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Capítulo 19 | Borrador VP

Charles tuvo que sostenerse de la mesa para no vomitar. Volvió a erguir su cuerpo con dificultad. Con un suspiro profundo, tomó asiento y continuó observando el video extraído de las cámaras de seguridad. Era la tercera vez que lo veía y aún le causaba una inmensa agonía. En él, se veía a un hombre alto vestido como enfermero junto a la cama de Anna. Le estaba hablando.

Espero que me disculpes por lo de hace rato. No es personal.

Charles se rascó la barbilla. Le temblaban las manos.

Es solo que alguien quiere evitar que sigas respirando y yo estoy a favor.

Debía tratarse del mismo hombre que ocasionó el accidente.

El hombre dijo unas palabras más antes de introducir la mano en su bolsillo y sacar lo que parecía una aguja, una inyección. Se inclinó hacia ella, pero en ese instante la puerta se abrió. Una enfermera entró a la habitación y se dirigió hacia el hombre.

No deberías estar aquí, muchacho ¿Qué no te llegó el memo? Solo tenemos permitido la entrada dos enfermeras y yo.

Él la miró. Musitó un escalofriante «Claro» antes de sacar un arma del pantalón y dispararla. Charles vio, otra vez, el cuerpo de la enfermera precipitarse hasta el suelo. Luego, se marchó, como si no encontrara allí lo que fue a comprar en primer lugar.

Maldijo para sus adentros. No había nada allí que pudiera servir para identificarlo. No era un amateur, era un experto, pero algo debería llevar hasta él, lo que fuera.

Miró hacia Christopher, que se situaba junto a la pantalla, implorándole que arrojara un poco de luz.

―Tenemos más información, mucha más, de la que teníamos anoche.

Extendió una fotografía frente a él.

―Ella es Verónica Johann. Cincuenta y cuatro años, trabaja en este hospital desde hace veintidós años. Tiene dos hijos, ambos mayores. Es una de las mejores enfermeras que ha tenido el hospital.

¿Por qué me da esta información?, se preguntó. La mujer estaba muerta.

―Es un testigo potencial, Su Alteza ―dijo Christopher. Charles frunció el ceño, confundido, por lo que decidió explicarle con más detalle―. Verónica no está muerta, señor. Está en un coma, pero está viva.

Charles sintió que la cabeza comenzaba a darle vueltas.

―Pero la vi cubierta por una sábana ¿Qué no hacen eso con los recién fallecidos?

―Creímos que el asesino aún estaba en el hospital. Se supone que había asesinado a la única persona que lo vio. Trasladamos a la mujer por el hospital como si hubiese fallecido. Piénselo, Su Alteza. Si cree que está muerta...

―Ella no podría delatarlo ―concluyó él―. Eso es brillante. Pasar a la mujer frente a sus narices, hacerle creer que está muerta, así de este modo no intentará rematar al único testigo que tenemos ―Charles se frotó la frente―. Brillante, sí, pero sólo Dios sabe cuándo despertará. No puedo esperar tanto.

Christopher volvió a poner un par de fotografías sobre la mesa. La foto de la izquierda mostraba al hombre y en la segunda un aumento al nombre bordado en su blusa médica.

―¿Oliver? ―preguntó esperanzado―. ¿Es ese su nombre?

―Me temo que no. El hospital tiene a un Oliver McFly registrado como empleado. Enfermero hace seis años. Lo encontraron sin vida en el almacén de limpieza, por lo que suponemos lo ha hecho para acceder al hospital en su nombre.

Charles golpeó la mesa con el puño.

―¿Así que hay alguien por ahí asesinando sin piedad solo para matar a una mujer en particular? ―gruñó furioso―. ¿Qué demonios quiere este miserable?

―Creo que tenemos dos posibles razones. La primera es que tal vez todo esto se trate de alguna venganza. La señorita Mawson ha tenido un pasado comprometedor. Corredora de autos, accidente, prisión. Tenemos razones para pensar que alguien quiere una revancha ―Christopher tomó unos cuantos papeles que descansaban sobre la mesa y comenzó a hojearlos―. En el 2008, la señorita Mawson participó en la misma competencia que Garrett Astori, un corredor italiano, campeón por tres años seguidos. Lo venció por segundos. Ha habido rumores que vinculan a Astori con el narcotráfico, pero nada que pusiese probársele.

»Los rumores dicen que transporta droga en las carreras que participa, guardándola en el mismo vehículo. En los pits, cuando se llevaban el auto a mantenimiento al finalizar la carrera, transportaban la mercancía a una camioneta. Allí no hay cámaras, al menos no donde estaba su equipo. Los periodistas tenían prohibido entrar. Es aquí donde entra la señorita Mawson.

»Una mujer en las carreras siempre causa sensación. La prensa se debatía entre sí por obtener una entrevista e incluso fotos. Esa invasión de medios puso en peligro la operación de Astori.

―¿Y crees que por eso el italiano intentaría asesinar a Anna?

―Se dice que Astori ha perdido mucho dinero a partir de ese momento, porque la señorita Mawson le arrebató el campeonato.

―Si se sabe tanto de sus negocios sucios, ¿por qué no ha sido arrestado?

―Porque sabe cubrir sus huellas y no han podido encontrar pruebas contundentes y precisas en su contra.

―¿Por qué lo haría ahora? ¿Cuántos años han pasado? ¿Seis?

―Es lo que pensamos. Dicha conclusión nos llevó a otra suposición, otra teoría.

Charles volvió a frotarse la frente. Toda esa situación comenzaba a darle dolor de cabeza.

―Para ser más preciso, creemos que puede ser un atentado en contra suya, Su Alteza.

Charles respiró profundo.

―Eso ya lo sé, Christopher. Necesito saber por qué.

―Las razones son múltiples. Podríamos mencionarlas y estaríamos aquí por horas.

―Solo menciona las de mayor peso.

―Pueden estar negándose a la regencia. Tal vez, al igual que la primera teoría, se deba a alguna represalia en contra suya.

―Dentro de todas las estupideces que he hecho en mi vida, nada ha sido tan grave para provocar algo de esta magnitud.

―Solo una cosa, señor.

Charles frunció el ceño.

―¿Entonces conoces más mis pecados que yo?

―No, señor, pero solo ha hecho una cosa que realmente ha creado molestias en alguien.

―¿Qué cosa?

―La regencia.

―Christopher, si ha de ser por eso, la mitad de Reino Unido debería estar molesto.

―En realidad no, señor. Las encuestan están a su favor. Un gran porciento de la población cree que ha hecho un gran trabajo durante el poco tiempo de su regencia.

―¿Quieres ir al grano, por favor?

―Solo a una persona le ha creado verdadera molestia su regencia. A su primo.

Charles abrió los ojos como platos.

―¿Estás diciendo que Cameron es el responsable? ―se levantó de golpe―. Sé que es un cretino, ¿pero creer que es capaz de una cosa así? No creo que tenga tanta mala sangre de ordenar que asesinen a una persona solo porque está con el regente.

―No todas las posibilidades son de agrado, señor. Debemos considerar hasta la idea más descabellada. Yo debo hacerlo. Es mi trabajo.

―Es cierto que Cameron y yo tenemos una tensa relación, pero me niego a creer que sería capaz de semejante cosa. Ahora, si me disculpas, estaré en la habitación con Anna. Intenta pensar en una teoría con mayor lógica. Cameron podrá ser lo que desees, pero es familia. Sería incapaz de algo así.

Charles abandonó la habitación gruñendo por lo bajo. Sin importar lo mal que él y su primo pudieran llevarse, no podía visualizarlo como un asesino. Imposible.

Cruzó el pasillo como una bala. Solo quería llegar hasta Anna lo más pronto posible.

No es que la hubiese dejado desprotegida. Frente a la puerta, estaban situados tres guardias. Adentro, la acompañaba una oficial de policía y una enfermera que la revisaba cada tanto. Aun así, le carcomía la angustia.

Antes de escabullirse por el pasillo, escuchó la voz de Zowie.

―Oye, superhéroe ―se le acercó―. Anna tiene visita, pero no le permiten el paso.

―Pedí visitas restringidas por seguridad.

―Ajá, lo sé, pero esta visita es su familia ¿Quieres enfrentarte al enjambre Mawson?

Charles abrió los ojos.

―¿Por qué no empezaste por ahí?

―Porque te dije que llegarían en la mañana. Creí que lo recordarías.

Él se frotó la cabeza con ambas manos.

―Lo lamento. Tengo la mente en todos lados.

―Bueno, solo tienes que firmar para permitirles la entrada. Antes, quiero darte un consejo: prepárate mentalmente para enfrentarte al par celoso padre e hijo Mawson y a las preguntas de Alice. Oh, y a mamá Mawson. Si crees que Anna es complicada, es porque aún no conoces a su familia.

Zowie señaló hacia un pequeño grupo de cuatro personas, que a la distancia pudo observar el parecido físico entre ellos. Rubios, de ojos verdes, y pocas pulgadas más altas que Anna ―y era desproporcionalmente muy pequeña para su gran boca floja―, de piel clara y las mejillas llenas de pecas.

Caminó hacia ellos.

