VII
Me quedé completamente quieto en mi estupor mientras veía su espalda ancha alejarse de manera relajada, con las manos en los bolsillos de sus pantalones rojos. El muy maldito se iba de lo más tranquilo a pesar de dejarme con severa advertencia, una que me hizo sospechar muchísimo de Deathmask, quien me había guiñado un ojo antes de salir de Capricornio.
En cuanto alcancé a ver que sus cuerpos estaban lo suficientemente apartados de mi casa me eché a correr entre las columnas. Esta vez no me quise distraer verificando que todo estuviera en orden, como yo lo había dejado antes de salir, todas esas nimiedades me daban igual mientras las palabras del italiano seguían reproduciéndose en mi cabeza, una y otra vez.
"Es el inconfundible olor de la muerte"
"Si lo haces enojar no dudará en venir a jalarte los pies"
Yo no olía absolutamente nada fuera de lo normal, pero que ambos implicaran que había algo muerto en mi templo encendía un grandísimo foco rojo en mi interior, me hizo sentir descubierto. Me frené de golpe en el pasillo cuando una idea atravesó mi mente.
¿Acaso lo sabían?
¿Sabían mi secreto?
¿Por eso los ojos de Afrodita me decían que no me creía nada?
¿Por eso Deathmask me dio esa precisa advertencia?
Era imposible que lo supieran, yo había sido lo suficientemente cuidadoso para que nadie me viera cargando el cuerpo de Aioros fuera del barranco, me había asegurado que nadie entrara a mi cuarto, pero ¿y si alguien había ingresado cuando yo no estaba?
Jadeé al recordar el cuchillo que había encontrado fuera de su lugar y las sospechas que me había provocado el día anterior contra el italiano, sospechas que ahora me parecían más certeras.
Mis ojos se agrandaron al llegar a una conclusión.
¡Lo sabían!
¡Los muy malditos habían armado ese numerito del "olor" para jugar conmigo! Mis puños se cerraron con fuerza y uno de ellos terminó golpeando la pared a mi lado con tanta intensidad que se agrietó por completo. Con mi mano libre cubrí mi rostro sudado que respiraba agitado, mis ojos se asomaban entre mis dedos, perdidos en la nada mientras trataba de reflexionar con la cabeza fría, me necesitaba, necesitaba ser yo, volver a ser ese buen soldado que dejaba sus emociones de lado para actuar de la mejor manera posible.
¿Qué se supone que debía hacer?
Deshacerme de ellos no era una opción, y si ellos aún no me habían acusado con los demás entonces definitivamente me parecía que no había necesidad de ello, solo debía asegurarme que jamás se les saliera ni una palabra de la boca. Una amenaza no funcionaría, tendría que darles algo a cambio. Gruñí molesto por lo bajo ante la idea, no tendía otra opción.
Resignado, exhalé lentamente el aire caliente de mi cuerpo, tratando de aminorar lo irritado que me sentía con todo ese asunto, el dolor de cabeza había vuelto, necesitaba un abrazo, apapachos... Necesitaba de él con urgencia.
Ya más tranquilo me metí en mi cuarto y cerré la puerta con seguro detrás de mí, mis pasos cansados me llevaron directo hacia el ropero donde sabía que descansaba mi ya no tan secreto muñeco, lo golpeado, sucio y ensangrentado de mi apariencia en ese momento no me importaba, después nos daríamos un largo baño, como yo le había prometido antes de salir ese día de casa. Golpeé levemente mi frente contra las puertas cerradas y me tomé un momento para descansar, físicamente estaba adolorido, emocionalmente me sentía acorralado, y mentalmente... bueno, mi mente estaba hecha un asco, de eso no había duda
Pero ya nada importaba, debía dejar mis preocupaciones de lado, estaba en el único lugar donde quería estar, en mi casa, cerca de la persona que con su sola presencia siempre me llenaba de felicidad, no debía mermar nuestro tiempo juntos con mis problemas.
Sonreí levemente para obligarme a mí mismo a dejar mi mal humor de lado y abrí las puertas para sacar a mi muñeco, pero lo que salió por sí solo me hizo retroceder de golpe, una nube de peste abrumadora, como si fuera la fetidez de cientos de huevos podridos juntos, tan pesado y nauseabundo que mi cuerpo se dobló al no contener el impulso de vomitar.
Tuve que aferrarme de la perilla de la puerta para levantarme, mi otra mano cubría mi boca y mi nariz en un vano intento por huir de aquella pestilencia, y cuando volteé observé con horror al cuerpo de Aioros, completamente arruinado, su piel ya no era de un bonito dorado, estaba verdosa, su cuerpo fornido había perdido la forma pues estaba completamente inflado de esos gases que apestaban y por sus orejas, nariz, boca y las cuencas de sus ojos había cientos o miles de larvas.
—No... —Supliqué con la voz quebrada, negando con la cabeza de manera desesperada, y después clavé las uñas de mi derecha en la carne de mi brazo izquierdo, eso era una pesadilla, una muy cruel y devastadora y yo ya quería despertar, pero por más que sangrara mi brazo esa horrible imagen no desaparecía.
No podía ser... ¡No podía ser! ¡No!
Me hice bolita contra la puerta, de nuevo mi cuerpo no reaccionaba, no podía moverme, o quizás sencillamente no sabía qué hacer. Mis ojos se llenaron de lágrimas que caían rápidamente por mi rostro y mis hombros comenzaron a temblar entre sollozos, me puse a llorar confundido y desconsolado mientras trataba de pensar en algo a pesar del extenuante dolor en mi pecho por mi corazón roto y que la cabeza me daba vueltas, pero lo único en lo que me podía enfocar era en el cuerpo putrefacto que estaba dentro de mi habitación. ¿Entonces no había sido una actuación de ellos? ¿Eso es lo que había olido Afrodita?
Ese pensamiento mandó una alarma a mi cerebro. Todo era verdad, eso que tenía frente a mí era la realidad, volví a vomitar al pensar todo lo que habíamos hecho juntos y me sentí increíblemente sucio, pero si Afrodita lo había olido antes cualquier otra persona que pasara por Capricornio también lo haría. Limpié mis labios con el dorso de mi izquierda, manchándolos de mi propia sangre y tomé una decisión, Aioros estaba perdido y yo tendría que decirle adiós, esta vez para siempre, eso era un hecho imperativo, pero yo no tenía porque hundirme con él. Esa locura terminaría en ese momento.
Cerré las puertas del ropero, y después salí de mi cuarto, cerrando la puerta también, cualquier cosa que evitara que saliera más de esa peste debía ser hecha, aunque su efecto fuera mínimo. Corrí a la cocina en busca de bolsas para basura y tomé un puñado, sin embargo, estas no eran lo suficientemente grandes ni gruesas para su cuerpo, joder. Después recordé que en el cuarto que usaba de bodega en mi templo había una lona de plástico lo suficientemente grande y resistente para envolverlo así que me dirigí ahí inmediatamente.
Caminé entre lo poco que había acumulado durante todos los años que había vivido en mi templo y cuando encontré lo que buscaba la cargué entre mis brazos. Estaba por salir de ese cuarto cuando algo capturó mi atención, volteé a mi izquierda para observar a la armadura de sagitario que descansaba en una esquina, donde yo la había guardado desde un inicio, estaba manchada de unos peculiares puntos morados, pero lo más inusual era que estos iban creciendo frente a mis ojos, arruinando el oro de sus piezas poco a poco. Sonreí de manera nerviosa, quizás resignada ante mi maldita suerte. Estaba al borde de otro colapso, y quizás definitivamente ahora si ya había descendido a la locura. Salí del cuarto, ignorando lo que sea que acababa de ver, ya no confiaba en ninguno de mis sentidos, debía tratarse de otra alucinación, y debía hacerme cargo de un problema a la vez, el hedor era mi más grande amenaza.
Rápidamente volví a mi cuarto con la pesada lona entre mis brazos, cerré la puerta detrás de mí y la llevé conmigo frente al ropero, mis ojos ya no solo lagrimeaban por la desesperación, también por la peste, las puertas de madera no eran suficientes para contenerlo; debía actuar ya, envolverlo y llevármelo lejos para deshacerme de él, lo tiraría al barranco del cual nunca debí haberlo sacado.
Me armé de valor para prepararme ante la horrible imagen que sabía me esperaba al abrir esas puertas, ver a la persona que más has amado en tu vida en ese estado era extremadamente difícil y doloroso, sin embargo, no tenía nada de tiempo que perder, después lloraría todo lo que quisiera o fuera necesario, solamente debía limpiar el desastre que yo mismo había ocasionado.
Como mis brazos estaban ocupados abrí ambas puertas con la punta del pie, y si, había tratado de mentalizarme para lo que vería, sin embargo, lo que encontré me dejó tan estupefacto que la lona se me cayó de los brazos, produciendo un ruido seco contra el mármol blanco del piso.
Mis labios se separaron y mi cuerpo volvió a temblar, petrificado y asustado.
Nada...
No había nada...
El cuerpo no estaba.
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