ᴘᴀʀᴛᴇ ᴇꜱᴘᴇᴄɪᴀʟ
Hace unos años, Jimin, en modo "olvido todo menos el drama", salió de clases sólo para darse cuenta de que había dejado sus audífonos. "Genial", pensó, como si fuera el mayor problema del día. Entonces, al abrir la puerta del salón, se topó con el espectáculo del siglo: Jennie, con la falda medio descolgada y la lengua de Lorenzo Nigrini a punto de ser devorada. Sí, Lorenzo. El mismísimo por el que Jimin llevaba tres meses babeando como si fuera la única persona sobre la faz de la tierra. Y ahí estaba su "amiga", Jennie, en plena sesión de "lengüitox" sin un gramo de vergüenza.
Jimin abrió los ojos como si acabara de descubrir que el helado engorda. Jennie y Lorenzo lo miraron como si acabaran de ser pillados en pleno crimen..
— Eh... olvidé algo — murmuró, entrando como quien no quiere la cosa, con la elegancia de un pingüino. Fue directo a la gaveta, cogió sus audífonos y salió con la dignidad en modo avión, sin levantar la cabeza.
Ya afuera, apretó los puños. No porque fuera a golpear a alguien (aunque no le faltaban ganas), sino porque estaba luchando con todo su ser para no hacer una escena. Entró al ascensor, aguantando el impulso de darle al botón de "autodestrucción". Una vez fuera del campus, se puso los audífonos, pensando: "nada puede ser peor que esto".
Unos minutos más tarde, Jennie apareció como una furia griega y le arrancó los audífonos. "¿En serio vas a ignorarme?", dijo con esa indignación típica de quien acaba de besar al chico de tu vida y espera que te dé igual.
—¿Qué? —Jimin puso cara de "no me hables que estoy escuchando mi playlist para corazones rotos". Jennie bufó como si estuviera aguantando una risa mal contenida.
—Sabes que no puedes enojarte.
Jimin la miró. Y, por primera vez en el día, rió. Pero rió de la forma más sarcástica y amarga que el mundo haya conocido.
—¡Claro que no! No hay absolutamente nada malo con que mi mejor amiga bese al chico que llevo idolatrando desde hace tres malditos meses, del que, por cierto, te he hablado sin parar. ¡De nada, Jennie! —exclamó, mientras hacía un giro dramático para alejarse.
Pero, claro, Jennie no se lo iba a dejar tan fácil. Lo agarró del brazo, como si fuera el remate de la discusión de la década.
—A mí me gustó primero —dijo, ahora ofendida, como si acabara de confesar que inventó el amor romántico.
Jimin se detuvo en seco. ¿Perdón?
—¿Qué dices?
—Que a mí me gustó primero. Desde las vacaciones de verano, ¿recuerdas?
—No, no es cierto.
—¡Sí, lo es, Jimin! Te lo dije y no te importó. Luego empezaste a decir que te gustaba a ti también...
Jimin sintió cómo su cerebro colapsaba. Jennie tenía la memoria selectiva de un pez dorado.
—Tú solo dijiste que era guapo, Jennie. No que te gustaba. ¡A ti te gustan TODOS los chicos! Si te hiciera caso, no podría salir con nadie. —Lo dijo con toda la convicción del mundo, porque, bueno, era verdad.
Jennie se puso en pose de diva, con las manos en las caderas.
—Eso no es cierto. ¡A ti solo te gustan los que me gustan a mí! —dijo zapateando, como si fuera un argumento lógico.
Jimin se quedó en shock. ¿De qué episodio de telenovela había salido esto?
—¿Perdón? —preguntó incrédulo.
—¡Sí! Recuerda el jardín de niños.
—¡Oh por Dios! Jennie, ¡no es mi culpa que Otton Vargas quisiera enseñarme su... cosa! ¡Tenía cinco años! —gritó, como si el mismísimo sentido común estuviera en juego.
—¿Y qué me dices de Evan Peters?
—¿El actor? ¿Qué tiene que ver aquí?
—¡Dije que me gustaba y tú, la semana siguiente, pegaste un póster de él en tu cuarto!
Jimin soltó una carcajada que bordeaba entre la locura y el cansancio existencial.
—¡Jennie, es Evan Peters! ¡A TODO el mundo le gusta Evan Peters! ¡Estás loca!
Jimin ya lo tenía más que claro: la vida con Jennie siempre sería un caos dramático, pero, seamos honestos, nunca aburrida. Quizás, solo quizás, Jennie sí había usado la palabra "gustar" en lugar de "guapo". Pero ¿Qué podía hacer él? Era cierto que compartían los mismos gustos. Tal vez por eso eran amigos, después de todo. O, bueno, eso y el hecho de que nadie más aguantaba semejante nivel de caos.
Después de esa gloriosa discusión de telenovela, fueron por helado. No dijeron ni una palabra, ambos en plan "vamos a procesar esta montaña de emociones". Todo en silencio, hasta que, por supuesto, a Jimin se le cayó su pelota de helado al suelo. Como el niño interior dramático que era, hizo un gesto de berrinche, pero Jennie, con su usual pragmatismo, le entregó su helado antes de que se le ocurriera montar una escena digna de Óscar.
—No besaba tan bien... —comentó Jennie, justo cuando Jimin le dio el primer lenguetazo al helado.
Jimin la miró, tratando de mantener la seriedad, pero la imagen de Lorenzo en su mente le hizo soltar una carcajada que no pudo contener.
—Ya en serio... lo siento —dijo Jennie, poniéndose un poco más sincera—. Fui una perra. Debí decírtelo antes.
—Puede que me gusten los mismos chicos que a ti... —admitió Jimin, resignado.
—Sí, eso es una mierda, pero prométeme que nunca dejaremos de ser amigos por un chico.
Jimin suspiró, mirando el helado como si fuera la respuesta a todos sus problemas. Luego se lo devolvió a Jennie, que le dio otra probada con la tranquilidad de quien no se toma nada en serio.
—Teóricamente... también besé a Lorenzo —dijo Jimin, señalando el helado con un gesto dramático.
—¡Eso es asqueroso, Jimin! —exclamó Jennie, empujándolo con un toque teatral. — Pero tienes un pase libre —respondió Jennie, caminando como si acabara de dictar una sentencia sagrada.
—¿Un qué?
—Un pase libre. Para besarte con el chico que me guste la próxima vez.
—Ay, cállate.
Ambos se miraron con sonrisas cómplices, continuando el resto del camino a casa, con la seguridad de que, por muy desastroso que fuera su gusto en chicos, su amistad siempre sobreviviría.
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