El sabor de la soledad.
Kaleth lloraba. Lloraba y comía. Y comía y lloraba.
No soportaba su propia existencia, así que comía. Mientras masticaba, se preguntaba a sí mismo una otra vez qué era lo que había hecho mal.
Siempre la había tratado como a una reina. La había protegido, acompañado y amado con todo su ser cada segundo de cada día. ¿Cómo iba a poder olvidar el olor a delicioso chocolate de su shampoo de todos los días? ¿O el tan único sabor agridulce de sus labios, de su piel? La manera en que sus carnosos labios se curvaban hacia arriba al sonreír, provocando en Kaleth el irresistible deseo de morderlos, ¿cómo poder vivir sin todo eso? La respuesta era simple: No podía. Estaba perdidamente enamorado de ella y su sabor agridulce, la necesitaba consigo.
Pero para ella su amor no había sido suficiente, no. Ella no creía que él fuese lo suficientemente bueno. Mientras pensaba con rabia en aquello, masticaba, y cada tanto se sentía algo culpable por lo que había hecho.
"Se lo merece" le dijo él, su único amigo de verdad. "No te correspondió como debía, jamás tomó en cuenta todo lo que hiciste por ella"
Kaleth asintió con la cabeza y siguió en su tarea de masticar para seguir comiendo, devorando el delicioso platillo que tenía en frente. Ella tenía la culpa, ella lo había engañado y dejado. Había roto su corazón y toda desgracia que cayera sobre su persona sería insuficiente para él y su hambre de venganza. Porque de eso sí estaba hambriento.
Con sus manos manchadas, continuó extrayendo pedazo por pedazo pequeñas cantidades de carne. Se las metía a la boca y las masticaba durante varios minutos antes de conseguir tragarlas. No necesitaba un cuchillo o tenedor. De hecho, ambos implementos eran completamente inútiles en aquel caso.
Saboreaba cada bocado y las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas, pero por alguna razón, a él ya no le molestaban. Tal vez porque después de horas en aquella situación, se había acostumbrado al flujo salado a través de su rostro o simplemente porque estaba ocupado en su ciclo de cortar, saborear, morder y tragar.
Casi se había convertido en una rutina, seguía cada paso sin pensar. Cada trozo de carne cruda en su boca era un pequeño paraíso exquisito, jugoso y...
Agridulce.
"Debes guardarla contigo, Kaleth, dentro de ti" susurraba la voz que lo acompañaba desde hacía ya dos años. "Ella ya no podrá dejarte jamás"
Kaleth solo seguía asintiendo con la cabeza mientras pasaba su lengua por sus labios, tiñiendo la mitad de su rostro de un tono escarlata aterrador. Luego de cada bocado murmuraba entre dientes.
-No podrá dejarme jamás. Estaremos juntos por siempre. Te llevaré dentro de mí siempre, Gabrielle -una sonrisa torcida, manchada de la sangre de su amada y acompañada por unos enormes y penetrantes ojos desorbitados se adueñó de las facciones de Kaleth. Decidió que era hora de pasar a la mejor parte del banquete. Retiró su pequeña navaja de su bolsillo, la acercó lentamente al pálido y delicado cuello de la pelinegra y lo deslizó a través de este. Primero fue un corte superficial y poco profundo, pero Kaleth no se conformaría con dejarla ahí, tan deliciosamente bella y sin darle una buena probada. De un brusco movimiento degolló a la menuda joven y la blanca camiseta del muchacho se oscureció notablemente y se pegó a su abdomen. Sus ojos estaban muy abiertos y sonreía cual niño en Navidad, no pudiendo resistirse a la maravilla sangrienta frente a él. Acercó sus labios a los fríos de ella y la besó con lujuria. Lamió y recorrió con su boca cada centímetro de su rostro para luego bajar a su mandíbula y cuello (el sector más sabroso, por supuesto). Abrió lo más que pudo sus labios para abarcar la herida completa con ellos y comenzó a succionar desesperadamente. Este era el verdadero paraíso. Bebía sin descanso del elixir proveniente de la chica más hermosa del planeta hasta que este comenzó a emanar en menor cantidad. Limpió sus mejillas y labios con su lengua y luego con la manga de su camiseta para después volver a empuñar su aparentemente inofensiva navaja y continuar con su deleite. La chica era tan apetecible por dentro como por fuera. El festival de sangre, huesos, entrañas y demás interiores de su amada encendían el deseo en los ojos de Kaleth mientras comía, besaba, lamía y mordía lo que iba quedando de la muchacha. Cada cierto tiempo soltaba suspiros o gemidos animales de placer a la vez de murmurar alguna que otra frase cargada de pasión y lujuria hacia el pálido y tieso cadáver.
No viviría sin Gabrielle, la llevaría por siempre consigo.
Dentro de sí.
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