Capítulo 17 | VP
Cuando abrió los ojos esa mañana, la mujer más bella que había visto en su vida dormía plácidamente envuelta entre sus sábanas. Le asustó moverse, moverla, y arruinar aquella maravillosa imagen. Podría acostumbrarse a que fuera su rostro lo primero que viera al despertar.
Estiró el brazo hasta el pequeño buró para alcanzar su teléfono. La parpadeante luz de la cámara hizo que ella se moviera, se despertara, abriendo los impresionantes ojos verdes que había visto segundos antes de quedarse dormido la noche anterior. Observó la fotografía en el teléfono y después lo dejó sobre la cama.
―Buenos días ―susurró.
Anna gruñó algo incomprensible, pero él sonrió como si hubiese captado el mensaje.
―Tal vez debí asegurarme de tenerte la taza de café lista antes de despertarte ―sonrió.
A Anna se le escapó una risita.
―Eso me habría gustado ―se movió en la cama para acurrucarse junto a él―. Esto me gusta más.
Charles descansó los brazos sobre ella.
―¿Qué tal dormiste? ―le preguntó él.
―Como toda una reina.
―¿De verdad? ¿Qué te hace pensar que la reina duerme muy bien? Porque yo he visto a Tessie merodear por el palacio sin poder dormir, casi comiéndose...
―Es solo una expresión, Charles ―rio―. Supongo que para la realeza no existe humor en ese tipo de chistes.
―¿Vas a comenzar con tus insultitos tan temprano en la mañana?
Anna se escondió en la curva de su cuello para soltar una carcajada.
―¿Qué tiene el regente en agenda hoy? ―preguntó.
―Me reuniré con mi padre para discutir algunos asuntos. Ponerlo al día, quiero decir.
―Mm.
Charles tenía una cosa muy clara: si no se levantaba de la cama, ambos terminarían por quedarse dormidos y el productivo día que tenía por delante quedaría reducido a cenizas.
―Voy a preparar el baño ―le susurró―. ¿La quieres tibia o caliente?
―¿Desde cuándo preguntas como quiero el baño?
―No lo sé. Probablemente desde que duermes conmigo.
Se movió rápidamente en la cama, aplastándola con su peso, mientras le depositaba un ruidoso beso en el cuello.
―Charles ―gruñó ella―. No eres nada liviano.
―Lo sé ―llevó sus labios hasta su boca para separarse―. No te duermas.
―¿Me pondrás un impuesto si lo hago?
―No. Algo peor. Algo mucho peor.
―¿Qué puede ser peor que un impuesto?
―Si te duermes lo averiguarás.
Con un beso en la mejilla, dio la discusión por terminada. La misma sensación extraña de los últimos días lo inundó apenas puso un pie en el baño de su santuario.
¿Qué había diferente? Era el mismo baño, la misma tina, la misma decoración. Siempre estaba igual de limpio, igual de ordenado ¿Por qué se veía distinto? Se hacía la misma pregunta cada mañana desde la última semana. ¿Qué cambió en ese tiempo?
Esa última pregunta guardaba la respuesta a las anteriores.
Le ofreció a Anna una semana antes que se mudara con él al lugar que consideraba su santuario, allí donde nunca antes trajo mujeres para pasar el momento. En aquel espacio, solo entraba la pintura y su amor al arte. Aún tenía en su mente las expresiones de pura sorpresa en su rostro, los mil y un intentos de pronunciar una palabra coherente. Sobre todo, recordaba con precisión aquella declaración accidentada que se le había escapado a él y que, por primera vez en su vida, no lamentaba.
Le sería imposible volver a dormir en una cama donde no estuviera ella.
Así que eso era, allí estaba la diferencia. Ya no era su baño. No era solo su gel de baño, porque junto a este estaba el de ella. Junto a su toalla había otra, junto a su cepillo de diente otro más. Además de aquel espacio en el armario que había hecho para la ropa de Anna.
Ahora su habitación era la suya también.
