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2: Piensa, piensa, piensa

Al llegar al estacionamiento ensancho mis mejillas al ver a mi precioso auto negro. A lado de él se encontraba coche de Freya, ambos habían sido comprados con nuestro dinero, por lo que eran nuestras preciosuras, cuando algo te cuesta a ti, sin importar lo mucho o poco que tengas, aprendes a valorarlo. Este es mi tercer auto y no por eso deja de ser el que más he amado.

Nos subimos a su coche y saco las llaves de la guantera, lo enciendo y al instante emite un emocionante rigido que alborota mis ganas de participar en una carrera de autos. Comienzo a manejar y en el trayecto no puedo evitar recordar como era mi vida anteriormente, empiezo a sentir nostalgia, aún no sé cómo sobrellevar todo esto, amo el nuevo inicio que estamos tomando, pero aun así siento la preocupación de que dure poco y volvamos a lo mismo.

Alejo todos esos pensamientos de mi cabeza y me decido por encender la radio, paso las estaciones sin despegar la mirada del frente, hasta que logro reconocer una canción que actualmente esta sonando mucho. Mas allá de la letra, el ritmo de la canción me levantaba el ánimo.

Doy un vistazo rápido a Freya y la encuentro moviendo su cabeza al ritmo de la canción y tamborileando sus dedos en el tablero.

Al parecer no solo a mí me hace feliz esta canción.

Eres un girasol. Creo que tu amor sería demasiado o te quedarás atrás. A menos que me quede contigo. Eres el girasol. Eres el girasol...

Le hago una señal para que también cante.

Sé que tienes miedo a lo desconocido, no quieres estar sola. Sé que siempre vengo y voy, pero eso está fuera de mi control.

Comenzamos un baile sin ritmo y demasiado ridículo, no me importa, cuando estoy con ella hacer el ridículo es lo de menos y disfrutar el momento lo es todo.

Y te quedas atrás, a menos que me quede contigo. Eres un girasol, creo que tu amor sería demasiado o te quedarás atrás. A menos que me quede contigo. Eres el girasol, eres el girasol —reímos cuando la canción termina.

En el camino puedo notar como el sol se encuentra en un punto perfecto, estoy segura de que no faltan más de cuatro horas para que se oculte por completo. A pesar de ser un día soleado, el viento apaciguaba un poco el calor. Posterior de un par de canciones llegamos al lugar y bajamos del auto.

—¿Le has puesto seguro? —pregunta caminando a la entrada.

—Si —esbozo una ligera sonrisa.

Tomamos asiento en la primera mesa disponible y recorro el lugar con la mirada, es lindo, un poco modesto y hay algo en el ambiente que me daba tranquilidad, parece que no se encuentran muchas personas comiendo, cosa que agradezco.

—Arabella.

Le presto atención a Freya.

—¿Cómo se llama el instituto en el que estudiaremos?

Hice un poco de memoria hasta recordar el nombre, han pasado un par de días desde que nos inscribí, el nombre estaba quedado casi en el olvido.

—Belmont High School —respondo viendo a un mozo acercarse a nuestra mesa y dejar un menú a cada una para después retirarse de nuevo.

—¿Cuándo nos llegarán los papeles con nuestras nuevas identidades? —cuestiona Freya observando atentamente la pequeña libreta que tenía en manos.

—Mañana, creo —hago una mueca.

Se que pudimos iniciar esta vida sin necesidad de estudiar, no lo necesitábamos realmente, no obstante, si queremos vivir una vida normal tenemos que hacer lo que personas de nuestra edad hacen. Nunca está de más aprender algo nuevo.

No pregunta más y por su rostro sé que se estaba debatiendo entre cual platillo escoger.

—¿Qué pedirás?

Espero su respuesta sin despejar la mirada de todos los nombres de platillos que están escritos en el cuadernillo.

—Un Pad Thai ¿y tú?

—Una es salada de gambas con arroz —no me decidía que ordenar, todo parece delicioso.

Durante la comida hablamos de cosas irrelevantes, sin preocupaciones, solo fuimos dos chicas nuevas en Los Ángeles, dos chicas aparentemente normales. Comimos en silencio, con el sonido de los cubiertos metálicos chocar con el plato de fondo. Terminando de comer pedimos la cuenta y tomamos rumbo al supermercado para comprar comida y los útiles para el instituto.

Afuera en la autopista siento el sol acariciar mi rostro, golpea con una intensidad que no molesta, simplemente se disfrutaba. Fue impresionante el giro de 180 grados que da la vida, esta vez fue por decisión propia, algo que se agradece. Porque a pesar de eso, también hay veces en las que las circunstancias te cambian por completo, y, aunque tu no quieras, es algo que debes hacer, casi como el vivir o morir.

El ruido de mi teléfono me saco de mis pensamientos, había sido un mensaje, lo revisé sin interés, al ver que era mi hermano Damian lo desbloqueé.

‹‹ Está bien, con cuidado. ››

Inmediatamente respondí.

‹‹ Okey. Xoxo. ››

Quise hacer algo en mi móvil, sin embargo, no había nada interesante, jamás fui fanática de tener redes sociales, desde mi punto de vista solo son cosas que fueron creadas para robar tus datos y apropiarse de tu vida tan lenta y discretamente que no te enteras hasta que sucede.

Resoplé volviendo a guardar el teléfono en el bolsillo de mi pantalón y volví a prestarle atención a mi alrededor, Los Ángeles era lindo, también muy grande y tenía lugares inolvidables, una de las razones por la que elegimos esta ciudad —además de su clima, claro—, fue el hecho de que en este lugar Freya y yo viajamos un par de veces y esas veces se quedaron grabadas siempre en mi alma, como la vez que decidimos asaltar una joyería en la cual el dueño resultó ser un abusador de mujeres. Regamos todos los objetos de valor de ese lugar por toda la ciudad y la policía jamás pudo atraparnos.

Una sonrisa se formó en mis labios, es demasiado bueno saber que mi vida jamás fue aburrida.

—Malas noticias.

Me giré a verla y percibí preocupación en su rostro.

—¿Qué sucede? —fruncí los labios.

Vamos, es nuestro primer día siendo dos adolescentes sin lazos con la mafia y ya lo arruinaron.

—Hay una camioneta negra, a tres carros atrás de nosotras. Está ahí casi desde que salimos del restaurante.

—Carajo —murmuré apretando la mandíbula.

Observé por el espejo retrovisor y visualicé la camioneta.

—Darás vuelta a la derecha cuando te indique. Vamos a tratar de perderlos.

Pasaron un par de segundos en los que no despegué mis ojos de la camioneta, se comenzaron a acercar hasta quedar a un solo coche.

—¡Ahora! —me tuve que sostener fuerte por la vuelta repentina, solo se escuchó el rechinido de las llantas por la vuelta brusca y el pitido molestó del automóvil trasero. Al ir en autopista decidí que tomara la salida justo cuando parecía que iríamos recto.

Miré por el espejo retrovisor y la camioneta seguía ahí.

Es un gran riesgo exhibirnos. ¿Qué hago?

Gruñí. 

—Aún sigue ahí —mascullé.

Piensa, piensa, piensa...

—Piérdete entre esas calles.

Le señalé a Freya justo al bajar de la autopista, comenzamos a perdernos entre las calles, lo suficiente para encontrarnos en medio de un barrio en el cual a leguas parecía estar repleto de pandillas. Sin tener éxito en perder a camioneta recordé el silenciador que Freya cargaba en su guantera. Con rapidez increíble lo saqué y coloqué en mi arma, para evitar mucho altercado e intentar no llamar la atención.

—¡Vamos, vamos! —exclamó Freya concentrada en el frente.

Bajé la ventanilla del auto y salí sentándome de forma incómoda en donde sale la ventanilla tratando de dispararle a la camioneta, mi corazón golpeo con fuerza mi pecho el notar que por poco una bala me daba en el estómago, de no ser por la manera de zigzag en la que conduce Freya.

Comenzó una guerra, supliqué que nadie nos prestara mucha atención, es obvio que estamos en esa parte oscura de Los Ángeles, esa parte en la que nadie quiere vivir, y lo sé solo con ver como las casas se están cayendo en pedazos, la mayoría del lugar está repleto de grafitis y hay muchos dibujos de una pandilla en particular, una con la que he convivido.

Estábamos yendo a una velocidad rápida, los de la camioneta me querían disparar, no obstante, logré dar en la llanta de mi lado, lo que causó que la camioneta se saliera de la calle e impactara con un par de autos viejos y muy sucios del costado de la calle.

Buena suerte, perras.

Sonreí regresando al auto.

Demasiado fuerte para los sensibles, muy normal para personas como yo, posiblemente es lamentable, pero así fue mi vida por muchos años. Intentar cambiar de un día para otro es un completo reto, pero, ¿a quién no le gustan?  

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