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Un poco de valor para Navidad

Escuchar el escándalo de risas, gritos y música a su espalda tendría que darle valor para lo que iba a hacer. Su familia divirtiéndose, compartiendo para unir los lazos que la distancia de la vida cotidiana había provocado.

La comodidad del hogar, el saber que sus padres lo querían, que tenía apoyo incondicional de sus hermanos.

Debería tener fe.

Valor para enfrentar a su familia, para aguantas las miradas. No iba a engañarse, sabía que se sentirían heridos, engañados e incluso se culparían. Necesitaba tener fuerza para poder verlos a los ojos y decir que lo lamentaba, pero odiaba en lo que se había convertido.

Odiaba tener que hacer una "escena" de ello, pero no había otra forma.

Por ello estaba fuera, necesitaba un momento para unir sus ideas. Pensaban que estaba siendo egoísta. Tal vez tenían razón, pero qué podía hacer, necesitaba tomar fuerza.

Bufó con una sonrisa amarga.

Casi podía escuchar a sus hermanos quejándose con su mamá, diciendo que era un amargado. Poco les importaba que tuviera un esguince en la mano y que todo el día anterior se mantuvo ayudando a su madre a comprar, pelar y picar. Había ayudado a colocar las decoraciones del patio y del techo; hizo una infinidad de viajes al supermercado.

No sabía qué más querían de él. Había hecho cuanto podía, esa necesidad absurda de ser útil para compensar el daño que haría, pero se sentía absurdamente culpable.

Se quejaban por ver su cara larga. Por no parecer entusiasmado, estar borracho o jugando con los niños. No podía, en realidad no quería. Tenía un nudo en el estómago, le dolía el pecho y sentía que, pese a que la casa de dos niveles estaba llena de gente, estaba solo.

La sensación de desasosiego, mirar a la ventana esperando por algo que no va a pasar. Su vida no era un cuento de hadas, ni una película cursi; el hombre que había pensado sería su compañero lo dejó por otro. Lo terrible del asunto es que tenía que estar frente a su familia y actuar como sí nada.

Tampoco notaron que tenía el corazón roto.

Tal vez era él, realmente tenía un carácter de mierda que alejaba a medio mundo. Seguro su personalidad retraída lo hacía incompatible o su necesidad de tener una relación duradera cuando ni siquiera les había dicho a sus padres sus preferencias sexuales.

Si no podía aceptar quien era frente a su familia, ¿con qué cara podía pedirle a alguien que compartiera su vida?

—¿Adrián?

Respiró profundo. El llamado de su hermana mayor lo hizo salir de sus pensamientos, realmente no quería entrar a la casa. Tenía la mano entumecida dentro del cabestrillo, las cortadas por pelar patatas ardían, le dolía la espalda.

Era un mal hijo, un mal hermano, un terrible amante... era un jodido lío.

Amables manos se apoyaron sobre sus hombros. Quiso llorar, soltarlo todo, desahogarse y dejar eso que mantenía en el pecho. Pero una vez más se forzó a respirar profundo, componerse mentalmente y formar una mueca que se suponía era una sonrisa mientras se volvía para ver a su hermana mayor.

—¿Estás bien?

«Nada está bien, nunca lo ha estado.».

Pero no lo dijo. Se encogió de hombros en su lugar y trato de no mostrar cuan cansado estaba en realidad.

—He tenido un par de días complicados, la lesión y lograr que papá no subiera al techo para colocar las luces —suspiró—, mamá intentando hornear todo antes de que ustedes vinieran...

—¡Lo siento, Adri! —Ella, Suzanne, lo jaló hasta abrazarlo. —Te juro que quería estar aquí antes, pero tuve que atender una emergencia.

—No es tú culpa —le aseguró.

Ella se separó para verlo a detalle. Era al menos cinco centímetros más alta, agregando el que era delgada, se veía adorable en su gran abrigo invernal color cereza. Sus ojos marrones le miraban fijamente, como intentando descubrir qué estaba mal.

Como siempre, buscando solucionar lo que no tenía solución.

—Sé que los últimos meses han sido difíciles —comentó en tono bajo. Adrián bufó—. Muy difíciles —rectificó con un tono triste—, pero sabes qué pase lo que pase, puedes contar conmigo, niño.

