Capítulo 2. Empezar de cero.
El teléfono de prepago que tenía dentro del bolsillo del anorak consiguió romper ese perfecto silencio que detestaba y lo descolgué con rapidez.
–¿Cómo estás? – Preguntó la amable voz de mi hermano, ese al que añoraba cada día.
–Todo lo bien que puede estar una persona que ha sido obligada a huir de su hogar. – Negó con la cabeza, pues sabía que en aquellos días estaba más pesimista que nunca.
–¿Cómo van las sesiones con el padre Thomas?
–¿Te refieres a mi tapadera? Soy una buena mentirosa. Todo el mundo cree que soy una yonki que está intentando dejar la droga. – Él no dijo nada, se quedó mirando a uno de los tanques en los que solía preparar la cerveza, antes de que yo hablase de nuevo. – ¿Cómo le va a Rafa? Dime que ha encontrado algo.
–Ya sabes que no me habla sobre eso. Pero lo hará. Es muy bueno en su trabajo, así que seguro que encuentra las pruebas que relacionen a Valdés con este asunto y después te llamarán a declarar como testigo. Entonces... toda esta maldita pesadilla habrá terminado y tú podrás volver a casa.
–¿Mamá sigue preguntando por mí?
–Lo hace cada vez que voy a verla. Sigue pensando que sigues internada en un centro de recuperación. Le he dicho que no puedes comunicarte con el exterior, que es parte del programa y se lo ha tragado.
–Ya veo... No es tan difícil de creer para ella que sea una drogadicta, ¿no?
–Céntrate en las cosas importantes y olvídate de todo lo demás. Lo estás haciendo genial, hermanita. Rafa cogerá a esos cabrones muy pronto. Y cuando se celebre el juicio... todo habrá acabado. Bueno... ¿tú cómo estás?
–Estoy bien.
Él no necesitaba saber lo jodida que estaba, sobre las pesadillas nocturnas que seguían acechándome.
–Tengo que colgar. No es bueno alargar mucho las conversaciones. Rafa dice que no es seguro.
–Hablaremos el mes que viene, supongo.
–Por aquí va todo bien, por si te lo preguntabas. Daniela sigue trabajando en la clínica y las gemelas preguntan por su tía Luci todos los días. – Sabía que estaba exagerando, posiblemente ni siquiera me reconocerían.
–Siento mucho si las asusté cuando estuve allí.
–Te llamaré pronto, Luiy. Cuídate.
La comunicación se cortó al otro lado y yo me retiré el teléfono de la oreja. Le quité la batería y lo dejé sobre el sofá. Entonces miré hacia la acera de enfrente, fijándome en un hombre que llevaba un gordo anorak de color amarillo.
Mariano tenía razón en una cosa: esos cabrones jamás me encontrarían en un lugar como aquel.
Me permití pensar en Rafa un momento y recordé lo que sucedió esa noche, la noche en la que mi vida cambiaría por completo.
«Hacía ya un rato que había salido de la ducha y me había puesto la ropa que mi cuñada me había prestado, pero me resistía a dejar de mirar al espejo. No podía dejar de pensar en Carlos y en la forma tan abrupta en la que murió. Ni siquiera tuve el valor de cortar con él, si lo hubiese hecho... probablemente no estaría envuelta en aquella mierda.
Escuché el timbre sonar, pero ni siquiera me inmuté, seguí peinando mi cabello. Y mientras lo hacía recordaba la noche en la que Carlos y yo nos conocimos, dejando que una sonrisa de añoranza se dibujase en mi rostro.
Fue una noche cualquiera, un sábado más en los que frecuentaba el garito de siempre después de una sesión de trabajo en el estudio, junto a mis compañeros de trabajo que ya estaban demasiado drogados como para acordarse de mí.
Me pasé con los chupitos de vodka y terminé pidiéndome un vaso de Jack Daniel's con hielo.
Mi amiga estaba en la pista dejándose magrear por varios tíos, y el resto de compañeros del estudio... no tenía ni idea de dónde estaban. Así que... como siempre acabé bebiendo sola en la barra. En cualquier otra circunstancia habría estado buscando víctima a la que engatusar para llevarme a la cama, pero en aquel momento tenía otras cosas en la cabeza. Acababa de terminar una relación de tres meses con un ex militar adicto al sexo y había tenido que ir a comisaría para ponerle una orden de alejamiento porque el muy capullo no dejaba de acosarme. Ni siquiera quería pensar en el idiota de Rafa en ese momento, tenía demasiadas cosas con las que lidiar en aquellos días.
Ladeé la cabeza para mirar a Mónica que seguía bailando como si nada y me fijé en algo que llamó mi atención. Era un chico de cabello aleonado que parecía un cantante de rock. Nuestras miradas se cruzaron en seguida, pese a no haberlo pretendido y me di cuenta de que había una fuerte tensión sexual entre ambos.
Sin embargo, seguí disfrutando de mi copa y fingí no haberle visto, pues parecía de lo más acaramelado con una chica morena.
–Hola – saludó cuando me tomaba mi quinto sorbo. Levanté la mirada para verle más de cerca. Era guapo, pese a lo estrafalario que vestía.
Por un momento nos imaginé juntos en una posición cómoda teniendo sexo, en algún lugar de esa discoteca. Y eso fue suficiente para cabrearme conmigo misma, pues yo acababa de dejarlo con Lucas.
–Llevo un rato mirándote desde la pista de baile... eres nueva por aquí ¿no?
–No – contesté después de tomarme mi tiempo para dejar mi copa sobre la barra – vengo todos los sábados después del trabajo.
–¿Sí? Es una pena no haberte visto antes por aquí.
–Oye, esa manera tuya de ligar apesta. ¿De verdad consigues algo siendo así? – rompió a reír y luego le hizo una señal al camarero para que le pusiese algo. Parecía ser un cliente habitual, porque no tuvo ni que preguntarlo.
–Te sorprendería la de veces que funciona.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Rafa en el pasillo.
–¿Dónde está ella?
–En mi habitación – contestó mi hermano. Su amigo le echó a un lado, sin tan siquiera darle explicación. Parecía estar más afectado que de costumbre.
–No entréis. Necesito una conversación privada con ella... para hablar del caso. – añadió con rapidez, al darse cuenta de que su mejor amigo podría malinterpretarlo si actuaba tan ansioso con la situación.
La puerta se abrió y nuestras miradas se cruzaron. Tragué saliva y me lamí los labios, evitando pensar en lo que había sucedido entre él y yo hacía ya tiempo.
Estaba enfadado como siempre que me veía, pero ... además, estaba preocupado. Como aquella vez en la que apareció en mi casa después de que mi hermano le confesase que estaba inquieto porque me había visto marcas en el cuello.
Miles de palabras se cruzaron por nuestras mentes antes de que ninguno de los dos dijese algo. Éramos demasiado cabezotas para admitir un error, orgullosos para pedir perdón y aún más tímidos para hablar sobre sentimientos.
–¿Qué has visto? – Preguntó al fin, decidiendo que se centraría en el caso, y dejaría todo lo demás a un lado.
–He visto la muerte de Carlos ... – bajé la mirada, recordando aquel momento y él tragó saliva. Cerró la puerta detrás de él y caminó hacia mí – y la cara de esos cabrones. Intentaron matarme, ¿sabes?
–Ven aquí – me estrechó entre sus brazos, antes si quiera de que me hubiese apartado y una holeada de su desodorante Axe inundó mis fosas nasales. Su cálido calor corporal consiguió relajarme, pese a lo histérica que estaba aún. Sabía que él siempre estaría allí para salvarme, a pesar de lo mucho que yo intentase apartarle o mostrarme indiferente. – Nada va a pasarte. Lo solucionaremos.
–¿Me ayudarás? – sonrió al separarme, antes de mirarme.
–Siempre lo hago, ¿no? Te saco de cada jodido problema en el que te metes. ¿Por qué sigues frecuentando a ese tipo de tíos, Lucía? Después del tío adicto al sexo pensé que ya no había nada peor. Pero entonces empezaste a salir con ese capullo. Un puto drogadicto que pasaba droga en las calles y que te trataba mal.
–No me trataba mal – me quejé.
–Lo hacía. Y no hablo sólo de esos pequeños incidentes en el sexo por los que acabaste en el hospital. Hablo de la forma en la que te hablaba. Esa enfermiza forma de ser tuya... ¿por qué necesitas reformar a cada capullo de este mundo? ¿por qué sigues pensando que no mereces a un buen hombre, joder?
–¿Un buen hombre como tú? – tragó saliva, porque no quería recordar la misma mierda de siempre. No quería discutir otra vez. – Ya hemos hablado sobre eso miles de veces, Rafa. No habría funcionado. Tú eras el mejor amigo de mi hermano y yo me aburro con facilidad de los hombres. No te merecías estar con alguien así.
–No. Joder. Ni siquiera me diste una sola oportunidad y huiste para irte con ese capullo. Entre tú y yo había algo, pero lo terminaste antes si quiera de que empezara.
