Capítulo 13 | VP
―¿La quieres aquí o más arriba?
Anna volteó hacia Peete, parado sobre el sofá mientras colgar el tiesto con las begonias rojas.
―Así está bien. Gracias, cuñado.
Llevando la mano a la espalda, hizo lo que supuso era una reverencia. Era difícil si tomaba en cuenta que intentaba balancearse para no caer del asiento.
―Mira qué bonita está ―la voz de Zowie provino de la cocina―. Tu madre tiene buen gusto para la vajilla.
Anna se llevó las manos a la cadera.
―No sé a qué le llamas buen o mal gusto. Son sólo platos. La comida cubre el diseño.
La castaña se acercó a la sala, donde vio a Peete bajarse del sofá y desplomarse sobre él.
―¿Quién te envió las flores? ―preguntó Zowie.
―Nadie, yo las compré. Hay una floristería cerca y pensé que se verían bonitas.
―Eso lo sé, hablo de las orquídeas que tienes en la cocina.
―Oh.
En la mesa del comedor, tenía un jarrón rojo con cuatro orquídeas. Recibió una diaria en los pasados días y no tuvo que leer el nombre escrito en la tarjeta para saber quién las había enviado.
―También me las compré ―le dijo, concediéndole una sonrisa que le supo falsa―. Quiero poner bonito el departamento.
―¿Y a ti desde cuándo te gustan las flores?
―Pues desde siempre, solo que nunca tuve un espacio propio para decorar.
―¿Y nuestro espacio?
―¿Qué es este interrogatorio sin sentido?
―¿Quién dijo que era un interrogatorio?
―Tu forma de hablarme.
Peete se puso de pie.
―Mejor iré a calentar la cena. La que sobreviva puede ir después a ayudarme a servir.
Zowie la abordó una vez que se marchó.
―¿Qué pasa contigo? Estás rara.
―Nada ―Anna acomodó los cojines del sofá y después se sentó―. ¿Por qué?
―Te conozco y estás como nerviosa, o no sé. Tú odias limpiar, y de repente andas muy contenta decorando y ordenando ¿Me vas a decir qué pasa o empiezo a lanzarte cosas?
Anna subió las piernas al sofá.
―Está bien, pero voy a cortarte los pechos si le dices a alguien.
―¿Es que acaso no ves que casi no tengo nada? ¿Qué me vas a cortar?
―Algo, ya veré qué.
―Lo que sea. Cuéntame.
―Vi a Charles hace unos días.
―¿En persona? Si fue en la televisión, no cuenta.
―En persona.
―Ya va, ya va, ya va ―se acomodó en el asiento junto a ella―. ¿Fue un encuentro a puerta cerrada, pero de piernas abiertas?
―No, nos vimos en un restaurante irlandés. Quería que habláramos.
―¿Sobre qué? ¡Ya dime todo, mujer!
Anna le contó la conversación a detalle. Para el momento en que terminó, Zowie la miraba como si le hubiese dicho que se reunió con el Bonny Prince Charlie para unirse a su revolución jacobita.
―Es difícil de creer ―musitó, sorprendida―. ¿Tú que le dijiste?
―¿Pues qué le voy a decir? Le pedí tiempo y el desgraciado solo me dio cuatro o cinco días.
―¿Qué harás si viene a buscarte?
La abrumó una pregunta que no había querido hacerse. Llevaba semanas hecha un lío, atormentada por pensamientos obsesivos sobre lo que quería que pasara. Se había sentido decepcionada y abandonada cuando aceptó su decisión de separarse sin insistir, pero ahora que lo hacía estaba aterrada. Su mundo no había parado de tambalearse desde aquel día que lo recogió en su taxi.
―Anna ―la voz de Zowie, suave como un susurro, la instó a mirarla―. ¿Estás enamorada de él?
Ella contuvo el aliento de forma involuntaria. Amor era una palabra muy fuerte y muy dura que todavía le asustaba.
―No lo sé ―admitió―. Estoy muy confundida. No sé como él puede decir que ese fin de semana le sentó bien. A mí me ha sacudido todos los miedos e inseguridades que tengo por dentro. Sí quiero volver a enamorarme, pero no me refería a una cosa de ya. Apenas he hecho las pases con el pensamiento. Además, no sé si sea un hombre que me convenga. Es un mujeriego ¿Qué hago si después cambia de idea? Eso sin contar que es un príncipe heredero y yo una ex convicta. No creo que su padre me hubiese considerado como nuera cuando me pidió que ejerciera como su asistente. Oh, Dios mío, ahí es que empezó el lío. Debí negarme y seguir como su chofer.