Rodó los ojos.

—Tengo veintiséis, Susy.

Fue el turno de ella de bufar mientras le acariciaba la mejilla.

—Para mí siempre serás ese niño que dormía acurrucado a mi costado.

Adrián bajo la mirada, sintiéndose nuevamente como un pedazo de basura. Su hermana había sido como su segunda madre. Le dolía tanto no poder decirle las cosas, haber ocultado por tanto tiempo quien era en realidad. Odiaba sentirse tan deprimido, tan drenado y verse miserable a los ojos de todos.

Tenía que salir de ese círculo vicioso, aclarar las cosas. No podía seguir viviendo de esa manera, no podía, no más.

—Estoy pensando... —respiró profundo—, está noche puede ser adecuada para hablar con todos, aclarar las cosas y... tal vez, no sé...

Suzanne asintió mientras lo sostenía cerca.

—Digas lo que digas, me tienes, tonto —aseguró a su oído—. Estoy justo detrás de ti, siempre.

Adrián asintió contra el abrigo, aferrándose como el niño pequeño que fue. No quería perder a su familia, pero tampoco podía seguir perdiéndose a sí mismo.

Estaba tan cansado de mentir.

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Su corazón parecía estar a punto de salirse, intentó no mostrar sus nervios mientras saludaba. Aunque era inútil. No solo parecía que sus planes para aclarar el asunto de su vida sentimental habían sido aplazados, sino que sus recuerdos de adolescencia venían a acosarle en persona.

Su suerte.

Sus padres, como cosa rara, habían invitado a varios de sus vecinos para pasar Nochebuena. Nunca pasó por su mente que la familia Tobar estaría en el pueblo, menos que entre ellos vendría aquel que había sido su primer amor. Quiso reírse, estaba en su propio cliché de película rosa.

—Hola, ha pasado tiempo —le saludó el hombre de sus sueños infantiles. Ojos avellana en un rostro cuadrado con una barba recortada.

—Bastante... Yo... me alegra de verte, Lucas.

Estrecharon sus manos mientras el resto se saludaba. Quería decir que esa sensación de enrojecer y su timidez era algo que había superado con la madurez, pero no era cierto. Ya no era aquel chico de rostro redondo y grandes ojos; era un hombre que sin duda había pasado por mucho si su mirada cansada decía algo, así como una ligera cicatriz en su barbilla.

—Igual, Adri.

El escándalo por repartir las mesas comenzó, haciendo que se separan sin decir nada más. Lo vio alejarse con su familia, su ancha espalda y la ligera cojera. Bajó la mirada, sintiéndose ahogado por no poder actuar con libertad, no poder sonreír e invitarle a compartir mesa. Tal vez no era el mismo chico que provocó su llanto más de una vez, pero podía ser un amigo.

Cuanto necesitaba alguien con quien hablar.

Fue jalado a la mesa por sus hermanas, las risas de sus sobrinos y un beso de su madre. Su corazón dolía, pero al verlos a todos tan felices y emocionados, no podía dejar de sonreír. Y, desear que al menos esa Nochebuena estuviera llena de buenos recuerdos.

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—Adrián sigue creyendo que es un niño pequeño, no quiero culparte Susy, pero lo tienes muy consentido —el tono alto llamó la atención de todos. —Que yo sepa mi hermano nunca le ha conocido una novia, pobre, al menos mis otros sobrinos salieron normalitos.

Adrián cerró los ojos y se obligó a respirar, el deseo de gritar o salir corriendo estaba quemando su interior. Desaparecer. Ignorar que en ese momento tenía los ojos de sus padres sobre él o como un montón de extraños estaban siendo testigos de una nueva humillación por parte de su tía paterna; era demasiado difícil. La mujer no podía evitar "dar su opinión", incluso de aquello que no le importaba.

—Tía, creo que Adri traerá a alguien cuando sea el momento —intervino Susy, su mirada sobre su hermano, quien estaba intentando meter su cabeza dentro de su plato. —Además, las relaciones no son competencias. Tampoco creo que mis padres puedan quejarse, ya tienen tres nietos.

Ella bufó.

—Eso no quiere decir que mi hermano no se preocupe —agregó en un tono de falsa preocupación.

El que estuvieran en mesas diferentes no era importante para la mujer, ni que hubiera personas ajenas al núcleo familiar. Según ella, no estaba diciendo nada fuera de lo normal, no tenía por qué hacer caso de la mirada de sus sobrinas ni sentir pena por ese joven hombre que había palidecido cuando comenzó a dar su "sabio consejo".

Susy frunció el ceño, sin embargo, fue Malia —otra de sus hermanas—, la que alzó la voz.

—¿Preocuparse? —preguntó molesta. —Tía, mis papás obtienen un porcentaje de nuestros sueldos y yo soy testigo que Adri ha enviado cada mes su aporte. —Levantó la mano callando a la mujer antes de que la interrumpiera. —Tiene un buen trabajo, un lindo apartamento... no veo porque SU vida sentimental puede ser de su preocupación.

¿Podía ser más patético? Sus hermanas lo defendían, incluso su mamá parecía estar a punto de lanzarse sobre su tía. Las otras familias solo miraban la disputa en silencio, si mucho comentando entre ellos lo triste de la situación.

—Eso es cierto, Margaret. —Finalmente su padre alzó la voz. —Adrián aporta a la familia como todos, es cierto también que nos preocupa verlo solo —agregó tomando la mano de su esposa para tranquilizarla y volvió la atención a su hijo menor. —Sin embargo, sé que cuando llegue el momento nos traerá a alguien.

Margaret bufó.

—Querido, lo sé, pero has sido muy comprensivo con él. —Su larga uña señaló a Adrián como si fuera necesario resaltar de quien hablaba. —Míralo, incluso está lastimado por venga Dios a saber qué cosa.

—Trabajo en una constructora —contestó.

—Trabaja en una constructora —respondió Susy al mismo tiempo.

¿Acaso merecía ser miserable en todos los sentidos?

La tía bufó.

—Un simple obrero, cuando mi hermano había estipulado que fuera a la universidad —dijo con ese tono de superioridad que enervaba los nervios. —Además, quien sabe qué clase de vida tiene en la ciudad... Solo Dios sabe si es que no ha terminado como esa clase de hombres.

Eso hizo que levantara la mirada. La implicación fue como una puñalada; miró alrededor de la mesa notando como sus hermanas empezaban a alzar la voz, sus hermanos lo miraban de reojo sin intervenir y la clara duda de algunos de sus tíos. Incluso cuando veía a sus padres discutir podía decir que la duda estaba en sus mentes.

—¿Qué... qué hay de malo en ello? —preguntó alzando la voz, lo repitió cuando nadie pareció escucharlo.

—Adri no necesitas discutir con ella, ya sabes cómo es —Suzanne intentaba parecer tranquila.

La miró con suplica.

—¿Habría algo malo si lo fuera, Susy? —preguntó mirando alrededor, el silencio fue pesado incluso cuando podía escuchar las explosiones que indicaban que poco faltaba para la medianoche.

Susy negó.

—Absolutamente nada malo. —Lo miró con cariño y lágrimas.

—Yo...

—No hay nada malo —alzó la voz su mamá. Sus ojos llenos de lágrimas, se levantó de su lugar para rodear la mesa y poder abrazarlo por la espalda. —Mi dulce niño puede tener una relación con quien quiera.

—¡Juliana!

—¡Silencio, Margaret! —gritó, sus brazos como acero a su alrededor lo mantuvieron con el rostro en alto. —Está es mi casa y nunca, me oyes, nunca renegaría de un hijo mío. Ahora, este no es el lugar para esta conversación. —Buscó la mirada de sus amistades—. Perdonen las molestias, iremos un momento dentro con nuestros chicos. Disfruten la cena, por favor.

Adrián no supo cómo es que termino entre abrazos, consuelos, lágrimas y unas cuantas sonrisas. Por su mente nunca pasó que estaría entre sus padres, siendo consolado y alentado. Su familia y él encerrados en la cocina en un lío de abrazos, como cuando eran niños, mientras fuera estallaban las bombas de medianoche.

Le dieron valor y fe.

Fin.

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