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Amy Brown, día de la investigación.
Sábado por la mañana.
— ¡No es posible!
Al otro lado de la vía telefónica, el llanto aumentó de intensidad.
—Yo tampoco lo creo, no puedo asimilarlo aún. –contestó la voz de Tristania.
—De verdad que no me lo puedo creer, Madame. –continuó lamentándose Amy en un hilo de voz.
Madame Tristania, quien muy pocas veces lloraba, sollozó por unos breves segundos y luego tras una pausa que pareció eterna, respondió:
—Ven, por favor. La policía quiere interrogarnos y creo que por respeto a Agatha debemos esclarecer toda esta maldita locura.
Amy sintió un leve estremecimiento en su espalda y sus terminaciones nerviosas cobraron vida propia cuando unas sendas manos se posaron sobre sus simétricos hombros. El hombre olía a sudor y alcohol. Con gran sensualidad plantó un beso en la mejilla de ella mientras ejercía cierta fuerza con su mano derecha sobre su delgado cuello. Amy tomó aire e hizo acopio de todas sus fuerzas.
Estaba muy excitada y comenzaba a mojarse.
—Enseguida salgo para allá. –murmuró.
Y tras despedirse de su jefa, colgó.
Dejó el celular en la mesilla de noche y se volteó para quedar frente a frente con el hombre cuya erección en esos momentos era total e inminente.
— ¿Qué ha sucedido? ¿No quiero que te vayas todavía? –admitió él.
Ella se relamió los labios lentamente y se agachó con sigilo hasta quedar de rodillas muy cerca del miembro erecto. Sus ojos le escocían con ferocidad.
Frunció el ceño, y sonrió con malevolencia.
—La muy perra ha muerto. –dijo tras besar con suavidad la punta del pene, el sonido de sus labios hizo estremecer aún más a su amante. Amy chasqueó la lengua. –Lástima, pero la muy zorra lo tenía muy merecido.
Finalmente, y tras guardar silencio, comenzó a chupar.
Una hora después
El bullicio de la ciudad estaba en su punto más alto. Las avenidas, estaban atestadas de vehículos y los transeúntes se dispersaban por los lugares más recónditos en busca de una salida infructuosa o un efímero escape de aquel caos de mediodía. El sol de esa mañana se podía distinguir en lo alto de los edificios cuyo esplendor en ciertos momentos refulgía cuando el cristal de los altos ventanales contrastaba con los cruentos rayos luminosos.
La aglomeración de los presentes disminuía en ciertos recodos pero, en pocos instantes se volvía un confuso mar de personas, embebidas en sus propios problemas.
Amy descendió por una angosta callejuela cuya marcación en un letrero verde decía: Avenida 4 y casi se da de bruces con una anciana cuyos pasos eran muy irregulares. En otras circunstancias, Amy podría haber perdido perdón por el casi fatídico accidente pero, hoy no estaba de humor para tales tonterías.
Al tercer timbrazo, la voz al otro lado contestó.
— ¿Supiste la noticia?
Amy asintió y se sintió estúpida por el hecho de creer que estaba hablando directamente con su amiga. La verdad estaba muy nerviosa y no sabía cómo actuar ante la horrenda noticia recibida hacía una hora aproximadamente.
Se detuvo en una esquina cuando un enorme bus blanco pasó a toda velocidad.
—Si, y no puedo creerlo, Cassandra. ¡Cómo es posible que maten a Agatha en el Paradise! ¡Es una maldita locura, en serio!
—Exacto, eso mismo pensé. En nuestras narices, por Dios. Jamás ha sucedido algo similar en los años que llevamos allí.
Amy guardó silencio tras el cambio de luz peatonal y dio unas zancadas por el pavimento hacia el otro lado. Seguía con el teléfono adherido a su oreja y varios transeúntes la miraban con cara de pocos amigos ante tal actitud.
—Y, ¿Dónde diablos estás tú? –preguntó Cassandra con tono arisco.
Entonces, cuando estaba a punto de buscar un punto de referencia, vio su reflejo en el enorme panel de visor que abarcaba la tienda de ropa Frame's. Sin perder el hilo de la conversación observó su cuerpo en el espejo y se separó una ligera onda de su cabellera plateada y estiró un poco más por debajo de sus rodillas el vestido ceñido que había elegido aquella mañana.
— ¿Amy? ¿Estás ahí?
Con brusquedad volvió a la realidad y siguió su marcha sofisticada y sensual por la abarrotada acera de la vía pública.
—Ya casi llego, de verdad que no puedo creerlo, Cassie. –admitió tras correr de una calle a otra como una desquiciada.
Cassandra suspiró con desánimo.
—Si, muy lamentable todo esto. Pobre Agatha, me caía muy bien. La apreciaba muchísimo.
Amy emitió un sonido nostálgico tras chasquear la lengua y esperó a que la conversación se enfriara por completo. Ya no tenía ganas de hablar.
—Te espero en el Paradise. –informó Cassandra antes de colgar.
Una vez que Amy guardó su teléfono celular en el bolso, expulsó el aire retenido en sus pulmones como si de un globo inflado se tratase. Se detuvo ante un semáforo en rojo y no pudo evitar reír a carcajadas. Las personas que se aglomeraban a su lado la miraron incrédulos como espectadores de una escena para nada normal.
Amy no le importó, por el contrario siguió riendo hasta que el color del semáforo cambió a verde y cruzó como una cabra la abarrotada avenida.
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