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El sol de la mañana bañaba el gimnasio con una cálida luz dorada, filtrándose a través de las altas ventanas y creando patrones de sombras sobre el suelo pulido. Afuera, el campus del instituto vibraba con la energía del nuevo semestre, pero dentro del gimnasio, la atmósfera era una mezcla de emoción y nerviosismo palpable.
Una multitud de chicos se agrupaba cerca de la entrada, formando un enjambre de camisetas deportivas de colores brillantes y zapatillas que chillaban contra el piso. Sus voces resonaban en el amplio espacio, una desarmonía de risas nerviosas, charlas animadas y susurros estratégicos. Algunos estiraban sus músculos, preparándose físicamente para la prueba, mientras otros intercambiaban bromas en un intento de aliviar la tensión.
Jungkook observaba todo desde un rincón del gimnasio, sentado en un banco de madera que había visto innumerables partidos y prácticas a lo largo de los años. Sus ojos recorrían el paisaje humano frente a él, notando cómo algunos de los chicos practicaban tiros rápidos en las canastas, sus movimientos fluidos y seguros. Otros arremolinándose en pequeños grupos, ajustándose las cintas de las muñecas o revisando una y otra vez el estado de sus zapatillas.
A medida que más chicos entraban al gimnasio, la ansiedad del castaño aumentaba. Sus manos temblaban ligeramente mientras jugaba con los anillos en sus dedos, un hábito nervioso que no podía controlar. A su alrededor, la multitud parecía moverse en cámara lenta, cada entrada de un nuevo estudiante parecía añadir un peso a sus hombros. ¿Y si no era lo suficientemente bueno? ¿Y si no lograba impresionar a los entrenadores? Aquellas preguntas crearon un nudo de tensión en su estómago.
De repente, un aroma familiar se esparció en el aire cerca suyo. Jimin apareció con su característica sonrisa despreocupada y una chispa de confianza brillando en sus ojos. Se agachó frente a Jungkook, apoyando una mano firme y reconfortante en su hombro.
—Hey, ¿Todo en orden? —cuestionó el pelirrubio—. Eres uno de los mejores jugadores que conozco. Has entrenado tanto para esto. Hoy es tu día.
El castaño intentó sonreír, pero solo logró una mueca torcida. Por más que quisiese olvidar el miedo que se retorcía dentro de él, éste siempre permanecía allí, ardiendo en la boca de su estómago como un fuego inextinguible.
—Sí, es solo que... hay muchos chicos buenos aquí. ¿Y si no lo consigo? —su voz salió ahogada, como un chillido lastimero.
El mayor soltó una risa suave, presionando ligeramente su agarre en el hombro de Jungkook, se puso de pie y tomó asiento a su lado.
—¿Y si sí lo consigues? Piensa en todo lo que has logrado hasta ahora. Estoy seguro de que te irá bien, solo debes ser tú mismo.
Las palabras de Jimin eran como un mantra para los nervios del Omega, calmándolo en aquel mar de ansiedad que lo había estado sofocando desde que entró al gimnasio. Inhaló profundamente, intentando absorber la tranquilidad que su amigo irradiaba. Miró a su alrededor una vez más, los demás chicos seguían llegando, pero ya no parecían tan intimidantes. Eran solo otros estudiantes, con sus propios miedos y dudas. Exactamente como él.
—¿Sabes algo? Podría vomitar justo ahora. —confesó Jungkook, lanzando una mirada medio en broma al mayor mientras trataba de disimular sus nervios.
Jimin lo miró serio por un segundo, antes de responder con su habitual humor seco:
—Aléjate de mí.
Ambos estallaron en carcajadas, y por un momento, el peso aplastante del gimnasio, que antes parecía un campo de batalla, se disolvió. La presión de la prueba, de encajar en un equipo de Alfas siendo un Omega, todo parecía menos importante. Incluso si no lo lograba, ¿Qué importaba? Jimin estaría a su lado, sin importar el resultado, y esa certeza tenía más peso que cualquier prueba de admisión.
Con una pequeña sonrisa, Jungkook dejó caer su cabeza castaña sobre el hombro del mayor, soltando un largo suspiro de alivio. La risa aún vibraba en el aire, y sus ojos se cerraron por un momento, disfrutando de una sensación de paz inusual. Todo lo que había sentido hasta ese momento —la ansiedad, el miedo al rechazo— parecía tan lejano. Solo estaba allí, con Jimin, respirando tranquilidad.
—Gracias, hyung. —susurró con voz suave, sin levantar la cabeza ni abrir los ojos.
Jimin sonrió y le dio una ligera palmada en la espalda.
—Para eso estoy. Ahora relájate, estás listo.
Justo cuando el castaño había creído encontrar un momento para despejar su cabeza el aroma tropical de Hoseok llegó a su nariz. Fue leve, apenas un atisbo de él flotó sobre el aire, casi imperceptible. Jungkook se enderezó lentamente, su corazón volviendo a latir con fuerza cuando vio al pelirrojo acercarse con su típica energía desbordante.
—¡Jungkook! —llamó Hoseok a pocos metros de distancia, su voz fuerte y clara—. Es hora, necesito verte en la cancha para la prueba.
El estómago del recién nombrado dio un vuelco, pero no era miedo lo que sentía. Bueno, quizá un poco, pero lo que ardía con mayor fuerza en su pecho era expectativa, una chispa de emoción que no tardó en encender sus venas. Miró a Jimin por última vez, buscando un último destello de seguridad, y su amigo simplemente asintió, dándole una sonrisa de confianza.
