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🌺 I Was Made For Lovin' You

¡Holaaaaaaaa! Estoy bien emocionada porque lean este capítulo :3, así que no alargaré más mi saludo. Tan sólo agradecer, como siempre, todo su apoyo :D. ¡Los quiero!

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—Mi madre tiene un plan —dijo Katherine en la cafetería la siguiente día—. Guárdenlo en extrema confidencia, pero ese chico y sus cuidadores no estarán aquí por mucho tiempo.

—Claro —respondió Grace sin hacer demasiado caso.

Alice pasó con la mirada a Alter. Ahora entendía por qué el tiempo necesitaba detenerse con ciertas personas. ¿Cómo podría alcanzar a detallar su bonita sonrisa si no tenía el espacio temporal suficiente para hacerlo? Sin duda se perdería de las bonitas líneas de expresión que se hacían en los ojos de Alter cuando regalaba uno de sus bouquets blancos en la fila de la cafetería.

—¿Me regalas una uva? —preguntó Jessica de repente.

Un milisegundo que nadie pudo detectar.

—Pronto se volverá a reunir con sus madres para escribir los detalles —finalizó Katherine regalando una mirada soberbia a todo aquel que se le atravesara.

—¿Lo van a escribir? —cuestionó Alice mirándola con un sutil gesto de desacuerdo.

—Sí, Alice, lo van a escribir —respondió la chica remarcando cada palabra, como si el problema radicara en que la inteligencia de la rubia no era suficiente para entender sus palabras—. Quiero ver cómo esa sonrisa hipócrita desaparece.

Alice giró preocupada hacia el muchacho. La luz del exterior iluminó un segundo su piel morena y sonó todas las alarmas dentro de la muchacha. Tenía que protegerlo.

—Te regalo las uvas —dijo con cortesía hacia Jessica y se levantó con calma para pretender ir al baño.

—Qué desperdicio —expresó Katherine en un susurro al tiempo que untaba un poco de mantequilla a su pan tostado—. Tan... insípida.

—¿La mantequilla? —preguntó Jessica.

—Sí, Jenn, la amarilla mantequilla.


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Las páginas de cada uno de los libros pasaba por su corazón con la amenaza de un cuchillo. Parecía que cada borde se había afilado más con la intención de dejarlo aterrado ante las decisiones que recientemente había tomado.

No podía creerlo, él. Él involucrado en algo que lo empujaba más allá de sus límites y le hacía sentirse tan desprotegido que podría gritar como un niño toda la tarde. Pero, qué pensarían si Bryce hiciera eso. El Bryce que todos admiraban de alguna manera.

Si bien no era capitán del equipo, tampoco era un eslabón débil. Siempre estaba dispuesto a mejorar y seguir las normas. Era considerado, además, el más apuesto y el mejor partido para un matrimonio. Katherine se había encargado de resaltar eso último siempre. Nunca había comprendido bien qué era lo que lo convertía en un buen partido para eso, ni siquiera sabía de qué se trataba un matrimonio. A duras penas comprendía el noviazgo entre él y Katherine.

Cerraba el libro de la última clase cuando un golpe en el estómago lo atacó. Le recordó la vez que había comido sin querer una rebanada de pan echado a perder y sentía que una oleada lo sacaba de su órbita normal. 

Aquella vez sólo pudo pensar en que ese pan le había provocado mayores sensaciones que Katherine en todo el tiempo que estaban juntos. ¿Acaso eso era normal? ¿La gente sentía más por su comida que por las personas?

Bryce sentía que sus pasos estaban en cámara lenta. Si en ese instante Alice y él pudieran confesarse sobre su decisión de acercarse a los Smith, ambos confirmarían la clase de sentimiento que se generaba cuando uno toma la decisión de inclinarse en uno de los lados de la balsa. El peligro de sentir el río tan cerca tuyo, salvaje y listo para devorarte si caes, la taquicardia de pensar si estás tomando la decisión adecuada y el miedo de no tener bien ajustado el chaleco salvavidas.

—¿Listo? —preguntó Alter sorprendiéndolo con sus pensamientos.

—Tengo que ir primero a la biblioteca —respondió Bryce tratando de disimular su conflicto interno—. Nos vemos en unos minutos, no tardo.

El rubio salió corriendo, sentía que la culpa y la ansiedad podían quedarse atrás si aceleraba el paso. Claramente no funcionó.

La biblioteca le regaló ese momento de paz completa que necesitaba. Al menos por unos instantes pudo deleitarse con la alquimia de fuertes pisadas convertidas a suaves ronroneos sobre la alfombra. Las páginas de cada libro (a diferencia de las de sus cuadernos) parecían estar hechas de humo casi invisible. Todo se armonizaba para formar un domo de silencio.

Bryce intentaba avanzar lo más lento posible para provocar que los minutos se alargaran y el momento de caminar por la calle junto a Alter quedara tan lejano como aquel ejemplar que necesitaba en el librero más alto.

—Pareces un tonto —dijo una voz que le erizó el vello de la nuca.

—Katherine —expresó él casi pálido.

—¿Qué te sucede? Bueno, como sea no me interesa —dijo rápidamente la chica—. No pienso permitir que hagas el ridículo en la biblioteca, eso me perjudicaría definitivamente.

La chica se fue unos minutos para regresar con una pequeña escalera color marrón.

—El hecho de que nunca pises la biblioteca no te exime de usar el sentido común —reclamó subiéndose en las escaleras para tomar el libro—. Haz bien tu tarea, no quiero vergüenzas.

Bryce sintió que lo pálido se escapaba como él se le había escapado a Alter hacía unos minutos. Ahora era remplazado por un tono rojizo que indicaba lo mal que le habían hecho sentir las palabras de su novia.

Un pequeño de primero lo miraba a la distancia, curioso de la situación. Él no pudo más que regresar el libro a la estantería.


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—¿Todo bien? —preguntó Alter al paso que avanzaban por la banqueta.

—Sí —respondió cortante el muchacho—. Creo que me preocupó no encontrar el libro que buscaba.

—¿Cuál era? —Alter sabía claramente que él no quería charlar, pero no podía dejar las cosas así—. ¿El de literatura?

—Sí, ese —afirmó bajando nuevamente la cabeza.

Bryce cambió un poco el ritmo de su caminata, parecía que quería encontrar una excusa que no fuera lo suficientemente obvia para dejar el resto del camino en silencio. Alter le sonrió, aunque no pudiera verlo, y después comenzó a tener un monólogo.

Hacer un monólogo cuando alguien no quería hablar, era una de las cosas que Alter prefería regalar a los que tenían un día terrible. Puede que no pareciera al inicio, pero estar con una persona que responde sola a su discurso, es justo ese equilibrio necesario entre no escuchar nada y escucharlo todo.

Cuando llegaron a casa de Alter, Bryce se sentía mucho mejor. Su cabeza ya no le dolía y el corazón parecía menos preocupado por bajar de calificaciones debido al libro.


La casa de los Smith lo recibió con un brillo espectacular. Era un sitio muy moderno, como Alice había observado, por lo que el sol se colaba por cada recoveco.

Cualquiera hubieses descrito un elemento diferente al que tenía Bryce en su mente. Quizá hablarían de lo bonita que era la cocina, del precioso brillo de los azulejos grises del fondo o de lo lujoso que se veía todo sin perder ese toque hogareño. Pero Bryce sólo podía dejar en el protagónico a una sola cosa: El aire.

Nadie pensaba en el aire de una casa, sin embargo, este tipo de aire era bastante especial. El chico nunca en su vida había escalado una montaña, pero estaba más que seguro de que se podía respirar un aire tan fresco como en la casa de Alter.

—¿Estudiaremos en la cocina? —preguntó Bryce señalando la barra.

—Creí que en mi habitación —respondió Alter. Notó inmediatamente la incomodidad del rubio, así que simplemente decidió acercarse a la enorme y brillante barra de la cocina para empezar a sacar su material escolar.

Al tiempo que los cuadernos se deslizaban por la barra, Bryce empezaba a alejar su atención del aire y la fijaba en los pequeños detalles que se encontraban en la casa de los Smith. Los retratos, las fotografías de Alter. Los recuerdos de viajes lucían particularmente distintos.

Con sus padres había recorrido distintos hoteles tradicionales, había ido a las atracciones turísticas más predecibles cuando se hace un viaje y siempre traían recuerdos de vuelta con la pura intención de presumirlos cuando alguien los visitara. Sin embargo, los recuerdos que tenían ellos parecían simbolizar algo especial. Un pequeño frasco con un poquito de arena, un llavero tejido que daba la impresión de haber sido hecho por ellos y el ticket que comprobaba la renta de una lancha.

