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Capítulo 10. Fácil


Me detuve al llegar al cruce mirando calle abajo, el lugar en el que estaba mi casa, en el que me sentiría a salvo y después eché un vistazo hacia el bar. Estaba tan lejos de donde me encontraba que ya no podía verle, pero ... tenía muy presente lo que había sucedido en ese lugar.

Seguí apretándome los bordes de la camisa, sintiendo el frío helándome por completo, mientras mi cuerpo seguía temblando y mis lágrimas no podían dejar de salir.

¿Por qué seguía atrayendo a gente enferma? ¿por qué no podía huir del pasado ni siquiera en otro lugar?

Un llanto descomunal salió de mi garganta mientras un coche tomaba el desvío hacia mi calle. Ni siquiera lo miré, todo estaba muy oscuro, no podía ver nada, pero él pareció verme a la perfección, pues se detuvo y ... Jesse salió del vehículo y se fijó en mí. Miró desde mis cabellos espelucados, mi rostro plagado en lágrimas, las marcas de manos en mi cuello, la entreabierta camisa hasta mis extremidades que no dejaban de temblar.

–Sube – invitó, y no tuve que pensármelo dos veces. Hacía frío y yo estaba helada. Entré y luego me abotoné la camisa, rezando porque no me preguntase de dónde venía. – ¿Quieres que te deje en la comisaría de policía?

–No. Quiero que me lleves a casa.

–¿Y qué harás entonces? ¿romperás la ventana para entrar dentro? – eso hizo que recordase ese pequeño detalle. No tenía llaves para entrar en casa. – Sería más fácil si me dices dónde tengo que dejarte para que puedas recuperar tus cosas.

–No puedo ir allí ahora – me quejé. Él pudo ver mi miedo. Sabía que algo me había sucedido. – Sólo necesito... necesito... – ni siquiera podía pensar en nada.

–Una ducha y ropa abrigada – terminó por mí. Le miré, sin comprender y dejé que siguiese conduciéndonos hacia casa.

Hacía frío cuando salimos del coche y me agarró de la mano para que no pudiese escapar. No habíamos dicho ni una sola palabra desde que salimos por la puerta. Parecíamos estar demasiado ocupados pensando en nuestras cosas. Yo, por ejemplo, pensaba en si ese cabrón habría muerto desangrado y en si ya estaría lista para disparar un arma. La cogí en casa varias veces, pude sostenerla con una mano y apreté el gatillo. Como no estaba cargada fue fácil. A veces fantaseaba con pegarle un tiro en la cabeza al cabrón que mató a Carlos.

–¿A qué te dedicabas? – Preguntó después de abrir la puerta y hacerme una señal para que entrase en su casa. Yo aún dudaba en si hacerlo o no. – Pasa o te arrastraré yo mismo a la ducha.

Lo hice entré en su casa y él tiró de mi hacia su cuarto de baño. Era amplio y muy nuevo. Abrió el armario que estaba junto al lavabo y sacó un par de toallas limpias.

–Date una ducha, te sentirás mejor. Ya lo verás.

Le agarré del brazo antes de que se hubiese marchado y pregunté algo, mientras mis lágrimas seguían saliendo.

–¿No vas a preguntarme nada? – él miró hacia la forma en la que me aferraba a su muñeca y luego hacia mí. – ¿No te interesa saber cómo...?

–No vas a hablar de ello – le miré, sin comprender. – Ni siquiera has querido ir a la policía para denunciarlo. Así que ... ¿por qué ibas a contármelo a mí? Date una ducha y relájate.

Se soltó de mi agarre después de eso, salió del baño y cerró la puerta tras él. Entonces me fijé en el espejo, en el aspecto tan desmejorado que tenía.

Me desnudé, intentando no fijarme en la sangre que tenía en las piernas y menos en el malestar que sentía en la zona. Ese cabrón me había violado. Pero ... no era la primera vez que un chico hacía eso. Carlos lo hacía cada vez que discutíamos, resguardándose en que yo era suya y él tenía que darme una lección para hacerse respetar.

Entré en la ducha y dejé que el agua caliente calmase mi piel. Estaba tan absorta en mis pensamientos, en lo mucho que no quería dejar que nadie más volviese a hacerme aquello, que ni siquiera me di cuenta de que él entraba en el baño y dejaba algunas ropas en el lavabo. No fue hasta que salí que las vi que me di cuenta de ello.

Me sequé y me puse aquel chándal que me quedaba grande, pero que se sentía bien llevarlo, como si la antigua Lucía volviese del pasado.

Cuando salí él estaba en la cocina, recogiendo aquel estropicio. Ya no olía tanto a rancio y la casa estaba mucho más limpia.

Caminé hacia él y tiré de su sudadera para que me prestase atención.

–¿Vas a romper la ventana para que pueda entrar en mi casa? – rompió a reír, como si aquello fuese una broma. Pero ... dejó de hacerlo al darse cuenta de que lo decía en serio.

–Puedo llevarte al lugar en el que dejaste tus cosas... – se detuvo al ver como bajaba la cabeza, avergonzada. – Ya veo... no quieres volver a ver la cara del cabrón que te ha hecho esto.

–No tiene nada que ver contigo, Jesse. – Asintió, molesto. Tiró los platos que fregaba al fregadero, haciéndolos trizas y entonces se fijó en los moratones de mi cuello. – Pese a eso, debería agradecerte todo esto.

–¡No lo he hecho porque necesite tu puto agradecimiento! – gritó, molesto consigo mismo. – ¿Sabes qué? Mañana iremos a la montaña. Te enseñaré a usar una maldita pistola. Quizás la próxima vez puedas disparar al cabrón que te ha hecho eso – señaló hacia mi cuello y yo me lo toqué, tremendamente avergonzada.

–Usé un cuchillo – dije en un susurro, haciendo que él dejase de pensar en sus pesares y se fijase en mí.

–¿Qué has dicho?

–Usé un cuchillo para defenderme.

–¿Y le mataste?

–¡No! ¡Claro que no! Sólo le herí. Supongo que irá a curarse eso y ...

–Le apuñalaste... – parecía sorprendido de que yo no fuese una pobre damisela en apuros que él tenía que cuidar. Entonces pensó en algo. – Antes de huir de tu hogar... ¿a qué te dedicabas?

–A nada relacionado con la violencia. Trabajaba en un estudio con unos amigos. Era tatuadora. – Sonrió, como si le divirtiese mucho mis palabras. – ¿Qué?

–No te pega nada. – Contestó, aunque lo que estaba pensando en realidad era lo mucho que me parecía a su exnovia.

–¿No? ¿qué es lo que me pega?

–No sé. Te imaginaba sentada dentro del salón de una casa en un barrio rico, trabajando en un despacho o incluso en una tienda. – Rompí a reír, sin poder evitarlo.

–¿No esperabas que fuese así? – Negó con la cabeza. – Siento desilusionarte, Jesse. Pero ... soy la oveja negra de la familia. Mi madre vive en una casa como la que has descrito y mi hermano también. Ambos tienen trabajos de los que estar orgullosos, y ...

–¿Siempre quisiste dedicarte a ello?

–No siempre. Pero ... supongo que las circunstancias me empujaron a ello.

–¿Qué querías ser antes? ¿cuál era tu sueño?

–Quería ser artista. Estudiaba la carrera de bellas artes en la universidad y pintaba muy bien. Mi padre decía que llegaría lejos.

–¿Por qué lo dejaste entonces?

–Por las circunstancias, supongo... Mi padre murió y ...

–Lo siento muchísimo.

–No pasa nada. Hace tiempo que lo superé.

–No lo parece.

–Superé el dolor, su pérdida. Pero ... supongo que la culpa me perseguirá siempre.

–¿La culpa?

–Era mi cumpleaños esa tarde. Solía tener una tarta de cumpleaños todos los años, pero ese año, papá se olvidó de comprarla. Me enfadé tanto, como una maldita y egoísta niña caprichosa. Así que él salió a comprarla. Pero ya nunca volvería. Tuvo un accidente y murió.

–Entonces la culpa no fue tuya – le miré, sin comprender – fue suya. Olvidó comprarte la tarta. – Jamás lo había visto desde esa perspectiva. – Los accidentes son cosas que pasan. No podemos evitarlos, Lucy. – ¿Por qué era tan terapéutico hablar con él? – Creo que deberías retomarlo alguna vez. Cuando todo se solucione, cuando vuelvas a casa. Quizás puedas retomar los estudios donde los dejaste y convertirte en esa gran artista que esperaba tu padre.

–Quizá algún día... – sonreí al pensar en él. En esos momentos padre e hija que atesoraba en lo más profundo de mi corazón. Entonces me fijé en él. Era un chico apuesto, muy guapo. –¿Y tú? ¿qué querías ser tú?

–Nunca quise nada en particular. No era bueno en los estudios, pero logré sacarme el bachillerato. No tenía muchas aspiraciones en la vida en aquella época y era un puto despojo humano. – Rompí a reír por la forma en la que lo dijo. – No te miento, Lucy. Era la oveja negra para mis padres, los engañaba con frecuencia para que me diesen dinero para volver a meterme y luego volvía a desaparecer. Pero ... hace poco... me he dado cuenta de que me gustaría dedicarme a algo. A veces fantaseo con ello y me veo a mí mismo en un taller... me gustaría ser carpintero. – Miré hacia sus manos.

–Trabajar con las manos.

–Así es.

–Suena muy bien. ¿Me harás un baúl? Si lo haces... lo compraré.

–¿Un baúl?

–Sí. Quiero un baúl tallado en madera, barnizado y artesano. ¿Me lo harás?

–Mi primer encargo... Tendría que comprar la materia prima y los utensilios antes de eso, por no hablar del taller.

–Podrías usar tu garaje y montar el taller ahí. – Pensó en ello y se quedó pensativo el resto del tiempo hasta que yo hablé de nuevo. – ¿Puedo quedarme aquí esta noche? – Me observó con atención. – Si no... tendrás que romper la ventana de mi casa.

–Iremos a por tus llaves y tus cosas – negué con la cabeza, indicándole que no era una buena opción. – No tendrás que entrar si no quieres. Puedo ir yo a cogerlo.

–Probablemente no haya nadie en el bar ahora. He apuñalado al dueño.

–¿Por qué quieres aprender a manejar una pistola si ya eres buena con los cuchillos? – bromeó. Le di un manotazo en el brazo y ambos sonreímos. – ¿Sabes qué haremos para hacer que esto sea menos incómodo? Te hablaré sobre algo y luego tu podrás contarme lo que él te ha hecho.

–Eso está lejos de pasar. – Sonrió y luego los dos nos fijamos en el grill por el que salía un ligero olor a quemado.

–Mierda.

Apagó el grill y sacó los sándwiches que había improvisado. Estaban un poco quemados y eso me hizo mucha gracia, por lo que no pude evitar romper a reír.

Puso los bocadillos en un plato y me agarró de la mano para conducirme a la mesa.

Devoramos los sándwiches. Literal. Teníamos hambre. Ninguno de los dos dijo nada, hasta que dejamos el plato limpio.

–¿Sabes? Una vez Ted hizo algo distinto a lo que hacía usualmente. Me sacó de la jaula y me llevó con él a su casa. Quería que lo ayudase a cargar la capota de su coche y ... por un momento pensé que quizás... nos habíamos hecho amigos.

–¿Amigo de tu carcelero? Eso nunca funciona, Jesse.

–Lo sé. Luego me di cuenta de que lo único que quería era mi ayuda para deshacerse del cuerpo de su asistenta – abrí la boca sin poder reaccionar. – Cuando le pregunté cómo murió... me dijo que había visto el lugar en el que guardaba el dinero y que por eso había tenido que matarla. – Tragué saliva, sin saber qué decir. – Pues bien. Tuve que ayudarle a sacar el cuerpo de la pobre mujer de allí y luego fuimos al desierto. Cavé una tumba lo bastante profunda como para enterrarla dentro y luego... me hice con la pistola. Realmente ... tuve la oportunidad de disparar a ese cabrón... pero, no lo hice.

–Yo creo que tampoco podría hacerlo, aunque lo desee con todo mi ser. Creo que matar a alguien debe ser muy difícil.

–Lo es. Pero ... cuando no existe nada más que tú o él. Eso debe hacerlo fácil. Hoy día aún me sigo preguntando por qué no lo hice.

–Quizás tu sí lo considerabas tu amigo.

–Oh, no. Ese cabrón no era mi amigo.

–Entonces... ¿por qué fue? – se encogió de hombros.

–Aún sigue siendo un misterio para mí. Ahora dime, ¿por qué has apuñalado a ese tipo? – bajé la cabeza con rapidez, tremendamente avergonzada.

–No voy a decírtelo, Jesse – sonrió y se mordió el labio inferior.

–¿Debería confesarte algo más?

–Nada de lo que confieses podrá superar esto, Jesse.

–¿Tú crees? – levanté la cabeza para mirarle.

–No sólo lo creo. Estoy segura.

–¿Te he contado cómo conocí a mi exnovia?

–¿La yonqui?

–Las dos lo eran – eso me sorprendió demasiado. Pero... ¿qué se podía esperar si él también lo era? – Hablo de Enriqueta. La conocí en una reunión de drogadictos, como las del padre Thomas.

–Así que ... esta no es la primera vez que ...

–No fui a esas reuniones para salir de la droga, Lucy – le miré sin comprender. – En aquella época estaba buscando clientes y me pareció que una reunión de ex yonquis sería un buen lugar.

–¿Clientes?

–La engañé porque era vulnerable, incluso planeaba acostarme con ella y convencerla de drogarnos. ¿Te das cuenta de lo terriblemente hijo de puta que era? Sólo quería que ella comprase mi material y me daba igual si jodía su vida.

–Eras un narcotraficante.

–Era un cabrón.

–¿Todavía vendes? – negó con la cabeza y yo recordé a Carlos. ¿Qué tipo de droga vendería él? ¿Era coca como los de la banda del pimiento o marihuana como Carlos?

–No. Hace tiempo que abandoné esa vida.

–¿Y qué pasó con esa chica? ¿empezó a comprarte?

–Me olvidé del tema tan pronto como llegaron su madre y su hijo. Era madre soltera, Lucy.

–Oh – pensé en ello. Él se detuvo y se olvidó de su propósito al encontrarse con un inocente en el camino. Sonreí como una idiota y él también lo hizo.

–¿Qué?

–Saliste con ella incluso sabiendo que tenía un hijo de otro.

–Sí, ¿y qué? Brooke no tenía la culpa de que su padre fuese un cabrón. – Me di cuenta en seguida de que él era distinto a lo que había creído.

–Eres un buen chico, Jesse.

Rompió a reír y negó con la cabeza, como si no estuviese de acuerdo. Yo sonreía incluso más y él se lamió los labios antes de rebatirme.

–¿Te das cuenta de que me estás diciendo eso después de que te haya confesado de que engañé a esa chica?

–Pero te detuviste. Te olvidaste de tu malvado plan en cuanto te topaste con un niño inocente. – Pensó en ello y se dio cuenta de que tenía razón. Pensó en ese niño y en otro antes de contestar.

–Los niños no merecen pagar por los errores de sus padres. Ella quería ser mejor por él y yo no podía cargarme eso.

–¿Ves lo que digo? Eres un buen chico. – Ambos nos sonreímos después de eso. Entonces él dijo algo.

–¿Y el chico que te ha hecho eso no lo era? – volvió a señalar hacia mi cuello. – Tampoco tu ex novio, el que murió delante de ti de un tiro.

–Tienes razón. No suelo fijarme en los chicos buenos. Soy masoquista... – puse una cara divertida para que él se lo tomase a guasa, pero no lo hizo. – No es la primera vez que resulto herida durante el sexo.

–Todo se reduce a lo que tú quieres o no quieres hacer. Un no debería bastar para que te respeten.

–A veces... no basta. – Tragó saliva al darse cuenta de que lo había adivinado. El tipo que me había hecho daño me había forzado a hacer algo que yo no quería. – ¿Qué vendías cuando eras un camello?

–Fue algo temporal. De normal, eran otros los que se encargaban de la distribución.

–¿Y tú qué hacías? ¿eras el que contaba la pasta? ¿el cerebro de la operación? – sonrió, divertido.

–Si te lo dijera... tendría que matarte.

Ambos rompimos a reír después de aquella broma.



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