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Capítulo 21 | Borrador SP

Durante tres días, a Anna la atormentó la misma pesadilla.

Era una recreación del día del accidente, como si su mente quisiera obligarla a recordar algo. Despertaba hiperventilando y transpirando, con el corazón a punto de salírsele del pecho y la boca seca. Al caer sentada sobre la cama, se cubría la boca con ambas manos para no levantar a Charles. No tenía sentido ponerlo en alerta y preocuparlo, no cuando él comenzaba a creer que ella estaba mejor. Y lo estaba, al menos físicamente, pero en el aspecto emocional dependía de un hilo.

No podía sacarse de la mente aquel hombre disparando con toda la intención de asesinarla.

Apartó las manos de su boca para tomar una profunda bocanada de aire. Movió la cabeza hacia un lado y lo vio dormir. Esa sensación de ocultarle algo no le resultaba agradable, ¿pero qué ganaba con preocuparlo? El pobre ya lidiaba con mucho: su padre, la regencia, ella. No necesitaba agregar sus pesadillas. No mientras pudiera lidiar con ellas por su cuenta.

Sacó los pies de la cama lentamente, cuidando no emitir algún sonido que lo despertara. Rodeó la cama y tomó su celular. Las cuatro de la mañana.

Salió de la habitación en silencio. Desbloqueó el teléfono y buscó entre sus contactos a Christopher.

―Su Alteza ―respondió él a los pocos segundos.

―Mm, soy Anna, Christopher. Lo lamento, ¿te desperté?

―No, señora. Estaba revisando unas cosas ¿Le puedo ayudar en algo?

―Sí, bueno. Eso creo ¿Crees que podrías venir?

―¿Ha sucedido algo? ―el hombre parecía preocupado.

―No, yo solo quiero... Discutir unas cosas. Si pudieras venir y entrar sin ser visto te lo agradecería. Quiero que esto quede entre nosotros.

―Con todo respeto, señora, ¿me está pidiendo que mantenga en secreto nuestra reunión ante el rey y el príncipe?

―Algo ―suspiró―. Sí. Al menos mientras hablemos. Por favor.

―Puedo prometerle que mi visita será secreta siempre que lo que usted me diga no involucre a la familia real.

―Bueno, está bien. Te esperaré en el estudio de Charles ¿Sabes cómo llegar a la propiedad?

―La visité antes de distribuir la seguridad.

Por supuesto, pensó ella. Era el jefe de seguridad.

―Te esperaré aquí entonces.

Al finalizar la llamada, Anna bajó hasta la cocina para preparar té. Se frotó los brazos para protegerse del frío. Un pantalón y camisa de mangas largas no parecían ser suficientes. Tanteó con las manos la pared para encontrar el interruptor.

Cuando encendió la luz, se presionó la boca con ambas manos para contener el grito. Le temblaba todo el cuerpo, pero, cuando enfocó bien los ojos, comenzó a relajarse. Era solo su reflejo en el refrigerador.

Recostó la espalda contra la pared y se llevó las manos al pecho. Permaneció allí, de pie, lo suficiente para calmarse. Después, se movió por la cocina y se centró en preparar el té.

Puso a hervir el agua mientras buscaba la tetera y las hierbas.

Al girarse, aferró en ambas manos la tetera con fuerza para no dejarla caer.

―¡Abraham! ―gritó―. Voy a tener que ponerte un cascabel.

Su hermano le sonrió, divertido, mientras se acomodaba la camiseta.

―¿Qué haces despierta a las cuatro de la mañana, Anna? ―alcanzó con torpeza una de las sillas de madera y se desplomó sobre ella―. Son ideas mías ¿o últimamente sufres mucho de insomnio?

Se quedó en silencio un instante, observando el agua que aún no comenzaba a hervir.

―Mi habitación es la que queda junto a las escaleras ―Abraham se cruzó de brazos―. Te oí hablar por teléfono. No quiero pensar que tienes...bueno. Ya sabes, ¿no? Un amante o algo.

Anna puso los ojos en blanco.

―¿Esa es la imagen que tienes de mí?

Dejó la tetera sobre la encimera mientras vertía en su interior el agua caliente. Colocó las hojas secas y lo dejó reposar.

―¿Con quién hablabas entonces? ―le preguntó.

Anna se encogió de hombros.

―Con una persona ―le respondió.

―Qué decepción, y a mí que me había parecido escucharlo ladrar.

Anna soltó una carcajada.

―Si te cuento un secreto, ¿lo guardarías?

Abraham enfocó los ojos verdes hacia ella.

―Estás embarazada y quieres abortar. Lo siento, sabes que estoy en contra del aborto.

―No estoy embarazada, ¿de acuerdo? Tienes que dejar que termine y luego sacar conclusiones.

―No me molestaría un sobrino.

―Pídeselo a Alice.

―No sabes lo que dices, ¿o sí? Si Alice se vuelve madre, le voy a quitar al niño antes de que lo vuelva loco. Sus genes me asustan.

―Básicamente tenemos los mismos.

―Pero yo soy calmado, ¿entiendes?

―Yo creo que Ally sería buena como madre. Es divertida.

―¿Hablamos de la misma Alice? Porque yo hablaba de nuestra hermana.

―¿Yo qué, eh?

Una Alice desaliñada, metida en un pijama súper pequeño, entró a la cocina, con las marcas de la sábana en las mejillas.

―¿Qué hacen los dos despiertos a las cuatro de la mañana?

―Si mamá y papá despertaran, diría que a los Mawson nos gustan las reuniones familiares en la madrugada ―comentó Abraham.

Alice dejó escapar un largo bostezo.

―¿Y de qué hablaban? ―recostó su cuerpo en el de Abraham, quien la envolvió en brazos para mantenerla caliente.

―Abby dijo que serías una buena madre ―se burló Anna.

―Lo que en realidad quiere decir que no lo sería ―parafraseó Alice―. Ya quiero verte de padre.

Anna se aclaró la garganta.

―¿Por qué hablamos de bebés?

―Porque nos hacemos viejos ―respondieron sus hermanos a la vez.

―Yo apenas cumplo los veinticinco en unas pocas semanas.

―Pienso tener hijos antes de los treinta y cinco ―Alice volvió a bostezar―. Ya lo hablé con Mike. Comenzaremos a practicar la danza del bebé en enero.

―¿Tengo que oírlo, de verdad? ―protestó Abraham.

―Tú también tienes pareja. Y tienes sexo con ella.

―Pero no lo hago público, ¿o sí?

―A veces. De los tres, la más reservada es la teñida.

Anna le sacó la lengua.

―Cierto, Anna ―Abraham la miró fijamente―. ¿Cómo es él?

La aludida parpadeó un par de veces.

―¿Quieres que te diga cómo es en la intimidad? ―preguntó con un hilito de voz.

Abraham puso los ojos en blanco.

―No, estúpida ¿Cómo se comporta contigo?

Ella suspiró, aliviada.

―Es dulce y cariñoso.

―Ajá. Seguramente por ser dulce y cariñoso te llevó a la cama.

―Disculpa, pero me gusta que mi intimidad siga siendo privada.

―No lo negó ―habló Alice.

―Por supuesto que no. Huele a sexo desde aquí. Eso es lo primero. Lo segundo, ¿debo creer que perdiste peso o la camisa solo te queda enorme?

Anna miró la camisa de mangas largas que llevaba. No era suya, era de Charles.

―¿Eso qué prueba? ―preguntó a la defensiva.

―Que un cartel de «He tenido sexo con el Príncipe de Gales» colgando de tu cuello es menos obvio que llevar su camiseta y dormir en la misma habitación.

―Bueno ¿Cuál es tu punto?

―Que no solo me digas que es dulce y cariñoso cuando se acuesta contigo. Uno no es dulce y cariñoso cuando quiere tener sexo.

Alice levantó la mano para intervenir.

―Bueno, los Mawson no somos dulces y cariñosos cuando queremos sexo. Básicamente señalamos donde queremos que esté cada cosa.

―Tienes un punto, pero el mío se mantiene.

―Solo quiero aclarar que mencioné solo dos malditos adjetivos para describirlo, ¿está bien? ―Anna les montó mala cara―. Puedo decir que como hermano eres adorable y gentil, pero eso no es lo único que te describe. Por ejemplo, puedo decir que eres irritante, estúpido, insoportable y...

―Cállate, Anna ―balbuceó Abraham, mirándola con desaprobación.

Ella abrió y cerró los cajones de arriba, sacando de estos las tazas para el té.

―A todas estas, ¿por qué me preguntas? ―preguntó mientras servía el té―. Te envió papá, ¿no es así? De seguro cree que me equivocaré como lo hice con Carter.

―Nuestros padres están decididos a no intervenir. Bueno, se limitarán a lo necesario.

―No me puedo creer que ocultaras algo así ―le recriminó Alice―. ¡El príncipe de Gales!

―Sabía que iban a ponerse así, por eso decidimos esperar.

―¡El príncipe de Gales! ―repitió su hermana, todavía sin poder creérselo.

―Solo quiero recordarte que es un mujeriego.

Era ―lo corrigió.

―¿Enderezó su camino en...? ¿Cuánto llevan saliendo?

―Ab, no harás que desconfíe de él.

―No es que desconfíes, es que estés alerta.

―Sé lo que estoy haciendo, ¿está bien?

Abraham la observó colocar dos de las cuatro tazas en una bandeja.

―No solo te gusta, ¿no es así? ―movió los largos brazos hasta alcanzar una taza―. Te enamoraste de él.

Anna acomodó la tetera sobre la bandeja sin mirarlo.

―Annie, nadie te conoce mejor que nosotros, tus hermanos. Puedo hacerte una lista de todo lo que ha cambiado en tu rostro, incluso tu manera de caminar. Te conozco como nadie jamás podría hacerlo.

Alice acudió a su rescate.

―Yo creo que está bien ―se alejó de su hermano para tomar una de las tazas―. Ya ha pasado por muchas cosas. Se merece que un hombre la ame.

―Lo hace, ¿no es así? ―preguntó Abraham.

Anna levantó la cabeza y lo miró fijamente.

―Lo hace ¿No es eso suficiente para ti?

―Solo quiero ver a la más pequeña de mis hermanas feliz.

―Yo soy feliz, es solo que...

Se cubrió el rostro con ambas manos.

―Tengo la mente hecha un lío. Me costó mucho decidirme a darme una oportunidad con él y sabía que iban a reaccionar así, por eso quería que por un tiempo solo fuéramos nosotros. Me asusta lo que está pasando, lo del accidente ―al apartar las manos del rostro, sintió las mejillas humedecidas por lágrimas que se le escaparon. Las secó al instante―. Llamé a Christopher. Es el jefe de seguridad de la familia.

―¿Para qué lo llamaste?

―Quiero hablar con él sobre algunas cosas, algunas inquietudes.

Abraham y Alice se miraron de reojo.

―Estás teniendo pesadillas ―respondieron los dos.

Ella se encogió de hombros.

―Pues sí. Pensarán que es una locura hacer llamar a alguien por unas pesadillas, pero a raíz de ellas he comenzado a hacerme preguntas.

―Entraremos contigo ―musitaron a coro.

―No es necesario.

Sus hermanos terminaron el té en un par de tragos.

―¿Dónde quedaste con él? ―preguntó Abraham.

―En el estudio, pero...

Alice rodeó a Anna para tomar la bandeja. En un parpadeo, vio a sus hermanos desaparecer de la cocina en dirección al estudio. Resignada, decidió seguirlos.

―Gracias por venir, Christopher ―habló Anna mientras se acomodaba en la silla giratoria de cuero marrón de Charles.

El hombre no parecía cansado cuando asintió, acostumbrado a llamadas repentinas como aquella. Se acomodó en una de las sillas de enfrente.

―Supongo que es algo importante si es que no pudo esperar a que el sol saliera.

―No sé si importante, pero sí. Tiene algo de relevancia.

Christopher reparó en los dos hermanos Mawson justo detrás de ella.

―¿Este asunto de suma relevancia puede tocarse frente a ellos?

―Sí, son mis hermanos. Son discretos.

―En ese caso, por favor, comience ¿En qué puedo ayudarla?

Anna cruzó las manos contra la superficie de madera.

―Llevo teniendo la misma pesadilla por tres días. Siempre es lo mismo. Es el accidente una y otra vez, pero, por alguna razón, lo más que recuerdo es el momento en el que el francotirador disparó. Hay algo que me causa mucha curiosidad e inquietud.

Se desató el cabello para volvérselo a atar.

―¿Cómo puede no saber que el auto tenía cristales a prueba de balas? ¿No era el auto del príncipe? Desde luego que estaría protegido.

―Los cristales fueron instalados en el auto del príncipe unos pocos meses antes del accidente. Desde que lo compró, Su Alteza no nos había dado la oportunidad de hacerle los cambios pertinentes.

―Pero este francotirador se arriesgó a disparar, como si estuviese seguro de que el cristal no soportaría el impacto y terminara por quebrarse ¿Quiénes más estaban al tanto de que el auto tenía esos cristales?

―Ni siquiera Su Alteza estaba enterado hasta unas pocas semanas antes de que usted entrara a trabajar para la familia. Él llegó a palacio muy borracho un día y decidimos aprovechar esa oportunidad. No le comentamos nada porque sabíamos que se enojaría por tocar su auto sin autorización.

―Lo que claramente nos dice que el lugar de donde obtuvo información no es el palacio, o no directamente. De ser así, sabría lo de los cristales ¿Charles le comentó sobre el compuesto de carbono?

―Lo hizo. En dos días llega un experto en autos que nos ayudará en la investigación.

Yo quiero darle una opinión experta. He reproducido esa escena en mi cabeza muchas veces. Puedo asegurarte, metiendo mis manos al fuego sin tener que quemarme, que este francotirador sabe otros trucos que no involucran un arma.

Christopher levantó amas cejas.

―¿Cómo cuáles, señora?

―El francotirador es un corredor. Tan segura estoy de estoy de esto que podría apostar mi propia vida y salir ganando.

Christopher se recostó del espaldar mientras meditaba en sus palabras.

―¿Cómo puede asegurar que es un corredor?

―Porque aquella conducción solo le pertenece a un corredor. Sabía que curvas tomar y como. No podía perderlo de vista. Era muy bueno. No el mejor, pero bueno.

―¿Así que se basa en la percepción?

―Me baso en muchas otras cosas, pero puede esperar a que el experto llegue y le termine por decir lo mismo que yo. Debatir conmigo es básicamente inútil. Vencí al Primer Ministro en una batalla verbal-legal no oficial. No me tomo riesgos así si no supiera de lo que estoy hablando.

Christopher se rascó la barbilla mientras la miraba.

―¿Segura de que es solo una taxista, señora?

―Tal vez no tenga un título que me vuelva una experta, ¿pero le parece que lo necesite?

Christopher sonrió, divertido.

―A Su Alteza le hacía falta una mujer como usted, señora ¿Hay algo más de lo que quiera hablar?

―Quiero que repasemos lo que tenemos y que en la tarde regreses a contarle todo a Charles.

Prisión de Folwick

2:25 p.m.

Dio un salto en la cama al escuchar el golpe de la macana contra los barrotes.

―Stevenfield, tienes visita ―anunció el guardia.

El uniformado esperó unos segundos a verlo levantarse. Nada pasó.

―¿Qué diablos estás esperando? ¿Una invitación formal? Al área de visita, ahora.

Se levantó de la cama y atravesó el frío pasillo hasta las escaleras. El guardia lo condujo hasta la zona de visitas, una línea de diez cubículos telefónicos de color rojo.

―Tu visita está en el dos.

El guardia le hizo una seña para que avanzara. Al otro lado del cubículo, había un hombre alto, de aspecto violento y loco, que aguardaba con la mano puesta en el teléfono rojo. Casi podía sentir que el olor a cigarro barato traspasaba el vidrio. Él se sentó. Pensó si debía tomar el teléfono o marcharse. Finalmente, lo tomó. El hombre al otro lado del cubículo hizo lo mismo.

―Carter Stevenfield ―dijo el hombre.

Él levantó la barbilla a la defensiva.

―¿Quién eres? ―le preguntó.

―Tu ángel guardián si me lo permites ―le sonrió―. Quiero proponerte un negocio.

Carter se inclinó un poco.

―¿A caso no ves que estoy en prisión?

―Yo puedo sacarte ―susurró, asegurándose de que solo él lo escuchara.

Él alzó ambas cejas.

―Te escucho.

―Tengo un trabajo que realizarle a mi jefe, pero no es tan sencillo. La ratita es escurridiza. Creí que te interesaría el trabajo.

―¿De qué ratita hablamos?

El hombre aguardó en silencio mientras esperaba a que el guardia se alejara.

―Anna Mawson.

Carter echó la espalda hacia atrás y apartó la vista del hombre por unos segundos ¿En eso consistía su propuesta ¿En matar a su ex novia?

Cuando miró de vuelta al hombre del otro lado a los ojos, confirmó sus sospechas. La quería muerta. Había un brillo de deseo mortal en las esferas marrones imposible de ignorar.

―¿Qué gano yo con esto?

―Salir de aquí, vengarte. Después de todo, por culpa de esa mujer es que estás aquí.

Carter asintió un par de veces.

―Tendrás una paga, amigo, y una nueva identidad para que salgas del país ―le mostró la dentadura―. Es un regalo del cielo.

Carter se remojó los labios secos.

―Acepto ―respondió.

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