¿Cuándo esa mujer había invadido todo ese espacio? Se preguntó que sucedió para llegar a este punto, donde Anna Mary Mawson se había convertido en parte de su vida más allá de lo que alguna vez pudo haberse imaginado. Lo llevó por una vereda que juró jamás pisaría, y a pesar de ese miedo a lo desconocido, se abrazó a la idea con una sonrisa en el rostro y avanzó por un camino impensable.
Sus pensamientos fueron a volar lejos cuando sus pequeñas manos le envolvieron la cintura desde atrás.
―¿Qué pasó con ese baño, Su Alteza? ―gimoteó coqueta.
Él sonrió.
―Estará listo en un momento.
―Pero no oigo el agua correr.
―Lo harás en unos segundos.
Se alejó un poco de ella para abrir el grifo del agua. Observó cómo la misma comenzaba lentamente a llenar la tina. Finalizada su labor, Anna se las arregló para volver a abrazarlo desde la espalda.
―¿Es posible celebrar que hayamos pasado la primera noche vestidos? ―bromeó ella.
A Charles se le escapó una carcajada.
―Sabes bien a qué se debe.
―Se nos acabaron las municiones.
―Es una manera muy airosa de llamar a los preservativos.
Anna le depositó un sonoro beso en la espalda desnuda.
Unos pocos minutos más tarde, ambos se encontraban dentro del agua caliente. Charles la movía con la palma para mojarle los pechos y los brazos. Estaba haciendo un poco de frío. El agua caliente le sentaba de maravilla a su tersa piel y deseó tener en sus manos un pincel para dibujar sobre ese maravilloso lienzo hecho mujer. Le fascinaba lo aún más suave que se volvía su piel después de un baño caliente.
Media hora más tarde, dejó sobre la cama la ropa que planeaba usar. Anna hizo una lista mental del maquillaje que tenía. No le tomó mucho decidirse por un labial rojo, su favorito. Una vez que terminó, fue en busca de él.
Lo encontró inclinado sobre la mesa del estudio, deslizando una brocha sobre un canvas en el que estuvo trabajando desde la noche anterior. Conforme con el resultado, la dejó a un lado y tomó un pincel de punta fina con el que inició trazos pequeños y firmes. Se le acercó en silencio para no sobresaltarlo. Parecía tan concentrado que fundaba que se hubiese percatado de su presencia.
Pintaba un faro sobre la formación rocosa que compartía con una casa blanca, a la que todavía no le había hecho detalles. Por el color de la brocha y el área húmeda, supuso que había estado pintando lo amarillo de la luz. Ahora, trabajaba en la textura de ladrillo del edificio.
―Es hermoso ―le susurró ella.
Lo vio dar un salto en el asiento. Por suerte, había apartado ya el pincel de la pintura, sino la hubiese estropeado.
De vuelta a la calma, él sonrió.
―¿Te parece? ―tomó el tubo de pintura ocre―. Llevo meses intentando pintar algo así, pero no me salía. Tengo una obsesión con los faros.
―Tienes un don maravilloso ―le dejó un beso en la mejilla―. Todo lo que haces con las manos es arte.
―¿Quieres ver la pintura al óleo que terminé anoche?
―Me encantaría.
Se levantó del asiento y cruzó hasta el otro lado de la habitación, tomando el cuadro cubierto con una manta gris. La dejó sobre la silla y la destapó.
Vio su reflejo pintado en un lienzo blanco, imitado a detalle, desde los ojos verdes hasta las pecas bajo los pómulos y en el pecho. Estaba desnuda, pero los brazos alzados, mientras en sus manos sostenía algo pequeño, cubrían sus pechos. Anna notó que aquello en sus manos parecía una piedra azul. Sonrió al comprenderlo.
―Es una azurita ―determinó.
Lo sintió descansar la barbilla sobre su hombro derecho mientras la abrazaba por detrás.
―¿Por qué me pintaste? ―le preguntó ella―. Insisto en que tengo un rostro común.
―Nada en ti es común. Le has traído calma a mi vida y vida a mi arte, pequeña malaquita. Tengo el tanque de creatividad lleno y quisiera pasarme la vida pintando, pero tengo responsabilidades.
―Quería pedirte algo ―susurró ella, dejando caer su cabeza contra el pecho desnudo de Charles.
Le dejó un beso en el cuello que le supo dulce.
―¿Sí?
―Dijiste que estarías poniendo al tanto a tu padre, ¿no es así? Lo que significa que debes mostrarle los registros de todo lo que has hecho y eso incluye la distribución de dinero.
Anna consiguió despertarle una extraña curiosidad.
―¿A dónde quieres llegar?
―Hoy no vas a necesitarme, ¿cierto? Tienes todo organizado.
―Siempre te necesito.
Anna movió la cabeza para besarle la mejilla.
―No me necesitas para informarle a tu padre todos tus movimientos. Zowie me avisó anoche que tenía el día libre y pensé que podrías...
―¿Dártelo a ti? Anna, si quieres un día libre solo tómalo. No tienes que pedirlo.
―Te recuerdo que firmé un contrato. Tu padre y tú son mis jefes.
―Yo no soy tu jefe.
―Sí, sí lo eres.
―No, Anna. Yo no soy tu jefe ni tú mi empleada. Voy a destrozar ese contrato.
―Si lo haces, me quedo sin empleo.
―Oh, nada de eso. Seguirás recibiendo un cheque quincenal, pero no atada a un papel. Alguien que tolera tanto al Príncipe merece buenos beneficios.
―Claro que tengo una buena paga y no me estoy refiriendo al dinero.
―¿Al sexo entonces? ―bromeó.
A Anna se le escapó una risotada.
―Yo me estaba refiriendo a ti, por lo que el sexo va en el paquete.
―Bueno, entonces ya llegamos a un acuerdo.
Anna observó a Charles abandonar el armario vestido muy casual: unos jeans, camiseta a cuadros azules, blancos y negros con las largas mangas dobladas hasta los codos y botas de cuero marrón. Parecía tan normal, tan sencillo, que a Anna se le iluminaron los ojos.
Ella se dio un último vistazo en el espejo. Qué locura. Llevaba puesta casi la misma ropa que él. Solo que, desde luego, ella tenía el cabello atado en una coleta y los labios pintados de rojo.
Ambos se echaron a reír.
―Quédate ahí ―le dijo él.
Anna lo observó buscando algo entre las sábanas. Al encontrarlo, se detuvo detrás de ella y estiró el brazo.
―Sonríe ―apuntó hacia el teléfono con la barbilla y después disparó.
Lo hizo un par de veces más, hasta tener tantas fotografías para volverse loco.
Él fue el primero en apartarse, guardando el teléfono en su bolsillo.
―Tengo algo que darte ―le dijo.
Abrió uno de los cajones de su mesa de noche para sacar una pequeña caja blanca.
―Oh, no ―masculló ella.
Charles le extendía un teléfono nuevo, con las etiquetas y el plástico protector aún puestos.
―Te dije que me compraría uno ―protestó.
―Iba a dártelo para tu cumpleaños, pero aún falta. El tuyo está fallando bastante. No es que me moleste que utilices mi teléfono, pero creo que necesitas tu propio espacio, y con espacio me refiero a enviarle mensajes a Zowie manteniendo tu privacidad.
―Nunca le he enviado nada inapropiado.
Él se echó a reír.
―Yo lo sé, pero aun así es bueno que tengas tu propio teléfono. Además, necesito poder contactar a mi asistente a todas horas. Vamos, Anna. No te pongas difícil. Te lo descuento del sueldo, ¿qué te parece?
A pesar de su petición, ella continuó protestando. Sin embargo, él seguía allí, extendiéndoselo. No estaba dispuesto a recibir un no como respuesta, así que ella se limitó a aceptarlo.
―Tiene mi número, el del palacio, el de Zowie y el de Peete guardados. También el de tus hermanos.
Aquello le recordó la maleta en una esquina de la habitación. Viajaría a París en unos días para la exposición de su hermano. Habría querido que él la acompañara. Si tan solo no fueran un secreto...
Anna miraba su reflejo en la pantalla con tanto esmero que ni siquiera notó lo que él llevaba ahora en las manos.
―No, no, no ―protestó―. No aceptaré un auto.
