abiertas. No tardó en encontrar a su padre, quien se hallaba cómodamente sentado junto a su esposa en uno de los lujosos muebles de la antesala real.

―Comenzaba a preocuparme ―exclamó el rey al ver a su hijo.

―El lugar está cubierto por periodistas ―respondió Charles―. Creo que a Anna le dio un poco de pánico.

Ella sonrió con timidez.

―Disculpe, Su Majestad. La familia Mawson ha sido instalada en su mesa ―anunció una mujer.

Anna notó que era guapa. Estaba utilizando un vestido elegante de color negro, tan largo que le cubría los pies. El cabello rizado le caía airosamente sobre los ojos y un maquillaje fresco y cautivador enmarcaba la belleza de su cara y sus ojos castaños.

Anna descubrió una sonrisa tonta en los labios de Charles.

―Mira nada más ―masculló él―. Casi te olvido por completo. Quiero presentarte a alguien.

Charles tomó a Anna del antebrazo mientras ambos se acercaban a la mujer.

―Ella es Anna. Anna, ella es Darcey.

Anna sintió una enorme vergüenza apenas escuchó su nombre. Ignoró el calor que comenzaba a instalarse en sus mejillas.

―Es un placer ―musitó.

Darcey la miró fijo durante unos segundos sin emitir palabra alguna.

―Lamento mirarte tan fijamente, es solo que... ―sonrió―. Verás, desde que Charles y yo nos reencontramos, aprovecha todas las oportunidades disponibles para hablarme de ti.

Él sonrió con orgullo.

―El hombre tiene toda la razón ―continuó―. Eres muy guapa. Eres el tipo de mujer del que solía escribir en la universidad: una mujer de belleza clásica.

Anna abrió los ojos como plato, clavándolos en él.

―¿Fuiste a la universidad?

Charles frunció los labios.

―Yo... ―comenzó a decir Darcey―. Creí que le habías dicho.

Él se mantuvo en silencio.

―Lo siento, no quise ser indiscreta ―la vergüenza surcó su delicado rostro―. Lo lamento. Será mejor que vuelta al trabajo.

Arrugó los ojos por la culpa.

―Lo siento, Charles.

Darcey abandonó la habitación tan pronto él asintió. Giró los ojos azules al sentir su mirada fija.

―¿Fuiste a la universidad? ―le preguntó, pero en su voz se escuchaba un deje de confusión.

Él le soltó el brazo.

―Ven conmigo ―le dijo.

Resuelta a escucharlo, lo siguió por un pasillo que daba a un pequeño balcón. Sin una luz encendida, la oscuridad de la noche los escondió. El viento helado de otoño le agitaba el vestido y algunas guedejas de pelo que Zowie le había dejado sueltas sobre el rostro.

Charles depositó las manos sobre el barandal de piedra, mirando hacia las luces de la ciudad.

―No es un tema que me guste hablar ―comenzó a decir―. Es solo que la universidad...bueno, es un tema difícil.

Anna se acercó. Él lo percibió de inmediato, porque solo ella podría hacerle sentir calor en medio de una noche helada.

―Creí que la universidad podría marcar un cambio en mi vida ―habló. Nunca la miró a los ojos, como si aquello le provocase vergüenza―. Me gustaba fingir que discutir con Gray y destruir una amistad de años no me importaba, pero no dejaba de pensar en las cosas que me dijo ese día. Él siempre comprendió lo duro que fue para mí perder a mi madre. Para él, estaba escondiéndome tras su muerte para comportarme de manera irresponsable. Dios, Anna ―cerró ambas manos en puños, golpeando el barandal―. Estaba harto de que se actuara así. Harto de que siempre me dijera como resolver mi vida.

Dejó caer la cabeza.

―Después de aquella discusión, no volvimos a hablarnos. Me cuestioné durante varias semanas sus palabras. Lo último que me dijo fue: tienes que cambiar tu vida o juro por Dios que algún día será demasiado tarde.

Ella le apretó el hombro.

―¿Por eso entraste a la universidad?

Asintió una sola vez.

―Siempre he sentido que me hago viejo muy rápido ―torció la boca―. Desde que murió mi madre, tengo esa sensación de que mi vida transcurre rápidamente. Siento que envejezco a una velocidad abrumadora con cada día. Tenía días que me despertaba sintiéndome como un hombre de cincuenta años, cansado de su vida y del poco propósito positivo que estaba brindándole.

Anna recordó aquella tarde donde le había dicho que tenía veinticuatro años, que ya no era un hombre precisamente joven, a pesar de serlo.

―Solo duré un semestre en la universidad ―habló―. Comencé a estudiar leyes, pero hacerlo siendo quien soy era difícil, ¿entiendes? Toda esa atención y presión sobre mí. Después la enfermedad de mi padre. Renuncié. Una parte de mí dio por sentado que mi padre moriría, pero al recuperarse...

Charles expulsó una enorme cantidad de aire.

―Ya estaba hasta el fondo. Me vi a mí mismo como un caso perdido. Creo que siempre visualicé a Gran Bretaña en manos de Cameron y a mí desperdiciando mi vida por ahí.

Anna parpadeó muy rápido para no echarse a llorar.

―Lo lamento ―musitó dolida―. Yo era una de esas personas que ejercían parte de esa presión sobre tus hombros.

Charles alzó sus ojos turbios hacia ella, mirándola con severidad.

―Eso no es cierto ―la reprendió.

―Era una de las que creía que no eras capaz.

Descubrió demasiado tarde que las lágrimas se le escaparon de los ojos. Intentó secárselas sin estropear aún más el maquillaje.

―Ya había convertido mi vida en un desastre antes de conocerte ―se le acercó un par de pasos―. Discutía con todo aquel que intentara ayudarme. Lo hice contigo. Estaba tan furioso por esa forma tan tuya de decirme las cosas a la cara, sin intimidarte por quien era, que quería, de alguna manera, castigarte. Te amenacé con tu familia. Dios, Anna, hice algo horrible contigo. Algo bajo, pero, perdóname por lo que voy a decirte, no me arrepiento. Pude dejarte ir, dejártelo pasar, pero de alguna forma me obsesioné.

Buscó en la oscuridad sus pequeñas manos hasta encontrarlas.

―Me obsesioné con tu rabia, con tu valentía, con lo salvaje de tus ojos al defender algo que apasionas. Vi tanto coraje en ti, coraje que faltaba en mí, y enloquecí. Silenciosa y secretamente enloquecí, por ti.

Ella sollozó su nombre.

―Jamás vuelvas a decir que pusiste peso sobre mis hombros ¿Me has entendido?

Asintió mansita.

―Preciosa ―llevó sus pequeñas manos hasta la boca para besárselas―. No tienes idea de cuantas veces en la mañana, después de despertarme, agradezco a Dios por haberme subido a ese taxi.

Anna soltó una carcajada, llorosa y feliz. Despegó los labios para hablarle, pero nunca pudo pronunciar palabra. El dulce sonido de un piano comenzó a esparcirse desde algún lugar contiguo. Lo primero que pasó por su mente fue que el baile estaba comenzando, pero, segundos más tarde, las luces del jardín se encendieron. Desde el balcón, vio a su hermano deslizar los dedos por las teclas del instrumento. Cerca de él, Alice comenzaba a deslizar los dedos pequeños por la guitarra y junto a ella se encontraban sus padres, ambos con un micrófono en la mano.

La música de los instrumentos se detuvo. Cuando Abraham alzó sus ojos hacia ella, las rodillas comenzaron a temblarle. El orgullo estaba dibujado en ellos, casi como un orgullo paternal. Una mirada que reservaba para ella. Una mirada que reservaba para el amor de sus dos pequeñas hermanas.

Él apartó los ojos, devolviéndolos al piano, y la música continuó. Alice lo acompañó segundos más tarde. El corazón comenzó a latirle a prisa cuando su padre acercó el micrófono a la boca. Despegó los labios y comenzó a cantar.

My love. There's only you in my life. The only thing that's bright.

Anna se llevó ambas manos hasta la boca al reconocer la canción.

A su padre se le unió su madre. Las melodiosas voces le atravesaron la piel, acariciándole el alma. En el fondo, tras los arbustos, algunas luces decoraban el escenario con luces brillantes, bañando también a Zowie y a Peete, que se encontraban tomados del brazo, observando con la más pura expresión de felicidad en sus rostros.

Las voces se alzaron, armoniosas y dulces.

I want to share all my love with you.

Se llevó las manos al pecho mientras sonreía. Casi le parecía un bello sueño. Un sueño tan perfecto que lograba sacudirla.

And your eyes. They tell me how much you care.

Antes de verlo, su cuerpo percibió su cercanía. Tembló ante el calor que emitía su cuerpo junto al suyo.

Two hearts. Two heart that beat as one.

Sintió sus manos sobre sus brazos y ella, obediente, se volteó para mirarle los grandes ojos azules que la observaban detenidamente, como si ella fuera un ángel. Le tomó las manos y cuando creyó que las llevaría a su boca, lo vio hincar una rodilla en el suelo. El corazón comenzó a latirle a prisa. Durante un segundo, creyó que se le escaparía del pecho, que se quedaría sin aire, que sus rodillas tocarían el suelo y moriría.

―Sé lo que me dijiste de las sorpresas ―comenzó a hablar―. También sé por sobre todas las cosas que ha pasado muy poco tiempo desde que todo esto inició. Puedo ver lo que tus ojos quieren decirme.

Él sintió como sus manos temblaron.

―¿He perdido la razón? Es probable, pero como me he prometido ser un hombre lo más sincero posible, Anna, quiero que pierdas la razón conmigo.

Le soltó ambas manos. En el fondo, ella rogaba porque volviera a sostenerla, porque temía que no iba a poder mantenerse en pie por sus propios pies.

Introdujo una de sus manos en el saco, trayendo en ella una pequeña caja de terciopelo negro. Anna sintió como las piernas le temblaban.

Con paciencia y elegancia, lo observó retirar la cinta roja y abrir la caja hacia ella.

Cause no one can deny this love I have inside and I'll give it all to you.

―¿Quieres casarte conmigo?

Cuando las voces se alzaron por encima del sonido del piano y la guitarra, las rodillas de Anna decidieron fallarle, enviándola al suelo. De rodillas frente a él, se cubrió la boca con ambas manos y comenzó a sollozar.

¿Cómo había sido tan ingenua? Todas las señales habían estado allí, en la tarde, mientras hablaban en su estudio.

Cuando nos casemos, voy a establecer una nueva Casa Real.

Así que no era solo una idea, sino algo pensado, algo que planeaba proponerle esa misma noche. Oh, Dios. Lo había hecho. Realmente lo había hecho.

Con los ojos empañados por las lágrimas, observó el anillo en el interior de la pequeña caja. Un anillo de plata, coronado con una amatista de seis centímetros, brillaba en la oscuridad como una estrella. Después, alzó los ojos hacia los suyos. Aquel par de topacios azules irradiaban pasión, aventura, amor. Se tomó un poco de tiempo en observarlo. Él era guapo como pocos, peligrosamente atractivo. Toda su presencia insinuaba un deje de peligro y coquetería masculina. Sin embargo, allí estaba ella, contemplando sus ojos. Grandes ojos que solo estaban fijos en la pequeña y llorosa mujer en que se había convertido.

Él aguardó pacientemente, sin moverse, ni demostrar cuan incómoda comenzaba a tornarse la posición en la que se hallaba.

La canción finalizó. El único sonido que podía captar era el viento que gruñía una burla. El pánico comenzó a apoderarse de él.

Cuando estuvo dispuesto a hablar, escuchó un gemido débil.

―Sí ―le respondió con la voz pequeña―. Sí quiero.

A Charles le brillaron los ojos. Se encontró a sí mismo sin palabras, sin poder mover un músculo. Se quedó allí, inmóvil, mirándola detenidamente, mientras una pequeña sonrisa de alegría se asomaba en su rostro.

Anna enroscó el vestido en sus manos para acercársele. Con los ojos brillándole por las lágrimas, le dijo:

―No importa lo que nos traiga el futuro. Quiero ser tu esposa. Quiero iniciar un nuevo libro contigo, con un nuevo prólogo, una trama diferente y que nuestro epílogo sea tan perfecto como este momento.

Charles parpadeó un par de veces, pero aún no era capaz de moverse. Anna soltó una carcajada, tomó el anillo y lo introdujo lentamente en su dedo anular. Colocó sus pequeñas manos en el rostro de él.

El contacto fue suficiente para despertarlo de aquel maravilloso sueño.

―Te amo ―exclamó él, envolviéndole los brazos alrededor de la cintura, con la voz cargada de emoción―. Dios mío, Anna. Vas a ser mi esposa. Te amo.

La atrajo hasta él torpemente, levantándola del suelo y llevándola consigo por los aires, mientras ella reía en sus brazos.

―¡VAS A SER MI ESPOSA! ―gritó a todo pulmón.

Anna aferró los brazos alrededor de su cuello, disfrutando de su locura pasajera, de su felicidad eterna, mientras abajo, en el jardín, su familia celebraba con ella entre gritos y aplausos.

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