XI
Podía negarme...
Podía negarme para volver a la muerte y pudrirme en el suelo, hasta volverme polvo. Si... Eso sería lo adecuado, incluso crearía vida con mi muerte.
Ese era mi deber, vivir, pelear y morir por Athena. El plan siempre fue bastante claro, sin embargo, fallé, no morí peleando por ella.
No, mi muerte... Yo me la había buscado de esa forma.
Yo me había equivocado, yo había obrado mal y ahora me correspondía pagar y el precio que había fijado el cobrador era bastante alto, sin embargo, podía negarme.
¿Era eso lo que debía hacer?
Definitivamente, si.
¿Era eso lo que realmente quería hacer?
...
Era complicado y era despreciable, sin embargo, Aioros no solo me daba una oportunidad para redimirme con él, sino que también me daba una recompensa, eso me volvía un egoísta e interesado. Antes de morir traté de entender a partir de qué punto había comenzado a equivocarme, fue antes de llevar el cuerpo sin vida de Aioros a mi templo, antes de matarlo en aquella fatídica noche, fue mucho tiempo atrás, cuando comencé a verlo a él con sentimientos que no eran propios de un caballero, si... Amarlo tanto, de esa forma, era mi crimen y sería mi condena.
Y era por ese preciso amor que no podía odiarlo, ya lo había dicho antes, fuera él un traidor o no yo estaba locamente enamorado de él, sencillamente no podía renunciar a él, de todas las cosas que podía hacer esa era la única que me parecía imposible.
Debía hacerlo...
Redimirme, aunque eso significaba traición.
Redimirme, aunque condenaría la vida de otros.
Escribiría una nueva historia con la nueva oportunidad que me habían dado, aunque los cimientos de nuestro nuevo paraíso serían los cuerpos muertos de nuestros conocidos. Mi corazón se encogió al pensar en ellos.
Respiré profundo.
Podía estar loco, podía ser egoísta, podía ser un traidor, pero no era un insensible. Mis puños se apretaron con fuerza, haciendo crujir las piezas moradas que cubrían mi mano, mientras observaba a la lejanía la majestuosidad de los Doce Templos del Santuario. Mi rostro recuperó su seriedad, mis ojos la frialdad del acero, tenía que poner la mente en blanco, dejar mis emociones de lado para así lograr mi cometido, no debía tener ni una pizca de duda ni de desidia en consideración a los otros; una espada manejada con una mano temblorosa solo riega sangre de forma innecesaria y yo debía ser letal, matar de un solo corte si era posible, ese sería mi acto de misericordia hacia los demás, mis queridos compañeros.
Volteé a mirarlo a él, a Aioros, quien estaba a mi lado, su mirada estaba perdida en un punto lejano mientras su cabello castaño y los lazos de su vincha roja ondeaban suavemente, admirando la belleza de lo que había sido nuestro hogar cuando éramos Santos; el peso de mi mirada lo hizo voltear hacia mí, no tardó un brindarme el hechizo de su bella sonrisa, esa que me daba seguridad pues disipaba todas mis dudas, mientras esa sonrisa estuviera en mi vida todo estaría bien.
Ah... Solo bastó ese lindo gesto suyo para darme cuenta que nunca hubiese podido negarme. No a él, jamás a él, me aferraría a su amor, aunque fuera con las manos bañadas en sangre y sin importar el enorme peso que torturaría mi consciencia hasta el nuevo fin.
"I will suffer for so long to make it up to you
I'll do whatever you want me to do"
La matanza que teníamos planeada sería lo que nos uniría para siempre.
Siempre fuimos un gran equipo, nos complementábamos tan perfectamente, arquero y espadachín cubriéndose la espalda. Hades nos otorgó un pequeño ejército de peones, y como tal, los dejamos morir, su único propósito era ser una distracción mientras las piezas más fuertes se encargaban de los peces gordos.
Mu no estaba en su templo, lo cual me resultó un alivio, pero cuando llegamos a Tauro, no me contuve y Aioros tampoco. Si... Atacamos en conjunto, al diablo las reglas de los caballeros y sus peleas uno contra uno, ya éramos traidores, había una recompensa demasiada alta en juego y mi moral dudosa se había ido de vacaciones. Rápido y sin dolor, así era como quería que fuera, desafortunadamente no podía garantizar lo segundo así que debía otorgarles lo primero. Sentí pena por Aldebarán, era un gran sujeto, pero la sonrisa de Aioros y su mano que me alentaba a seguir adelante, volvieron a hacer el truco, mi corazón dejó de estrujarse por la tristeza para volver a latir fuerte por la determinación.
Géminis estaba vacío así que seguimos nuestro camino a Cáncer, para entonces el factor sorpresa no existía, ya sabían bien claramente que se trataba de nosotros, pensé que el Santuario mandaría sus reglas al diablo al percatarse de la gravedad de la situación, pero los caballeros que estaban presentes permanecieron inamovibles en sus templos como dictaba la tradición.
El segundo en caer fue Deathmask. Sus ondas infernarles siempre fueron un fastidio, y si, nos arrastró al Yomotsu, grave error, debió habernos separado, el muy imbécil con su ego inflado hasta el infinito creyó que podría derrotarnos en conjunto. De nuevo mi corazón volvió a doler, pero ahora fue muchísimo más que antes. En comparación a cuando maté a Aioros esta vez no estaba en un extraño trance, estaba bastante lucido, hubiera agradecido que no fuera de esa forma. El estómago se me revolvió cuando nuestras almas volvieron al Santuario, ver el cuerpo sin vida de Death y su sangre en mis manos, me hizo sentir un dolor atroz, casi tan grande como cuando encontré el cuerpo sin vida de Aioros en el fondo de aquel barranco, pero me recuperé rápidamente, no tenía tiempo para estar de luto por él, yo tenía una misión a la cual ya me había mentalizado a que sería así de difícil; mi amigo italiano sería otro cuerpo más para el cimiento al que me aferraría con las uñas ensangrentadas.
Debía continuar, debía seguir matando a lado de Aioros. Si... Debía ser fuerte, el trabajo duro tendría un gran pago.
Cuando llegamos a Leo limité mi participación, no quería involucrarme en esa tragedia familiar y para ser honesto, ni siquiera fue necesario. Aioria no podía con su estupor, sus bonitos ojos verdes vibraban desorbitados mientras su cuerpo palidecía y temblaba. No lo juzgaba, esa misma expresión la tuve yo cuando Aioros me mostró que estaba vivo y que era capaz de todo, incluso de lastimar a los que más quería. Pobre chiquillo reducido a un gato tembloroso a merced de su hermano. Cerré los ojos con pesar cuando la flecha dorada atravesó limpiamente su corazón. La nueva sonrisa que Aioros me dedicó con toda la calma del mundo después de matar a su hermanito hizo que un escalofrío me recorriera de la cabeza a los pies. Esa había sido la prueba máxima de su compromiso a nuestra misión encomendada, nada lo iba a detener.
Los Santos siguieron cayendo. Con Shaka debimos ser muy rápidos, por suerte él también era bastante engreído así que ni oportunidad le dimos de abrir sus ojos, su cabeza rodó con los parpados cerrados. Milo, gracias a sus fuertes emociones, cometió errores que terminaron costándole la vida, su intenso odio desbordado fue su perdición. Afortunadamente Acuario estaba vacio ya que Camus se encontraba entrenando a sus discípulos en Siberia, ese sería un peso menos sobre mi consciencia, sólo un pequeño y miserable consuelo que no me serviría de nada. Ya estaba agotado cuando llegué al doceavo templo, el brazo derecho me dolía del hombro hasta la punta de mis dedos por usar tanto a Excalibur, pero aún no habíamos terminado, la pesadilla en el Santuario de Athena no terminaría hasta que Aioros y yo cumpliéramos nuestro objetivo, y Afrodita ni sus malditas rosas envenenadas nos iban a detener. Corté rápido, quizás y Afrodita no había sentido el dolor de mi técnica letal, pero definitivamente murió sufriendo, lo sabía, sus ojos celestes siempre fueron bastante transparentes, reflejaban lo sensible que era ante todo, ante la traición de su amigo, y al igual, como con Deathmask, mi corazón se estrujó dolorosamente, pero al menos me confortaba saber que Afrodita y él ya estaban juntos en la muerte.
El Patriarca también dio pelea, pero un anciano sin armadura, por más fuerte que haya sido en el esplendor de su juventud, tampoco fue rival para nosotros juntos. Mientras nos dirigíamos a los aposentos de Athena también liquidamos a todo el personal que se encontraba ahí, no tuvimos misericordia con nadie, ni con las mujeres, ¿cómo podríamos si nos disponíamos a matar a una indefensa bebé?
"We're coming back.
We'll live forever.
Let's have wedding.
Let's start the killing."
Cuando llegamos a los aposentos de nuestra Diosa encarnada ella lloraba en su cuna en medio de la oscuridad, sola, sin nadie que pudiera socorrerla de los monstruos que había enviado el Dios de la muerte. Recordé a la pequeña niña que Aioros había usado para tratar de suplantarla antes, aquella a la que dejé a la merced de un destino cruel. Así era la vida, cruel con todos, sin importar lo frágil o puro que uno fuera, e injusta pues la gente que menos lo merecía podía disfrutar de bendiciones. Yo iba a tener mi "juntos para siempre" con Aioros, con mi conciencia hecha añicos, pero con él, esa sería la bendición para mi corazón indigno.
Bajé la mirada y me quedé quieto mientras Aioros se aproximaba a ella, ya era muy tarde para pensar en lo bajo que había caído por amor. —Terminemos con esto y ya llevémosla con Hades para que... —El nudo que se formó en la garganta me impidió terminar esa frase y mi cuerpo tembló con la sola idea de lo que estaba próximo por ocurrirle a Ella. Tragué duro, pero guardé silencio. Ya no había nada marcha atrás.
Sin embargo, alcé la mirada al ver que Aioros permanecía inmutable frente a la cuna, dándome la espalda, la luz que se filtraba por la ventana del cuarto de la Diosa no ocultaba la sangre con la que su piel y lo que quedaba de su sapuri estaban bañadas, mi aspecto era igual de grotesco.
Fruncí mis cejas delgadas mientras mis ojos verdes lo miraban, extrañado ante su silencio. —¡¿Qué estás esperado?! —No hice intento alguno para ocultar mi impaciencia, quería terminar con esa pesadilla de una buena vez, teníamos que llevarla con Hades, nuestra recompensa ya estaba asegurada y nos esperaba.
—Shura... —Él se giró lentamente para mirarme, esta vez no había sonrisa alguna en su rostro que me brindara paz, ni seguridad, nada que hiciera el bonito hechizo que siempre engañaba a mi corazón, solo una frialdad dura en sus bonitos ojos aguamarinos. —Atena morirá aquí y ahora.
—¿Qué? —No podía creer lo que estaba escuchando. Esa no era la misión, debíamos llevarla con nosotros viva para que el Dios del Inframundo la matara con su propia mano, de lo contrario, Aioros y yo no tendríamos lo que tanto queríamos, por lo que tanto habíamos trabajado, él y yo no...
Cuando colocó una flecha sobre su arcó una corriente de alarma recorrió todo mi cuerpo, disipando cualquier pensamiento de mi mente, pero había sido muy tarde. Antes que yo pudiera comprender y reaccionar ante lo que estaba pasando la flecha dorada perforó mi cuerpo a la altura de mi hombro derecho, con tanta potencia que atravesé la pared, dejándome clavado en la pared del pasillo que daba al cuarto de la Diosa.
El derrumbe silenció mi grito de dolor, el polvo de los escombros lo distorsionaba todo ante mis ojos, el llanto estridente de la bebé ahogaba mis jadeos desesperados y confundidos mientras mi sangre caliente se filtraba por la herida y bajaba por mi cuerpo rápidamente. ¡¿Qué demonios acaba de pasar?!
Estaba tan estupefacto mirando la flecha que había entrado a mi cuerpo, que no me percaté cuando una segunda perforó mi mano izquierda temblorosa que apenas había recibido la señal de mi cerebro para sacar la de mi hombro, inmovilizándola a mi costado.
Mi mirada espantada se despegó de mis heridas para mirarlo a él, a Aioros, estaba tan tranquilo, seguía frente a la cuna de la bebé que lloraba con toda la fuerza que sus pequeños pulmones permitían, pero cuando una pequeña sonrisa llena de satisfacción apareció en su rostro mi corazón se rompió en mil pedazos.
No había dolor...
Ni pena...
Nada de remordimiento...
Solo complacencia al haberme lastimado.
—¿Aioros? —Lo llamé confundido y con la voz temblorosa porque los fragmentos de mi corazón aún latían desesperados por él. No me podía mover, ni siquiera a Excalubir, cualquier intento disparaba una fuerte corriente de dolor extenuante desde mi hombro al resto de mi cuerpo.
En su mano derecha, en la que no sujetaba su arco, apareció una daga cubierta de gemas preciosas que brillaron con la poca luz que reflejaban de la noche. —Nunca debiste confiar en un traidor, Shura. —Sermoneó mientras me señalaba con esa arma blanca, su sonrisita no abandonaba su bonito rostro.
—Pero... —Apenas separé los labios la sangre comenzó a brotar por mi boca. —¿Y nuestra segunda oportunidad para estar juntos? —Y yo de idiota con todas las letras de la palabra preguntando, era claro que todo se había ido al carajo, incluido mi amor que estuvo dispuesto a hacer todo por él.
No podía estar más claro que el agua.
Todo había sido un engaño, una mentira, me había usado vilmente y con tanta facilidad por los malditos sentimientos que tenía por él. Todos los pecados que cometí por la idea de un futuro juntos serían mi condena, lo pagaría muy caro.
Pero aún podía hacer algo bien, todavía estaba vivo, lúcido y sin la venda de mis sentimientos por él en los ojos.
—No lo hagas... —Traté de mover ambas manos, la izquierda se deslizó por el astil dorado dejando un rastro de sangre mientras en mi brazo derecho cansado y adolorido se concentraba Excalibur, cada intento que hacía por moverlo sentía como la carne perforada se desgarraba, aun así, debía intentarlo, no... ¡Debía lograrlo!
Pero Aioros no me escuchó y tampoco me iba a esperar, rápidamente me dio la espalda para volver su atención hacia la bebé, cuando alzó en su puño la daga de forma amenazadora lo supe...El tiempo se acababa.
Elevé mi cosmos para darme fuerzas entre el dolor. —Aioros... ¡No lo hagas! —Pero el filo de mi espada había llegado tarde, la bebé ya no hacía ningún ruido.
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