—¿Te conté sobre dónde será la fiesta?—preguntó Alter de manera inesperada.

—¿La fiesta? —El rubio volvía en sí para hundirse en su mochila—. ¿De qué hablas?

—La que te dije... Me ayudarías invitando gente, será en el viejo arcade —aclaró el muchacho quitándose la chaqueta de mezclilla—. Bryce... ¿te puedo decir algo?

—Claro. —El chico compuso su postura y se preparó para el comentario más extraño que se pudiera hacer.

—Relájate —señaló Alter colocando la mano sobre su brazo—. No estamos en la escuela, no está Katherine y sé que yo te agrado. Nos la hemos pasado bien antes, así que relájate, estás en zona segura.

Bryce se quedó un momento pasmado, pero finalmente las palabras que acababa de pronunciar su amigo hicieron digestión. Era verdad, no había nadie que pudiera juzgarlo en ese momento. Sólo estaban Alter y él.

Una sonrisa se asomó por el rostro del rubio y las murallas cayeron.

Las horas avanzaban en el reloj con una facilidad impresionante. La ligereza con la que avanzaban por las páginas de su tarea igualaba la agilidad del segundero para dar el rondín diario, nunca se había divertido tanto estudiando.

Entre las calculadoras y las hojas repartidas por la cocina, Bryce entendió que estaba experimentando una amistad diferente. A todo ello, ¿Alter ya era su amigo? Claro, lo había dicho antes a la ligera, pero colocar la etiqueta "amigo" en Herthbroke era equivalente a asegurar que conocías a la familia de tu compañero como la palma de tu mano. Que habían ido a la iglesia juntos, asistido a todos los picnics comunitarios y, claro, compartían cada uno de sus días en la escuela o en el campamento de verano local.

Alter, no era nada de eso. Él era un chico con el que podía contar, lo sabía aunque los días de su amistad podían contarse sin necesidad de una de esas calculadoras científicas. Podía llamarlo simplemente para sentir su compañía, aunque nunca hubiera visto el rostro de uno solo de sus padres.

—¿Qué hora es? —preguntó Bryce estirándose para tomar uno de los descansos que habían establecido.

—Casi llegan mis padres, son casi las siete —respondió Alter mirando el reloj negro de su muñeca—. ¿Quieres preparar la cena con nosotros?

Bryce evitó contestar agachando la mirada, pero su amigo le evitó la incomodidad avanzando hacia el teléfono para pedir algo a domicilio.

—¿Comida china o pizza?

El rubio estaba a punto de responder cuando el sonido de la puerta principal abriéndose le interrumpió.

—¡Adelantados, nos debes una malteada! —gritó Joe levantando victorioso las bolsas de comida china con las que llegaban.

—Me asusta a veces su nivel de complicidad —dijo Matthew cerrando la puerta tras él.

—No temas al poder de la conexión —dijo Alter ayudando a sus padres a colocar las bolsas en el pasillo. Mientras lo hacía, se giró hacia Bryce para explicarle—. Siempre que a papá se le ocurre lo mismo que a mí, o viceversa, gritamos "adelantado" y el otro nos debe una malteada.

Bryce asintió un poco asustado. El exterior claramente mostraba aquella emoción, sin embargo, por dentro se cuestionaba por qué no tenía ninguno de esos juegos con su propio padre. Estaba completamente seguro de que si gritaba "adelantado", la reacción sería parecida a la de un cocodrilo cuando le pisan la cola.

—Bienvenido a casa, ¿nos ayudas a poner la mesa? —saludó Joe amablemente al tiempo que señalaba hacia el final del brillante pasillo.

Ahí, perfectamente colocado, estaba un precioso comedor de vidrio que llamaba a gritos para que le colocaran una divina vajilla y todos se sentaran a comer.

—Soy Bryce —anunció el muchacho estrechando la mano de sus anfitriones.

No sabía qué era, pero después de todo lo que Katherine les había dicho, tenía la sensación de que estrechar la mano de los Smith sería como cerrar un pacto terrible. Por el contrario, al igual que el aire, se sentía sencillo y ligero. Todo en esa casa era así.


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Alice recorría la habitación de Katherine con desesperación aquella noche. Intentaba escabullirse como un prisionero planeando el escape perfecto, claramente sabía que esto sería más complicado porque Katherine era la peor carcelera de la historia.

