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Capítulo Único

Corvus observó con detenimiento aquellos orbes grisáceos de la mujer, y se dejó perder un poco en ellos.

Jamás, en todo el tiempo que llevaba conociendo a Opeli, había tenido la oportunidad de ver su rostro tan de cerca. Ya fuera por la luz matinal que entraba por la ventana, o por mirarla desde un ángulo que resultó ser favorable, en aquel momento Corvus pensó que, en todo Katolis, no había semblante más hermoso que el de ella.

Pronto, dirigió su mirada hacia los labios de Opeli, y tuvo el impulso de acortar la distancia entre ellos de un tajo para hacer... espera, ¿para hacer qué? Corvus no tenía ni idea de qué estaba haciendo, en primer lugar.

Las delicadas facciones de la rubia adquirieron un tono rígido, mientras que, con su tono imperativo usual, le ordenó que se incorporara de una buena vez. Aunque ni ella misma pudo evitar que su voz le saliera un poco temblorosa.

Corvus obedeció. Se levantó del suelo y ayudó a Opeli a hacer lo mismo. Mientras ella se desempolvaba las vestiduras, le dirigió una mirada severa y furibunda al moreno.

- La próxima vez ten más cuidado, Corvus - Pronunció, para luego abandonar la sala de la biblioteca.

Corvus soltó un largo suspiro y se puso las manos en la cintura mientras pensaba. Sí que había sido una situación rara y caótica.

Él le estaba ayudando a Opeli a ordenar unos libros en la biblioteca cuando de repente la mujer se tropezó y Corvus, en un intento de atraparla, cayó con ella también, por lo que Opeli terminó en el suelo con el moreno encima de ella.

Aunque no había sido más que un accidente insignificante, ni él ni ella iban a olvidarlo fácilmente pues, con certeza, haber estado tan cerca el uno del otro había despertado algo en ellos. Algo diferente.

- ¿Pero en qué estaba pensando? Que absurdo - Murmuró Corvus, aunque no creía mucho en sus propias palabras. Lo sabía: ya no sería capaz de ver a su compañera de la misma manera y tampoco sería capaz de librarse del recuerdo de esos ojos tan claros en lo que le quedara de vida.

El tenue rubor que pudo percibir en el rostro de ella, antes de que se fuera, le hizo pensar que quizás él no era el único confundido con toda esa situación.

Tardaría mucho en aceptar todo lo que sentía, tanto aquellos latidos que era incapaz de controlar, como aquel creciente deseo de tenerla tan cerca de nuevo.

Quizás podría ceder ante ese anhelo e intentar acercarse más a ella, y esta vez, lo haría sin necesidad de un tropezón.

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