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Capítulo 21. Disparos


Al día siguiente fuimos a deshacernos del coche del sicario, él iba en el coche de este y yo en el de él. El encargado no nos puso ningún impedimento cuando Jesse sacó el dinero con el que silenciarle. Y luego, después de sacar otro maletín con dinero, vimos como la máquina aplastaba tanto el coche hasta convertirlo en un cubo de metal.

A ese paso nos haríamos millonarios con el dinero de otros. Era irónico... porque nos estábamos quedando con el dinero que daban a los sicarios por matarme.

–No veo la hora de que termine esta maldita pesadilla – le dije de camino a casa. – ¿A cuántos idiotas más mandará ese tío hasta que todo esto acabe? – Él no dijo nada. Yo sabía que estaba molesto por tener que estar matando a gente, cuando había jurado que no volvería a hacerlo. – ¿Y si nos largamos de aquí? Estoy cansada de que mates a gente.

–¿Y crees que yo no? Me escapé de Alburquerque para evitar todo esto y al final... Mike tenía razón. No puedo cambiar las cosas, por más que huya el pasado siempre me encuentra.

–Así que antes vivías en Alburquerque – se giró a mirarme, preocupado, porque había hablado de más.

–A veces olvido las cosas que ya te he contado y las que no.

–¿Tan malo sería que supiese quién eras?

–Tú sabes quién era: un cocinero de meta que estuvo retenido en contra de su voluntad, encerrado en una maldita jaula, obligando a cocinar para unos putos neonazis, matando gente y deshaciéndome de sus cuerpos.

–Eso forma parte del pasado, Jesse. Ahora eres otra persona.

–¿Lo soy? Porque yo me siento igual.

–Es por eso por lo que creo que deberíamos largarnos de aquí una temporada. Volveremos cuando las cosas se calmen.

–¿Y dónde vamos a ir? Te recuerdo que hay una maldita orden para apresarme. Aún estoy en busca y captura. Si me cogen... iré a la cárcel y no volveré a verte nunca. Porque... dudo que quisieses ser la novia de un convicto y menos que vinieses a visitarme a la cárcel para un vis a vis.

–Podrías dejarte barba y el pelo largo – sonrió, divertido, al darse cuenta de que seguía insistiendo con lo mismo. – Y así nadie te reconocería. Podríamos conducir por carreteras secundarias y ...

–Veo que ya lo tienes todo pensado – me mordí el labio antes de lamerlo y mirar hacia él. – Podría ser una buena idea. Irnos a otro lado hasta que las cosas se calmen, pero ... creo que hay otra solución. – Le miré sin comprender. – ¿Y si capturamos al próximo y le obligamos a que llame a su jefe para decirle que estás muerta? El tío dejará de mandar sicarios, Lus.

–¿Y cómo piensas lograr eso? ¿crees que aceptarán por las buenas?

–Podemos ofrecerle pasta. Ya tenemos dos bolsas.

–Eso implicaría quedarnos a esperar a ese tío y rezar para que no me mate él antes.

–Esto es una mierda, Lus. Quería empezar de cero en este lugar, pero sigo repitiendo los mismos pasos, una y otra vez.

–Eso no es cierto. Ahora no eres un cocinero de meta, eres un carpintero. – Sonrió al pensar en eso. Y se quedó pensativo un momento.

–¿Quieres escuchar una estúpida historia? Va sobre la primera vez que supe que tenía madera para esto. Tallar la madera.

–Suena interesante.

–Verás... había un profesor. Mi profesor de tecnología. Odiaba esa asignatura porque me obligaban a hacer trabajos manuales. Eran más fáciles las asignaturas teóricas. Si me encargaban un trabajo, tan sólo tenía que hacerlo, entregarlo y podía tener el resto del día libre. Pero ... los trabajos manuales son un rollo, sueles tardar en terminar y ... en aquella época lo único que yo quería hacer era escaparme a hacer el ganso con mis amigos, fumar maría y crystal. Así que... estaba este profesor. Llegó el primer día diciendo que teníamos que hacer una caja de madera y que sólo entregándola aprobaríamos la asignatura. Llegué a casa y me puse con la maldita caja, quería terminarla de una vez, porque nunca me ha gustado dejar las cosas para el día siguiente. Yo prefería terminar cuanto antes para luego poder disfrutar del resto del día para hacer mis cosas. Así que hice la caja. Me salió una puta porquería, pero me daba igual, me iba a servir para aprobar la asignatura, así que con eso era suficiente. Era un puto desastre de caja, ni siquiera tenía los lados iguales y estaba pegada con cola de carpintero, creo que ni siquiera se podía abrir. Cuando le entregué la caja al profesor me miró como si estuviese de broma y me dijo: ¿Esto es todo lo que puedes hacer, Pickman? Me enfadé tanto con su respuesta, me trató como si fuese un ignorante, y me propuse a mí mismo que le haría una caja tan perfecta que tendría que tragarse sus palabras. Lo dejaría impresionado. Así que me marché a casa y me pasé toda la semana trabajando en la caja, hice el boceto, compré los tablones, los recorté yo mismo, los pegué y usé unas bisagras para que la tapa se abriese y se cerrase, por no hablar del diseño y el barniz. Era.... La maldita caja perfecta. – Se quedó callado pensando en ello.