―No te he comprado un auto ―sonrió―. Aún. Son las llaves del mío. Ve a pasear con Zowie.
Anna sonrió ampliamente.
―¿De verdad?
―No pensarás que iba a dejarte ir en un taxi, ¿o sí?
Anna hizo una pequeña mueca con la boca, comprendiendo que la idea sí le había pasado por la mente.
―Dolor ―masculló él―. Trabajaremos en la confianza.
Ella dio un saltito para colgar las piernas alrededor de su cintura.
―Gracias, gracias, gracias ―comenzó a darle pequeños besos en la mejilla, dejándole marcas del lápiz labial por toda la cara.
―No quiero verme en el espejo ―no era la primera vez que lo hacía, y en especial el lápiz labial rojo era muy difícil de sacar.
―Lo siento. Deberías usar mi desmaquillador.
―Es lo que siempre termino usando.
Apenas se le descolgó, observó a una Anna muy alegre correr fuera de la habitación.
―Bien, ¿dónde habrás dejado ese desmaquillador esta vez? ―se preguntó a sí mismo.
Anna no conseguía recordar la última vez que Zowie y ella habían tenido una salida de chicas. Ambas siempre estaban hasta el cuello de trabajo o Zowie se tomaba el día para estar con Peete. Necesitaban un espacio para ellas.
―Hablé ayer con mamá y no podrá venir en invierno a pasar las fiestas con nosotros ―le dijo Zowie―. Hay que avisarle a tu familia para que lleguen antes o me aburriré.
Anna soltó una carcajada.
―Se los diré.
Zowie le enroscó el brazo con el suyo.
―Ayer estaba viendo unos diseños que Stephanie estaba preparando. Su próxima colección es sobre vestidos de novias ¿Te digo un secreto? No puedo esperar a casarme con Peete.
―¿Eso debería ser un secreto?
―Mi bello hombre se verá tan atractivo vestido de traje de novio.
―Me estás poniendo celosa.
―¿Lo hago?
―Sí. Que no se te olvide que eres mía.
Ambas comenzaron a reír.
―¿Ya han hablado de boda? ―preguntó Anna.
―Aún no, pero creo que es muy pronto. Llevamos juntos dos años.
―¿Y eso qué? Se conocen perfectamente. Pero si crees que necesitan más tiempo, está muy bien.
―No quiero casarme sin asegurarme al ciento por ciento que somos una pareja estable.
―Bueno, pero si no discuten, entonces son robots.
―Eso lo sé, pero lo que trato de decirte es...
―Lo comprendo. No te angusties.
―Bueno, basta de hablar de mí ―le golpeó las costillas con el codo―. ¿Qué tal te va con el niño?
A Anna se le tiñeron las mejillas de rojo.
―Estamos bien.
―¿Bien? ¿Solo bien? ―Zowie dejó escapar una sonora carcajada―. Estás viviendo con un hombre indomable y mujeriego, pero viviendo de verdad, y tú que jurabas que con un hombre así no te meterías.
―Me pasa por hablar de más.
―A veces todavía no te creo. Tú lo insultaste y él te chantajeó ¿Cómo surge un romance en medio de algo así?
―Hay un muy buen hombre dentro y él trata de ocultarlo, pero yo quiero que la gente lo conozca. Vi más de lo que muchos han visto. Su alma es bellísima y es de lo que yo quiero enamorarme. Un cuerpo atractivo se consigue donde quiera.
―Pero esa alma bellísima sí que tiene un cuerpo atractivo.
―Bueno, sí, también.
―Siempre pensé que después de cinco años de abstinencia, encontrarías atractivo hasta un escarabajo.
―¡Zowie!
Ella se echó a reír.
―Ahora que están viviendo juntos, ¿Cuánto va a durar el romance en secreto?
Anna suspiró.
―No lo sé, pero siento que no le gusta del todo que nos estemos escondiendo. Ha mantenido muchas cosas ocultas en su vida y ahora yo soy una de ellas.
―Si lo piensas bien, es dulce.
―Lo es, pero para mí no es tan sencillo. Sé que él lo entiende, pero al mismo tiempo no ¿Me estoy dando a entender?
―No.
Anna torció la boca.
―Entiende que para mí no es sencillo salir a la calle tomada de su mano por la exposición pública, pero no comprende lo complicado que es si tomamos en cuenta que, injusto o no, estuve en prisión. Temo que mi pasado vaya a afectarlo y de verdad, de verdad, tengo mucha fe en él. A veces creo que no le importa.
―Otra vez, si lo piensas bien, es dulce.
―Sí, lo es, pero tiene que pensar en las repercusiones y en cuanto afecta a su imagen, ahora más que nunca que es regente.
―No me parece un hombre tan tonto como para ponerse una venda en los ojos e ignorar lo que me comentas. Pienso que te quiere en su vida y está dispuesto a enfrentar toda repercusión futura. Supongo que ya son novios, ¿no es así?
―Me presentó ante su primo como su novia, pero en realidad nunca me lo pidió.
―Dios, me encantaría oírlo decir: "Ella es Anna, mi novia". "Hola, ¿qué tal? Te presento a mi novia". "A que está buena mi novia, ¿eh?".
Anna agitó la cabeza.
―¿Y qué te dijo cuando le preguntaste? ―habló Zowie.
―¿Preguntarle qué?
―¿Por qué le dijo a ese tipo que eres su novia si no te lo ha pedido?
―No se lo he preguntado.
―¿Me hablas en serio?
―Pues sí. La verdad no me molesta, aunque supongo que fue para evitar que me siguiera llamando amante en turno.
―No, por supuesto que no. Con ese bombón tampoco me molestaría.
Anna permaneció en silencio unos pocos segundos.
―Él es diferente ―dice―. Diferente a como yo creía conocerlo. Sigue siendo un pervertido, pero también es dulce y divertido. Le gusta leer, pintar y también escribe. Es inteligente y...
―...y tú estás loca por él, Nana.
Anna sonrió, culpable.
―¿Crees que estoy haciendo bien? La verdad es que me da miedo que un día de estos despierte y todo ese interés que tiene en mí desaparezca.
―No lo creo. Te pidió que vivieras con él y no en cualquier lugar. Dijiste que era su santuario y uno no comparte esas cosas con cualquiera. Tú estás loca por él, él está loco por ti. Así de simple.
Anna sonrió.
―Necesito comprar unas cosas. Te invito a comer.
―Hecho, futura reina consorte.
El chico miró a Anna con picardía y Zowie, lejos, fingía no conocerla.
―¿Necesita algo más? ―le preguntó.
Anna miró a Zowie. Por favor, ya para, imploró en su mente.
―No, es todo ―una tontería se le cruzó por la mente―. Bueno, deme un paquete del rojo ¿Son los que saben a cereza, cierto?
Zowie la miró con los ojos abiertos mientras el chico metía a la bolsa la caja de preservativos.
Se acercó cuando la vio pagar.
―Haremos un trío esta noche ―dijo Anna. Zowie la miró fijo, deseando ahorcarla en ese momento―. Mejor que nos sobre a que nos falte, ¿no es así?
El chico soltó una carcajada. Apenas le entregó la bolsa, Zowie se llevó a su amiga del brazo, quien no paraba de reírse, fuera de la tienda.
―No puedo creer lo que me hiciste allí adentro ―gruñó.
―¿Nunca has venido con Peete a comprar preservativos?
―No. Él lo hace solo. Sabe que me da vergüenza.
―Zowie, es normal tener sexo. La gente lo sabe.
―Sobretodo cuando te ven comprando preservativos ¿Y los de sabor cereza qué?
Anna los sacó de la bolsa y se los lanzó. Ella los atrapó en el aire.
―Para ti y para Peete.
―Te odio.
Ambas entraron al auto.
―¿A caso tengo pinta de realizarle sexo oral a mi novio? ―gruñó Zowie.
Anna le obsequió una mirada cómplice.
―Lo hago ocasionalmente ―admitió―. No hay que mal acostumbrar a nadie.
―Estrénalos esta noche ―le guiñó un ojo.
―¿Quieres que te deje un par?
Ambas se echaron a reír.
―¿Dónde quieres comer? ―le preguntó Anna.
Zowie sabía muy bien a donde quería comer, pero algo distrajo su atención unos segundos. Al final de la línea de estacionamiento, vio un auto negro, de lujo, uno que había visto en cada parada que habían hecho.
―Anna, ¿Charles te dijo si enviaría a alguien? ¿Un guardaespaldas o algo así?
Anna frunció el ceño.
―No, ¿por qué?
―Disimula un poco si vas a voltear, pero el auto al final de la línea... Bueno, creo que nos ha estado siguiendo.
Anna giró la cabeza con mucho disimulo.
―No utilizan ese auto en la guardia del palacio. Los cambian cada tres años y aún falta uno para eso. Ese es un modelo del año pasado.
―No quiero sonar paranoica, pero...
―Sí, comprendo. Buckingham está a quince minutos. Si de verdad nos está siguiendo, allí no puede alcanzarnos.
Anna encendió el auto y emprendió la marcha cuidadosamente. El auto negro comenzó a seguirlas poco después.
―Bueno, de acuerdo, creo que tu teoría es bastante cierta.
Zowie se aferró a su cinturón.
―No quiero asustarte, ¿pero no estamos en el auto del príncipe? ¿Y si tratan de asaltarnos?
―No si no nos detenemos. Solo debemos ir directo al palacio.
Zowie miró por el retrovisor.
―Sigue ahí.
―Intenta no mirarlo, ¿sí? Solo conseguirás ponerte más nerviosa. Tal vez no es el mismo auto. Tal vez solo nos confundimos.
Anna echó un rápido vistazo por el retrovisor. El auto seguía allí, tras ellas. Aferró las manos al volante e intentó deshacerse de su paranoia. No las estaban siguiendo, solo estaba casualmente dirigiéndose al mismo lugar que ellas, tomando las mismas curvas en las mismas calles. Sí, era eso.
Decidió tomar la conveniente curva a la derecha. Se hizo a un lado en la carretera para dejarlo pasar sin reducir la velocidad. Sin embargo, el auto no hizo ningún movimiento. Permaneció tras ellas.
―Muy bien ―se dijo a sí misma, temblorosa.
―Perfecto. No soy la única a punto de entrar en pánico ―chilló Zowie.
―Cálmate, Zowie.
―Dile eso a tus nudillos blancos.
Anna sujetaba el volante con tanta fuerza que, en efecto, tenía los nudillos blancos.
―No molestes a la conductora.
Respiró profundo y observó por el espejo retrovisor. O ella había reducido la velocidad sin percatarse o el auto de atrás aceleraba, porque lo veía más cerca por segundos.
Enfocó los ojos.
―¡Dios mío! ―gritó, estiró el brazo hacia Zowie y la presionó contra el asiento.
El auto negro las impactó por detrás con tanta fuerza que su cuerpo se impulsó hacia adelante, golpeándose la cabeza contra el volante.
―¡Anna! ―escuchó gritar a Zowie.
Ella gimió de dolor, pero se obligó a devolverse a su antigua posición al ver que el auto derrapaba. Sostuvo el volante con ambas manos y presionó el freno para detenerse. Apenas se halló quieta, llevó una de sus manos hacia la frente. Oh, no. Sus dedos se tiñeron de escarlata.
―Dios mío, Anna ―chilló Zowie al ver la sangre.
Anna alzó la vista y observó el auto que las había impactado. Un hombre de traje, con el rostro cubierto con un pasamontaña negro, lo abandonó apuntándole con un rifle de francotirador. Se le secó la boca cuando enfocó los ojos directo al ojo del arma. Le pareció oír sus pasos acercándose, consciente de que el sonido estaba en su cabeza. Ambas profirieron un grito aterrador cuando comenzó a disparar, pero las balas no fueron capaces de atravesar el cristal.
―Oh, por Dios ―gimió Zowie, llorosa―. Es a prueba de balas. Oh, Dios mío ¿Qué está pasando?
