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Capítulo 12. Malas noticias.


Tenía una puntería de mierda, pero él me dio algunas pautas para mejorarla, incluso se colocó detrás de mí y me ayudó con la postura correcta. Eso fue terriblemente malo, porque con un solo roce conseguía disparar mis sentimientos.

Casi era la hora de comer cuando él sugirió que debíamos marcharnos.

–Asegúrate de poner el seguro cuando no vayas a usarla, así evitarás dispararla por error. – Me enseñó el botón que había encima de la pistola que bloqueaba el gatillo para que no pudiese dispararse. Luego me la cedió para que probase a disparar. – ¿Ves? Completamente inofensiva. Ahora vamos, deberíamos volver. ¿Tienes algo que hacer esta tarde?

–Esperar una llamada de mi hermano. Podemos seguir practicando con la pistola mañana.

–Mañana no. Se prevé una tormenta. Quizás cuando pase la tormenta.

Bajamos la montaña hasta el coche, él me ayudó a bajar para que no me cayese. Luego metió nuestras cosas en el maletero de su coche y caminamos juntos hasta haber entrado en el vehículo.

Arrancó el coche y se mantuvo en silencio un rato. Entonces habló.

–Sobre lo de antes... ¿era tu forma de vengarte porque te rechazase anoche? – le miré, sin comprender. – El beso. – Tragué saliva, incómoda, tocándome el cuello, sin saber qué contestar. – Me siento bien estando contigo. Me olvido de todo y es como si fuese un chico normal.

–Yo también me olvido de mis putos dramas cuando estamos juntos – confesé.

–¿Pero?

–No hay ninguno. Es sólo que estábamos en mitad del bosque cuando nos hemos besado y se suponía que estábamos allí por una razón.

–Bien, vale. Lo entiendo. ¿Quieres venir a mi casa ahora? – Él estaba pensando en algo sexual, pero yo lo tomé por otro lado, porque era la hora de comer.

–¿Vas a invitarme a comer? – a él pareció gustarle mi inocencia.

–No se me da bien cocinar. – Confesó. Recordé como se le quemaron los sándwiches la noche anterior.

–Yo odio cocinar, pero Carlos solía decir que se me daba bien. ¿Tienes algo de pasta y un bote de tomate frito en tu casa? – sonrió al darse cuenta de que le estaba proponiendo una cita improvisada.

–Creo que puedo tener de eso, sí. ¿Pasarás por tu casa a coger algo o vienes directamente a la mía?

–Eso depende... ¿estará tu casa llena de comida podrida como una vulgar pocilga?

–Esta vez está limpia. – prometió. Levanté una ceja, porque lo ponía en duda. – Todo lo limpia que puede estar la casa de un chico soltero y sin compromiso. – Rompí a reír por la forma en la que lo había dicho.

Miré hacia mi casa cuando bajamos del coche y pensé en ir a cambiarme de ropa, pero no lo veía necesario. Tenía conmigo todo lo que iba a necesitar, incluso el móvil de prepago al que iba a llamarme mi hermano.

–¿Vienes? – le notaba ansioso, demasiado. Sonreí al darme cuenta de lo que él esperaba que sucediese entre nosotros después y ... debo admitir que no me disgustaba nada la idea.

Recogió un poco la cocina, lo tenía todo por medio, pero por suerte no había nada de comida podrida en ellos. Sacó la pasta de la despensa y un bote de tomate frito de otro mueble. Lo dejó sobre la encimera y me miró.

–¿Tienes un cazo? – asintió y rebuscó en un enorme cajón antes de sacarlo. – Pon un poco de agua en él y ponlo a hervir en el fuego. ¿Eso sabes hacerlo, Jesse?

–¿Por quién me tomas? – se quejó mientras seguía mis instrucciones y encendía la hornilla de gas.

–No sé. Eres tú el que aseguraba no saber cocinar.

Nos miramos de mientras que el agua hervía, lanzándonos algunas de deseo a los labios del otro, fingiendo estar despreocupados y no darnos cuenta de nada. Pero mordernos los labios a cada tanto y dejar escapar sonrisas, terminó por delatarnos.

–Ven aquí – me agarró de la mano y me trajo hasta él, acercando su rostro al mío, mientras escuchábamos el agua evaporándose.

–Deberíamos echar la pasta, Jesse – se retiró y me dejó espacio para que lo hiciese. Metí la pasta y bajé el fuego.

–¿No estarías más cómoda si te quitas el chaquetón? – Me di la vuelta para mirarle y me lo desabroché ante su atenta mirada, dejándolo de cualquier forma sobre la encimera. Lo agarró y lo colgó en la percha, antes de quitarse él el suyo y hacer lo mismo. Entonces volvimos a mirarnos. Bajé la cabeza, avergonzada, cuando él llegó hasta mí y él tuvo que levantar mi barbilla antes de volver a besarme.

¡Cielos! Me derretí allí mismo en cuando nuestros arrebatadores besos empezaron a ser cada vez más intensos, hasta el punto en el que los gemidos de ambos empezaron a aparecer y que él me agarrase de la cintura para apretarme contra él, mostrándome lo preparado que estaba.

–Se nos pegará la pasta – me quejé en cuanto su mano se metió debajo de mi camiseta y subió por mi espalda. – Jesse... – luché por respirar, por apartarle, pero él no me daba tregua. – Jesse... – Me agarró del trasero con ansias y me subió a la encimera, deteniéndose a mirarme. Ambos lo hicimos, con la respiración acelerada, mirando de reojo hacia la pasta.

–No tienes que poner la excusa de la pasta si te has arrepentido de esto.

Me olvidé entonces de nuestra comida y tiré de su chaleco hacia mí, obligándole a acercarse, entonces se lo quité tirándolo al suelo. Metí las manos por debajo de su camiseta térmica y conseguí quitársela también, dejándole desnudo por la parte de arriba.

Me tomé mi tiempo para deleitarme con sus perfectos pectorales y sus abdominales bien definidos y luego los recorrí con las manos, haciéndole jadear a cada tanto, hasta que no pudo soportarlo más y volvió a besarme apasionadamente, haciéndome perder la razón de todo.

Me quitó la sudadera con ansiedad, llevándose consigo incluso las camisetas que tenía debajo, me desabrochó el sujetador y dejó libre mis pechos que recorrió en seguida, creando mil sensaciones en mi piel y que nuestros besos se intensificasen incluso más.

–Espera – pidió antes de volverse a la hornilla para apagar el fuego. Entonces me miró, agarrándome de los pantalones. Los desabrochó y me los quitó, dejándome en bragas en la encimera. Hacía frío. – Vamos a mi habitación, el sol está pegando todo el día y es más cálido. – Asentí y le seguí. Me sorprendió encontrar algunos libros en la estantería y la bolsa con el dinero sobre la cómoda. – Ven aquí – pidió antes de volver a besarme, mientras metía los dedos debajo de mis cabellos y se aferraba a mi nuca.

Mi teléfono prepago empezó a sonar en alguna parte de su salón, haciendo que ambos mirásemos hacia la puerta por la que habíamos entrado, tremendamente extrañados. Aún no era la hora. ¿Qué estaba ocurriendo?

–Es el mío. – él asintió como si supiese que tenía que cogerlo y me dejó marchar. Rebusqué dentro de mi anorak hasta encontrarlo y entonces descolgué. – ¿Mariano?

–Lucía las cosas van mal – el pánico me quitó toda la paz que Jesse me había dado y tuve miedo. – Tienes que irte de allí, vete lo más lejos que puedas. – Podía notar a mi hermano histérico al otro lado, muerto de miedo.

–¿Qué pasa?

–Han matado a Rafael – me quedé estática después de escuchar esas palabras y recordé el amable rostro de ese chico que siempre estuvo pillado por mí desde el instituto. – Y han robado todos los documentos sobre ti. Ellos ya saben dónde están, irán a matarte, Lucía. ¿Me oyes? ¡Tienes que salir de ahí ahora mismo!

–¿Y tú? – Pregunté aterrada. – ¿Qué harás tú?

–No te preocupes por nosotros. Hemos cogido el coche y vamos camino de Francia. Mamá viene con nosotros. No podía dejarla, ya sabes. Estaremos bien. Te llamaré cuando sea seguro.

Mi hermano colgó el teléfono y yo empecé a buscar mi ropa que estaba desperdigada por la casa. Jesse salió de la habitación, preocupado porque no volviese y me pilló completamente vestida, en un maldito ataque de nervios.

–Tengo que irme, Jesse – mi actitud le chocó bastante y se preocupó al verme tan asustada. – Ellos vienen a por mí. Me matarán. ¡Me matarán!

–Ven aquí – tiró de mi mano para atraerme hasta él. – Tranquila – Me miró con tanta calma que fue imposible no empezar a hacerlo. – Te buscarán en la casa de enfrente. Pero ... jamás te buscarán aquí. Estás a salvo conmigo.

Sus labios se depositaron sobre los míos y me hizo olvidar lo caótica que era mi vida, ya ni siquiera recordaba la conversación que había tenido con mi hermano, tan sólo lo que sentía por él. Ese perfecto placer que me volvía loca.

–Quédate conmigo esta noche – pidió y lo cierto era que yo no quería irme a ninguna parte. Volvió a desnudarme, tomándose todo el tiempo del mundo para hacerlo, entre besos y miradas cómplices.

Me colgué de su cuello, sin que me importase nada más.

Me tumbó sobre el sofá y ... siguió haciéndome llegar al límite de la locura con sus dedos y su lengua turnándose para recorrer mi cuerpo, mientras mis jadeos lo volvían todo incluso más irreal.

Tuvimos sexo en ese sofá, disfrutamos de aquel placentero acto y nos conocimos de una forma más íntima, descubriendo los gustos sexuales del otro. Todo culminó en un éxtasis álgido que ni siquiera supe nunca que existía. Y... aquella burbuja de placer se desvaneció, empezando a golpearnos con la realidad.

–Vienen a matarme, Jesse.

–No van a matarte – prometió. Le observé, sin comprender, mientras él me acariciaba la mejilla. – Deberíamos levantarnos y vestirnos. Hace frío.

–¿No has escuchado lo que te he dicho? Me han encontrado. Vienen hacia aquí para matarme. – Me senté en el sofá y miré hacia la ventana, estaba cerrada.

–Te he entendido perfectamente, Lucy. Pero ... no van a encontrarte. – Le miré, sin comprender. – Nos mudaremos a otro lugar si quieres. – Abrí la boca y la cerré varias veces, sin saber qué decir, antes de que mi mente reaccionase.

–Creo que te has confundido con todo esto, Jesse. Hemos tenido sexo y ha sido... – suspiré al recordarlo y sonreí como una tonta. – ... perfecto. – él sonrió porque había sido igual para él. – Pero ... es lo único que ha sido. Un encuentro esporádico y fortuito entre dos personas. Nada más.

–No ha sido sólo el sexo y lo sabes – negué con la cabeza, porque no podía plantearme nada más en ese momento. Las cosas eran demasiado complicadas para mí. – Y sé que es una mierda. Los dos tenemos cosas que solucionar antes de empezar algo. Lo entiendo, joder. Pero es debido a la maldita situación de los huevos por lo que esto no puede ir como debería de ir si fuésemos personas normales. No podemos seguir acostándonos y dejando que pase el tiempo para ver a dónde va esto. No cuando esos putos narcos pueden aparecer en cualquier momento y pegarte un maldito tiro en la cabeza. ¿Crees que voy a dejar que me suceda de nuevo? No voy a perderte, Lucy. No dejaré que eso pase de nuevo.

–Bien. Entonces seremos amigos con derecho a roce si quieres. Pero olvídate de todo lo demás. Somos personas heridas, Jesse. No podemos olvidar eso.

–Sí que podemos – se quejó – ¿No te das cuenta de que cuando estamos juntos nos sentimos como personas normales? ¡Me olvido del puto infierno que viví metido en esa jaula, Lucy!

El sonido de una maldita ametralladora hizo que aquella conversación se quedase a medias. Los dos nos levantamos del sofá, nos asomamos a la ventana y observamos sorprendidos como dos tíos vaciaban sus cargadores contra mi casa. Dando un verdadero espectáculo.

Me abrazó antes de que el miedo se hubiese vuelto insoportable. Porque si no hubiese estado con él en su casa como lo estaba, en aquel momento sería un colador y ... estaría muerta.


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