—Ya basta, Alice —dijo ella furiosa—. Deja de dar vueltas y ven a sentarte. Estamos estudiando.

—Creí que habíamos estudiado ya —respondió la chica sentándose de golpe.

Katherine recargó la mirada con ira en cada uno de los cabellos de Alice y dejó de golpetear con su lápiz sobre el borde del cuaderno. Parecía que iba a lanzar un hechizo a la rubia con el mismo, pero antes de que cualquier relato de una desgracia pudiera tomar su inicio, se levantó.

—Si tienes inquietudes habla con tu padre —señaló la chica dando dos golpes finales a modo de ultimátum.

—¿Qué quieres decir con eso?

Las miradas de Grace y Jessica, que nuevamente las acompañaban, se volvieron a esconder como pequeñas comadrejas que corrían desorientadas. Grace sintió por un instante un hormigueo que le señalaba su cobardía con una vara ardiente. Sabía que no era lo correcto actuar de esa manera, sin embargo, la enorme barrera del "no es mi asunto" que le había perseguido por tanto tiempo estaba bloqueándola.

Alice la miró por un segundo suplicante. Sabía que no podía presionarla demasiado. Finalmente, la decisión de jugarse todo el respeto de la comunidad era totalmente suya. Era injusto querer arrastrar a Grace.

—Hablaré con él, como me aconsejas —dijo la rubia sentándose cerca de Katherine para abrir un poco más la mirada.

Su intención era parecer un poco más intimidante, pero en la realidad parecía un pequeño gatito listo para saltar sobre su juguete preferido.

Después de armarse unos segundos más de valor, se llevó el puño a la cara para aclarar su garganta con mayor énfasis, y posteriormente, abrir la boca de una vez.

—Quiero conocerlo —expresó con la mayor claridad posible.

Katherine casi explotaba en mil pedazos. Si se hubiera podido pensar en la peor de las reacciones ante esta situación, no se hubiera equiparado en nada a la expresión que se moldeó en los gestos de la chica.

—¿Qué estás diciendo? —respondió anonadada.

—Que me quiero juntar con él. Conocerlo, ser su amiga. —Alice se inclinó para tomar una de las manos de Katherine—. Pero, quiero hacerlo todos los días, no sólo cuando estés distraída.

El corazón de la rubia estaba muy cerca de salirse, latía tan fuerte que retumbaban sus mejillas y dudaba que el equilibrio no se viera afectado por ese nivel de emoción. Katherine, por otro lado, dejó de sentir.

Toda la sangre del cuerpo detuvo su viaje y la mente se le fue unos instantes al mal momento en que Alter la había visto con el profesor. No podía oponerse.

A pesar de que todas las palabras del mundo corrían para apilarse frente a sus labios, ella no podía dejarlas salir. Necesitaba cuidar su secreto, y para ello, era indispensable tomar una decisión de inmediato.

—¿Y bien? —La rubia le sonrió con honesta amabilidad, pero esas muestras de afecto resultaban especialmente irritantes para la chica.

Las comadrejas regresaron, y ahora todas las miradas estaban en Katherine.

—Me da igual lo que hagas —respondió cerrando su libro mientras sentía que un bochorno la invadía como incendio descontrolado—. Me da igual lo que hagan todas ustedes. Fuera de mi casa.

El rostro de la chica no mentía. Hablaba en serio, sin ninguna duda.

Percibieron el escalofrío más intenso de sus vidas recorriéndoles. Un enorme bloque de hielo empezó a quebrarse en ese momento. Si bien Katherine era la amiga más impositiva que hubieran podido conocer, en definitiva jamás habían tenido un conflicto que la orillara a echarlas de la casa.

Alice dejó que las manos le temblaran, pero no permitió que aquello se mostrara en el resto de su actitud. Tenía que mantenerse firme en lo que había proclamado para que no se cuestionara la decisión.

Jessica parecía ser la más afectada. Miraba hacia todas partes con una gota de sudor resbalándole por la sien y la frente empapada de carmín por la vergüenza.

—¿No me escucharon? —repitió Katherine abriendo la puerta de su habitación.

Las chicas se colocaron en una fila, como si se tratara de un trámite, y empezaron a caminar cual piratas en la plancha. La última era Alice, así que aprovechó para dedicarle una mirada antes de cerrar la puerta. Esa mirada lo encapsulaba todo: el rencor, el miedo de desobedecer a Katherine (con un poder autoritario mayor al de su padre) y, sobre todo, el terror de estarse equivocando con respecto a Alter.


El silencio que prosigue al punto y final de alguien es muy curioso. Parece ser que es hasta ese instante que las emociones y los pensamientos quedan demasiado claros frente a ti, como si todo el tiempo anterior hubieras estado nadando en un mar desconocido e incomprensible.

Katherine pudo experimentar aquello de inmediato, así como la enorme nube de culpa que siempre se presenta en esos momentos; sin embargo, su ego era tan enorme, que tan sólo esfumó esos sentimientos con la mano. Y como no se iban, tomó un abanico que le ayudara a encontrarlos tan lejanos que nunca más contemplara la posibilidad de disculparse con Alice ni nadie más en la vida.


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Las muchachas se reunieron en la entrada de la casa de Katherine. No dieron tantas explicaciones a su madre porque tenían demasiados escalofríos, temblores y temores para pronunciar palabras sin tartamudear; sin embargo, una vez afuera, la verborrea comenzó.

—No puedo creer que provocaras que nos echaran —dijo Jessica con el carmín viajando por el resto de sus facciones.

—Ella no hizo que nos echaran —defendió Grace. Alice (y ella un poco) quedó anonadada. No concebía que la chica estuviera dando la cara en esta situación—. Katherine nos sacó porque así lo quiso.

—No seas boba, Grace. Ella nunca hubiera hecho eso si Alice no abriera su enorme bocota para defender al raro. —Jessica se ajustó el enorme moño que portaba en la cabeza y después dio un paso violento hacia Grace—. Tú tampoco lo mejoras poniéndote de su lado.

—No me pongo del lado de nadie... Sólo piénsalo. —Grace soltó un ruidoso suspiro y comenzó a guiarlas hacia la calle principal para regresar a sus casas—. Katherine nos quería sacar hace mucho. Tal vez no de su casa, pero sí de su vida.

—Claro que n...

—Espera —prosiguió Grace colocando su mano frente al rostro de la chica—. Escucha primero. O más bien responde: ¿cuándo fue la última vez que Katherine pidió tu opinión?

Jessica esbozó una sonrisa irónica. Como si creyera que aquello era obvio o estúpido, pero en cuanto reflexionó en la respuesta, su expresión se fue difuminando.

—Qué bien —dijo Grace satisfecha por haber probado su punto—. ¿Cuándo fue la última vez que pudiste contarle a Katherine sobre tus problemas o pensamientos?

—Hablas como si fuera...

—¿Algo muy serio? —volvió a interrumpir a Jessica—. Es porque lo es.

—Grace, no tienes que hacer esto —dijo Alice tratando de tomar la delantera en la acera—. Creo que Katherine sólo está intentando recuperar un poco de control.

Grace sintió algo naciendo en su estómago. Mientras que cada día de su vida estaba repleto de profunda indiferencia, ese momento no lo estaba. Tenía ganas de salir gritando y de defender todo lo que estaba mal en el mundo. Comenzando por la manera en que se percibían sus amigas. El pedestal en el que habían colocado a Katherine y la devoción con que creían que aquello era su problema.

Finalmente lo soltó antes de que su cerebro explotara, tomó una respiración profunda y revisó la pequeña mochila color pastel que cargaba.

—¿Qué les parece si vamos por un helado?

La propuesta desconcertó enseguida a las chicas. Nunca hacían nada como eso, nada espontáneo y sin planeación, pero... parecía ser el momento, el momento de comenzar.


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La comida estaba deliciosa, humeante y apetitosa, aunque no fuera casera. Siempre había pensado que así debería saber una cena familiar, como las que se ven en las películas navideñas. Esas en las que todos se sirven de enormes recipientes con un entusiasmo contagioso. Sus rostros chocan con miradas brillantes y los dientes de todos parecen ser parte de algún comercial dental. Era por ello que para su corazón era tan increíble vivir así en ese momento. Totalmente fuera de la pantalla.

—¿Ya sabes a qué Universidad irás, Bryce? —preguntó Joe mientras ofrecía la bandeja de pan al vapor a todos.

—No, señor. Aún lo estoy pensando —dijo el muchacho sonriente. Para ese instante, las risas y el ambiente se había puesto tan interesantes y divertidos, que sus mejillas estaban totalmente pintadas de rosado.

Si se hubiera visto con Jessica, hubieran pensado que aquello era provocado por la misma emoción, pero no podía distar más de la realidad.

—No te preocupes, este chico de aquí tampoco lo ha pensado —expresó Matthew revolviendo la cabellera de Alter.

—¿En serio? ¿Ya tienes opciones?

Alter le dirigió una sonrisa antes de terminar el poco de arroz que quedaba en su plato para responder.

—Quería la NYU —anunció mirando hacia arriba con ilusión—. Pero no lo sé, siento que estoy reduciendo todo a una sola opción, ¿me entiendes?

—No, en realidad —confesó Bryce intrigado por saber más.

—Bueno, amo la NYU. El concepto... el lugar, especialmente. —Alter iba a continuar, pero su pequeño sentido arácnido de la bondad, le hizo detenerse un instante—. Este es un buen lugar, no me malentiendas. Nueva York tiene esa pizca de algo que necesito. Realmente me gustaría estar ahí.

—¿Cuál es el problema, entonces? —insistió Bryce.

—Que es lo único que he conocido, además de este lugar —completó Alter bebiendo un poco de su jugo de manzana con demasiada elegancia. Tanta que hubiera podido pasar por fino champagne—. Quisiera conocer a más personas, ver más opciones y quizá ahí sabré a dónde quiero ir.

—¡Ah, la universidad! —dijo Joe levantando las manos—. La gran metáfora de la vida.

Bryce miró los tallarines y el pan al vapor que aún seguían humeantes sobre la mesa. No quería irse, realmente no quería.

Le encantaba la comida y la compañía. Las risas desenfadadas, las bromas entre todos. El olor de la chimenea con las velas que habían encendido; sin mencionar la poca falta de interés que tenían los Smith por cumplir con protocolos estrictos para comer.

En su pecho se iba acumulando un pequeño cosquilleo que subía hacia la garganta y que le provocaba querer gritar y sonreír todo el día.

—Yo no quiero pensar ahora en eso —dijo Bryce pensativo. Nadie le había preguntado, pero por alguna razón sabía que a todos les interesaría—. La escuela no es mi fuerte.

—Es el de pocas personas —respondió Joe sonriente—. Yo era un idiota en la escuela.

—Nerd aquí —anunció Matthew levantando la mano mientras alcanzaba su servilleta—. No importa cómo te identifiques en ese momento, lo importante son las experiencias. El aprendizaje —completó con una mirada analítica pero amable.

—Siento que, por más que me esfuerzo no logro nada.

Bryce se estremeció de nuevo al escuchar esa confesión salir de sus labios y todos en la mesa se miraron entre sí.

—Es como hoy... Yo necesitaba el libro que solicitaron en literatura, pero... Katherine.

—¿Te lo impidió? —preguntó Alter abriendo los ojos.

—No, no. Bueno... podría decirse. Es sólo que no deseaba ir en contra de la corriente.

Joe y Matthew se miraron por un instante. Cuando se vive tanto tiempo con alguien, una conexión telepática sin duda empieza a formarse y, en esa ocasión, ambos pusieron en marcha la suya.

—¿Y era muy importante? —preguntó Matthew para asegurarse.

—La mitad de la calificación —aseguró Alter intuyendo lo que se venía.

—Bueno, la librería más cercana está a quince minutos, así que yo creo que podemos llevarlos. Alter, ¿tú ya tienes el tuyo? —Matthew se recargó en la mesa triunfante.

El chico negó con la cabeza y Bryce, por primera vez en la noche, dejó mostrar una gran sonrisa.


Le había dicho a su padre que iría a entrenar. Cuando se trataba de algo relacionado a su desempeño en los partidos, no importaba en dónde estuviera o a qué hora llegara. Y, aunque técnicamente era mentira, estaba con su entrenador oficial: Alter.

La noche ya estaba pintada sobre el cielo. Parecía que el artista estaba especialmente inspirado ese día, porque las bellas pinceladas alcanzaban a cubrir perfectamente cada centímetro, como si le hubiera tardado años poner detalle en ese bello cuadro. Esas estrellas también lucían mucho, como salpicadura de plata sobre el lienzo. Tan bonito que Bryce se preguntó si todo siempre había lucido así.

Por la ventana del automóvil de los Smith, entraba una brisa refrescante. Al padre del rubio no le gustaba que estuvieran las ventanas abajo durante los trayectos largos. Decía que para ello había sido inventado el aire acondicionado y quien dijera lo contrario era un demente. Bueno, pues le gustaba estar demente. Le gustaba sentir de vez en cuando una pequeña gota de lluvia chocando contra su frente o percibir el olor del pasto que rodeaba la carretera.

Sí, definitivamente ser un demente era lo mejor que le había pasado, porque sentía su alma tan ligera mientras avanzaban, que bien podría salir flotando en cualquier instante. 

Como un globo en el parque, su corazón estaba volando entre todas las posibilidades, cuando notó que ya no estaba en Herthbroke.

El bonito automóvil de los Smith se detuvo en una de las calles de la ciudad más cercana. La librería que estaba frente a ellos parecía tan diferente como todo lo que estuviera aunque sea un centímetro fuera del pueblo.

Los ojos de Bryce se vieron atraídos por los brillantes estantes y el delicioso aroma que inundaba el lugar. Joe y Matthew se dirigieron de inmediato a la zona de discos (eran de los pocos que seguían yendo a esa parte de la librería), mientras que Alter se teletransportó de un segundo a otro a la sección de arte.

—¿No tendríamos que estar buscando el libro? —dijo Bryce acercándose al embelesado Alter.

—Tranquilo, acabamos de llegar. —El chico le dirigió otra de sus encantadoras sonrisas y abrió el libro que tenía en las manos para mostrárselo al rubio—. Ah, me encantan estos libros. Es como ir a un museo en casa.

—¿No tienen palabras?

—Son las obras de pintores reconocidos. Algunos cuentan la historia detrás de la creación, pero no todos lo hacen.

—No sabía que existían —admitió Bryce tomando el libro entre sus manos.

La hermosa fantasía que estaba viviendo el muchacho, se expandió un trillón de eones cuando vio aquella bella pintura. Recordaba el hermoso cielo que contemplaba de camino a la librería y no podía evitar pensar en el detalle artificial que escapaba a esa imagen. Nadie sospecharía la diferencia entre una y otra si estuvieran comparadas en el mismo plano. 

Volteó la página y su corazón despertó.

Tal cual hubiera estado dormido desde el día en que nació. Abría los ojos en cada recoveco del libro y después gritaba emocionado cuando Bryce levantaba la mirada hacia Alter para comprobar que todos siguieran vivos y en su lugar.

—¿Quién es? —preguntó Bryce intentando relajarse.

—Este es "El viejo guitarrista ciego" por Picasso —respondió Alter con mucha calma mientras señalaba el título bajo la fotografía de la pintura.

—Alter, creo que así me siento por dentro. —Las palabras de Bryce retumbaron unos segundos en los oídos de Alter. Parecía que estaban en un Pinball mental, porque era increíble el hecho de que Bryce le hubiera confesado eso.

—Bryce —dijo finalmente el chico, colocando una mano sobre su hombro—, creo que deberías llevar esto.

—No tengo más que el dinero para el libro —expresó rechazando el objeto con las manos.

El muchacho soltó una pequeña risa y apretó el libro entre sus manos al tiempo que salía disparado.

Bryce alcanzó a observar cómo llegaba como remolino a la sección de discos y daba pequeños saltitos mientras mostraba la portada del libro de Picasso a sus padres. Asemejaba, sin duda, a un niño pequeño.

Aquella noche se llevó más de una enseñanza; pero lo que siempre cargó consigo fue el sentimiento de ligereza plasmado en cada una de las cosas que hicieron. En la charla durante la cena, en el viaje a la librería. En las bromas que hicieron mientras pagaban en la caja y en lo emocionados que estaban todos porque Bryce tuviera un libro de Picasso.

La confirmación final llegó cuando se topó con el contraste y su ligereza le fue arrebatada en cuando bajaba su gesto de despedida hacia el auto de los Smith y se preparaba para enfrentar el rostro enfadado de su padre que lo miraba desde la ventana.

"El decaer de un corazón despierto", así pensó que se llamaría su pintura en ese momento.

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¿Qué es lo que pensaron? Muchas cosas locas sucedieron entre nuestros amiguitos de Herthbroke y los Smith :3. ¡Les mando un abrazo y nos vemos el luuuneees!

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