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Capítulo 20 | Borrador SP

Anna agradeció en silencio que los días en el hospital transcurrieran con rapidez. Le tocó pasar una larga semana en cama, comiendo bajo en sal y durmiendo demasiado. Gracias a Dios, hoy le habían firmado el alta.

Sin embargo, concluyó que estar en el hospital no era tan espantoso. Su familia pasaba gran parte del día con ella, al igual que Zowie y Peete, quienes venían después del trabajo.

Y Charles, que se quedaba a dormir para irse en la mañana a Buckingham y regresaba en la tarde con un ramo de rosas distinto. Le entristeció pensar que se marchitarían, pero dicha tristeza desaparecía al ver una rosa de plástico idéntica a las otras en medio del ramo, para que nunca se marchitara. Hacía un gran esfuerzo para no echarse a llorar.

Estiró las piernas en el interior de la limosina. Aún le dolía un poco hacer cualquier movimiento como aquel. Acomodó la cabeza sobre el hombro de su hermano y le sonrió. Se percató de la ruta atípica que no llevaba a su departamento, el de Charles o Buckingham. Lo único que sabía es que su familia, Peete y Zowie iban con ella. Solo faltaba Charles. Se le hizo extraño que no pasara por ella en persona. Solo envió una limosina.

―¿A dónde vamos? ―preguntó Abraham.

Los seis pares de ojos voltearon hacia ella.

―¿Qué no lo sabes tú? ―preguntó Abraham.

―No. No he hablado con Charles desde la mañana.

―Pues deberías. Son casi las tres de la tarde y no sabemos a dónde vamos.

Anna notó que la limosina giraba hacia la izquierda. Observó por la ventana los amplios jardines de entrada a la Avenida London Dry. Frunció los ojos y se remojó los labios. ¿Qué hacían allí? Las villas en London Dry eran las de mayor precio en el mercado, sin mencionar que contaban con una seguridad de oro y la privacidad era...

Chasqueó la lengua cuando la comprensión dio su salto de gracia.

―Oh, Charles ―murmuró entre dientes―. Maldito multimillonario.

―No estarás insinuando que compró una de estas villas, ¿verdad? ―Alice comenzó a gritar―. ¡Estas villas con carísimas! ¡La más económica cuesta casi dos millones de libras!

―A estas alturas, no me sorprendería.

La limosina avanzó calle arriba. Los primeros cinco minutos, intentó adivinar cuál de las cinco casas que habían dejado atrás era su destino, pero no se detuvieron frente a ninguna. Solo avanzó y avanzó.

Diez minutos más tarde, la limosina detuvo la marcha. Observó por la ventanilla una torre de vigilancia a ambos lados de la propiedad, en cuyo interior flanqueaban la entrada dos guardias. El chofer cruzó unas rápidas palabras con ambos y los portones se abrieron para permitirles el acceso. Le sorprendió la rapidez con la que el chofer abandonó el auto y abrió su puerta en cuando se detuvo.

Lo vio después, de pie a pocos pasos de la limosina. Llevaba las manos cogidas a la espalda. No pudo ignorar la ropa que llevaba puesta: una camisilla y pantalones largos deportivos grises. Se acercó con movimientos ágiles, lo que a Anna le parecía curioso ¿Cómo alguien con pantalones deportivos podía lucir casual y al mismo tiempo elegante?

Charles se inclinó e introdujo la cabeza al interior de la limosina. Saludó a cada uno con una sonrisa.

―Supongo que estás contenta por haber dejado el hospital ―musitó, sin abandonar la sonrisa.

―Supongo que estás contento por ¡haber gastado ¡sesenta y siete millones de libras en una casa! ―gritó, histérica.

―En una villa ―le corrigió sin abandonar su gesto alegre―. No te quejes tanto y ven a verla por dentro.

―¡Son sesenta y siete millones! ¡Claro que me quejo!

―Ya deja de gritarme. No la compraste tú.

―Pero no creas que no sé por qué lo hiciste. Si querías encerrarme como a una muñeca, mejor me hubieras llevado a un hotel.

Charles torció los labios para no reír, enfocándose en no mirar a su padre o a su hermano.

―Baja ya ―le dijo.

―Sí, mejor.

Abraham y Charles le ayudaron a bajar de la limosina, ambos con extremada lentitud, como si temieran romperla. Anna inspiró el fresco aire. Le recordaba su viejo hogar, aquella casita vieja en el campo donde pasó gran parte de su niñez. Pensó en lo agradable que sería sentarse en el césped y quedarse allí por horas hasta ver caer el atardecer, pero le agradaba más la posibilidad de comer algo. No le había echado nada al estómago desde la mañana.

Charles inclinó el rostro frente al suyo. Sus ojos se veían juguetones, divertidos.

―¿Qué? ―gruñó ella.

―¿Qué opinas?

Supuso que estaba esperando su opinión respecto a la casa, así que volteó hacia ella.

Agradeció en silencio no haber tenido nada en la boca, porque probablemente se habría atragantado.

Por un instante, sintió que había sido transportada un siglo atrás. La villa combinaba el encanto de las antiguas casas de campo inglesas y el confort del siglo XIX. La estructura completa estaba hecha de ladrillo, adoquines y barro. Debía contar con tres pisos. Era una propiedad intimidante.

―Es enorme ―musitó ella―. ¿Cómo cuantas personas piensas alojar aquí?

―Unas ocho, contándonos.

Anna hizo cuentas en su mente. Charles estaba incluyendo a su familia, a Zowie y Peete.

―¿En serio?

―Por supuesto.

Ambos comenzaron a escuchar los silbidos a sus espaldas.

―Este lugar es gigantesco ―habló Zowie―. ¿Tienes un mapa? Porque aceptaría una copia.

―Me proveyeron todos los planos que tenían disponibles. Los tendré en el estudio. Está a la izquierda apenas entren así que no se perderán ―envolvió a Anna por la cintura y la levantó del suelo con cuidado―. Vengan, les mostraré el interior. Les prometo que será deleitante.

Charles los condujo al interior como si se tratase de una visita al museo. El vestíbulo era inmenso. A la izquierda, había una puerta de madera. El estudio, supuso Anna. Comenzaron a subir unas escaleras. Al final de ellas, a la izquierda, se veía una serie de puertas más.

―Allá está la sala de billar, la biblioteca y la sala de estar ―explicó Charles―. En ese orden de izquierda a derecha. Hacia allá ―señaló con la cabeza hacia el otro lado― está el salón, la cocina familiar y el gran comedor. También está la sala de cine, el gimnasio y la piscina. Hay un sauna y un jacuzzi por si les interesa.

―¿La piscina era necesaria? ―gimoteó Anna.

Charles la miró divertido.

―¿No te gusta el agua?

Él escuchó a Alice reírse a carcajadas.

―¿Qué? ―preguntó confundido.

―No eres de apoyo, hermana ―suspiró―. Bien, bien. Es que... bueno. No sé nadar, ¿de acuerdo?

Lo vio parpadear con perplejidad.

―¿Para qué diablos fuiste a un campamento si no sabías nadar? ―se carcajeó.

―En los campamentos se hacen muchas cosas, no solo nadar, genio.

―Supongo que podremos resolver eso más tarde. Les mostraré las habitaciones.

Se giró hacia las escaleras imperiales y subió al siguiente piso. Señaló hacia la derecha con la cabeza.

―Las últimas dos habitaciones en el fondo no tienen baños propios. Las demás sí.

―Solo dime cual es la más pequeña que tienes ―dijo Abraham―. No me gustan las habitaciones exageradamente amplias.

―Con baño propio la tercera, en la derecha ―señaló con la cabeza la habitación de enfrente―. Zowie, Peete, esa es de ustedes.

Ambos parecían dudar. Después de todo, tenían su propia vivienda.

―Posiblemente todos quieran protestar por este cambio repentino ―se apresuró él a decir―. Sin embargo, es una medida que necesito tomar. Anna vivía conmigo en una propiedad privada que no garantiza su total seguridad. Supieron aprovechar un descuido y estuvo a punto de suceder algo terrible. Por fortuna, tanto Zowie como Anna están bien. De todas maneras, no pienso tomar más riesgos. London Dry es muy seguro. También es privado y tranquilo, justo lo que Anna necesita para recuperarse.

A Anna le cosquilleó el corazón y los ojos se le humedecieron. Por Dios, tantos millones de libras para ponerla a salvo. Era excesivo, tal vez hasta exagerado, pero había tomado esa decisión sin chistar con tal de mantenerla a salvo.

Levantó un poco la cabeza, ignorando el leve dolor que le producía el movimiento, para depositarle un sonoro beso en la mejilla.

―A Anna le sentará muy bien tenerlos aquí ―continuó―. Si es por sus empleos, yo puedo solucionar eso. Por favor, quédense.

―Me encantaría verlos todos los días, al menos por un tiempo ―pidió ella―. Siempre están tan ocupados. No alcanzamos a reunirnos tantas veces en el año como solíamos hacerlo.

Los Mawson asintieron de inmediato. Zowie y Peete lo pensaron un poco más, pero finalmente accedieron.

Después de haber seleccionado sus habitaciones, cada quien se dispuso a acomodarse. Charles se llevó a Anna hasta el final del pasillo a la izquierda. Ella le ayudó a abrir la puerta al darle un empujón. Era una habitación enorme, decorada en su mayoría de blanco y crema con algunos toques ornamentales negros. Frente a la cama había una mesa de cristal y dos sillas acomodados junto a las ventanas, también de cristal. Seis en total, todas contrapuestas en medios hexágonos.

―He notado que las ventanas en toda la casa son de cristal ―comentó ella―. ¿No es eso peligroso? ¿Y si nos espían o algo así?

―La propiedad sigue siendo muy segura. Hay guardias distribuidos en cada rincón. Ni siquiera sabrás que están ahí.

Ella sonrió con burla.

―¿Y si...? Solo digo que, no lo sé...

Charles alzó ambas cejas, fingiendo encontrarse alarmado.

―Señorita Mawson. Apenas ha abandonado el hospital hoy, ¿y ya está pensando en sexo?

―Solo digo que no estaré en cama toda la vida.

―Bueno, es con lo que cuento. Pero, por ahora ―la acomodó con cuidado sobre la cama― es ahí donde necesitas estar.

Ella suspiró, complacida.

―Mm. Trajiste el colchón del departamento ―gimoteó contenta al reconocerlo―. Me gusta.

―Supuse que no querías cambiarlo todo.

―La verdad es que tu habitación estaba muy bien.

Anna sintió el peso de la cama hundirse un poco a su lado. Lo miró fijo a los ojos.

―He estado pensando en el día del accidente ―dijo―. Hay una cosa que me dejó un tanto inquieta. Es algo que hemos mencionado apenas y fue muy vagamente.

Él frunció el ceño.

―¿Qué cosa?

―Sabemos que disparó. Está claro que quería asesinarme ¿Y entonces qué? ¿Iba a quedarse vigilando frente a cualquier propiedad en la que me encuentre hasta tener una oportunidad? Porque el sujeto es brillante. Él planeó el accidente. Eso no surgió porque se le presentó la oportunidad.

Sus palabras comenzaban a despertarle muchísimo la curiosidad.

―Prosigue ―le pidió.

―Creo que estaba enterado de que yo saldría ese día. Lo planeé con Zowie la noche anterior. Es un asesino experto, sabía lo que hacía, por lo que ya debía conocer nuestros planes. Lo que dudosamente conocía es sobre los cristales a prueba de balas. Primer intento, primera falla.

―Pero te golpeó con el auto. No era su primer intento.

―No lo creo. Soy corredora de autos desde muy joven. Comencé a estudiar todo sobre ellos cuando cumplí los ocho. Si de algo sé, es de autos y el de ese sujeto tenía algo especial, algo que nadie, excepto un corredor, podría notar.

―¿Qué es?

―El material del que está hecho. Los autos de carrera, por lo general, están hechos por un compuesto de fibra de carbono. Construido por expertos, aunque el corredor choque, el auto no sufrirá daños severos, por lo tanto, él tampoco. Cuando ese sujeto nos golpeó, su auto no tenía un solo metal fuera de sitio.

―¿Crees que él lo usó para...?

―Para impactarme y hacer que perdiera el control sin resultar herido. Yo creo, como ya te he dicho, que su primer error fue no conocer lo de los cristales. Eso nos dio la oportunidad de salir con vida. Él disparó a matar. Estaba más que convencido de que las balas atravesarían el cristal y nos asesinaría, pero no le resultó de ese modo.

Charles permaneció en silencio unos segundos.

―Son observaciones muy inteligentes, Anna ―sonaba fascinado―. Debo comunicárselo a Christopher.

Él saltó de la cama al escuchar los dos golpes contra la puerta.

―¿Ese es Christopher? ―preguntó sorprendida.

Charles soltó una carcajada.

―No. Pedí que prepararan té para todos y se los entregaran en la habitación. Este es el nuestro.

Anna lo vio abrir la puerta, tomar la bandeja y volver a cerrarla.

―¿De qué es el té? ―le preguntó.

―Té negro. Pedí más leche por si quieres agregarle un poco.

―No, está bien.

Se arrastró en la cama hasta adoptar una posición cómoda. Charles extendió hacia ella la taza sobre el pequeño plato. Dejó que el vapor del líquido caliente le hiciera cosquillas en la nariz antes de soplarlo y en la lengua le nació un cosquilleo con el primer trago.

―Está muy rico ―suspiró de placer antes de darle otro sorbo.

Charles se acomodó en la cama para beber de su té, y Anna sintió su cálida mirada sobre ella. Levantó la cabeza y lo descubrió sonriendo sin dejar de tomar del líquido caliente.

―Has estado de buen humor desde que llegué ―comentó ella.

Él dio un sorbo más antes de responder.

―Me hace muy feliz verte fuera del hospital.

―A mí me hace muy feliz estarlo.

Anna volvió a su té. Por Dios, podría felizmente tomarse otra rica taza. Hizo un pequeño puchero al verla vacía.

Sus ojos verdes se enfocaron en el fondo de la taza, y en cuanto comprendió lo que allí estaba escrito, dejó escapar un gritito. Alzó la vista hacia él, pero no hacía más que sonreírle.

―¿Aceptas? ―le preguntó.

Anna volvió la vista hacia la taza. En el fondo estaba escrito «Sé mi novia ¿Quieres?».

―Arruiné tres tazas de lujo hasta que quedara perfecto. Ten algo de compasión por este pintor frustrado.

A Anna le temblaban las manos.

―Debí pedírtelo antes ―continuó―. Cuando conocí a tus padres, Zowie me dijo que, si esto iba en serio, tenía que decirles que estábamos saliendo, pero me di cuenta de que no tenemos algo que contarles. Solo comenzamos a salir, pero no tenías un título, ¿no es así?

Anna asintió con la cabeza.

―¿Entonces, Anna? ―se acercó un poco, teniendo mucho cuidado en no derramar su té sobre la cama―. ¿Aceptas?

Ella permaneció en silencio unos segundos, mirándolo a los ojos. Sus bellos, bellos ojos azules, totalmente dulces y cariñosos. Felices.

―Yo estaba muy feliz sin que me lo pidieras ―sonrió ampliamente―. Ahora que lo haces... ¿Cómo voy a decir que no?

La sonrisa de Charles se volvió más amplia. Inclinándose, se acercó a su boca, mordiéndole los labios con cariño y devoción mientras la besaba.

Anna sintió un calor maravilloso en el pecho, una plenitud que hacía mucho tiempo no sentía. Fue justo en ese momento, mientras él la besaba con tanta ternura, que descubrió que había caído total y rotundamente enamorada de él.

―Buenos días, señora Mawson ―saludó Charles al entrar a la cocina.

Valerie le sonrió mientras batía los huevos en el plato hondo de aluminio.

―Nunca me ha gustado el título de señora. Además, la señora Mawson siempre será mi suegra que en paz descanse. Llámame Valerie.

―Valerie ―convino. Abrió el refrigerador para sacar la leche―. ¿Es la única despierta?

―John está en la habitación leyendo un libro. Abby y Ally deben estar dormidos. Supongo que Anna igual, ¿no es así?

―Al menos lo estaba antes de bajar al gimnasio.

―Eso me da un poco más de tiempo para preparar el desayuno. Espero que no te moleste que les haya tomado el trabajo a tus empleados.

―Estoy seguro de que a ellos no les molesta.

Charles sacó un vaso de cristal de los gabinetes. Vertió un poco de leche en él y bebió su contenido en pocos segundos.

―Nunca había visto a nadie tomarse un vaso gigante de leche después de hacer ejercicio ―comentó Valerie.

Charles sonrió, divertido.

―Es una costumbre que tengo desde niño.

La observó encender la estufa y poner el sartén sobre la llama.

―¿Te gustan los huevos revueltos? ―le preguntó ella―. Yo espero que sí.

―Me gusta la comida. Mucho.

―Eso está muy bien ―regó los huevos ya revueltos dentro del sartén―. ¿Puedo preguntarte algo? ¿No importa si te tuteo? No era la pregunta que quería hacerte, pero quiero asegurarme.

―No, por supuesto que no. Me gusta más que todas esas formalidades de Su Alteza o Señor.

Antes de formular la pregunta, Valerie comenzó a romper los huevos revueltos en el sartén con una espátula.

―¿Cómo es que Anna y tú se conocieron? Puede sonar muy trillado, de película, ¿pero cómo es que dos mundos tan distintos pudieron encontrarse?

Charles quería responder teniendo en cuenta, muy en cuenta, con quien hablaba. La madre de Anna. Intentó pensar en una respuesta brillante, pero lo único que pudo decirle fue:

―Adentro.

Valerie frunció el ceño.

Él se reprendió en silencio.

―Nos conocimos dentro de su taxi. Quiero decir, en su taxi. Ella me llevó en su taxi.

―¿Para qué usa un taxi teniendo autos propios y choferes?

―Quería salir. No se me apetecía conducir y olvidé por completo a los empleados. Estaba teniendo un mal día.

―Oh ¿Y te subiste a un auto con alguien que siempre se queja de un mal día? Hijo, te compadezco.

Charles soltó una carcajada que lo relajó al instante.

―Anna tiene un carácter difícil a veces, se lo concedo ―estiró un poco los músculos―, pero está bien para mí. Le debo muchas cosas.

―Anna tiene el mismo carácter de su abuelo. Son casi idénticos. Ni siquiera John se parece tanto a él y es su padre. Ella fue la única de la familia que heredó el cabello castaño del abuelo Mawson, pero no fue la única característica que le donó. Estoy refiriéndome a su pasión por las carreras de auto.

―Me dijo que se cambió el cabello después de...

Charles hizo silencio ¿Estaba bien hablar de ese tema con Valerie?

―De Carter, ¿no es así? ―detectó un deje de tristeza―. Ese hombre ha sido lo peor que le ha podido pasar a mi hija. Nunca me dio buena espina, ¿pero cómo le dices a una niña enamorada que el hombre que quiere es un imbécil?

―Puede llegar a ser muy terca.

―Lo dices y no lo sabes. Lo sabré yo que crie a esa muchachita revoltosa.

Valerie continuó contándole cosas sobre Anna y él, fascinado, la escuchaba. Le mostró fotografías viejas en su teléfono donde Anna tenía el cabello castaño. Rubia era preciosa, pero castaña... ¿Existiría alguna palabra para describirla? Si lo hacía, no podía hallarla. Era simplemente deslumbrante, preciosa, encantadora.

Estuvieron en la cocina por casi una hora. Valerie comenzó a reír al ver que se había retrasado muchísimo en el desayuno. Charles se ofreció a ayudarla.

―La verdad es que yo odio cocinar ―admitió ella―. Pero hace muchísimo tiempo no tenemos la casa llena, así que quise hacerlo. Anna también cocina riquísimo.

―Lo sé ―admitió sonriente―. Me preparó algo una vez, y desde entonces es la culpable de mi aumento de peso.

―¿Sí? ¿Cuándo?

Oh ¿Qué iba a decirle? ¿Qué le preparó algo de cenar después de hacer el amor aquel día que la secuestró? ¿O que le preparaba el desayuno todas las mañanas desde que se mudadon juntos?

―La invité a pasar el día en una casa de campo que tenemos a las afueras de Westminster.

Charles descubrió el brillo curioso en unos ojos exactamente iguales a los de Anna.

―¿Estás consciente de que sé que has tenido sexo con mi hija, no es así?

Charles sintió como sus mejillas comenzaron a arder.

―No quería exponerlo de esa manera.

―No me molesta. Les enseñamos a nuestros hijos a no temer hablar de algo así. Además, ellos ya son adultos.

Cuando terminó de preparar el desayuno, Valerie comenzó a servirlo en los platos.

―Quiero que sepas que estoy en tu equipo ―abrió el refrigerador para sacar el jugo de naranja―. Me escribiré Charles y Anna Por Siempre en una camiseta si quieres. Ahora, tengo que advertirte una cosa. Haces sufrir a mi hija y sabrás por qué nos llaman el enjambre Mawson. Anna no se carga ese genio en vano.

Ella le sonrió con dulzura. A Charles le costó tomarse aquello en serio, a pesar de saber que hablaba con total sensatez.

―¿Me ayudas a llevar todos estos platos al comedor? Créeme, es la parte fácil. La difícil es despertar a los Mawson y esa me tocará a mí, ya que Zowie y Peete se fueron a trabajar.

―Puedo encargarme de los platos. Solo tendrías que despertarlos.

―No, no, cariño. No te preocupes. Ponemos los platos en un segundo.

Después de acomodarlos en la mesa, Charles y Valerie subieron hasta las habitaciones. Se separaron en la escalera y se dirigió a la habitación. Abrió la puerta para encontrarse con la cama vacía.

―¿Anna? ―la llamó.

Se tardó un poco en responder.

―En el baño ―la escuchó, pero era una voz pequeña, llorosa.

Se apresuró a entrar al baño. Estaba sentada en el suelo, desnuda, frotándose los brazos.

―¿Estás bien? ―preguntó alarmado, arrodillándose junto a ella.

Anna le obsequió una sonrisa pequeña.

―Me caí ―admitió en un susurro―. Fue algo muy estúpido y torpe.

―Porque eres estúpida y torpe ―deslizó los brazos debajo de ella para levantarla lentamente―. ¿Qué te he dicho sobre hacer las cosas sola?

―No soy una inútil, ¿de acuerdo? Tropecé. Es algo que hago siempre.

―Anna Mary Mawson ―musitó a modo de regaño―. Tuviste un accidente. No es como que estés bien del todo.

―Aún puedo hacer cosas por mí misma.

―Sí, ¿por eso terminaste cayéndote?

―¿Vas a discutir conmigo por esto?

―¿Quién está discutiendo?

―Tú.

―No, tú.

―No, tú.

―Dije que tú.

―¡Charles!

―¡Anna!

Ella dejó escapar una carcajada.

―No puedo tomar en serio una discusión así.

―No estábamos discutiendo.

―Lo que yo diré es lo siguiente: ¿debo fingir que no estás usando un pantalón y zapatos deportivos sin ninguna camisa? Porque no lo haré. Mis ojos casi explotan.

Charles la acomodó sobre la cama mientras reía.

―A veces me gusta levantarme temprano para hacer ejercicio. Al menos aquí el gimnasio queda más cerca. En Buckingham hago una rutina entera solo caminando hasta allá.

Anna deslizó los dedos de su mano derecha por el firme brazo de él.

―A mí me gusta el ejercicio que hacemos juntos.

A él se le contrajeron los músculos del brazo. Una corriente de calor le recorrió el cuerpo entero.

―Pronto, cariño ―se inclinó lo suficiente para besarla―. Ahora lo importante es que te recuperes.

―Estoy bastante recuperada.

―Sobre todo después de haberte caído ―agitó la cabeza―. Ya habrá tiempo para eso.

Anna le sonrió. Acomodó las manos sobre su rostro y lo atrajo hacia ella.

―¿Qué hice para merecerte? ―lo besó―. Justo cuando creí que eso del amor jamás podría traerme felicidad otra vez, apareciste tú.

Él gruñó palabras que no pudo comprender. Se inclinó hacia ella con brusquedad para tomar con descortesía su boca. Gimió su nombre y luego se separó, respirando con dificultad.

―Anna...no ―presionó la frente contra la suya―. Todavía estás adolorida por los golpes. Además, tu madre me pidió que te despertara para el desayuno.

―Pero quiero estar contigo. Lo demás puede esperar.

―No ―repitió con la voz ronca, el cuerpo temblándole, su mirada fija en su boca.

Ella le acarició el rostro.

―Voy a estar bien.

―Te voy a lastimar.

―No, no lo harás.

Charles cerró los ojos con fuerza e intentó apartar cualquier pensamiento que incrementara ese maldito deseo.

Anna le echó los brazos al cuello.

La boca de Charles estuvo sobre la suya antes de que comenzara a hablar. Sintió que la tensión de su cuerpo disminuyó de golpe, yéndose casi por completo. El calor de su cuerpo desnudo penetró su pecho. Se sentía a punto de ahogarse y, maldita sea, quería hacerlo. Quería ahogarse en su boca, en su cuerpo.

Ella se aferró a él como pudo.

―No dejaré que te arrepientas ―susurró. Los ojos verdes le brillaban, cargados de expectación, anhelo y necesidad―. No sé si este sea el momento, Charles, pero yo quiero...necesito decirte...

Los ojos azules de Charles estaban fijos en los suyos.

―Por favor, Anna, si es lo que creo que es...

―Charles...

―Dilo ―respiró contra su boca―. Dilo, cariño. Dilo.

Anna gruñó su nombre.

―Te amo, Charles.

―Oh, Anna ―la besó―. Me honras. Eres el mejor regalo que alguien podría jamás darme.

Anna quería que volviera a besarla, que le hiciera el amor, pero su corazón se detuvo en cuanto lo escuchó pronunciar esas tres palabras.

―Te amo, Anna.

Cerró los ojos para contener en su interior las lágrimas. Acomodó la cabeza sobre la almohada y le hizo una invitación silenciosa para que le hiciera el amor.

―¿Estás segura? ―lo sintió moverse sobre la cama. Lo imaginó desnudándose para ella―. No quiero lastimarte.

―Lo estoy.

Ella quiso abrir los ojos para verlo, necesitaba verlo. Su desnudez era una imagen que le secaba la boca y le aceleraba el corazón.

―Te amo ―le susurró, un sano incentivo para el acercamiento.

―Eres mi bendición, cariño.

Anna abrió los labios, acogiendo lo que ya era de ella.

El beso fue desesperado, fulgente, como la chispa que iniciaba un incendio. Con los brazos pequeños se aferró a él. Sentía la piel arderle, y apenas la había tocado con su propia piel desnuda. Si su cuerpo magullado se quejaba, ella no escuchó las protestas.

Lo sintió por todas partes. Sintió cada uno de sus besos húmedos: en el cuello, en el hombro, sobre los pechos, en el vientre. También las dulces caricias de sus manos en sus piernas, su cadera. Se sintió tan íntimamente mimada que le dieron ganas de llorar.

Charles levantó la cabeza y sus mansos ojos se dieron un festín con su belleza: las mejillas rojas, los labios llenos, el pelo enmarañado. Subió tiernamente con los labios sus costillas, donde tenía un pequeño moretón, hasta estamparle un beso en los labios.

Anna chilló dentro de su boca, y con un pequeño esfuerzo levantó las caderas a modo de invitación. Los muslos se le separaron, como movidos por propia voluntad. Soltó un gemido cuando lo sintió dentro de ella. La abrumó el corrientazo de placer que la sacudía a medida que la tomaba de la cintura para aumentar el ritmo de las embestidas.

Se aferró a él, se movió con él, a su mismo ritmo, y apartó de su mente cualquier rastro de cordura mientras dejaba que el hombre que amaba le hiciera el amor.

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