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Capítulo 8. Rechazada.


Mi mente enferma planeó mil y una posibilidades por las que Jason podría estar conduciendo hacia la montaña. Ninguna acababa bien para mí y en la mayoría acababa con un tiro en la sien. El miedo estaba jugándome malas pasadas y no dejaba de jugar con el cordón del anorak mientras seguía mirando por la ventana.

En ese tiempo me dio para pensar en Carlos. A veces lo extrañaba, pero ... la mayoría del tiempo era como haberme quitado un peso de encima, como si hubiese estado atrapada mucho tiempo sin saberlo. ¿Cómo pude estar tan ciega? Mi hermano y Rafa siempre tuvieron razón. Él no era bueno para mí y me trataba muy mal. Pero yo... estaba tan tremendamente obsesionada con conseguir salvarle de la vida de mierda que llevaba, de convertirlo en esa persona idealizada que tenía en la cabeza, que ni siquiera me di cuenta de nada.

Tenía que dejar de ser así porque eso me autodestruía al final.

¡Por el amor de Dios! Estuve a punto de morir. Y ... Carlos no tuvo la suerte de vivir para contarlo.

Rafa solía decir a veces que mi novio encontró la muerte que merecía, yo no estaba de acuerdo con él. Porque... ¿quién merecía morir de esa forma? Ningún ser humano lo merece, por muy atroces que fuesen sus acciones y no debemos ser nosotros los jueces y verdugos de esas personas. Ya hay otros que se dedican a ello profesionalmente, ¿por qué quitarles su papel en la sociedad?

El coche se detuvo cerca del río y yo me giré hacia él para mirarle. Estaba a punto de hablar cuando él señaló hacia el frente y al mirar hacia ese punto me sorprendí cuando vi a un arce acercándose al río.

Ambos sonreímos, como dos idiotas, mirando hacia algo que no se suele ver todos los días. Era mi primera vez viendo ese tipo de animales. Así que me quedé embobada, como una estúpida. Y ninguno de los dos dijo nada hasta que el animal terminó de beber y se perdió entre los árboles.

–¿La has traído? – Saqué la bolsa del bolsillo en respuesta. – Deja que la vea. – La coloqué sobre su mano mientras él metía la mano en la bolsa y sacaba la pistola. – Es una veintidós milímetros. Ligera y muy ágil. Pero ... no tendrá nada que hacer contra una treinta. Probablemente las que esos tipos usen sea una treinta, Anna.

–¿Eso quiere decir que no sirve para nada?

–No. Eso quiere decir que ellos tendrán ventaja. – Abrió la puerta del coche antes de salir por ella. – Vamos.

Dejamos el coche atrás y empezamos a caminar hacia el bosque. A cada paso que dábamos el miedo se incrementaba. ¿Y si iba a matarme dentro del aquel bosque?

Sacudí la cabeza y traté de pensar en otra cosa. Y lo hice en la conversación que habíamos tenido antes, en el coche, mientras subíamos aquella pendiente.

–¿Eres un gánster? – Sonrió, divertido, sabiendo que volvía a intentar averiguar a lo que se dedicaba. – ¿Cómo sabes tanto sobre armas si no?

–Hay infinitud de situaciones delictivas que podrían haberse dado para que conozca sobre armas. Y no. No soy un gánster.

–¿Por qué nos alejamos tanto?

–Es por el ruido que hará tu arma al dispararse. Es mejor si piensan que somos cazadores, ¿no crees? – entendí su punto de verlo. – Bien. Creo que estamos lo suficientemente lejos de toda civilización. – Levantó en alto la bolsa que yo había traído y me la cedió. – Veamos como coges el arma. – La saqué de la bolsa y la agarré con una sola mano. Era pesada, por lo que iba a costarme apuntar. Finalmente tuve que ayudarme con la otra mano. – No te preocupes, no está cargada. Así que puedes probar a sujetarla bien con una sola mano.

Estuve probando con una mano, pero era demasiado pesada, por lo que al final terminé sujetándola con las dos.

–Hace cuanto que no entrenas con el saco de boxeo que hay en tu salón – me gire a mirarle, sorprendida porque lo supiese.

–¿Cómo sabes...?

–¿Olvidas que me colé en tu casa por la ventana cuando no podías entrar? – Recordé ese pequeño detalle en seguida. – Necesitas estar en forma, ser ágil y fuerte antes de disparar un arma.

–Entreno todas las semanas – mentí. Lo cierto es que llevaba meses sin tocarlo. Suelo cansarme deprisa de las cosas.

–¿Sí? – asentí – Si es así trata de golpearme.

–¿Qué?

–Vamos, deja el arma y golpéame.

–¡No pienso golpearte! – me quitó el arma y volvió a meterla en la bolsa, luego la dejó en el suelo y me hizo una señal con la mano para que me acercase. – He dicho que no voy a hacerlo – Me quejé.

–¿Quieres que yo dé el primer golpe?

–¡No! – Rompió a reír al ver mi cara de susto y yo le asesiné con la mirada al darme cuenta de que estaba bromeando. – Eres idiota.

Agarró su arma y me la ofreció. Dudé en si agarrarla o no, pero finalmente lo hice. Por poco no me hago daño en la mano. Era mucho más pesada que la mía, pero él parecía manejarla con soltura.

–Necesitas ser fuerte, Anna. ¿Sabes pelear? – negué con la cabeza y él levantó la mano para que le cediese la pistola. La deposité sobre su mano y me sorprendió lo bien que él la manejaba. – ¿Ves? Aún no estás preparada. Deberíamos volver.

–¡No! Dijiste que me enseñarías a usar un arma...

–Entrena, haz que sea fácil sostenerla sin que te tiemble la mano y entonces... hablaremos.

–Bien, lo haré – a él le gustó que yo fuese tan cabezota con respecto a eso. – Quita esa sonrisa ya. He dicho que lo haré, te golpearé. – Asintió y se guardó la pistola en el pantalón, entonces esperó a que yo diese el primer golpe.

Levanté los puños de forma acechadora mientras él ensanchaba su sonrisa. Recién la odiaba. Quería borrársela de la cara.

Le lancé el primer puñetazo y no solo lo esquivó, si no que me inmovilizó el brazo con tan sólo un movimiento, doblándomelo detrás de la espalda. Intenté levantar el otro, pero hizo lo mismo.

No me gustaba nada estar tan desprotegida mientras ese idiota se divertía como mi torpeza. Intenté soltarme, pero él no lo hizo.

–¡Suéltame! – me quejé. Y él lo hizo, dando un paso hacia atrás. Le asesiné con la mirada después de eso.

–¿Quieres intentarlo otra vez? – me toqué los brazos, me dolía el lugar por el que él me había agarrado. Pese a que no me había hecho daño.

–Creo que entrenaré por mi cuenta antes de que volvamos a intentarlo – rompió a reír al darse cuenta de que yo había tirado la toalla.

–Bien.

Emprendió el camino hacia su coche y yo recogí la bolsa con la pistola antes de seguirle. Pero... era realmente difícil, pues iba muy rápido por aquella empinada cuesta hacia abajo.

–¿Tu entrenas? – quise saber.

–Cada día. Siempre hay que estar preparado para cualquier situación.

–No he visto colgado en tu casa ningún saco de boxeo.

–Hago flexiones y a veces salgo a correr.

¡Cielo santo!

¿Por qué era tan difícil bajar esa montaña?

Subirla fue fácil, pero bajarla era un infierno. Aunque claro, para él... era otra cosa... era tan ágil. Terminé pisando en el lugar menos indicado y resbalé.

–¡Ah!

Cerré los ojos esperando el impacto, iba a caerme de culo y me haría daño, pero me sorprendí al sentir sus manos alrededor de mi cintura para dejarme de nuevo en el suelo.

Abrí los ojos y me sorprendí al tenerle tan cerca, tanto que mi corazón empezó a latir desbocado y cada poro de mi piel me rogaba por más de él.

Miré hacia sus labios, estaban tan cerca que podía sentir su aliento sobre los míos.

¡Oh Dios! Aquello era terriblemente malo.

Él también miró hacia los míos, pero parecía tener mucha más fuerza de voluntad que yo, pues no hizo nada.

Bajó la mano que me sujetaba para que pudiese marcharme, pero no lo hice. Tan sólo cerré los ojos y eché la cabeza hacia adelante, acortando las distancias entre nuestros labios, rozándolos levemente.

–Lo siento – me dijo al echarse hacia atrás, rompiendo todo contacto conmigo. – No puedo.

Le vi alejarse y caminar hacia su coche, mientras yo me quedaba allí, como una idiota.

¡Cielos! Pero ... ¿cómo se me había ocurrido tratar de besarle?

Estaba tan avergonzada que lo único que quería hacer era irme andando hacia el pueblo, pero estaba demasiado lejos, así que me tocaría aguantar el tipo y subirme a ese coche con el chico que acababa de rechazarme.

Entré en el asiento del copiloto y él arrancó. Salimos disparados de vuelta a casa. Conducía de forma temeraria, a toda velocidad, con las manos aferrándose con fuerza al volante.

–Puedo conducir yo – sugerí. Él miró hacia mí tan sólo una décima de segundo – tendremos un accidente si sigues siendo tan temerario, Jason.

Se detuvo en el arcén y sin decir ni media palabra salió del vehículo. Traté de entender qué era lo que sucedía, así que opté por salir también y tratar de hablar con él. Era un chico de pocas palabras.

–Entonces... ¿quieres que conduzca yo?

Volvió al coche sin decir una palabra, pero se sentó en mi asiento, así que supuse que él quería que condujese yo.

Conducir su camioneta fue difícil, no estaba acostumbrada a un coche tan grande. Iba en tensión todo el tiempo, pendiente de la carretera y del camino.

–Mi última novia murió y también la anterior a esa. – Dijo en voz alta. Como si tratase de explicar su comportamiento. Yo lo entendía mejor que nadie. Lo que eso era.

–Mi novio también murió. – Eso le sorprendió demasiado. – Delante de mí, de un disparo en la frente. – Eso le dejó incluso más patidifuso. – Escucha... lo de antes. Ha sido un error. Llevo casi un año sola, sin apenas hablar con nadie y ... tener a un hombre guapo tan cerca, después de tanto tiempo... me he confundido. – Se olvidó de su drama después de que yo dije esas palabras y sonrió. Entonces pensó en lo que dije sobre mi novio.

–La muerte de tu novio... ¿tuvo algo que ver con esos capullos que te persiguen? – me sorprendí de que lo hubiese descubierto tan rápido. – Ya veo... ¿Te culpas por lo que pasó? ¿pudiste haberlo evitado?

–No fue mi culpa. No podría haberlo evitado ni, aunque hubiese querido. Carlos abrió la puerta y descubrió lo que esos narcos estaban haciendo. La primera bala iba para él, la que no se disparó para mí. Y eso fue lo que me salvó, que el tipo de la cicatriz en la cara se quedase sin munición. Me dio una oportunidad de salvarme, de correr, de huir.

–¿Narcos? – Me di cuenta en seguida de que estaba hablando demasiado y me asusté tanto que detuve el coche en el arcén, incapaz de seguir adelante. – ¿Qué tipo de droga, Anna?

–Eso no es asunto tuyo. Ya te he dicho demasiado.

–Escucha... sólo quiero que me digas que esto no tiene nada que ver con la meta azul.

–¿La qué? – que yo hiciese esa pregunta sólo sirvió para calmarlo.

–Los tipos que te buscan son narcos. ¿Estás en un programa de protección de testigos?