Bien, ¿ahora qué?, se preguntó ¿Cómo iba a presentarse? ¿Cómo diablos debía presentarse ante sus padres si ellos no conocían la relación entre él y Anna?

―Buenos días ―saludó.

Los cuatro rostros voltearon hacia él. Aquella expresión la conocía tan bien: la misma expresión perpleja de Anna.

―¿Su Alteza? ―preguntó la mujer. En definitiva, era su madre, pensó.

Zowie puso una de sus manos sobre su ancho hombro.

―Ella es Valerie, la madre de Anna. Él es John, su padre. Alice y Abraham, sus hermanos mayores ―dijo ella, señalándolos.

―Es un placer conocerlos.

Valerie entrecerró los ojos un poco. Tenía ese mismo gesto que Anna hacía cuando analizaba algo a detalle. Así que de ahí lo ha sacado...

―Tengo la sensación de que deberíamos conocernos, ¿no es así? ―preguntó ella―. Bueno, nosotros lo conocemos. Es el Príncipe de Gales, pero pronunció ese «es un placer conocerlos» como si estuviera a la expectativa de hacerlo. Como si hubiese sido su deseo presentarse ante nosotros. Lo que me lleva a la siguiente pregunta: ¿por qué es usted el que le permite las visitas a mi hija?

Valerie Mawson era justo como su hija: bella, inteligente y de carácter indómito.

De tal madre, tal hija.

Entonces, el siguiente gran paso era confesarles que él estaba saliendo con su hija ¿Eso cómo se hacía? ¿Solo dando un paso y le decirle: Anna y yo somos pareja? Porque su padre y su hermano parecían muy interesados en la respuesta ¿Qué tan celosos podrían llegar a ser? ¿Lo suficiente para olvidar que era un príncipe y asestarle un golpe por atreverse a acercarse a su hija? Después de todo, llevaba muchos años con la etiqueta de mujeriego en la frente.

Zowie tiró de su brazo, apartándolo un poco de la familia.

―Diriges un país, ¿y te asusta decirle a la familia de tu novia que estás en una relación con ella? ―le susurró en el oído.

―No es tan fácil como parece.

―Solo despega los labios y díselos.

―No es tan sencillo, Zowie ¿Qué posibilidades tengo de que su padre o su hermano me propinen un golpe justo ahora?

―Yo te daré un golpe si no tienes los huevos bien puestos para decírselos ―gruñó―. Si vas en serio con Anna, hazlo. Si no, agradece que estés en un hospital, porque te curarán inmediatamente cualquier golpe que recibas.

A Charle se le secó la boca. Dirigir un país no era tan complicado como enfrentarse a los Mawson. Firmar papeles, aprobar leyes y leer proyectos en puerta era sencillo, ¿pero encararse así, sin armamento de batalla, ante toda una familia? Debía estar muy loco.

―¿Tenemos que quedarnos aquí de pie, fingiendo que no estamos escuchando como Zowie lo incita a decirnos que estás saliendo con mi hermana? ―habló Alice, cruzándose de brazos―. Porque podemos hacerlo. Le prometo que seremos convincentes.

Charles volteó hacia la familia.

―Lo lamento ―se excusó―. Lo que sucede es que...

―Sale con mi hija, lo entendimos ―dijo Valerie―. Lo discutiremos más tarde. Necesito ver a Anna.

―Por supuesto. Zowie, llévalos hasta la habitación. Yo firmaré la autorización.

Zowie sonrió, inclinando la cabeza para indicarles el camino. Al verlos desaparecer por el pasillo, Charles respiró profundamente.

Un asunto pendiente con un Mawson era cosa seria.

Charle dio vueltas por los pasillos durante quince minutos. En su cabeza las palabras «estúpido» y «torpe» no dejaban de darle vueltas. Podría haber salido mejor. Pudo haberse acercado y pronunciar «Anna y yo somos pareja» con seguridad, pero todo se fue al demonio. Había parecido un idiota, balbuceando su miedo a recibir un golpe. Su hombría acabó por írsele al infierno.

¿Cómo iba a corregir aquello? No había pensado mucho en cómo iba a conocer a la familia de Anna. Por supuesto, sabía que iba a ser cuestión de tiempo, pero creyó que aún tenía el suficiente para prepararse de forma apropiada. Que tal vez, solo tal vez, habría transcurrido lo necesario para borrar un poco su fama de mujeriego.

Ciertamente, ahora parecía un cobarde. Fantástico.

Supuso que, por ahora, no había nada que hacer. Emprendió el camino hacia la habitación de Anna. Junto a la puerta seguían los guardias.

Lo pensó durante un minuto entero ¿Debería entrar?

Pero, oh, Dios. Necesitaba tanto verla...

Estiró tembloroso la mano y abrió lentamente la puerta.

Los pequeños ojos verdes abiertos fueron como disparos directos al corazón. Una sonrisa de esperanza le desfiguró el rostro a la pequeña mujer sobre la cama y se atrevió a soltar una pequeña sonrisita, aliviado. Estaba despierta y tan bella como siempre. Cansada, con los ojillos más pequeños, pero encantadora sin lugar a dudas.

―Charles ―musitó ella. La voz ronca, agotada, débil.

Cerró la puerta con sigilo y se acercó con pasos lentos, temiendo que los Mawson evitaran el contacto. Ellos se apartaron de la cama, dejándola allí, disponible para él.

Estiró la mano y le tocó el brazo con suavidad. El contacto le llegó a los ojos verdes, que le brillaron de alegría.

Los dedos comenzaron a picarle, así que los condujo hacia su rostro para acariciarlo, inclinó la cabeza y la besó muy suave, apenas tocándole los labios. La inquietud en su pecho desapareció. Todo su cuerpo se incendió, vivo.

Se separó para permitirle respirar. Aprovechó ese momento para volver a mirar sus preciosos ojos. Podría hacerlo por el resto de su vida sin parar.

Con el pulgar, continuó acariciándole la mejilla.

―Gracias a Dios que estás bien.

Los ojos verdes sollozaron, pero él le secó la piel apenas salían las lágrimas.

―¿En esto se basa nuestra relación? ¿Llevarte constantemente a un hospital? Porque tendré que anotarme en la lista para recibir un trasplante de corazón ―bromeó él.

Anna soltó una suave carcajada que le retumbó en la cabeza. Hizo una mueca de dolor y cerró los ojos unos segundos.

―Llamaré a Gibert para que te revise, ¿bien?

Charles sintió sus pequeños dedos helados tocarle la mano. Estaba temblando.

―No te vayas ―musitó lentamente―. El accidente... Charles, no te vayas.

―Sh, Anna ―volvió a acariciarle el rostro―. Está bien, no me iré. No te asustes, preciosa. Tranquila.

Movió la cabeza de lado a lado muy despacio.

―Destruí tu auto ―susurró―. Lo siento.

―¿A quién le importa un montón de fierros? Lo que estaba adentro era más valioso.

―Temo que tu radio quedó hecho añicos también.

―Hablo de ti, tonta ―le besó castamente los labios―. Puedo comprarme otro auto, ni hablar de una nueva radio ¿Pero dónde consigo otra Anna?

Ella comenzó a llorar.

―Te quiero, Charles ―chilló.

Charles sintió como su propio corazón se aceleraba.

―Yo te quiero a ti, Anna.

―Carajo, debí traer mi cámara.

Charles identificó la voz de Alice. Giró el rostro hacia ella.

―Te juro que es la escena más tierna que he visto en mi vida ―fingió secarse las lágrimas, las cuales no tenía―. ¿Dónde ostias está el Oscar?

Comenzó a aplaudir frenéticamente. A Charles le pareció que había perdido un tornillo, pero concluyó que eran los genes Mawson.

―Alice ―gruñó Anna a son de regaño.

―Tú ni pío digas. Escondiste al hombre. Prepárate para el enjambre Mawson, señorita.

Anna se disculpó con Charles a través de los ojos.

―¡Alice! ―gritó Valerie―. Deja a tu hermana en paz.

―Sí ―agregó Abraham―. Déjala en paz. Tiene que quedarse un par de días más en el hospital. Podremos torturarla más tarde.

―Abraham ―interrumpió John―. Anna necesita descansar. Quiero que ambos se comporten. Después de todo, él sigue siendo el príncipe.

―Prefiero un trato más directo ―corrigió él―. Me parece excelente que me llamen por mi nombre. La situación lo amerita.

―¿La misma que une nuestras familias? Porque sigue siendo un tema que debemos discutir.

A Charles se le colorearon las mejillas por el rubor.

―Papá ―se quejó Anna.

Charles buscó con desesperación una vía de escape.

―Voy a pedir algo de comida ―anunció―. Le preguntaré a Gibert que puedes comer.

Al ver que su semblante se alteraba, añadió:

―Iré acompañado de un guardia, ¿está bien? ―le besó la frente―. No me tardo.

Se despidió rápidamente. Antes de abandonar la habitación, echó un vistazo a la familia, junto a Zowie, que volvía a acercarse a la cama.

Cerró la puerta y miró a los guardias.

―No se despeguen de aquí o habrá un calabozo esperando por los tres en Buckingham. Lo juro.

Ambos guardias asintieron. Le pidió al tercero que lo acompañara y ambos desaparecieron por el pasillo.

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