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Capítulo 5. Atraco.


El cristalero que era el mismo tipo que el cerrajero, vino a arreglarme la ventana al día siguiente y mientras inventaba una mentira sobre lo que había sucedido me fijaba en la casa de enfrente. No quería si quiera pensar en la mala imagen que habría dado a mi vecino. Probablemente pensaba que era una desequilibrada.

Escondí la cara entre mis manos y dejé escapar un pequeño grito. Estaba tan molesta conmigo misma...

Su puerta se abrió y yo le di la espalda, fingiendo estar ocupada en lo que hacían con mi ventana (tomar medidas, en su mayoría). Él se fijó en mi casa de pasada, mientras se encendía un cigarro y se montaba en su coche.

Le miré de reojo y me percaté de que su estilo de vestir se parecía mucho al que yo solía usar en España. Vestir con ropa ancha en su mayoría. Llevaba un chándal ancho, su gorro de lana negro y su inseparable chaquetón amarillo.

Recordé lo que dijo la noche anterior: Tenía una pistola para defenderse. No era algo raro en Estados Unidos, pero sí lo en el lugar del que yo procedía. Tenía que recordar que ya no estaba en España y que las personas que las llevaban podían ser de fiar.

–Esto ya está – dijo el señor Wilson. Levanté la cabeza para mirar al cristalero que recogía sus cosas sin haber arreglado nada. Le miré en busca de explicaciones. – Ya tenemos todo lo que necesitamos.

–Pero ... ¿la va a dejar así? Hace frío y ...

–Hemos tomado medidas. Pero ... señorita James. Este tipo de ventanas son a medida. Tendremos que hacerlas desde cero, por lo que tardaremos un poco en tenerlas listas.

–Oh – eso no lo había esperado. – Y... ¿qué haré hasta entonces?

–Le recomiendo usar un trozo de cartón para taponar el frío puesto desde dentro.

Tenía ganas de recriminarle por no haber terminado su trabajo y mil cosas más, pero entonces la alarma de mi teléfono móvil sonó. Haciendo que recordase que tenía que ir a trabajar.

¡Cielos! ¿Ya era tan tarde?

Si no me daba prisa en alistarme... llegaría tarde a mi trabajo en la cafetería. Sólo era un trabajo por horas los fines de semana, pero muy necesario para sobrevivir en aquel lugar. El dinero que Rafa me enviaba a través de una cuenta Suiza, apenas me llegaba para pagar la casa.

Entré en casa con rapidez y cerré la puerta, esperé entrar en calor al hacerlo, pero el frío que se colaba por la ventana rota me puso los pelos de punta.

Recordé la caja de cereales vacía que tiré a la bolsa de la basura y corrí a la cocina. Rebusqué en ella y la saqué. Después intenté romperla con mis propias manos, pero las tenía tan entumecidas a causa del frío... que ni siquiera podía hacer nada. Así que ... terminé cogiendo un cuchillo del primer cajón del mueble y tratando de cortarlo. Pero ... estaba tan sumamente apurada, que ...

La hoja del cuchillo impactó contra la palma de mi mano y conseguí herirme. Solté el cuchillo y dejé escapar un leve quejido mientras mi sangre goteaba sobre el cartón.

–¡Mierda! – me quejé.

Dejé de cualquier forma el cartón y metí la mano debajo del grifo antes de abrirlo. Quería cortar la hemorragia.

Mientras la sangre corría con el agua y se perdía en el fregadero, recordé la sangre de toda esa banda manchando el suelo de aquella casa de Sergio, el líder de la banda del pimiento y, además, el primo de Carlos.

–¡No! – Me obligué a mí misma a pensar en otra cosa. No podía dejar que aquel maldito incidente volviese a darme pesadillas.

Había pasado todo un año. Tenía que superarlo y volver a ser una chica fuerte. Me negaba a ser una maldita cobarde que corriese a esconderse debajo de la cama.

Me embadurné la mano en papel de cocina y me fijé en el trozo de cartón que había conseguido cortar. Era más que suficiente para cubrir el trozo de cristal que faltaba.

Abrí el segundo cajón del mueble y saqué la cinta aislante. Entonces caminé hacia la ventana del salón y aseguré la ventana.

Tan sólo esperaba que aquel apaño aguantase lo suficiente hasta que pudiesen arreglarme aquel desastre.

No tenía tiempo que perder, así que me encerré en mi habitación y me puse el uniforme antes de volver a colocarme la sudadera, la bufanda, el gorro azul y los guantes a juegos.

Eché un leve vistazo a mi nuevo hogar antes de marcharme al trabajo.

***

Grace, la dueña, ya estaba detrás de la barra sirviendo los cafés cuando llegué mientras Emily (la otra camarera y su sobrina) tenía los ojos fijos en uno de los clientes.

–Está cómo un tren – suspiró Emily cuando pasé por su lado. Ni siquiera me inmuté. No tenía tiempo para chicos con tantas cosas que asediaban mi vida. Más cuando aún había pedidos que servir sobre la barra.

–Menos mal que llegas, Anna. Ems vuelve a suspirar por el chico nuevo.

–¿Qué chico nuevo? – pregunté, despreocupada, mirando hacia ese punto, pero ni siquiera logré verlo.

–Sucedió esta semana, pero cómo tú sólo vienes los fines de semana, no has tenido el placer de conocerlo.

Llevé los pedidos a las mesas, mientras Ems seguía suspirando desde la barra. Ser la sobrina de la dueña le daba privilegios.

–¿No has venido a trabajar hoy? – Me quejé. Esa chica siempre se estaba escaqueando.

–Es que es tan mono... no puedo dejar de mirarlo.

–Trabaja – ordené mirándola con cara de pocos amigos. Ella sonrió, como si todo aquello fuese una broma y se marchó a buscar más pedidos.

Una mano se levantó en mitad de la sala y yo corrí hacia ese punto, levanté la vista y me preparé para anotar el pedido del caballero, pero ambos nos quedamos sorprendidos al ver al otro.

¡Oh Cielo Santo! Era mi vecino, el chico del anorak amarillo.

–Ya lo atiendo yo, Anna – escuché a Ems por detrás, dándome un empujón para sacarme del camino. Por poco no me caigo al suelo de la impresión, lo que divirtió demasiado a ese chico. – Tú ocúpate de limpiar las mesas que se han ido. ¿En qué puedo ayudarte, guapo?

–Necesito más café.

–Claro, por supuesto, en seguida te lo traigo.

No tenía ni idea de cómo esa chica podía andar por el suelo que pisaba, porque perfectamente podría haber resbalado con todas las babas que estaba dejando a su paso.

–Así que Anna, ¿eh? – se giró sobre la silla para mirarme, mientras yo limpiaba la mesa de atrás de él. Ni siquiera le contesté. – ¿Desde cuando trabajas aquí? No recuerdo haberte visto antes.

–Eso no es asunto tuyo – sonrió como si le encantase sacarme de quicio. Pero, perdió la sonrisa al fijarse en la mano que había vendado torpemente.

¡Oh, era uno de esos chicos! Uno de los malos que solía atraerme cuando era una chica normal. Bueno, tan poco es que yo fuese una chica normal cuando vivía en Burgos. Pero ... al menos no era una fugitiva.

Sacudí la cabeza, le di la espalda y volví sobre mis pasos a la barra.

–¿Qué te ha dicho? ¿te ha preguntado por mí?

La ignoré. No tenía ganas de lidiar con Ems.

Ella le llevó el café a mi vecino y luego volvió a colocarse en el mismo lugar, con una sonrisa en los labios, sin poder quitar los ojos de él.

A ver... era guapo. No os voy a engañar. Era un bombón de esos de película. Piel ligeramente bronceada, pelo rubio y ojos azules. Por supuesto, con un cuerpazo de infarto. Lo tendría, porque tampoco es que se le viese mucho con la ropa ancha que llevaba.

Pero yo ... no estaba interesada. No había superado lo de Carlos y menos cuando murió frente a mis narices, también tenía un tema abierto con Rafa y ... no tenía ganas de pensar en chicos por un tiempo. Aún tenía muchas cosas en la cabeza como para volver a fijarme en uno.

Su teléfono comenzó a sonar, haciendo que se rebuscase en los bolsillos. Lo sacó con desgana, contestando molesto con la otra persona.

–Skinnie, te dije que sólo marcases este teléfono cuando hubiese una emergencia. – Escuchó lo que su amigo tenía que decir y empezó a cabrearse por momentos. – Estoy fuera de esa mierda. Y me da jodidamente igual la pasta que ofrezcan. No vuelvas a llamarme para esto, tío.

Se levantó, recogió sus cosas y se acercó a la barra. Ems se preparó para atenderle.

–¿Cuánto por los cafés?

–Son... 7 dólares.

Él rebuscó en sus bolsillos y sacó un fajo de billetes como si fuese un tío con pasta, lo que era raro debido a la forma que vestía y al lugar en el que vivía.

–Quédate con el cambio.

Salió del local sin tan siquiera decir nada más y Ems volvió a suspirar, mientras él se chocaba con un tipo en la puerta.

–Lo siento, tío. No te había visto. – Ni siquiera reaccionó pues estaba más ocupado mirando hacia el arma que ese tipo sostenía en la mano.

Se quedó quieto mientras el desconocido entraba en la cafetería tras bajarse el gorro y mirar a través de los agujeros que le había hecho. Mi vecino era incapaz de reaccionar.

–¡Qué nadie se mueva! – dijo ese tipo haciendo que me quedase con la jarra del café en la mano, incapaz de moverme, mirando hacia la pistola de ese tipo que apuntaba hacia mí. Caminó hacia la barra y apuntó a Ems con su arma, directamente a su cabeza. – Si alguien intenta hacerse el héroe juro que le pego un tiro en la cabeza a la camarera. – Entonces se fijó en la caja y le hizo una señal para que se acercase a ella, mientras Grace salía de la cocina y se llevaba las manos a la boca, tremendamente impactada.

Todo en mí temblaba a causa de enfrentarme a ese tipo de situaciones de nuevo. Era como si hubiese vuelto a meterme dentro de una habitación oscura, detrás de esa puerta en la que solía refugiarme a veces, y era incapaz de salir al exterior.

–Vamos, encanto. Llena la bolsa – le tiró una bolsa de tela que cogió al vuelo.

Mientras que aquel tipo malvado atracaba la cafetería en la que trabajaba, había alguien fuera que dudaba en si entrar y hacerse el héroe o marcharse sin hacer nada. Y fue entonces cuando me fijé en él, viéndole a través del cristal.

Deseé con todas mis fuerzas que volviese a entrar y usase su arma, esa que aseguró que tenía por precaución. Pero ... él finalmente optó por marcharse al decidir que aquel incidente no tenía nada que ver con él.

Ese chico no era el héroe de la película... tan sólo era un puto cobarde. Y ... no podía reprocharle nada, porque yo fui la primera que huyó de una escena del crimen y fue eso mismo lo que me salvó la vida.

La jarra de cristal que yo sostenía resbaló de mis manos y cayó al suelo, haciéndose trizas. Eso provocó que el atracador dirigiese su arma hacia mí y me apuntase con ella, olvidándose momentáneamente del dinero.

–La bolsa – pidió a Ems que ya la había llenado un poco. – ¡Dame la maldita bolsa!


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