Temblorosa, Anna se sujetó con mayor fuerza del volante, puso el auto en reversa y comenzó a alejarse. El francotirador se dio la vuelta y volvió al interior del auto, poniéndolo en marcha también.
Ella continuó retrocediendo. Sentía el corazón latiéndole en la garganta. Pronto, visualizó la curva que las había conducido a aquella trampa mortal. Pulsó con fuerza el freno, giró el volante y cambió la trayectoria.
―Intenta llamar a la policía ―le indicó Anna.
Con las manos temblorosas, Zowie rebuscó en el suelo el teléfono.
Anna miró por el retrovisor. El francotirador se acercaba.
―Dios mío ―susurró aterrada.
No tenía tiempo de comprender que sucedía ni de preocuparse del dolor de cabeza que el golpe le había dejado. Tenían que ponerse a salvo.
El auto del francotirador aceleró. Si la impactaba otra vez, perdería el control.
¿Qué era lo que quería? No había hecho enfadar tanto a alguien en su vida para que intentaran matarla. Ni siquiera al mismo Charles.
Charles...
La comprensión la hirió en el estómago con brusquedad. Una parte de sí sabía que en todo aquello estaba Charles.
―Es un atentado ―musitó para sí, aterrada.
Un atentado hacia su familia y amigos. Dios mío, ¿era eso posible?
Volvió a mirar por el retrovisor. El francotirador se acercaba.
―Ya estoy harta ―masculló―. ¿Quieres correr? Entonces vamos a correr.
Anna aceleró, giró el volante hacia la derecha, luego a la inversa y aplicó el freno de mano. Rechinaron los neumáticos en el suelo al tiempo que el auto se sacudía. En segundos, estaba en el otro carril. Continuó camino arriba, pasando justo al lado del auto del francotirador. No pudo ver nada en el interior. Los cristales estaban muy oscuros.
Soltó el freno de mano y aceleró un poco más.
―Anna, ¡vas directo a la intersección!
―No te preocupes. Sé lo que hago.
Cuando Zowie volteó a verla, se encontró de frente a un fantasma. Con la mirada enfocada en la carretera y las manos vacilando entre el volante y el freno, abandonó las sombras un recuerdo al que hacía mucho tiempo no veía.
Quick-fire Mawson estaba de vuelta.
Anna esquivó los autos con impecable destreza, girando el volante de izquierda a derecha como una fiera. Le asaltó una punzada en la cabeza que ignoró a medida que se habría paso hacia la siguiente salida.
―Dime que ya te comunicaste con la policía ―le dijo a Zowie.
―¡No me responden!
Otra punzada sacudió a Anna. Cerró los ojos un segundo y al volver a abrirlos le costaba distinguir entre una mancha y otra. Le mareaba centrarse en aquel punto donde sus manos se unían al volante.
―Zowie ―susurró―. Más te vale que te sujetes bien.
Zowie la miró, pero segundos más tarde comprendió por qué lo decía.
El auto se detuvo de golpe al chocar con otro. Su cuerpo se impulsó hacia adelante, pero el cinturón alcanzó a evitar un golpe mayor. Solo podía sentir un dolor muy molesto que comenzaba a crecerle en el cuello y en el pecho, también en la muñeca al presionarla contra la guantera. Parpadeó varias veces intentando hallar otro tipo de dolor. Solo detectó el de la cabeza, que era producto del escándalo del claxon.
Al girarse, descubrió a Anna inconsciente sobre el volante. La sangre humedecía el pelo rubio.
―¡Anna! ―gritó Zowie.
Charles colocó frente a su padre los registros del dinero.
―Hicimos uso de la cantidad ahí especificada para ayudar en el baile que propone recaudar fondos para los niños huérfanos. El baile estaba proyectado para realizarse la semana pasada, pero surgieron unos...
El sonido de su teléfono interrumpió la conversación.
―Lo siento, dame un segundo.
El rey asintió.
En la pantalla vio el nombre de Anna. Sonriendo, se puso en pie y se apartó.
―¿Qué tal la estás pasando, preciosa?
―Me disculpo, Su Alteza. Estoy llamándole del Saint Mary. Lamento informarle que la señorita Mawson ha sufrido un accidente.
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