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—Recuérdame por qué hacemos esto.
Un quejido abandonó sus labios entre abiertos en busca de aire. La pesadez de su cuerpo le impedía seguir avanzando, limitándolo a mantener un trote lento y desganado. Los músculos de sus piernas parecían arder en llamas que se extendían hasta su pecho, haciendo que respirar sea insoportable. Su pecho subía y bajaba en un vaivén irregular.
Maldijo en voz baja la clase de Físico los martes por la mañana y se mordió la lengua dispuesto a seguir trotando al rededor del gimnasio, no es como si tuviera otra opción, desafortunadamente.
¿Cuánto más falta?, pensó agotado.
El pelirrubio habló—: Para aprobar, supongo... ¿Qué harás luego?
El rostro del castaño se deformó en una mueca pensativa, sus labios rosáceos se volvieron una fina línea mientras repetía la pregunta del mayor dentro de su cabeza. Ni siquiera el sabía la respuesta. Tragó saliva y remojó sus belfos resecos antes de responder, pero la realidad era que no tenia nada planeado.
—Solo quiero salir de aquí —contestó distraído, con la mirada al frente—. Ir a la cafetería quizá, muero de hambre.
Jimin asintió con la cabeza sin decir palabra alguna. Ambos mantenían el mismo lento ritmo, intentando que sus pulmones no colapsaran por la falta de oxígeno. Y aunque no eran los únicos a los que les faltaba el aliento, se veían ridículos a comparación de aquellos que lograban dar una vuelta tras otra en cuestión de segundos.
Jungkook se tomó el tiempo de echarles una mirada fugaz, sus orbes castaños admiraron por un micro segundo esa resistencia, la forma en la que sus organismos mantenían el mismo ritmo después de veinte minutos de carrera daba la impresión de que estaban hechos para atravesar cualquier cosa.
Fue imposible dudar, eran Alfas.
Todo en ellos los hacia destacar, sus cuerpos bien formados llenos de músculos por donde los vieras, la agilidad y rapidez con la que se manejaban entre los demás, esa fuerza impresionante que poseían, aquel aroma imponente. Desvió la mirada al suelo y suspiró exhausto, detuvo sus movimientos cuando un pitido agudo le dio fin a la clase y llevó sus manos a sus rodillas dejando caer su peso en ellas, su cabeza castaña quedó escondida entre medio de sus dos brazos, donde se tomó el tiempo de inhalar y exhalar profundamente.
Enderezó su espalda y barrió su frente húmeda con el dorso de su mano, le echó una mirada al pelirrubio a su lado y se carcajeo suavemente, ganando un golpe inofensivo en las costillas junto a una expresión sarcástica que le decía: Como si tu no estuvieras igual.
—¡Terminamos por hoy! Que pase el siguiente grupo. —la voz áspera del entrenador resonó con fuerza entre las cuatro paredes del gimnasio.
Una mueca de satisfacción tiró de sus comisuras al oír aquellas palabras, agradeciendo a quien sea por dar como finalizada su tortura. Desvió la mirada a las gradas anaranjadas detrás de él en busca del bolso de mano con sus pertenecías, quería largarse de allí lo mas pronto posible.
Pero supo que su libertad se iría tan pronto como llegó en cuanto su amigo lo miró con ojos de ensoñación y una sonrisa de oreja a oreja que iluminó su rostro y, aunque le pudiera parecer inofensivo a cualquier otra persona, Jungkook decifró de inmediato las intenciones de su pelirrubio amigo.
Comenzó a caminar hasta el lugar en donde se encontraba su bolso y viró los ojos cuando sintió las escurridizas manos de Jimin colgándose de su antebrazo como si fuera un niño pequeño, siguiéndole en cada paso que daba.
—Sea lo que sea, no lo haré. —se adelantó a aclarar.
El castaño bufó malhumorado, él solo quería recoger sus cosas, cambiar su ropa y largarse a ingerir algo antes de que su estómago doliera, suplicando por un poco de comida. Frunció el ceño e ignoró el sólido agarre, no quería caer en la trampa de su mejor amigo.
—Por favor —rogó meloso el mayor, estirando la última vocal de la palabra—. Al menos déjame explicarte, ¿Quieres?
—No, no quiero. —contestó tajante.
Lo que faltaba, ahora tendría que ser cómplice del misterioso objetivo de su rubio amigo. Se cruzó de brazos, observando como sus compañeros tomaban sus cosas y abandonaban el lugar, resopló envidioso, maldiciendo el nombre de Park Jimin en voz baja.
Una expresión de molestia y sorpresa escapó de sus labios cuando Jimin impidió que pudiese tomar su bolso y lo tomó por ambos brazos, sentando su trasero de golpe en los asientos azulados. Intentó ponerse de pie pero fue empujado hacia abajo por segunda vez a mano del Omega mayor.
—¿Puedes dejar de hacer eso? —preguntó entre dientes, sus luceros fulminaron al pelirrubio de pies a cabeza—. Ya te he dicho que no quiero saber... lo que sea que tengas planeado.
—Primero escúchame, Jungkook —suplicó apresurado, observando el rostro de poco amigos que empleó el castaño—. ¿Puedes hacerme compañía en lo que termina esta clase? No quiero quedarme solo.
El de ojos color avellana siquiera intentó camuflar su confusión y enfado, y su rostro lo reflejó casi de inmediato, las palabras del mayor no tenían ningún tipo de sentido ante sus oídos, ¿O acaso él no estaba entendiendo?
El menor inquirió—: ¿Y por qué lo harías?
El foco se prendió dentro de su despeinada cabeza y fueron sus propios pensamientos los que respondieron aquella pregunta. Una mueca burlona tiró de la comisura de sus labios y bufó con una sonrisa irónica, burlona, negando con su cabeza y mordiendo su labio inferior.
Cruzó los brazos por delante de su pecho y tiró su espalda hacia atrás hasta que esta chocó con el respaldar del asiento. Como si fuese apropósito, sus ojos se toparon con la figura de Min Yoongi precalentando en una esquina del gimnasio. Devolvió la mirada hacia el rubio y contempló el color carmín que pintó sus mejillas, se carcajeó tirando su cabeza hacia atrás y se ganó la mirada molesta de su amigo.
—Oye, no es gracioso —refutó antipático sin encontrarle razón alguna a la diversión que parecía tener el menor—. Deja de reírte, ¿Vas a quedarte o no?
El castaño interrumpió—¿En serio te quedarías aquí dos horas solo porque él te lo pidió? Estás loco.
No había ninguna chance de que el menor le hiciera compañía a su amigo aquella cantidad de tiempo, de tan sólo ver a alguien correr su respiración comenzaba a agitarse, era como volver a pasar por esa situación otra vez. No lograba entender cómo el mayor había aceptado a quedarse sentado observando a alguien correr de aquí para allá durante más de una hora.
Jimin viró los ojos y dejó caer sus hombros hacia adelante, suavizó su expresión de molestia y la reemplazó por unos ojos brillosos, una mueca triste casi imperceptible y rendida. Giró su cuello unos cuantos centímetros hacia la derecha y su corazón pareció dar un vuelco de tan solo ver al pelinegro a unos metros. Suspiró y se dispuso a sincerarse ante su amigo.
—No me lo pidió, yo me ofrecí —confesó con voz suave, tomando asiento al lado del castaño, quien fue relajando su expresión a medida que proseguía—. Realmente me gusta, no quiero estropearlo, ¿Podrías hacerme el favor? Solo hoy, lo prometo.
Maldición, Jimin, pensó el castaño.
No podía negarse ahora, no cuando notaba el estado tan vulnerable en el que estaba su amigo por aquel Alfa pelinego. Algo en su interior se removió a causa de la sinceridad con la que el mayor le habló, un destello adornó sus luceros avellana y su rostro se desenvolvió en una mueca de dulzura. Su dureza cayó rendida ante las palabras del rubio, quien lo miraba expectante por una respuesta positiva, o en el peor de los casos negativa.
—Está bien, me quedaré. —declaró rendido.
Jimin estrujó con fuerza el pequeño cuerpo a su lado, ganando un quejido ahogado como recompensa. Su boca se empeñó en dejar salir silenciosos agradecimientos sobre la oreja del menor, apoyando su acolchada y rosada mejilla sobre la contraria en un impulso de demostrar su alegría, sus manos tibias rodearon al castaño de extremo a extremo.
Jungkook rió por lo bajo mientras su amigo lo meceaba de un lado para el otro, tomó débilmente entre sus dientes su labio inferior y le echó una mirada serena al contrario, seguidamente correspondiendo el cálido abrazo.
—Al menos cómprame algo de comida luego de esto. —advirtió el menor entrecerrando sus ojos.
El pelirrubio rió:—Trato hecho..
El recién nombrado se levantó de su asiento y dejó caer sus brazos sobre la barandilla que separaba la cancha de las gradas. Inhaló hondo, seguidamente dejando salir el aire por su boca de manera lenta, la punta de sus dedos cosquillearon cuando sus luceros se posaron sobre el de piel lívida. Llevó una mano a la altura de sus belfos y atrapó débilmente su índice entre sus dientes, una sonrisa tiró de la comisura de sus labios rosáceos cuando divisó las encías rosadas del Alfa a lo lejos.