–No. La policía no podía implicarse. Ya te lo he dicho. Alguien me consiguió una nueva identidad y me escondí aquí, el lugar más solitario y silencioso del mundo.

–¿Tu paso por este lugar es algo temporal o planeas quedarte para siempre?

–¿Por qué sigues con este interrogatorio de mierda? No voy a decirte nada más. Ya te he dicho demasiado. – Metí primera y me preparé para volver a la carretera, pero el maldito miedo por haber hablado de más con un pleno desconocido consiguió dejarme sin respiración y que mis lágrimas inundasen mis ojos. – ¿Sabes qué? Creo que iré a pie.

–¿Quieres saber cómo murieron ellas? – Ladeé la cabeza para mirarle, mientras mis lágrimas caían y él se molestaba al verme así. Se fijó en el salpicadero antes de continuar. – Jane murió de una sobredosis en la cama en la que dormíamos juntos. Cuando me desperté ya estaba muerta.

De verdad.... ¿por qué seguía atrayendo a ese tipo de personas? ¿por qué no podían acercárseme personas normales? Igual era porque yo estaba tan podrida por dentro como ellos. No era una buena persona, aún seguía culpándome de la muerte de mi padre.

–¿Dejaste de meterte después de que ella muriese?

–No. No fue por eso. Fue porque estuve encerrado dentro de una maldita jaula como un animal. – Tragué saliva, sin saber qué decir.

–¿De verdad estuviste encerrado en una caja de metal? Pensé que esa vez sólo lo dijiste para ...

–Sí.

Debió haber sido un infierno para él. Pero ... allí estaba, superando sus miedos. Era todo un ejemplo a seguir, un héroe.

–Y Trinidad...

–¿Trinidad? ¿era española?

–Mexicana. Ella si murió por mi culpa. Fueron los mismos tíos que me metieron en la jaula. Lo hicieron para darme una lección por haber intentado escapar dos veces. – Perdí las ganas de hablar y de todo después de escuchar eso. – Y me obligaron a mirar mientras le metían un tiro en la cabeza. Ni siquiera tuve la oportunidad de salvarla, Anna. Dejaron a su hijo Brooke, huérfano por mi culpa. – Sus lágrimas salieron y yo me sentí como una idiota por estar obligándome a hablarle sobre ello. – Tomé la decisión después de eso que jamás me metería de nuevo en la vida de ese niño para jodérsela. Ni en la de nadie más.

–Lo siento, lo siento, lo siento – me abalancé sobre él y le abracé, tan sólo quería calmarle. Pero ... me sorprendí demasiado cuando él se aferró a aquel abrazo y me apretó contra él, empezando a descargar su llanto, haciéndome sentir incluso peor. – Pero... los mataste, ¿no? Hiciste justicia. Mataste a esos cabrones y ya no podrán volver a hacer daño a nadie más.

Su llanto cesó pasados unos minutos y se retiró un poco para mirarme. Sabía que estaba agradecido de que lo hubiese consolado, pese a que ni siquiera nos conocíamos, tan sólo éramos vecinos.

Me tomé el atrevimiento de limpiar sus lágrimas y le sonreí tenuemente.

–Estoy segura de que algún día encontrarás la paz que necesitas, Jason.

–Jesse.

–¿Qué?

–Ese es mi verdadero nombre.

–Es un nombre de chica – rompió a reír, olvidándose de sus pesares un momento. ¿Cómo podía yo decir algo así en ese momento? – Lo digo en serio. En España, son las chicas las que se llaman así. Es el diminutivo que queda después de acortar el nombre de Jessica.

–Española, ¿eh?

–Sí, soy española.

–¿Me dirás cuál es tu verdadero nombre?

–Lucy, es el diminutivo de Lucía.

–Es bonito y te pega completamente.

Ambos sonreímos como si fuésemos amigos o fuese fácil.

¿Cómo podía ser fácil después de todo lo que habíamos hablado?



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