Capítulo 3. Miedo
Era muy tarde cuando terminó la sesión y pensé en que quizás debería haber traído el coche. No me gustaba volver a casa sola por la noche. En aquellos días, debido al invierno, tan sólo teníamos tres horas de luz. Y eso es un problema para alguien que se había vuelto tan temerosa como yo.
Me resistí a abandonar la sala y entonces el teléfono de la parroquia sonó, haciéndome desconectar de la realidad, volviendo a quedar presa de las pesadillas que seguían repitiéndose a cada tanto, como si una parte de mí temiese una llamada similar.
–Luci... – escuché la voz distorsionada de alguien al otro lado. – ¿Creíste que ibas a poder escapar eternamente? Vuelve a casa, Lucy. Si no lo haces mataremos a tu madre, a tu hermano y a su familia.
–Anna – me despertó el padre Thomas, haciéndome volver a la realidad. – ¿Estás bien?
–Muy bien.
Salí de la parroquia y me detuve a dar largas bocanadas de aquel gélido aire que enfriaba mis pulmones y me hacía volver a la realidad.
No tenía miedo y se lo demostraría al mundo entero.
–¿Tienes fuego? – Preguntó el chico del anorak amarillo con un cigarro en la boca y su inservible mechero que parecía haberse quedado sin gas.
–Lo siento. No fumo. – Mentí.
El chico parecía ser de tan pocas palabras como lo era yo, así que me marché calle abajo, adentrándome en la nieve, dejando atrás la parroquia.
Lo cierto era que esperé encontrar nuevas oportunidades, empezar de cero en un lugar donde nadie me conociese y abrirme paso de la forma más humilde posible: como camarera en una cafetería y asistiendo a terapia de grupo. No era que yo necesitase demasiado hablar y más sobre los temas a tratar en las reuniones, pues yo no era una drogadicta, pero era parte del maldito personaje que tenía que interpretar.
En aquellos días era Anna James, una maldita ex yonqui que adoraba el crack. Se suponía que venía de Miami y estaba allí de paso.
Era una chica de treinta y seis años, morena, de pelo largo que vestía muy pija. Al principio me costó mucho acostumbrarme, pero después de un año siendo ella... no había nada que me incomodase de aquella ropa. Pese a eso... sigo prefiriendo vestir de negro y las sudaderas anchas, aunque en aquellos días llevaba ropa más ajustada, debido a mi nueva identidad.
Tenía una nueva ocasión para hacer las cosas de otro modo, para pretender ser alguien que no era. Y... creo que ese fue mi primer error en toda esta historia, huir del pasado para empezar de nuevo en otro lugar fingiendo ser alguien que no era. Uno jamás podrá escapar de quién es, el pasado siempre vuelve... o eso dicen.
Rafa me había construido una nueva vida de mentira fuera del país. Lo suficientemente lejos como para que los hombres de Juan Antonio Valdés, un colombiano con muy mala baba, no me encontrasen. Tan sólo había un problema, muy pocos sabían sobre mi tapadera, pues había rumores de que la policía secreta había sido comprada por aquel narcotraficante de aquello que algunos llaman el Polvo Blanco.
Y yo... me había comportado como una maldita idiota con él. Pero ... cuando todo terminase pensaba arreglarlo. Iba a disculparme y ... quizás aceptase ir a una cita con él, tal y como sugirió la última vez que nos vimos.
Los días siguieron pasando en aquella aburrida vida, en aquel tranquilo pueblo en el que nunca sucedía nada interesante y yo me marchitaba como una flor. Me sentía encerrada en aquel lugar. Soy una chica muy impaciente, incapaz de quedarme sin hacer nada durante más de dos horas. Y ya llevaba más de un año encerrada. Iba a volverme loca.
Me mordí las uñas hasta conseguir quedarme casi sin ellas, me mordí los labios hasta conseguir hacerlos sangrar y terminé poniéndome en pie dando vueltas en aquel pequeño salón, mientras miraba hacia el teléfono de prepago que estaba listo para recibir una llamada. Pero ... se estaba retrasando y eso sólo hacía que mil posibilidades inundasen mi mente, dejándome más intranquila de lo que ya estaba.
Saqué un cigarro de la cajetilla y lo encendí. Di varias caladas hasta que un ruido junto a la chimenea hizo que pegase un grito ahogado, pero me calmé al darme cuenta de que sólo había sido aquel estúpido crucifijo que se había soltado de una de las alcayatas de la pared y se había ladeado.
Miré hacia ese punto, mientras mis estúpidas supersticiones inundaban mi mente. No podía ser que eso estuviese relacionado con el retraso de Mariano, ¿verdad?
La cortina se movía a causa del viento que entraba por la ventana y la nieve caía sobre mi cabaña, el silencio más pleno rodeaba ese lugar, pero en aquel momento no sentía calma, si no miedo. Porque había escuchado uno muy similar cuando caminaba junto a Carlos hacia la casa del campo de su primo, antes de presenciar muerte y de que él muriese a mi lado.
El maldito tic-tac del reloj sonaba más alto de la cuenta o quizás era yo volviéndome una paranoica de campeonato y el maldito teléfono seguía sin sonar.
El saco de boxeo que colgaba de una de las vigas de la cabaña se movía a causa del feroz viento que seguía colándose por la ventana, incluso la nieve se estaba colando en casa, pero ... mi mente era incapaz de reaccionar, estaba pensando en la pistola que guardaba en el falso techo del cuarto de baño, en que debía cogerla por si alguien entraba por la puerta en ese momento.
El teléfono comenzó a sonar, dándome un susto de muerte.
Apagué el cigarro presionándolo contra el cenicero y caminé hasta la mesa. Cuando lo sostuve entre mis manos vi el número del que mi hermano solía llamarme reflejado en la pantalla. Pese a eso, tardé en cogerlo, aún tenía miedo de que fuesen esos malnacidos.
–¿Lucía?
–Mariano – el miedo se marchó y volví a respirar tan pronto como me di cuenta de que todo había sido una falsa alarma. Mi hermano estaba bien y esos hombres estaban lejos de encontrarme. – ¿Dónde estabas? Hace media hora que deberías de haber llamado. ¿Qué ha pasado?
–Lo siento. Tuve una reunión y luego me cogió un atasco por una manifestación. Nada importante. No tienes que preocuparte de nada, todo va bien. ¿Cómo estás? ¿cómo va todo?
–Mal. Todo va fatal. Estoy aquí en un pueblo aburrido en el que nunca pasa nada interesante y me estoy volviendo loca, Mariano.
–Sólo un poco más, Luci. Rafa está cada vez más cerca de coger Valdés y a esos cabrones. Luego se celebrará el juicio y podrán encarcelar a esos tipos.
–¡No vuelvas a hacerme eso! Pensé que algo te había pasado.
–Nada va a pasarme. Esos tipos ni siquiera sabían quién eras.
–¿Y si investigan? ¿y si empiezan a recabar información y ...?
–Luci, ha pasado todo un año desde qué pasó. ¿No crees que si ese fuese el caso ya nos habrían encontrado? Tienes que tener fe, hermana.
–¿Fe? ¿cómo esperas que tenga esa maldita fe? ¡He tenido que huir del país, Mariano!
–¡Cálmate! ¿quieres? Todo va a salir bien.
–Pásame con ella – escuché la voz de Rafa justo detrás de él. Este le miró con cara de malas pulgas.
–Lucía. Rafa ha venido a saludar y quiere hablar contigo. Te paso con él.
–Hola. ¿Cómo estás? – escuché la voz de ese chico que jamás se cansaba de preocuparse por alguien que nunca jamás mostró el más mínimo interés en él, ni siquiera después de que pasasen la noche juntos.
–Deseando salir de este lugar. Dime que tienes algo.
–Nada. Lo siento. Ese tipo es como una escurridiza rata. Cada maldito soplo que tengo para pillarlo resulta ser un maldito callejón sin salida cuando llego allí.
–El problema no es de los soplones en los que confías, Rafa. Si no de lo sucio que está el departamento de estupefacientes. ¿Cómo puede ser que Valdés tenga comprado a la mitad?
–Es un tipo influyente, tiene comprado hasta al alcalde.
–Son todos unos putos corruptos. ¿Cómo vamos a conseguir una mierda así?
–Lo conseguiré, ¿vale? – se fijó en mi hermano que jugaba con las pequeñas mientras su novia lo devoraba con la mirada y entonces dijo algo más, lo suficientemente bajo para que mi hermano no lo escuchase. – Quiero esa cita cuando vuelvas y no aceptaré ninguna excusa, Lucía.
–No es el momento para hablar de esto.
Desvié la mirada y me fijé en el estropicio que el viento estaba logrando al meter toda aquella nieve dentro de casa.
–¡Maldita sea!
–¿Va todo bien?
–Es sólo la maldita nieve entrando en mi hogar. Nada con lo que no pueda lidiar. Tú céntrate en hacer tu trabajo que yo seguiré haciendo el mío aquí.
–De acuerdo. Mariano te llamará el mes que viene. Ten cuidado.
Colgué el teléfono y negué con la cabeza al mirar hacia toda aquella nieve sobre la alfombra. Entonces... unos golpes en la puerta hicieron que me olvidase de cerrar la ventana y mirase hacia ese punto. De nuevo el miedo volvió y mi mente maquinó miles de posibles posibilidades. Por supuesto... todos tenían que ver con esos asesinos.
–¿Anna? – Escuché la voz del padre Thomas al otro lado. – ¿Anna estás ahí dentro?
Corrí hacia la puerta y la abrí.
–¡Oh! No sabes cuánto me alegro de que estés bien. Estaba preocupado. No has asistido a las reuniones últimamente y pensé...
–Estoy bien. Sólo es que ... he perdido la fe, padre.
–Oh, hija mía. La fe siempre es lo último que se pierde. Debes volver a las reuniones. Sé que te ayudarán, tan sólo debes seguir intentándolo. Yo sé que es difícil hablar de ello frente a todo el grupo, sé que ver la muerte frente a tus narices debe ser complicado para ti, por eso... creo que no debes dejar el grupo.
–Prometió que no se lo contaría a nadie. Es el secreto de confesión.
–Y así es, hija. Nadie lo sabrá nunca. Tampoco sobre tu identidad.
–¿También le confesé eso? – pensé en lo loca que me volvía después de tomar hasta desmayarme. – ¡Debo haberme vuelto loca!
–Nada va a sucederte, hija. El señor te ayudará a superar tus adicciones y yo haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte. Pero para eso... debes volver a las reuniones. Hablar también ayuda a avanzar, Lucy.
–No me llame así. – El hombre asintió y sin decir nada más se marchó calle abajo, hacia el lugar en el que había dejado su coche.
Si seguía siendo tan irresponsable y bebía más de lo que podía soportar... terminaría siendo descubierta. Después de todo lo que había sacrificado no podía dejar que eso sucediese. Me había librado de milagro y no estaba dispuesta a jugar con mi vida de aquella forma.
Cerré la ventana y recogí el estropicio que la nieve había causado. Luego dejé todo en su lugar y volví a asomarme a través de las cortinas.
Me fijé en el lugar en el que había estado aparcado el auto del padre Thomas. Y pensé en él. Era un buen hombre que solo quería ayudar a sus feligreses. Sabía que no me delataría, pues estaba obligado a guardar el secreto a causa de que era un cura. Pero ... no podía evitar tener miedo.
Desvié la vista hacia lo solitaria que estaba la calle. Vi el camión quitanieves por la avenida quitando la nieve a su paso y me fijé en la acera de enfrente, donde los gatos rebuscaban en la basura. Levanté la vista y me fijé en la luz encendida del porche del vecino de enfrente. Eso sí que me resultó extraño, más cuando en esa casa no vivía nadie. Había sido así desde que me mudé, pero en aquel momento parecía habitada, incluso un coche estaba aparcado fuera.
¡Oh Cielos! ¿Y si eran ellos? ¿Y si habían mandado a alguien a vigilarme y a matarme?
Me agarré a las cortinas, aterrada con mis propios pensamientos y me dio un vuelco al corazón tan pronto como la puerta principal se abrió. Un hombre salió de la casa con un anorak amarillo que ya había visto antes. Caminó hacia su vehículo, abrió el maletero y sacó una bolsa negra de este, antes de mirar a ambos lados de la calle para cerciorarse de que nadie lo veía. Miró dentro de la bolsa y sacó una pistola que guardó en su bolsillo.
¡Oh no! ¡No, no, no, no!
¡Esos asesinos me habían encontrado!
Eché las cortinas y corrí hacia mi habitación, abrí el armario y me escondí dentro. Me abracé las piernas y recé todas las oraciones que me sabía para que ese hombre no me hiciese daño.
Entonces me detuve a pensar en algo.
¿Y si lo que sacó de la bolsa no era una pistola? ¿y si era otra cosa?
¿Cómo podía estar tan segura de que era una pistola?
¿De qué manera podría asegurarme?
Salí del armario, sin tan siquiera pensar demasiado, corrí hacia el salón en zapatillas. Abrí la puerta de la casa y miré hacia el otro lado.
Tan sólo tenía que atravesar toda la nieve del jardín, atravesar la calle, su jardín y pararme frente a su puerta. Después de eso... ¿qué haría?
Caminé hacia mi destino y tan pronto como metí el pie en la nieve me di cuenta de que no llevaba el calzado apropiado.
–¡Maldita sea! – Grité en aquel solitario vecindario. Saqué el pie de la nieve y tuve que agacharme a buscar mi zapatilla en ella, porque se había quedado metida dentro del agujero. Luego volví a entrar en la casa y cerré la puerta.
Hacía un frío del demonio en aquel país.
Volví a la habitación, me puse unos calcetines y las botas de nieve antes de volver a salir de la casa. Aún no tenía ni idea de cómo iba a averiguar nada, pero soy bastante cabezota y suelo actuar sin pensar en las consecuencias de mis actos, lo que me trae bastantes problemas.
Ya estaba más que lista para atravesar la nieve. Empecé a caminar hacia su casa, cuando el frío invernal llegó hasta mí, haciéndome recordar que no había cogido el anorak.
–¡Maldición! – volví a gritar. Giré sobre mis pasos y volví a casa. Pero la puerta se había cerrado.
Rebusqué dentro de los bolsillos de mi pantalón, incluso dentro de los de la sudadera, pero ... estaba tan histérica que había olvidado coger las llaves.
–¡Joder!
Traté de abrir la puerta. Pero estaba cerrada. Luego lo intenté con las ventanas, pero yo misma las cerré hacía un momento. Así que ... ¿qué demonios iba a hacer?
Hacía un frío del demonio y estaba fuera de casa. No tardaría en volver a nevar. Sólo tenía una posibilidad y esa sólo era pedir ayuda a algún vecino.
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