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CAPÍTULO IV

La helada noche parecía envolver todo a su alrededor, pero no el corazón de Alonso. En ese instante, el frío se convirtió en un olvido, como si su cuerpo ardiera por dentro, sin que pudiera controlarlo. La culpa seguía pesando sobre él, como una sombra que no lo dejaba respirar, pero el calor de Mateo, la cercanía de su cuerpo, todo lo que estaba pasando a su alrededor parecía calar más hondo que cualquier remordimiento. Su mente no encontraba descanso. El príncipe, con su mirada penetrante y el tacto firme sobre su muñeca, lo mantenía anclado a esa realidad que ya no sabía cómo manejar.

Mateo lo miró fijamente, sin apartar los ojos de él ni por un segundo. La mirada del príncipe estaba llena de una certeza que hizo que Alonso se sintiera pequeño y vulnerable, atrapado entre lo que debía ser y lo que su corazón le pedía.

—Elena, mírame a los ojos y dime que no sientes lo mismo que yo — Las palabras de Mateo se deslizaban suavemente, pero eran firmes como un reto lanzado al aire. La quietud del momento lo hacía sentirse más expuesto, más cercano a la verdad que intentaba esconder.

Alonso intentó apartarse, se debatió en su interior, buscando una excusa, un pretexto, algo que lo liberara de esa situación que se sentía tan equivocada. Sin embargo, el agarre de Mateo sobre su muñeca era suave pero implacable, lo que lo hizo vacilar. No podía moverme.

—Mi señor... No puedo tener tales atribuciones, soy solo una criada que le sirve con lealtad — Sus palabras salieron atropelladas, como si en cada una de ellas intentara protegerse, convencerse de que era lo correcto, de que no podía ceder a lo que sentía, aunque su propio cuerpo le gritara lo contrario.

Mateo, sin embargo, no lo soltó. En lugar de retroceder, se acercó aún más, su rostro tan cercano que Alonso casi podía escuchar el latido de su corazón, que parecía imparable. El calor de su presencia se fue infiltrando en la mente de Alonso, sin pedir permiso, haciendo sentir que las palabras no significaban nada frente a esa fuerza silenciosa entre ellos.

—Elena, no puedes negar algo que no es. En el fondo de tu ser sientes lo mismo que yo — La voz de Mateo se volvió aún más suave, pero cargada de una intensidad que parecía cortar el aire entre ellos. Sus palabras eran un susurro, como un conjuro que lo arrastraba, que lo hacía perder la razón. Se acercó más, su rostro rozando apenas el de Alonso, como si el tiempo se hubiera detenido entre ambos.

El susurro de Mateo, tan cercano, tan personal, hizo que Alonso se sintiera desbordado por una ola de sensaciones que no podía procesar. El aliento del príncipe lo acariciaba con cada palabra, y un estremecimiento recorrió su cuello. No podía negarlo más, se dijo. No podía.

—Estoy dispuesto a ir a tu casa todos los días y cortejarte hasta que decidas aceptarme — Las palabras de Mateo, tan claras, tan directas, lo sacudieron profundamente. El príncipe estaba dispuesto a ir más allá, dispuesto a poner en riesgo todo por algo que no sabían qué era.

Alonso, sintiendo que no podía escapar de la fuerza de lo que estaba ocurriendo, abrió los labios para decir algo, pero la presión de su pecho y el torbellino de emociones lo hicieron vacilar.

—Tengo que decirle algo... — Quiso admitir, pero en cuanto intentó hablar, Mateo negó con la cabeza, como si ya supiera lo que estaba por decir, y en un gesto suave, acomodó la mano en el cuello de Alonso, acercándose a su oído con una dulzura que no hizo más que desarmarlo aún más —. Es algo que cambiará totalmente las cosas...

—Lo resolveremos... — La calma en la voz de Mateo fue todo lo que Alonso necesitaba para derrumbarse por completo. Sus palabras fueron la promesa de algo que, por mucho que intentara resistirse, ya estaba ocurriendo.