Su pulso se aceleró, ¿Cómo alguien podría verse tan bien? Inconscientemente olisqueó el aire en busca de su aroma, pero se frustró cuando descubrió que el lugar estaba hecho una mezcla de aromas de todos los que estaban allí. Un escalofrío le recorrió la columna al notar que él estaba siendo el foco de atención de Min Yoongi, su lobo comenzó a agitar la cola rápidamente.
Aferró sus manos a la barandilla y esbozó una mueca tímida, balanceando su torso de adelante hacia atrás lentamente, casi imperceptible. Recorrió con la mirada al Alfa pelinegro de pies a cabeza, intentando ser lo más disimulado posible pero aquel conjunto color negro resaltaba tanto su piel y sus facciones que era imposible no mirarlo.
Una risa nerviosa quiso escapar del interior de su garganta, es que aún estando rodeado de sus amigos el de pelo negro le estaba prestando atención a él, solo a él. Aquella idea le erizó el cuero cabelludo y se abrazó a sí mismo en un intento de contenerse, sus piernas casi flaquearon cuando Min le echó una mirada rápida al profesor, notando al Alfa desprevenido y tomando aquella oportunidad para acercarse al pelirrubio.
Jungkook, que no se había perdido ni un segundo el intenso cruce de miradas que intercambiaron su amigo y el Alfa, frunció el ceño al darse cuenta de que el pelinegro ya no estaba precalentando junto a los demás, sino que estaba dirigiéndose hacia ellos a paso despreocupado. Se alarmó de inmediato, corriendo la mirada con torpeza y fingiendo como si no lo hubiera visto hace unos escasos segundos.
—Oye, ¿Qué está haciendo? —inquirió el menor con falso desinterés.
Nunca antes había hablado con Min Yoongi en persona, hasta hace poco dudaba que éste supiera de su existencia, en realidad, aún dudaba, ¿Conocerá su nombre? Su cabeza castaña analizó las posibilidades de que no lo haga y a decir verdad, eran altas. Negó para sus adentros, diciéndose a sí mismo que todo saldría bien y que Min no tenía apariencia de ser una mala persona.
—Solo pasa a saludar. —contestó simple el de mejillas sonrosadas, sin siquiera girarse a mirar al menor.
El de aroma a vainilla fulminó con la mirada la espalda frente suyo y mordió con fuerza la lengua dentro de su boca, era increíble como su amigo le ignoraba cuando el pelinegro estaba cerca. Resopló resignado y enderezó un poco su espalda antes de que llegara el recién nombrado.
Un fuerte aroma a menta se fundió en las fosas nasales del castaño, haciéndole picar la nariz. El pelinegro apenas había llegado y su presencia resaltó de inmediato entre el par de Omegas. Min trazó una sonrisa ladeada, sus manos resguardadas dentro de los bolsillos de su pantalón salieron en busca de rodear levemente al pelirrubio, depositando un casto beso en su cabeza.
Jimin sintió como su corazón se aceleró ante el pequeño acto del Alfa, sus luceros centellaron, casi como si pudiera despedir destellos vivos de ellos. Sus brazos presionaron levemente aquel abrazó que impuso el pelinegro y se alejó unos centímetros para alzar la mirada y descubrir una cálida sonrisa en el rostro del más alto.
—Correr no es lo tuyo, ¿verdad? —preguntó Min en un tono burlón.
Alzó su ceja izquierda, jugando cruelmente con el Omega prendido a su torso. Se obligó a retener una sonrisa ante la expresión indignada del pelirrubio cuando fue consciente de sus palabras: el Alfa le había estado observando distante durante la clase, a pesar de haberle advertido la noche anterior que no lo haga.
Park fue el primero en romper el contacto, avergonzado. Sintió como su pulso se aceleró y la sangre le subió a las mejillas. Quedó boquiabierto, con los brazos en forma de jarra y los ojos entrecerrados, acusatorios.
—Eres un traidor, Min —exclamó con voz recelosa.
El recién nombrado curvó una mueca sonriente que apenas era notable. Una carcajada espontánea escapó de los belfos abullonados de Jimin, su pecho fue invadido por esa sensación que tan recurrente se había vuelto: la sensación que solo aparecía cuando Min estaba a su al rededor. Yoongi por fin dejó escapar un risa, tan ligera y suave que pareció cosquillear en la boca del estómago del pelirrubio, migrando hacia cada uno de sus cansados músculos.
Como un disparo de adrenalina.
El alfa alzó las palmas de sus manos, sin perder de vista aquella mirada cautivadora que poseía el menor. La punta de sus dedos ardían en llamas, quería volver a establecer contacto con la persona frente a él, y no sabía que excusa inventar para hacerlo.
—No sé de qué estas hablando. —mintió.
Jimin asintió con la cabeza lentamente, a sabiendas de la mentira que el mayor acababa de decir, intentó mantener el contacto visual que se había generado, pero falló torpemente al desviar la mirada hacia abajo y luego, hacia la izquierda. Dios, exclamó internamente ¿Por qué es tan difícil mantenerle la mirada? No sabía si era su nerviosismo jugándole en contra, o el simple hecho de que Min Yoongi tenía la mirada mas profunda e intimidante que haya conocido jamás.
Ahora, parecía que el gato le había comido la lengua; no sabía qué decir, y el calor de la intensa mirada del Alfa sobre él no era de ayuda. Divagó unos pocos segundos dentro de su cabeza, que parecieron eternos, hasta que la presencia de su mejor amigo entre ellos volvió a aflorar en su desesperación.
—Ah, quiero presentarte a alguien —dijo después de aclararse la garganta—. Él es mi mejor amigo...
—Jungkook. —completó el Alfa.
El repentino nombramiento de su persona lo tomó por sorpresa, Jeon consideró por un momento que su audición había fallado, pero no. Al desviar su atención hacia el pelirrubio, se encontró con éste y Min Yoongi mirándole fijamente.
Jimin frunció el ceño de manera casi automática y jadeó asombrado volviendo a centrarse en el más alto ¿Cómo sabía el nombre del castaño? Pues, no lo sabía, y ahora tenía el mismo rostro de confusión que su amigo.
—He escuchado tu nombre antes, todos hablaron de ti durante un tiempo, niño sabelotodo.
¿Pero qué rayos?, pensó Jungkook avergonzado.
Creyó que aquel apodo había quedado en el olvido con el pasar de los años, es más, le pareció difícil de creer que Yoongi supiera de su existencia. Y ahora que sabía que lo hacía, le resultaba vergonzoso que lo conociera por un estúpido apodo del pasado.
Y ahora que hacía memoria, aquel apodo había sido obra del mejor amigo del Alfa: Kim Taehyung. Con razón Yoongi lo conocía.
Ja, siempre avergonzándome, Kim. Dijo para sí mismo.
Jungkook ignoró la gracia que aquel pensamiento le causó y dejó salir un suspiro que, en realidad, no fue más que una risa sarcástica bien disfrazada.
—Un gusto conocerte, Min. —respondió, sin intenciones de continuar en la conversación de su amigo y el Alfa.
—¡Min Yoongi, ven aquí!
La profunda voz del profesor hizo eco en el enorme gimnasio, quedando el nombre Min Yoongi retumbando en el ambiente unos cortos segundos. Al parecer, recién había notado la ausencia del Alfa dentro de la cancha. Los labios de Yoongi formaron una fina línea, al mismo tiempo en el que arrugaba la nariz, podía visualizar en su cabeza el regaño que se le vendría encima por andar hablando con el Omega.
Un sentimiento de culpa y preocupación se instaló en el pecho del pelirrubio, estaba intranquilo pero no dijo nada, solo se limitó a esbozar una sonrisa apenada y fruncir los labios, y fue como si Yoongi hubiera sentido aquella preocupación dentro suyo, ya que plantó un tierno beso en su coronilla después de asegurarle que no debía preocuparse por él y que todo estaba bien.
Los labios del pelinegro parecieron quedar grabados en su piel, aun cuando éste ya se había marchado bajo la atenta mirada de sus compañeros, Jimin juraba sentir aquel cálido contacto sobre él, esparciendo un calor abrasador dentro de su sangre, colándose bajo sus huesos.
—¿Cómo demonios puede alguien recordar ese maldito apodo, Jimin?—masculló Jungkook, malhumorado. No le hacía gracia alguna que el apodo con el cual se burlaron de él vuelva a estar en boca de los demás.
—Quizás solo se le vino a la cabeza inconscientemente. —contestó vagamente el pelirrubio, siguiendo cada movimiento que ejercía el Alfa.
El Omega castaño lo echó una mirada fulminante, queriendo darle una golpiza a su amigo por no prestarle atención ¿Acaso no podía dejar de observar a aquel pobre chico cinco minutos? Al parecer no.
Se rindió, entablar una conversación con Jimin ahora era un desafío que no quería ni estaba dispuesto a tomar. Estaba exhausto y hambriento, quería largarse de allí lo más pronto posible pero aún le quedaban poco más de sesenta minutos dentro de aquel gimnasio.
El chirrido que provocaban los zapatos contra el suelo le hicieron levantar la mirada. En una esquina del gimnasio estaba Yoongi, con un balón de básquet en sus manos, picandolo repetidamente hacia abajo. En un rápido movimiento el de piel lívida esquivó ágilmente al Beta que intentó arrebatárselo, se movió hacia el costado y amagó tirar el balón hacia arriba, en su lugar, dándole un pase a su compañero tras él.
Taehyung.
Verlo jugar era hipnotizante y odiaba admitirlo, pero no podía mentir, no en esto.
Era ridículo como se desenvolvía dentro de la cancha, Kim Taehyung con un balón encima se lucia de una forma ridícula. Y eso sólo era resultado de mucho esfuerzo y dedicación, estaba claro, Jungkook no iba a menospreciar aquel talento, en cierta forma, llegaba a envidiarlo.
El capitán se deslizaba como una sombra, era rápido, audaz. Anticipaba cada mínimo movimiento de su rival, lo estudiaba sin siquiera intentarlo, era automático.
En pocos segundos había pasado de estar en la esquina a estar diez metros del aro contrario, con tres personas pisandole los talones. Taehyung picó el balón una vez, las venas verdosas y azuladas de sus manos resaltaron, Jungkook podía verlas desde su lugar. Fue subiendo la mirada poco a poco, se asombró con el tamaño de los brazos de Kim, sus músculos se veían firmes, bombeados, como si acabara de salir del gimnasio. Ya era consciente del buen físico del Alfa, pero con la musculosa que estaba usando se podía apreciar aún más.
Todo su cuerpo, ropa y cabello estaban cubiertos por una fina capa de sudor, dándole un efecto perlado a la piel bronceada del pelinegro.
Taehyung tenía la boca entreabierta, lucia sediento. Jungkook bajó un poco la mirada y encontró sus labios, resecos por la constante exhalación y el aire que le pegaba de frente. Tragó saliva, verlo sediento le hacía sentir de la misma forma, era como si pudiera sentir lo que él sentía.
Pegó un salto sobre su asiento, el corazón le dio un vuelco. El gimnasio se llenó de vítores y festejos: Taehyung había encestado desde mitad de cancha. Una sonrisa tiró de la comisura de los labios del pelinegro, finalizando en una sonrisa ladeada, arrogante, sabía que era bueno y no tenía problema en demostrarlo.
Típico de Kim.
Y aunque Taehyung pudiera tener todo el talento del mundo, no servía de nada si fuera de la cancha era un arrogante orgulloso. Al menos, Jungkook lo veía de esa forma.
Quedó paralizado cuando sus luceros se toparon con los del Alfa, eran oscuros, penetrantes y lo miraban con una intensidad que solo un sentimiento tan grande y profundo podía dar; Jungkook solo pensó en el odio.
De pronto, el oxígeno no parecía suficiente, ni por más que inhalara con todas sus fuerzas, no lo era. Sintió un hormigueo, como miles de burbujas reventando bajo su ombligo, un calor inquietante comenzó a envolver su cuerpo, los ojos profundos de Taehyung parecían querer colarse bajo su piel, en cada célula y fibra de su cuerpo.
Su mirada era tan intensa que Jungkook sintió la tensión materializarse en sus músculos, se tensó de la cintura para abajo. Un escalofrío recorrió su columna, se sintió indefenso, expuesto, como si Kim pudiera leer sus pensamientos. Y con aquella idea en mente se obligó a sí mismo a eliminar cualquier pensamiento que quisiera entrar, si eso era posible.
Pensó en apartar la mirada, pero aquello solo significaba que Kim gane, y eso era lo último que deseaba; que el pelinegro notara lo que causaba dentro de él.
Y Jungkook maldijo que causara algo.
El sol brillaba con fuerza, no había sombra en Seúl que pudiera vencer aquel calor invasivo, no había calma en ningún rincón, ni por más fresco que fuese. Este parecía ser el día más caluroso del mundo, pero a los ojos de un niño, no parecía tener importancia.
Jungkook le dio un trago largo a su botella de agua y la arrojó por algún lugar del suelo, sin darle mucha importancia, volvió corriendo junto a sus amigos, quienes jugaban a la mancha. Al llegar, alguien le había tocado el hombro: ahora era su trabajo manchar a alguien más. A pasos firmes, Jungkook se dispuso a correr por toda la extensión de la cancha en busca de una victima.
El aire fresco pegándole en el rostro era casi como un regalo del cielo, las altas temperaturas comenzaban a hacer efecto entre los alumnos de primer y segundo año, no faltaría mucho para que volvieran a adentrarse al edificio. El sol estaba llegando a su punto más alto.
Las piernas de Jeon comenzaban a quemar, se estaba agotando y justo cuando consideró rendirse se cruzó en su camino un niño de cabellera larga. No lo pensó dos veces y estiró su brazo con el objetivo de tocarle el hombro, sus dedos se tensaron con fuerza, logrando acariciaron la piel del contrario unos escasos segundos, suficientes para exclamar:
—¡Mancha!
Un quejido escapó de los labios de aquel niño, Jungkook rió por lo bajo. Barrió su frente con el dorso de su mano derecha y contempló la mirada lejana del Profesor a cargo posándose sobre su grupo de amigos.
—¡Descansen un rato! Hidrátense y por favor manténganse en la sombra. —exclamó el hombre, supervisando a sus alumnos.
Los niños murmuraron entre ellos, acordaron parar por un momento y tomar agua. Jungkook caminó despacio, con la respiración todavía errática, su mano izquierda se pegó a su frente en un intento por proteger sus ojos del sol. A lo lejos, en una banca de cemento, el castaño ubicó su mochila azul.
Ya en la banca, Jungkook sacó el sándwich que su madre le había hecho en la mañana ¡Estaba delicioso! Su lengua saboreó cada migaja que introdujo a su boca como si fuese la última. Cada bocado parecía devolverle gota por gota toda la energía que gastó correteando bajo el sol
—¡Hey, Jungkook!
El castaño levantó la mirada del suelo, ahora viendo hacia el frente, sus ojos intentaron ver el rostro de quien le había llamado. A duras penas, logró identificar el rostro de Jimin, su vecino de al lado.
Jungkook, aún con comida en la boca, sonrió en grande ¡Era su mejor amigo, había vuelto! Dejó su sándwich a medio comer sobre el recipiente donde vino y se puso de pie, plantándose en su lugar con los brazos bien abiertos. Recibió a su amigo con un fuerte abrazo, el aroma dulce y frutal del pelirrubio se fundió en sus fosas nasales, a diferencia de él, Jimin ya se había presentado hace un año y medio: como un Omega.
Pero Jungkook no. Y el castaño se aferraba a la idea de que pronto iba a pasar.
Jimin era un año mayor, se había presentado casi a los trece años, la edad que tenía el castaño actualmente. Sabía que en algún momento sucedería, tarde o temprano se presentaría, pero le ponía mal que sus amigos de la misma edad ya supieran sus linajes. Lo hacía sentir raro, diferente, y lo diferente nunca gustaba.
—¿Cuándo volviste? ¡Prometiste visitarme!
—¡Lo siento! Llegué anoche y mamá no me dejó ir. —confesó el Omega con voz apenada.
Y así ambos niños se pasaron el rato poniéndose al día, Jungkook le contó a Jimin todas las cosas que hizo durante las dos semanas que pasó fuera y viceversa.
Entonces, Jungkook arrugó la nariz, su ceño se frunció en confusión, como si algo estuviera fuera de lugar. Su olfato aún no estaba completamente desarrollado, pero aquel aroma que llegó a su nariz fue tan nítido que, por un segundo, sus sentidos se agudizaron.
Olisqueó el aire en busca de aquel rastro pasajero. Un aroma a canela y jengibre se esparció en el ambiente.
Sus ojos buscaron al portador de aquel aroma por toda la extensión de la cancha. Y aunque ya conocía de memoria la respuesta, sintió la incontrolable necesidad de buscarlo entre la multitud.
Y lo encontró, jugando baloncesto con sus amigos. Taehyung estaba a pocos metros de él.
Decir su nombre, aunque sea solo en su cabeza, no parecía correcto. De alguna forma, Jungkook tenía la fiel creencia de que bastaba con solo pensar en su nombre para que él se volteara. Y el castaño no sabría qué hacer si Kim llegaba a posar sus ojos sobre él.
Estaba incondicional e irrevocablemente enamorado de él. Y lo peor de todo es que no sabía por qué.
Quería arrancarse el sentimiento del pecho, era tortuosa la forma en la que su corazón se agitaba con sólo verlo. Todo su cuerpo reaccionaba ante su presencia, podía sentir a Taehyung debajo de sus huesos, colándose en cada poro de su piel, sintiendo los latidos de su desenfrenado corazón provocando que se disparen sus niveles de serotonina, quedando como anestesiado.
Se tomó el tiempo de mirarlo, de retratar los lunares en su rostro y su sonrisa, Dios, aquella sonrisa. Kim poseía una de esas sonrisas cálidas y acogedoras, y Jungkook no podía evitar sentirse en casa al verla, no podía evitar sentirse seguro.
Kim, no debería ser legal que tengas esa sonrisa.
Y es que, por más que fuese una locura, Jungkook se aferraba a sus ilusiones. Algo dentro de su pecho se lo decía: no era imposible, no. Después de todo, ¿Estaba mal lo que sentía? El amor no debía sentirse incorrecto.
Simplemente mira a Taehyung durante más de cinco segundos y no entiende por qué o cómo esta tierra puede existir, y el sol y la luna existen, y el cielo puede ser una fuente eterna de felicidad y, sin embargo, esa persona allí puede traer mucha más calidez y comodidad para él con solo una mirada.
Quería levantarse de su asiento, acercarse al Alfa, formar y ser parte de su felicidad, compartir un momento con él, no importaba si eran cinco o diez minutos, Jungkook era feliz con mirarlo cinco segundos.
Su amigo pelirrubio se había marchado hace pocos minutos, ya no tenía a nadie con quien hablar y sus amigos estaban demasiado ocupados en engullir la comida en sus manos. Desvió la mirada, Kim y sus amigos seguían jugando baloncesto, pero al equipo del Alfa les faltaba uno.
Jungkook consideró acercarse, pero no estaba seguro. Él amaba el baloncesto, desde que tiene memoria que recuerda aquel balón anaranjado en su vida.
Con el corazón en la boca, Jungkook abandonó la seguridad que aquella banca le brindaba, la suelas de sus zapatos tocaron el suelo y a pasos lentos, nerviosos, el castaño se convenció a sí mismo de que nada malo pasaría.
Entonces, el tiempo pareció dejar de existir cuando Jeon llegó hasta el pelinegro y habló. El pelinegro se volteó, con el balón anaranjado entre sus manos y una expresión neutra que no pudo llegar a descifrar.
—Taehyung, ¿Puedo jugar?
Y si pudiese volver el tiempo hacia atrás y jamás haberse acercado a Kim Taehyung, Jungkook no habría dudado ni un segundo en volver a hacer todo de nuevo. Entonces, aquella humillación que Taehyung comenzó nunca hubiese existido.
El castaño largó un suspiro profundo, odiaba hacer eso: perderse, deambular en su cabeza, navegar entre recuerdos del pasado, reviviendo momentos desagradables que, bajo ninguna circunstancia, podría llegar a olvidar.
Mierda, mierda, mierda.
¿Por qué su cabeza lo traicionó de esa forma? ¿Qué sentido tenía recordar aquello? Ahora, se sentía inquieto, no terminaba de entender el por qué del repentino recuerdo que le invadió.
Con una sensación extraña en el pecho desvió la atención hacia el espacio que ocupaban los de último año, la clase había terminado. Atrapó su labio inferior entre sus dientes y se abrazó a sí mismo, el aire se sintió frío, helado, estaba solo, no supo en qué momento el pelirrubio abandonó el asiento a su lado.
—Jungkook.
Sintió un apretón en el hombro y se sobresaltó, era extraño, estaba confundido, como desorientado. Jimin le echó una mirada atenta, por no decir preocupada, pero era notorio, aquel destello de sus ojos lo delataba.
—¿En qué momento te fuiste? —preguntó el castaño, casi reclamándole al mayor por su ausencia. Su voz salió dura, hostil, se sintió mal por haberle hablado así a Jimin. Entonces, suavizó su expresión, no entendía por qué estaba tan alterado—. Lo siento ¿Qué sucede?
El pelirrubió entrecerró los ojos, dudando en responder la pregunta del menor o cuestionar su extraña actitud. Optó por la primera.
—Yoongi y yo saldremos por un helado.
Jungkook notó la emoción en la voz de su amigo, aquel tono cantarin que trató de disimular torpemente. Asintió con la cabeza ¿Sólo era eso? Se preguntó por qué su amigo había ido a notificarle qué haría en vez de irse con el Alfa pelinegro.
Fue entonces que entendió la expresión de su rostro después de aquella oración.
—No te preocupes por mí, ve con él. —aseguró con voz cálida, poniéndose de pie y recogiendo del suelo el bolso rojizo del pelirrubio.
Lo tomó entre sus manos y se lo entregó al Omega, quien le miraba con culpa en los ojos. Park, se sentía culpable al dejar solo a su amigo, le había acompañado durante dos horas a pedido de él y ahora le decía que debía irse.
—¿Estás seguro? —cuestionó, aferrándose con fuerza a la correa de su bolso—. Puedo salir con él otro día.
Jungkook rió—: Solo vete, yo iré a casa, estoy exhausto —sus brazos se posicionaron a la altura de su cintura, con la frente en alto y una leve sonrisa—. Además, apestas a menta, Jimin.
El recién nombrado sonrió, su rostro se transformó y terminó por soltar una risotada, dejando ver a la luz sus dientes perlados mientras sus ojos formaban dos medialunas. Jungkook, contagiado por el mayor, también rió.
Jimin se despidió del castaño, a lo lejos, Yoongi esperaba al pelirrubio cerca de la puerta, con las manos dentro de sus bolsillos y la espalda apoyada en la pared, con su bolso colgando del hombro.
Los ojos avellana siguieron cada movimiento del mayor hasta que desapareció de su vista. Peinó su cabello hacia atrás, resopló y dio vueltas en su lugar, se agachó para recoger su bolso y cuando lo tuvo en sus manos escuchó la voz de su profesor llamándole a lo lejos.
"¿Puedes recoger los balones?", dijo el hombre, Jungkook suspiró y forzó una sonrisa, aceptando la tarea. A pasos forzosos se obligó a caminar hasta adentrarse en el rectángulo, volver a pisar aquel suelo le hizo sentir aún más cansado. Sus pies se deslizaban por el suelo, arrastrándose.
Ya casi no había nadie, salvo por unos cuantos chicos entrando y saliendo de los vestidores. Jeon los miró de reojo, queriendo intercambiar lugar con cualquiera de ellos y largarse de aquel maldito gimnasio.
Le tomó cinco minutos juntar cada uno de los balones y guardarlos en el depósito, cada ida y vuelta era desgastante, Jungkook ya no sentía sus piernas.
Jadeó agotado, con sus manos sujetando el último balón y el pecho subiendo y bajando levemente, sus ojos observaron la lista de utileria en la pared del depósito, rascó su nuca confundido, ¿Acaso había contado mal? El número de balones en el itinerario no coincidía con los que guardó, siquiera alcanzaba la cifra contando el que aún tenía en sus brazos.
—¿Doce balones?¿Dónde se metió el último? —habló en voz alta.
Salió del depósito confundido, escaneó la esquina cerca de la puerta: no había rastro del balón anaranjado restante. Pensó que quizá la lista estaba desactualizada, tal ves en lugar de doce eran once, no lo sabía.
Entonces, pensó en rendirse e irse a casa, hasta que escuchó un balón picando detrás de él. Dio vuelta sobre su lugar, quedando frente a frente ante el objeto perdido.
Lo que nunca imaginó fue encontrar a Taehyung sosteniéndolo entre sus manos, tan centrado en encestarlo cada vez que quisiese, recogiendo y lazando desde lejos el balón. Su cabello caía sobre su rostro, una vincha de color blanco reposaba en su frente.
Jungkook quedó paralizado en su lugar.
Relamió sus labios, nervioso. No había nadie más en el lugar, solo eran él y Taehyung, ambos sin ser conscientes de la presencia del otro, demasiado inmersos en lo suyo como para preocuparse de eso.
—Kim.
Se sorprendió de sí mismo, arrepintiendose enseguida de haber abierto la boca. No había nada que los separe, solo la distancia y, aún estando a poco más de cinco metros, Jungkook sintió que estaba demasiado cerca.
Al menos, lo suficientemente cerca como para que el aroma a canela y jengibre de Taehyung se funda en su nariz, mareandolo, casi haciéndole perder la estabilidad. Sus manos se aferraron al balón en sus manos, como si éste pudiera brindarle la estabilidad que le estaba faltando.
El Alfa detuvo sus movimientos, se frenó lentamente al escuchar aquella voz, más aún así, no se volteó.
—¿Puedes pasarme el balón? —dijo Jungkook, sintiendo una presión en el pecho que no supo explicar.
Desde atrás, la espalda de Taehyung era grande, sus hombros, sus brazos, también lo eran, se sintió pequeño. El castaño tragó, sus ojos quedaron clavados en algún punto entre los hombros de Kim, estaba allí de pie, esperando una respuesta que tardaba demasiado en llegar.
Taehyung picó el balón una vez más, ignorando las palabras que el Omega había dicho, importandole poco lo que tuviera que hacer con él. Sus manos lanzaron la esfera hacia arriba, encestando una vez más, pero antes de que esta toque el suelo, el pelingro se dio media vuelta y sin siquiera echarle una mirada al castaño: se marchó.
Jungkook quedó perplejo, de alguna forma, se sintió humillado.
¿Cuál es tu maldito problema, Kim?, pensó rabioso, queriendo gritarle todo tipo de groserías a aquel Alfa imbécil. No podía creer que Taehyung acabara de hacer algo tan infantil como eso.
Tuvo que morder el interior de su mejilla para no soltar algo de lo que se arrepentiría luego, pero es que, Dios, no podía. Estaba furioso, su mandíbula estaba a punto de ceder, de tensa.
Miró a Kim en las gradas, guardando sus pertenecias dentro de su bolso, dispuesto a marcharse como si nada, como si no hubiera ignorado olímpicamente la presencia del Omega. Se acercó a recoger el balón que Taehyung lanzó, este apenas picaba en el suelo, lo tomó entre sus manos con dificultad, haciendo a un lado el que ya traía.
Sus ojos avellana rebasaban, llenos de recelo. Al Omega no le importó que sus feromonas delataran el enojo que llevaba dentro, quería que Kim lo note, que sepa.
—No hay necesidad de ser grosero, ¿Sabes, Kim? —escupió con odio, detonando su fastidio en cada sílaba, en cada palabra.
La ira creció por todo su cuerpo, Jungkook odió con toda su alma a Kim Taehyung, a su aroma y a su jodida actitud indiferente.
Y si hubiese sabido que el Alfa iba a ignorarlo por segunda vez, no se hubiera gastado en volver a hablar.
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