Única parte
Años después de que la población se recuperara de la devastadora Tercera Guerra Mundial, la tecnología había llegado al límite de la innovación. Al principio fueron las extrañas armas de destrucción masiva que algunos gobiernos escondían en lo más profundo de sus terrenos, luego, el gran desarrollo en el campo de la medicina y de la investigación científica. Habían conseguido la implantación en masa de unos pequeños microchips en los cerebros de la gente, que permitían vivir hasta los ciento cincuenta años gracias a un complejo proceso de envejecimiento más lento. Con todos aquellos cambios en el mundo, los árboles iban desapareciendo de la Tierra porque se construían más zonas habitables por el aumento de la población. Nadie se preocupaba por el oxígeno que aportaban estas plantas ya que cada país disponía de una cúpula propia que proporcionaba el aire necesario. Los humanos acabaron despreciando la naturaleza, pero lo que ellos no sabían, era que tarde o temprano, esta se vengaría de ellos.
Mientras los años pasaban y con ellos, la ambición y vanidad de la raza humana para poder tener un mayor posible control sobre el planeta, un árbol medio muerto intentaba resistir al paso del tiempo. Se encontraba en la parte más elevada de un pequeño pueblo rural. Aquel árbol llevaba existiendo muchísimos años, los suficientes para ver la evolución de la humanidad. Antes, muchos niños iban hasta allí y subían por sus ramas, intentando llegar a lo alto de la copa. Pero tiempo después, ya nadie iba por ahí, lo habían abandonado, excepto un anciano que cuidaba de él y que se sentaba durante largas horas, contemplando absorto el árbol moribundo hasta el atardecer, cuando decidía que ya era hora de ir hacia su casa. Sus hojas se iban marchitando cada vez más rápido, al contrario que los ciudadanos del pueblo, que podían tardar años en salírseles la primera cana. Pero alguna cosa estaba cambiando. El ambiente se había vuelto más frío de lo normal. Aquel aspecto era el que preocupaba a los científicos: que habían podido controlar todo lo que antes era función de la naturaleza excepto el tiempo. Fueron muchos los que intentaron tener un control absoluto en él, esparciendo gases para sus experimentos, pero todos los esfuerzos eran en vano. Aunque dentro de las cúpulas habían podido estabilizar el tiempo simulando el del exterior, menos contaminado, aun sufrían fallos que hacían alterar los microclimas de las distintas cúpulas. Pero el problema más grave y peligroso que se exponían los humanos era la explotación de los recursos naturales, cada vez más escasos. Empezaron a propagarse rumores entre la población sobre el peligro que correrían sino se encontraban soluciones alternativas para este asunto que requería ser solucionado. Lo que los habitantes no podían saber, era que los gobiernos tenían a su disposición dichos recursos, que compraban y vendían a otros solo para obtener el máximo beneficio para ellos, ajenos o ignorando las preocupaciones de su gente.
La verdadera pesadilla empezó la madrugada del 23 de marzo del año 2460, cuando un gran temblor despertó a la gente. Muchos se quedaron en casa, escondidos debajo de las mesas, camas... sabían que sus edificios eran suficientemente resistentes. Pero aquel era distinto. Algunos se asustaron tanto que salieron a la calle y allí era donde estaba el verdadero caos. La gente corría, nadie tenía una idea clara sobre dónde ir, solo se dejaban llevar por sus instintos más primitivos: correr para sobrevivir. Grandes grietas se abrían en la calle, provocando que algunos cayeran en ellas. La gente empezó a dispersarse cogiendo otras calles secundarias, pero muchos caían al suelo entre los empujones que se propinaban. Pero no todo pasaba en la calle; dentro de las viviendas, sus inquilinos veían cómo temblaban, hasta que algunas empezaron a caer como si fueran un peso ligero. Nadie supo con certeza cuánto duró aquel incidente, pero lo que sí se conoció fue el número de personas que habían perdido su vida.
Después de aquello, los gobiernos de los respectivos países salieron por las televisiones, diciendo que lamentaban todo lo ocurrido, pero asegurando que, gracias a las cúpulas que los mantenían separados del aire contaminado del exterior, se habían evitado muchas más muertes. Algunos se tranquilizaron al oír eso, pero los que habían sufrido la pérdida de un ser querido o los más audaces estaban intranquilos. Tenían la impresión que lo que fuera que estuviera pasando, solo era el principio. Cinco días más tarde, su teoría fue acertada en forma de un terrible tsunami.
Una niña que estaba en la playa con su familia haciendo castillos en la arena, vio algo que se acercaba a gran velocidad. Había aprendido en la escuela que muchas cúpulas tenían un trozo de mar que estaba dividido por una pared invisible. Separaba la extensa zona de los bañistas con la que se utilizaba para comerciar mediante un estrecho túnel que la travesaba. Si se quería visitar otro lugar, volvía a aparecer otro túnel cuando se llegaba a los límites de la cúpula para acceder a otra. Estos dos túneles seguían el mismo procedimiento: las cápsulas aerodeslizadoras se colocaban en una plataforma y esperaban la llegada de unos funcionarios que comprobaban los permisos que sus ocupantes poseían. Si todo estaba en orden, abrían el estrecho túnel para poder pasar. Pero lo que vio la niña no eran cápsulas que se dirigían hacia donde estaban los bañistas. Era como una gran pared azul que se iba acercando. Llamó a su madre y le señaló lo que veía. Gritó y el sonido llamó la atención de los bañistas que se dieron cuenta lo que era en realidad, un tsunami. Desde la construcción de las cúpulas, no se había producido ningún fenómeno como aquel. Empezaron a correr, mientras se iba acercando. Algunos se quedaron allí, pensando que la protección los salvaría. Pero en el momento del impacto, un ruido sordo resonó por la pared protectora. Aparecieron grietas cada vez de un mayor tamaño que provocaron la entrada de grandes cantidades de agua.
El caos que se había producido con el terremoto, no tuvo nada que ver con lo que estaba pasando. Dos catástrofes naturales en menos de una semana les parecía inconcebible. La suerte estuvo de su parte y las bajas fueron menores. Pero aquello sirvió para que la población se cuestionara su seguridad y la fiabilidad de la tecnología.
En el pueblo rural donde estaba el árbol, los daños eran severos. Muchas casas habían sido destruidas pero sus inquilinos tuvieron la suerte de ser acogidos por el anciano, que vivía en una zona más alta. Fue dos meses más tarde, cuando la naturaleza volvió a actuar: las máquinas que proporcionaban el oxígeno se estropearon sin motivo aparente, provocando que la gente empezara a usar mascarillas. Pero llegó un momento en que el microclima que los científicos habían conseguido hacer, simulando las estaciones del año, sufrió un gran fallo que sumió a la población a un frío invernal y a la escasez de aire. La desesperación se hizo palpable y los ciudadanos empezaron a dirigirse a los lugares donde aún quedaban árboles. En el pueblo del anciano, fueron al árbol moribundo, pero sus liberaciones de oxígeno eran menores. La supervivencia sacó el lado más salvaje de las personas, haciendo que los más fuertes tuvieran los lugares más cercanos al árbol, mientras que los otros, tenían que contentarse con lo que les llegaba. Ya nadie se acordaba del anciano, que tan amablemente había dejado entrar a sus vecinos en su casa.
-Y luego, ¿qué pasó? - preguntó el pequeño Sam a su maestra.
-El árbol vio que el anciano estaba más y más débil y pidió a la naturaleza que parara. Después de esto, todo recobró la normalidad. Las máquinas empezaron a funcionar correctamente –aún no se sabe qué pasó-, y el oxígeno volvió. Con aquel incidente en nuestra historia, las personas se dieron cuenta que la naturaleza tenía el poder de destruir y nadie podría impedírselo. Tuvieron que morir muchísimas personas para que todos se dieran cuenta de esto.
Después de la clase de historia que había explicado a sus alumnos, la maestra regresó a su casa. Parecía imposible que ya hubieran pasado cinco años desde aquello.
Allí, se encontró con un anciano que cuidaba cada día del árbol que, años atrás, estaba medio muerto. Ahora, sus hojas tenían un color verde brillante. El anciano la vio y sonrío.
-Hola, hija. ¿Qué tal la lección de historia? - le preguntó.
-Muy bien, papá. ¿Cómo está el árbol? - preguntó ella.
El anciano se quedó mirando el árbol que le había salvado la vida cuando el oxígeno se estaba acabando. Él y su hija se encontraban en la parte más lejana del árbol cuando la situación se había vuelto extrema. Sabía que, de alguna manera, el árbol les había ayudado y para devolverle el favor, siempre tendría a alguien que se ocupara de él.
-Ahora está muy bien- contestó.
Padre e hija se quedaron mirando el horizonte, sin ninguna cúpula que protegiera a la población, pero con un aire sin contaminación. Un mes después del desastre que había ocurrido, los gobiernos se dieron cuenta que las cosas tendrían que cambiar. Muchísimos árboles se plantaron, los gobiernos cooperaban entre ellos dejando las armas, había un mayor respeto hacia la naturaleza... Decidieron firmar el Tratado del Planeta, comprometiéndose en mejorarlo para asegurar la evolución y prosperidad de la raza humana.
Mientras miraban cómo el sol se iba escondiendo entre el hermoso árbol, se dieron cuenta que era el inicio de un nuevo mundo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro