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8: Lei Anderson y una escapada inesperada

Durante el desayuno Freya se decidió por molestarme con Aarón, no le tomé importancia, sé que son tonterías. Ahora mismo la profesora de álgebra acaba de entrar al aula, todos a mi alrededor tomaron asiento, ninguno se sentó a lado de mí, algo mucho mejor para mí, todos parecían estar en su mundo y yo no me voy a quedar atrás.

La clase comenzó y la profesora se situó de pie enfrente de nosotros para explicar ecuaciones que incluían signos, letras y números, demasiado complicado para cualquiera que no preste atención.

Apoyé la punta de mi lapicero sobre la hoja, y el sonido de la puerta chocar contra la pared me sobresaltó, accidentalmente presioné la punta del lapicero muy fuerte, ya que se partió en dos, dejándome sin la opción de seguir escribiendo. Revisé mi lapicera y no encontré ningún otro lapicero, ni siquiera lo que se utiliza para sacarle punta al que tengo.

¿Qué no compramos dos paquetes cuando recién llegamos?

Solté un bufido y levanté la vista, encontrándome a un chico vistiendo un pantalón azul claro de mezclilla y una camisa blanca de manga corta, dejando a la vista los tatuajes de sus brazos, muy atractivos a mi parecer, algunos de ellos tenían color, y había uno en especial que llamó mi atención, era una serpiente que se enroscaba en su brazo, desde la muñeca y perdiéndose dentro de su camisa; con el cabello castaño claro, peinado hacia atrás.

—¿Quién eres? —se dejó caer en su asiento y observó la pizarra.

No respondí, algo en él se me hacía conocido, estaba segura de que ya lo había visto antes, en ese instante me llegó un recuerdo fugaz de la pelea, él fue quien se peleó con Aarón.

—Es de mala educación no responder cuando te hablan —masculló marcando más su mandíbula, la cual está muy bien perfilada, tanto que parecía irreal.

—También es de mala educación pelearse en el instituto, pero a nadie le importa —me encogí de hombros mostrando una sonrisa irónica—. Me llamo Zoe.

Una risilla leve y baja se escapó de su boca, se giró a la profesora y al ver que no nos prestaba atención, volteo a mí, de nuevo.

—Yo soy Lei.

—No te pregunté.

Me encorvé en mi asiento y comencé a escribir con pluma, a pesar de que, según la profesora, tenía que ser con lápiz. Por el rabillo del ojo alcancé a ver como el tipo borraba su sonrisa y sacaba un cuaderno de su mochila.

—Eres muy infantil.

Fruncí el ceño y me tome un segundo para pensar lo que respondería, de no hacerlo le hubiera dicho algo ofensivo, acción que daría a entender que tiene razón.

—Solo dije la verdad —con una falsa sonrisa lo miré—. Mis más sinceras disculpas si lo he ofendido, señor.

—Terminan de copiar, responden, reviso y se marchan —indicó la profesora, quitándole la oportunidad de hablar a Lei.

Hice tal cual lo pidió y cuando estaba poniéndome de pie para revisar, una mano rodeo mi muñeca. Rápidamente voltee para ver el causante de que me detuviera. Me encontré a Lei sosteniendo mi muñeca.

—Pásame la última, no le entiendo.

Suspiré y le tendí mi hoja con los ejercicios, él estaba a punto de agarrarla cuando la quité rápidamente de su vista y comencé a caminar para entregarla. Solté una risa al ver su cara de estupefacción.

—¡Infantil!

—¡Anderson, guarde silencio!

Tape mi boca reteniendo la carcajada que quiso escaparse. La profesora terminó de revisarme con un reclamo por utilizar pluma en lugar de lapicero, le di la razón para que me dejara salir ya.

