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Capítulo 11. besos.


Os podría decir que nos fuimos a dormir después de eso, pero él sacó una botella de ron y estuvimos bebiendo mientras contábamos anécdotas poco comunes sobre el pasado. Él estaba decidido a sacarme información sobre lo que había pasado, y siguió hablándome sobre cosas sobre él cuando estaba en el instituto. Era un chico muy rebelde, pese a ser un buenazo. Me parecía el chico más dulce que había conocido jamás, y eso era algo raro en mí. No solía fijarme en los chicos buenos, si no en los malos.

No sé bien cómo, pero beber tanto me suelta la lengua y acabé contándole intimidades sobre Carlos, esa forma tan ruda en la que teníamos de tener relaciones.

–Sólo era su forma de mantener viva la llama – traté de quitarle importancia. Él no parecía contento, después de escucharme hablar sobre cómo acabé en el hospital con el hombro dislocado.

–Tu hermano fue demasiado comprensivo. Yo habría ido a buscarle al trabajo y le hubiese golpeado hasta hacerle sangrar.

–Como todo un hermano mayor – me quejé, dando un sorbo a la botella.

–¿Sabes qué? – se puso en pie de un salto, algo mareado – Lo haré ahora mismo.

–Eh, amigo, para el carro. Llegas años tarde. Carlos ya está muerto, ¿recuerdas?

–Carlos sí, pero el tipo del bar sigue vivo y coleando.

Me puse en pie de un salto, preocupada, sintiendo un leve mareo, haciendo que él me sostuviese con temor a que me cayese redonda al suelo.

Ambos nos observamos con cautela, desde los ojos hasta nuestros labios, dejando que nuestras respiraciones creciesen, sin saber bien por qué.

Apoyé las manos en su pecho, mientras las suyas iban a mi cintura.

Me mordí los labios y los lamí, mientras él entre abría la boca, como si se asfixiase. Y en seguida me di cuenta de que él se moría por besarme.

–Sería un error. Estamos borrachos y mañana te arrepentirás de esto.

–Creo que me arrepentiré mucho más ahora si no te beso – me dijo mientras yo negaba con la cabeza, preocupada. – Pero no haré nada si me dices que no quieres.

–No quiero – supliqué. Aún no estaba preparada. Acababa de recuperarme después de lo que Aaron me había hecho, así que no podía simplemente dejarme llevar por el alcohol, de nuevo.

Apoyó su frente sobre la mía y entrelazó nuestras narices. Ese sólo gesto me hizo sentir a salvo.

–Ahora... deberíamos ir a por tus cosas. – Me separé y le di un manotazo. Odiaba que volviese a bromear con lo mismo. – Lo sé, lo sé. El bar está cerrado. Pero ... aún guardo esa palanca de metal en el maletero. – Mi sonrisa se fue dibujando a medida que pensaba en lo que él proponía.

Era una locura. Estaba completamente segura de ello. Más aún cuando estábamos tan borrachos. Había sido todo un acierto llegar al descampado y aparcar el auto, sin tener un accidente. Y ... allí estábamos frente al ventanal de atrás.

–¿Estás lista? – preguntó a mi lado, con la palanca de metal en su mano izquierda. Pero yo estaba más ocupada mirando a la forma en la que nuestras manos encajaban. – Tendremos el tiempo justo para recuperar tus cosas y escapar después de que suene la alarma. No debería estar haciendo esto ahora, Lucy. Se supone que...

–Hazlo.

Bastó solo eso para hacer que él golpease el vidrio. Se rompió y la alarma sonó, pero nos dio igual. Se abrió paso entre el cristal antes de ayudarme a mí a hacerlo. Me sentí bien después de que me rodease con sus brazos. Pero ... no teníamos tiempo para ponernos sentimentales, teníamos trabajo que hacer.

Se fijó en la sangre que había junto a la barra mientras yo corría al almacén y cogía mis cosas. Entonces corrí hacia él.

En aquella ocasión salimos por la puerta, dejándola abierta, corriendo hacia el coche, justo a tiempo, porque la policía apareció tan sólo un par de minutos después.

Ambos nos miramos y rompimos a reír después de eso. Esa adrenalina que me recorría después de hacer algo ilegal con él me hacía sentir viva.

Prendió el motor de su auto y nos largamos de allí, despreocupados, sin que la policía nos detuviese.

No dejamos de sonreír durante un buen rato. Luego saqué la cabeza por la ventanilla y dejé que la brisa invernal impactase sobre mi rostro mientras él parecía feliz de verme bien.

Su auto se detuvo frente a mi puerta, minutos después y señaló hacia mi casa con la cabeza.

–Gracias – él ni siquiera podía hacerse una idea de lo mucho que me había ayudado esa noche. Ya ni siquiera podía acordarme del capullo de mi jefe. Era obvio que no iba a volver a ese trabajo de mierda.

Levanté la vista para mirar hacia él y me sorprendió encontrarle mirando hacia mis labios una vez más.

¡Cielos!

Las ganas por besarnos estaban estropeando aquella situación tan calmada entre dos personas que no se conocen de nada.

Le agarré de su chaquetón amarillo y le atraje hasta mí, sin mucho esfuerzo, antes de que nuestros labios se unieran.

El deseo se volvió algo caótico después de que nuestras bocas se encontrasen, cuando ese simple tacto empezó a quemarme de una forma irracional y me encontré con ganas de tener sexo con él allí mismo.

¡Oh no! Eso no podía suceder.

Yo acababa... acababa...

–¿Quieres pasar? – pregunté ansiosa. Él apoyó su frente sobre la mía y se resistió a volver a besarme.

–Creo que deberías irte a casa. Es tarde, Lucy. – Tragué saliva, al darme cuenta de que había vuelto a rechazarme.

Me marché sin tan siquiera despedirme, porque me sentía demasiado avergonzada en ese momento.

Al día siguiente... desayuné algo ligero y me dispuse a hacer algo de ejercicio, como cada día, pero unos golpes en la puerta me hicieron mirar hacia ese punto. Tuve miedo una vez más, de que esos narcos me hubiesen encontrado, pero me relajé al mirar por la ventana y ver a Jesse junto a la puerta. Me saludó con la mano mientras en la otra sujetaba una bolsa negra.

Traté de no pensar en lo que sucedió entre nosotros al final, en su rechazo.

–¿Qué haces aquí tan temprano?

–Vístete y vayámonos. Iremos a la montaña para que practiques con la pistola. – Sonreí al darme cuenta de que había llegado el día.

Me puse algo cómodo y abrigado, las botas de nieve, un gorro y unos guantes.

Nos montamos en su coche y puso rumbo hacia la montaña. Como no se cogía ninguna emisora, nada más que la del pueblo, puso un disco que hip hop. Los mejores clásicos de los noventa. Pero lo bajé cuando salimos de la carretera y torcimos por un camino helado.

–¿Has pensado en lo que te dije?

–¿Cuál de todas las cosas que dijiste ayer?

–Sobre lo de montar un taller en tu garaje. Creo que te irá bien, tienes dinero para montarlo. Y ... creo que deberías hacerlo. El dinero de esa bolsa no te va a durar para siempre.

–¿No estás curiosa sobre cómo conseguí el dinero? – Pensé en ello, lo cierto era que lo estaba. Pero sabía que él no iba a decírmelo. – Quiero escuchar tus descabelladas ideas, a ver si lo adivinas.

–¿Lo ganaste apostando?

–No te acercas ni de lejos.

–¿Lo ahorraste cuando eras un camello?

–No.

–¿Eras rico y escapaste de tu casa con todo el dinero de tu caja fuerte? – rompió a reír al escuchar aquella absurdez.

–No.

–Deberías darme una pista.

–Ya te la di. ¿No te acuerdas? Te dije que gané ese dinero trabajando.

–Es imposible que consiguieses todo ese dinero trabajando. Acaso... ¿estuviste ahorrando durante años para ganarlo?

–No. Lo conseguí en sólo seis meses de trabajo.

–¿Y qué eras? ¿un estríper? – Esa descabellada idea le hizo incluso más gracia, por lo que rompió a reír, y su perfecta risa llenó todo el coche. ¡Dios! ¿Cómo podía ser tan bonita su risa?

¡Cielos! Tenía que concentrarme y dejar de pensar en tonterías.

Su auto se detuvo cerca del río, como la otra vez.

–No sería descabellado de pensar. Mírate. Eres guapo y tienes un cuerpazo. – Fue una suerte que se bajase, porque me sentía como una estúpida al estar diciendo tales cosas.

Nos detuvimos junto al maletero. El agarró la bolsa que había traído consigo y yo la bolsa con mi arma. Entonces habló, después de cerrar el maletero y mirar hacia mí.

–Si te dijese a lo que me dedicaba... tendría que matarte. – Me crucé de brazos tomándomelo a guasa.

–Esto no es una película, Jesse.

–¿No crees que pueda hacerlo? – no me gustó la cara inexpresiva con la que me miró aquella vez.

–Ya sé cómo te ganaste toda esta pasta. – Volvió a sonreír al darse cuenta de que seguíamos con el mismo juego. – Te la dieron los tipos que te contrataron para matarme.

–No soy un asesino a sueldo, Lucy.

–¿Qué eres entonces? – aquella conversación de mierda estaba consiguiendo frustrarme. Él negó, en señal de que no iba a decírmelo. – ¿Crees que te delataría, Jesse? ¿por qué te contaría sobre mí si fuese a delatarte? Piénsalo. Te he hablado sobre los tíos que quieren matarme y todo ese tema de la cocaína.

Él emprendió la marcha hacia la montaña, dejándome atrás, logrando enfadarme incluso más. Corrí tras él, hasta lograr ponerme delante y empujarle.

Me agarró del brazo para que dejase de hacer el tonto y forcejeamos hasta que soltó la bolsa en el suelo para agarrarme de varios brazos, consiguiendo inmovilizarme.

–No vas a salirte con la tuya...

–Tranquila... – susurró, haciendo que me fijase en sus labios, en lo cerca que estaban de los míos.

¡Oh, cielo santo! ¿Por qué estaba tan cerca de mí?

Me moría por besarle. Pero ... tenía muy presenté lo que ocurrió la última vez.

Me soltó entonces, en su intento desesperado porque me alejase de él, pero era imposible hacerlo, porque su atractivo me tenía terriblemente hechizada.

–Si te lo cuento... – empezó, pensando en ello, mientras rozaba mis manos con las suyas, haciéndome estremecer. – ... probablemente me tendrás miedo, Lucy.

–¿Por qué? Antes has dicho que no eras un asesino.

–Pero he matado a gente y no siempre se lo merecían. – Levanté la vista para mirarle, pero él estaba ocupado mirando hacia mis labios, resistiéndose con todo su ser a dar otro paso. Era tan obvio para mí que él quería besarme tanto como yo a él.

–Estás aquí porque estás huyendo de esa vida. Ya no eres esa persona. Así que ... ¿por qué me darías miedo?

–Tienes razón, ya no soy esa persona... pero todas las cosas que hice... me perseguirán siempre.

Levantó la vista para fijarse en mis ojos y se mordió el labio inferior tan pronto como se dio cuenta de lo mucho que yo deseaba besarle, a pesar de haber sido rechazada. Ni siquiera podía pensar en las razones por las que me alejó de él la primera vez, ni en toda la mierda que lo rodeaba.

Sus labios se depositaron sobre los míos. Fue algo muy dulce, tan casto como un primer beso adolescente. El deseo que sentía por esa maldita situación me estaba quemando y no pude resistirme por más tiempo. Levanté las manos y me colgué de su cuello, en un desesperado intento porque no me apartase aquella vez y me atreví a besarle apasionadamente, dejando mis gemidos en su boca. Pensé que me apartaría como la última vez y tenía miedo a que lo hiciese, pero él parecía sentir la misma necesidad que yo, porque tardó muy poco en aferrarse a mi cintura y atraerme a él, presionándome contra su cintura, haciendo que ese simple tacto produjese leves corrientes en nuestras terminaciones nerviosas.

Su cercanía me quemaba y sus besos no podían saciar esa tremenda sed que tenía de él, era como una maldita droga y yo como una drogadicta con abstinencia. A él parecía pasarle lo mismo que a mí, pues no tardó nada en meter las manos por debajo de mi chaquetón, haciendo que el frío me golpease.

–Hace frío – me quejé, empujándole. Él sonrió, lamiéndose los labios después, pensando en lo que había sucedido entre ambos, en lo que había sentido y en que se olvidaba de todo cuando estábamos juntos.

–¿Quieres que sigamos en el coche? – le miré y pude ver las muchas ganas que él tenía de mí.

–¿Esta es otra de tus tretas para librarte de enseñarme a disparar? – rompió a reír, sin poder evitarlo y luego contestó.

–No.

–Yo creo que sí. Es la excusa perfecta para librarte de enseñarme y de decirme a lo que te dedicabas.

Se agachó a recoger la bolsa con mi arma que se me había escurrido antes. Sacó mi arma, el cargador de esta y la cargó con las balas que había dentro de la caja de la bolsa.

–¿Ves aquel árbol de allí? – señaló hacia un lugar a la izquierda – Fíjate, aquel en el que está el pájaro en la rama. ¿Lo ves?

–Lo veo.

–Coge tu arma y dispara al tronco. Quiero ver tu puntería.

Cogí el arma, sintiendo una agradable sensación recorrerme entera tan pronto como nuestros dedos se rozaron, pero ambos fingimos indiferencia porque estábamos ocupados con otra cosa.



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