Capítulo uno | The hardest button to button
Wesley bostezó en grande una vez que puso un pie fuera del autobús. Estaba agotado, demasiado para ser un viernes por la tarde; debería estar pensando en salir o pasarla bien con sus amigos como la mayoría de quienes le rodeaban, pero él solo se repetía que los trece dólares que llevaba en sus bolsillos no le serían suficiente para terminar la semana.
Soltó un leve chiflido cuando sintió el viento golpearle con violencia, sostuvo su gorro sobre su cabeza y avanzó hacia su derecha directo hasta su edificio. Con pasos grandes y metiéndose entre las personas que caminaban más lento que él; sentía como su cuerpo sudaba por el ejercicio involuntario aunque el clima estuviese casi por debajo de los cinco grados.
En un vago intento de pensar en todo su itinerario, comenzó a tararear The hardest button to button de White Stripes, canción que apareció en su reproductor mientras estaba en el autobús donde la chica que estaba sentada a su lado comenzó a cantar también porque al parecer la música salía de sus auriculares con mucha fuerza y él no se daba cuenta, bueno, eso hasta que la notó cantar.
Metió la mano en los bolsillos de su pesado abrigo aparentando un poco y, con cuidado, dio un vistazo detrás de sí para revisar si aquella chica había bajado también, pero, para su mala suerte y tardada reacción, ella no se veía
Respiró hondo sintiendo como se ahogaba con el frío aire y se retractó al instante.
Olvidó la canción y comenzó a mentalizar todo lo que haría al llegar a casa; tenía hambre, sueño y bastante calor dentro de todo su atuendo. Estaba cansado de haber pasado seis horas escuchando en sus clases y otras seis detrás de un mostrador a la espera de que alguien entrara a la tienda, de ordenar el desorden de discos que dejaban después de irse y de repetir donde se encontraba el nuevo álbum de Katy Perry aunque éste estuviese en los aparadores y en la sección de música pop que tenía un enorme letrero arriba.
Siguió caminando lentamente retomando el ritmo de la canción en su mente pero ésta se fue de nuevo cuando vio un Ford Fiesta azul estacionado frente a su edificio, y a un par de chicos meter cosas en el maletero de éste. Se acercó con duda, preguntándose cuál de todos los vecinos se estaba mudando.
Pero eso se respondió cuando vio como uno sacaba de adentro la pequeña planta de bambú trenzado de Xavier.
Los ojos de Wesley se abrieron a más no poder y corrió hasta ellos.
—¿Qué? ¿Qué están haciendo? —preguntó con un poco de temor. Ellos le miraron confusos y él solo se dedicó a buscar a Xavier con la mirada dando vueltas sobre sí mismo.
—Estamos ayudando a Xavier —respondió uno de ellos como si eso fuese lo más obvio—, a mudarse— continuó al ver la incredibilidad del castaño.
—Xavier no se está mudando —dijo queriendo reír, pero su sonrisa cayó cuando ambos chicos intercambiaron sus miradas y después regresaron a él como si quisieran sentir lástima por él—. Oh no —dejó caer sus brazos con decepción.
Corrió hacia dentro del edificio; el estacionamiento estaba vacío como siempre. Fue hasta las escaleras alimentando su enojo con cada paso que daba, lo suficiente como para querer matar al rubio que tenía como mejor amigo: Fred. Ni siquiera su cansancio le detuvo el subir cinco pisos hasta el departamento que, hasta esa mañana, compartía con otros dos chicos.
Exhausto, siguió corriendo por el corredor en busca de su puerta la cual tenía el número once en ella. Para su suerte, ésta estaba abierta indicando que alguien pronto iba a salir. Entró con la adrenalina adueñándose de su cuerpo y se paró en seco en cuanto vio a un chico moreno recolectar sus cosas por la sala y meterlas dentro de una caja de cartón.
Fred, su mejor amigo, estaba observando las acciones de Xavier desde la cocina.
—¿Qué...? —respiró hondo sintiendo como su cuerpo comenzaba a calentarse más de lo normal, levantó su mano pidiéndole que esperara e intentó controlar su respiración mirando al suelo. Sintió que se ahogaba y tosió—. ¿Qué haces? —le miró mostrando su dolor, tal vez, pidiendo un poco de clemencia.
Xavier se encogió de hombros con su pequeña colección de discos en sus manos.
—Lo siento por no decírtelo antes pero lo decidí esta mañana —los dejó caer en la caja y suspiró—. Conseguí otro lugar más cerca de mi trabajo, con unos amigos, si no me mudo hoy me ganan el lugar —explicó.
—Pe-pero —comenzó a tartamudear sacándose la correa de su mochila para arrojarla sobre el sofá—. ¿Seguro que no es por otra cosa? Yo puedo hablar con él —intentó.
El moreno resopló y miró a Fred con ironía.
Su mejor amigo y el chico que había conseguido para compañero hace tres meses no se llevaban bien desde que se miraron por primera vez. Nunca había entendido completamente por qué de eso pero desde entonces, escuchar sus discusiones como marido y mujer era algo constante. Fred tenía una personalidad muy desesperante y Xavier era un chico mayor y muy serio que estaba por terminar sus estudios.
A Wesley solo le quedaba escuchar sus peleas como el pequeño hijo y ahora tocaba presenciar una especie de divorcio.
—Ni aunque lo intentaras —dijo después—. Lo siento —hizo una mueca extraña yendo hacia la entrada donde dejó la caja en el mueble en el cual dejaban caer las llaves. Hecho eso, fue hasta su habitación en silencio.
Wesley miró con molestia a Fred quien solo esbozó una sonrisa como si fuese un niño que ganó su berrinche.
El castaño se quitó su abrigo y después el delgado suéter que traía abajo quedando solo con la camisa de trabajo; esa camisa con un logotipo de una guitarra y con un color negro casi gris por culpa de la lavadora.
—No me mires así —dijo el rubio en cuanto Wesley puso un pie dentro de la pequeña cocina, éste le miró aun con más desprecio y puso sus ojos en blanco yendo directo al refrigerador.
—¿Qué te dije sobre molestar a nuestros compañeros? —dijo entre dientes cuando sacó el cartón de leche.
—Oye, esta vez no hice nada, en verdad.
—La fiesta en miércoles, ¿es en serio? —sacó su caja de cereal de la alacena, la abrió para después meter su mano para poder tomar un poco y llevarlo a su boca.
—Bien, eso fue de improviso y me disculpé —intentó arreglar.
Wesley rodó los ojos y bebió la leche directo del envase después de masticar un poco.
—Acepto que no era de mi agrado pero no es mi culpa que no pueda soportar tener compañeros, tú no te molestas —le señaló.
El castaño se detuvo en seco dándole otra mirada seria como si no le diese créditos por lo que acababa de decir. Si se molestaba, pero no le quedaba de otra cuando el chico frente a él había sido su amigo desde que tenían seis.
—¡Hey! —Fred frunció sus cejas fingiendo que se ofendía—. ¿Por qué todo yo? ¿Qué tal tú? Molestas a todos con tu estúpido bongó.
—Sí, pero no lo hacía después de las diez de la noche en días de escuela.
Fred infló sus fosas nasales como si no supiera que responder y miró al techo buscando.
—¿Y qué tal el día?
—Bien, gracias. No me cambies de tema —Wesley negó con cabeza en tono sarcástico.
Escucharon como unos pasos se acercaban y la respiración que simbolizaba esfuerzo los hizo callar. Wesley arqueó sus cejas hacia Fred.
—¿No le vas a decir algo? —metió otro puñado de cereal a su boca esperando la reacción de su amigo. El rubio resopló recargándose en el mueble de la pequeña cocina y negó con su cabeza al momento en el que cruzaba sus brazos reusándose aún más—. ¿Ni siquiera una disculpa?
—No es mi culpa, él decidió irse —reiteró en susurro.
Esperaron a que el Xavier saliera; Wesley miró con desaprobación a su amigo frente a él y, aún con la caja de cereal en su mano, salió de la cocina.
—¡Hey! —intentó sonar alegre para quitar la tensión al ver a Xavier salir del pasillo con una enorme maleta y una caja de cartón con pertenencias; y por lo que Wesley vio al llegar de su trabajo, éste era su último viaje hasta el auto—. ¿Seguro que no quieres ayuda? —preguntó. Xavier solo negó con su cabeza mostrándole una sonrisa apenada.
—Esto es lo último, después vendré por mi sofá y el escritorio —dijo avanzando un poco. El castaño le siguió como si quisiera detener que se fuera pero no dijo nada más—. Un gusto vivir contigo, Wesley —habló de nuevo cuando llegó a la puerta—, dejé mis llaves sobre la mesa —informó.
Levantó su mano para un saludo, el castaño golpeó con la palma de la suya y terminaron chocando sus puños. Tomó el pomo de la puerta y giró para salir. Wesley solo suspiró y esperó a que estuviese fuera para poder cerrar la puerta por él.
—Tres meses —dijo una vez que los pasos de Xavier se alejaron—. ¡Tres meses, Fred! —acentuó girándose hacia el chico rubio que aún estaba dentro de la cocina—. ¡Vivió aquí tres meses! ¿Si sabes lo difícil que fue el conseguir a alguien que no fuese un loco y no tuviese antecedentes penales graves? —caminó hasta el sofá más grande donde se dejó caer. Miró la caja de cereal en sus manos y lo hizo con enojo.
—¡Que no fue mi culpa! —repitió Fred saliendo de la cocina.
—Siempre es tu culpa —le miró el castaño bastante irritado—. No sé qué vas a hacer pero tú vas a conseguir al próximo compañero. Ya es la cuarta vez que se van antes de cumplir los seis meses —negó con cabeza metiendo otro puñado a su boca.
—¿Yo? —se señaló el pecho.
—No, Xavier —dijo sarcástico con la boca llena—. Tengo dos empleos, Fred —levantó su dedo índice para señalarle como si fuese a darle un ultimátum—. Creo que estoy llegando a un punto en el que comienzo a sentir que dormir es una pérdida de tiempo y en el que solo sueño con mis exámenes finales. ¿Podrías? No, ¡Tienes! Tienes que conseguir a alguien que nos ayude con la renta de este lugar porque, sino, consideraré el acusarte con tu papá de que dejaste la universidad el mes pasado.
—No la dejé —frunció su entrecejo y bufó—, no todavía —hizo una mueca después.
Wesley arqueó sus cejas esperando su respuesta.
—No lo harías —el rubio dejó caer sus brazos.
—Oblígame —se puso de pie dejando la caja sobre la mesa de café y bostezó acariciándose el pecho por encima de su camisa—. Tengo sueño —buscó el reloj de la pared y vio que eran recién las seis de la tarde—. Mmh, cuatro horas para las diez... una hora de camino, eso hace que me queden tres, puedo dormir una hora y media, y el resto usarlas para estudiar... —frunció los labios y miró a su mejor amigo quien se había dejado caer en el sofá pequeño.
—¿Creí que no trabajarías en el club hoy?
—Un compañero me pidió que lo cubriera y eso significa dinero extra, y es bueno porque necesito ahorrar para comprar un libro que necesitaré en el próximo semestre... más regalos de Navidad —le respondió rápidamente, calló de inmediato tras lo último que dijo. Había olvidado que se acercaba Navidad—. ¿En qué mes estamos? —se mordió su dedo índice deseando que no fuese noviembre.
—Noviembre.
—Joder —masculló harto y, ante la mirada divertida de su mejor amigo, se alejó directo a su habitación.
—¡Yo podría prestarte! —escuchó a sus espaldas pero no hizo caso a ello y solo se encerró.
Se quitó la camisa con rapidez sin importarle el frío que estuviese haciendo afuera, sacó sus zapatos usando sus pies y con las últimas fuerzas que tuvo se arrastró hasta su cama deseoso de lo cálido de ésta. Se dejó caer boca abajo y gimió en voz baja por el pequeño placer que significaba el tocar su almohada después de doce horas de estar fuera.
Intentó no pensar en todo lo que tenía encima.
Envidiaba un poco a Fred, aunque más que envidia sana era algo más como un cierto enojo; recibía el apoyo de su familia incondicionalmente y éste no lo aprovechaba: tenía todas las noches libres y trabajaba en una cafetería solo para tener dinero extra.
Para Wesley, el dinero extra no existía.
Nunca en su vida se imaginó en esa posición. Como un estudiante de segundo año en la facultad de derecho con dos trabajos de medio tiempo; antes, hubiese preferido que le cortaran el pene antes de proponerle que hiciese todo eso. Pero ahora, lo estaba logrando, o eso creía él.
Se había alejado de su familia tras los ánimos de su mejor amigo Fred —quién ahora al parecer se había desinteresado en los estudios— y se sentía realmente solo en el mundo de los adultos. Porque, para sus veinte años de edad, eso era, prácticamente un adulto.
Activó la alarma de su teléfono dejándolo en la almohada de al lado y durmió.
—Adivina qué pasó, adivínalo —se asomó el rubio con una enorme sonrisa que casi no le cabía en el rostro.
—¿Quéj? —Intentó no ahogarse con el cepillo dental dentro de su boca. Comenzó a toser y escupió en el lavamanos para no ahogarse. Wesley miró con desprecio a su amigo desde el espejo.
—¡Que adivines! —insistió burlándose de él. Se recargó en el marco de la puerta con su celular en mano y se cruzó de brazos mostrándose triunfador.
Conociéndole, Wesley sabía que podría ser cualquier cosa, por ende, cualquier idea tonta que llevarla a cabo significaría algún desastre. Tratar de adivinar algo real sería la pérdida de tiempo más grande. Solo se limitó a suspirar y a enjuagar su boca; se limpió con una pequeña toalla y le miró fijamente pensando.
—Encontraste al gato que te atacó la semana pasada —hizo un vago intento de acertar.
—No —se incorporó haciendo un cambio drástico en su expresión, como si de pronto le preocupara—. ¿Sabes? Creo que es el gato que llora todas las noches fuera de la ventana del vecino; es negro y muy gordo también.
—¿Qué querías decirme? —le cortó de inmediato cuando se dio cuenta de que meter ese tema había sido mala idea. Salió del baño y sintió los pasos de Fred tras él.
—¡Ya resolví el problema! —levantó sus brazos como si esperara a que fuegos artificiales comenzaran.
Wesley volteó para verle mostrándose confundido. Tomó su abrigo del sofá, donde lo había dejado cuando llegó, sin saber qué decir exactamente y esperando a que su mejor amigo le iluminara.
—El problema...—dijo entrecerrando los ojos.
—Si —arqueó sus cejas sin creer que ahora no supiera de qué hablaba—. Ya tenemos a alguien que quiere ser nuestro compañero —informó un poco emocionado y levantó su teléfono—. Tengo contactos, les pedí a unos amigos que pasaran la noticia cuando te largaste a hibernar —Wesley asintió indicándole que le escuchaba mientras iba hasta la puerta—, y hace veinte minutos alguien me llamó interesado en la habitación, estuvimos hablando un poco y aceptó venir a ver.
—Eso, eso fantástico —frunció sus labios y resopló asombrado por la rapidez en la cual su amigo había resuelto eso—. Tengo que fingir que me enojo contigo y amenazarte más seguido.
—Nunca debes de subestimarme, Wes —saltó el respaldo del sofá para acostarse en él—. ¿Vas a trabajar hasta muy tarde?
—Creo que hasta las dos y media —se encogió de hombros—. ¿Por qué?
—Porque ella va a venir a las nueve —encendió el televisor, pasó uno de sus brazos por detrás de su cabeza usándolo como almohada y dejó el control sobre su pecho.
—Ah, me despertaré... ¿Ella? —se detuvo en seco cerrando de nuevo la puerta, algo fuerte, y eso causó que Fred le mirara un poco asustado.
—¿Qué?
—¿Dijiste ella? —remarcó.
—Si —dijo obvio—, porque es una chica —pronunció lentamente como si no entendiera cuál era el problema.
—¿Una chica quiere vivir con nosotros?
—Quiere vivir conmigo, contigo aún no sabemos.
—No —Wesley se rehusó de inmediato—. Una chica no puede vivir con nosotros, Fred, son las reglas.
—Nunca hicimos reglas —dudó.
—Creí que si cuando todos nuestros compañeros han sido chicos —dijo obvio.
—¿Tienes algún problema con ello? —rio con malicia y se paró del sofá queriendo adivinar la expresión del castaño.
Wesley realmente no tenía una excusa para ello. De hecho, no encontraba un problema directo con el que fuese una chica, sino con el que Fred y una chica fueran sus compañeros. O era Fred o era ella. No juntos, jamás.
Había una larga lista de situaciones en las cuales una chica interfirió en su amistad a lo largo de su vida. Siendo el rubio un poco más carismático con ese aire de genialidad que emanaba de su ser, existía mayor probabilidades de que Fred terminara en la cama con ella, o simplemente hechizándola con esos encantos que —según ellas veían— el rubio poseía.
Wesley lo recordaba así, siempre pasaba. Las chicas siempre preferían a su mejor amigo, dejándolo de lado. Y no era precisamente eso lo que le molestaba, sino que estaba realmente cansado de hacer mal tercio.
—Me sentiría incómodo; ya no podríamos ir de ahí a allá en ropa interior y tendríamos que respetar cosas que ellas les importan pero a nosotros no —intentó dar sus razones aunque la verdad no fuesen del todo ciertas.
—Exageras.
—Hablo en serio —tomó su postura—, no creo que sea buena idea.
—Ella vendrá de todas maneras —se dejó caer de nuevo indicando que no le importaba lo que Wesley decía—. Ya lo decidiremos— siguió viendo televisión.
Wesley gruñó un poco molesto y abandonó el departamento.
El viaje en autobús fue bastante pesado por el simple hecho de que seguía muriendo de sueño y por el haber llegado tarde a la parada causando que tuviese que ir de pie. Estuvo punto de quedarse dormido sosteniéndose del tubo metálico de no haber sido porque la mujer que venía a su lado movió su brazo haciéndolo despertar, lo que el agradeció porque estaba por llegar a su destino.
Después de atravesar casi todo Vancouver en autobús y de caminar un par de calles, llegó a ese club nocturno donde trabajaba como bartender por cuatro noches a la semana. Paga considerable a cambio de ir medio dormido a clases, las cuales tiene que pagar con ese dinero.
—Creí que no vendrías hoy —habló su compañero sin verle mucho, pues estaba ocupado preparando algo mientras le daba sonrisas seductoras a la chica del otro lado de la barra que esperaba su bebida.
—Jeremy me pidió que supliera este día y me daba la paga —respondió al mismo tiempo en el que recargaba la palma de sus manos sobre la barra esperando a que alguien más llegara; la chica frente a su compañero le miró entre risas ante las palabras de Tyler y Wesley hizo lo mismo por cortesía.
Era muy temprano para que la fiesta en ese lugar comenzara, usualmente, todo se ponía realmente salvaje después de las once y media. La música recién tenía presencia y solo había menos de quince personas ocupando las mesas riendo de bromas que quizá no fuesen graciosas sin el alcohol de sus vasos.
—¿Crees que deba llamarla? —Tyler interrumpió su vista a la nada golpeándole el brazo. Wesley notó que la chica se alejó hacia su grupo de amigos.
—¿Te dio su número? —intentó sonar sorprendido—. No pierdes el tiempo —rio—. ¿Quieres llamarla? Hazlo —dijo sin mucha importancia después.
—Le daré una probada de este chocolate —se señaló así mismo con sus pulgares haciendo un baile un poco bochornoso mientras daba pasos en reversa.
—Siempre les das la probada pero cuando quieren la barra completa, desapareces —arqueó sus cejas en señal de regaño.
—Hey, soy joven, vivo la vida —se excusó.
—Eso es triste, ¿sabes? —evitó reír.
—Tú no puedes decirme nada, no sales con alguien desde... no sé, desde que te conozco nunca he sabido que salgas con alguien. ¿Eres asexual, o algo así? —abrió los ojos mostrándose preocupado.
Wesley le miró sin alguna expresión en su rostro.
Realmente no sabía que pasaba en esa parte de su vida. Había abandonado las relaciones por completo y no tenía, tampoco, una clara excusa para ello. Su última pareja la había tenido hace cuatro años, y ahora se encontraba tan perdido en su mundo que se había olvidado de eso.
—No tengo tiempo —frunció el ceño mirando hacia la barra como si no lo creyera—. Creo que estoy demasiado ocupado ahora como para preocuparme en tener algo con alguien.
—¿Ni siquiera algo casual? —arqueó sus cejas hablando un poco más bajo.
—Eh... eso es diferente. La última vez que me acosté con alguien fue en el verano cuando fui a casa y salí con mis primos una noche.
Hizo una mueca recordando aquél loco suceso con una chica morena y voz aguda que conoció en una fiesta; una chica extraña que no dejaba de gritar ni de lloriquear y que hacía lucir todo como si fuese una película pornográfica.
— Dios, esto es patético —se dijo a sí mismo buscando la aprobación de Tyler.
—Lo siento amigo —golpeó su espalda como apoyo.
—Soy malo coqueteando, casi todas mis parejas alguien me las ha presentado. Antes si quiera lo intentaba pero ahora ni eso —resopló—. Fred va y viene con todas sus amigas, me invita a salir con ellos y lo único que sale de mi boca es un: lo siento, estoy ocupado.
—Sabes, dije lo de asexual porque he visto que chicas vienen a coquetearte y tú no te das cuenta, al principio creí que eras gay pero lo descarté cuando tampoco te diste cuenta de los chicos.
Wesley dejó caer sus brazos.
—¿En serio?
Tyler se encogió de hombros y terminó burlándose de él con una carcajada. Wesley rodó sus ojos acercándose de nuevo a la barra cuando vio a una pareja de chicas que venía.
—¿Qué les puedo ofrecer? —preguntó sin muchos ánimos y casi sin ningún sentimiento en su voz.
—Uh —la chica de cabello oscuro dudó un poco ante la actitud del chico quien de inmediato se arrepintió por ello—. Bloody Mary —se apresuró a decir.
—Cosmopolitan —dijo la otra ante la mirada demandante del chico.
—Bloody Mary y Cosmopolitan —palmeó la barra alejándose para poder prepararlas.
Tyler rio en voz baja mirando a su compañero comportarse como un patán. Se cruzó de brazos y aun burlándose causando que el castaño le mirara.
—Lo siento, pero tampoco tengo tiempo para sentirme mal —se excusó de inmediato.
The hardest button to button - The white stripes
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