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"Desde tiempos inmemorables algunos cuentos de Navidad incluyen a un maravilloso muñeco de nieve cobrando vida, destinado a llevar su magia a la persona indicada... Pero esos cuentos de hadas jamás se han narrado así."

♤♡◇♧

La Navidad estaba cerca y Quesadilla Town lo sabía, un pequeño pueblo en un bello y remoto rincón que en estas fechas se cubría por dos cosas, la blanca nieve y la colorida decoración de Navidad que adornaba cada una de las pintorescas casas del pueblo.

Y por muy apacible que este pueblo fuera había un ruido infernal que lo interrumpía, era una horrible alarma de un despertador que venía del interior de una destartalada casa de fachada color menta sin ningún tipo de decoración en la fachada o en el patio.

En el interior de la solitaria, y con poca saturación de imagen, casa alguien se quejaba bajo las cobijas mientras sacaba su mano para golpear el despertador para hacer callar la alarma, pero eso solo hizo que la radio se encendiera.

—¡Es otra hermosa mañana aquí en Quesadilla Town! —La voz del locutor invadió la habitación del hombre que apenas asomaba la cara por fuera de las cobijas con su cabellera castaña enmarañada y su mechón blanco cubriendo uno de sus ojos—. Les recomendamos que lleven a los niños a la competencia anual de esculturas de nieve que finalmente ha comenzado.

La voz del locutor entonces se apagó para dar paso a la ya clásica melodía de Jingle Bell Rock, lo que significa una cosa: ya era hora de que Cellbit empezará el día.

El hombre se sentó en su cama, cubierto por una frazada amarilla y sin querer levantarse aun de la cama extendió sus manos para tomar su ropa del sofá cercano junto a la mesa de noche. Maniobró tanto como pudo para quitarse el pijama bajo las mantas y luego vestirse, como resultado resbaló fuera de la cama hasta caer de sentón al suelo. Pero hey, al menos ya estaba vestido.

Aun cubierto por la frazada amarilla, Cellbit salió de su cuarto, colocándose un gorro tejido con orejas de gato en la cabeza para cubrirse mejor del frío y empezó a caminar por el pasillo, fue directo a las escaleras para bajarlas, asegurándose de saltarse el sexto escalón, el cual llevaba meses roto... Ya llamará a alguien para que lo repare.

Al bajar a la planta baja dio vuelta en otro pasillo para ir directo a la cocina, pasando junto al control de la calefacción, la cual llevaba meses rota... Ya llamará a alguien para que lo repare.

Antes de pasar a la cocina, caminó por detrás de la sala, donde tenía una silla con una cubeta roja encima y un balde de metal debajo de la silla, ¿la razón? Una gotera que llevaba meses en el techo... Ya llamará a alguien para que lo repare.

Cellbit tomó la cubeta roja, que ya estaba llena de agua y tomó el balde metálico para dejarlo en su lugar, luego fue a la cocina, una cocina desordenada, llena de basura de comida china y cartones de pizza arrumbadas en el mesón de esta. Se acercó al lavabo, vaciando toda el agua recolectada.

Cuando terminó su rutina fue al perchero junto a la entrada, dejó caer su frazada y tomó su abrigo para ponérselo en tiempo récord. Recogió la frazada, lo hizo bola y fue a tirarlo al sofá de la sala. Una vez que estuvo listo salió de casa, yendo directo a su automóvil.

Su rutina matutina había acabado, ahora seguía su siguiente rutina. Conducir por el pueblo hasta la pequeña plaza del pueblo dividida en dos carriles con una gran banqueta en medio de los carriles y las dos aceras llenas de negocios.

Cellbit se detuvo justo fuera de uno de ellos, salió del auto sintiendo la nieve caer sobre su cuerpo, se abrazó a si mismo mientras caminaba y saludaba a la gente que iba a sus empleos. Luego se encaminó a un local en específico, una bonita cafetería de fachada rojo oscuro y un gran letrero que decía "Cellbit Kaffe".

Abrió la puerta principal y el olor a comida lo recibió de inmediato.

—¡Buenos días, Bagi! —Cellbit saludó, quitándose los guantes mientras caminaba dentro de la cocina donde su gemela ya estaba cocinando.

—Buenos días, Cellbit —Bagi le respondió al saludo mientras se encargaba de freír tocino. Mientras ella no veía, Cellbit tomo un sartén extra que quito de la llama de la estufa y puso sus manos cerca para calentarse—. Por lo que veo tu calefacción sigue rota.

—Llamaré a alguien para que lo repare, ¿okey? —Dijo él, volviendo a poner el sartén en el fuego.

—A este paso dudo que llegues a Navidad, hermano —Bagi le dijo.

—Bagi, tu preocúpate por el tocino —Cellbit se encogió en hombros empezando a caminar de vuelta a la barra.

—¡Ya está todo listo! —Gritó Tina, la cuñada de Cellbit, quien acababa de colocar los manteles sobre las mesas de la cafetería.

Y así es como empezaba la rutina laboral de Cellbit, con gente entrando a desayunar a la cafetería, gente recibida por él mientras Tina recibía los pedidos y Bagi cocinaba todo en la cocina.

—Buenos días —Cellbit saludaba a cada persona que se sentaba en una mesa o en la barra. Él iba de aquí para allá con una cafetera, llenando las tazas de la gente. Así se pasaba unas buenas horas.

—Cellbit, la orden de Phil y Missa están listas —Bagi anunció, dejando dos cajas de cartón rojo en la separación de la cafetería y la cocina.

—A la orden —Cellbit tomó ambas cajas—, no tardo.

Cellbit salió de la cafetería, paso junto al cajero automático fuera de su negocio, miró a ambos lados de la calle dos veces antes de cruzar hasta la acera de en medio donde ya se encontraba toda la gente haciendo las esculturas de nieve.

Había niños, padres e hijos, parejas, amigos, familias enteras y hasta personas en solitario que construían espectaculares esculturas de nieve.

—Se ve muy hermoso —Cellbit dijo al pasar junto a una escultura de unicornio hecha por dos chicas que le agradecieron al pasar.

Cellbit siguió caminando hasta cruzar la otra calle y llegar a un local azul claro con un letrero que decía "Trapos y Retazos". Atravesó la puerta, siendo recibido primero por una alegre campana que se escuchó al cruzar la entrada. Lo que lo recibió fue una alegre tienda de ropa de segunda mano, con varios maniquíes usando ropa navideña y varios percheros con ropa colgada.

—Traigo los pedidos —Cellbit anunció.

—Estaba muriendo de hambre —Philza, un hombre rubio que estaba detrás de la caja registradora sonrió, empezando a acercarse a Cellbit.

—Sándwich de pollo con poca mayonesa para Phil —Cellbit dijo entregándole la caja.

—Gracias.

—Y un sándwich de pavo con una cantidad asquerosa de mayonesa para Missa —Cellbit dijo justo a tiempo para que Missa, el esposo de Phil tomará su almuerzo.

—Me conoces tan bien, Cellbit —Missa dijo, dándole una palmada en el hombro a Cellbit antes de volver a acomodar la ropa.

—¿Y cómo has estado, Cellbit? —Preguntó Philza, dejando su sándwich en el mostrador.

—Uh, bien, sí, todo muy bien —Cellbit asintió, sonando incómodo, ¿por qué todo mundo siempre pregunta esas cosas?—, ocupado con la cafetería.

—¿Y fuera del trabajo? —El rubio volvió a cuestionar.

—Uhm, nada... todo bien —Cellbit respondió mirando a todos lados menos Philza, cosa que él notó, pero no borró su sonrisa.

—¿Sabes? —Philza empezó a hablar mientras caminaba hacia detrás del mostrador—. Cuando era más joven, mis padres siempre me decían que saliera a conocer a alguien. En especial mi madre siempre me decía: "Nunca encontraras calor a menos que te aventuras a salir al frío".

Bien, Cellbit no sabía a donde es que Phil quería llegar.

—Así que una Navidad decidí hacer justamente eso, me envolví en mi bufanda roja favorita, salí a un bar y ¡oh sorpresa! el hombre de mis sueños llegó a mi esa misma noche —Philza dijo con una enorme sonrisa en sus labios mientras miraba a su esposo—. Missa, ¿traerías el regalo?

—Voy qué vuelo.

Cellbit vio a Missa irse por uno de los pasillos de la tiendita y luego miro a Philza.

—¿Qué esta ocurriendo? —Preguntó algo confundido.

Missa no tardó en regresar, sosteniendo algo rojo en manos y se lo entregó a Philza, quien sonrió volviendo a ver a Cellbit.

—Bueno, ayer recibimos esto —Philza dijo y Cellbit pudo notar mejor lo que el rubio sostenía, una bufanda roja—, y me recordó a la noche que conocí a Missa. En el instante en que la vi supe que había llegado a mi por algo y luego tú entraste por la puerta.

—Qué amable eres Philza, pero no la necesito —Cellbit empezó a negarse en cuanto el rubio le ofreció la bufanda.

—Él no te dejara irte sin la bufanda, créeme —Missa le dijo desde donde estaba.

—Suceden cosas buenas cuando estas en el frío, Cellbit —Philza dijo, entregando la bufanda y Cellbit finalmente la tomó en sus manos.

—Gracias —Cellbit agradeció con un corto movimiento de cabeza y terminó por salir del local.

—Siempre consigues lo que quieres —Habló Missa en voz alta, riendo un poco y haciendo do reír a su esposo en el proceso.

El resto del día transcurrió en una aburrida tranquilidad para Cellbit hasta que cayó la noche en Quesadilla Town. Cuando la noche llegaba la calla centro se llenaba de luces brillantes qué llenaban todo el lugar.

Sobre todo, por la gran exhibición de esculturas de nieve.

Cellbit siempre ha disfrutado de pasear y ver las esculturas de nieve. Había muchas figuras impresionantes, desde el clásico muñeco de nieve, pasando por pingüinos, osos, incluso dragones. La más rara qué vio fue a un huevo con una pistola qué le hizo soltar una risa.

Finalmente se detuvo frente a una qué le llamó la atención. Era una escultura muy realista de un hombre, uno muy guapo, a decir verdad, con un cuerpo definido, abdomen trabajado, brazos fuertes, pectorales increíbles, pero su rostro era el mayor atractivo, con mandíbula definida, ojos qué lucían amables y una hermosa sonrisa.

—Se nota que vas al gimnasio —Cellbit mencionó, sonriendo mientras miraba al hombre nieve. Luego miró las esculturas a sus lados, viendo que todas llevaban bufandas, menos el hombre de nieve—. Creo que la necesitas más que yo.

Cellbit dijo, extendiendo la larga bufanda roja qué llevaba en sus manos y la acomodó alrededor del cuello del hombre de nieve, rodeando su cuello, dejando la parte más larga al frente.

Sonrió y sacó su teléfono, apuntando la cámara a la escultura y tomó una foto, pero después de hacerlo notó algo peculiar. Cellbit vio un extraño brillo en uno de los ojos del hombre de nieve.

Cellbit no le dio importancia y decidió salir de ahí, subiendo a su automóvil para volver a su casa, en donde hizo la misma rutina de siempre, paso junto al termostato descompuesto, quitó el balde metal para dejar el de plástico sobre la silla, saltó el sexto escalón de la escalera... ¡Ya llamara a alguien para que los arreglen!

Cuando por fin fue a su habitación se tapó tanto como pudo para acostarse a dormir tranquilamente.

Pero esa noche algo nuevo pasaría, esa noche en la quietud de la calle a esa hora algo iba a ocurrir, entre todo el frío del exterior una ráfaga de aire golpeó el pueblo.

Pero una ventisca en específico fue diferente, pues esa ventisca no provino del aire, no, vino directo de una bufanda, una bufanda roja en el cuello de un hombre de nieve. La pequeña ráfaga salió por la bufanda y un aire nevoso empezó a rodear por completo al hombre de nieve de pies a cabeza y al extinguirse la nieve y el viento algo peculiar pasó.

Aquel muñeco de nieve empezó a moverse lentamente, como si se tratase de una persona intentando estirarse hasta que la nieve cayó de su cuerpo y en su lugar quedaba piel humana, pues ese hombre de nieve ya no era más un hombre de nieve, era un hombre que soltó un fuerte estornudo que le hizo inclinarse, perdiendo la poca nieve que quedaba sobre su cuerpo.

Cuando se enderezó se empezó a pasar las manos por la cara, con una cara muy sorprendida pues realmente no lograba entender que le pasaba. Se miró sus manos, sus dedos, sus brazos, se pasó las manos por el cabello castaño que caía sobre sus ojos y sus pobladas cejas. Miró hacia abajo, tenía la bufanda cubriendo parte delantera de su pecho hasta estar entre sus muslos.

El hombre movió una de sus piernas, logrando pasar su pie al frente, luego hizo lo mismo con su otra pierna, dando paso a paso empezó a caminar lentamente. Una sonrisa tonta apareció en sus labios mientras caminaba un poco torpe por encima de la nieve.

Empezó a pasearse por la plaza, mirando las luces las cuales se veían tan felices y coloridas, toda la decoración era fascinante e hipnotizante. Cada paso que daba algo nuevo se le cruzaba y él no podía evitar mirarlo con admiración. Siguió con ese paso hasta que se detuvo enfrente de un cartel rojo rodeado por varias luces.

En ese cartel había varias personas con ropa invernal, aunque él notó como esas personas llevaban la bufanda, con las partes largas en su espalda, cosa diferente a como la tenía él.

Ladeó la cabeza, mirando al cartel y luego a su cuerpo, dio un paso al frente y llevo sus manos a la bufanda, tomando la parte más larga para lanzarla por detrás de su hombro y hacerla caer por su espalda. ¡Listo!

Pero aún no se parecía a las personas del cartel.

Él... Necesitaba... Ropa...

—Si este perro no hace en 5 minutos lo voy a cambiar por un pez dorado —Un anciano de cabello blanco y rizado hablaba mientras caminaba junto a su esposa paseando a su perro a varios metros de donde el ex hombre de nieve estaba.

El hombre se giró, parándose justo detrás de una gran paleta de dulce de decoración llena de luces.

—¡Hola! —Gritó, levantando su mano derecha para saludar a la pareja de ancianos. Al oír el saludo de ambos ancianos voltearon, pero se sorprendieron de ver a un hombre desnudo frente a ellos—. ¿Qué tal?

El hombre terminó tropezando, cayendo de espaldas en un montículo de nieve, su perro, un enclenque Pomerania, empezó a ladrar, asustando al hombre que de inmediato empezó a correr.

—¿Qué fue eso? —Preguntó el hombre viejo.

—No estoy segura —Su esposa le respondió—, es mejor investigar.

Tras eso la anciana y su Pomerania empezaron a caminar por donde el hombre había corrido.

Aquel hombre seguía corriendo, mirando a todos lados, pasando de largo por un negocio colorido, pero poco después regreso, mirando por los ventanales y viendo algo que buscaba y ciertamente empezaba a pensar que necesitaba.

—Ropa —Dijo para sí mismo, caminando a estar frente a los ventanales, pasando la mano por la superficie de cristal.

Estaba sonriendo por lo que veía al otro lado del cristal, pero los ladridos del perro demoniaco ese lo hicieron voltearse muy rápido y sus inexpertas piernas se enredaron consigo mismas y cayó de espaldas, golpeándose contra el cristal y rompiendo el ventanal, dando como resultado que estuviera tirado en el suelo de la tienda rodeado de cristal roto.

—Guau —Se expresó mientras sonreía.

El hombre se empezó a poner de pie y miró mejor dentro de la tienda. Empezó a caminar por ahí dentro, mirando cada rincón que podía de la tienda, dando pasos cautelosos por donde iba.

Estuvo así unos segundos más hasta que algo captó su atención, un gran overol de mezclilla sin mangas y lo tomó del gancho, luego siguió avanzando y tomó también un par de botas de nieve del suelo.

Oh sí, ropa lista aunque ahora había otra pegunta en el aire...

¿Ahora qué? 

Continuará...

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