Entonces el castaño inhaló profundamente y con una mueca tímida se puso de pie, dispuesto a seguir a Hoseok.
Era extraño, cada parte de su cuerpo se sentía vulnerable, a medida que se acercaba al resto de Alfas y Betas en el centro podía sentir como sus manos comenzaban a temblar, es más, sus piernas amenazaban con flaquear. Cada paso que daba requería un esfuerzo monumental, ¿alguien más lo notaba? Negó para sus adentros, controlando por el rabillo del ojo que ninguna otra persona note su estado de nerviosismo.
No, ahora no. ¿Por qué no podía permanecer calmado? Si le mostraba al resto el pánico que le provocaba ¿Lo tomarían como una debilidad? ¿Intentarían usarlo en su contra? No podía permitirse ceder ante el pánico.
—El entrenador Kim quiere decir unas palabras.
Jungkook sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal al ver al entrenador Kim entrar en la cancha. La sola presencia del hombre imponía respeto. Kim era conocido por su mirada fría y penetrante, capaz de hacer que hasta los jugadores más confiados se tambalearan bajo su escrutinio. Su reputación le precedía: era un perfeccionista, obsesionado con la disciplina y la entrega total en cada minuto de juego. Sus críticas eran precisas, casi quirúrgicas, y aunque rara vez levantaba la voz, su tono calmado y controlado podía ser más intimidante que el grito de cualquier otro entrenador. No se andaba con rodeos; para Kim, los errores no eran tolerables, y la falta de esfuerzo era una ofensa personal. No era necesariamente cruel, pero tampoco mostraba misericordia. Su severidad no venía de un deseo de humillar, sino de una inquebrantable convicción de que solo los más fuertes de carácter y los más dedicados merecían un lugar en su equipo.
A lo lejos, el rostro del entrenador Kim resaltó sobre la multitud de jóvenes, tan serio como de costumbre. Según Hoseok, él mismo y el castaño a su lado, estaban caminando directo a la boca del lobo. El Omega frunció el ceño, sin saber realmente el significado de aquella frase y siguió caminando a paso lento.
—Dios mío... —murmuró el pelirrojo en voz baja, sin ser consciente de que el de ojos avellana aun podía oírlo—. Jungkook, espero que quien sea que esté allí arriba pueda ayudarnos.
La sorpresa se dibujó en el rostro del recién nombrado, sus ojos oscurecidos por el desconcierto. Una mueca confusa atravesó su expresión mientras fruncía las cejas y su boca se abría, sin saber qué decir. Sabía que Kim podía resultar intimidante, pero nunca imaginó que el pelirrojo pudiera temerle de tal forma.
—¿Eso qué significa? ¿Por qué...
Se calló de forma abrupta, antes de que pudiese terminar aquella oración Hoseok se detuvo de forma casi automática. Su postura perfecta y cabeza en alto le indicaron a Jungkook que estaba frente al padre de Taehyung.
Un silencio expectante cayó sobre el grupo.
El entrenador miró a los estudiantes, sus ojos evaluando rápidamente a cada uno de ellos antes de hablar. Su voz resonó firme y clara por todo el gimnasio, sin una pizca de duda.
—Escuchen bien —empezó, con los brazos cruzados sobre el pecho—. Hoy no se trata de quién es el más fuerte, o el más rápido. Se trata de quién puede demostrar que tiene el paquete completo: agilidad, resistencia, precisión y, sobre todo, trabajo en equipo.
Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran profundo en cada uno de los presentes. Los nervios del castaño aumentaron, pero también sintió una chispa de emoción. Esto era lo que había estado esperando.
—Las pruebas de hoy están diseñadas para medir cada uno de esos aspectos —continuó el entrenador, caminando lentamente de un lado a otro—. Empezaremos con ejercicios de agilidad. Quiero ver cómo se mueven en la cancha, si pueden cambiar de dirección rápido, si tienen control sobre su cuerpo y su entorno. No me importa lo rápido que puedan correr en línea recta, sino cómo manejan los giros, los obstáculos, y si pueden hacerlo bajo presión.
Algunos Alfas y Betas intercambiaron miradas, claramente preocupados por lo que vendría. Jungkook tragó saliva, sintiendo la intensidad de la mirada del entrenador, si para algunos Alfas las palabras de Kim sonaban intimidantes ¿Qué le esperaba a él? El discurso del hombre pelinegro le estaba erizando los vellos, y siquiera había terminado.
—Después de eso, pasaremos a las encestadas. —el entrenador hizo un gesto hacia las canastas que adornaban cada extremo de la cancha—. No basta con llegar a la canasta, quiero ver precisión. Necesito jugadores que puedan mantener la cabeza fría cuando estén bajo presión, que puedan encestar incluso cuando todo esté en su contra.
Hizo otra pausa, su mirada volviendo a recorrer a los jugadores como si ya estuviera midiendo sus capacidades. El Omega sintió un nudo formarse en la boca de su estómago, pero no dejó que el miedo lo consumiera. Podía hacerlo, había practicado cientos de veces.
—A continuación, resistencia —dijo Kim, con una sonrisa que apenas levantaba una comisura de sus labios—. Porque no importa lo bueno que seas en los primeros minutos del juego si no puedes mantenerte en pie hasta el final. Quiero ver quién puede seguir jugando cuando sus piernas ya no respondan, cuando el aire en sus pulmones sea escaso. Ahí es cuando sabré quién tiene el corazón para este equipo.
Jungkook cerró los puños, sintiendo cómo su propia respiración se aceleraba. Todos estos años había entrenado duro para estar aquí, para demostrar que los Omegas también podían hacerlo, que tenían tanta resistencia y dedicación como cualquier Alfa. Este era el último paso, solo debía hacer un último esfuerzo.
—Por último, y probablemente lo más importante de todo: el juego en equipo —dijo el entrenador, deteniéndose en el centro de la cancha, mirando a su alrededor—. No me importan las superestrellas que solo juegan para sí mismos. Aquí jugamos en equipo, y quiero ver quién sabe cómo trabajar con los demás, quién sabe cuándo pasar el balón y cuándo sacrificarse por el bien del equipo.
Cada rincón en el cuerpo del castaño tembló cuando los ojos oscuros del entrenador se posaron, por escasos segundos, sobre los propios. Era como si Kim supiera que el Omega tenía algo que demostrar, pero aún así no mostró ninguna expresión, solo continuó; su voz grave resonando:
—Porque no importa cuán talentoso seas individualmente, si no sabes cómo hacer que el equipo funcione. No tienes lugar aquí —el entrenador Kim se cruzó de brazos de nuevo y, tras una breve pausa, asintió—. Las pruebas comienzan ahora. Den lo mejor de ustedes, porque esto no es solo una prueba de habilidades, es una prueba de carácter.
La voz firme de Kim resonó en el gimnasio, dejando un eco que pareció clavarse en el pecho del castaño. Alfas y Betas comenzaron a dispersarse, algunos ajustando sus uniformes, otros calentando sus músculos, tensos por la presión. Sin embargo, Jungkook permaneció inmóvil, observando cómo todos parecían tener un propósito claro, un sentido de pertenencia al que él aún no tenía acceso. La intensidad del ambiente era palpable, y aunque el eco de Kim empezaba a desvanecerse, sus palabras parecían haberse clavado en su pecho como dagas afiladas; listas para cortar.
Sintió el peso de esas palabras asentarse sobre sus hombros, pesadas como el plomo, pero en lugar de dejar que lo aplastaran, las utilizó como un incentivo. Tomó una bocanada profunda de aire, el aroma del gimnasio —mezcla de madera pulida y sudor— llenando sus pulmones, mientras se concentraba en encontrar su centro.
Hoseok ya no estaba a su lado. Sus ojos avellana, enfocados y temerosos, buscaron entre los rostros conocidos hasta toparse con los de Jimin. El pelirrubio ahora estaba en las gradas, con los brazos cruzados sobre su pecho, observándolo de una forma tranquila, casi comprensiva. Con un sutil movimiento, el pelirrubio le dio un pequeño asentimiento, una señal de aliento silenciosa.
Respiró hondo. Este era su momento.
Los habían separado en grupos de cinco, afortunadamente pasaría un tiempo antes de que lo llamaran, pero aun así la espera se hacía tortuosa. Cada Alfa y Beta que pasaba parecía mejor que el anterior, no, era mejor que el anterior. Sus cuerpos altos y musculosos se movían con una precisión casi intimidante, cada salto calculado, cada giro ejecutado con destreza. Sus movimientos parecían orquestados, como si la agilidad fuera una extensión natural de su ser. El Omega no pudo evitar envidiar esa fluidez, deseando con todas sus fuerzas poseer aquella facilidad innata que tanto diferenciaba a los Alfas.
Mientras paseaba vagamente su mirada, para matar el tiempo, alguien capturó su atención. Un Alfa había comenzado su turno en el circuito, y aunque otros Alfas ya habían pasado por ahí, este parecía distinto. Su andar era seguro, como si el mundo girara en torno a cada uno de sus pasos. Sus movimientos eran calculados, firmes, y en cada salto parecía alcanzar una perfección que parecía casi irreal.
Sin querer, Jungkook sintió cómo lentamente empezaba a compararlo con Taehyung, y de inmediato una oleada de curiosidad lo invadió.
Recordó la forma en que Taehyung se movía: su elegancia desenfadada, como si cada paso estuviera cargado de una calma que hacía que cualquiera a su alrededor se sintiera pequeño en comparación. La imagen era tan clara que por un momento el gimnasio se desvaneció, y solo veía a Taehyung en aquel Alfa, con esa misma expresión indescifrable y aquellos ojos profundos que parecían contener secretos.
Pero incluso en su imaginación nadie se parecía a Taehyung, nadie podía siquiera rozar su nivel, siquiera el castaño. Sencillamente, no había nadie igual al pelinegro dentro de la cancha, aquella mezcla de talento y destreza era única, deslumbrante, casi hipnotizante. Y a medida que aquel pensamiento le atravesaba, la vergüenza comenzó a crecer en su pecho, densa y amarga. Se recriminó en silencio por haberse dejado llevar. ¿Qué hacía, recordándolo en un lugar como ese, en un momento donde debería concentrarse solo en sí mismo? Avergonzado, apartó la mirada y apretó los labios, sintiendo el calor en sus mejillas, incapaz de sacudirse del peso de aquel pensamiento.
¿Qué estoy haciendo?, Pensó desesperado.
Su ceño ligeramente fruncido y sus luceros contenidos de vergüenza se aseguraron de que nadie lo estuviera viendo, como si el resto tuviera el poder de meterse dentro de su cabeza y leer cada uno de sus pensamientos. Maldijo en voz baja, mordiendo su labio inferior e intentando que el calor en su rostro disminuyera ¿Por qué se atrevía aquel idiota a cruzarse en su cabeza? Gruñó molesto, irritado consigo mismo.
Sin embargo, su mirada volvió a aquel Alfa castaño, quien respiraba tan tranquilamente que resultaba imposible creer que había terminado el circuito de agilidad hacia solo un momento. Jungkook lo observó, intrigado por la forma en que su pecho subía y bajaba con calma, la serenidad absoluta en sus ojos, como si ni el esfuerzo físico ni la presión lo afectaran. Y entonces, mientras el Alfa le devolvía la mirada, el Omega ni se inmutó. Tratando de entender qué era aquello que le hacía relacionarlo con Taehyung.
Justo cuando sus pensamientos lo arrastraban más profundamente, el entrenador rompió el silencio.
—¡Siguiente grupo!
Okey, aquí voy pensó el castaño, dándose una última sacudida mental para enfocarse en su turno y avanzar hacia la cancha.
Respiró profundamente y avanzó, sintiendo las miradas de los demás clavándose en algún punto de su nuca. Caminó hacia el centro de la cancha y tomó el balón, la textura áspera de éste contra sus dedos sudorosos. Su primer desafío era el circuito de agilidad, y sabía que aquí era donde más se notarían las diferencias.
Kim pitó el silbato—: Comiencen.
El recorrido empezó, zigzagueando entre los conos. Cada giro le exigía una concentración absoluta, sus piernas pesaban como si tuviera que arrastrarlas, y los músculos tensos de sus pantorrillas protestaban con cada movimiento. Observaba de reojo cómo los Alfas avanzaban con agilidad casi natural, mientras él sentía que estaba luchando contra el propio peso del aire, maldijo ser el único Omega en el grupo con cuatro Alfas. Cada paso le costaba horrores, y cada vez que su cuerpo dudaba en girar lo suficientemente rápido, sentía las miradas clavándose en su espalda. Concéntrate, se dijo a sí mismo, intentando mantenerse enfocado, recordándose la importancia milimétrica de sus pasos. Sabía que no era el más rápido, pero aún así debía intentarlo.
Finalmente llegó el momento de los tiros, y, al pararse frente al aro, sintió cómo la presión se multiplicaba. La primera vez que lanzó, el balón apenas rozó el aro y cayó pesado al suelo. Su respiración se volvió de la misma forma; pesada, y los murmullos y risas ahogadas detrás de él parecieron clavarse en sus oídos como agujas. Sus pies parecieron flaquear, el suelo bajo sus pies se volvió tembloroso y él; incapaz de permanecer en pie. Volvió a repetir el circuito hasta estar frente a la canasta y lanzar, sintiendo el pecho en llamas de pura vergüenza, pero el segundo intento también falló, rebotando en el borde del aro. La ansiedad se extendió como un frío que le helaba el pecho; la sangre, podía sentir cada latido de su corazón bombearle en los tímpanos, ensordeciéndolo. Y las dudas comenzaron a colarse en su cabeza, minando su confianza.
No, no, no. Entra, por favor.
No podía quedar así, todo su esfuerzo en vano. Tomó una gran bocanada de aire e impulsó con fuerza sus pies contra el suelo, corriendo y esquivando cada obstáculo en el circuito, llegando a adelantar al Alfa a su lado. Era el momento; el tercer intento, con una determinación tensa y un ligero temblor en las manos, lanzó el balón, y esta vez, escuchó ese sonido satisfactorio que hace cuando atraviesa la red de forma limpia. Una sonrisa tiró de la comisura de sus labios y no trató de esconderla, terminando por mostrar sus dientes perlados. Después de eso cada tiro pareció mejor que el anterior, y ningún otro balón más le erró a la canasta.
La prueba de resistencia fue la más dura y para ese momento, Jungkook ya sentía el cansancio como un peso muerto que arrastraba por el suelo. Los Alfas avanzaban a su alrededor, sus zancadas largas y fuertes, como si sus cuerpos fueran creados para soportar el esfuerzo sin dificultad. El castaño, en cambio, sintió que cada paso era una batalla contra su propio agotamiento; sus pulmones ardían, luchando por aire, y sus piernas se volvían más pesadas a cada momento. Pero siguió adelante, ignorando el ardor en sus piernas, concentrándose en cada respiración, en cada impulso de sus pies contra el suelo, manteniendo en su mente una única idea: no detenerse. Ni siquiera la fatiga, ni el dolor, ni la sombra de las miradas burlonas iban a hacerlo retroceder ahora.
Finalmente, la prueba de juego en equipo. El ultimo paso.
—¡Que entre el equipo anterior! —exclamó el entrenador—. Ustedes dos, cambien de equipo.
Jungkook, con la respiración pesada, observó hacia los lados incrédulo de que Kim estuviera hablándole a él e —con la cabeza gacha, y los labios apretados—, intercambió lugar con un Beta del equipo contrario. Al levantar la vista sus luceros se clavaron en el chico que había estado observando antes, y no pudo evitar preguntarse: ¿Quién es él?
—¡Escuchen bien! —la voz del entrenador Kim resonó por todo el gimnasio, caminando hacia el centro de la cancha con el silbato colgando de su cuello—. Vamos a cerrar esta prueba con un juego amistoso. Nada complicado, cuatro minutos de acción.
