❤️ Take On Me
¡Wolaaaas, chicos! Espero les guste este capítulo amoroso :3. ¡Como siempre mil gracias por todo su apoyo!
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La llamada finalmente conectó y Alter pudo ver a Camryn recargada en la pared de su habitación. Por el estilo de su mirada, sabía que se acercaba algún tipo de discurso de vida, así que se acomodó mejor sobre su cama para escuchar.
Camryn era su confidente, su consejera. Eran el Yin y el Yang. Camryn era demasiado salvaje, incluso para las calles de Nueva York, más fría que cualquier desierto de hielo; mientras que Alter respiraba corazones. Amaba ser bueno con la gente y sonreír con todos los dientes.
En los días en los que Camryn necesitaba un poco de esa luz, un poco de esperanza, un poco de calidez o aliento; recurría a Alter. Pero cada vez que el chico necesitaba una bofetada de realidad, la chica estaba dispuesta a dársela.
—Bien, Smith. No puedes escapar —dijo Cam soltando una risa—. Me quedé en que eran unos brutos y ahora organizas fiestas y estás con Polly Pocket.
—No es Polly Pocket. Y yo nunca les dije "brutos" —Alter sonrió al pensar que Alice sí recordaba a aquella muñeca—. Bueno, pues no pasó nada en realidad... Las cosas simplemente se dieron.
—Claro, sí —expresó la chica lanzándose hacia su cama destendida—. ¿Sabes, Alter? Nunca te había visto enamorado.
—¿Qué?—El muchacho subió la mirada tratando de recordar—. Claro que sí, Mindy. La que tenía su lonchera de Mindy Forest.
—¿En tercer año? ¿Bromeas, cierto? Por favor, además te gustaba porque querías la lonchera.
Camryn trató de acorralarlo con la mirada. El chico notó la intención de inmediato, así que se levantó para colocar algo en su grabadora.
—Otro cassette no —dijo Camryn intentando bajar la tensión.
—Bueno, es que... no lo sé. ¿Esto es estar enamorado? —preguntó el muchacho bajando los brazos para terminar derretido en su propia cama.
El silencio fue interrumpido por la música de Guns N' Roses que buscaba llenar el papel tapiz del chico. Un momento dramático con soundtrack, eso a Alter le fascinaba.
—¿Ya salieron? —preguntó Camryn recargándose en su mano. Ella sabía cómo era el chico y le estaba permitiendo vivir ese instante.
—No —respondió rápidamente mientras volvía a levantarse—. No, no, no.
—Bien... —Camryn sacudió la cabeza y sonrió sólo un poco—. Veamos, Alter Smith, el chico más sociable que he conocido. Invitaste un día a la profesora de inglés a comer un pastel porque la hicieron llorar en clase. ¿Me vas a decir que una chica que conoces con la que vas diario a la escuela te intimida? ¿No puedes invitarla a salir?
Alter soltó un suspiro al tiempo que se enfrentaba con eso. De frente, podía ver una nube rosa que se elevaba a la altura de su pecho. Le miraba tan imponente que resultaba un verdadero martirio para el chico. Suplicaba que la dejara entrar a su corazón, pero al mismo tiempo sacaba chispas y llamas que resultaban desconocidas.
—¿Es este el sentimiento del que todos hablan? —preguntó el chico repentinamente.
—Oh, no seas melodramático, Alter. Ya estás en edad de saberlo —dijo Camryn suspirando—. Invítala a salir.
—No —respondió el chico nervioso.
—Vamos, Alter. No tenemos trece años. Coman una hamburguesa, una malteada... ¿no dices que viven en los 50's? Lleva a tu Polly Pocket vintage por algo.
El rostro de Alter se quedó un momento paralizado y la respiración de Camryn se hizo más pesada.
—¡Alter! Tú no eres así, tú eres el chico que organizaba protestas de silencio y otras no tan silenciosas. Quien logró que la escuela hablara abiertamente de temas importantes, el alma de todas las fiestas. Ya basta, no eres un preadolescente.
—¿Pizza, le gustará? —dijo el chico para romper la tensión.
Fingió una de sus sonrisas, pero su amiga sabía a leguas que era falsa. Levantó una de sus cejas y afirmó para hacerle creer que su acto era bien recibido, pero sintió una fuerte preocupación creciendo en sus adentros.
—Alter... ¿recuerdas lo que hablamos, sobre no dar demasiado de ti?
—¿Por qué todos repiten eso? —dijo admirando su grabadora moviendo la cinta del cassette—. No es como si me fuera a pasar algo increíblemente malo.
—Porque te conocemos —sentenció la chica hablando con seriedad—. No queremos que lo tomes como un consejo a la ligera, Alter. Tus padres y yo te conocemos muy bien y sabemos que das todo por la amistad.
El chico suspiró un poco fastidiado, pero su mal humor se fue en cuanto sus pupilas tocaron el negro cielo en la ventana. No podía estar enojado cuando miraba el firmamento, simplemente le recordaba lo increíble que era el mundo. Le resultaba de locos estar enojado cuando algo tan divino se encontraba frente a sus ojos.
—Bueno, lo haré —dijo Alter rindiéndose—. En serio lo haré.
El tono en que pronunció aquellas palabras, hizo dudar a Camryn. Sonaba totalmente decidido, honesto; sin embargo, ella sabía que aquello era temporal. Faltaba tan solo un pequeño movimiento por parte de los habitantes de Herthbroke para tener a Alter de vuelta a darlo todo.
Camryn siempre había pensado que Alter vivía amistades como enamoramientos. Era idealizar a las personas que él quería en su círculo social, para después terminar con el corazón roto. Era por eso que le resultaba muy extraño ver a Alter realmente enamorado, o al menos, interesado por una persona.
—No te pongas nervioso —dijo la muchacha relajándose por fin—. Necesito que la invites a comer lo más pronto posible. No es pregunta, es una orden.
—Sí, capitana —respondió el muchacho lanzando una bolita de papel a la cámara de su celular.
La videollamada finalizó y el silencio invadió al muchacho de una forma que él mismo no esperaba. Cómo era posible que una intención tan buena fuera a ser sepultada por una amistad. No parecía tener sentido.
Su mente se encontraba dando vueltas cuando se detuvo en seco al notar en su pantalla un mensaje:
Alice:
Hola, Alter.
Dos palabras, dos simples palabras y su corazón se había detenido clínicamente. Levantó su teléfono temblando, al tiempo que dejaba ir cualquier evidencia de cobardía en su interior.
No, ese no era él, como había dicho Camryn. No permitiría que las cosas tomaran tal curso.
Alter entró a la aplicación de mensajes y pulsó el botón de "audio" si dudarlo dos veces.
—Hola, Alice —comenzó a decir el chico, ocultando su mano temblorosa en la chaqueta, aunque la chica no pudiera verla—. Qué gusto que me escribas. Espero que estés bien y que podamos salir algún día. ¡Bonita noche!
Alter miró unos segundos el audio antes de enviarlo y después se llevó las manos a la cabeza.
—Creo que sonó muy apresurado —dijo echándole un vistazo a su teléfono—. Quizá debí decir algo más normal como: "¿qué haces?".
Su cabeza volvió a dar vueltas, en realidad no era tan complicado como parecía. Él estaba consciente de eso, pero al mismo tiempo no podía evitar exagerar la manera en la que veía la situación.
¿Qué le respondería la chica?
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Alice se encontraba acostada sobre su cama. Había pensado más de lo que le hubiera gustado admitir, sobre Alter y todo el asunto del mensaje. Un "hola" no debería tardar tanto en enviarse.
La poca calma que había recuperado al dejar el celular a un lado, se evaporó con gran facilidad en el instante que la respuesta de Alter llegó.
Sus manos estaban sudando nuevamente cuando pulsó el mensaje para escucharlo completo.
—¿Una salida?
—Alice —dijo su madre empezando a abrir la puerta.
La chica escondió el teléfono rápidamente debajo de su almohada y miró a su madre con tranquilidad sintética.
—¿Qué ocurre, mamá? —preguntó la chica tratando de tranquilizar su respiración.
—Katherine vendrá a cenar hoy —dijo la mujer provocando que el corazón de la chica volviera a agitarse.
—¿Katherine? Pero, ¿por qué?
—Los McKlein saldrán y necesitan dejar a tu amiga en nuestra casa —expresó la mujer abriendo el armario de Alice para elegir un vestido rosa—. Usa este, se ve como nuevo.
—Mamá, yo puedo elegirlo. —La madre de Alice la miró con suma severidad hasta que ella se levantó de la cama y tomó el vestido—. Es bonito, sí parece nuevo.
—Veinte minutos y podrás bajar a cenar. Katherine llegará en unos ocho minutos.
La chica movió la almohada en cuanto su madre se retiró y presionó el botón para responder.
"... ¿el próximo viernes?"
Presionó "enviar" aunque después estaba sumamente arrepentida. Sentía que quizá había sido demasiado burda o que no parecía promover la conversación. De cualquier forma, no tuvo mucho tiempo para pensar, porque el timbre sonó.
Ya eran las diez y media en punto del sábado. Si bien, nadie cenaba a esa hora, ni si quiera en Herthbroke. La madre de Katherine se las había arreglado para regalar un delicioso pastel y convencer a los padres de Alice de que una segunda cena sería magnífica.
Cuando aquel vestido color pastel estaba acomodado y puesto como en un baile de gala, la rubia chica bajó por la escalera. Notó cómo estaba puesta la mesa de una forma elegante, como si se fuera a recibir a una condesa.
Quizá por eso Katherine se sentía superior a todos, porque en el pueblo su familia era tratada como la mismísima realeza.
—A-lice —dijo la chica pausadamente, cuando sus miradas se cruzaron en el recibidor—. ¿Cómo estás?
La rubia sintió un escalofrío recorrerla. Katherine recurriendo a la "amabilidad" era como saber que un héroe de guerra ya estaba recurriendo a sus viejas técnicas de conquista.
—Qué gusto —respondió Alice llena de incomodidad—. Aunque, una sorpresa.
—Bueno, no fui invitada a su fiesta, pero creo que puedo estar en esta sin lugar a dudas —expresó la chica sonriente.
Alice le miró por unos segundos y después caminó directo hacia la mesa para comenzar con el recatado desfile de modales.
Katherine sonreía a sus padres, hacía bromas de vez en cuando y miraba de reojo a Alice, cuando aquellas resultaban mucho más divertidas.
Lo que la rubia no sospechaba, era que había una razón específica por la que se encontraba en ese lugar. Existía un plan que se estaba desarrollando al mismo tiempo que tal extraña cena, en la que tan sólo comían mousse de fresa y leche chocolatada, sucedía.
Marilyn McKlein, la madre de Katherine estaba en la ciudad, pero Brighton no. Si su esposo no se encontraba con ella, ¿qué plan tenía la señora McKlein? Alice sabía que Katherine se quedaba con ellos cada que sus padres salían de la ciudad. Todos hubieran pensado que aquello terminaría en cuanto ambas crecieran, pero no. Aún a sus casi dieciocho años, Katherine no podía quedarse sola en casa.
Lo único que animó esa extraña reunión, fue saber que su celular vibraba en la mesita del pasillo y caminar con cautela hacia el baño para alcanzar a ver que decía.
Alter:
"¡El viernes en la noche!"
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Marilyn miraba de vez en cuando el retrovisor de su auto. No era que realmente pensara en un auto fantasma que no estuviera viendo o que se enorgulleciera de ser tan buena conductora. Simplemente era algo que solía hacer cuando se encontraba demasiado nerviosa.
Siempre que aquello le sucedía, tenía la impresión de que alguien la perseguía. De que alguien la miraba desde lejos observando cada movimiento.
Finalmente, cuando casi chocaba con un poste de luz, Marilyn detuvo su hermoso auto color perla enfrente de la casa de los Smith. Un escalofrío la recorrió, era muy curioso que aquel se originara del terror que le causaba aparecerse por esos lugares y no por los planes que maquinaban en su cabeza.
Abrió la puerta y un frío la golpeó, casi como si el destino intentara regular el exterior con el gélido interior. Cerró la puerta e hizo sonar la alarma al paso que sus zapatos de tacón empezaban a sonar por el asfalto.
Cada uno parecía taladrar en lo más profundo de la conciencia de Marilyn, pero ningún eco resonaba con tanta fuerza que le provocara querer dar media vuelta y regresar por sus pasos.
Mientras avanzaba, el viento movía sus cabellos con suma tranquilidad; al mismo tiempo que el abrigo color crema intentaba hacer algún giro irreverente, pero fallaba en el intento. Era como si estuviera bajo la supervisión de Marilyn.
Apenas terminó de sonar el timbre, unos firmes pasos se escucharon aproximarse y Joe abrió la puerta dibujando una sonrisa en su rostro.
—Hola, vecina —dijo con suma amabilidad. Estaba secándose las manos después de haber lavado los trastes, así que en cuanto dejó la toalla a un lado, extendió su mano para un saludo.
—Joe Smith —expresó Marilyn con un gesto de disgusto que rechazaba sutilmente la mano de su interlocutor.
El hombre comprendió de inmediato que aquello, muy probablemente no era una visita cordial. Quizá todo era parte de un minucioso plan en el que él tendría que ser muy precavido, fue por ello que se acomodó mucho mejor la camisa y cerró la puerta tras de él.
—¿No me invita a pasar? —La mujer utilizaba un tono recriminante, lo cual elevó las defensas de Joe al escucharla.
—Creo que no corresponde, señora...
—McKlein. De McKlein —aclaró al final con un tono despectivo.
—Un miembro de la junta —entendió el hombre en voz alta—. Pedí hace poco la lista por correo.
—Bueno, ahora que ya somos conocidos, ¿puedo pasar?
La mirada fuerte de la mujer podría haber doblegado a cualquiera, no sólo por su belleza, sino por la manera tan intensa con la que fijaba sus ojos en las personas; afortunadamente, Joe no era una persona tan fácil de manipular.
—Quizá nos haga mejor un poco de aire fresco y le invito a sentarnos por aquí. —El hombre señaló la pequeña banca de jardín que estaba cerca de la puerta y extendió su mano como señal de que estaba cediéndole el paso.
Cuando ambos estaban acomodados, Joe dio un rápido vistazo al interior de la casa. Desde el borde de la ventana se alcanzaba a ver a Matthew sentado con tranquilidad, perdido en un libro. Joe suspiró aliviado, sabía lo mucho que se angustiaba con este tipo de situaciones.
—¿En qué puedo ayudarle, señora McKlein? —dijo el hombre recargándose con más pesadez en el respaldo.
La mujer admiró sus alrededores con altanería. Paseaba sus pupilas por el jardín, como intentando encontrar algo que criticar; sin embargo, en aquel jardín todo estaba impecable. Las flores estaban bien cuidadas y el césped regado y creciendo con gusto.
—Deben gastar una fortuna en el jardinero. Pudiera hacerme una recomendación —señaló al no encontrar nada más que decir—. Mi casa tiene menos retoños, pero claro, lo cuido todo yo sola. Es una buena forma de recordar que el trabajo duro da sus resultados.
Joe sonrió forzadamente y acomodó un poco sus lentes antes de responder.
—¿Ha venido aquí a hablar de jardines?
—No, claro que no —respondió ella suspirando—. La junta de padres de familia se acerca. Tengo entendido que son parte del comité.
El hombre levantó los hombres como restándole importancia al asunto y después volteó hacia la mujer con mucha más determinación.
—Sí, somos parte. Creo, con todo respeto, señora McKlein que estos no son lugares ni horas para hablar sobre la junta de los chicos. En la escuela, me parece que nos entenderemos mejor.
Marilyn sonrió de una manera malévola. Cada uno de sus rasgos eran frívolos y bien planeados, como si se se tratara de un autómata diseñada con objetivos demasiado específicos.
—La junta se acerca —expresó después de un larguísimo silencio—. Odio los escándalos públicos. Nunca son buenos. Me encantaría por eso poner los puntos sobre las "íes" en este momento.
—Señora McKlein...
—No, permítame terminar —dijo la mujer levantando su mano con fuerza—. No encontrará a nadie de su parte, de parte de su ideología, de parte de sus objetivos. Somos un pueblo unido. No dejamos que se rompa la... ¿Cómo decirlo? Normalidad.
Joe le sonrió inmediatamente. Marilyn jamás lo admitiría, pero tembló un poco mientras mantenía su pose segura. Recibir el gesto calmo del hombre la había desestabilizado por unos segundos y dudaba qué sería lo que escucharía como respuesta.
—Será un gusto vernos en la junta, señora McKlein —expresó Joe levantándose con tranquilidad.
La mujer siguió su gesto y también se levantó para marcharse. Ambos empezaron a avanzar en silencio hacia el auto de Marilyn. Cuando llegaron a la puerta, Joe la abrió para ella y después se recargó en el marco para cerrarla y despedirse.
—Bueno, espero no encuentre mucho tráfico de regreso, aunque no lo creo. Parece que no hay mucho movimiento en Herthbroke, ¿cierto?
Marilyn se quedó quieta un momento, como si estuviera procesando el dolor de la estocada.
—Es cierto —expresó con una sonrisa hipócrita en los labios—. Que tenga buena noche, señor Smith —afirmó ella colocándose el cinturón de seguridad. Sacó tan sólo uno de sus dedos para señalar hacia el final del jardín—. Pensándolo bien, no creo que necesite la recomendación.
La llave giró con fuerza y el motor de su auto inundó la calle, perdiéndose posteriormente por el final de la avenida.
Joe se aseguró de que Marilyn se fuera y después observó la parte del jardín que la mujer señalaba antes de arrancar. Era una pequeña florecita que se estaba marchitando. Contrastaba bastante con el hermoso jardín que estaba lleno de vida y salud.
—Amor —dijo Matthew desde la ventana—. ¿Qué haces ahí?
El hombre salió de la casa sonriente, no se había percatado de nada de lo que había sucedido con anterioridad, así que su paso fue despreocupado hasta llegar al punto en el que se encontraba su esposo apesadumbrado.
Era como si Marilyn se llevara toda su calma en ese auto brillante, dejando tan solo una persona llena de intranquilidad y dudas.
—Oh, la nomeolvides no se dió —dijo al llegar a un lado de él.
Notó que su mirada estaba columpiándose con tristeza por la flor que se marchitaba. Su esposo siempre había sido un aficionado de la jardinería. Todo el bello jardín que tenían era producto de meses de cuidados amorosos. Las plantas de Joe no podían quedarse en el apartamento en Nueva York cuando se mudaron. Parecía un plan perfecto, con ese hermoso jardín no costaría acomodar el montonal de macetas que estaban casi apiladas en su departamento anterior.
—¿Crees que no está en el lugar adecuado? —preguntó Joe sin quitarle la mirada.
—Quizá —respondió Matthew abrazándolo—. Pienso que tal vez esté más a gusto si la plantas más cerca de la casa. Aquí queda demasiado expuesta.
Joe levantó la mirada para depositarla en su esposo.
—Sí, tienes razón.
Ambos regresaron a casa y esa visita pintó una inquietud en la mente de Joe que no lo dejó tranquilo por todo el fin de semana.
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El lunes amaneció muy soleado. Parecía que el día intentaba cubrir con su brillo a cada uno de los habitantes del pueblo.
Los colores quedaban mucho más brillantes con ese clima y eso alegraba aún más el ánimo de Alter. Caminaba con toda la confianza del mundo, sintiéndose en la cima del universo.
Las emociones que le recorrían eran casi desconocidas. Se sentía como si saliera de una cueva exótica llena de joyas. El brillo parecía inundarle desde las puntas de los dedos, pasando por sus ojos y depositándose finalmente en los brillantes dientes.
Pero de entre todas las cosas maravillosas y brillantes que había visto ese día, en definitiva, la más hermosa, la más llamativa. La perfecta... era aquella que se asomaba cubierta por los rayos del sol, en una banca del salón.
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