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Capítulo 13. El refugio.


Tenía miedo, pero Jesse seguía diciendo que lo mejor para mí era que me fuese con él, que no pensase y tan sólo me dejase llevar. Confiaba en él como nunca antes he confiado en nadie, incluso más que en mi hermano, en Rafael o en Carlos juntos. Y no tenía ni pies de cabeza. ¿Cómo podía fiarme tanto de alguien a quién ni siquiera conocía?

Entré en mi casa y traté de no mirar nada, hice la maleta y cogí toda la ropa que pude, la que no había quedado inservible y llena de agujeros. Y luego cuando salí me monté en su camioneta, donde él me esperaba con el motor encendido.

Llevaba todo su dinero, su ropa y sus armas con él. Por lo que no pensaba volver.

¿A dónde iríamos?

Estaba asustada.

Pensé en mil locuras hasta que nos metimos por el mismo camino de siempre, hacia la montaña.

–Hace ya un tiempo que tenía preparado un plan B por si las cosas en el pueblo no iban como esperaba... – comenzó, explicándome al respecto. – Pensé que en algún momento alguien me reconocería y ... en ese momento tendría que huir a esconderme en algún lugar.

–¿Te reconocerían? – Eso fue lo único con lo que pude quedarme. – ¿Por qué iban a hacerlo?

–Mi cara debería estar por todas partes, en todos los noticieros del país.

–¿Eras un asesino en serie?

–¿Qué? ¡Por supuesto que no!

–Entonces... ¿qué fue eso tan grave que hiciste? ¿por qué estás en busca y captura?

–Era cocinero.

–¿Qué? – tragó saliva antes de explicármelo mejor.

–Cocinero de meta.

–¿Qué es meta?

–Metanfetamina. Crystal.

¡Por dios bendito! De todas las cosas que imaginé, ninguna se acercaba ni de lejos. Aunque no terminaba de entender bien lo que eso significaba, sabía que la metanfetamina era una droga.

–¿Eras un narco?

–No. Sólo cocinaba la droga que luego otros vendían y me daban mi parte de pasta. Era dinero fácil y yo era un puto irresponsable de mierda, ya te lo he dicho.

–¿Y cómo la hacías? Quiero decir... es algo así como la marihuana que se planta y ...

–No. Es más... un proceso químico. Es básicamente química. Tenía un socio que era el cerebro de la operación. Yo sólo era su ayudante, aunque después, cuando aprendí su fórmula, me convertí por un periodo de tiempo en cocinero a las órdenes de otros. Mira. No estoy orgulloso de lo que hice. Lo quise dejar muchas veces, pero esta es la definitiva. No quiero volver a ese mundo, nunca.

–¿Tan terrible fue lo que hiciste? Cocías droga en un taller. Me imagino que miles de personas consumían tu mercancía. Pero ... ¿no la habrían consumido de todas formas a través de otro proveedor?

–Maté a personas, Lucy. Ya te lo he dicho. Y no siempre eran malas personas.

–La policía te persigue porque sabe sobre esas muertes ¿entonces?

–Por eso y porque me relacionan con los cabrones que me encerraron en la jaula.

–¿Eso ha terminado? – asintió – ¿del todo? Bien. Seremos fugitivos ahora. No creo que haya mucha diferencia con como he estado viviendo este último año.

Su auto siguió subiendo por la montaña, hasta que se detuvo junto a una puerta de lo que parecía ser una propiedad privada. Abrió la verja y luego siguió avanzando. Estaba oscuro cuando llegamos a nuestro destino.

Él me guio hacia la cabaña de madera que sería nuestro refugio. El salón tenía una pequeña estufa de pelle y junto a esta había una pequeña mesa con dos sillas pegadas a la ventana. La cocina y el salón estaban unidos por una cortina de metal. El sofá estaba junto al televisor que era tan pequeño que estaba segura de que no podría apreciarse los detalles de las personas. Había unas escaleras de madera que subían a la boardilla y daban vueltas al gran muro de carga que había en medio del salón.

–Luego ordenarás tu ropa en el armario de allá – señaló a un lugar en el que no me había fijado. Parecía haber otra habitación más allí abajo, pero antes de haberla inspeccionada él tiró de mi mano para conducirme por esas escaleras de antes. – Dormiremos aquí.

Me fijé en el colchón que había en el suelo, era lo suficientemente grande para que durmiésemos los dos, pero el techo era tan bajo que no podríamos permanecer de pie. Pese a eso, me gustaba el lugar. No era la gran cosa, pero era un hogar. Algo temporal hasta que pensase bien lo que iba a hacer con mi vida.

–¿Y dónde nos bañaremos? Necesito asearme después de haberme pasado todo el día fuera de casa.

–El baño está abajo. Hay una ducha que funciona con el agua de un depósito. Así que si te duchas... no la gastes toda.

–¿Me darás una toalla?

–Están abajo, en la estantería. Ven, te enseñaré donde es.

Bajamos juntos, primero uno y luego el otro, aquello era demasiado estrecho para dos personas. Era más que obvio que él no pensaba compartir su refugio con nadie más cuando gastó el dinero en prepararlo.

Señaló hacia el pequeño baño que había entre la cocina y el salón.

¡Cielos! Era tan minúsculo que ni siquiera estaba segura de caber ahí dentro. El váter estaba pegado al lavabo y este a la ducha, ni siquiera tenía mampara.

–Es un poco... – empecé mientras él alargaba la mano desde la puerta para coger la toalla. A ese nivel de estrecho era ese lugar. – Pequeño. Este refugio es para una persona, Jesse.

–No pensaba en compartirlo cuando lo construí – contestó. Justo como había esperado. – Pero ... piensa en las posibilidades – le miré, sin comprender. – No me importa nada tener que chocarme contigo todo el tiempo.

–Somos amigos – recalqué, porque me bastó sólo una mirada para saber lo que él estaba proponiendo.

–Amigos con derecho a sexo. Eso dijiste. – Levantó la mano para agarrarme de la cintura y atraerme hasta él – y pienso aprovecharme de ese derecho, Lucy.

Me besó entonces, haciéndome perder la maldita razón, con las respiraciones aceleradas, dando traspiés por el pequeño baño, desnudándonos con ansiedad, hasta terminar desnudos frente al otro.

–Esto es muy pequeño – volví a quejarme cuando mi espalda chocó contra la pared.

–Es perfecto – admitió al levantar mi pierna para que fuese más fácil llevar a cabo su próximo movimiento. Sentirla dentro me cortó la respiración, y lo hicimos sin poder detenernos, hechizados por aquella necesidad, olvidándonos de todo lo demás.

El éxtasis nos golpeó, dejando nuestros cuerpos exhaustos, en una plena calma desbordante. Abrió la ducha haciendo que la templada agua nos mojase a ambos, pese a lo pequeño que era el espacio.

Sus manos se deslizaron por mi cuerpo tratando de enjuagarme bien, incluso alcanzó una pastilla de jabón para lavarme bien. Me dejé hacer. Era la primera vez en toda mi vida que estaba experimentando algo igual, nunca antes me había duchado con un chico con anterioridad.

–Tu piel es tan suave que parece terciopelo – me dijo, haciéndome sonreír. Luego me enjabonó la cabeza, y lo aclaró todo con agua. Entonces me fijé en él.

–Tú también deberías asearte – no me quitó los ojos de encima y jadeó en cuanto mis manos se establecieron en su pecho. Me ayudé del jabón para que mis manos se deslizasen solas por su piel, y él no hizo otra cosa más que mirarme, mientras lo enjabonaba, hasta que llegué a su grueso miembro que ya se suponía que debía de haberse relajado después de haberse descargado dentro de mí, pero seguía duro y eso consiguió encenderme de nuevo.

–Eso puedo hacerlo yo – me dijo, algo avergonzado, quitándome la pastilla de jabón de la mano.

–Lo haré yo – corregí, apoyando mi mano desnuda sobre su miembro, haciéndole jadear, encantado.

–Lucy... – jadeaba mi nombre a cada tanto, mientras su frente se presionaba contra la mía y su piel se tersaba con cada uno de mis movimientos. Terminé por sujetarla con precisión y la masajeé con seguridad, intensificando la situación.

Su respiración y sonidos se intensificaron, su garganta empezó a desgarrarse y echó la cabeza hacia atrás, sin poder detenerse, cada vez más loco.

–No tan rápido – suplicó, agarrándome la mano, guiándome en los movimientos. – Quiero disfrutar de esto, Lucy. De ti.

Su mano me guio hasta que conseguí marcar el ritmo correcto y entonces sus manos se entrelazaron alrededor de mi cintura, pellizcándome el trasero a cada tanto, volviendo a dejarse llevar por aquello.

–Joder – empezó a gemir, con esa palabra que no sabía bien si quería decir una palabrota o si por el contrario estaba rogándome por volver a tener sexo.

Su cabeza se echó hacia atrás entonces. Realmente pensé que iba a doblarse el cuello por la forma en la que lo hacía, su nuez en su garganta se movía mientras sus gemidos sonaban cada vez más altos, hasta que consiguió llegar al éxtasis y se descargó en mi mano, salpicando mis piernas.

El agua lo enjuagó todo y entonces el levantó la cabeza, fijándose de nuevo en mí.

–Definitivamente me va a encantar compartir esta pequeña cabaña contigo – rompí a reír, sin poder evitarlo y entonces él apagó el grifo. – ¿Quieres cenar algo?

–Eso estaría muy bien. Tengo hambre.

–Ven, he traído algunas latas de comida precocinada.



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