El castaño, con los brazos cruzados sobre su pecho, no pudo evitar que una mueca de preocupación decorara su rostro. Cuatro minutos, ¿había escuchado bien, verdad? Tragó con dificultad, sintiendo como su garganta parecía cerrarse y su boca se volvía un desierto, sus labios secos repentinamente.
Observó como el resto permanecía atento a las palabras del hombre, pero a diferencia de ellos Jungkook no podía escuchar nada. Era como si, de repente, alguien le hubiera puesto un casco en la cabeza. Lo próximo que sucedió fue que todos se dispersaron y alguien, aparentemente de su equipo, le lanzó un balón que torpemente atrapó entre sus manos.
En cuestión de segundos cada uno comenzó a ocupar su posición. Mientras, el castaño miraba al aro con una mezcla de terror y nerviosismo. En el circuito de tiro había fallado algunos intentos, ¿y si volvía a suceder? Sabía que aquí podría destacar, aunque estaba nervioso, siempre había sido estratégico al momento de jugar en equipo. Los demás podrían ser mejor que él en fuerza y velocidad pero eran demasiado toscos, jugaban como animales salvajes, no había táctica en su juego.
A su lado, el Alfa castaño, alto y de expresión tranquila, lo observaba con una leve sonrisa. El Omega se cuestionó si era su imaginación o si verdaderamente le estaba mirando, y devolverle la mirada sería incomodo, ¿Qué se supone que debía decir? Finalmente el chico rompió el silenció.
—Relájate un poco, ¿quieres? —dijo el Alfa, inclinándose hacia él—. Estás apretando el balón como si fueras a romperlo.
Jungkook le dio una mirada vergonzosa y luego respiró hondo, soltando una ligera risa mientras aflojaba su agarre sobre el balón, siquiera él era consiente de aquello. Una sonrisa cortés se formó en sus labios, una extraña sensación de calidez invadió su pecho, se sentía extraño conocer a un Alfa que genuinamente no era un idiota.
—Lo siento, es que... no sé, no quiero fallar esta vez. Todos están mirando, y... —murmuró, casi más para sí mismo que para el Alfa.
El Alfa dejó escapar una risa ligera, sin rastro de burla, y le dio un suave golpe en el hombro, dejando su mano allí.
—No lo sientas, solo olvídate de todos los demás. Piensa en esto como si estuviéramos solos aquí, solo tú y el aro.
El Omega asintió lentamente. Era agradable que alguien aliviara la tensión en un momento donde todos querían pisotearse entre sí y ver quién era mejor.
Volvió a posicionarse, esta vez con más calma, pero el Alfa se acercó un poco más, indicándole con la mano la posición correcta.
—Mira, mantén los codos cerca del cuerpo y relaja los hombros, será mucho más fácil encestar así. —confesó aquel Alfa desconocido, mirando a Jungkook con una tranquilidad que lo forzó a desviar la mirada.
Y maldijo haberlo hecho.
Fue ridículo, no necesitó más que su visión periférica y unos pocos segundos para reconocer aquel rostro.
De pie entre la multitud, observándolo con una intensidad que hizo que el balón casi se le escurriera de las manos. La línea de sus hombros era firme, y sus ojos... ¿eran oscuros? El castaño no podía descifrarlo. Por un instante, creyó que tal vez era su imaginación, pero la manera en que Taehyung ladeó la cabeza, con la mandíbula tensa, como si quisiera decir algo sin mover los labios, lo confirmó.
El calor subió rápidamente desde su pecho hasta sus mejillas. El Omega apartó la mirada de golpe, sintiendo cómo sus manos temblaban ligeramente sobre el balón. Su corazón golpeaba con fuerza contra sus costillas, como si quisiera escapar. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Mirarlo de nuevo? ¿Hacer como si no lo hubiera visto?
Relájate, se repitió a sí mismo pero sus manos parecían ir en su contra.
—Oye, ¿estás bien? —preguntó el Alfa a su lado, arqueando una ceja mientras lo miraba con curiosidad y su mano reposaba sobre su espalda.
Jungkook soltó una risa nerviosa, apretando los labios para ocultar su vergüenza. Esbozó una sonrisa, carente de toda gracia, y asintió.
—Sí, solo... distracción, eso es todo. —balbuceó vagamente.
No pudo evitar buscar nuevamente con la mirada a Taehyung entre la multitud. Para su sorpresa, los ojos del pelinegro estaban sobre él, penetrantes, pero esta vez con un tinte de algo diferente, se veía... ¿molesto? No, era ridículo y no tenía sentido
¿Por qué me mira así?, pensó mientras su cuerpo volvía a tensarse. En el fondo, algo dentro de él se agitaba, algo que no estaba seguro de querer nombrar. Y antes de que pudiera reaccionar, Taehyung apartó la mirada, su expresión cerrándose en un gesto que parecía casi resignado.
El castaño lo vio desaparecer entre la multitud y por un instante, todo a su alrededor quedó en silencio. Solo quedaban él y ese maldito e inexplicable vacío que Taehyung dejaba tras de sí.
El Alfa a su lado rompió el momento con un leve empujón en el brazo. Con un sutil movimiento señaló a Kim.
—¡Se terminó el descanso! —exclamó con fuerza.
El entrenador pitó el silbato con fuerza, y en un segundo, el pequeño juego comenzó. Jungkook sintió el impulso inmediato de moverse, corriendo de un lado a otro mientras el sonido de los zapatos resonaba en la cancha y los gritos de sus compañeros de grupo llenaban el aire. La competencia era intensa, cada jugador buscando una oportunidad para encestar. Los Alfas se movían con rapidez, sus cuerpos altos y fuertes dominando el espacio, mientras el Omega intentaba seguirles el ritmo, manteniéndose atento y en movimiento.
El aroma a canela y jengibre de Taehyung llegó a sus sentidos antes de que lo viera. El Alfa estaba en la cancha. Tan solo pensar en la presencia de Kim lo hacía sentirse pequeño y vulnerable, pero también encendía algo dentro de su pecho. Quería demostrarle a todos, especialmente a aquel Alfa, que un Omega podía ser tan valioso como cualquier Alfa.
Casi al final, el equipo contrario lanzó el balón con un arco alto hacia la canasta. Todos contuvieron la respiración, pero el balón solo rozó el borde y cayó, provocando una ola de suspiros entre los jugadores. Rápidamente, el equipo de Jungkook tomó el balón, y uno de los Alfas comenzó a correr hacia el otro extremo de la cancha. Jungkook iba justo detrás, su cuerpo llenándose de adrenalina mientras sus compañeros maniobraban alrededor de los defensores.
De pronto, el Alfa que corría con el balón se detuvo bruscamente, atrapado entre dos defensores. Sus ojos buscaron desesperadamente a alguien libre, y ahí estaba el castaño, justo fuera del perímetro, levantando una mano para llamar su atención. Sin dudarlo, el Alfa lanzó el balón hacia él.
Jungkook lo atrapó con firmeza, sintiendo cómo el peso de las miradas caía sobre él. El tiempo parecía ralentizarse mientras avanzaba hacia la canasta, esquivando a cada defensor que intentaba bloquearlo. Cuando otro se acercó, Jungkook dio un pase rápido hacia el Alfa pelinegro de antes. El Alfa, sin perder tiempo, le devolvió el balón en un movimiento ágil que dejó a los rivales fuera de posición.
Con un salto preciso, Jungkook lanzó el balón. La curva perfecta del tiro silenció el gimnasio por un segundo que pareció eterno. Jadeó en seco, sus ojos aferrados al recorrido de aquella esfera. Entonces, ocurrió lo inesperado; el sonido del balón atravesando la red rompió el silencio, y un rugido de vítores llenó el espacio.
Se sintió casi irreal. Se paralizó en su lugar, su boca amenazando con dejar escapar una sonrisa que no cabía en su rostro. Sus compañeros parecían asombrados, corriendo hacia él para darle palmadas en la espalda mientras volvían al juego.
El tacto se sintió... reconfortante. Rio por lo bajo, mordiéndose el labio inferior como si no quisiera permitírselo, pero no: era incontrolable y no podía negar que le gustaba.
El tiempo se acababa, el equipo contrario intentó una última jugada desesperada. Sin embargo, su pase fue interceptado, y el sonido del silbato marcó el final del partido. Jungkook se quedó quieto por un momento, rodeado por el estruendo del gimnasio, mientras sus compañeros celebraban a su alrededor.
Estaba exhausto, sus músculos doloridos y su respiración entrecortada. Pero con una sensación de alivio en su pecho.
El Alfa castaño lo buscó con la mirada, y cuando lo encontró no tardó en tomarlo del brazo y arrastrarlo hacia los demás para hacerlo parte del pequeño festejo del equipo. Jungkook sonrió tímidamente ante las palabras de agradecimiento y las pequeñas palmadas en su espalda, delicadas como si tuvieran miedo de romperlo.
Sin embargo, la voz de Kim llamando a cada estudiante al centro del gimnasio interrumpió cualquier festejo.
El gimnasio estaba en completo silencio mientras los estudiantes formaban una fila frente al entrenador Kim. Después de una agotadora mañana los músculos de Jungkook temblaban y sus pulmones ardían dentro de su pecho. Apenas podía mantenerse en pie, pero no se permitió descansar.
Kim, de pie con los brazos cruzados, paseó la mirada de uno en uno, con ese aire de dureza que lo hacía tan imponente. Finalmente, tras unos segundos de tensión, que parecieron insoportables, comenzó a hablar.
—Hoy he visto a más de uno tambalearse, —dijo mirándolos con frialdad—. Si no están dispuestos a demostrar su potencial cada segundo... ¿entonces por qué están aquí?
El aire se volvió denso, algunos tragaron saliva, tensos, y el castaño sintió cómo su corazón latía desenfrenado, arremetiendo contra sus costillas como si quisiera escapar. Podía sentir como los nervios comenzaban a traicionarlo. Cada palabra que salía de la boca de aquel hombre parecía personal, como si de una reprimenda hacia él se tratase.
El recién nombrado se aclaró la garganta y empezó a leer de una lista entre sus manos, analizando cada palabra en ella antes de hacerlo en voz alta. Cada nombre que salía de su boca le dejaba un nudo en el estómago al castaño. Los rostros de los que eran llamados se torcían en una mezcla de nerviosismo antes de salir de la fila, y a cada nombre el Omega sentía el peso de su propio fracaso.
La lista se terminó, Jungkook aún estaba en su lugar, con el corazón en la garganta y las manos entrelazadas detrás de su espalda, esperando escuchar el último golpe; su nombre. Pero este nunca llegó.
El entrenador miró al grupo que quedó en silencio frente a él y dejó caer la lista al suelo. Una leve sonrisa de satisfacción, casi imperceptible, apareció en sus labios.
—Bien. Si no están en la lista, significa que no fueron seleccionados —dijo, recorriendo el grupo de jugadores restantes, con una mirada que parecía escrutar cada músculo, cada partícula de determinación—. Buena suerte en sus próximos intentos.
Jungkook parpadeó incrédulo, como si no hubiese escuchado bien ¿significaba que lo había logrado? El golpe de euforia llegó lento, como una ola que se levanta antes de romper. Un escalofrío le recorrió la espalda de tan solo pensarlo. El pecho se le llenó de algo que tan fuerte que casi le quitó el aliento.
La sonrisa llegó: amplia e incontenible, no le importó llegar a quedar mal ante quienes no pasaron, siquiera era su intención. En ese momento siquiera importaban aquellas miradas que se clavaron tras su espalda, algunas cargadas de incredulidad, otras cargadas de desdén. Podía escucharlos susurrar sin ningún tacto, sus palabras tan llenas de veneno que llegaban a quemar.
—A los demás: enhorabuena —continuó Kim—. Lo que tenemos por delante no va a ser fácil, y ninguno de ustedes es perfecto. —sus ojos cayeron sobre el castaño por un segundo, con una expresión que ni él mismo supo descifrar. Quizá condescendencia.
El entrenador terminó de hablar con su tono habitual, cortante e indiferente, antes de dar media vuelta y dirigirse hacia la salida del gimnasio uno de los Alfas del equipo oficial lo interceptó de manera inesperada, rodeándolo con un brazo en un gesto casi fraternal.
—Vamos, entrenador, no sea tan frío con los nuevos. Les hará pensar que está entrenando soldados, no jugadores. —su voz resonó clara y llena de humor, arrancando unas risas nerviosas de algunos de los chicos en el gimnasio.
Kim se giró hacia él con una ceja alzada, pero no dijo nada. Solo le dio una palmada en el hombro y salió del lugar, sin alterar su habitual aura de autoridad. El Alfa lo vio desaparecer con una risa ligera antes de volverse hacia el grupo, levantando ambas manos como si intentara apaciguar un fuego imaginario.
—Bueno, ya lo oyeron: no somos perfectos, pero aquí estamos. No le tengan miedo; es más blando de lo que parece... aunque solo un poco —algunas risas se sumaron al ambiente, y él aprovechó para caminar entre los nuevos, con un aire relajado—. Ahora, vamos a relajarnos un poco. Han pasado la prueba más difícil, y eso ya es motivo de celebración.
Mientras hablaba, otros miembros del equipo aparecieron, cargando una bandeja improvisada de refrescos. Uno por uno, comenzaron a entregarlos entre los seleccionados, chocando puños y felicitándolos con sonrisas que variaban entre la calidez genuina y la formalidad.
Jungkook aceptó su lata con una leve inclinación de cabeza. Mientras bebía un sorbo y sentía el burbujeo refrescante bajar por su garganta, sus ojos recorrieron el gimnasio, no pudo evitar notar una ausencia evidente.
¿Y Taehyung? pensó, frunciendo ligeramente el ceño mientras devolvía la mirada al grupo.
Después de todo, era el capitán ¿o no? Si alguien debía estar allí para darles la bienvenida, ese debería haber sido él. Reprimió una sonrisa burlona al imaginarse al mayor con alguna estúpida excusa, como estar demasiado ocupado o demasiado altivo para participar en algo tan mundano como repartir refrescos.
De pronto, un par de brazos lo envolvieron desde los costados, sacándolo de su ensimismamiento. "¡Jungkook! ¡Lo lograste!" exclamó Jimin, su voz alta y alegre, mientras Hoseok le daba un suave golpe en el hombro, acompañado de una risa que era demasiado contagiosa como para resistirla. El Omega giró hacia ellos, encontrando en sus rostros el reflejo de su propia felicidad.
Con las mejillas encendidas y la garganta aún temblando por la risa, alzó su refresco como si fuera un trofeo, permitiéndose por un momento creer que el mundo entero celebraba con él. Pero entonces, algo en el fondo del bullicio robó su atención. Entre las cabezas agitadas y los colores difusos, distinguió aquella figura familiar: Taehyung. De pie junto al Alfa que les dio la bienvenida, su postura rígida y su mirada fija como si el mundo alrededor no existiera.
La alegría que había inflado el pecho de Jungkook comenzó a desinflarse. Taehyung parecía... molesto, aunque no de una forma evidente. Su mandíbula estaba apretada, y sus ojos oscuros destellaban con una emoción que Jungkook no lograba entender del todo ¿Era enojo?
Las risas de Hoseok y Jimin llenaban el aire a su alrededor, acompañadas de bromas que el castaño apenas lograba procesar. Asentía mecánicamente, con una sonrisa distraída, mientras su atención se desviaba cada vez más hacia el otro extremo del gimnasio.
El capitán del equipo caminaba con paso seguro, pero su rostro mantenía esa expresión inescrutable que tanto desconcertaba a Jungkook. Taehyung se deslizaba entre la multitud con facilidad, sin mirar a nadie, hasta que desapareció por la puerta que conducía al pasillo de los vestuarios y el baño.
—¿Jungkook? ¿Nos estás escuchando? —preguntó Jimin, dándole un suave codazo.
—¿Eh? —Jungkook parpadeó y volvió la vista hacia ellos por un instante, antes de mirar de nuevo hacia donde había visto a Taehyung desaparecer—. Ah, lo siento, tengo que ir al baño.
No esperó una respuesta. Con un movimiento rápido comenzó a abrirse paso entre el mar de estudiantes, no sabía por qué lo hacía, pero había algo en ver a Taehyung apartarse que lo impulsaba a seguirlo, casi como si su cuerpo actuara por cuenta propia.
—¡Jungkook! —escuchó la voz de Hoseok tras de sí, pero no se detuvo.
El menor avanzaba sin cuidado, ignorando las miradas curiosas y los hombros con los que chocaba en el camino. Unas pocas disculpas murmuradas se perdían en el ruido del gimnasio, pero no le importaba. Su corazón latía con fuerza, y su cabeza estaba demasiado ocupada intentando entender qué estaba haciendo.
Era ridículo, pero lo sentía dentro suyo; aquella necesidad incomprensible de seguirlo, ir tras él como si el mundo se acabara.
Cada paso resonaba en el pasillo desierto, el eco acompasado de sus zapatillas marcando un ritmo que no se atrevía a romper. El castaño avanzaba, pero no sabía por qué. Era como si una fuerza invisible tirara de él, algo ajeno a la lógica y profundamente anclado en su pecho. Taehyung había desaparecido por esa puerta, y aunque no le había dicho una sola palabra ni dirigido una sola mirada, el Omega sintió que debía seguirlo. Como si Kim lo necesitara, como si el aire entre ellos estuviera cargado de una súplica muda que solo él podía escuchar.
"Detente" se dijo a sí mismo, su mente tratando de encontrar una razón para girar sobre sus talones y regresar donde Jimin y Hoseok lo esperaban, donde estaba seguro. Pero sus pies seguían moviéndose, uno tras otro, llevándolo más y más lejos del ruido de las risas y los murmullos. Una sensación desconocida lo envolvía, algo entre la curiosidad y una necesidad inexplicable, como si el peso de una pregunta sin responder lo empujara hacia adelante.
Se detuvo a mitad del camino, respirando hondo mientras su mente y su cuerpo parecían debatirse en un tira y afloja. Su corazón latía fuerte, un tamborileo irregular que resonaba en sus oídos. Podría darse la vuelta ahora y evitar lo que sea que estuviera a punto de enfrentar, pero no lo hizo. Un calor extraño ardía en su pecho, una certeza que no lograba explicar.
Finalmente, su mano empujó la puerta, y el aire frío del baño lo envolvió. Fue ahí, en ese instante de duda, cuando sucedió. No tuvo tiempo de apartarse ni de reaccionar; apenas cruzó el umbral, su cuerpo chocó contra el de Taehyung
La colisión fue breve, un roce que no habría significado nada si no fuera por lo que provocó en Jungkook. Una corriente eléctrica recorrió su cuerpo, desde el punto exacto donde sus pieles se encontraron hasta el último rincón de su ser, paralizándolo en su lugar. Alzó la vista, encontrándose con los ojos de Taehyung, oscuros e intensos.
—Lo siento, no te vi. —balbuceó el menor, sintiendo su rostro ardiendo en vergüenza.
Retrocedió al notar la cercanía incómoda que habían tomado. Apenas podría controlar su respiración entrecortada, y la vulnerabilidad que lo invadió no parecía ser de mucha ayuda. Se sentía pequeño a comparación de Taehyung.
—¿Por qué tienes que seguirme adonde quiera que vaya?
Jungkook cerró la boca con un chasquido, apretando los labios mientras una mezcla de sorpresa y enojo comenzaba a arder en su interior. Taehyung lo miraba con aquella expresión que siempre lo sacaba de quisio: una mezcla de indiferencia y desdén que parecía atravesarlo como un cuchillo afilado.
—¿Qué? Yo no… —empezó a decir, pero la forma en que el pelinegro alzó una ceja lo interrumpió.
—Siempre estás ahí, ¿no? Mirando, hablando, apareciendo donde no te llaman. —la voz de Taehyung era baja, controlada, pero con un filo que le heló la sangre.
Jungkook sintió cómo la vergüenza que había sentido antes se transformaba en algo más pesado ¿De verdad estaba insinuando eso? Como si él no tuviera otra cosa que hacer más que perseguirlo.
—¿Crees que el mundo gira alrededor tuyo o qué? —espetó finalmente, su tono más firme de lo que esperaba. Dio un paso adelante, ignorando la forma en que su corazón parecía querer salirse de su pecho—. No estoy siguiéndote, Kim. Ni siquiera sé por qué siempre estás tan molesto conmigo.
Taehyung soltó una risa amarga.
—Tu problema es que te tomas todo demasiado en serio. A nadie le importa lo que hagas, Jungkook.
El recién nombrado apretó la mandíbula, dispuesto a responder, pero el Alfa ya no lo estaba mirando. Sus pasos resonaron en el eco del baño, firmes y decididos, como si quisiera poner la mayor distancia posible entre ellos. Su espalda, recta y desafiante, parecía emitir una indiferencia absoluta, y eso solo avivó la frustración del menor.
Apoyó las manos sobre el lavabo, mirando su reflejo en el espejo. Sus mejillas estaban rojas, su respiración aún errática. Se inclinó hacia el agua fría, tratando de calmar la tormenta que Taehyung siempre parecía provocar en él con tan solo un instante.
Pero incluso mientras el agua caía sobre su rostro, no pudo sacarse de la cabeza la sensación del cuerpo de Taehyung contra el suyo, ni esa mirada oscura que parecía ver mucho más de lo que él estaba dispuesto a mostrar.
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