X
—Shura...
La voz masculina que llamaba mi nombre era tenue, lo hacía con delicadeza, eran como caricias sutiles en mis oídos, tan hermosa como la voz de un ángel.
—Shuraaa...
Extendió la "a" de mi nombre. Lentamente mi cuerpo comenzó a flotar, como si esa voz me elevara en un suave arrullo, ¿cómo es que una voz puede transmitir calidez en medio de la oscuridad que envolvía mi cuerpo?
Lentamente la oscuridad comenzó a quedar atrás, la luz me envolvió con un brillo enceguecedor y de nuevo todo fue un caos a mi alrededor, hacía un frío que me tenía temblando, el cielo portaba una coloración de un gradiente entre rojo, morado y negro que me intimidaba con la fuerza de sus contantes rayos que lo surcaban poderosos para retumbar estruendosamente en puntos lejanos y las violentas ráfagas de aire que raspaban mi piel también despeinaban mí ya revoltoso cabello oscuro.
El estupor en mi rostro aumentó cuando reconocí los bonitos ojos aguamarinos que me observaban de cerca.
Una bella sonrisa se dibujó frente a mí.
—¡Sorpresa! —Exclamó emocionado Aioros con una radiante sonrisa que mostraba su perfecta dentadura y después me tomó del rostro. —¡Estás muerto!
Después de percatarme que estaba sobre sus muslos, que sirvieron como almohada para mi cabeza, me levanté de un brinco y me alejé de él lo que consideré suficiente, a unos 5 metros y me limité a ello únicamente porque no quería darle la espalda más tiempo.
Él se puso de pie con calma, ya no tenía motivos para seguir arrodillado contra el suelo que era árido, sin vida alguna y ni un poco de humedad.
—¡¿Qué está pasando?! —Demandé saber. De reojo miré un poco del entorno, parecía el escenario de una pesadilla.
Aioros sonrió levemente con simpleza. —Te dije que te traería conmigo para que estuviéramos juntos por siempre. Ahora podremos jugar a "la casita" juntos. —Extendió sus brazos, dándome a entender que ese horrible escenario sería nuestro nuevo hogar.
Tragué duro al comprender lo que implicaba eso. El maldito me había apuñalado, se había comido mi corazón y me había hecho otras cosas impensables. Llevé una mano a mi pecho, donde pude sentir los latidos irregularmente agitados de aquel órgano que había perdido. Mis ojos subieron para encontrarse con los suyos que me miraban con su característica ternura. —Entonces... —Palpé el resto de mi cuerpo por sobre mi ropa, estaba sucia, tiesa por la sangre seca y llena de agujeros en mi torso donde su flecha me había atravesado, podía sentir sobre la tela la piel cicatrizada de todas las heridas ocasionadas, en cambio el seguía usando su armadura de un oscuro morado. —¿Estamos muertos?
—No, ya no...
Esa respuesta no me hizo sentir más tranquilo.
Aioros comenzó a caminar hacia mí, la parte que aún me quedaba cuerda quería huir de él, sin embargo, cuando llegó me envolvió en un abrazo y no pude evitarlo, mi cuerpo se amoldó al suyo gracias a la calidez de su cuerpo, y de nuevo todo dejó de tener importancia, todo el daño que me había hecho salió por la ventana, yo solo me quería aferrar a él y lo hice, cedí ante mis propios deseos, mis brazos rodearon su espalda ancha, cerré los ojos, recargué mi cabeza contra su hombro y me dejé llevar por la tranquilidad del momento a pesar del extraño y lúgubre ambiente que nos envolvía. Estaba loco, si, pero locamente enamorado. Simplemente no lo podía evitar, no quería renunciar a él. ¿Cómo podría? Ese era mi lugar en el mundo, solo ahí me sentía tan pleno y lleno de dicha, él era mi paraíso, mi pequeño pedazo de cielo.
—Al menos tú no lo estás por el momento.
Sonreí con amargura ante ese comentario que arruinó nuestro bonito momento. Claro... Nosotros nunca teníamos nada fácil ni regalado.
Despegué mi rostro para verlo, mis delgadas cejas enmarcaban mi confusión, el acarició mi mejilla con suavidad, transmitiéndome su calma característica, después tomó mi mano para llevarla contra sus labios y darle un beso.
—Pero si aceptas hacer lo que te pido, Él dejará que te quedes con vida.
—¿Él?
Aioros asintió. —El Dios Hades.
