Jesse salió del baño y se preocupó de no verme en la barra. Volvió sobre sus pasos y miró dentro del baño de mujeres, sorprendiéndose de no encontrarme dentro. Entonces volvió a la barra.
–¿Dónde está Anna? – preguntó al camarero.
–¿Qué pasa? ¿estás preocupado por no ser su única distracción? Deberías de acostumbrarte, tío. Las mujeres como ella necesitan a más de uno para jugar. – Jesse apretó los puños, con ganas de pegarle un puñetazo a ese capullo. Pero trató de calmarse al recordar que ese tipo sólo quería sacarle de quicio, pues había sido él el que llevaba toda la noche bailando conmigo.
–Al menos seré yo quien caliente su cama esta noche – el camarero rompió a reír, sin ganas. Se le notaba a leguas que no le hacía ninguna gracia.
–Tú lo has dicho, tío. Esta noche. Pero mañana... igual vuelve y deja que vuelva a darle lo suyo sobre la tarima.
Jesse actuó antes si quiera de haber pensado, se abalanzó sobre la barra, le agarró del chaleco y le pegó un puñetazo en la cara, haciendo que este se echase hacia atrás y se tocase el labio, el lugar en el que había impactado su puño.
–¿De qué vas, tío? Yo no tengo la culpa de que tu novia sea una zorra... – Jesse tuvo ganas de volver a golpearlo, pero se contuvo al darse cuenta de que tenía todas las miradas del local puestas en él. No le convenía despertar el interés de aquella forma. Cualquiera podría reconocerle. – ¿No te lo ha contado? – Jesse le miró, sin comprender. Él sonrió con malicia y se acercó a la barra, parecía que no quería que nadie más se enterase. – Entre nosotros hay algo...
–Es extraño. Porque ella me ha dicho que ibas a casarte.
–Ya... seguro que te ha dicho eso porque no quería decirte la verdad.
Jesse apretó los dientes, molesto, antes de agarrar su anorak y ponérselo. Se preparó para pagar nuestra cuenta, pues probablemente yo estaría fuera tomando un poco el aire, pero entonces... se percató de que mi bolso y mi chaquetón estaban sobre uno de los taburetes. Eso sí le resultó raro... ¿por qué salí sin abrigo? ¿acaso tenía tanta prisa?
–Dime cuánto te debo. – pidió mientras sacaba del bolsillo un fajo de billetes haciendo que Alan se fijase en él.
–La cuenta ya está pagada. Los otros amigos de Anna la han pagado.
–¿Amigos? – Preguntó él, sin comprender.
–Probablemente esté fuera en el coche de alguno de ellos haciendo un trío – bromeó, aunque a Jesse no le hizo ninguna gracia.
Salió del garito y subió las escaleras, buscándome por los alrededores. La zona estaba poco iluminada, pues las pocas farolas que quedaban con vida estaban cubiertas por escarcha.
–Por favor... – escuchó mi voz al borde de la desesperación y eso fue suficiente para que se detuviese en el acto, dejase caer mi chaquetón y mi bolso, y mirase hacia el lugar en el que la había oído. Estaba debajo de una farola que parpadeaba todo el tiempo.
–¿Ya vas a empezar a suplicar? – preguntó uno de esos tíos, dejando escapar una carcajada. Levantó su arma y me apuntó, mientras que Jesse buscaba la suya en el bolsillo de su anorak. La había traído por si acaso y nunca se sintió antes más agradecido con el "por si acaso" que en ese momento.
Cerré los ojos, sabiendo que aquello era el fin. Recordé cómo era mi vida antes de que todo aquello empezase, a mis amigos, a Carlos, cada momento con doble sentido junto a mi novio, a la banda del Pimiento, esa fatídica reunión en la casa de campo de uno de ellos, la muerte de mi novio, la visita a casa de mi hermano, cuando me fui con Rafa a su casa, lo que pasó entre nosotros esa noche, mi viaje a Alaska con una nueva identidad, mis largos días en aquel pueblecito aburrido y ... mi primer encuentro con Jesse.
Algo se encogió dentro de mí al pensar en Jesse. Ni siquiera le había confesado lo mucho que me gustaba. Moriría sin que nadie hubiese podido hacer nada y él se quedaría solo. Perdería a la tercera chica de una forma que no merecía.
El sonido de un disparo inundó mis oídos y eso consiguió que diese un respingón, porque no había dolido, no estaba muerta. ¿Por qué no estaba muerta?
El grito de dolor de ese capullo irrumpió en el lugar y su arma acabó en el suelo, porque alguien que había salido de entre las sombras acababa de pegarle un tiro en la mano. Aunque su intención fue dispararle en otro lugar, pero estaba demasiado oscuro.
–¡Maldito hijo de puta! – Ladeó la cabeza para conocer a su agresor, importándole bien poco el paradero de esa chica a la que debía matar.
–¡Corre, Lucy! ¡Corre! – La voz de Jesse se escuchó en el lugar, mientras apuntaba al otro tío con la intención de dispararle, antes si quiera de que este hubiese sacado su arma y el otro miraba al suelo intentando encontrar la maldita pistola. Pero ... Jesse fue más rápido y de una patada la mandó debajo del coche más cercano.
Mis ojos se fijaron en Jesse, incapaz de reaccionar y de huir si quiera. Aún estaba presa del pánico.
–No quiero matar a nadie – aseguró, histérico, apretando su arma con más fuerza de la normal. Parecía costarle mucho estar en aquella situación. – Así que si os vais ahora... nadie resultará herido.
–Un poco tarde para eso – rugió el de la cara rajada, con la mano ensangrentada.
–Dame tu arma – pidió al hombre de la calavera en el cuello. Este rompió a reír, como si estuviese delante de un aficionado. – Te digo que me la des, joder.
–Mátale, Óscar. El cabrón no va a matar a nadie. No me habría disparado en la mano si ese fuese el caso.
Yo sabía que en el fondo Jesse no quería matar a nadie, eso era cierto. Tan sólo estaba dándole a esos tipos la oportunidad de huir, porque no quería ennegrecer su alma un poco más. Pero los muy idiotas se resistían a dejarle hacer lo correcto.
–¡No! – Grité. Pero antes de haber podido si quiera pensar en nuestras posibilidades la acción transcurrió: El tal Óscar sacó su arma de su cartuchera con la intención de dispararle. Por suerte, Jesse ya estaba preparado y le pegó un tiro a ciegas, dándole en el pecho.
–¡Joder! – se quejó el tipo cayendo a la nieve, rebuscando por el suelo la pistola que se le había escurrido entre los dedos al caer, mientras se palpaba la herida. Estaba cerca del corazón. Tan sólo unos centímetros más y no estaría vivo. – Vámonos, Salvi. ¡Vámonos joder!
–¿Y dejar aquí a la chica? No, me parece que no.
–Tío, me estoy desangrando, joder. ¿Es que no lo ves?
–Ya has oído a tu amigo – añadió Jesse. – Deberíais iros.
–¡Hijo de puta! – insultaba el hombre de la cicatriz. – No deberías haberte metido en esto.
–¿Y dejar que le metieses una bala entre ceja y ceja a mi chica? ¡Oh, no! Eso estaba lejos de pasar.
¿Su chica? ¿en qué momento había dejado de ser su amiga con derecho a sexo y me había convertido en su chica?
–Iba hacerlo. Iba a dejaros ir sin derramamiento de sangre, pero tú has decidido...
–Salvi... – le llamó el tipo que estaba en el suelo que parecía cada vez más débil. – Vámonos de una vez.
–Deja de quejarte de una vez, tío. Ya estás muerto. Así que ... ¿de qué va a servir irnos ahora?
Jesse dudaba sobre el próximo movimiento de ese tipo. No parecía muy afectado por la posible muerte de su amigo, que se desangraba en el suelo. Parecía estar cavilando la posibilidad de matarme.
–Eres un maldito hijo de puta, Salvi – se quejó su compañero desde el suelo.
Sin que lo viésemos venir sacó su navaja, se abalanzó sobre mí, abrazándome por detrás, colocando la hoja de la navaja sobre mi cuello.
–Suelta el arma o me la cargo, tío.
Tenía miedo del resultado de todo aquello, porque Jesse se resistía a soltarla. Dudó varias veces. Lo miró a él, se tensó, luego miró hacia mí y maldijo.
–¿A qué esperas? ¿crees que no me voy a atrever? Me cargué a su anterior novio, tío. Le pegué una maldita bala en ...
–¡Cállate, joder! – gritó él, sin dejar de apuntarle a la cabeza. El tipo sonrió, al darse cuenta de que estaba a punto de vencer aquella batalla, pero Jesse se resistía a dejarse ganar, porque sabía que en cuanto tirase el arma ese cabrón me mataría. Y no quería perder a nadie más, ya había perdido demasiado a lo largo de su vida.
Un grito de rabia salió de sus labios antes de disparar. La bala se instaló en la frente de ese cabrón, salpicándome a mí con su propia sangre, antes de que cayese al suelo. Y se quedó sorprendido por haber dado en el blanco, pese a lo poco iluminado que estaba el lugar. Porque... podía haber fallado, joder. Incluso... había una posibilidad de que la bala me hubiese dado a mí.
Miré a Jesse horrorizada, sin poder si quiera reaccionar y él corrió en mi dirección para abrazarme. Lo hizo tan fuerte que realmente pensé que iba a deshacerme entre sus brazos. Entonces me di cuenta de que él había tenido tanto miedo como lo tuve yo de que las cosas saliesen mal.
–Tranquila – me dijo en cuanto empecé a temblar. Pero yo no podía calmarme, no cuando el pánico estaba en mi organismo. El terrible miedo que no sabía gestionar se desbordó en llanto. – Ya ha pasado.
Le apreté lo más fuerte que pude, aferrándome a la única persona que me había salvado al final. Ni siquiera Carlos pudo hacerlo, pese a prometerme por activa y por pasiva que nada iba a sucederme si estaba con él. Tampoco mi hermano y Alfonso, que planearon una nueva vida para mí fuera de España para que nadie pudiese encontrarme. Había tenido que conocer a Jesse, un cocinero de meta, para poder librarme de los tíos que seguían acechándome en mis pesadillas. Pero ... ¿a qué precio? Él había tenido que volver a matar, justo lo que prometió que no se repetiría después de haber abandonado su hogar.
–Lo siento... – me disculpé cabreada con la maldita situación, porque no era justo que para que yo pudiese seguir viviendo el tuviese que quitar la vida de otros. – Lo siento. Lo siento...
–Ei – se retiró y me miró. Tenía el rímel corrido por toda la cara, aquello era un verdadero desastre. Limpió mis lágrimas como pudo antes de hablar. – Esto no ha sido culpa tuya.
–Sí que lo ha sido – me quejé, echándome hacia atrás para seguir emborronándome la cara yo sola. Seguía temblando y él quiso poner una pausa a nuestra conversación para quitarme el frío. Se quitó su anorak verde y lo depositó sobre mis hombros. – ¿Y tú? – me quejé. Se encogió de hombros. – Debería volver al bar. He dejado mi bolso y mi chaquetón dentro.
–Yo los he cogido, pero los he soltado por alguna parte de esta oscuridad cuando he visto a esos tipos apuntándote con un arma. – Eso me sorprendió demasiado. – ¿Por qué no vas a buscarlo? Puedes alumbrarte con mi móvil para poder encontrar el camino...
–¿Tú qué harás?
–Esconder los cuerpos – me aferré a su brazo, aterrada y negué con la cabeza, en señal de que no quería que hiciese aquello por mí. – No puedo arriesgarme a que esto atraiga a la policía, Lucy. – Mis lágrimas volvieron a emborronarlo todo. Estaba tan asustada con todo aquello. No quería que él hiciese nada más, pero también entendía su situación. – Ve a buscar tus cosas y yo me ocupo de esto. Venga, ve – quitó mi agarre de su brazo y besó mi mejilla antes de caminar hacia el cuerpo de uno de ellos.
Ladeé la cabeza, horrorizada, porque no quería mirar hacia ese cadáver y me di la vuelta. Busqué dentro del anorak su teléfono móvil y lo abrí, empezando a alumbrar la penumbra de la noche, el suelo más concretamente, dando vueltas por aquel descampado mientras tan sólo es escuchaba los ecos de la lejana música que provenía del bar y los jadeos de Jesse.
–Esto es una mierda – me quejé, cansada de dar vueltas sin encontrar nada. Estaba tan frustrada por la maldita situación que por poco no me caigo cuando intenté dar un paso, al enredarme con el chaquetón que estaba en el suelo. Me agaché y palpé el suelo. Había encontrado mis cosas.
Recogí el anorak y mi bolso antes de volver a ponerme en pie, entonces miré hacia ese descampado tan poco iluminado. Me había alejado tanto de mi salvador, que ni siquiera podía verle.
–¿Jesse? – pregunté con un hilo de voz, tan bajo que solo obtuve silencio como respuesta. Emprendí la marcha hacia él por aquel terreno tan poco iluminado, siguiendo una hilera de farolas encendidas, hasta que llegué a una que parpadeaba y reconocí en seguida el coche azul que el tipo de la cara rajada aseguró que era suyo. Pero ... los cadáveres ya no estaban.
¡Cielos! ¿Dónde estaban? No podía ser que se hubiesen evaporado sin más.
Me quedé debajo de la farola parpadeante y apreté mis puños que sujetaban mis pertenencias. No podía convertirme en un mojón con patas solo porque estuviese asustada.
Intenté olvidarme de lo que había sucedido allí minutos antes y me centré sólo en calmar mi respiración mientras seguía buscando a través de la oscuridad. Entonces vi una silueta moverse acercándose poco a poco, mientras yo retrocedía, presa del miedo.
–¿Jesse? – volví a pronunciar su nombre en un desesperado intento de encontrarle.
–¿Esperabas a alguien más? – preguntó su voz a medida que seguía acercándose. Una sonrisa estúpida cruzó mis labios, seguido por una risa nerviosa, antes de correr hacia él, acortando las distancias hasta que conseguí abrazarle. Me sentí a salvo después de rodear su fuerte cuerpo con mis brazos y esconder la cabeza en su cuello, absorbiendo por mis fosas nasales su perfecto olor a menta. Me encantaba que siempre oliese a chicle de menta. – Vamos, nena, volvamos a casa. – Sonreí por el diminutivo que había usado para llamarme. Dio un par de pasos atrás y me agarró de la mano para conducirme a su coche, a medida que dejábamos atrás ese lugar y caminábamos juntos hacia la camioneta que nos llevaría de nuevo a la seguridad de nuestro hogar iba pensando en lo mucho que ese chico se me había metido dentro en tan poco tiempo. Se había convertido en alguien muy importante. Mi eterno ángel protector.
–¿Qué has hecho con los cuerpos?
–Están en el maletero.
Abrió el coche y ambos entramos en nuestros respectivos asientos. Arrancó el vehículo y puso rumbo hacia nuestro refugio en las montañas, sin mirar atrás.
Miré por la ventanilla mientras nos alejábamos del pueblo y me fijé en cada una de las estrellas que alumbraban el firmamento, antes de pensar en esos cadáveres que nos acompañaban a casa.
–¿Qué harás con ellos? – apretó el volante e hizo una mueca desagradable al pensar en lo que debía hacerse.
–Destruir pruebas.
–Lo siento – él negó con la cabeza, en señal de que no quería que siguiese culpándome por aquello – todo esto es culpa mía... – alcanzó mi mano y entrelazó sus dedos con los míos en un intento desesperado por calmarme. Me fijé en ese punto, en cómo la había llevado hasta él, hasta su regazo. Pensé en toda aquella pesadilla y en cómo le había involucrado a él también en ella. – Nunca debí haber ido a tu casa aquella noche...
–No te arrepientas de eso, Lus – me dijo sin perder detalle de la carretera. Me gustó como había acortado mi nombre de forma dulce y cariñosa – Entraste en mi vida para volverla divertida. ¿Sabes lo perdido que estaba antes de conocerte? Estaba jodidamente ... estaba jodido, ¿vale?
Levanté la vista, dejando de mirar hacia la forma en la que nuestras manos se unían y me fijé en su perfecto rostro de perfil, en aquella penumbra, sin apenas apreciarlo bien y recordaba hasta el más mínimo detalle. Y sonreí tenuemente, como una tonta, al darme cuenta de que aquello era más que una simple amistad con derechos, por mucho que me lo negase a mí misma. No iba a reconocerlo, no podía. Quería resistirme a involucrarme con alguien como él lo más posible, y no por lo que era, si no por lo mucho que había sufrido ya. No se merecía que una niñata caprichosa como yo jugase con sus sentimientos y ... yo me conocía lo suficiente como para saber lo cambiantes que estos eran.
Ladeó la cabeza para mirarme y me pilló en el acto. Sonrió mientras yo bajaba la cabeza, avergonzada y soltaba su mano para volver a meterla dentro de mí su chaquetón. Él sabía que era tímida en según qué ocasiones. Pese a eso, no hizo ningún comentario y siguió con su camino, cosa que agradecí.
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