Capítulo 19. La pesadilla.
Almorzamos viendo una tonta película en la televisión, esa que no cogía canales debido a lo alejados que estábamos de la civilización, pero en la que podíamos ver cualquier película en DVD que pudiésemos adquirir.
–¿Por qué los americanos adoráis tanto el cine en blanco y negro? – me quejé de pronto, haciendo que dejase de reír por lo cómica que había sido la situación de los protagonistas. Dejó el trozo de pizza que aún sujetaba sobre el plato y se sacudió las manos antes de contestarme.
–¿Bromeas? Las películas en blanco y negro son las mejores. Al menos es lo que Jane solía decir.
–Debería hablarte un poco sobre Carlos para que te pongas tan celoso como yo lo estoy ahora – me quejé, mientras me subía sobre él, haciéndole reír. – ¿Me oyes, Jesse? Estoy celosa.
–Bien. Háblame sobre él si quieres.
–No es tan genial como estás esperando. Eres el chico más dulce con el que he estado nunca.
–¿Dulce? – asentí. – ¿Cómo era él para que digas que soy dulce?
–Era un chico duro.
–Define duro.
–Era posesivo, borde y odiaba que le llevase la contraria en público. Le gustaba los juegos en el sexo y ...
–¿Qué juegos?
–Le gustaba azotarme.
–¿Y a ti? ¿te gustaba que te azotase?
–Yo estaba tan enganchada que ni siquiera sabía decir que no a esos juegos. Tan sólo quería complacerle al principio, ¿sabes?
–¿Por qué él quería hacerte daño? Eso es lo que no me explico.
–¿Por qué Jane y tú queríais haceros daño a vosotros mismos con la meta? Eso es lo que no entiendo. – Se fijó en la forma en la que lo había dicho y se quedó embobado mirándome, mientras yo apoyaba la mano en su mejilla y la acariciaba despacio. Le había salido una ligera barba que raspaba mis dedos.
–Él era agresivo y yo soy dulce. Pero ... ¿cómo eran los demás? Antes dijiste que solías reformar a los chicos con los que estabas.
–Eran malos tipos, Jesse. Peligrosos en su mayoría. Me gustan los chicos malos.
–Entonces... ¿por qué te has fijado en mí? Yo ya no soy el tipo malo. No quiero volver a serlo nunca más.
–Ya te lo he dicho. Tú eres mi excepción. Eres diferente.
Algunas semanas pasaron y nos olvidamos completamente de los tipos del garaje. Jesse empezó a tomarse en serio lo de tallar en madera y ya no solo lo hacía porque le relajaba. Hizo cajas de distintos tamaños con bonitos motivos de decoración, incluso un tiovivo.
Entre en su santuario, observándole allí trabajando y me fijé en su cabello, estaba mucho más largo que la primera vez que lo vi, por no hablar de su barba, mucho más abundante.
Hacía frío en aquella parte, pues al no estar conectada con la casa, la estufa no la calentaba. Pero, entré en ella llevando tan sólo su camiseta blanca. Me había encantado cuando el día anterior dijo que me quedaba mejor a mí que a él.
Un escalofrío me recorrió entera y quise darme prisa para llamar su atención. Me había levantado con ganas de él, pero era tan terriblemente tímida que ni siquiera me atrevía a pedirlo abiertamente.
–Esta pieza es grande. – Intenté hacerle perder la concentración, pero él ni siquiera me miró. – ¿Qué es? – Sonrió y se mordió el labio, como si pudiese leerme la mente de alguna forma.
–Será un baúl. – Sonreí como una tonta.
–¿Es para mí?
–Dijiste que querías uno.
–Me encantará el regalo.
–¿Regalo? Oh no. Me lo vas a pagar. – Me señalé con el dedo. Yo no tenía dinero. – Pienso cobrármelo en carnes. – Rompí a reír sin poder evitarlo. Él me gustaba demasiado. Levantó la cabeza en ese justo instante, dándose cuenta de lo terriblemente sexy que estaba con su camiseta. – ¿Sabes qué? – Dejó el cincel en su lugar y se lamió el labio inferior antes de continuar. ¡Cielos! Me derretí allí mismo sólo con eso. – Creo que voy a tomar un pago anticipado ahora mismo.
–¿Ah sí? – me hice la inocente lo más que pude, sin moverme del sitio, hasta que sus manos se afianzaron alrededor de mi cintura y me atrajeron hasta él. Luego las metió debajo de la blusa y se aferró a mis nalgas.
Me besó apasionadamente después de eso, mientras yo metía las manos por debajo de su camiseta y tocaba sus perfectos pectorales. Me había tocado la lotería con un bombón como él. Nunca había estado con un hombre tan apuesto.
Me subió a la mesa de trabajo, ansioso, sin apenas poder respirar o pensar con claridad. Sólo sabía una cosa y era lo rápido que necesitaba sentirse dentro de mí.
Una oleada nos recorrió a ambos tan pronto como lo hizo y detuvimos nuestros besos para mirarnos el uno al otro. Su piel me quemaba con cada tacto y necesitaba de él de una forma enfermiza que no entendía.
Nunca antes he sentido algo así por ningún otro hombre, nunca me ha bastado una mirada, una caricia o un beso para saber lo que quería, para que me viese el alma de una forma inexplicable, sin necesidad de palabras.
–Deberíamos continuar esto dentro – dijo de pronto, deteniéndose de golpe, dejándome con ganas de más – se me está congelando el culo, Lus.
Rompí a reír, sin poder evitarlo, pero acepté su proposición.
Mi vida era perfecta en aquellos días, sentía que no podía pedirle más a la vida. Incluso ayudaba a Jesse a hacer diseños en la madera, él me enseñó y luego otro día yo le enseñé a pintar un bonito paisaje sobre madera, aunque... lo cierto es que terminamos jugando, manchándonos la cara de pintura y teniendo sexo en el taller. ¡Qué novedad!
Él me gustaba mucho y tenía razón ¿sabéis? No tenía ni idea de cómo gestionarlo, por eso no podía concebir que fuésemos más que amigos con derechos. Porque aquello tenía fecha de caducidad. No podía durar. Él era ... bueno... era Jesse y yo... yo era demasiado compleja para un tío tan simple como él.
Y podéis pensar... ¿cómo iba a ser tu vida perfecta si estabas huyendo, refugiándote en casa de tu vecino el buenorro con el que ocasionalmente tenías sexo?
Pues sí. Lo cierto es que sí. Mi vida era un completo caos. Pero ... cuando estaba con Jesse, cuando lo miraba y él me devolvía la mirada de esa forma que me hacía temblar... perdía la noción del tiempo y me olvidaba de todo.
Esa noche estaba más inquieta de lo habitual, las pesadillas volvieron, incluso veía a un capullo pegándole un tiro en la cabeza a Jesse mientras yo me quedaba en shock, sin poder hacer nada para salvarle.
–Tranquila – sus brazos me rodearon y me calmó tan sólo con su calor corporal. Estaba a salvo, en nuestro refugio. – Vuelve a dormirte. Estás conmigo.
Cerré los ojos y creí escuchar algo fuera. Quizás sólo estaba sugestionada aún con aquella pesadilla, pero por si acaso quise preguntarle a Jesse.
–¿Qué ha sido eso?
–¿El qué?
–He oído algo fuera, como un coche.
–No hay nadie fuera, Lucy.
–¿Puedes ir a comprobarlo?
–Bien, iré a comprobarlo. – Se sentó en el colchón y empezó a vestirse.
–Ten cuidado.
–Volveré en seguida.
Me dio un beso en la frente y bajó las escaleras hasta la parte de arriba. Se puso el resto de la ropa y se asomó a la ventana, sorprendiéndose de ver un coche que no era suyo ahí fuera.
Abrió el cajón para coger su arma y se la metió en el bolsillo trasero del pantalón, luego abrió la puerta y salió a recibir al visitante.
–Esto es una propiedad privada, amigo – le dijo al muchacho.
–Sí. Lo sé. Pero ... creo que me he perdido – él no se fiaba. El tipo no le daba buena espina y no era para menos.
Bajé las escaleras algo preocupada al escuchar voces fuera. Tengo un buen oído para estas cosas. Me vestí y me acerqué a la ventana, mirando a Jesse a la defensiva mientras hablaba con aquel tipo que ni siquiera podía apreciar debido a la poca luz del lugar.
–Verás, estoy buscando un lugar. Me han dicho que por aquí vivía un tipo que se llama Jason Faulkner.
–Soy yo. ¿En qué puedo ayudarte?
–Ya veo.
Jesse y ese tipo sacaron su arma a la vez, disparándose el uno al otro. Ambos consiguieron darle al otro en el brazo, al estar a tan poca distancia.
–¡No! – grité aterrada. Salí por la puerta y corrí hacia él. Eso logró que ambos perdiesen la concentración y que ese hombre apuntase hacia mí.
–Vuelve dentro, Lucy. – pidió, sin mirarme si quiera, poniéndose delante de mí para que ese hombre no pudiese hacerme daño. Entonces se dirigió a él. – Si vuelves a apuntarla las cosas no van a terminar bien para ti. – el hombre rompió a reír, sin poder creer su descaro.
–¿Dónde están? – Preguntó ese hombre, sin dejar de apuntar hacia Jesse.
–¿Quiénes?
–Los hombres que vinieron a buscarla antes que yo.
–Ah, te refieres a los que se atrevieron a apuntarla antes que tú.
–¡Maldito hijo de puta! ¿Qué has hecho con ellos?
–¿Quieres verlos ahora? Están ahí detrás.
–¿Dónde? – preguntó ese hombre con interés.
–Sólo hay una pega si vas allí ya no podrás volver.
–¿Cómo te atreves...?
Jesse disparó el arma. Se escuchó un solo tiro y alguien caer. Pero yo no podía mirar. Tenía miedo, demasiado.
–Vuelve dentro, Lucy. Yo debo deshacerme de este capullo.
–Ya está muerto. Porque está muerto, ¿verdad?
–Lo está – prometió, dándose la vuelta para mirarme. Miré hacia su brazo que no dejaba de sangrar. – No es nada. – Prometió.
–Tenemos que ir a un hospital, ahora mismo.
–Eso no va a pasar.
–Te estás desangrando, Jesse.
–En un hospital hay registros y lo primero que hacen con una herida de bala es llamar a la poli.
–¿Y qué haremos, Jesse?
–Por lo pronto limpiar este desastre, tengo que meter a ese cabrón en el maletero hasta que pueda conseguir un bidón y algo de ácido para deshacernos de él. Luego... un torniquete para detener la hemorragia y luego buscaremos la bala.
–No. Primero tienes que curarte tú, luego nos ocuparemos del cuerpo.
–Bien, lo haremos cómo tú quieras entonces. Ve a por el alcohol del botiquín y trae unas pinzas.
–¿Unas pinzas? ¿las de depilar por ejemplo?
–Esas podrían servir.
–Vale.
Corrí dentro de la casa. Cogí del baño el botiquín y lo llevé al salón, dónde él esperaba sentado en la silla. Se había quitado el cinturón para apretarse con todas sus fuerzas el brazo con él.
¡Cielos! Su brazo no dejaba de sangrar.
–Coge unas tijeras de ahí dentro y córtame la tela de la camiseta – ordenó. Lo hice, pese a que no podía dejar de temblar. – Dame el alcohol – y lo hice. Se derramó casi medio bote en la herida, dejando escapar sus alaridos de dolor, lo que me dejaba claro lo mucho que le dolía. – Bien, ahora tendrás que hurgar en la herida y buscar...
–¿Yo? – me señalé con el dedo, terriblemente asustada, negando con la cabeza una y otra vez. – Yo no puedo, no puedo, Jesse.
–Escúchame – imploró mientras yo seguía negando con la cabeza. – Puedes hacerlo. – volví a negar una y otra vez, pero él me agarró de la mano y me atrajo hasta él. – ¡Saca la maldita bala, Lucy!
–No puedo hacerlo, Jesse. No puedo.
–Vale. Entonces me desangraré aquí y moriré.
–¡No! Podemos ir a un hospital o a un maldito veterinario, dado el caso. A un lugar dónde sepan extraer una bala.
–Inténtalo al menos, Lucy.
Miré hacia la herida que seguía supurando sangre, aunque con menos intensidad. Volví a echarle alcohol sobre ella y miré dentro. Era una completa asquerosidad y ni siquiera podía ver la bala.
–No la veo, Jesse.
–Búscala con los dedos si quieres.
–¿Y cómo voy a saber qué es la bala y no un hueso?
–¡Saca la maldita bala de una vez!
–¡No puedo, ¿vale?! – Apoyó la cabeza en la ventana y sonrió con desgana. – ¿Jesse? ¿Podemos por favor ir a una clínica veterinaria o algo?
–Está bien. Iremos, pero conducirás tú.
Él estaba enfadado conmigo porque yo no pudiese hacerlo, pero joder... yo no era como él. No estaba acostumbrada a sacar balas del cuerpo de una persona y a ver morir a otra frente a mis narices. Y ya había visto a unos cuantos.
–Ve arriba y coge la bolsa con el dinero – le miré sin comprender – el veterinario no va a tratarme si no le pagamos, Lucy.
Le ayudé a salir de la casa y luego ambos miramos hacia el cadáver de ese tipo.
–Ve arrancando el auto, yo iré a guardar esto.
–¿A guardar?
–Prefieres que lo dejemos aquí y que cualquiera lo encuentre. Esto se llenará de policías, Lucy.
–Bien.
Arranqué la camioneta, mientras él metía con dificultad al muerto en el maletero y eso sólo conseguía ponerme incluso más histérica.
Se montó en el coche y puse rumbo al pueblo. Las cosas no iban bien ni por asomo, no sólo tenía a Jesse con una bala en el brazo que no podía sacarle, es que para colmo tenía un maldito cadáver en el maletero.
¡Cielos! Aquello iba a poder conmigo. Yo no estaba preparada para tantas emociones fuertes.
Nos paramos en el veterinario, que por supuesto estaba cerrado. Tuve que salir a coger el teléfono que había en la puerta y llamar. El hombre me aseguró una y otra vez que, al ser de noche, su tarifa tenía un precio más elevado.
–¿Qué tipo de animal es?
–Pues es... es... es grande – ni siquiera sabía cómo decirle la verdad.
–¿Y qué le ha pasado? ¿le has atropellado con el coche?
–Oh no. Es que le han pegado un tiro. Estábamos cazando, ¿sabe? Y claro, yo... yo...
–Bien. Voy en seguida. No os mováis de allí.
El hombre llegó pasada la media hora. Abrió el consultorio y esperó dentro a que entrásemos. Se sorprendió en cuanto vio a Jesse y negó con la cabeza.
–Ah no. Yo soy veterinario. Me ocupo de animales, no de personas.
–Por favor, tiene que ayudarle – supliqué.
–Pero es que yo no estoy preparado para esto, señorita.
–Es un brazo, no le pido que lo opere a corazón abierto. ¡Es un maldito brazo, maldita sea!
–El dinero – dijo Jesse a mi lado, como si estuviese a punto de desmayarse.
–Ah y le ofreceremos dinero. ¡Por favor!
–Lo siento. Como ya le he dicho antes no soy médico, soy veterinario.
–Pero tiene que hacer algo. ¡Se está desangrando! ¿Es que no lo ve?
–El dinero – volvió a rogar Jesse. Puso la bolsa negra sobre el mostrador y el veterinario se quedó con la boca abierta en cuanto vio tanto dinero junto.
–Está bien, haremos una excepción con su amigo, señorita.
–Gracias. ¡Oh, no sabe cuánto se lo agradezco!
El hombre sacó la bala y cosió la herida de Jesse, pero este se desmayó en mitad del proceso y eso sólo consiguió preocuparme.
–Está débil, va a necesitar una transfusión de sangre.
–Yo soy sangre universal. Puede ponerle la mía.
–Bien, probemos entonces.
Pasamos casi toda la noche allí hasta que Jesse despertó y la calma inundó mi corazón. Lo necesitaba, joder. No podía seguir adelante sola. Necesitaba sus malditas bromas para hacer mi vida más amena. Sus besos al despertar y sus miradas, y sus risas.
¡Cielos!
¿En qué maldito momento había sucedido? Me había enamorado de él, joder.
–Hola – me saludó con una gran sonrisa al verme.
–Hola – saludé yo. – ¿Estás listo para volver a casa?
Asintió y se sentó en la camilla, entonces se fijó en la vía, en la sangre que aún quedaba en la bolsa.
–¿Me han puesto la sangre de un perro o qué?
–Mi sangre. – Se quedó mirándome un momento antes de decir algo.
–¿Tenemos el mismo tipo?
–Mi sangre es universal.
–Ya veo. ¿Y la bolsa con la pasta? – La levanté en alto para enseñársela. – Bien, vámonos a casa. Aunque sería buena idea pasarnos por los grandes almacenes a comprar un par de bidones y productos químicos.
–Ni de coña. No vamos a ir a ninguna parte hasta que estés bien. – Sonrió, como si le encantase la idea de que estuviese preocupado por él.
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