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V

Abrí los ojos de golpe ante el ruido incesante del despertador. Los parpados me pesaban, la cabeza me daba vueltas y todo mi cuerpo estaba empapado en sudor.

En cuanto recordé lo que había sucedido durante la noche salí de un brinco de la cama al pensar en el peso que se había recostado a mi lado, sin embargo, sobre esta solo estaban las sabanas húmedas revueltas. ¿Por qué eso no me tranquilizaba?

Llevé una mano a mi garganta, estaba irritada, me dolía mucho, había gritado toda la noche en mi desesperación, o al menos eso traté pues recordé que en la oscuridad no podía escuchar mi voz, pero en ese momento podía escuchar mis propios jadeos consternados.

¿Qué fue lo que me había pasado?

¿Había sido otra pesadilla?

O quizás...

Un escalofrío aterrador recorrió todo mi cuerpo de la cabeza a los pies ante el pensamiento que vino a mi mente, una posibilidad que me hizo mirar discretamente, por el rabillo del ojo, hacia el mueble que estaba a mi derecha, el ropero. ¿Acaso podía ser posible?

Mis labios se separaron cuando pensé en llamar su nombre, pero si lo hacía significaría que creía en que había, aunque fuera una mínima posibilidad, que algo sucediera al hacerlo. Mis labios se sellaron, sin embargo, a pesar de tragar duro por los nervios, me armé de valor para plantarme frente a la puertas de madera oscura del mueble en el que se encontraba.

Al carajo, el propio suspenso que yo estaba creando me estaba exasperando así que sin más abrí las puertas de madera, encontrando ahí a mi muñeco, tal y como lo había dejado la noche anterior, con la vincha sobre sus parpados, la cual removí con sumo cuidado y cuando ví sus ojos cerrados me llené de una calma que me regresó el alma al cuerpo.

Apoyé la frente contra su pecho, a la altura donde estaba esa horrible cicatriz, y lo abracé con delicadeza, mientras me llenaba del dulce aroma que destilaba su suave piel dorada.

—Lo siento... —No tenía idea del porque me disculpaba más lo hice, muchísimas veces, y eso aligeró mi pecho de esa sensación afligida que lo había estado oprimiendo. —Creo que estoy perdiendo la cabeza... —Tomé su mano y la llevé hacia mi cabello, eso es lo que Aioros hubiera hecho, acariciar mi cabello para calmarme mientras me dedicaba palabras dulces y reconfortantes con esa bonita y suave voz suya que extrañaba tanto.

Suspiré con una sonrisa entristecida, no ganaba nada al pensar en lo que había perdido. Debía ser fuerte, por los dos...

—¿Qué te parece si cuando vuelva tomamos un baño caliente en la tina y te leo una de esas historias fantasiosas llenas de magia que tanto te gustan? —Obviamente no hubo respuesta de su parte, pero bien dicen por ahí que el que calla otorga. —Te veré mas tarde. —Y con un delicado beso en los labios me despedí para iniciar mi día.

Llegué al coliseo del Santuario en cuestión de minutos, donde teníamos que reunirnos desde temprano para comenzar el día con el entrenamiento habitual. Quería pasar entre todos con discreción, no quería que vieran las horribles ojeras que resaltaban con facilidad sobre mi pálido rostro, sin embargo, en cuanto uno de los soldados exclamó mi título comenzaron a lloverme alabanzas y halagos mientras yo buscaba un lugar apartado entre las gradas para sentarme.

"El Santo de Capricornio esto"

"El Santo de Capricornio lo otro"

Hacían demasiado ruido por tan poco y con lo poco que dormí hacían que me doliera la cabeza, quería terminar con todas mis obligaciones en cuanto antes para volver a casa y quería que todos me dejaran en paz.

—Te ves hecho una mierda.

Alcé la mirada para encontrarme con la sonrisa burlona que Deathmask, quien venía acompañado de Afrodita.

—¿Qué ocurre? —Preguntó con fingida preocupación sentándose a mi lado, yo seguí con la mirada de frente para evitar encontrarme con sus ojos. —¿No dormiste bien? ¿Se te subió el muerto o qué?

—¡Shura!

El grito de Afrodita me hizo reaccionar y cuando lo hice me di cuenta que estaba sujetando a Deathmask bruscamente de su playera negra con ambas manos, quien me veía con ambas cejas alzadas, maravillado por mi abrupta reacción, algo que no era nada típico en mí.

Lo solté rápidamente y apreté mis puños, enojado conmigo mismo por aquel colapso fugaz, además todavía no olvidaba mis sospechas del mentado cuchillo por lo cual le dediqué una mirada sospechosa. —Lo siento, no pude dormir, me dió insomnio. —Mentí tratando de justificarme, lo que menos quería era preocupar a nadie, mucho menos a esos dos, si lo hacía lo utilizarían como excusa para visitarme frecuentemente y podrían encontrar a...

—¡Aioria!

Joder... Por un instante creí que alguien podía leerme la mente provocando que el corazón me diera un brinco. Llevé una mano a mi rostro y respiré profundo, siempre odié que sus nombres se parecieran tanto, pero ese no era momento para pensar en ello, no cuando podía sentir las miradas del sueco y del italiano sobre mí.

—¡Saquen al hermano del traidor de aquí! ¡No eres bienvenido a entrenar con los verdaderos Santos de Athena!

Gracias a los Dioses la presencia de Aioria había hecho que mis compañeros despegaran la mirada de mí para ver al guardián del quinto templo, yo también lo miré, estaba apartado hasta la otra esquina, con la mirada baja, sin embargo ni así podía ocultarnos la tristeza ni la rabia de sus ojos, tampoco podía disimular los temblores de su cuerpo, pero lo estaba intentando, de eso no me cabía duda; Aioria era muy explosivo, no dudaba que se estaba conteniendo de cerrarle la boca a todos con sus puños. Achiqué la mirada con lástima, sin embargo, no había nada que yo pudiera hacer por él y tampoco tenía tiempo para él, tenía cosas mis importantes que atender, ahora tenía la intención personal por guarecer a mi templo lo más que fuera posible.

El entrenamiento transcurrió con normalidad, calentamiento, flexiones, pesas hasta que llegó la última parte, la que todas ansiaban, los enfrentamientos.

—Shura de Capricornio...

Para mí desgracia mi nombre fue el primero en ser llamado. Suspiré resignado ante lo inevitable y me puse de pie para dirigirme hacia el centro del coliseo, de nuevo llovieron las estúpidas alabanzas. ¿Cuándo sería que se aburrirían y dejarían de hacer eso?

—Se enfrentará contra Aioria de Leo.

Cuando escuché su nombre mis pasos se frenaron. ¿Acaso había escuchado bien? Giré para mirar hacia las gradas, donde el aludido se ponía de pie entre los insultos, los abucheos y las maldiciones de los espectadores, confirmando lo que yo ya temía.

Mis ojos no se despegaron de él y cuando se detuvo frente a mí pasé saliva, ante un chiquillo de tan solo 13 años, con quien me sentía terriblemente apenado.

En el pasado él me habría sonreído pues le encantaba pelear contra mí, decía que lo encontraba como un reto muy interesante, sin embargo, en ese momento su rostro tenía una seriedad que me parecía irreal y su cosmos se sentía extraño, como si fuera una bomba que estaba a punto de explotar. Aún así me puse en posición, las piernas firmes al piso y los brazos a la altura del pecho, listos para lo que fuera necesario.

A pesar de la horrible noche que había tenido pelear contra Aioria no era algo que no podía manejar, sus golpes siempre fueron más fuertes, pero mi agilidad y mi inteligencia siempre me daban ventaja en el campo de batalla.

Concentré mi cosmos en mi brazo para darle fin a ese enfrentamiento de una buena vez. Con ayuda de mi energía me impulsé para ir hacia él a una velocidad sobrehumana, noté en cámara lenta que no llevaba los brazos al centro de su pecho para cubrirse, el muy iluso pensaba contraatacarme cuando no tenía oportunidad alguna de esquivarme, sin embargo, cuando estuve a milímetros de golpearlo alcé la mirada y lo que encontré de nuevo, frente a frente, fueron los orbes grises y sin vida de Aioros que me dejaron petrificado.

No tuve oportunidad de reaccionar, el golpe que recibí en el rostro me sacó volando, haciéndome rodar por el suelo hasta que terminé boca abajo.

Todos en las gradas jadearon ante el asombro, ni yo lo podía creer de no ser por el dolor y la sangre que caía de mi nariz. El cuerpo me temblaba, de nuevo no podía moverme, o más bien no quería. Podía sentir como el cosmos de Aioria se alzaba, como se acercaba enardecido a mí, sin embargo, tenía miedo de volver a mirarlo, de volver a encontrarme nuevamente con aquella maldita mirada muerta que tanto odiaba.

—¡Shura! ¡Cuidado!

La desesperación en la voz de Afrodita me alarmó, tenía que dejar mis miedos a un lado como el buen caballero que era así que me levanté sobre el suelo árido para hacerle frente a Aioria, su cosmos amenazante, que cubría todo su cuerpo con pequeños rayos que erizaban su cabello rizado, me alertó del peligro en el que me encontraba, no podía ver sus ojos porque el brillo de su energía era enceguecedor, sin embargo, me sentí pequeño e insignificante. Mis labios se separaron ante la confusión, ¿por qué de pronto me parecía que Aioria era más alto que yo?

No podía quedarme quieto como una tonta zarigüeya, su cosmos hostil anunciaba que eso ya no era un enfrentamiento de entrenamiento así que invoqué la energía de mi espada sagrada.

—¡Detente Aioria! —Traté de llamarlo para hacerlo entrar en razón. —¡No quiero lastimarte!

Sin embargo, mi patético intento por detenerlo no dio resultado, todo su cosmos electrificado se concentró en su puño derecho.

—¡Trueno Atómico!

No...

No era posible...

Había escuchado mal, debía ser eso...

Ese era el nombre de la técnica de Aioros y su voz.

"Now an angry soul comes back from beyond the grave,

To repossess a body with which I'd misbehaved"

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