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Capítulo 9. VIOLACIÓN.


Decidí tomar el consejo de Jesse y comenzar a entrenar. Tenía que ser fuerte e independiente para que él pudiese enseñarme a coger un arma.

Las semanas siguieron pasando, y una vez al mes recibía una llamada de Mariano desde España. Aseguraba que las cosas iban bien, que Rafa estaba a punto de pillar a Valdés y que en cuanto lo hubiese hecho, me llamarían a declarar y sería seguro para mí. Me aferré a humo porque necesitaba creer que después de todo el sufrimiento podría tener un final feliz, podría volver a mi hogar, ni siquiera imaginé lo complicado que sería todo más tarde.

La cafetería volvió a abrir y yo empecé a compaginar ambos trabajos, pues Aaron me ofreció trabajar sólo por la noche, y la cafetería seguía siendo sólo los fines de semana.

Las sesiones de grupo en la parroquia también sirvieron para vernos más, volvíamos andando a casa y por el camino hablábamos sobre lo terrible que fue para nosotros el trauma que nos hacía tener pesadillas. Él me hablaba sobre los días que pasó encerrado en esa jaula mirando a las estrellas, siendo fulminado a presión por la manguera de agua y grandes toneladas de jabón industrial, tenía que hacer sus necesidades en un cubo y lo alimentaban con bocadillos que le tiraban a través de las rejas. Era como un animal en un zoo. Incluso peor que eso.

Lo cierto era que su compañía hacia mis días interesantes y me ayudaba a olvidar la razón por la que estaba allí.

Aquella noche hacía más frío que de costumbre cuando entré en el bar. Me sorprendió ver a Aaron discutiendo con una chica más joven de cabellos pelirrojos, de apariencia delgada, plana y muy bajita.

Se callaron en cuanto se fijaron en mí y la chica me asesinó con la mirada antes de darle un bofetón.

Me metí en el almacén para dejarles un poco de intimidad, pero él tardó menos de cinco minutos en entrar detrás de mí.

–¿Qué era eso de ahí fuera? – pregunté despreocupada mientras me colocaba la chaquetilla con el nombre del bar y me quitaba esos altos tacones.

–No le hace gracia que te haya contratado – contestó, sin quitarme los ojos de encima. No me gustaba nada la forma en la que me miraba. – Pese a eso ... la boda sigue en pie.

–Ya veo. Es tu prometida – asintió, apoyando la mano en mi taquilla, haciendo que mirase hacia ese punto y entonces hacia él, que estaba demasiado cerca. – ¿Le has contado lo que pasó entre nosotros?

–Contárselo implicaría arrepentirse y prometer no hacerlo más – me dijo, apoyando su mano libre sobre mi chaquetilla, haciendo que mirase hacia ese punto. Estaba desabotonándola. – Y yo quiero convertirlo en algo reiterado, Anna.

–¿Qué? – pregunté sin comprender, mientras él se pegaba tanto a mí que parecía una locura. Apoyé las manos en su pecho, tratando de apartarle. Porque yo no quería que volviese a suceder nada más con él, entre otras cosas porque era mi jefe. – Dijiste que esto era cosa de una sola vez.

–¿Y te lo creíste? – abrí la boca para intentar quejarme, y entonces sentí su mano agarrando mi pierna, por en medio. – Vamos. No te hagas la inocente conmigo. Te pasas los días calentándome con estos escotes tan pronunciados y esta ropa tan ajustada – negué con la cabeza, porque no era eso lo que sucedía. Y entonces perdí la respiración tan pronto como su mano subió hasta apoyarse en mi sexo y lo acarició despacio. – Voy a casarme con ella, pero es a ti a la que deseo, Anna.

Intenté apartarle, pero él era más fuerte.

–Aaron yo no... – mi voz se quebró tan pronto como él empezó a desabrochar los botones de mi pantalón. Intenté detenerle, pero jaló de estos hacia abajo hasta conseguir dejarme en bragas frente a él. – Cualquiera va a vernos. ¿Qué pasa si ella vuelve?

–Tranquila – me dijo mientras metía su cabeza en mis pechos, asqueándome con todo aquello. – He cerrado con llave.

–Para – supliqué, intentando apartarle una vez más, pero de nuevo era más fuerte que yo. Me desabrochó la camisa y ladeó mi sujetador para meter mi pezón en su boca. Le tiré del pelo para que se detuviese, porque yo no quería y él se pensó que estaba jugando. – Por favor, para. Yo no quiero. – Se detuvo entonces y me miró.

–¿No quieres? – preguntó mientras yo negaba con la cabeza. – Veamos si es verdad. – Le miré sin comprender mientras él ladeaba mis bragas y metía algunos dedos entre mis pliegues. Me quedé sin palabras después de aquello, más cuando él presionó un dedo en mi apertura. – Tienes razón. Estás muy poco lubricada.

–Apártate – pedí, empujándole, retirando sus manos de mí. Me tapé como pude, volviendo a abotonar mi camisa y él me miró con atención. – Lo que pasó esa noche fue un error.

–No – me detuvo en cuanto intenté subirme los pantalones. Se agachó frente a mí, mientras yo negaba con la cabeza e intentaba apartarle y él metía su cabeza entre mis piernas. Presioné su cabeza y volví a tirarle del pelo para que parase de una vez. Pero él no se detuvo. Metió su nariz en mi sexo, abriéndose paso entre mis pliegues, hasta conseguir hundir sus labios dentro.

Jadeé porque era la primera jodida vez desde Carlos que alguien me hacía algo así.

Sus manos se afianzaron a mis nalgas hasta que hundió algunos de sus dedos en mi ano, haciéndome gemir con más fuerza. Aquella sensación me recordaba demasiado a ese sexo insano que solía tener con Carlos.

–Tengo novio – dije sin pensar, lo primero que se me ocurrió para que se detuviese. Y lo hizo, dejó de acechar con su lengua ese punto tan frágil de mí y se detuvo a mirarme. – Yo no soy como tú. No quiero engañarlo, Aaron.

Se levantó y me observó molesto. Esa mirada de rabia era igual que la que Carlos solía echarme cuando algo le disgustaba.

–Entonces le dejarás, porque yo no voy a renunciar a ti – empezó a desabrocharse los pantalones y yo temí por lo que iba a hacerme. Me coloqué los pantalones lo más rápido que pude. – ¿Qué haces, Anna? ¡Ven aquí! – Salí del almacén sin tan siquiera coger el abrigo. Volví a abotonarme la camisa e intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. – ¡Anna! – Gritó al salir del almacén. Busqué una salida, pero no había nada que pudiese hacer. Pese a eso... no iba a dejar que ese tipo me violase.

Me metí detrás de la barra mientras él intentaba alcanzarme, realmente molesto con mi actitud. Busqué algo que pudiese servirme para defenderme de ese cabrón y encontré el cuchillo con el que él había estado cortando los limones. Lo agarré y la amenacé con él.

–Suelta eso o te harás daño con él – negué con la cabeza e intenté defenderme varias veces. Salí de la barra y lo levanté en alto. Pero él consiguió quitármelo de un solo manotazo, haciendo que este cayese al suelo, lejos de mí. – Estás siendo una chica muy mala. Voy a tener que castigarte.

¡Cielos!

Era como volver a estar frente a Carlos.

Me agarró del cuello, apretándome tan fuerte que realmente pensé que iba a asfixiarme. Intenté apartarle, incluso pellizqué y arañé su mano, pero él estaba lejos de soltarme.

–¿Sabes? Se me ocurre la forma perfecta de castigarte – me dio la vuelta y me bajó los pantalones, sin tan siquiera quitarme los pantalones, lo que me desolló las piernas.

Sabía qué era lo que venía a continuación y estaba tan aterrada que ni siquiera podía reaccionar. Buscaba una salida en cada cosa que miraba en aquella barra, mientras él me apretaba con una mano y se bajaba los pantalones con la otra.

Miré hacia los cuchillos que estaban siendo escurridos en el fregadero y alargué la mano para coger uno. No llegaba, tan sólo rozaba uno con la mano, pero estaban lejos.

Me agarró del pelo con fuerza, haciendo que me quejase al respecto y entonces aprovechó para propinarme la primera envestida. No sentí nada, por mucho que ese cabrón intentase violarme... no estaba a la altura. Pero ... sus embestidas sirvieron para que mis dedos pudiesen agarrar el cuchillo. Lo afiancé con fuerza, cerré los ojos y se lo clavé en el abdomen, haciendo que gritase de dolor mientras yo me apartaba y lo levantaba en alto, con los ojos repletos de lágrimas y la sangre del desgarro resbalándome por las piernas.

–No vas a volver a tocarme – le amenacé, temblando, mientras volvía a vestirme, usando tan sólo una mano y ese cabrón se sujetaba la herida, molesto con lo que había ocurrido. – Si me das las llaves del local y me dejas salir... juro que no se lo contaré a nadie. Ni siquiera a tu prometida.

Metió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón y me tiró las llaves.

–Esto no va a quedar así, Anna. Voy a vengarme por esto.

Ni siquiera contesté, tan sólo corrí hacia la puerta. La abrí con manos temblorosas y el frío invernal de esa parte del mundo consiguió helarme. Pero ni siquiera me detuve a pensar en ello, eché a correr hacia casa.

No quería si quiera pensar en que había dejado mi bolso en la taquilla junto a mi chaquetón y que estaba descalza.



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