―Mujer, respira y cálmate un poco.
Zowie la observó deshacerse del moño y agitarse el cabello.
―Pensé que ya no te afectaba. Te veías tranquila.
―Lo intentaba porque quería avanzar, pero ahora que regresó...
―Estabas dolida porque no te insistió, ¿qué piensas hacer ahora que lo está haciendo?
―Ya te lo dije, no lo sé.
―¿Pero qué sientes? ¿Te gustaría darte una oportunidad?
―¿Qué pasaría si después se va? Zowie, yo no sé cuanto podría soportar algo así.
―¿Sientes algo por él?
Se le torció la boca por el grito de exasperación que contuvo dentro de sí.
―Me gusta ―le confesó―. Me atrae muchísimo. Sexualmente, sí, por supuesto, pero también... Maldita sea, no sé. Me gustó mucho ese hombre que conocí, del que la prensa se niega a hablar. Creo que conocí una parte de su alma y es muy hermosa, pero ¿y si me estoy equivocando?
―Pensé lo mismo cuando comencé a salir con Peete. Me cuestioné incontables veces si debía darme o no la oportunidad con él, y ahí es cuando me di cuenta de que si le seguía teniendo miedo al amor, le estaría cediendo mi paz a un hombre que me hizo daño. No es justo que el que sufra sea el que se condene a sí mismo a la desconfianza y al miedo. No sé si debas darle una oportunidad a este hombre, pero si no es él que sea a otro. Ábrete más a las posibilidades. Asusta al principio, y mucho, pero mientras más vivas sobreprotegiéndote a ti misma, más difícil se te hará avanzar.
Presionó ambas manos en sus mejillas.
―Necesito más días de los que me dio para pensarlo.
―Si regresa, pídeselos.
Asintió al tiempo que vio a Peete acercárseles.
―Ya calenté y serví la cena ―movió la cabeza en dirección a la cocina―. Vengan a comer.
Los despidió pasadas las ocho de la noche después de haberles agradecido por ayudarla a ordenar las pocas cosas que le quedaban.
―Yo limpio los platos ―les dijo―. Ustedes trajeron la comida, es lo justo.
―Fantástico porque detesto hacerlo ―Zowie le dio un beso en la mejilla―. Me avisas lo que sea que decidas, eh. Suerte.
Sintió que le volvía el peso de una decisión por tomar, pero le cedió su mejor sonrisa y los vio salir por la puerta. Con un resoplido, se encaminó a la cocina y comenzó a ordenar a prisa, deseosa por tomar una ducha e irse a la cama. La puso de mal humor recordar que debía madrugar para trabajar.
―Eres una adulta responsable, Anna, tranquila ―se dijo a sí misma―. Son ocho horas diarias y ya.
Para el momento en que terminó de ordenar los platos, escuchó su teléfono sonar. Un puño de hielo giró en su estómago, acompañado por un escalofrío que aumentaba a medida que se acercaba más. Con la mano temblorosa, lo tomó. Un suspiro de alivio se le escapó al ver el nombre de su hermano en la pantalla.
―Abby, cariño, que bueno que llamas.
―Como odio que tomes esa actitud ―soltó un resoplido que la hizo reír―. Detesto que me llamen así y lo sabes.
―Lo sé, por eso lo hago.
―Estúpida.
Hubo un silencio de segundos, una protesta infantil que siempre hacía cuando alguien de la familia lo llamaba Abby.
―Habla ya, Abraham. Es tarde y quiero irme a dormir.
―Todavía es temprano.
―No para mí. Despierto a las cinco.
―Como sea. Te llamo para invitarte a mi exposición en septiembre. Ve ahorrando. Si no puedes pagarte el viaje, lo hago yo.
―Oh, ¡eso es fantástico! Me alegro de que te esté yendo bien. Envíame los datos por mensaje. No tengo con qué anotar.
―¿Cómo vas con el departamento? ¿Ya estás contenta?
―Lo estoy. Zowie y Peete me ayudaron a ordenar unas cosas que me faltaban ¿Cuándo vendrás a verlo?
―No lo sé, Annie. Tendría que revisar cuando tengo el tiempo. Mi agenda está a reventar con los preparativos de la exposición.
―Está bien, no hay prisa. No pienso mudarme en mucho, mucho tiempo. Es el departamento perfecto.
―Espero que te siga yendo tan bien. Si conoces a alguien, recuerda lo que te envié. Me tomé el tiempo de comprar de diferentes tallas.