Mateo tomó el rostro de Alonso entre sus manos con una ternura inesperada. La sensación de esos dedos sobre su piel lo desarmó por completo. Antes de que pudiera procesar nada más, el príncipe lo besó. Fue un beso suave al principio, casi como si Mateo estuviera probando su reacción, pero Alonso no estaba preparado para lo que vino después.

El primer beso de Alonso fue un instante de total vulnerabilidad, un sabor dulce que recorrió sus labios como un recordatorio de lo que sentía y de lo que aún no quería admitir. Pero el beso se intensificó rápidamente, como un torrente imparable. Todo se desbordó.

Cada nervio, cada parte de su ser reaccionaba al toque de Mateo como si estuviera hecho de fuego. El calor de sus labios, la firmeza de sus manos, lo estaban arrastrando a un lugar al que no sabía si quería ir, pero al que ya no podía evitar.

El beso de Mateo se convirtió en una fuerza descontrolada, como si los dos estuvieran buscando algo más allá de ese instante. Era un huracán. El corazón de Alonso latía tan rápido que sentía como si pudiera oírlo en sus oídos, y su cabeza daba vueltas, como si el beso hubiera encendido una chispa en su interior. Cada roce de labios, cada movimiento de su cuerpo junto al de Mateo, le provocaba una serie de emociones tan abrumadoras que le nublaban la mente. No podía pensar, solo sentía, y eso era suficiente.

Cuando Mateo lo tomó de la cintura, el toque fue tan firme que lo hizo tambalear. La fuerza con la que lo atrajo hacia él, lo hizo sentir una explosión de sensaciones que lo dejó sin aliento. Era como si fuegos artificiales estallaran en su cabeza. No solo el beso, sino todo lo que estaba sucediendo. Todo se volvió nítido, intenso, como si el mundo entero se hubiera desvanecido, dejando solo a los dos en ese momento suspendido.

Alonso no pudo resistir más. Su mente, completamente abrumada, se rindió ante lo que sentía, ante la necesidad de Mateo. Estaba tan perdido en ese instante que ni siquiera podía recordar por qué había intentado evitarlo en primer lugar. Todo lo que existía en ese momento era el calor entre ellos, el beso, la fuerza de la conexión, y la certeza de que algo había cambiado entre ellos, algo irreversible que ninguno de los dos podría deshacer.

De repente, las campanadas del reloj retumbaron en la distancia, interrumpiendo el momento. Alonso apartó a Mateo con un movimiento brusco, como si el sonido lo hubiera despertado de un sueño delirante.

—¿Qué hora es? — Preguntó, su voz entrecortada, el pulso acelerado.

—¿Acaso importa? — Mateo contestó, casi sin aliento, su cuerpo aun recorriendo los ecos de la cercanía —. Faltan diez para las doce.

Alonso sintió que el mundo volvía a girar a su alrededor. Había olvidado por completo la advertencia de la hada madrina. Todo terminaría a las doce. La realidad lo golpeó con fuerza, y en ese momento supo que debía irse. No podía quedarme. No debía.

—Lo siento, me tengo que ir — Murmuró, con el corazón aun latiendo desbocado. No se detuvo para despedirse, simplemente dio media vuelta y salió corriendo a toda prisa, buscando escapar de la intensidad de lo que acababa de suceder.

Sentía el aire helado azotando su rostro mientras corría, como si el frío pudiera apagar la llamada que había encendido en su pecho.

Apenas notaba las miradas de los nobles que lo señalaban a su paso. Su mente solo se enfocaba en salir, en huir. Al llegar a la salida del palacio, se encontró con el mayordomo, y aunque intentó fingir serenidad, su rostro mostraba todo lo contrario.

—¿Y el príncipe? — Preguntó el mayordomo, curioso.

—Me he logrado escapar de él — Dijo Alonso, tratando de mantener la calma, aunque sabía que su respiración aún delataba su nerviosismo —. Por favor, págueme.

El hombre le entrego un saco de monedas sin hacer preguntas. Alonso las tomó rápidamente, sintiendo el peso de la gratitud que no lograba procesar en ese momento.

—¿Puedo usar su caballo para llegar rápidamente a casa? — Preguntó, con la esperanza de escapar lo más rápido posible.

—Adelante, puede tenerlo como una propina. Tenga en cuenta de que le encargaremos más pasteles — El mayordomo respondió sin más, viendo cómo el príncipe agitado se recargaba en el marco de la puerta, buscando, tal vez, a Alonso.

Alonso cabalgaba por las calles empedradas con la sensación de que su cuerpo se movía por impulso, arrastrado por un torbellino de emociones que no lograba comprender. La noche se cernía sobre él como un manto oscuro, pero la oscuridad de la calle no podía compararse con la oscuridad que sentía dentro de sí. Sus pensamientos, como un río furioso, fluían a toda velocidad, pero se chocaban entre sí sin encontrar una salida clara.

Su corazón latía con fuerza, acelerado por el miedo, pero también por algo más. Algo extraño que no podía identificar, un calor incómodo que lo había invadido desde el beso. Ese beso.

El beso de Mateo, un beso que parecía estar grabado en su mente y en su piel, que lo perseguía con cada paso que daba. Alonso apretó los dientes y apretó las manos, sintiendo la culpa recorrer cada centímetro de su cuerpo. Un hombre besando a otro hombre. Eso era lo que le atormentaba. La imagen seguía allí, fija y clara, y cada vez que la pensaba, sentía una ola de repulsión hacia sí mismo. Pero al mismo tiempo, algo dentro de él se removía, algo que no podía negar. Y ese algo lo hacía sentir aún más culpable, porque no podía simplemente ignorarlo.

No podía seguir adelante como si nada hubiera pasado, como si su vida pudiera volver a la normalidad después de esa fracción de segundo que lo había cambiado todo.

Huyó por las calles, como si las sombras pudieran tragárselo y llevarse consigo esa sensación incómoda. Como si, al moverse rápidamente, pudiera borrar de su mente la imagen de esos ojos oscuros que lo miraban intensamente, el contacto de los labios de Mateo contra los suyos, el susurro de su respiración. Cada uno de esos momentos se repetía una y otra vez, como si su mente no pudiera liberarse de esa imagen. Y todo lo que podía hacer era correr.

La presión en su pecho aumentaba con cada zancada. No sabía a dónde iba, solo quería escapar. Escapar de sus propios pensamientos, escapar de ese deseo prohibido, de esa vergüenza que lo aplastaba. Era tan simple y complicado a la vez. Estaba perdido, atrapado en un dilema que no sabía cómo resolverlo. Y con cada paso, el peso de su culpa crecía.

De repente, llegó al muelle. El aire salado del mar le golpeó el rostro, pero en lugar de aliviarlo, solo pareció acentuar su desesperación. La quietud del agua, el sonido de las olas rompiendo contra las rocas, todo parecía tan distante, tan ajeno a lo que él sentía en ese momento.

Se detuvo por un instante, mirando al frente, pero no podía enfocar bien. Sus ojos estaban nublados, y por un segundo, pensó que podría desmoronarse ahí mismo. El miedo lo recorría como una corriente eléctrica, y la ansiedad se apoderaba de su cuerpo.

Fue entonces cuando la vio. Su hermana estaba allí, en el muelle, con el rostro serio, observándola mientras caminaba hacia ella. Se había cambiado a su atuendo masculino, como siempre hacía cuando quería pasar desapercibida, cuando quería que nadie la reconociera. Su rostro estaba tenso, y aunque intentaba ocultarlo, Elena podía ver la preocupación en sus ojos. Algo había sucedido, lo sabía. No podía esconderlo. Pero Alonso no quería enfrentarse a eso. No quería hablar de lo que había ocurrido, no quería admitir lo que había hecho.

El silencio entre ellos era denso, pesado, como si las palabras fueran algo innecesario, algo que ninguno de los dos quería pronunciar. Ella lo miró de arriba a abajo, sus ojos observando cada detalle, cada centella de incomodidad que reflejaba en él.

Alonso, por su parte, no podía mirarla a los ojos. Estaba demasiado abrumado por lo que sentía. No podía mirar a nadie. No podía afrontar lo que había sucedido. No podía entender lo que pasaba dentro de él. Elena le entregó la ropa que había traído con él, las manos temblorosas mientras lo hacía. Este se hizo hacia al bosque cerca del muelle donde comenzó a desnudarse con bastante rapidez.

El cambio fue rápido, silencioso. Alonso no podía dejar de pensar en Mateo, ni en lo que había sucedido. El recuerdo del beso lo seguía persiguiendo, como una sombra pegajosa que no quería dejarlo ir. Solo había una verdad que resonaba en su mente, y esa verdad lo estaba desbordando. Un beso. Un beso que había cambiado todo.

Este salió con la ropa de su hermana hecho una bola, mientras la tiro al agua.

—¿Qué demonios haces con mi ropa?

—Tenía que hacerlo.

—¿Qué pasó, Alonso? — Preguntó con cautela, sin atreverse a presionarlo demasiado. Sabía que algo no estaba bien, que su hermano no estaba actuando como siempre. No podía esconderlo. Había algo en su mirada, en su postura, en su silencio, que lo delataba.

Alonso no podía mirarla. Bajó la cabeza, con la mandíbula apretada, luchando por controlar las lágrimas que amenazaban con caer. Estaba tan confundido, tan lleno de culpa y deseo, que no sabía ni por dónde empezar. Quiso decir algo, cualquier cosa, pero las palabras no salían. ¿Cómo explicar algo que no entendía ni siquiera él mismo? ¿Cómo decirle a su hermana que lo que había hecho lo estaba matando por dentro?

La tensión entre ellos se volvió aún más palpable, más intensa. Alonso podía sentir su presencia cerca de él, como una sombra protectora, pero no podía aceptar esa ayuda. No podía aceptarla porque no estaba seguro de qué quería. ¿Acaso él mismo podía entender lo que había hecho?

—No... no puedo hablar de eso... — Dijo finalmente, su voz quebrada por la emoción. La culpa lo estaba ahogando, pero no podía admitir lo que había sucedido. No podía hablar de Mateo, de lo que había sentido. No podía compartir esa parte de sí mismo con ella, ni con nadie. Era una parte oscura, algo que debía quedar oculto.

Ella no insistió, pero sus ojos no se apartaron de él. Ella lo conocía demasiado bien. Sabía que algo estaba mal, que había algo más de lo que estaba dispuesto a compartir. Pero no dijo nada. Alonso podía sentir el peso de su mirada en su espalda, su preocupación flotando en el aire.

Finalmente, ella levantó la vista, se acercó a él con una mirada intensa. La mano de su hermana tocó su brazo, con suavidad, pero con firmeza.

—Alonso, lo que sea que esté pasando dentro de ti, no tienes que enfrentarlo solo. No tienes que cargar con todo esto tú solo.

Alonso la miró por un instante, un instante fugaz en el que sus ojos se encontraron. Fue solo por un segundo, pero en ese breve encuentro, sintió todo el amor que ella tenía por él. Sintió la promesa silenciosa de que no importaba lo que sucediera, ella estaría a su lado. Y eso lo hizo sentirse aún más perdido, porque en ese momento, no sabía cómo seguir.

—ATENCIÓN EL BARCO ESTA A PUNTO DE ZARPAR — Añadió el capitán, mientras que estos dos embarcaban, un caballero imperial le susurro algo al capitán, quien los dejo pasar.

—POR ORDEN DEL PRINCIPE MATEO TODOS SE SOMETERAN A UNA REVISIÓN.

Anunció al caballero con una voz demasiado fuerte. Elena, se tomó de la mano de su hermano con fuerza, estaba asustada porque su hermano había ido al palacio real y ahora estaban buscándolo.

—ESTAMOS BUSCANDO A UNA SEÑORITA — Anuncio un hombre.

—Todo estará bien hermana... — Susurro el hombre tomando con fuerza a su hermana, pero él también estaba asustado.

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