–¿Y qué pasó con la caja? ¿se la entregaste al profesor para que te subiese la nota?

–Acabo de darme cuenta de que esta historia es una mierda. Olvídala, ¿quieres?

–¿Qué pasó con la caja, Jesse?

–Nunca entregué la caja.

–Te la quedaste porque te encantó el resultado, ¿es eso?

–No. olvídate de la maldita caja.

–No pienso olvidarme de ella. Ahora no puedes dejarme a medias. ¿Qué pasó con la caja?

–La regalé.

–¿Se la regalaste a la chica que te gustaba? – negó con la cabeza. – ¿A tu madre?

–La cambié por meta. ¿Contenta? – Me quedé sin palabras al escucharle decir aquello. Él tenía razón, la historia era una mierda, pero iba a quedarme con el significado que tenía todo aquello aquella vez.

–Esta vez será distinto – me miró con atención – esta vez terminarás la caja, la más bonita y perfecta que puedas imaginar. Y cuando la termines me la darás a mí. – Sonrió al darse cuenta de que tenía razón. Besé su mejilla y él sonrió como un idiota.

–Quizás podríamos encontrar un lugar al que irnos un tiempo. Pero ... tenías razón antes. Sería peligroso usar las carreteras principales, así que tendríamos que usar las secundarias y ser muy precavidos.

–Lo seremos.

–Y... – alargó la mano para entrelazar sus dedos con los míos antes de llevársela a la boca y besar el dorso. – Voy a necesitar que me digas una cosa. – Le escuché con atención, a esperas de lo que tenía qué decirme. – Quiero que dejes de esconderte de una vez en toda esa tontería de que solo somos amigos con derechos y me digas... lo que sientes por mí, Lucy.

–Tú ya lo sabes – me quejé, incapaz de hablar de aquello en voz alta.

–Lo sé. Ya me has dicho que te gusto, al menos.

–Entonces... con eso debería bastar.

–Verás, Lucy. Estoy arriesgando mucho con todo esto, contigo. Y necesito saber qué no me estoy aferrando a humo. Que esto entre tú y yo es de verdad.

–Es de verdad.

Ya estaba decidido. Nos iríamos de allí. Aún no sabíamos bien dónde nos depararía el futuro, pero estaba más que decidida a seguirle hasta el fin del mundo.

Volvimos a casa fantaseando sobre cientos de lugares que nos encantaría visitar juntos. Italia, Dublín, Roma, Egipto, Los Ángeles, Alburquerque, Uta, ...

Empezó a decirme lo mucho que le gustaría aprender a hacer surf o aprender a hacer snowboard, yo le dije que el neopreno le sentaría de miedo con ese cuerpazo y eso le hizo reír durante un rato.

–Imagina las posibilidades... – proseguía con mi teoría mientras él se adentraba en nuestra propiedad. – Tan sólo tendríamos que cruzar el mar y estaríamos en Rusia.

–Salir del país suena atractivo, por supuesto. Pero ... sigo pensando que hay demasiado mar abierto. Me gusta más la idea de ir a Vancouver o Seatle. Quizás a Montana o Dakota del Norte.

–Ya puestos... ¿por qué no Las Vegas?

–¿Las Vegas? Ese lugar sería de lo más predecible para alguien como yo. Seguro que hay fotografías mías por todas partes.

Apagó el motor y ambos miramos hacia la casa, despreocupados, sorprendiéndonos al ver la puerta abierta.

Jesse metió la mano en el bolsillo del chaquetón y sacó su pistola. Parecía preocupado.

–Quédate en el coche.

–Ni de coña. Estás loco si piensas que voy a dejarte solo en esto.

Ambos salimos del vehículo y él me miró con cara de pocos amigos.

–Quédate detrás de mí – asentí, en señal de que haría eso y juntos caminamos hacia la casa.

Estábamos a punto de llegar al porche cuando escuchamos una pistola cargarse detrás de nosotros. Él se detuvo muy despacio y luego los dos nos dimos la vuelta, descubriendo a un tipo allí, apuntándome a la cabeza.

–Tira el arma, amigo – Jesse apretó los dientes, molesto. – Tírala o me la cargo. ¿Crees que estoy de broma?

–Vas a matarla de todas formas, tire el arma o no – contestó él. – ¿No es eso por lo que estás aquí? – el tipo sonrió, enseñándole sus perfectos dientes. No parecía un sicario.

–He echado un vistazo por tu humilde morada y he visto cosas muy interesantes.

–¿Sí? ¿cómo qué?

–Como los bidones llenos de un extraño líquido escarlata que tienes en el cobertizo o todos esos productos químicos.

–Ya... ¿y?

–También he visto las bolsas de dinero que Valdés les dio a mis compañeros. Tú no deberías tenerlas, pero las tienes. Lo que quiere decir que o se las has robado, cosa que me parecería increíble, porque esos cabrones no se alejarían de su pasta jamás, o ... han acabado demasiado mal parados como para quejarse.

–Interesante deducción – Jesse y ese tipo se estudiaban con la mirada, como si intentasen entender las intenciones del otro. Era crucial para saber el paso que darían próximamente.

–¿Crees que eso es interesante? Lo realmente interesante es haber encontrado a ...

Su frase fue interrumpida por alguien más que en ese momento salió del cobertizo con una de las garrafas de sosa que Jesse usó para disolver los cadáveres.

–¿Qué estás haciendo, tío? – se quejó al verlo apuntando hacia mí y a Jesse a la defensiva con pistola en mano. – ¡Oh no! No. No. No – corrió hacia nosotros y se preparó para sacar su arma, pero cuando lo hizo no sabía a quién apuntar, vaciló un momento y terminó apuntando a Jesse.

–Sabía elección, Jimmy.

–No vamos a cargárnoslo – insistía aquel chico desaliñado que no se parecía en nada a un sicario. Era muy delgado y poco agraciado.

–Lo haremos.

–No, no lo haremos.

–¿Y qué crees que nos hará después de que nos hayamos cargado a la chica? – el tal Jimmy comprendió que su amigo tenía razón. – Disculpa a mi amigo. Sólo es un fan descerebrado que quiere salvar a toda costa a su ídolo.

–¿Fan? – preguntó Jesse, sin comprender.

–Oh, él sabe quién eres.

–Eres Pickman. Jesse Pickman. El cocinero de meta que consiguió un 98% de pureza en su producto. El puto amo de la meta azul. – Jesse y yo nos quedamos sin palabras, no esperábamos que ese tipo pudiese ser un fanático.

–Como decía... será mejor que tire el arma, señor Pickman.

–Aún cocino – empezó Jesse, haciendo que ambos hombres se fijasen en él. Incluso yo lo hice, porque sabía que eso no era cierto. – Tengo por ahí una auto caravana donde hago meta. Puedo daros la remesa que iba a enviar a Nueva York, si os olvidáis de ella.

–¡Venga, tío! ¿Crees que no sé qué te estás tirando un farol? – se quejaba ese del que aún no conocíamos el nombre. – Hemos registrado tu casa entera y no hemos encontrado nada.

–No pensaréis que sería tan idiota como para guardar la meta en mi casa ¿verdad? Está escondida, a buen recaudo. Os diré exactamente dónde está.

–A mí me parece un trato estupendo, Max – el tipo duro dudó mientras que el tal Jimmy se guardaba la pistola. – Vamos, tío. Conseguiríamos más de los que nos paga ese vejestorio.

–Ese vejestorio cavará nuestras tumbas si se entera de que le hemos traicionado – añadía Max.

Jesse aprovechó ese momento para pegarle un tiro en la frente a su fan y tirar de mí hacia el coche. Ni siquiera teníamos tiempo para coger la pasta de esos capullos o nada más, tan sólo de salir corriendo.

Max lanzó un grito de rabia al ver a su hermano muerto en el suelo, desangrándose y empezó a dispararnos a lo loco. Pero, por desgracia, un tiro me alcanzó en el costado justo cuando llegaba al coche.

Me monté en la camioneta y Jesse puso rumbo hacia lo desconocido, lo más rápido que pudo, sin soltar si quiera el arma. Aún estaba frustrado con la maldita situación que habíamos tenido que enfrentar juntos.

Mientras el silencio se esparcía entre nosotros yo intentaba no entrar en pánico, porque me habían disparado... joder.

Apreté la espalda contra el sillón como si pretendiese taponar la herida de aquella forma, cuando era más que obvio lo que sucedería: iba a morir desangrada.

Desvié la mirada hacia Jesse que estaba muy enfadado con lo que había sucedido y ... me fijé en cada uno de sus rasgos. Era tan guapo. Ni siquiera había tenido tiempo de disfrutar de su compañía. Los días a su lado se me habían hecho tan cortos.

–¿A dónde iremos? – Pregunté, luchando con todas mis fuerzas por estar bien. Quizás si no pensaba en ello y me aferraba a la vida podía prolongarla.

–No lo sé aún, Lus. Tengo que pensar...

Yo lo hice. Pensé en aquella vez, cuando alguien le disparó. Él sabía sacar una bala. ¿Y si podía sacármela a mí? Quizás hasta podríamos ir al veterinario.

–¿Recuerdas aquella vez cuando dijiste que tenía que sacarte la bala?

–Lo recuerdo.

–¿Tú sabes sacarla? – me miró sin comprender. – Me ha dado, Jesse.

–¿Qué? – frenó tan bruscamente que derrapamos por la nieve y estuvimos a punto de tener un accidente. A él ni siquiera le importó. Aparcó el auto en la cuneta y me miró. – ¿Dónde?

Me levanté el chaquetón y dejé que él viese toda aquella sangre.

–¡Joder!

Apretó la cabeza contra el reposacabezas y gritó de rabia antes de volver a la carretera, haciendo un giro brusco, a punto de chocarse con un camión que iba en la dirección contraria.

–¡Jesse! – me quejé al verle tan temerario. Pero él no me escuchaba, estaba pensando en un plan para salvarme. – Tienes que dejar de conducir así. Me dará un ataque y moriré antes de tiempo.

–No vas a morir – contestó bruscamente. Parecía cada vez más enfadado con todo aquello. – Vale. Bien. ¿Tienes contigo el teléfono de prepago?

–¿Por qué preguntas ahora por eso? Creo que tenemos cosas más importantes de las que ocuparnos, Jesse.

–Dime si lo tienes o no, Lus.

–No lo tengo.

–Vale. Pues... – abrió la guantera y señaló hacia el suyo, que estaba guardado ahí. – Cogerás el mío y esperarás a mi llamada. Eso es lo que haremos. Te haré una llamada cuando sea seguro y tu responderás. – Yo no entendía nada de lo que me estaba diciendo. – Iremos al hospital.

–¿Qué? ¡No! – me quejé. – Dijiste que no podíamos ir a un hospital, que avisarían a la policía.

–Te estás desangrando, Lucy, maldita sea. ¿Crees que me importa una mierda lo que me suceda ahora?

–No. Jesse... seguro que hay otra solución. Podríamos ir al veterinario o podrías intentar sacarme la bala tú.

–Todo eso implica perder un precioso tiempo que no tenemos. No voy a arriesgarme a perderte sólo porque el puto FBI de los huevos me esté buscando. – Negué con la cabeza, aterrada. – Lo haremos así. Te llevaré al hospital y me largaré antes de que aparezca la poli. Luego iré a comprar otro móvil prepago y te llamaré. Cuando estés a salvo te sacaré de ahí y nos largaremos.

–Le veo lagunas a este estúpido plan.

–Es el único que tenemos.

El camino hasta el hospital fue tan largo que por momentos creí que se me iba la vida. Me aferraba al brazo de Jesse con todas mis fuerzas, temiendo perder la vida sin darme cuenta.

Él aparcó de cualquier manera en el aparcamiento de la ambulancia y entró conmigo en brazos. Yo en esos momentos ya ni siquiera podía apreciar las cosas de la misma forma. Sentía que se me iba la vida.

Fui depositada en una camilla antes de que me llevasen al interior de un quirófano y me alejasen de ese hombre bueno que lo único que quería era salvarme la vida.


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