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Capítulo 4. La Loca.


Mis dientes castañeaban cuando me detuve frente a la puerta del vecino de al lado, pero por más que llamé y llamé nadie me abrió. Era como si no hubiese nadie en casa. Ni siquiera lo intenté con el vecino del otro lado, hacía demasiado frío, así que me dirigí hacia la única casa que sí sabía que estaba habitada, pues había visto a ese chico del chaquetón amarillo saliendo antes.

Traté de calentarme las manos, pero no había nada que pudiese hacer. Así que llamé a la puerta, como una desesperada, deseando entrar.

Ese chico tardó en abrirme, podía escucharle haciendo algo ahí dentro, pese a no saber lo que era. Cuando abrió parecía molesto de haber sido interrumpido. Ya no llevaba el anorak debido al calor que hacía dentro de la casa y se había rapado la cabeza hasta conseguir quitarse hasta el último de sus rubios cabellos.

No pude evitar darle un buen repaso con la mirada, porque todas aquellas veces que le vi con tanta ropa, incluso con el gorro puesto no me pareció gran cosa, pero viéndole así me daba cuenta de lo tremendo que estaba. Era un chico de treinta y tantos, que tenía el cabello rubio y los ojos azules.

–¿Qué...? – Comenzó él, pero se detuvo en cuanto me vio entrar en su casa, sin tan siquiera haberme invitado. Estaba comportándome como una maleducada, pero no podía evitarlo. En su casa se estaba calentito y fuera hacía mucho frío. – Perdona, pero ¿qué haces?

–He olvidado las llaves dentro de mi casa y me preguntaba sí... – me detuve, incapaz de seguir hablando porque no había pensado en nada más.

¿Qué era lo que me preguntaba? ¿qué hacía allí, para empezar?

–Te conozco – se percató en seguida. Y tuve miedo de que estuviese allí para matarme, por lo que di pasos inciertos hacia atrás, hasta que volví a salir de la casa. Eso lo trastocó del todo, más al ver el miedo que yo le profesaba. – Estabas en la parroquia aquella vez, ¿no? – levanté la vista y respiré aliviada al darme cuenta de que me conocía de eso. Parecía que no estaba allí para matarme, ¿no es cierto? Volví a entrar dentro de la casa, desconcertándole incluso más. Y entonces pensé en la razón por la que habría ido a la parroquia.

¡Oh Cielos! ¿Y si estaba investigándome?

Era demasiada casualidad que fuese a la parroquia y que viviese justo enfrente de mi casa.

La sospecha volvió a obligarme a salir de la casa, dando pasos hacia atrás y él volvió a sentirse confuso con respecto a aquello.

–¿Qué estás haciendo? ­– levanté la cabeza para mirarle, sin saber qué decirle. Estaba tan asustada que volví a pensar en la pistola que le había visto guardar en su anorak. Porque... era una pistola, ¿verdad?

–Soy tu vecina de enfrente – señalé hacia la casa y luego volví a guardar las manos en la sudadera. Me estaba muriendo de frío – y he olvidado las llaves dentro.

–¿Y por qué no llamas a un cerrajero?

–¿Sabes la hora que es? Lo más seguro es que ya se haya ido a casa con familia.

–Pues rompe una ventana y cuélate por ella – lo dijo con tanta naturalidad como si llevase toda la vida colándose en casas ajenas. – Espera aquí – se marchó dentro, mientras yo temía lo que iba a hacer. ¿Y si había ido a por la pistola? ¿y si iba a terminar el trabajo justo en ese momento?

¡Oh cielo santo! ¡Tenía que salir de allí!

Eché a correr hacia mi casa y me detuve junto a la puerta, recordando que no podía entrar. Di patadas a esa estúpida puerta y la golpeé con los puños.

Miré hacia atrás varias veces, temiendo que ese hombre pudiese matarme. Y entonces le vi, al otro lado de la calle, en su puerta, con su anorak amarillo en la mano.

¡Oh no!

Era más que obvio lo que había sucedido. Había ido a buscar su pistola.

El pánico se apropió de mí y volví a aporrear la puerta, mientras mis dientes seguían castañeando al borde de la hipotermia.

Empezó a caminar hasta mi casa y eso sólo consiguió que el terror se apropiase de cada parte de mi ser.

Sus palabras pronto se instalaron en mi cabeza: Pues rompe una ventana y cuélate por ella.

¡Oh sí! La ventana era mi salvación.

Corrí hacia la ventana y busqué a mi alrededor algo con lo que romperla, pero el jardín estaba cubierto de nieve. No había absolutamente nada. Ni siquiera pensé en hacer una bola de nieve para tirarla.

Tenía que darme prisa antes de que ese chico me alcanzase. Y ni siquiera lo pensé cuando le di un puñetazo a la ventana. No sólo no conseguí romper la ventana, si no que me hice tanto daño en la mano que comencé a gritar como una subnormal.

–¡Espera! – escuché detrás de mí. Me di la vuelta, presa del pánico y cerré los ojos, esperando el tiro que iba a acabar con mi vida. Pero ... en lugar de eso, me sorprendí cuando él dejó sobre mis hombros su anorak. – Con las manos no. ¿Quién te crees que eres? ¿el increíble Hulk? Vamos – me hizo una señal para que le siguiese a su casa – seguro que puedo encontrar algo en mi coche con lo que romper tu ventana.

Me calmó saber que mi sospecha no era cierta. Aquel hombre no estaba allí para matarme, si no que iba a ayudarme a entrar en mi casa.

Metí las manos en las mangas de aquel abrigo y le seguí hasta su camioneta. Él llevaba otro anorak de color verde botella. Abrió el maletero y mientras rebuscaba dentro yo me tomaba la libertad de meter las manos dentro de los bolsillos para calentar las manos, pese a que una de ellas me dolía horrores.

–Esto servirá – dijo tras sacar una palanca de metal, mientras mi mano sana se depositaba sobre algo robusto y que al tacto estaba frío.

El horror volvió en cuanto pensé en la loca idea de que fuese la pistola.

–Vamos – volvió a mi casa a romper la ventana, mientras yo seguía en shock, tratando de maquinar un plan para poder salir airosa de la situación.

Agarré aquello y lo saqué cuidadosamente del bolsillo, pues necesitaba cerciorarme de que era lo que sospechaba y por poco no me dio un infarto cuando comprobé que efectivamente era una pistola negra.

¡Oh cielo santo! ¡Ese hombre iba a matarme!

Escuché mi ventana romperse delante de mí y miré a la acera de enfrente, donde él sonreía airoso, tras haber conseguido romper la ventana. Se coló dentro de mi casa, mientras el pánico lo invadía todo y yo apretaba el arma que tenía escondida en el bolsillo.

Mi puerta se abrió y él me hizo una señal con la mano para que me acercase, pero yo retrocedí y corrí hacia su casa, encerrándome luego dentro, dejándole algo desubicado.

¡Oh no! ¡No, no!

¿Qué iba a hacer?

Piensa. Lucía, piensa.

Cerré los ojos, apoyándome en la puerta, y escuché mi agitada respiración llegando a límites inconcebibles. Si seguía así me daría un infarto.

«Escuché el silencio y sentí la misma sensación de siempre, entonces vi la sangre desparramada por el suelo junto a todos aquellos cadáveres, escuché un disparo y vi morir a Carlos que cayó a mi lado.»

Unos golpes en la puerta me hicieron gritar, asustada.

–Ábreme la puerta – le escuché al otro lado. – Venga, ábrela.

Negué con la cabeza, me giré y miré hacia ella. Sabiendo que ese hombre estaba al otro lado y que quería matarme.

Saqué el arma con manos temblorosas, sin tener ni idea de cómo funcionaba esa cosa y apunté hacia la puerta. Pensaba disparar si él intentaba atravesarla.

–Sé que tienes miedo. Puedo detectar el pánico con sólo una mirada. – Si pensaba que con eso iba a convencerme... lo llevaba claro. –Yo también siento pánico a veces... también me pasó algo, ¿sabes? – Por la forma en la que hablaba aquella vez, parecía ser cierto. Así que, guardé la pistola en el bolsillo y me acerqué a la puerta.

–¿Qué te pasó? – quise saber desde dentro, aún sin abrir la puerta.

–Estuve encerrado durante todo un año en una jaula, viviendo como un animal.

Abrí la puerta y me paré a mirarle. Él lucía molesto conmigo por mi comportamiento y no podía reprocharle nada, más cuando había pensado que él estaba allí para matarme.

–Tu puerta ya está abierta.

–Todo el tema de la jaula era mentira, ¿verdad? Sólo lo has dicho para que te abriese la puerta. – él no contestó, se limitó a señalar mi casa antes de hablar.

–Ya puedes volver a tu casa y devolverme mi anorak. – El miedo volvió ante la sola idea de que él fuese a matarme cuando le hubiese devuelto lo que era suyo.

–¿Qué harás cuando te lo devuelva? – me observó, sin comprender. – ¿Sacarás la pistola del bolsillo y me dispararás? – se sorprendió al escuchar aquellas palabras y recordó en seguida que había guardado su pistola dentro de ese abrigo.

–¿Por qué iba a dispararte?

–Porque ellos te han mandado a matarme.

–¿Ellos? – asentí con lágrimas en los ojos, mientras él negaba con la cabeza y dejaba escapar una carcajada. Parecía un loco desde aquel punto. – Ahora entiendo todo tu numerito, el miedo y el pánico que sentías todo el tiempo. Pero ... creo que estás equivocada, vecina. Yo no estoy aquí para matarte, nadie me ha mandado a hacerlo.

–Entonces... ¿por qué tienes la pistola?

–Por seguridad. Sólo soy una persona normal y corriente que vive en ese tranquilo barrio, y que no quiere problemas. Si tu atraes problemas... deberías marcharte. – Señaló hacia mi casa. – Tu puerta está abierta, ya puedes irte.

Me quité el anorak y lo puse a su alcance, luego empecé a caminar cabizbaja hacia casa. Probablemente él pensaba que yo era una loca por todo lo que había montado. Estaba demasiado avergonzada en ese momento como para disculparme o mirarle a la cara.

En ese momento no lo sabía. Pero él y yo nos parecíamos más de lo que parecía. La única diferencia era que los hombres de mis pesadillas aún estaban libres por el mundo y los de la suya ya estaban muertos.



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