Me quedé perplejo al escuchar su nombre y de nuevo miré a mi alrededor y después a mi cuerpo. ¿Acaso me estaba diciendo que le debía esa nueva vida al Dios de la muerte y en ese momento nos encontrábamos en el Inframundo?
Retiré mi mano para soltarme de Aioros, aunque seguí pegado a él, con su otro brazo rodeando mi cintura.
Aioros solo sonrió ante mi silencio, él lo podía comprender con facilidad. —Sé lo que piensas y ambas respuestas son "Si".
Fruncí mi ceño. —¿Y por qué estoy aquí? ¿Por qué alguien como Hades me reviviría a mí y también a ti? Ambos somos Santos de su más grande enemiga.
Su otra mano también viajó a mi cintura, estaba bastante meloso para mi gusto mientras abordaba un tema muy confuso y al que se le debía dar seriedad. —Porque quiere darnos una misión. —Besó mis labios que estaban tan tensos como el resto de mi cuerpo. —Quiere que traigamos a Athena para que él tenga el privilegio de matarla.
—¡¿Qué?! —En cuanto dijo eso tomé sus manos y sin delicadeza alguna lo obligué a soltarme para después retroceder un par de pasos, mi mirada consternada lo escudriñaba con detenimiento, en busca de alguna señal que me dijera que estaba realizando una broma de muy mal gusto, sin embargo, volví a captar el color morado oscuro su armadura y fue entonces cuando comprendí lo que esta era, una surplice. —¿Tu aceptaste? —Ahora mis ojos verdes temblaban desorbitados con indignación. —¿Es por eso que volviste a la vida?
Aioros respondió únicamente con otra pequeña sonrisa.
Me quedé boquiabierto, mis rodillas comenzaron a flaquear y cubrí mi ojo izquierdo donde mi parpado inferior había comenzado a temblar. Recordé la noche en la que el Patriarca me había pedido asesinar a Aioros, el dolor tan fuerte que sentí en mi pecho aquella vez, cuando en unos instantes desmoronaron la imagen del Santo perfecto que había sido mi amado, todo lo que yo había pensado de él oficialmente se había ido al diablo. Verlo ahí, usando cómodamente la armadura del enemigo, lo confirmaba. —En verdad eres un traidor...
Su rostro permaneció inamovible. No lo negó y su silencio me resultó tan abrumador, tan aplastante que me hizo ceder de las rodillas, las cuales se golpearon con un sonido seco. Aun así, no podía creerlo, aunque fuera él mismo quien lo confirmaba con su silencio, volví a recordar la fatídica noche de su muerte, o al menos eso intenté con todas mis fuerzas, pero los recuerdos se habían vuelto borrosos, dudosos, no podía recordar con exactitud cuales habían sido sus acciones ni sus palabras aquella vez. Todo comenzó a darme vueltas en la cabeza, recordar ese día no era solo doloroso en mi corazón.
—¿Quién... —El nudo que se formó en mi garganta me impedía hablar correctamente, pasar saliva a través de el me pareció imposible. —¿Quién era la niña a la que llevabas esa noche? ¿Qué sucedió con ella?
—¿Acaso importa? —Un escalofrío recorrió mi cuerpo con el poco tacto con el que abordó el tema de la bebé en aquella fatídica noche. —No era nadie, solo un medio para cumplir un objetivo, suplantar a Athena para que no notaran su ausencia a tiempo.
Inhalé profundo para recuperar el aliento, tenía que calmarme, tenía que ser fuerte, estaba vivo, pero de nuevo mis malditos pensamientos eran una tortura, debía recordar quien era yo y tenía que analizar la situación, aunque realmente no había mucho que pensar. —No...
Las cejas gruesas castañas se alzaron ante mi débil negación.
—No quiero... —Mis ojos temblaban, sin embargo, mi voz estaba llena de determinación, no había flaqueado ni un poco. —No puedes pedirme que traicione a Athena, le he dedicado mi vida entera, he jurado protegerla, por todos los Dioses... ¡Te asesiné por ella!
—¿Y no te arrepientes de haberlo hecho?
Tragué duro ante su pregunta, sus palabras atravesaron dolorosamente a mi corazón, que aunque era nuevo conservaba todos los sentimientos.
Por supuesto que me arrepentía, no había mayor prueba de eso que haber llevado su cuerpo muerto a mi casa, pero también tenía fuertes ideales los cuales defendía a capa y espada y esos eran todo lo que Ella representaba. Sin embargo, la expresión dura en el rostro de Aioros me intimidaba, podía sentir su disgusto, su decepción y eso me dolió profundamente en el pecho, solo él podía alterarlo de esa forma. Bajé la mirada al sentir que lo estaba defraudando, pero el que estaba mal ahí era él, no yo.
—Además... —La seriedad en su voz me sacó de mis pensamientos, él no tardó en volver a acercarse a mí, tomó mi mentón y me obligó a mirarlo desde abajo, la delicadeza con la que antes me había tratado había desaparecido al igual que la calidez de su mirada. —Tienes que dejar de mentirte. —Sus cejas se fruncieron cuando mis ojos se agrandaron con incredulidad. —Tu no me mataste por ella, tú me mataste por despecho. Lo que tu hiciste no fue cumplir una orden, fue un crimen pasional, así de fuerte es tu amor por mí, retorcido, pero fuerte.
Sin embargo, yo me negaba a aceptarlo. —¡Tu cometiste traición!
—¡Si! —El alce de su voz fue mayor al mío, provocando que me encogiera en mi sitio. El suspiró con fastidio y después se arrodilló para encontrarnos a la misma altura, sus manos se apoyaron en mis hombros, y su rostro recobró su característica amabilidad, ese cambio súbito me hizo sentir incomodo. —Ese día tu debiste escucharme, se supone que me amabas y no lo hiciste. —Dio un toquecito en mi frente para distraerme del dolor en mi corazón que provocaron sus palabras. —Estabas cegado ante los pensamientos de tu mente, tú mismo te pusiste la venda en los ojos. Yo quería explicarte, yo quería tu apoyo... ¡Yo quería llevarte conmigo! —Sus manos descendieron por mis hombros hacia mi pecho y sus ojos se ocultaron entre la sombra de su flequillo castaño, aunque claramente, al igual que su mano derecha, estaban fijos en el agujero más grande de mi playera. —Si me hubieras escuchado tú y yo no nos habríamos hecho tanto daño.
Su comentario hizo que un peso invisible se anclara sobre mis hombros. —¿Esperabas que yo te apoyara en tu traición?
—Si. —La sonrisa con la que respondió mi pregunta hizo que otro escalofrío recorriera mi cuerpo. —¿No es eso lo que haría un buen amante?
Mi cuerpo tembló ante lo que él estaba implicando, yo tenía una devoción enorme hacía él desde que era un chiquillo recién llegado al Santuario, y ahora sabía perfectamente que gracias a mi amor enfermo podía hacer cualquier cosa, hasta lo más descabellado, pero ¿traición?
Aioros besó mis labios repentinamente, interrumpiendo el mar de pensamientos que me ahogaba para dar paso a un mejor lugar, uno donde estábamos él y yo solos, en donde todo se sentía bien, donde todo era perfecto, sometiéndome a su hechizo que me recordaba que solo con él tendría mi "feliz para siempre". El cielo podía estar cayéndose y yo ni lo notaría.
—A pesar de lo que hiciste, sé que tú me amas más a mí que a Ella, y que yo te amo más de lo que Ella alguna vez te amará a ti. —Posó nuevamente sus labios contra los míos. —Terminaré esta pesadilla que tu iniciaste entre nosotros.
Tragué duro ante su promesa que agregó a un más de ese peso invisible sobre mis hombros.
¿En verdad todo había sido mi culpa?
Sabía que había actuado mal en muchos aspectos, pero yo no inicié esa pesadilla, ¿o sí? Esa incertidumbre me ahogaba, sentía como si mi alma estuviera cayendo hacia un abismo, uno del cual Aioros me estaba ofreciendo una salida con su dulce amor que era el bálsamo de mi existencia.
—Shura... —Sus manos volvieron a aferrarse a mi cintura, el tono de su voz llamándome era como una caricia para mi alma confundida y atormentada. —Tú deseas lo mismo que yo. Tú quieres estar conmigo tanto como yo quiero estar contigo. —Susurró suavemente a milímetros de mis labios, ocasionándome un cosquilleo mientras hablaba. Él sonrió al ver como mis ojos brillaban ante la promesa de sus palabras. —Te estoy ofreciendo redimirte ante mí y darnos una segunda oportunidad. —Su dedo índice se colocó sobre el mío para silenciarme a penas mis labios se separaron para responder. — En este inframundo seremos felices juntos si haces lo que yo te digo.
¿La tendríamos?
Y si era así, ¿a qué costo?
"I gotta make up for what I've done
'Cause I was all up in a piece of heaven
While you burned in hell, no peace forever"
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro