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Capítulo 22. Pérdida.


Tuve un sueño de lo más extraño a causa de la morfina que me inyectaron. En él el tiempo no avanzaba, hacía un sol primaveral muy agradable, en un bosque mientras una niña de ojos azules y cabellos rubios cristalinos me miraba. Era la criatura más bonita que había visto nunca, era perfecta.

–Se nos va, se nos va – escuchaba de fondo mientras un pitido que no salía de ninguna parte lo inundaba todo.

Una gran luz iluminó aquel valle mientras esa niña me despedía con la mano y yo volvía al mundo de los vivos.

Cuando abrí los ojos estaba dentro de una habitación de hospital y me dolía el costado, pero ... estaba viva.

–¿Aún está inconsciente? – Escuché la voz de alguien al otro lado. Me fijé en la puerta entre abierta y en los hombres trajeados que había fuera.

–No ha despertado aún – informó el médico – ni siquiera hemos podido hablarle sobre su condición.

–Avísenos cuando esté consciente. Tenemos preguntas que hacerle.

–¿Qué es lo que hace que el FBI se interese por un simple tiroteo, señores?

–Esa información es confidencial, doctor.

La puerta se abrió y el doctor entró, sorprendiéndose al verme despierta. Pero, no avisó a los agentes de que lo estaba. Cerró la puerta y se dirigió hacia mí.

–¿Cómo se encuentra, señorita Duarte? – abrí la boca para contestar, pero entonces caí en la cuenta del apellido por el que me había llamado. No era James. ¡Oh Cielos! ¿Y si me habían descubierto? – Espero que esté bien para recibir una llamada. – Sacó del bolsillo de su bata el teléfono de prepago y lo puso sobre la mesilla de noche. – Su amigo no ha dejado de llamarla.

–¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?

–Tres días.

–¿Tanto?

–Cuando llegó estaba muy débil, la operación fue complicada debido a su situación y entró en parada dos veces. Lamentablemente, no pudimos salvar a su bebé.

–¿Mi qué?

–Estaba usted embarazada, señora. ¿No lo sabía?

¡Oh, cielo santo!

–Hay dos agentes del FBI fuera que quieren hablar con usted. ¿Quiere que los haga pasar?

–¿Puede darme algo de tiempo? – el hombre asintió y se marchó sin más.

Me toqué el vientre, el lugar en el que había estado esa criatura durante semanas sin que yo lo supiese. Una vida que se estaba formando en mi vientre, un hijo que sería de Jesse y mío.

¡Cielos! Ni siquiera podía procesarlo. Era demasiado pronto y no era el momento para tener un hijo con un cocinero de meta.

Sin darme apenas cuenta me quedé pensando en el sueño que había tenido, en esa niña de ojos azules y pelo rubio. Y sonreí, como una tonta, ante la sola posibilidad de que fuese ese bebé que no iba a tener el placer de conocer nunca.

Mis lágrimas salieron y me di cuenta de lo mucho que me importaba no poder ver crecer a esa criatura, pese a que no era el momento de tener un hijo y formar una familia con Jesse.

El teléfono empezó a sonar, dándome un susto de muerte. Lo agarré con rapidez y lo descolgué.

–¿Jesse?

–¡Gracias a Dios! – escuché su aliviada voz. – Pensé que sería de nuevo ese doctor. ¿Estás bien?

–No. No estoy bien – contesté con sinceridad – acabo de enterarme de que estaba embarazada.

–No pienses en eso ahora.

–¿Lo sabías?

–El doctor me lo confesó cuando llamé el primer día.

–Jesse... ¿cuándo va a terminar esta pesadilla?

–Lo hará muy pronto. – No entendía lo que quería decir. – ¿Has hablado ya con el FBI?

–No.

–Cuando lo hagas acepta lo que te proponen, Lus.

–¿Qué van a proponerme?

–Lo mismo que le han propuesto a tu hermano.

–¿Has hablado con mi hermano?

–Volví a la cabaña a por nuestras cosas. Ese tipo ya no estaba allí, ni siquiera el cuerpo de su compañero. Recogí alguna de nuestras cosas por si teníamos que salir corriendo y recogí tu móvil de prepago. Tu hermano llamó y lo cogí. Dice que el FBI lo contactó para hacer un trato por lo de Valdés y que querían ofrecerte el mismo trato a ti. Acéptalo, Lus.

–¿Qué tipo de trato?

–Han conseguido relacionar a Valdés con la muerte de esos chicos en Burgos y quieren que declares en el juicio. A cambio, os meterán a ti y a tu familia en un programa de protección de testigos. Os protegerán, Lus. – Sonreí, feliz de que aquella pesadilla terminase de una vez. Estaba muy cerca de lograrlo, pero entonces caí en la cuenta de algo.

–No – contesté a lo que eso significaba – no pienso ir a ninguna parte sin ti.

–Mi papel en este asunto ya ha terminado. Te he protegido todo lo que he podido, ahora dejaremos este trabajo a los profesionales y yo podré seguir con mi vida. Sabías que todo esto sólo era algo temporal. Me lo dijiste cientos de veces, pero ... no lo he entendido hasta ahora.

–Me equivoqué, ¿vale? – me quejé, con lágrimas en los ojos. – No somos solo amigos que se acuestan.

–Dijiste que te cansas de los chicos con facilidad, probablemente te habrías cansado después de unos cuantos meses más – negué con la cabeza, porque nunca había estado más segura de algo en mi vida. – Así que ... debes olvidarte de esto ahora.

–Esta vez es diferente, Jesse.

–Además, tenías razón aquella vez. Yo nunca podré olvidar a Jane. Creo que la amaré siempre, Lucy. – Mis lágrimas cayeron al descubrir aquella gran verdad. – Acepta el trato con el FBI y sálvate.

Colgó el teléfono después de eso, rompió este en pedazos y lo tiró por la ventanilla antes de seguir con su camino. No quería mirar atrás, no podía quedarse a mi lado y confesarme lo que sentía por mí debido a la situación. Yo necesitaba al FBI para huir y él haría cualquier cosa para obligarme a aceptarlo. Incluso mentirme.

Rompí a llorar como una tonta, haciéndome daño en la herida que aún estaba cicatrizando, alertando a los hombres que estaban fuera. Entraron y yo limpié mis lágrimas con rapidez.

–Vemos que ya ha despertado, señorita Duarte. Tenemos algunas preguntas que hacerle.

Escuché todo lo que tenían que decirme. Era una oferta tentadora. Podría vivir junto a mi familia, en un lugar que por seguridad aún no me dirían, en el que los míos ya estaban siendo trasladados.

Debía aceptarlo, pero mi cabezonería no me dejaban hacerlo aún. Necesitaba ir a buscar a Jesse, mirarle a los ojos y que volviese a decirme que estaba enamorado de Jane. Sólo así lo creería. Y si descubría que era cierto... entonces aceptaría el trato con el FBI.

–Necesito pensármelo – admití, haciendo que se sorprendiesen al respecto. – ¿Pueden dejarme su tarjeta? Les llamaré cuando lo tenga claro.

–Es su mejor opción, señorita Duarte. Juan Antonio Valdés ha puesto precio a su cabeza, sería peligroso si sigue por su cuenta.

–¿No pueden dejar que me lo piense?

–Está bien – aceptó uno de ellos, alargando la mano para darme su tarjeta. La agarré y la sostuve entre mis dedos. – Llámenos cuando lo tenga claro.

Oh. Lo tenía claro. Muy claro. Y ese era el problema. Si hubiese tenido dudas no estaría en aquella situación y habría aceptado sin oponer resistencia el plan de los del FBI.

Me quité las vías y me levanté de la cama en cuanto los agentes se marcharon. Abrí el armario en busca de mi ropa. Estaba bien doblada dentro. Me vestí con cuidado, me coloqué la capucha de la sudadera y me preparé para marcharme. Tuve que esperar pacientemente hasta que esos tipos doblasen el pasillo para salir. Me escurrí entre los pacientes y me marché de allí.

A medida que caminaba entre la gente, de camino hacia las montañas, dejando todo atrás, iba llamando a ese número, una y otra vez, pero el buzón de voz saltaba a cada rato.

Tuve que hacer auto-stop para conseguir llegar hasta la montaña e indicarle al camionero que me dejase en el arcén, a unos metros de la verja, pues no quería que nadie supiese nunca sobre nuestro refugio.

Abrí la verja que no tenía protección y seguí avanzando.

El lugar estaba más calmado que de costumbre y no había ni rastro de la camioneta de Jesse por ninguna parte.

La puerta estaba cerrada, por lo que no podía entrar. Llamé hasta que se me cansaron los nudillos y luego miré por la ventana, sorprendiéndome con lo recogido que estaba todo. No había ni rastro de nuestras pertenencias, era como si el lugar estuviese deshabitado.

Corrí hacia el cobertizo y lo abrí, la cerradura si cedió y pude entrar dentro. No había ni rastro de su taller. No estaban sus herramientas para la madera, ni ninguna de las cajas que hizo, tampoco había productos químicos y ni rastro de los bidones con esos tipos.

Se había ido y lo peor de todo era que me había dejado atrás.


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