―No hare ningún comentario.
―Alice dijo que te veías con alguien, ¿es cierto?
―¡No! ―el golpeteo de la puerta llamó su atención―. A tu hermana se le soltó un tornillo.
―También es tu hermana, tornillito zafado.
Con el nuevo coro de golpeteos, Anna decidió encaminarse hacia la puerta.
―Pero yo no ando regalándole a mis hermanos preservativos ni lencería, par de puercos ―un grito de histeria se le escapó de la garganta al abrir―. Santo Dios.
Los ojos diamante casi parecían perforarla cuando se centraron en los suyos, y a Anna le costó dolores y agonías tragar su propia saliva.
―¿Qué haces aquí tan tarde? ―le cuestionó ella.
Con la pose relajada, recostado del marco de la puerta y con una botella de vino en la mano, a ella le pareció que aquella sonrisa estampada en su cara cargaba una burla.
―Te dije que vendría después de mi viaje.
―Dijiste en cinco días, ¡solo pasaron cuatro!
―Dije de cuatro a cinco días.
―¿Ese quién es? ―escuchó la voz de su hermano en el teléfono―. Acabas de mentirme, señorita. Si te estás viendo con alguien.
―No es cierto.
―¿Y ese quién es? ¿Qué hace visitándote a las nueve de la noche? ¿Y de qué viaje está hablando? Tengo muchas preguntas.
―Es un vecino ―soltó lo primero que le vino a la mente―. Tuvo que viajar por un asunto familiar y me pidió que cuidada su...mm... su vino.
―¿Su vino?
Anna se golpeó la frente con la mano abierta.
―Sí. Tiene unas cajas de vino muy costosas en el departamento y me pidió que le echara un ojo cada tanto.
Charles se echó a reír.
―No te creo una mierda, pero tengo trabajo pendiente y no puedo interrogarte como me gustaría. Quiero que sepas que se lo voy a comentar a Alice.
―Qué mucho fastidian los dos.
―Eso es lo que haré yo con el tipo que está en tu puerta. Que le eches un ojo al vino, sí, como no.
―Ya deja el tema.
―Como sea, te llamaré pronto. Acuérdate de mi regalo. Te envié diferentes tallas para que...
Colgó la llamada, incapaz de seguir escuchándolo.
En el fondo, deseó seguir pegada al teléfono para evitar el encuentro con él que, silencioso, esperaba en la puerta a que ella lo invitara. No pudo quitarle los ojos de encima. Una parte de ella pensó que no vendría, que a último instante se arrepentiría de haberle ofrecido algo más serio que sexo casual.
La llenó de esperanza indeseada el tenerlo frente a ella. Le era una sensación extraña saber que, después de todo, sí había cumplido con su promesa de volver y no supo muy bien como reaccionar. Nunca se imaginó en una situación como esa, y teniéndolo frente no podía negar que, ciertamente, sentía algo por él, pero sus sentimientos no eran del todo claros. Estaba negada a sentir algo por él más allá que sólo una mera atracción sexual. Le fastidió darse cuenta que después de cinco años, aún le tenía miedo a cosas que de joven soñaba. Tuvo que admitirse que, desde el encuentro de ese fin de semana, muchos de sus deseos de adolescente volvieron a aflojarse, pero temía que su mente y su corazón estuvieran intentando contarle que era con él con quien quería cumplir esos sueños.
―Pareces sorprendida de verme ―le dijo―. Supongo que una parte de ti no esperaba verme parado frente a tu puerta tan pronto.
―Lo siento. Sigo muy confundida. Me diste muy poco tiempo para pensar. Siento que estos días pasaron volando.
―Para mí, sin embargo, transcurrieron muy lentamente. No veía la hora de volver.
Anna lo miró sin decir nada, porque no sabía muy bien cómo responder ante aquello. Se sentía como en presencia del primer amor, de la primera vez que sentía una atracción hacia alguien. Inexperta, torpe, nerviosa.
―¿Cómo te fue en el viaje? ―le preguntó.
―Nada mal. Fue una experiencia interesante ¿Qué hay de ti?
―Normal, supongo. Trabajando ―huyendo de la incomodidad, cambió de tema―. He recibido tus flores ―señaló hacia la cocina, consciente de que desde la puerta no podía verlas―. Gracias, son muy hermosas.
―Fue un complacer ―le dijo, sonriendo―. No sabía muy bien cual enviarte, así que pregunté en la floristería y me recomendaron la orquídea. Estuve buscando el significado de la flor. No sé si lo conozcas o si alguna vez sentiste curiosidad por él.
Le cansó andarse con rodeos, así que se enderezó y la miró fijamente.
―Sé que es un poco tarde, pero no me puede esperar a mañana. Traje una botella de vino como ofrenda de paz, aunque no se muy bien si te gusta.
―No tiendo a tomar, no resisto mucho el alcohol, pero gracias.
―No te preocupes, me aseguré de que no contenga mucho alcohol. Prefiero que ambos estemos lúcidos durante la conversación.
Anna suspiró, preparándose para lo que venía
―Charles, la verdad es que no sé si lo que me estás proponiendo sea una buena idea. Tienes que entender que para mí no es tan fácil tomar una decisión de este tipo. Eres el príncipe de Gales y yo una ex convicta. No será bueno para ti y yo no quiero causarle más problemas a mi familia. Además, no sé como dar saltos de fe.
―Lo sé, lo comprendo. Es por lo que estoy aquí. Siento que si no soy yo el que da el primer paso, nosotros nunca vamos a avanzar.
―¿No crees que es un poco pronto para pensar en un nosotros?
―No lo sé, es a lo que vine, para hablar de las posibilidades ―movió los hombros, víctima de la tensión―. Mira, yo no sé hacer estas cosas. No soy un hombre que vaya detrás de una mujer buscando algo serio, pero tampoco puedo negarme a ver lo que está justo frente a mis ojos. Anna, lo que pasó entre nosotros no fue una simple casualidad. Mientras más lo pienso, más creo que estábamos destinados a conocernos ¿No puedes al menor darte la oportunidad de hablarlo y no quedarte tan cerrada con la idea de que estamos cometiendo un error o de que vamos muy a prisa? Dame la oportunidad de demostrarte que hay algo más en mí que el hombre del que todo el mundo habla. Quiero que me conozcas, y yo quiero conocerte a ti.
―Sé que eres un buen hombre. Tal vez el mayor problema no es tu pasado o lo que solías hacer, sino yo. No confío en nadie, ni siquiera en mí misma. Me fue muy mal en mi primera y única relación y tú eres un riesgo que no sé si estoy dispuesta a correr.
―Independientemente de si me aceptas o no, ya no me interesa ir de cama en cama si en ninguna estarás tú. Así que tómame y seré tuyo o déjame y no seré de nadie.
La confesión atoró un llanto en su garganta. Ella nunca lo había visto así, y ella nunca se había sentido así, tan cálida, tan bien querida, pero también aterrada. Le asustaba la posibilidad de que en el momento que le agarrase más cariño, él decidiera abandonarla. Le asustaba lo que su pasado como convicta podía hacerle a su futuro. Le asustaban tantas cosas que la hacían temblar. Recordó las palabras de Zowie y se dio cuenta de que tenía razón. Vivía una existencia solitaria y tortuosa, llena de dudas y miedos, de felicidades incompletas, que le impedían avanzar.
Teniéndolo de frente, con su mirada penetrante abierta y fija en ella, esperando, ya no podía ignorar el hecho de que tenía sentimientos por él. Lo supo por como dolía la posibilidad de que se marchara. Amor tal vez no era, pero era algo mucho más allá que una mera atracción física. Le gustaba muchísimo la forma en la que usaba sus palabras para endulzarla, como un hechizo, como un bálsamo, y la sensación de su presencia. Cuando lo tenía cerca, toda ella temblaba y se sacudía como si estuviese en medio de una tormenta.
No sabía si la decisión correcta era permitirle la entrada a su vida o si pedirle de una vez que por favor se retirara y la dejara con su orgullo. Tampoco supo si estaba haciendo lo correcto al abrir un poco más la puerta para permitirle que pasara.
―Supongo que una conversación en privado no nos hará daño.
Su respuesta lo hizo sonreír, y Anna sintió que ese tirón en el vientre la dejaba sin aliento.
Cerró la puerta con mucha calma, alargando el momento. Al voltearse, fingió una sonrisa tranquila, al tiempo que en su mente se pedía a sí misma compostura.
―¿Quieres que te sirva un poco de vino? Mi madre me regaló una vajilla completa.
―Si te parece.
―Creo que lo voy a necesitar.
También necesitaría un poco de dignidad después de pedirle que le bajara las copas, porque su estatura la limitaba. Al extendérselas, lo tuvo a pocos centímetros de ella. El calor de su piel desató la descompostura de la que temía padecer, haciéndola hiperventilar. No le ayudó la forma casual en la que él se inclinaba hacia ella, como queriendo robarle un beso. Lo esperó, pero no llegó.
Tomó ambas copas de sus manos.
―Gracias.
Sirvió el vino en ellas apenas le destapó la botella. Se preguntó si era correcto ponerse a tomar con ese hombre a tan poca distancia. Al mismo tiempo se dijo que lo necesitaba, así que dio el primer trago mirándolo fijamente. Él hizo lo mismo. Después, le sonrió.
―No estés tan nerviosa. Solo tomaré lo que quieras darme.
―Tengo agua y soda de naranja si gustas.
―No me refería a la bebida.
―Lo sé.
Anna lo invitó a la sala donde lo vio desplomarse en el sofá más largo. Acomodándose la camisa, se sentó junto a él.
―¿Puedo comenzar yo? ―preguntó ella.
―Por supuesto.
―Bien ―asintió―. Normalmente no suelo andar tan nerviosa, pero tampoco me he puesto antes en una situación como la nuestra.
―Que seamos dos.
―Seamos dos ―se llevó la copa a la boca, pero no bebió de ella. La apartó y dedicó unos segundos a mirarlo―. ¿Por qué te tomó casi tres semanas buscarme?
―Querías que nos separáramos y yo te dije que respetaría tu decisión.
―Sin embargo, aquí estás.
―Sin embargo, aquí estoy ―asintió―. He tenido una mala racha con mis dibujos. Siento que volví a mi etapa de principiante. En las últimas semanas, he trazado el boceto de tu rostro hasta arruinarlo con trazos a fuerza y exagerados. El lugar que solía ser mi santuario ahora me habla de ti a cada rato. Lo dije en serio, Anna, yo allí no llevo mujeres. Debí darme cuenta de que algo había entre nosotros cuando te permití pasar. Lo que si lo hizo fue la separación de semanas. Comencé a extrañar pequeñeces, como nuestras discusiones y las bromas sin sentido, las pláticas profundas. No me había sentido a gusto con ninguna persona en mucho tiempo.
Anna continuó bebiendo del vino para evitar que se le escapara un gritito.
―Crecer bajo las normas y protocolos de una familia real te obliga a controlar tus sentimientos sin importar que seas un niño de cuatro años que acababa de perder a su madre. Mi niñez transcurrió así, callada. Mi padre me compensaba con cualquier tontería, cualquier capricho. Me distraía. Llegó un punto en mi vida donde añoré compañía, pero yo no quería querer. Amar duele cuando el miedo a perder te domina. Sabía que no podría soportar querer a alguien y que luego se fuera.
Lo escuchó reír, pero sin humor, subiendo y bajando la copa mientras observaba el líquido moverse.
―Así nació un mujeriego.
―Las compañías efímeras no resuelven nada.
Asintió, y después bebió de la copa.
―De las cuestiones de la vida no soy un buen alumno. Tomo los caminos fáciles, los cortos.
―¿Y yo?
―Tú, tú eres muchas cosas, pero fácil no es una de ellas. Por eso me encantas.
La copa le comenzó a temblar en las manos.
―No hagas esas cosas ―le pidió.
―¿Qué?
―Decir esas cosas. No es justo.
―¿Por qué?
―Porque siento que intentas encandilarme.
―Solo quiero ser sincero. Es la única forma que tengo de hacerte saber que he venido por algo bueno.
Anna se levantó del asiento y él, después de dejar la copa en la mesa, se puso en pie y se le acercó.
―Escúchame bien, mujer. No puedes entrar a mi vida, ponerla de cabeza y actuar como si no me hubieses hecho nada. Me has condenado a las semanas más agonizantes desde el fallecimiento de mi madre. He venido a ponerle fin.
―Me has soltado mucho y no me diste tiempo para pensar.
―Si lo hago, levantarás un muro y yo aún sigo intentando atravesar tu coraza. No puedo dejar que pongas más límites.
Se le aparató y huyó a la cocina, un lugar donde no tenía a donde más ir. Dejó la copa en la mesa y fingió que ordenaba los platos que ya estaban secos.
Su acercamiento fue como el golpe de un relámpago. Lo sintió detrás de ella, respirando en su cuello, y Anna pronto comenzó a temblar por la añoranza.
―Duda de mí, mujer, te lo permito, pero piénsalo bien ¿Te parece que sea un hombre que va por ahí rogándole a una mujer? Dios, Anna. No solo echo de menos tu cuerpo, que un fin de semana no fue suficiente, sino que te extraño entera ¿No te hice falta estas semanas? ¿No deseaste que nos encontráramos por ahí aunque fuera por accidente para vernos? Londres es enorme, y me volvía loco buscándote en medio de la multitud.