–No había nada. Sólo nos acostamos un par de veces.
Sabía que le molestaba terriblemente que siguiese negando algo evidente, pero yo no tenía el cuerpo para lidiar con eso.
–Mira. No estoy aquí para hablar sobre nosotros ahora. Estoy aquí porque estoy preocupado y porque no voy a dejar que nada malo vuelva a pasarte. – Una parte de mí quería creer en sus palabras. – Deberías venirte conmigo a mi casa.
–¿Qué? ¡Ni de puta coña, Rafa!
–¿Y qué vas a hacer? ¿quedarte aquí y poner en peligro a tu hermano y su familia? Si esos tipos de buscan... ¿no crees que estarás mejor con un policía que con un civil? Confía en mí, joder. Te prometo que haré hasta lo imposible por mantenerte a salvo.»
Hasta lo imposible. Eso prometió. Y ... lo cierto era que lo había cumplido. Me había conseguido una nueva identidad y me había mandado lo más lejos que se le ocurrió para evitar que sus colegas corruptos pudiesen descubrirme, los mismos que habían sido comprados por Valdés. Nadie podía saber sobre la identidad de la chica que había visto a los hombres de ese magnate cometer un asesinato.
Cerré la ventana y me acerqué a la puerta. Me coloqué el gorro de lana y los guantes que estaban colgados en la percha antes de echar un leve vistazo al lugar en el que vivía. No tenía fotografías y apenas pertenencias. Había un saco de boxeo colgado en medio del salón, que usaba algunas veces cuando dejaba que la rabia me dominase, pero siempre terminaba con cardenales en las manos por ser tan terriblemente floja. Y tenía escondida una pistola en el techo falso del baño, por si en algún momento tenía que usarla, pese a no tener ni idea de cogerla.
Salí de casa y caminé entre la nieve, pese a ser difícil. Tenía una sesión grupal en la parroquia. Me mentalicé por el camino: era una drogadicta y llevaba un año limpia. El mismo tiempo que llevaba en aquel lugar.
Subir aquella cuesta consiguió que me diese un maldito ataque de tos y no fue hasta que se me pasó en que me di cuenta de que había alguien que no había visto nunca en la puerta de la parroquia, fumando. Era un hombre de unos treinta y pocos, que llevaba un gorro negro de lana cubriéndole la cabeza y un anorak amarillo que me resultaba extrañamente familiar.
¡Oh Cielos! Era el chico de antes. El que había visto al otro lado de la calle, desde la ventana, antes de salir de casa.
¡Oh no! ¿Y si era uno de los hombres de Valdés? ¿y si había sido mandado allí a matarme?
Ni siquiera podía apreciarle bien porque estaba muy oscuro.
Sacudí la cabeza y seguí con mi camino. No podía volver a perder la cabeza sólo por las casualidades de la vida.
Tiré de la puerta, cabizbaja y caminé por aquel largo pasillo hasta la sala de la reunión que ya estaba preparada. Las sillas formaban un gran círculo y el padre Thomas dejaba sobre las mesas junto a la puerta magdalenas.
–Buenas tardes, Ana – me saludó. Le hice una señal con la cabeza y me senté en una de las sillas, fijándome en algunas caras conocidas.
–¿Cómo estás, Ana? – Me saludó Cinthya. Le hice una señal con la mano, como siempre solía hacer.
Era de pocas palabras con aquella gente, en especial porque hablar en inglés siempre me costó, pese a entenderlo a la perfección. Aún estaba adaptándome a aquel lugar.
En un par de segundos, todas las sillas habían sido ocupadas, pero yo no estaba muy pendiente de ello.
–Bien. Ya estamos todos... – comenzó el padre Thomas, sentándose en su lugar. – Veo que hoy tenemos algunas caras nuevas. ¿Quién quiere empezar? ¿Anna?
–Hola, soy Anna y soy adicta. Esta semana fue peor que la anterior. Estuve tentada a volver a consumir en un par de ocasiones y todo es por culpa de este lugar. Es demasiado silencioso.
–Pero ¿estás bien, Anna? ¿conseguiste resistir?
–Sí. Ya llevo un año y dos meses limpia.
–Bien, Anna. Lo has hecho bien. ¿Alguien más quiere compartir algo? – Fue silencio lo que se escuchó después de eso. – ¿Qué tal tú? El chico del anorak amarillo. Eres nuevo, ¿no?
–Preferiría sólo escuchar esta vez.
–Por supuesto, es tu primera vez aquí. ¿Qué me dices de ti, Cinthya?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro