Memorias.
<<La lluvia era violenta, golpeaba fuertemente con su auto, iba de camino a su hogar después de una cansada reunión con la ONU.
Y, en el parque, un pequeño cuerpo tricolor estaba temblando debajo de un árbol, se abrazaba a si mismo y de sus manos un brillo de color verdoso claro se emanaba, este parpadeaba, como si quisiera apagarse pero no podía.
Algo curioso, aparco su auto cerca de ahí, se colocó su s botas especiales y bajo con cuidado.
—Oye... ¿Estás bien?— susurro con cuidado, se puso a la altura de aquel chico y tocó su hombro con sus manos cubiertas por guantes de cuero.
—E-eh, y-yo...— sorbió su nariz, sus ojos estaban algo hinchados de tanto llorar y sus pómulos estaban rosados.
—¿Como te llamas?— dijo el ruso intento calmar la tensión del momento.
—M-me llamo México...—>>
<<—¿Méx?— susurro Rusia al no verlo en su habitación de huéspedes, desde hace tres días estaba en su casa.
Escuchó sollozos provenientes del baño, con cuidado, entro al lugar.
El latino se encontraba en una esquina de la habitación, al rededor suyo, plantas de todo tipo crecían más y más por todo el lugar.
—¡M-México!— corrió hacia él y lo abrazo con fuerza, calmando su miedo. —Tranquilo, solo respira...—
Se dio cuenta de que no tenía puestos su guantes pero, no ocurría nada.
Por un momento creyó que sus poderes habían desaparecido, tocó la pared y toda planta cayó marchitada, todas y cada una.
—Tu...— susurro el eslavo con sorpresa. —No... ¿Te hago daño?— el latino lo miro extrañado y comenzó a negar lentamente.>>
<<Las estrellas adornaban el oscuro manto del cielo, las olas del mar era lo único que se escuchaba además de las calmadas respiración de ambos países.
Era una cita, el eslavo tomaba la mano de México sin guantes, ahora no tenía miedo de que este se muriera.
—Yo...— comenzó a susurrar con nerviosismo el ruso. —Desde hace tiempo yo quería preguntarte esto, es solo que, no estaba listo.—
—Solo dilo, wey.— le sonrió el mexicano.
—¿Te gustaría ser mi novio, México?—>>
Se separaron del beso, solo bastaron segundos nada más.
—Ya recuerdo... Mi amado México.— lo abrazó con amor mientras que el suelo donde posaba, una manche de color negro comenzaba a pudrir el lugar.
Soltó al mexicano con cuidado y se encaminó hasta donde Trump se encontraba.
A cada paso que daba, la masa oscura se hacía más grande y, con solo un toque hacia el presidente, comenzó a morir lentamente.
Su cuerpo empezó a arder en llamas negras y su interior se pudría a cada segundo.
Hasta que finalmente su cuerpo se convirtió nada más que en polvo.
—Mi vida...— susurro abrazando fuertemente a México.
—Mi muerte...— el latino se acurrucó en su pecho.
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