Al salir encontré los pasillos vacíos, creo que fui la primera en terminar. Comencé a caminar y atravesé los pasillos hasta llegar a unas estrechas escaleras que parecían subir a otro piso, fue extraño, se supone que solamente hay un piso en todo el lugar. Subí las escaleras y una cinta amarilla que utilizan para los crímenes me tapó el paso, pasé por debajo y seguí subiendo, algo me causaba curiosidad. Al final encontré una puerta metálica entreabierta.

La empujé sin hacer ruido y me adentré al otro lado, el aire me golpeó fuertemente y revolvió mi cabello, estaba en el exterior, si no me equivoco, estoy en el techo. Hay paredes de concreto construidas al azar, muy pequeñas, pero más altas que yo. En la orilla del techo había alguien de pie, observando el horizonte, con un cigarrillo entre sus dedos, en el brazo que está a su costado, como si lo hubiera olvidado.

Me acerqué con cautela, al estar a un lado el chico se giró a mí y con un gesto desinteresado volvió a ver el horizonte, es Aarón, estaba de pie en la orilla, si perdía el equilibrio caería, y aunque el edificio sea de un solo piso, los techos son muy altos, por lo que no creo que logre sobrevivir una caída.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó sin inmutarse de mi presencia.

—Viendo si estoy a punto de presenciar un suicidio.

Hizo el amago de reírse.

—¿No sientes que a veces la vida no se vive como debe?

Me acerqué más a la orilla observando hacia abajo, medité su pregunta por unos segundos, desde mi perspectiva siendo Arabella, puedo decir que he vivido una vida entretenida, sin embargo, por más veces que me pregunte, no tengo idea de si la he disfrutado o vivido como realmente se deba.

—No lo sé. ¿Cómo se vive como se debe?

—Antes creía que la vida se tenía que vivir sin preocupaciones, hacer lo que quiera y cuando quiera, y que así sería feliz y viviría una vida plena. No obstante, todo eso puedo hacerlo y sigo sintiendo que no estoy viviendo la vida como se debe, ¿entiendes? Cómo...

—Cómo si nos faltara algo —finalicé en su lugar—, ese vacío de que puedes hacer lo que quieras y no sentir emoción, que a pesar de todo no te sientes completamente feliz —fijé mi mirada al frente, observando los árboles menearse al son del viento. A pesar de no verlo, sentía su mirada clavada en mí.

—Exacto. No tiene sentido, ¿cómo puedo llenar eso, que ni siquiera se la causa?

—No estás pensando en tirarte, ¿verdad?

Lo miré negar con la cabeza, retrocediendo unos pasos. No le tomé mucha importancia y volvía centrar mi atención en los pájaros que se pasean en el cielo.

—Deberíamos de salir de aquí.

Al voltear mi rostro tan rápido luego de escucharlo, casi pierdo el equilibrio, si no fuera por su mano tomando mi muñeca y jalándome hacia atrás. Mi pecho se agitó por la impresión, ya me veía a mí misma caer del techo del instituto.

—Tonta.

Abrí mis ojos encontrándolo muy cerca de mí, tan cerca que podía verme en el reflejo de sus pupilas, demasiado cerca que su aliento con olor a cigarro y dulce de cereza me pegaba de lleno.

—¿Por qué debería de salir contigo?

Su brazo se pegó más a mi cintura, acercándome a él.

—No deberías. Sin embargo, no soy el único que se siente así, yo también quiero llenar ese vacío y sé que en el instituto no lo hare.

—¿Y si no lo logramos?

—Estamos tan perdidos y viviendo una vida muy corta, eso no importa ahora. Quiero hacer tanto que cuando sea adulto sonría al recordar lo que he vivido y no arrepentirme de no hacerlo y no poder intentarlo después; este es el ahora y es lo que importa. Acompáñame por un rato a buscar lo que nos haga felices —susurró lo último.

Creo que jamás me he dejado llevar por mis impulsos, antes tenía que detenerme a pensar si lo que quería hacer era correcto o si pondría mi vida en peligro, o la de las personas que amo, ahora es distinto, no siento que deba de preocuparme por eso. Es momento de buscar lo que me hizo múdame a Los Ángeles, la normalidad solo fue una pequeña excusa que contenía mucha verdad, viviendo asesinando personas, sin importar los lujos que tenía, nunca me dieron lo que quería, jamás fui feliz del todo y aun sigo sin serlo. Creí que era cosa mía sentir que algo me faltaba durante toda mi vida, me equivoqué.

Estoy segura que, así como Aarón y así como yo, existen muchas personas que viven cosas similares, que no le encuentran el sentido de vivir porque no son tan felices con lo que tienen, ya sea por lo roto que estamos desde que crecemos y vemos que el mundo es diferente a lo que pensábamos de pequeños, o por diferentes circunstancias que los han llevado a perder todo ese sentimiento de querer vivir. Tal vez solo falta soltarnos, abandonar un poco las obligaciones de las que nos llenan desde que nacemos y buscar algo que queramos hacer sin necesidad de que nos obliguen y hacerlo por satisfacción, o porque ese vacío desaparece, al hacer algo que le da sentido a la vida y nos llena sin pensar.

Asentí en una pequeña sonrisa. Aarón se separó de mí y rodeo mi muñeca suavemente, arrastrándome a la puerta metálica, bajamos corriendo las escaleras, en estos momentos nada importa, ni ser reprendidos, ni caernos y rodar por los escalones, hemos encontrado un pequeño propósito. Atravesamos los pasillos en dirección del estacionamiento, no puedo evitar reírme, algo que lo hace reír a él.

Buscarle el sentido a la vida también puede ser algo que nos llene sin saber, porque significa que nos hemos dado cuenta de que hay cosas tan normalizadas que no están bien, como el obligarnos a asistir a un lugar durante dieciséis años o incluso más, sin darnos la oportunidad de elegir siquiera. Causando que nos sintamos vacíos, nos quebremos al saber que no hay opción de elegir algo más, de elegir vivir la vida y no lo que alguien estableció como meta de vida, que es estudiar hasta el cansancio por un título universitario y después trabajar sin fin hasta morir. En mi caso, me obligaron a elegir la organización que se encarga de hacerle llegar drogas a las personas que se cansaron de luchar, o que buscan una vía de escape fácil para ser felices.

Solo quiero ser feliz con lo que he vivido y morir sin arrepentirme de no hacer algo, solo eso quiero, así como todos.

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Llegamos al muelle de Santa Mónica, había escuchado muchas veces del lugar, pero jamás lo había visitado. Un parque de diversiones se alzaba ante mis ojos, una preciosa rueda de la fortuna y una montaña rusa, entre otros juegos extremos y mecánicos, y algunos otros menos peligrosos para niños. Estaba casi vacío, tal vez por ser temprano y entre semana, no tengo idea, pero creo que el no haber tantas personas solo lo hace más perfecto.

—¿Qué hacemos aquí? —cuestioné caminando a su lado, directo a la entrada.

—No busques respuesta para todo, tan solo vive.

Atravesamos el gran arco con el nombre del lugar y lo seguí, hasta que topamos con la fila para subir a la montaña rusa, por un segundo percibí la emoción y el miedo, jamás había subido a un juego mecánico como este, parecía tan peligroso que me hacía tener espasmos de la emoción y nervios.

—¿Te asusta subir?

—No —mentí un poco.

Aarón pagó la entrada y con ayuda de los trabajadores nos pusimos la seguridad de forma correcta para evitar accidentes.

—No tengas miedo, lo peor que puede pasar es que salgas volando de tu asiento por un error en el cinturón —se rio al ver mi rostro.

No negaré que sí me asustaba un poco.

—No ayudas —masculle entre dientes.

Pasó un brazo por mis hombros.

—Tranquila, me encargaré de demandarlos si mueres. Prometo hacer un buen funeral y gastar el dinero de la demanda en conseguirte una lápida linda que diga: Voló más alto que el resto, literalmente.

No me dio la oportunidad de reclamarle, nos comenzamos a mover, mi mano temblaba, agarré fuertemente el cinturón de seguridad. Antes de verlo venir aumentó la velocidad y de un segundo para otro estaba gritando, sentía diversas emociones, la que más sobresalía era la adrenalina, no se sentía tan mal como creía, era como estar en una carrera. La diferencia es que yo no manejaba y la velocidad se multiplicó.

Comencé a reír entre gritos, ni siquiera pude ver a Aarón, me había metido tanto en lo que sentía que lo olvidé. Minutos después bajamos, ambos cabellos estaban hechos un desastre, pero nada quitaba la sonrisa que tenía en el rostro. Visitamos todos los juegos mecánicos que había, incluido los puestos para ganar premios. Para cuando terminamos tenía entre mis brazos un enorme pingüino de peluche, pasamos por la montaña rusa alrededor de tres veces, no hubo una cuarta porque comimos y había riesgo de terminar vomitando. El cielo se había pintado de rosa con nubes brillantes y algo doradas, por la escondida del sol, dándole paso a la luna, el viento comenzaba a golpear fríamente y el lugar se poblaba un poco más.

—¿Qué tal? —cuestionó el chico a un lado de mí, cargando un pequeño oso que había ganado para él.

—Nada mal —sonreí.

El día de hoy la pase tan bien como ningún otro, olvidé mi pasado, olvidé las muertes, olvidé eso que me perseguía hasta en los sueños y viví un día que sé lo mucho qué recordaré siempre.

—Es noche, pero tienes que vivir una última cosa.

Agarró mi muñeca y me llevó hasta la entrada para la rueda de la fortuna, recordé sus palabras al llegar así que no dije nada. Solo tenía que dejarme llevar. Al estar arriba todo era mágico, a lo lejos en el océano se miraba el sol a una intensidad baja, ocultándose poco a poco, hasta dejar a oscuras el cielo, brillando solamente la luna y las estrellas, debajo de nosotros también brillaban las luces de los juegos mecánicos, todo el lugar tenía luces de colores, dando una apariencia más linda y pacífica.

—Jamás había estado aquí

—¿No?

Volteé a verlo y negué con la cabeza, bajó su mirada.

—¿Qué te parece?

Busqué una palabra que definiera lo que creía que era esto, todo lo que veía y sentía sin duda era...

—Mágico.

Nuestras miradas se cruzaron y noté como se acercaba a mi rostro, me quede quieta, esperando que pasara lo que sea que sucediera. Nuestros labios estaban a centímetros de tocarse, cuando el sonido de mi móvil nos sobresaltó. Inmediatamente regresó a su lugar aclarándose la garganta. Al sacar mi teléfono me di cuenta que mi padre me llamaba. Respondí y pegué el teléfono a mi oreja.

Mis hombres llegarán en unas horas, prepárate. Le Brun y tu estarán a cargo.

¿Le Brun?

No pude decir nada, me colgó. Guardé mi móvil y la rueda dejo de girar, se había acabado el turno. No sabía que decir, creo que no hacía falta decir algo, simplemente bajamos y tomamos los peluches, los habíamos dejado con un vendedor en lo que subíamos a la rueda de la fortuna.

Después de darle instrucciones de donde vivía, llegamos. Se había detenido enfrente de las puertas de cristal, las calles estaban transitadas, había tráfico.

—Gracias por lo de hoy, la pasé bien.

Muy bien, quise decir, pero me abstuve.

—Yo igual.

Decidí vivir y soltarme, tal como lo había hecho durante la tarde, muy rápido, tanto que flash se quedaba tonto a mi lado, agarré el pingüino y abrí la puerta, antes de bajar besé su mejilla, tan pequeño y tan rápido que ni se sintió. Caminé al interior del edificio sin girarme, inexplicablemente mis piernas se sintieron pesadas al caminar y mi respiración se agitó. Apreté los ojos y me obligué a no arrepentirme de haber hecho eso. 

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