La embriagó el hambre cuando le tomó la cadera y la acercó a él. Lo sentía vibrar por ella, casi con la misma intensidad que ella temblaba por él. Sus labios cálidos iniciaron un sendero húmedo que culminó en su oreja. Gimió, también jadeó.
Presionó con fuerza la cadera y la hizo girar a su encuentro. Pinchazos de excitación torturaron a su vientre cuando se encontró los ojos azules oscurecidos por la lujuria. Respiraba de forma trabajosa por su boca entreabierta y la calidez de su aliento la golpeó en el rostro donde pudo percibir el olor del vino.
―Estoy dispuesto a renunciar a un montón de cosas y a sacrificar otras, si me aceptas.
Lo vio meter la mano en el bolsillo del pantalón y de él sacó su teléfono.
―Aquí está todo lo que sé que te hace dudar. Mi vida de libertinaje y desenfreno ―le tomó la mano y se lo dejó en la palma―. Es tuyo. Ya no lo quiero.
Anna observó el teléfono en su mano.
―¿Qué significa?
―Que si me aceptas, me comprometo a ser solo tuyo. Me gustas tanto así, y quiero que tomes en cuenta que estoy faltando a mi propio lema de vida sobre establecer lazos permanentes ―se remojó los labios, haciendo ademán de acercarse―. Si has entrado a mi vida en un momento donde más he necesitado de un milagro, es porque eres ese cambio que necesitaba, la malaquita que le hacía falta a mi azurita. A cambio solo pido un sacrificio. Yo dejo todo y tú sueltas tu miedo. Dame una oportunidad de demostrarte que de verdad quiero esto entre nosotros.
Era ahora su respiración entrecortada la que resonaba por el pequeño espacio, debilitando las fortalezas que había reforzado en los pasados días. Tenía una agonizante sed de sus besos y una enloquecedora hambre de su piel. Débil como estaba su carne, destrozó la distancia entre ellos y le reclamó la boca con la urgencia de una amante liberada. De su mano cayó el teléfono y pronto la ropa esparcida dibujó el camino hacia la cama.
Lo llevó consigo hasta la cama desordenada que no había querido vestir por el cansancio. Le importó muy poco cuando, en medio del prolongado beso, la tomó de la cintura y la levantó del suelo. Con la respiración entrecortada, Anna se aferró a él descansando los brazos en el cuello. Enterró los dedos en el pelo y lo mantuvo allí, pegado a su boca. Le envolvió las piernas alrededor de su cintura y contuvo un gritito cuando lo sintió golpearse con la cama, tropezar y caer sobre ella. Anna dejó escapar una carcajada que duró hasta el encuentro con sus ojos.
Tenían un aspecto oscuro, sin oscurecerse realmente. Con la excitación evidente en ellos, el azul de su iris se hizo potente, como si se le hubiesen encendido. Tragó ante la expectativa, ansiosa por sentir su pericia actuar sobre ella.
Un silencio centelleante se formó en ellos a medida que sus miradas se volvían eternas, como soldadas una a la otra. Se le despertó una sensación ajena a ella, esa complicidad de amantes de la que carecía. Se supo perdida cuando le poseyó la boca en un beso con hambre, y se supo indómita cuando le tomó el rostro para prolongarlo. Con un gemido ahogado, se le acabó por montársele encima. Le sintió las manos recorriéndole la piel ya expuesta. A ella solo le quedaba la ropa interior, a él todo lo demás. Le pareció injusto, así que sus manos comenzaron a tirotearle la camisa.
Él se detuvo para ella y la miró fijo a los ojos verdes mientras obraba con calma sobre los botones de la camisa. A la poca distancia, percibió el calor de la tensión sexual que se le antojó divina. Tuvo en la boca una sed ansiosa por su piel, un hambre iracunda por su carne. Lo abrumó cuanto la había echado de menos.
La observó con la boca entreabierta mientras ella presionaba ambas manos sobre su pecho. El contacto lo hizo pedazos, haciendo que le palpitara a prisa el corazón. Se le montó encima, ansiosa, y con movimientos lentos, trazó un arte centelleante con los dedos mientras le recorría el cuello. Le cortó la respiración cuando instaló la boca en la base de su garganta, trazando una ruta paradisiaca con los labios y los dientes, dejándole mordidas que despertaron corrientazos que le llegaron hasta la entrepierna.
Descansando las manos en su cintura, la instó a moverse sobre él. A ella se le escapó un gemido que hizo eco en su oído. Con un par de besos más, llegó al mentón y después a su boca. Se le volvió trabajosa la respiración a medida que se movía más aprisa, añorando ya calmar ese palpitante dolor en su vientre.
La apretó de la cintura y giró con ella en la cama, iniciando un rápido descenso desde su boca hasta su pecho y después trazando un camino húmedo de mordidas hasta el ombligo. Anna contuvo un jadeo al escuchar el crujir de su ropa interior, destrozada por el tirón de sus grandes manos. No tuvo tiempo de abrirle la puerta a la vergüenza, porque le martilleó el corazón con un ímpetu salvaje al sentir la boca de él en su entrepierna. Se arqueó por el golpe de su aliento cálido sobre su piel sensible, mareada por las sacudidas de placer que instaron a su cuerpo a moverse.
―Te eché de menos ―lo escuchó decirle, la voz ronca disparando rayos de placer que subieron por sus piernas―. Sabes tan bien.
No supo cuanto más duró aquella tortura, pero se vio a sí misma montarle las piernas sobre los hombros mientras su cuerpo se sacudía por el éxtasis. Gritó su nombre con la voz temblorosa y trabajosa, la espalda arqueada y las piernas tensas al tiempo que su boca seguía recorriéndola con pericia.
Cuando se le apartó, Anna respiró profundo para reponerse. Lo encontró de rodillas en la cama, mirándola. Se sintió abrumada por la intensidad de su mirada y quiso quebrar la distancia entre ellos. Añoraba aquel contacto que no supo hasta ese instante que había extrañado.
Se impulsó con los codos contra el colchón para levantarse. Deslizó los dedos por su pecho desnudo, rasgando la piel afeitada con las uñas. Lo vio despegar los labios al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás. Anna sonrió, satisfecha con ella misma. Hasta un contacto mínimo como aquel lo afectaba. Quiso hacerle sentir lo mismo que él le despertaba con apenas una mirada.
Lo tomó del cuello y lo acercó para besarlo, acentuando en su boca el deseo de contacto. Lo envolvió como mejor pudo y giró con él en la cama. Con la cabeza en la almohada, Charles la miró. Sonreía.
―Parece que esta es tu posición favorita.
Ella le sonrió también, trazando con las uñas el camino desde su pecho hasta la uve en el vientre. Notó el cambio en su rostro por los labios tensos y los ojos entrecerrados. Buscó con las manos el botón del pantalón y fue deslizando después la bragueta lentamente, para hacerle agonizante la espera. Lo vio patalear para quitarse lo poco de ropa que tenía puesta. No le tomó mucho devolverse a la faena, y un gruñido de placer se le escapó a él mientras enterraba la cabeza en la almohada al sentir la boca de ella recorriéndolo hasta tomarlo entero.
El eco de su placer se expandió por la habitación, y tuvo que armarse de la poca fuerza que le quedaba para controlarse al recordar que Anna tenía vecinos. Bendita fuera ella y su boca, que a momentos la sentía experta y a momentos torpe, pero que sabía de igual forma como hincarle el placer. Verla obrar su magia erótica le cortó la respiración que acabó convertida en jadeos.
Al detenerse, fue repentino el movimiento de ella al subírsele encima. A él le costó un instante reponerse, y concentrarse con el calor de su piel desnuda golpeando la suya. Vio en sus grandes ojos lo que quería, el mismo anhelo que hacía mella en él. Buscó con la mirada donde habían quedado sus pantalones.
―Abre la gaveta ―le dijo ella.
Con el ceño fruncido, hizo lo que le dijo. Encontró en su interior un montón de preservativos de diferentes tallas. La miró con una mueca divertida.
―¿Hay algo que quieras decirme?
Sonriendo, alargó la mano para tomar el preservativo. Dejó en el aire cualquier respuesta mientras rasgaba el paquete, con la vista fija en él. La miraba también, y a Anna le encantaba. Le inyectaba seguridad que pudiese atrapar la atención de un hombre como él.
Notó como seguía la trayectoria de sus manos mientras ponía el preservativo. Lo vio despegar los labios para dejar escapar un jadeo, y a ella le sentó de maravilla su reacción. Presionando las manos en el vientre de él, se le montó encima y de la garganta de ambos escapó un gruñido de placer.
No tuvo tiempo para acostumbrarse a él cuando la tomó por la cintura con ambas manos y la instó a moverse, primero despacio y después a prisa, hasta que le costó respirar. Se arqueó al sentir las manos de él trasladarse por su cuerpo hasta sus pechos, envolviéndolos y pinchando sus pezones cada tanto. Perdió sobre él el sentido del tiempo, y con el placer dando latigazos dentro de ella, olvidó lo demás. Se intensificó el tirón en su barriga con las uñas de él recorriendo sus piernas, avivando las llamas que estaban a punto de consumirla viva. Presionó las manos en el vientre de él al tiempo que respiraba trabajosamente. A la distancia, lo escuchó también, danzando en el límite donde estaba ella.
Aclamando su nombre, sucumbió a la última oleada del placer. Cayó rendida sobre su pecho sudoroso, pegando la frente en el lugar donde sintió latir su corazón. Tenía la respiración tan agitada como la de él, rasgándole los pulmones por la urgente necesidad de aire.
Bajó de él y se acomodó a su lado boca arriba. Le subía y bajaba el pecho a prisa, y con el brazo izquierdo tendido sobre el pecho de él, descubrió que también le costaba recomponerse.
Recostada de costado, Anna lo examinó. Le parecía atractiva la forma entreabierta de sus labios mientras recuperaba el aliento, y las mejillas coloradas le daban un distintivo sexual que lo volvía más atractivo. Tenía los gestos de un amante satisfecho y eso elevó un par de puntos a su autoestima. Era capaz de enloquecer a un hombre que poseía una vasta experiencia en la cama. Ella, una mujer de poca pericia.
Intrigado por el silencio, volteó hacia ella. Con el contacto de su mirada, la vio sonreír como si estuviera avergonzada. Quería curiosear el por qué cuando ella era la amante perfecta.
No le dio la oportunidad.
Sin quitarse la sonrisa, abandonó la cama al tiempo que buscaba en el suelo su camisa y se la ponía. Marchó fuera para volver más tarde con dos copas de vino.
―¿Qué te parece mi nuevo departamento?
Con el gesto divertido y la sonrisa coqueta de ella, Charles se echó a reír.
―Bueno, solo he tenido la oportunidad de inspeccionar la cama.
A él le costó apartar la mirada de la forma tan erótica en que sus pechos se movían mientras se subía al colchón, caminando sobre él de rodillas hasta alcanzarlo. Le brindó la copa, y él la tomó casi sin apartar la vista.
―Estuviste en la sala ―la oyó decir―. También en la cocina.
Parpadeó un par de veces para enfocar su atención en su rostro, no en el par de pechos perfectos al descubierto.
―Has hecho cambios ―dijo―. Se ve mucho mejor.
―¿Te parece? ¿O solo lo dices para distraerme del hecho de que no dejas de verme los pechos?
Sonrió, culpable.
―Lo digo de verdad. Se ve mucho mejor ahora.
―Le envié a mi papá el coche viejo que era de mi abuelo, para que lo guarde. No tengo estacionamiento para él por el taxi.
―¿Qué tal te va de regreso en el sitio de taxis?
Anna puso los ojos en blanco al tiempo que bebía del vino.
―Me preguntan por ti, en especial ya sabes quién.
―¿Clayton?
―No, las mujeres, pero Clayton también.
―Diles que ya me apartaste.
A ella se le formó una pequeña sonrisa.
―¿Podría quedarse entre nosotros? Solo por ahora.
Charles la analizó mientras se venía el resto de la copa de un trago.
―¿Por qué?
―Porque esto es nuevo y no estoy preparada para perder mi privacidad. No eres como yo, del montón. Todo lo que haces es observado.
Anna estaba segura de que a él no le agradaba aquello, lo supo por la forma en que alzó las cejas y asintió. No quería que ella fuese de esas cosas que debía mantener en secreto. Una pequeña parte de sí se sintió contenta.
―Necesito tiempo para adaptarme a lo que somos ahora ― le susurró.
―Lo comprendo ―asintió―. Tal vez sea lo mejor, así podríamos disfrutarlo nosotros, sin opiniones de terceros.
Lo recompensó con un beso. Al apartarse, sintió la mano de él recorrerle la barbilla hasta llegar a la nuca. La acercó para profundizar el beso. La maravilló la magia de su pericia y lo bien que se sentía ser besada por él. Quería detener el tiempo y vivir allí para siempre.
―No te preocupes ―dijo él contra su boca―. Haré que nunca te arrepientas de haberte deshecho de la coraza.
Sintió desaparecer de su mano la copa y después, con un beso alargado, su cordura.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro