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Miss Tristania, el aviso.
Nueva York,
Sábado por la noche, 1955.
Entre las oscuras paredes que rodeaban todo el espléndido lugar, la niña observó en silencio la escena que se cernía ante sus sorprendidos ojos. Las luces de neón iluminaban la estancia entre el caos de la música y el barullo incesante de los presentes. Con todo y eso, agazapada en una esquina cuyo espacio permanecía libre y alejada de la muchedumbre, ella alzó la cabeza por encima de una mesa de noche y vislumbró el origen de aquel caos.
Unas enormes letras de color rojo intenso se mantenían suspendidas por encima del pequeño escenario donde una figura se movía al compás de una disonante melodía. De largas piernas y esbelto cuerpo, la mujer trazó círculos uniformes con su cintura y se movió ágilmente en el suelo de madera hacia los espectadores más cercanos.
Uno de ellos, el más próximo, blandió un manojo de billetes en su mano y ella los cogió con la boca. Acto seguido, los colocó en su delicado brassier de lentejuelas plateadas no sin antes mostrar un poco más de lo debido al cliente quién orgulloso, sonrió satisfecho.
Todos aplaudían y la música aumentaba de intensidad.
La niña desde su escondite, sintió como su corazón era presa de un irremediable galope que por poco le provocaba un desmayo. Sin embargo, haciendo acopio de sus pocas fuerzas siguió mirando a través de sus ojos inocentes como su madre se movía una y otra vez mientras los hombres le tocaban su desnudo cuerpo.
— ¡Tristania! ¿¡Qué demonios haces allí!? –gritó una voz detrás de ella.
La niña dio un respingo y miró hacia el origen de aquella perorata. Una mujer de tamaño enorme la miraba con el ceño fruncido y los brazos en jarras.
—Espero que no hayas visto nada de nada, niña entrometida. –le reclamó la mujer y se la llevó a rastras del lugar.
Poco antes de que Tristania cruzara en una esquina del lugar, dio un último vistazo al escenario y observó como uno de los hombres (el mismo que había dado el manojo de dinero a su madre), la abofeteaba con fuerza y el público se enardecía en completa felicidad ante tal acto.
...
Nueva York,
Actualidad 2022.
El humo del fino tabaco se elevó por la excéntrica habitación.
Con un movimiento delicado, la mujer golpeó el cilindro de nicotina en un ovalado cenicero y elevó la mirada al techo del color del vino. Observaba en silencio y en su mente repasaba los pequeños detalles que constituían sus arraigado aposentos: la intensa pintura de las paredes con sus colgantes color esmeralda; el cuadro pintado a mano por uno de sus clientes más fieles y su firma, un tanto tosca, en el borde inferior del mismo; la lámpara cuya luminosidad era tenue y al mismo tiempo oportuna para acentuar los colores tan vívidos como la música que se elevaba fuera de la habitación.
Volvió a tomar el tabaco entre sus dedos y aspiró con fuerza. El torrente de aire caliente entró en sus pulmones y el alivio casi de inmediato que presentó al expulsarlo fue tan sublime que cerró los ojos por varios segundos.
No distinguió la figura que entró en silencio, y se posó ante ella con la mirada fija en su rostro.
Carraspeó.
La mujer dio un leve sobresalto, y abrió los ojos como platos.
—Buenos días, madame Tristania. –saludó el recién llegado.
La interludida lo vislumbró bajo la tenue luz carmesí, y al cabo de dos segundos sonrió.
—Siéntate, Becker.
Sin apenas asombrarse, el hombre tomó asiento y dejó su placa sobre la mesa. No hizo falta sacar la pistola que llevaba detrás porque Tristania se había acercado a él con las manos apoyadas sobre el escritorio.
— ¿Y ahora qué? –masculló ella, sin siquiera pestañear.
—Dejemos las formalidades, usted sabe por lo que he venido.
Ella movió la cabeza de un lado a otro pero no respondió. Por su parte, el agente policial le otorgó una hoja de papel que Tristania cogió sin apenas echarle un vistazo.
La tensión del ambiente era tan palpable que comenzaba a subir de temperatura.
—Tengo la aprobación del fiscal para llevar a cabo una investigación por el asesinato de Agatha Tremont, la cual tenemos entendido trabajaba para usted aquí en el Palace. –el policía la miró expectante. —Y murió en la madrugada de hoy en circunstancias que deben ser investigadas.
Justo al terminar con la explicación el policía sacó un cigarrillo e hizo lo propio. Tristania no le quitaba los ojos de encima, su mirada era más parecida a un felino a punto de cazar.
— ¿Por qué nos odias tanto? –quiso saber.
Becker inhaló el humo y tras expulsarlo apagó el cigarrillo en el cenicero que había sobre la mesa.
—Madame Tristania, le recuerdo que estoy aquí por aspectos netamente profesionales lo que suceda o deje de suceder aquí no es de mi incumbencia salvo que sea algún delito u homicidio como el que acaba de ocurrir, recalco, la madrugada de hoy.
Tristania asintió.
—Perfecto, ¿Cuál es el protocolo?
—En primer lugar, haremos un interrogatorio a todo el personal y ya la Unidad de homicidios esta de camino y el equipo forense también. He pedido refuerzo para llevar a cabo todo el operativo.
— ¿Refuerzos? ¿No harás de esto un alboroto que ponga...?
Entonces, ahora de mal humor, el policía se levantó.
—Estoy muy agotado Tristania, no me hagas perder el tiempo, la verdad.
—No era mi intención solo que creo que estas exagerando.
— ¡Ah, sí! ¡Te parece que una muerte es exagerar! ¡Por el amor de Dios! ¿¡En qué clase de mujer te has...!?
— ¿En qué clase de mujer que? –Tristania estaba de pie y su rostro era del mismo color que las paredes que la rodeaban. –Dilo. –exigió— Dímelo, Lyams Becker.
Silencio.
Tristania rodeó la mesa hecha una furia y su vestido de flores ondeó cuando se acercó al agente policial.
—Si vienes a burlarte de mí, será que mejor que te vayas. –masculló casi al punto de romper en lágrimas.
Lyams se pasó una mano por la cara y se enjugó el sudor. El calor ya era insoportable.
—Ya el equipo ha llegado y comenzará a trabajar. Mantente dispuesta y coopera en lo que puedas.
Y tras decir esto, cogió su placa policial y salió de la habitación.
Una vez cerrada la puerta, Tristania lanzó el cenicero contra la pared y al hacerse añicos por todo el suelo, no pudo evitar llorar desconsoladamente.
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